
16 de diciembre de 2008
Tiniebla

3 de diciembre de 2008
La Maragatería
24 de noviembre de 2008
Castiñeiros
Musgo
13 de noviembre de 2008
Galimatías
Sol aparente al fondo.
El deseo aparca en todas partes.
Camina. Un paso. Ahora.
Letras dubitativas. Redondelitos breves sobre las íes.
Siempre hay vino sobre la mesa.
La calma ha muerto.
Le escribí que la amaba.
Una breve estampita en la esquina derecha.
A tu edad los jóvenes se enamoran de las mujeres mayores.
Ecos desde Bretaña
Ella un segundo después, bañada en sonrisas
Es de cobardes reprimir el deseo de la huida.
Aquel día fui mudo cuatrocientos metros.
La voz de uno que ha muerto.
Yo quería ser John Lennon pero Dios me negó una cabellera decente.
No ha muerto, lo mataron.
Falso que todo necesite una razón de ser.
Paso. Su. Dia. Cada. Ventana. Bajo.
En los libros de religión faltaba una lección de sexo en profundidad.
En los de Formación del Espíritu Nacional faltaba una advertencia para los menores de edad.
Si la hubiera besado...
Ahora no recuerdo haber escrito la palabra amor.
6 de noviembre de 2008
Nueva moral

Nos sacudimos el yugo de tal o cual grupo de crápulas y al momento nos encontramos en su lugar a otro más presentable en principio, pero igualmente molesto en cuanto el paso del tiempo les permite tomar posiciones. Verdaderamente son esos períodos inter-regnos los únicos que nos permiten tomar un poco de aire y disfrutar realmente de la auténtica libertad a la que desde siempre aspiramos. En cuanto la cosa se estabiliza y la peña se despista, aparece la correspondiente cuadrilla que se encarga de establecer que revolución sí, pero sin pasarse. Lo cual termina derivando indefectiblemente en la necesidad de una nueva revolución, pasados otros cuantos cientos de años.
Así que lo mejor que puede ocurrir es que alguien que haya llegado a disfrutar de un mínimo poder de decisión, tenga a bien concretar los principios revolucionarios antes de que el inevitable grupo de iluminados se haga cargo de la situación y empiece a poner orden. Como este responsable de las milicias que defendían Toledo, que la hora de premiar alguna meritoria actuación decidió pasar de las medallas y acuñar de forma bien concreta la nueva moral revolucionaria.
¡Seis porvos con la Lola! Firmado, Er Responsable.
Hay formas diferentes de ser sabios.
(La imagen circula por la red y llegó a mí a través de una compi del curro. Gracias, Fabi. )
30 de octubre de 2008
Amapoulas
Un milagre xorde pronto, de súpeto, á beira dun carreiro. Só con ter a afouteza de sair da casa e andar novos ou vellos camiños. De ollar nubes vellas no mesmo ceo de cada día. Un milagre agroma entre as herbas secas polo sol de verán, a carón dun monte de rescoballos das obras onde os humáns acubillan a súa eterna e irremediabel soedade. Unha explosión do cosmos entre as horas de noxo, anguria polos fillos, pánico do futuro, pánico polos cartos, pola pel que se enruga, por pecados presentes e desfeitas pasadas. Cando deixas atrás as verbas fachendosas dese deus preguiceiro, pariches un milagre. Porque un milagre é fillo dunha ollada sincera e non precisa de nada. Só unha pinguiña de atención.
Amapoulas.
(Un milagro surge pronto, súbitamente, al lado de un sendero. Sólo hay que tener la valentía de salir de casa y andar nuevos o viejos caminos. De mirar nubes viejas en el mismo cielo de cada día. Un milagro brota entre las hierbas secas por el sol del verano, junto a un monte de escombros de las obras donde los humanos cobijan su eterna e irremediable soledad. Una explosión de cosmos entre las horas de hastío, angustia por los hijos, pánico del futuro, pánico por el dinero, por la piel que se arruga, por pecados presentes y derrotas pasadas. Cuando dejas atrás las palabras orgullosas de ese dios perezoso, has parido un milagro. Porque un milagro es hijo de una mirada sincera y no necesita de nada. Sólo una gotita de atención.
Amapolas. Rojas como la sangre.)
21 de octubre de 2008
Viaje a la nada
Por el camino de Penamoura. Me lo dijo como quien arroja un hueso consumido por el sol a un perro famélico, después de tirar la colilla en un charco en la densa oscuridad entre los muros de piedra. Volví a casa con la pena pugnando por correr por las mejillas, contento por no tener que volver a mendigar ante aquel ser repugnante la respuesta que nos sumiría a todos en el lacerante dolor de la certeza, y triste por haber confirmado una ausencia irremediable.
Rodeé el cuartelillo para no tener que soportar los comentarios de aquellos seres incomprensibles, casi desaparecidos bajo el tétrico manto verde y el tricornio. Hay momentos de la historia en que la miseria se viste de una arrogancia que nace del propio autodesprecio, y la inmundicia asoma irremediablemente al rostro de quien se sabe definitivamente siervo y no tiene el valor de quitarse del medio.
El día que me interné por aquel camino me sobrecogió la indefinible maravilla del paisaje. Busqué por los lugares más recónditos hasta que un persistente rastro dulzón me guió hasta lo que quedaba de él, apenas unos restos desencajados entre los muros de un pequeño pilón donde en otro tiempo bebía el ganado. Allí estaban sus botas recias y achatadas en la punta. Las extrañas lazadas de sus cordones, las ropas descompuestas y martirizadas por las heladas y el viento. Restos del cabello pegados a los líquenes del fondo y manchas escarlata sobre el cemento desnudo, oscuras ya, petrificadas. Al menos podríamos enterrarlo allí mismo sin tener que soportar las miradas cínicas y enfermizas de sus verdugos.
Cuando llegué a la carretera volví a ver el árbol al fondo, en el punto más alto, como una corona. Las nubes aliviando el frío con una lluvia apenas perceptible. A lo lejos una cortina de agua más espesa, justo donde la luz, a punto de morir, marcaba el camino del sol en retirada. Entonces me pregunté el por qué de tanta belleza.
Imposible explicarse cómo bajo aquel hermoso escenario, en una tierra que considerábamos nuestra, podía desarrollarse algo tan espantoso. Cómo podía aquel cielo acogedor dar cobijo a tanta impunidad. En qué lugar de aquel espléndido panorama encajaba el macabro cuadro que formaban los asesinos y sus víctimas.
13 de octubre de 2008
Lo tengo todo
No necesito el rumor aparente y vano del tesoro que tantos buscan con tanto tesón, casi furiosamente. Quizás con irme conociendo me baste para llegar feliz al puerto de mis días. No sé por qué se me ha concedido el privilegio de entender que el insignificante brillo de la hierba da calor y paz. Y es suficiente.
Me basta con sentir el frío de estas gotas menudas en la cara y conjurarlo con un gesto de las manos y agradecer después tener dos ojos para presenciar esto tan grande y al tiempo tan poca cosa. Agradecerlo a ningún dios, sino al cálido azar del tiempo, que no requiere de esfuerzos ni planes ni necesita de ningún tipo de protección.
Tan sólo estar aquí y ahora, acompañado del rumor fugaz de los coches que llegan y se alejan sin prestar atención. Y olvidar el paso de las horas mientras las nubes hacen camino incansables, prestándole al día un aroma de luces estremecidas, huidizas, siempre sorprendentes.
Y al entrar en el coche atender a tu voz compañera, protestar para romper el insoportable tufillo de la unanimidad, sortear con sonrisas algún reproche que ya se ha hecho familiar y luego mirarte y sentir que no se necesita nada más para entender el mundo que un poco de paciencia.
Y mirarte otra vez. Mirarte sin descansos, sin café de las doce, sin tentempiés, sin churros, mirarte hasta mañana. Cuando por fin te fijas, te nace una sonrisa iluminada de verde ecuatorial.
Y ya lo tengo todo.
8 de octubre de 2008
Besos de ángel

Apoyado en el lavabo adelantó el rostro hasta el espejo, con calma, aproximándose aún más hasta aquellas pupilas apagadas y confusas. Y preguntó, "¿Qué quieres"?
No hubo respuesta. La imagen del espejo cocentró toda su atención hasta que nació otra pregunta, ahora en silencio, "¿Quién eres?".
Cuando notó la presencia bajo el marco descolorido de la puerta, bajó la vista, avergonzado.- ¿Se puede sabes qué haces desnudo por la casa adelante? ¿No ves que te puede ver la cría?
Quizás en el kiosko de la esquina deberían vender raciones de fortuna. O participaciones de felicidad futura, garantizada. ¿Cuál era la razón de que aquella criatura que había traído al mundo no le hubiera visto jamás desnudo, siendo en realidad el perfecto fruto de la desnudez?
Se concentró en la expresión severa de ella. En el agudo filo de sus labios rematados por una mueca despectiva. Y en sus ojos de ira envejecida, sobrealimentada... y seguramente justificada. Después, dos palabras sencillas cayeron de su boca sorprendida, produciendo un extraño murmullo entre las sombras matutinas.
- Me voy.
- ¿Te vas?
Poco a poco fue naciendo aquella amarga y demoledora sonrisa, mientras sus ojos lo recorrían sin pestañear causando una sensación parecida a una quemadura.
- ¿Al cielo? ¿A la cantina? A buscar trabajo adivino que no... ¿verdad?
Esta vez no advirtió el aguijón de la culpa en la boca del estómago. En su lugar brotó como una sensación de verano que acaba. Una promesa cierta de incertidumbres que a medida que transcurría el silencio se revelaba como una posibilidad de alivio.
Se irguió y alzó su paupérrima desnudez ante aquel curioso tribunal que lo juzgaba escoba en mano. Avanzó hasta ella y descendió al fondo de sus ojos azules y fríos como un mar del norte. Los pliegues de su piel blanca fueron desapareciendo a medida que la sonrisa moría como contando el tiempo por centésimas, milésimas de segundo, en aquella eternidad de pasillo en penumbras. El asombro nació en su mirada inquieta y la boca se le abrió involuntariamente. Dio un paso hacia atrás mientras la escoba se escurría entre sus manos produciendo un chasquido sordo en el suelo de madera encerada. Siguió retrocediendo hasta que la pared encalada la detuvo.
- Voy a vestirme.
Las maderas crujieron cuando se aproximó al armario oscuro y escogió la camisa que reservaba para las grandes ocasiones. Gritó el cajón de madera mientras extraía una muda limpia y se vestía contemplando como el pasado desfilaba por los cristales de la ventana entreabierta. Recogió la cartera de la mesita de noche, reservándose un par de billetes, dejó el resto bajo el pie de la lámpara y salió. La puerta de la cría permanecía cerrada, vedada como el beso de un ángel, tan próxima como inaccesible.
La cocina estaba limpia y ordenada. Sólo la botella vacía y el vaso permanecían donde habían quedado de madrugada, con aquel rastro violeta sobre la superficie de formica. Aquella huella gritaba una culpa mientras se enfundaba la chaqueta recogida del respaldo de la silla y salía al pasillo caminando como un náufrago.
Dos fotos antiguas colgaban en mitad de la pared mitigando apenas el blanco vacío. Padre y madre, con atuendos austeros y una pregunta dolorosa en la mirada. Las botas devolvían un eco triste de sueños aplazados mientras avanzaba hasta la salida, antes de abrir la puerta de par en par y aspirar todo el aire que le fue posible.
- ¿A dónde vas?
La niebla se le coló por los resquicios de la ropa, a través de los dedos, entre los cabellos, penetró en la boca y salió después envuelta en el vaho del aliento cálido. El pasador de la puerta repitió aquel sonido familiar que dividió al mundo entre hoy y mañana. Algunos le miraban mientras caminaba despacio hacia la estación sin despertar su interés.
Introdujo la mano en el bolsillo interior de la chaqueta extrayendo aquel cartón diminuto recorrido por letras y cifras negras que le había entregado Mario después de aquella terrible conversación. Era difícil saber por qué no lo había arrojado en cualquier esquina como hacía con todo lo importante. En el recuerdo nació la mirada dolorida y escéptica de aquel hombre bueno, el tímido contacto de su mano en el hombro, el gesto resignado con que le dio la espalda. Y la vergüenza que lo invadía, lacerante, le dio la respuesta.
Mientras esperaba el tren, paralizado en el andén, el mar surgió ante sus ojos. Aquel ser gigantesco que había visto una sola vez, en su lejana infancia, indómito y apacible al mismo tiempo . Poderoso y amable. Desafiante y acogedor. Quizás sólo en su presencia podría llegar a saber que un hombre puede lavar su alma y renovar por fin los propios pasos.
El monstruo de hierro apareció en el horizonte luchando por detener su carrera entre quejas metálicas y una columna de vapor de agua que lo invadía todo. Caminó con una sorprendente determinación hacia la puerta que había quedado justo enfrente, subió, y antes de instalarse miró hacia aquel insignificante lugar lleno de casitas blancas donde la vida parecía haberse parado. Entonces supo que hay más de una vida. Y que un día volvería por el beso de un ángel.
Imagen por cortesía de Marian
30 de septiembre de 2008
Vida sana

No sabría decir por qué lo hice. No soy dado a los cambios, pero afortunadamente los cambios ocurren con o sin permiso. A veces de las formas más inexplicables. En aquel momento me dedicaba a arreglar el mundo, o eso creía yo, criaturita... Y debió ser que una labor tan seria y trascendente termina por levantar protestas en algún compartimento del cerebro, como exigiendo algún tipo de desahogo. Digo yo.
Quizás por influjo de "Integral", revista por lo demás recomendable, cayó en mis manos un librito de una francesa que hablaba de la buena vida. Aproveché lo que me pareció sensato, que era poco. Y de la noche a la mañana me apunté a la vida sana. Hay cosas que sólo se pueden hacer así. Hay que explicar que los bares y estancos del pueblo deben una importante parte de su buena marcha a mi existencia. Digamos esto sólo para ilustrar lo radical del cambio, que no para presumir de viciosa condición, y sin entrar en enojosos detalles.
No recuerdo haber acusado especialmente la retirada de la brutal dosis de nicotina y demás nutrientes aportados por las docenas de cajetillas de tabaco que consumía cada semana. A las que había que sumar la triple ración que solía administrarme durante el "finde", en los templos de baile de la época. Si acaso eché un poquito de menos el sabor especial del cigarrillo que, ya en la cama, daba paso al sueño o anunciaba la inminencia del desayuno. A eso he llegado, sí.
La esplendorosa gama de sustancias más o menos etílicas que dividían el día en tiempo de vino, de orujo, vino de nuevo, cubatas y espuelitas de licor-cafeses, quedó reducida al agua. Recuerdo que un día pensé lo mentirosa que era aquella gente que decía que comer con agua era perjudicial. Mucho tuvieron que echarme de menos aquellos vasos altos y cilíndricos en los que me cepillaba los restos de las existencias de las juergas colectivas, al calorcito de aquel fantástico "Abraxas" de Carlitos Santana. Como las cartas. Al abrigo de los tutes y los subastados creció la fama de un sinfín de licores de esos que ahora se llaman artesanales, muy apreciados incluso en ambientes virtuales. (Yo sé lo que me digo...).
Mi pobre madre asistió apenada a la visión de mis platos a la hora de comer, con la ración reducida a un par de cucharaditas que darían pena a uno de esos médicos sin fronteras. Dejé de cenar en su presencia porque pensé que aquello la llevaría a la tumba. En un sitio donde aún se decía aquello de "Que Deus cho pague cunha muller que non che colla na cama" (1) se puede comprender el disgusto de mi progenitora.
Los resultados físicos fueron obvios transcurridas un par de semanas y aún antes. La piel se pegó a los huesos y a los músculos allí donde los había, y la barriga sencillamente desapareció, al extremo de que si la metía hacia adentro era fácil notar las agudas aristas de la columna vertebral, pero por delante. Decir que me convertí en algo ligero es explicarlo de forma muy precaria. En realidad flotaba en un elemento desconocido, dócil y etéreo y me resultaba imposible dejar de experimentar aquella maravilla física a todas horas, de manera que me convertí en alguien que corría todo el rato. Aquello reforzó aún más la sensación de liviandad, ya que tal actividad me había estado completamente vedada hasta entonces. El drástico cambio llegó a tal extremo que únicamente después de vivirlo se puede llegar a creer. Aquel tipo que se pasaba los inviernos con la cabeza desaparecida dentro del anorak azul "proleta", hizo de la ducha fría una religión. "¡Vivifica!", me decía cuando el chorro de agua helada batía violento contra la piel caliente luego de hacer siete u ocho kilómetros a la carrera, lo cual siempre había estado reservado "pa los pringaos".
Probablemente fue el brutal contraste con mi antigua etílico-nicotínica normalidad lo que puso en solfa las bondades de la milagrosa transformación. El haber llegado a tal estado de bienestar físico llevó mis neuronas a una especie de beatitud mental que pronto derivó en la necesidad de predicar la buena nueva. Un amigo mío llamó a aquello "el entusiasmo del converso", supongo que parafraseando a algún sociologo.
Tardé en curar de mi ataque de salud. Justo a tiempo de no verme condenado al ostracismo. A base de algún vinillo vespertino fui recuperando la senda de los entrañables recuerdos del "gin-tonic". Suerte que ya la edad fue poniendo las cosas en su punto, no sé si justo o aproximado, de modo que los viciosos placeres se redujeron al límite de lo soportable por los castigados órganos y al fin y a la postre sigo tomándome mis vinitos y mis cañas. Ahora me ha dado por mezclarlos con algo que no puedo mencionar porque os descojonaríais de mí sin miramientos, pero mira... He decidido que si a mí me gusta ya pueden llover billetes que tanto me da.
El dejar atrás el tabaco ha costado mucho más. No sé cuantas marcas habré fumado pero son muchas: Celtas, Ducados, Jean, Record, 46, Marlboro, Luckystrike, Habanos, ... y luego todos los Light correspondientes hasta que ya recalé en aquel Nobel que era una pura rendición. He tenido que ir sembrando los techos de los armarios de cajetillas abandonadas, pero a día de hoy no siento la más leve tentación de volver a libar del humo azulado. Sólo mola en las tomas nocturnas de las pelis, pero ya no pico.
¿La conclusión? No sé... Quizás que hay que tomarse las cosas con calma, pero también hay que estar siempre atento a las señales y abierto a los cambios. Y que la vida tiene un ritmo preciso y natural que va del día a la noche, y eso debe ser por algo. No puedes ver un amanecer si te acuestas entre vahos etílicos a las tantas. Y eso es perderse mucho más de lo que parece. Y la lucidez es algo que seguramente sólo se aprecia cuando se pierde, como muchas de las cosas más valiosas que tenemos.
Mi enhorabuena a quienes decidáis seguir ese camino, en la esperanza de que seáis mucho más coherentes que yo. Y menos coñazos.
(1) "Dios te lo pague con una mujer que no te quepa en la cama". Curiosa sentencia que debe tener que ver con aquello que llamaron "los tiempos del hambre".
Imagen por cortesía de Marian.
Un recuerdo
Ellos han alzado la voz sin contemplaciones, han reído y hablado lo suficiente como para prohibir durante unas horas el silencio. La pareja ha conversado en voz baja, repasado con la vista las maderas recias y oscuras y observado con un asomo de censura en la mirada las demostraciones de una de las jóvenes, mientras ésta golpeaba la mesa con las manos haciendo patentes los efectos del alcohol.
Ha cesado repentinamente en sus demostraciones. De hecho ha permanecido en silencio hasta que han abandonado el comedor. Apenas se ha permitido un escueto "disculpen" cuando ha pasado al lado de la pareja. Una rubia bien vestida y de voz chillona que se ha incorporado al grupo más tarde ha acaparado de forma definitiva el espacio que ella ocupaba hasta ese momento. Una reina destronada cuya historia no conoceremos.
La pareja ha abandonado el local poco después. Han estado un rato esparciendo los ecos de su conversación en voz baja. Parecían disfrutar de una felicidad humilde, basada en las miradas, las sonrisas y el tacto de las manos, que han concretado en más de una ocasión. El reducido recinto ha agradecido la restauración del silencio de sus voces bajas y reposadas.
Nada de eso quedará aquí. Pero yo, el tipo de la cámara, he decidido quedarme con un recuerdo. E interpretado como una señal el hecho de que esta lámpara está justo a la altura de la vista. Rodeada de tonos imprevistos y accesible como una cereza en un camino absolutamente abandonado.
24 de septiembre de 2008
Magnitudes
Quizás podríamos ver el mundo, las cosas, en magnitudes diferentes.
Quizás.
Podríamos pensar que el enorme Júpiter puede ser contemplado como un simple átomo si nos alejamos los suficiente. Puede que esas partículas que desde aquí consideramos insignificantes encierren otro universo.
Infinito, inacabable.
No sé si incomprensible.
Esto que ahora vemos forma parte de otra cosa, pero no debe revelarse. Porque lo mataríamos al diluirlo en esa otra presencia. Puede que incluso fuéramos incapaces de verlo.
12 de septiembre de 2008
Expresividad
María es una amiga mía, catalana en ejercicio, a quien considero un prodigio de expresividad, en más de un sentido. Aunque tiene sus momentos, como se puede deducir del texto, suele ir dejándolo todo regado de sonrisas.
Un placer conocerte.
30 de agosto de 2008
A Coruña
Hemos llegado tarde, por supuesto. Con el tiempo justo para remediar el ayuno de Rosa con un cafelito en un bar que se llama el Pecado y recogerla para ir a comer después de un breve paseo por el Orzán. La comida me ha reservado la sorpresa de la presencia en pleno puerto de dos mamotretos de increíble tamaño que ocultan la vista de Os Castros, lo cual es pecado mortal y pare usted de contar. La comida, con acento picante, da paso a un paseo que nadie hubiera adivinado tan largo. No estamos tan viejos como parece, jeje...
Me ha llamado la atención lo más obvio, claro. La gente rica de mi pueblo, que siempre ha tenido cierto complejo de paleta y no pierde un segundo en irse para allá, se ha hartado de proclamar las excelencias de la nueva ciudad, que es obra (dicen) de un tipo de nombre Francisco, presuntamente socialista, que se ha mudado al vecindario del santo Padre. Creo que tiene miedo de irse al infierno... Quien escribe no ha visto la maravilla, aunque hay que decir que uno es de pueblo y hay dos cosas que una ciudad no puede evitar: el ruido y el gigantismo. Dos monstruos que combinados acaban por producir la sensación de desastre urbanístico que conocemos. En este caso un desastre rodeado de cielo y mar por todas partes, que es igual que decir una bendición de desastre.
Y a la par que uno convierte las virtuales presencias en amistades reales de carne y hueso, y ojos, manos, acentos, cabellos y circunstancias vitales, vuelve al presente la ciudad. Extensa, luminosa, ruidosa sin atenuantes, con una luz extremadamente caprichosa porque aquí se pasa del "orballo" típico al sol justiciero y de ahí a las sombras y luego a las brumas y cuando te das cuenta resulta que el reloj apenas se ha movido, de manera que el tiempo tiene aquí formas un tanto extrafalarias.
He echado de menos los "troles". Aquellos autobuses de dos pisos y británica silueta que recorrían la ciudad con un ritmillo tropical que me encantaba, pero convertían cualquier trayecto de la marea de automovilistas en un calvario. Ahora han dejado en su lugar algún pequeño tranvía que incomoda menos al tráfico pero inunda el aire con tal marea de cables y postes que uno termina por no mirar nunca hacia el cielo, lo cual no está bien. Y encima va siempre petao de gente el condenado...
Nos hemos dedicado a pasear. ¿Qué mejor? El puerto, otrora diáfano y luminoso, el castillo de S. Antón, los templos (hermosísimos) y las placitas de la ciudad vieja, los espacios abiertos en torno a la Torre y el centro inundado de gente que va y viene entre exposiciones, terrazas y demostraciones callejeras que atestiguan que es tiempo de fiesta. Y entre cafelitos y paseos se nos ha ido esta corta estancia en tierras herculinas que habrá de repetirse porque es bueno volver al mar y es aún mejor cuidar de las amistades que ya han dejado de ser virtuales. A las dos un besote por ser tan buena gente y tan buenas anfitrionas.
Y tengo que contarlo: el hotel había agotado las habitaciones normales después de garantizar la reserva, así que me asignaron una suite que casi me caigo de culo...Nunca había vista una cama de semejante tamaño... ;)
Escaparate
Ciclos vitales

"A vida dá moitas voltas", decimos por aquí. Es una verdad indiscutible y muy poco arriesgada por otro lado. Es tan obvio que sólo quien tiene poquitos años puede atreverse a dudarlo, casi siempre para admitirlo abiertamente en cuanto ha caído el primer tortazo vital, que nunca tarda.
Vamos dejando como señales en ese camino para identificar esos acontecimientos, a veces afortunados y otras no tanto. Sencillamente, es así como se vive. En ocasiones me apetece pensar que la vida es como un balance, y que quienes no han obtenido un saldo razonablemente positivo al principio han de tener nuevas oportunidades al final, para llegar a esa especie de equilibrio.
Opino que realmente existen gentes a quienes la vida les va mal. A quienes la vida las trata mal. Sin embargo no soy capaz de identificar claramente cuáles son las circunstancias que definirían de manera inequívoca esa mala fortuna. Hay gente muy pobre que tiene una buena vida y gente muy rica que va dándose golpes como un fantasma desnortado. Parece que la verdadera fortuna está en elegir el camino adecuado, por muchos traspiés que se puedan dar. Y levantarse cada vez que se cae, que es lo difícil.
Vivir exige lucha y mucho temple. Mucha paciencia y unas buenas espaldas para soportar más de una andanada de esas que te dejan medio sonado. Y no me canso de prevenir a todas esas personas que en un momento dado deciden elevar una pared sobre sus mundos para que ya nada les haga más daño. Por la sencilla razón de que esa pared puede impedir que lleguen nuevas vidas al exiguo espacio que uno ocupa. Si eso llega a ocurrir, mal andamos.
La vida es riesgo y nadie puede obtener luz sin abrir la ventana por la que podría colarse un hermoso jilguero o un obús. Si se cuela el obús habrá que ponerse de nuevo a la tarea hasta que tengamos otra ventanita. Y vale la pena reconstruir tantas veces como sea necesario. Porque el jilguero llega. Siempre llega.
Quizás es importante tener la paciencia necesaria como para que llegue a ocurrir la primera vez. Después ya sabe uno que es posible y la tarea no toma tanto esfuerzo. Uno sabe que ocurrirá más tarde o más temprano. Y como el reloj ha dado ya tantas vueltas no importa esperar un poco más.
Llega un día en que te descubres de nuevo en eso que llamamos "el espejo de los otros". Tu reflejo en esas otras vidas. Diferentes, lejanas, desconocidas en buena medida. Pero próximas, cálidas, accesibles desde esas risas que nacen de algún rincón misterioso, sin esfuerzo y con vocación de continuidad. Ecos sencillos de humanidad sencilla. Caricias en las voces, promesas en las risas, contacto en los defectos que nos hacen humanos, mientras las nubes desfilan sobre nuestras cabezas afirmando que ya ha pasado un día, y luego otro y uno se pregunta por qué no ha nacido en Cantabria, en un ruidoso cruce de caminos donde hay un bar al que han puesto de nombre "México" para que un día alguien olvidara el dichoso artículo gramatical y dejara en el móvil de Eme una frase que decía "Estamos en México". Qué curioso...
Nadie sabe a dónde vamos desde aquí, con esas presencias, netas a veces, difusas aún en otros casos. Qué nuevos cruces de caminos nos esperan o qué nuevas voces vendrán a dejar sus ecos o sus sonrisas. Es difícil saber por qué, pero algunos de esos ecos y desde luego todas esas sonrisas, quedan.
Uno suele retocar las fotos razonablemente para no ofender la vista de quien mira. En esta ocasión no será así. Queda ahí una foto borrosa, defectuosa, falta del glamour que ahora parece casi exigible. Pero es una foto cierta. Es verdad. Como es verdad ese risa confiada que ha sido la verdadera columna vertebral de este encuentro de gente que ya más de uno y de dos hemos definido como entrañable. Hemos tenido el valor de abrir una puerta y ahora tenemos el camino delante. Nadie sabe a donde va, pero caminamos. Eso es vivir.
¡Por la vida! (Y por compañías como estas, hay que decirlo.)
30 de julio de 2008
Desinterés
Después sigues con la mirada a uno que ha entrado ahora y vuelves a la nada de afuera y adivino la corriente de sueños ahí dentro. O de pesadillas. O recuerdos. O tactos. O segundos. Te veo hoy, ahora, y te imagino ayer y antes de ayer. Y mañana y mucho tiempo más tarde, cuando ya no estés aquí. Quizás se quede ahí el rastro de tu presencia calmada y confortable. Y el olor irritante del tabaco rubio. Y el reflejo pálido y absoluto de la camisa blanca.
Te veo cobijada en el reverberar pacífico de la pared marfil ante el sol intruso, cuando los labios rodean suavemente la boquilla amarrillenta succionando apacibles la calma y liberan después volutas de agonías azules desterrando la remota ilusión del sosiego. Tienes los ojos negros y ardientes y ni siquiera tus pestañas multiplicadas hasta el infinito podrían disimular lo que arde dentro. Y arruguitas rebeldes en el vértice de los párpados y en el vértice de los labios. Y arrugas más severas en el fondo del cuello, donde el escote invita a seguir el curso de la piel oculta por la blancura cegadora.
Casi me sobresalto cuando la taza viaja hasta la boca y vierte dentro todo cuanto quedaba dentro, porque de pronto has vuelto a la vida y miras el reloj y descubres mi mirada curiosa y te recuestas en el respaldo de la silla sin dejar de mirarme y luego me abandonas, cruzas las largas piernas bajo la mesa y proteges el pecho con el antebrazo mientras el cigarrillo permanece en lo alto del otro, proclamando algo que no conozco y vuelves a la nada de afuera a por tus sueños o tus pesadillas. O proyectos, o penas, o distancias.
Tienes el cuerpo largo y leve, la piel clara . El pecho breve, la cintura exigua y las caderas en cambio amplias y generosas, aplastadas ahora por el peso de los pensamientos, sosegadasas y sinuosas como el meandro de un río en el verano. No sé que es la belleza pero no podría dejar de contemplarte ahora que tu desinterés me autoriza al disfrute. Es un placer mirarte. Lo será hasta que ya no te recuerde y tu desinterés no haya tenido la menor importancia.
Sin embargo percibo la herida que produce la indiferencia cuando pasas a mi lado y abordas la luz del exterior aspirando de nuevo el cigarrillo y emprendes el camino sin dudas, resuelta. Hay algo que proclama que he debido mirarte y no sabría decir por qué decidí no correr ese riesgo. Y ahora, con cada paso tuyo me brota una lástima, un escozor en las palmas de las manos y el aire me huye de los pulmones sin pedir permiso. Y esta gente se ríe y yo no sé de qué. Y me pregunto como será tu risa ya lejana. Y cuanto más desapareces más pesa la distancia que habita entre quien soy y quien podría haber sido. Ese otro yo que yo mismo he matado.
Aunque a ese ya lo conozco bastante, de ir con él a todas partes y soportar sus burlas y sus bromas pesadas. Y a ti no. Y ya no sabré si me habrías mirado decidida, con los ojos mostrando una fuerza de búfalo y la boca exhalando vigorosamente otra de esas volutas agónicas. O si habrías bajado la vista un segundo, y luego habrías vuelto a mirarme mientras yo decia no sé qué. Poco importa lo que se diga. Importa más que los ojos identifiquen con claridad un brillo que nadie notaría mientras deambulan por los contornos de los pómulos, la boca, el pelo que juega impertinente con la luz.
Importaría más que tú dijeras "me gusta pasear" y yo pagara mi pequeña deuda y te siguiera sin decir nada sobre las piedras silenciosas de las aceras, esperando oir algo que sólo podría salir de tus labios, porque yo hace tiempo que no sé qué decir. De hecho no sé qué hacer, o qué pensar, o a dónde ir, o qué lugar me conviene. Ni qué persona me conviene. En realidad me invade la fatalidad de pensar que soy yo quien no conviene a nadie y eso debe mostrarse muy claramente en algún rincón de mi rostro. Me preguntaría por qué tú no lo viste o quizás te interrogaría explícitamente. Y te sorprendería la pregunta. Pero sólo un segundo, porque en realidad tu rostro declara algo parecido. El contorno suave de tu cara dice "estoy", pero tus ojos denuncian una ausencia. Tu boca declara un "adiós" permanente que el humo del cigarrillo confirma, como si fuera su dueño absoluto y caprichoso. El único a quien prestas atención realmente.
Quizás hubiera podido llegar a mirarte al fondo de los ojos, y correr el riesgo de mirar con tanta calma que al final hubiera visto ese diminuto punto donde se enganchan los alientos de dos, sin remedio. Esa ventanita que sólo se abre por capricho de dos. Como un conjuro de ese aire y ese sol huidizo de la tarde, en ese preciso instante en que toda la confusión sacrílega de la ciudad calla sin darse cuenta, obedeciendo al efluvio invisible de la tierra fresca que yace bajo toneladas de hormigón insensible.
Y quizás habríamos tenido la suerte de volver a sufrir, traspasados los muros de las pieles y enredadas las almas en la sutil y efímera esperanza del día de mañana, la tarde de mañana, la noche de mañana.
El tiempo es un puñal que invita a la locura.
23 de julio de 2008
16 de julio de 2008
12 de julio de 2008
Lluvia
La ciudad se entregó a la caricia de un viento fresco que levantó puntitos de temblor en la piel, preparándose para el sueño o el insomnio. Los aullidos mecánicos cedieron en su continua batalla dando paso a rumores avergonzados y habituales. El paso de la gente se hizo lento y las miradas se levantaron del suelo acudiendo a las luces de neón que palpitaron buscando nueva vida. Los pájaros se disputaron el calor entre las ramas de los árboles, bajo los bancos o entre los gruesos cables del teléfono. Un olor a lluvia adivinada viajó entre las flores cansadas por el desfile de las horas.
Abrió la puerta del portal y contempló ensimismada los coches que recorrían la avenida, ya relajadamente, los hombres que levantaban el cuello de la chaqueta y las mujeres que cruzaban los brazos para aliviar el agravio del frío. Los tacones levantaron un repiqueteo familiar en las piedras del suelo a medida que el cuerpo avanzaba entre los reflejos urbanos, disimulados aún por las últimas llamaradas de un sol fugitivo.
La ciudad habló unos instantes en un lenguaje oscuro de cosas que se acaban, amedrentada por la proximidad de la tiniebla, temiendo algo oculto, no previsto. Cayeron las nubes un poco más, corriendo sobre las lomas de los alrededores, como un ejército de sombras practicando el silencio, siguiendo los contornos sinuosos del monte y el destino del viento. Las brasas pequeñas de los cigarrillos se hicieron presentes, aspiradas por bocas que apuraban el veneno para encontrar una calma lánguida y sólo aparente. Se encendieron las luces interiores de los autobuses revelando la obligada inmovilidad de los viajeros. Y poco a poco la tiniebla fue ganando la partida, hasta que ya las nubes y los montes se declararon temporalmente desaparecidos .
Caminó despacio buscando el silencio y el vacío. Llegaba un momento en que tanto ruido y tantas presencias parecían negar la propia vida, las cosas de una, los propios espacios, incluso los propios pensamientos. Las luces amarillentas de las farolas se fueron haciendo cargo de las pequeñas y acostumbradas agonías del día a día, y las más violentas de los escaparates esclavizaron los ojos una y otra vez, a medida que los pasos la alejaban de todas partes.
Una gota viajó bajo las nubes ocultas, acarició la piel brevemente y luego se perdió en la nada. Otras siguieron su camino, iniciando un juego inocente cuyo objetivo nadie conoció. Quizás quisieron encontrarse en el suelo común al final del camino. Al poco un tamborileo familiar se hizo con el entorno, sobre las marquesinas y las paradas de autobús, leve y reconfortante. Oprimió el pequeño botoncito negro y la tela del paraguas ascendió en el aire y coronó el espacio sobre su cabeza. Encima de la bóveda ligera se inició una melodía sin ritmo conocido, de notas opacas, breves, puntuales y quizás entrañables.
De pronto se vio en medio de aquel apacible lugar sin reconocerlo en absoluto. Años de estar en aquella colmena y no podía recordar un sólo instante en que hubiera estado allí o depositado la mirada sobre alguna de aquellas piedras lisas y perfectamente rectangulares del suelo. Repasó con la mirada los pequeños detalles de aquel rincón inopinadamente desconocido, mientras las gotas se atropellaban en su camino y morían pacíficamente sobre el suelo hasta componer un manto de agua donde la luz encontró el cobijo perfecto. Ni un solo sonido que apagara el canto incansable del agua. Ni una presencia que demostrara que no era la única mujer en el mundo. En todo el universo.
Pensó en un laberinto, pero no había puertas de entrada o salida, sino sólo luces, blancas, azules, púrpuras, amarillas, como testigos mudos de alguien que no quería demostrar su presencia. Un mundo vacío pero luminoso, alegre, aseado por aquel mar que en lugar de viajar en las olas descendía del cielo para lavar las almas. Anduvo unos pasos entre el rumor perdido de las gotas moribundas hasta llegar a un escaparate que había quedado a medio componer. Allí dejaron un maniquí desnudo con los brazos alzados en el aire y la mirada perdida en una súplica inútil.
Caminó protegida por las marquesinas sonriendo a aquellas promesas de felicidad textil multicolor y regresó de nuevo a la lluvia de pulso anárquico y ecos contagiados a las piedras y las magnolias. Se dejó abrazar por la luz descompuesta en mil partículas ligeras como un aliento. Escuchó cuidadosamente, casi con devoción, la dulce melodía del agua. Después tiró hacia abajo del mecanismo del paraguas y alzó el rostro hasta que sintió que corría libre por las mejillas y la frente, provocando un escalofrío que llamaba a la vida y bajaba por el cuello mojando la camisa hasta recalar codiciosa en el pecho tibio y acogedor.
Cuando abrió los ojos se encontró un peluche con la carita inocente aplastada contra el cristal. Una niña de pelo ensortijado la miró curiosa mordiéndose los dedos. En el piso contiguo un hombre ya mayor sonrió y la miró largamente sin avergonzarse. De repente se sintió rodeada de sonrisas extrañamente próximas tras aquellos castillos de cristal. Saludó al peluche de una manera deliberadamente infantil y la criatura siguió el movimiento de su mano, asombrada.
Después, poco a poco, aquella música licuada cesó. Alguien cerró una ventana. Pasó un hombre y miró hacia atrás con gesto impaciente. Después una mujer ensimismada con un increíble lote de libros bajo el brazo .Y luego un hombre joven arrastrando un viejo carrito de la compra que no paraba de quejarse del peso que tenía que soportar.
Tras aquel ruido volvieron poco a poco los rumores rutinarios de la calle. Los chasquidos de las puertas de los taxis. Las voces urgentes de los camareros. La queja de la persiana de un comercio que ponía fin a una jornada excesiva. Finalmente el aire se llenó otra vez de los mil ecos conocidos.
Un día, pasados muchos años, alguien le preguntó en una de aquellas comidas familiares cuál había sido el momento más feliz de su vida. Y el olor de aquellas piedras mojadas volvió a sus recuerdos. Como los mil fulgores del espejo del suelo. Su marido la miró arqueando una ceja, con uno de aquellos nietos imparables encajado entre las rodillas. Ella sonrió mientras todos la miraban con curiosidad. Y no dijo nada.
Gráfico por cortesía de Marian
24 de junio de 2008
Galeg@s
Esto somos: piedras inconmovibles. Granitos redondeados por mil dias de lluvias y mil vientos gélidos y furiosos. Pinos que se atreven a crecer donde el alimento es un milagro, sobre los riscos, abocados siempre al precipicio y siempre buscando la luz. Rocas abiertas por las heladas inclementes y arbustos pequeños pero invencibles. Frutos de una sangre verde que, a falta de los mitos que a otros se les permiten, viven del pulso inmaculado del tiempo y del río que pasa invisible a los pies de las rocas, indiferente a cualquier contienda pero consciente de su eterna tarea.
Moriremos el día que el río detenga su marcha y las piedras abdiquen de su vigoroso silencio. No antes.
22 de junio de 2008
Mondoñedo
Tierra de silencio y de melancolía al decir de algunos. Y escenario de trágicas historias pocas veces contadas, porque ya se sabe que la historia la escribe el vencedor y suelen olvidársele los pasajes desagradables.
En ese plaza y ante esa catedral dicen que rodó la cabeza del mariscal Pardo de Cela, rebelde a los católicos monarcas, gritando "¡Credo!" según algunas fuentes y "¡Clero!" según otras. A las puertas de la ciudad esperaba su amada, portadora del perdón de los imperiales y entretenida por los secuaces del obispo, mientras el religioso apremiaba la ejecución de la sentencia.
12 de junio de 2008
8 de junio de 2008
El Pozo
Lo recuerdo. Un pozo amplio como un cuerpo concentrado en la boca, dilatado y oscuro en su camino hacia los misterios de abajo. Hasta que el sol recorría su sendero azul habitual y uno podía ya ver su propio reflejo allá en el fondo, entre las aguas quietas.
Un espacio mágico del que recomendaban apartarse porque la magia y el peligro suelen tener que ver. Aunque una vez asomada la cabeza al círculo de piedra y envuelta la mirada en las paredes redondas invadidas por el silencio y el palpitar del agua, ya el peligro no contaba.
El espejo del agua iluminaba entonces los muros admitiendo que la vida es posible en la penumbra y la quietud inmutable del fluido atrapado entre las piedras y las tinieblas. Hasta que uno sucumbía a la tentación de romper la monotonía de aquel no pasar nunca nada con algún pequeño guijarro que hacía brotar ondas en el lecho dormido del fondo y los ecos llegaban a los oídos como un murmullo de seres diminutos ocultos entre las piedras y las hierbas, y mil destellos bailaban en el aire frío y sorprendido.
Hay algo infinitamente hermoso en el silencio y la quietud. Algo que niega la angustia y afirma la verdad en su vulnerable universo. Algo que sitúa la respiración en otro mundo donde el aire se vive al tiempo que se respira. Algo que nos traslada a esa otra habitación donde no hay que cerrar la puerta para protegerse de nada.
La pena es no disponer de un par de alas que nos sitúen en ese mágico escenario a voluntad, siempre que el aliento delata un estertor agotado por la falta de calma. O poder reclamar a aquel ser mágico que llenaba las horas infantiles y transformaba todo en un misterio al alcance de la mano.
La pena es ser quien somos y no el proyecto divino fracasado.
Resistimos confiados a un sueño que promete recuperar más sueños y soñar más vidas hasta que ya la vida no puede soñarse por más tiempo.
Se me quedó la imagen del vientre blanquecino de una culebra larga atrapada en el señuelo ingenuo de una taza blanca llena de leche blanca. Y el cesto que la izó fuera del pozo donde fue sacrificada sin que nadie diera ninguna explicación.
Mi pozo está a mi lado en una vieja foto, sencillo y austero, apenas acompañado de los tres palos que sujetaban aquella roldana cantarina. Y aquella casa existe. Sigue allí después de que los grandes plátanos sucumbieran a lo que los hombres llaman conveniencia. Y no sé si mi pozo sigue allí todavía. Pero ya me es igual, porque no puedo verlo. Ni vivirlo asomado al círculo y al triángulo que lejos de vigilar mi debilidad, como hacía aquel otro en los viejos libros de texto, me procuraba alivio para la sed bajo la simple condición del esfuerzo.
28 de mayo de 2008
Piel
No entiendo como he llegado aquí, ni que extraños caminos he tomado para sentir que hay algo bien adentro que puede más que yo. Que en la piel se ha instalado una fuerza convertida en luces y penumbras que hacen de lo común un mundo irrepetible y diáfano preñado de estrellas y promesas.
El reloj ha detenido su súplica y afuera no ocurre nada. Afuera es ningún sitio y aquí vive el espacio todo, teñido de un lamento febril interminable, palpitando en el aire como parte de un tiempo naufragado, entregado a la nada y promovido a centro de todas las preguntas que no quieren respuestas.
Vivo inmerso en un tul que abriga las paredes
y entrega un dulce manto de alientos que me amparan.
Las manos siguen rutas marcadas por la luna
en las noches insonmes escritas con los dedos
recorren mil caminos sin miedo de perderse
y descubren caballos galopando en las brumas.
Ya los ojos no saben qué sol han de seguir
o que tiniebla triste habitaba hace un tiempo,
o si acaso habrá muerto la negra voz del sueño
en las alas que ascienden desde miles de puertas
abiertas por un duende que hasta ahora me odiaba.
Y si quiero saber ya no he de preguntarme
sino sólo esperar y brindarme sin miedo,
convertido en el cáliz que busca tierna lluvia
Y si busco un destino me encuentro aprisionado
entre dulces paredes y asciendo leve al árbol
de las frutas que liban libélulas doradas .
De las valles me nacen azahares de sueños
y en las cumbres florecen montañas sonrosadas.
En el vértice mismo del vientre palpitante
Nacen luces de auroras y flores de otros mundos
Ni un pájaro que anuncie la venida del viento
ni un silbido en el aire que me envíe el destino.
Tan próxima la cierta textura que te envuelve,
la recorro entre sueños suspirando un silencio
y después me descubro el mar entre los labios
y lo bebo febril y te quiero cautiva
Y me sé por tenerte
también tu prisionero
y más vale que nunca
vengan a liberarme.
25 de mayo de 2008
15 de mayo de 2008
Paradoja del refugio
Te hicieron daño.
Pisotearon tu manto de poesía armados con la fuerza de su propio vacío aterrador.
Arrasaron tu campo de amapolas como una turba de borrachos.
Entonces levantaste un muro para que no te lastimaran de nuevo.
Ya nadie te encontró.
Ni siquiera quienes querían ayudarte.
Y la tragedia se consumó en tu mundo silente y solitario.
En tu propio refugio.