Grandes políticos, grandes estadistas, grandes científicos, grandes literatos... Todos etiquetados de cuerdos, sensatos, gente con la cabeza muy bien amueblada, como se suele decir. Mucho mejor amueblada que la de los demás, eso ya no se dice pero se presume. Hasta que aparece un biógrafo avispado y nos cuenta de las miserias del personaje, por lo demás previsibles, porque en un mundo loco es imposible estar cuerdo.
Dicen que Netanyahu está cuerdo. Y George Bush, y Emilio Botín y Mayor Oreja... Y lo dice gente que entiende, ojo...
Lo mismo que se dice que la castidad es la "más singular" de las perversiones, uno casi diría que la cordura no deja de ser otro tipo de enfermedad mental. Grave, sí, porque quien la padece tiende a pensar que su eventual locura es un absurdo teórico. "Yo estoy muy cuerdo", es la afirmación más frecuente de muchos locos, declarados o no, que eso no es precisamente lo más importante.
En ese contexto, y puestos a ver el mundo bajo un prisma tan poco habitual, quizás la locura es algo muy recomendable. O por ser más concretos, las locuras. Esas que se hacen a pie de calle, entre la carga rutinaria de los días. Esos actos que nos reivindican como personas realmente libres, soberanas, dueñas de un destino individual que se procura con premeditación y acaso alevosía. Ese quedarse en la cama porque hoy el director afirmó que mañana es día de demostrar el compromiso personal (e inquebrantable, faltaría más) con la empresa. El aparecer en la iglesia con un escote vertiginoso ahora que nada puede hacer ni el obispo ni el alcalde para evitarlo, y espléndida cosa si el escote lo porta la esposa del susodicho. (Del alcalde, no del obispo...)
Qué tiene de malo liarse un ratito con la hastiada mujer del vecino, después de advertirla de la inconveniencia de la pecaminosa relación (libidinoso ardid donde los haya) y argumentar una tristeza inexplicable, de siglos, cuando ella abre los brazos dando rienda suelta a su instinto protector. Nadie va a secar tus lágrimas igual que la mujer del vecino, no lo dudes. Pero no llegarás a ese paraíso por el camino de la sensatez. Y se habrá perdido un hermoso pecado.
Si quienes dicen gobernar el mundo nos aconsejan prepararnos para lo peor mientras se llenan los bolsillos con el dinero de los demás y las instituciones miran para otro lado porque "no procede", ¿quién va a tener los santísimos cojones (permítase la vulgaridad en aras de la claridad del mensaje) de progonar sensatez y buen sentido?. ¿No será mejor clamar de una puta vez por el advenimiento de Santa Locura? ¿No será ese y no otro nuestro destino real, el subvertirlo todo, pero a fondo, hasta que luzcan al aire las blancas nalgas de esta sociedad a la que nunca nos hemos atrevido a desnudar?
Permítase Vd. una locura, hombre, mujer. Pero con más frecuencia. Convénzase de que su cordura y su tristeza tienen mucho que ver y después no se quede parado, contemplando la inconmensurable absurdidez de su vida pasada. No. Haga locuras. Cométalas, incluso. Eso sí, disfrútelas, porque sufrirlas es la peor de las estupideces.
Y la locura tiene algo de gloria. La estupidez no hay por donde cogerla, créame.
Imagen de dogguie.com
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