REVISIÓN
Panorama Actual del Medicamento 2019; 43 (421): 187-205
Placebo y nocebo
Santiago Cuéllar Rodríguez
SUMARIO
Los efectos placebo y nocebo constituyen un fenómeno importante y bien
documentado que influye en las respuestas a los tratamientos en prácticamente todas las enfermedades y entornos de salud. Su conocimiento y
manejo prudente e individualizado pueden maximizar los resultados terapéuticos y reducir la incidencia del efecto nocebo. Dada la dificultad para
cuantificar individualmente los efectos placebo y nocebo, es conveniente
–cuando no imprescindible– utilizar nuevos diseños de ensayos clínicos, en
los que se contemple el empleo de grupos de control sin tratamiento, además del grupo placebo correspondiente, siempre que las exigencias éticas
así lo permitan. En general, el uso del placebo con propósitos terapéuticos
genera un claro conflicto entre dos de los principios de la bioética, el de
beneficencia y el de autonomía.
Actualmente, el aspecto de simulación o engaño que implica el uso del
placebo en pacientes sin su conocimiento, adquiere la condición de problema ético porque contraviene la concepción regulada universalmente –a
través de declaración de Helsinki y otros acuerdos internacionales posteriores– de respeto a la autonomía del paciente. Sea como fuere, las más
recientes recomendaciones de un panel internacional de expertos apuntan
a que se debe considerar los efectos del placebo como una parte del tratamiento regular, siempre que se informe debidamente a los pacientes sobre
los efectos de placebo y nocebo, priorizando la prescripción de placebo de
etiqueta abierta (identificable como tal por el paciente) en lugar de medicamentos simulados y siempre que exista evidencia empírica de eficacia del
placebo en la condición patológica tratada y la prescripción de un placebo
sea estrictamente legal. En cualquier caso, recomienda no tomar riesgos
excesivos para maximizar los efectos del placebo, tales como prescribir
tratamientos de carácter invasivo, ni considerar el engaño o la simulación
como un componente imprescindible del efecto del placebo.
− Cuéllar Rodríguez S. Placebo y nocebo. Panorama Actual Med. 2019; 43(421):
187-205.
INTRODUCCIÓN1
Según la Real Academia Española
(RAE), la palabra placebo procede
del verbo latino placere (agradar,
complacer); concretamente, es la
primera persona de singular del fu1
Académico correspondiente de la Real
Academia Nacional de Farmacia y de la
Reial Acadèmia de Farmàcia de Catalunya,
y ex-editor científico de Panorama Actual
del Medicamento. El texto de este artículo
se corresponde con la versión in extenso
del discurso pronunciado por el autor en
la Real Academia Nacional de Farmacia
el día 24 de enero de 2019, con el título
“Sobre el placebo: aspectos históricos, clínicos, experimentales, mecanísticos y éticos”.
turo imperfecto de indicativo, lo cual
se traduce en castellano como “(yo)
agradaré” (DLE, 2017). La RAE define al placebo como una “sustancia que, careciendo por sí misma de
acción terapéutica, produce algún
efecto favorable en el enfermo, si
este le recibe convencido de que
esa sustancia posee realmente tal
acción”.
Por contraposición etimológica
al término placebo, nocebo deriva del verbo latino nocere (dañar,
herir, perjudicar física o emocionalmente), igualmente en la forma
de la 1ª persona de singular del futuro imperfecto de indicativo: (yo)
dañaré. En términos clínicos, este
concepto es mucho más moderno
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que el de placebo; de hecho, fue
acuñado en 1961 para denotar el
equivalente negativo de los síntomas favorables que los pacientes
pueden presentar tras recibir un
placebo. Actualmente, el concepto
se ha ampliado y se entiende como
efecto nocebo a los síntomas o
cambios fisiológicos de carácter indeseado o perjudicial, que se siguen
de la administración de una sustancia pero que no son producto de la
actividad biológica y farmacológica
específica de dicha sustancia, si la
tuviera, sino como consecuencia
de las creencias y expectativas negativas del paciente; no son, por lo
tanto, catalogables como efectos
adversos (Aguilera, 2018).
Por tanto, las acepciones modernas de placebo y nocebo van mucho
más allá de los efectos autoinducidos por la convicción de la persona
que recibe una sustancia o procedimiento falsamente activo, en el sentido de hacer aparecer o amplificar
determinados efectos favorables o
desfavorables también con fármacos o procedimientos objetivamente
activos. Un ejemplo patente de esto
último es el estudio del uso de finasterida para el tratamiento de varones
adultos con hiperplasia prostática
benigna, en el que los pacientes que
fueron previamente informados de
los posibles efectos adversos sexuales del fármaco reportaron haber experimentado dichos efectos adversos con una frecuencia tres veces
mayor que aquellos pacientes que
no fueron informados (Wells, 2012).
En la práctica clínica diaria, el
efecto nocebo puede ser tan relevante como el placebo, a veces
incluso más. Con su actitud y, en
especial, verbalmente, los médicos
pueden enviar un mensaje a sus
pacientes, a veces reduciendo su
esperanza de mejora, ante preguntas tales como “¿cuánto tiempo
me queda de vida?”, tras recibir un
diagnóstico especialmente adverso.
El efecto de la afirmación “le quedan
seis meses de vida” es previsiblemente demoledor. En este sentido,
se cita en la literatura biomédica
Panorama Actual del Medicamento
(Lipton, 2007) un caso paradigmático de inducción de un efecto nocebo, el de Clifton Meador, un médico de Nashville (Estados Unidos)
que en 1974 tuvo a un paciente
diagnosticado de cáncer de esófago,
con un pronóstico fatal. El paciente
estaba bajo tratamiento, pero toda
la comunidad médica “sabía” que
el cáncer acabaría rápidamente con
la vida del paciente y así se le informó, atendiendo a la ética médica
más rigurosa. La gran sorpresa llegó
después de que el paciente muriera,
cuando la autopsia descubrió que
presentaba tan solo un pequeño
tumor no localizado en el esófago,
que por sí mismo no habría provocado, ni de lejos, el fatal desenlace.
Simplemente, no había rastro del
cáncer de esófago supuestamente
responsable de la muerte. ¿Murió
el paciente porque creyó que moriría? Como indica el autor de esta
descripción, “los casos perturbadores de nocebo nos han llevado a
que los médicos, padres, maestros,
etc., puedan destruir la esperanza de
una persona al programarla para que
crea en su impotencia”.
En relación con el placebo y el
nocebo, es muy común encontrar
en la literatura biomédica, incluso
entre la más especializada, una errónea identificación de las respuestas
con los efectos, cuando en realidad
hacen referencia a conceptos diferentes. Hace más de medio siglo,
se propuso (Fisher, 1965) considerar
que las respuestas placebo y nocebo
se refieren a “cualquier cambio en
la salud que se produzca después
de la administración de un tratamiento biológicamente inactivo”; es
decir, las diferencias en los síntomas
antes y después del tratamiento. Por
su parte, los efectos placebo y nocebo se refieren a los “cambios solo
atribuibles a los mecanismos específicos placebo y nocebo, tanto neurobiológicos como psicológicos”.
Este matiz diferencial fue revisado posteriormente (Spiro, 1999),
pasando a denominar respuesta
placebo al “cambio conductual observado en la persona que recibe el
falso medicamento (placebo físico)”
y efecto placebo a la “parte del cambio atribuible al efecto simbólico de
la medicación”.
ANTECEDENTES
HISTÓRICOS
La hipótesis más aceptada actualmente es que el término placebo
tiene su origen en un error incorporado en la primera versión latina
de la Biblia, realizada por san Jerónimo (la Vulgata), al traducir al latín
el noveno versículo del salmo 114,
que corresponde al 116 del texto
hebreo utilizado como fuente. Parece que la fuente hebrea empleada
por san Jerónimo contenía un error
de transcripción, lo que dio lugar a
una traducción también defectuosa:
placebo Domino in regione vivorum
(“agradaré al Señor en la región de
los vivos”), en lugar de la que correspondería a la versión correcta: “caminaré en presencia de Yahvé por la
tierra de los vivos”.
Según algunos expertos (Bordelois,
2008), el error existente en el texto
hebreo empleado podría deberse
a la confusión entre término halak
()קלח, que se traduce como caminar,
andar, pasear, y halal ()ללח, que significa alabar, agradar, celebrar, glorificar, cantar. Este error transmitido a
la primera versión de la Vulgata fue
posteriormente corregido y, actualmente el salmo en cuestión vuelve
a ser el 116 original y su redacción
oficial para la iglesia católica (Vaticano, 2019) es “Yo caminaré en la
presencia del Señor, en la tierra de
los vivientes”.
Sea como fuere, en el siglo XII, el
oficio de vísperas de difuntos en la
iglesia cristiana se designaba como
placebo, en referencia precisamente
a la primera palabra de la antífona
basada en el mencionado versículo
del salmo erróneamente traducido.
De hecho, desde el siglo XIV los
cantores del salmo pasaron a denominarse “cantores de placebo”, que
se expresaban con lamentos y llanto
simulados.
Uno de los primeros antecedentes
históricos referidos al uso medicinal del efecto placebo es un texto
de Qusta ibn Luqa, un médico sirio
natural de Baalbek que vivió entre
los años 830 y 910 d.C., mayoritariamente en Bagdad, aunque murió
en Armenia. Qusta fue un cristiano
melquita –de obediencia bizantina–
cuyos escritos en árabe fueron muy
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importantes en la transmisión de los
conocimientos de la Grecia clásica al
mundo árabe.
Escribió un breve tratado titulado
Ligaduras físicas o Sobre encantamientos, conjuros y colgantes en el
cuello, del que solo ha sobrevivido
su traducción latina (De phisicis
ligaturis [De incantatione adiuratione colli suspensione]) y en el que
Qusta afirma que si alguien tiene
confianza en un encantamiento,
ello le ayudará, pues la complexión
del cuerpo sigue la del alma: “y ello
se comprueba por el hecho de que
el miedo, la tristeza, la alegría y el
estupor provocan en el cuerpo no
solo un cambio de color, sino también en otras maneras, como la diarrea, el estreñimiento o la debilidad
extrema”. Incluso llega a hacer una
clara referencia al concepto de nocebo, al afirmar que: “Más aún, yo
he visto que estas cosas son causa
de una alteración prolongada de la
salud, especialmente en las alteraciones que dañan la mente” (Bartra, 2016).
Durante la Edad Media y posteriormente, los sacerdotes cristianos exorcizaban a los enfermos
con agua bendita y todo tipo de
objetos pretendidamente sagrados
(reliquias), como los innumerables
fragmentos supuestamente procedentes de la auténtica cruz (vera
cruz) en la que fue ejecutado Jesús
de Nazaret. Dichas reliquias eran utilizadas –además de representar un
próspero negocio para una parte del
clero– para tratar enfermedades de
todo tipo, fundamentalmente cuadros neurológicos como la epilepsia,
brotes psicóticos e incluso algunos
cuadros del síndrome de conversión
(“posesión diabólica”), todos los
cuales eran aparentemente curados
o experimentaban una notable mejoría… pero sin que nadie se atreviese
a preguntar públicamente por qué
había tantos casos que no respondían a las sagradas reliquias.
Intuyendo el abuso que se hacía
de estas reliquias pretendidamente
sagradas, Enrique IV de Francia y III
de Navarra (1553-1610) creó una comisión para diferenciar el poder curativo del agua bendita y los iconos
genuinamente sagrados de los falsos (Sheldon, 2017). Los resultados
mostraron que algunas personas
experimentaban curaciones o me-
PLACEBO Y NOCEBO REVISIÓN
jorías cuando eran expuestas a las
falsas reliquias, lo que hoy podemos
interpretar como “un placebo de las
reliquias sagradas”… suponiendo
que las propias reliquias auténticamente sagradas carezcan de efecto
placebo.
Uno de los primeros usos documentados de los placebos como
control científico de un efecto potencialmente terapéutico fue el
ensayo realizado por Benjamin
Franklin y Antoine Lavoisier, quienes fueron comisionados –junto
con otros 12 científicos, incluido el
Dr. Guillotin– por Luis XVI en 1784
para comprobar la veracidad de la
afirmación de médico alemán Franz
Mesmer de haber descubierto el
magnetismo animal, una supuesta
fuerza invisible a la que atribuía propiedades curativas.
Franklin y Lavoisier sometieron a
unos pacientes al contacto con objetos mesmerizados y a otros con
similares objetos, pero no mesmerizados (es decir, placebos), todo
ello sin informar a ninguno de los
pacientes a qué tipo de objetos habían sido expuestos (procedimiento
ciego). El resultado del estudio en
cuestión mostró que las respuestas
de los pacientes a los objetos no tenían relación alguna con el hecho de
que estos estuviesen o no mesmerizados, concluyendo que el poder
curativo del supuesto magnetismo
animal carecía de fundamento.
La primera incorporación en el glosario médico del término placebo,
al menos en el ámbito anglosajón,
aparece en la 2ª edición del New
Medical Dictionary de Motherby,
publicada en 1785, donde se define al placebo como commonplace
method or medicine (método o medicina ordinaria), haciendo referencia a ciertas combinaciones de sustancias y procedimientos populares
(ciertos laxantes, estimulación de la
sudoración, sangrías, etc.) cuya eficacia terapéutica ya se cuestionaba
en aquella época. Dos años después
(1787), esta definición es replicada
en el Lexicon Physico-Medicum
de Quincy; más tarde, en 1811, el
Hooper’s New English Dictionary on
Historial Principles, define al término
placebo como “un epíteto dado a
cualquier medicamento empleado
más para complacer que para beneficiar al paciente” (an epithet given
to any medicine adopted more to
please than to benefit the patient)
(Shapiro, 2000).
Especialmente relevante fue demostrar la importancia clínica del
efecto placebo como contribuidor
neto a la respuesta a los tratamientos activos, y no solo a la de los inertes. En este sentido, ya a mediados
del siglo XX se consiguió demostrar
que el efecto de los agentes eméticos podría ser modulado por las
instrucciones que los acompañan.
En concreto, la administración de
ipecacuana –un potente emético– a
un paciente con náusea, al que se
engañó informándole de que era un
agente antiemético, dio lugar a que
la náusea del paciente se aliviara
sustancialmente (Wolf, 1950).
No obstante, el estudio que probablemente más influencia tuvo para
el desarrollo posterior del conocimiento del efecto placebo fue un
metanálisis (Beecher, 1955) en el
que se combinaron los datos de los
grupos de placebo de 15 estudios
clínicos sobre diferentes patologías
y síntomas, incluidos el dolor, el
mareo, la tos y la ansiedad. Los resultados mostraron que, en término
medio, el efecto placebo fue responsable de una mejoría media del 35%
en los síntomas. En el mismo metanálisis, la evaluación de los efectos
adversos asociados con el placebo
mostró que este también condujo
a un número sustancial de eventos
adversos, incluyendo cefalea (25%),
fatiga (18%) y náuseas (10%).
Algunos años más tarde, en una de
las demostraciones experimentales
más sorprendentes del efecto nocebo, un grupo de estudio japonés
(Ikemi, 1962) mostró que algunos
pacientes con historial de alergia al
árbol de la laca (Toxicodendron vernicifluum, anteriormente Rhus verniciflua), experimentaron una notable
reacción cuando se les expuso a
una resina inofensiva que procedía
de otros árboles pero se les informó
que dicha resina procedía de un
árbol de la laca. Dicha reacción adquirió una relevancia clínica notable,
con dermatitis y erupciones cutáneas que persistieron durante más
de una semana.
Aunque tradicionalmente, los conceptos de placebo y nocebo se asocian a la terapéutica farmacológica
(empleo de sustancias químicas o
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biológicas de actividad comprobada
empíricamente), estos fenómenos
también se pueden observar en ámbitos aparentemente tan alejados
como la cirugía. Precisamente, también en la década de los 50 del pasado siglo se publicó un interesante
estudio (Cobb, 1959) en el que se
comparaba una técnica quirúrgica
para prevenir la recurrencia de la
angina de pecho, mediante la ligadura interna de la arteria mamaria,
comparándola con cirugía-placebo.
En aquella época, la experiencia clínica afirmaba que la técnica de ligadura de la arteria mamaria mejoraba
la patología anginosa, al facilitar el
flujo coronario a través de canales
adyacentes. Tanto los pacientes sometidos a cirugía real como aquellos que recibieron cirugía-placebo
fueron anestesiados y se les practicó una incisión en el tórax; sin
embargo, solo en aquellos sometidos a la cirugía real se ligó la arteria
mamaria. Sorprendentemente, los
resultados clínicos producidos por
la cirugía-placebo fueron similares a
los obtenidos con la cirugía real.
Cuatro décadas después se confirmó de una forma más rigurosa y
convincente el poder del placebo en
la cirugía. En un estudio hoy considerado clásico (Moseley, 2002),
se asignó aleatoriamente a 180 pacientes con artrosis (osteoartritis)
de rodilla para ser intervenidos mediante desbridamiento artroscópico,
lavado artroscópico o simple cirugía-placebo, siguiendo un diseño de
ensayo ciego simple el que los pacientes desconocían a qué tipo de
cirugía se les había sometido. Todos
los participantes fueron sometidos
a anestesia general y se les practicaron incisiones en las rodillas para
mantener la ceguera procedimental,
aunque solo en dos de los grupos,
los sometidos a desbridamiento o
lavado artroscópico, se realizó un
procedimiento quirúrgico real, mientras que en los del tercer grupo no
se practicó inserción del artroscopio.
Los pacientes se evaluaron en varias ocasiones a lo largo de los dos
años siguientes, mediante autoreportes de los propios pacientes (empleando tres escalas para el dolor y
dos para el estado funcional de la
rodilla), así como una prueba objetiva de andar y subir escaleras. Los
resultados mostraron que en todas
Panorama Actual del Medicamento
las comparaciones no se apreció
ninguna diferencia estadísticamente
significativa entre los tres grupos,
por lo cual los autores concluyeron
que los dos procedimientos artroscópicos (desbridamiento y lavado)
no ofrecían a los pacientes mejores
resultados que la cirugía placebo.
Tradicionalmente, se ha venido
considerando que, tanto en el ámbito farmacológico como en el quirúrgico, el fenómeno placebo estaba
estrechamente relacionado con procesos de autosugestión mental por
los que el paciente –y, en ocasiones,
el propio médico– eran sometidos a
información deliberadamente falsa;
es decir, una simulación. Por este
motivo, uno de los hallazgos más interesantes –e intrigantes– fue comprobar que los efectos del placebo
también existen incluso cuando no
hay simulación. En este sentido, un
estudio (Kaptchuk, 2010) que comparó la práctica de atención médica
estándar con y sin la adición de placebo identificado como tal para el
síndrome del intestino irritable, encontró que el placebo identificado
mejoró significativamente los síntomas, a pesar de que los pacientes
eran plenamente conscientes de
que el tratamiento que habían recibido era un placebo y que cualquier
beneficio solo debería atribuirse al
efecto placebo.
ASPECTOS CLÍNICOS
Actualmente, disponemos de una
amplia y robusta evidencia empírica de que los efectos placebo y
nocebo son significativos e incluso
cuantificables en numerosas y diversas condiciones patológicas,
como el dolor, la depresión, la enfermedad de Parkinson, la fatiga,
las alergias y otros trastornos inmunitarios, entre otros. Esto supone
que tales efectos pueden modular
sustancialmente la eficacia y la tolerabilidad de los tratamientos farmacológicos activos u otros tratamientos médicos (Evers, 2018).
Esta incuestionable evidencia empírica implica un inevitable desafío
para los profesionales de la salud, no
solo con relación al posible uso de
placebos como parte fundamental
en la objetivación experimental de la
eficacia y la seguridad de los fármacos en cada una de sus potenciales
indicaciones terapéuticas, sino también con la utilización sistemática de
los mecanismos subyacentes a los
efectos nocebo y placebo para optimizar las estrategias de tratamiento
ya establecidas.
A pesar de ello, la utilización del
efecto placebo en clínica todavía es
objeto de una abierta suspicacia por
parte de numerosos profesionales
sanitarios. En un texto clásico de
referencia en este ámbito (Harrington, 1999), se llega afirmar que “Los
placebos son los fantasmas que espantan en nuestra casa de la objetividad biomédica, son criaturas que
se levantan de la oscuridad y exponen las paradojas y fisuras que existen en las definiciones que nosotros
mismos hemos creado acerca de la
realidad y actividad de los factores
involucrados en los tratamientos”.
Como es bien sabido, el resultado
de un tratamiento farmacológico
deriva de la compleja interacción de
diversos aspectos:
− Factores farmacodinámicos y farmacocinéticos, y su impacto real
sobre los mecanismos patogénicos de la enfermedad.
− Vulnerabilidad del paciente, entendida como probabilidad de
recaída o recurrencia de la enfermedad.
− Resiliencia y factores de protección, que incrementan la probabilidad de recuperación.
− Factores generativos o creativos
que aumentan el aprendizaje, la
adquisición de recursos y el desarrollo, que acentúan el crecimiento personal.
En la práctica clínica cotidiana, las
respuestas placebo o nocebo son
la consecuencia convergente de
diversos factores interrelacionados
y asociados con la vulnerabilidad,
la capacidad de recuperación y los
potenciales de crecimiento personal
(Jakovljevic, 2014).
Las razones más frecuentemente
aducidas por los médicos para el
uso del placebo en clínica han sido
la demanda injustificada de medicamentos por parte del paciente,
el objetivo de tranquilizarlo y el
agotamiento de otras opciones terapéuticas. Sin embargo, el uso del
190
placebo en clínica no es ajeno, ni
mucho menos, a los deseos de los
propios pacientes. De hecho, al preguntarles a estos su opinión acerca
del uso de placebos, más del 70%
los consideran aceptable siempre
que el profesional clínico lo considere beneficioso y no dañe al paciente (Hull, 2013), aunque en igual
proporción reclaman su derecho a
ser informados explícitamente en el
caso de recibir una intervención con
placebo (Fässler, 2011).
En definitiva, la manifestación de
los efectos placebo y nocebo no solo
representa una posibilidad teórica,
sino que es – de hecho – algo muy
presente en el ámbito de la medicina
clínica desde hace muchos años,
aunque no siempre de una forma
idónea. En este sentido, una revisión sistemática (Manchikanti, 2017)
realizada con datos procedentes de
12 países desarrollados –incluyendo
a Estados Unidos, Canadá, Alemania
y Gran Bretaña– informó que entre
el 17% y el 80% de los médicos clínicos entrevistados habían administrado a lo largo de su carrera profesional tratamientos con placebo,
a veces de forma tan simple como
un comprimido de lactosa o de sacarosa, o de inyección de una solución
salina, todo ello con independencia
de los sistemas de atención médica
y sus particularidades en los respectivos países.
Los resultados de los estudios
controlados con placebo han mostrado que éste es responsable de
una mejoría en cerca del 60% de
los pacientes que experimentan fatiga relacionada con el cáncer (De
la Cruz, 2010), en el 70% de las
mujeres que experimentaron sofocos menopáusicos (Park, 2015) y
hasta el 80% de los pacientes con
depresión (Kirsch, 2014). Y, lo que
es aún más importante, los placebos se han asociado con una disminución de la mortalidad, como
se demostró en un estudio de restauración hormonal en relación al
riesgo cardiovascular; la mortalidad
fue significativamente menor en las
pacientes adherentes al tratamiento
con placebo en comparación con
aquellas menos adherentes (Padula,
2012). Incluso a nivel tópico, se ha
descrito un efecto neto del placebo,
como el observado con el empleo
de una crema vaginal placebo que
PLACEBO Y NOCEBO REVISIÓN
se asoció con una tasa de erradicación del virus del papiloma humano
(VPH) del 73% (Basu, 2013).
El aspecto físico del placebo parece tener una importancia relevante, como de hecho se ha comprobado cuando se comparan dos
comprimidos placebo pero solo uno
de ellos lleva grabada la marca de
un laboratorio conocido, o cuando
se comparan comprimidos placebo
con distinto color o forma, e incluso
cuando figura un mayor o menor
precio del medicamento en envases
simulados (Khan, 2010).
Por otro lado, se estima que más
del 90% de la llamada “medicina alternativa” está basada en el efecto
placebo (Guijarro, 2015), lo que resulta especialmente relevante en
España ya que, según el Ministerio
de Sanidad, el 23,6% de la población
española ha utilizado alguna vez terapias alternativas, principalmente
yoga, acupuntura y homeopatía
(MSPSE, 2011).
Posiblemente, son los ámbitos de
la neurofarmacología y de la psicofarmacología donde se han investigado más extensamente los efectos
placebo y nocebo, particularmente
en el tratamiento de la depresión.
En algunos estudios, el efecto placebo alcanzó tal dimensión que ha
llevado a algunos especialistas a recomendar su uso sistemático en el
tratamiento de pacientes con formas
leves o moderadas de depresión
(Kirsch, 2002). Aún más, hay estudios que muestran que la respuesta
antidepresiva al placebo en pacientes con depresión diagnosticada llegan a manifestarse antes que la de
los propios fármacos antidepresivos
(Quitkin, 1991).
De alguna manera, el placebo parece producir cambios en el cerebro
similares a los registrados con antidepresivos de eficacia contrastada,
como la fluoxetina. De hecho, hay
estudios de neuroimagen por medio
de la PET (tomografía por emisión de
positrones) que revelan que el tratamiento con placebo o con fluoxetina
induce similares aumentos metabólicos regionales en el cingulado prefrontal y posterior, y disminuciones
metabólicas en la región subgenual
del hemisferio izquierdo y en el tálamo. Resultan particularmente
interesantes los efectos sobre la
corteza prefrontal, relacionada con
funciones tales como la generación
de expectativas, la evaluación cognitiva, la recuperación de la memoria
y la modulación emocional; tanto es
así que se ha demostrado que la pérdida del control prefrontal se asocia
con una pérdida de respuesta al placebo (Benedetti, 2013).
El tamaño del efecto asociado a una
intervención es un aspecto muy relevante para cualquier ensayo clínico
comparativo. Si lo que se pretende
saber es, por ejemplo, si un tratamiento novedoso A es mejor que un
tratamiento estándar B para la prevención, curación o recuperación de
algún trastorno, resulta pertinente
no solo estudiar si los pacientes
tratados con A responden más que
los tratados con B sino también la
medida en que tal diferencia se presentaría en la población, más allá de
lo que se observa en la muestra que
el investigador conoce. Es decir, si
la conclusión del estudio es que A
es significativamente mejor que B,
interesa saber cómo de extrapolable es este resultado a la población
general potencialmente usuaria de
dichos tratamientos. La reducida
cantidad de personas que participan
en un estudio, el nivel de riesgo que
se acepta correr en la generalización
y los errores de medición de las variables clínicas son, entre otras, las
limitaciones del experimento que
restringen la solidez de la afirmación
de la superioridad de A sobre B para
la población de la que se obtuvieron
las personas que participaron del
estudio.
En este sentido, el valor de la denominada d de Cohen es, justamente,
el que da la medida del tamaño del
efecto, mediante la que se cuantifica el número de desviaciones
típicas de diferencia que hay entre
los resultados de dos grupos que se
comparan (experimental y control).
Una d de 0,2-0,3 supone un efecto
pequeño, en torno a 0,5 supone un
efecto medio y a partir de 0,8 supone un efecto grande. Obviamente,
determinar el tamaño del efecto en
los ensayos clínicos controlados con
placebo es un aspecto de capital importancia para determinar la relevancia real del placebo en la terapéutica
cotidiana. Como muestra de ello, se
ha demostrado que la magnitud de
los efectos de la analgesia controlada con placebo en condiciones de
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dolor nociceptivo e idiopático es elevada, como lo indica una d de Cohen
superior a 0,8 (Vase, 2016).
El placebo ejerce efectos inhibitorios sobre el dolor en tres aspectos
que probablemente estén asociados
con hiperalgesia y sensibilización
central: percepción de aumento de
la intensidad del dolor a lo largo del
tiempo cuando un estímulo dado se
aplica repetidamente por encima de
un valor crítico (windup-like pain),
área de hiperalgesia secundaria y
dolor clínico en curso. Así, los efectos del placebo sobre el dolor espontáneo, las áreas de hiperalgesia y el
windup-like pain se relacionaron en
un estudio con los niveles de dolor
esperados, que representaron entre
el 24% y el 53% de la variación en
los niveles de dolor después de la
administración local de lidocaína
(Petersen, 2014).
La enfermedad de Parkinson es
otro de los trastornos neurológicos
en los que las tasas de respuesta al
placebo son elevadas. Hace años
que se obtuvo la primera evidencia
(De la Fuente, 2002) de los mecanismos neurobiológicos que subyacen
al efecto placebo en la enfermedad
de Parkinson, demostrándose mediante neuroimagen por PET que
una inyección de placebo conducía
a la liberación de dopamina en los
núcleos estriatales.
Desde entonces se han realizado
numerosos estudios para investigar
los fundamentos neurobiológicos de
las respuestas placebo en el parkinsonismo. En una reciente revisión
(Quattrone, 2018), se concluyó que
la mejora motora depende de la activación de toda la vía nigrostriatal
inducida por la liberación de dopamina en el estriado dorsal; que la
magnitud de los efectos inducidos
por el placebo se modula por una
expectativa de mejoría, que a su vez
está relacionada con la liberación
de dopamina dentro del estriado
ventral; y que el funcionamiento de
las vías neuronales subyacentes a la
respuesta del placebo puede ajustarse mediante la exposición previa
y las estrategias de aprendizaje.
La fibromialgia es un síndrome
de dolor regional múltiple crónico
común, que afecta aproximadamente al 2% de las personas en la
población general, aunque es ocho
veces más común en mujeres que
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en hombres y aumenta con la edad.
Los principales síntomas incluyen
dolor generalizado, fatiga, sueño no
reparador y deterioro cognitivo. Por
el momento, no se ha establecido
un tratamiento específico y por ello,
aunque es muy común el empleo de
analgésicos y antidepresivos, se recurre habitualmente a terapias complementarias a las farmacológicas,
como la educación del paciente, el
ejercicio aeróbico, la acupuntura y
la terapia conductual cognitiva, etc.
Con los objetivos de determinar si
el tratamiento con placebo en ensayos clínicos aleatorizados es efectivo
para la fibromialgia e identificar los
posibles determinantes de la magnitud de cualquier efecto placebo,
se llevó a cabo un metanálisis de
los estudios publicados en la literatura científica (Chen, 2017). Los
resultados mostraron que los participantes que recibieron placebo en
los ensayos clínicos experimentaron
mejorías significativamente mayores
en el dolor, la fatiga, la calidad del
sueño, la función física y otras variables clínicas relevantes que aquellos los que no recibieron ningún
tratamiento. La magnitud del efecto
placebo para el alivio del dolor fue
clínicamente moderado (d=0,53;
intervalo de confianza para el 95%,
IC95% 0,48 a 0,57), aunque aumentó
con el incremento de la intensidad
del tratamiento activo, la edad del
participante y la mayor intensidad
del dolor basal, pero disminuyó en
los estudios con mayor participación
femenina y con mayor duración de
la fibromialgia.
Hace tiempo que se sabe que el
método de administración del fármaco puede influir significativamente en la respuesta analgésica.
Un estudio mostró que el efecto
placebo puede eliminarse mediante
inyección oculta (infusión mediante
una máquina programada) o mejorarse con una inyección a la vista
del paciente (Levine, 1984). En el
estudio de la variabilidad de la respuesta a los analgésicos y el papel
de la activación no específica de los
opioides endógenos (endorfinas), se
comprobó que cuando el efecto placebo no está presente, la efectividad
del fármaco se reduce, así como la
variabilidad de la respuesta al mismo
(Amanzio, 2001).
Los beneficios y riesgos del placebo son bien conocidos en cardiología y su uso ha sido determinante
para la evolución de prácticamente
todos los tratamientos actualmente
disponibles. En este sentido, la revascularización del miocardio mediante láser, que había mostrado
en estudios abiertos resultados prometedores para reducir la angina,
dieron resultados negativos cuando
los estudios posteriores fueron controlados con placebo. Otro tanto
sucedió con el procedimiento de
denervación de la arteria renal en el
control de los cuadros refractarios
de hipertensión arterial que, tras resultar muy prometedor inicialmente,
no demostró ninguna eficacia objetiva en un estudio adecuadamente
controlado con cirugía-placebo.
Estos y otros estudios similares sugieren que un placebo podría reducir
los síntomas subjetivos y posiblemente las respuestas autónomas en
cuadros patológicos tan relevantes
como la hipertensión, la insuficiencia cardíaca congestiva y la fibrilación auricular paroxística (Sheldon,
2017).
En un metanálisis que agrupaba
los resultados de varios ensayos clínicos controlados en hipertensión,
con relación a los cambios en la
presión arterial en los grupos tratados con placebo, observaron que la
presión arterial sistólica disminuía
en una media de 5,9-8,8 mmHg, de
forma estadísticamente significativa
(Patel, 2015).
Una revisión sistemática (Sohaib,
2013) de los datos relativos a la mejoría de los síntomas en ensayos clínicos aleatorizados controlados de
terapia de resincronización cardíaca
(TRC) encontró que la tasa media
de respuesta fue del 51% con TRC
y del 35% en el brazo de control, lo
que indica que aproximadamente el
70% del beneficio aparente no fue
el resultado de la intervención terapéutica. En esta misma línea, se
ha informado de respuestas aproximadamente similares en los brazos
de control para fármacos betabloqueantes, inhibidores de la enzima
convertidora de angiotensina (IECA)
y antagonistas de la aldosterona.
Particularmente interesante es un
metanálisis de ensayos clínicos aleatorizados de fármacos cardiovasculares, acerca de los efectos sobre la
192
mortalidad ligada a la adherencia al
uso de un placebo. Los pacientes
con una buena adherencia al placebo tuvieron una mortalidad significativamente menor que aquellos
con un cumplimiento deficiente, así
como una mortalidad más baja que
los pacientes con una adherencia
deficiente al tratamiento con medicamentos verdaderos (Yue, 2014).
La artritis idiopática juvenil es
una de las enfermedades crónicas más comunes de la infancia,
que afecta a hasta 1 de cada 1.000
niños. Generalmente persiste hasta
la edad adulta y puede llevar a una
morbilidad significativa a largo
plazo, incluida la discapacidad física,
a pesar de que la incorporación de
los agentes biológicos específicos
ha mejorado considerablemente los
resultados a corto y medio plazo. No
obstante, la cronicidad de la enfermedad hace que el efecto placebo
sea difícil de estimar en la artritis
idiopática juvenil, debido a su curso
natural fluctuante así como por la
heterogeneidad de los ensayos clínicos realizados, lo que dificulta la
obtención de una conclusión sin
sesgos sobre la efectividad de los
tratamientos experimentales.
Por estos motivos, un estudio (Demirkaya, 2016) analizó la carga del
efecto placebo a través de una revisión sistemática y un metanálisis de
todos los ensayos clínicos en esta
patología que utilizaron placebo
como comparador. Los resultados
mostraron que en los ensayos con
un diseño de estudio paralelo, un
número considerable de pacientes
parece beneficiarse de un efecto
placebo, aunque este efecto es significativamente menor en pacientes con enfermedad sistémica. Por
su parte, en los ensayos clínicos
donde el tratamiento estadístico
de la pérdida posaleatorización se
hace en función del criterio de retirada o withdrawal (por el que los
pacientes que presenten determinadas circunstancias son obligados a
abandonar el estudio, sin que pueda
ser sustituido por otro), el efecto placebo es similar entre las diferentes
categorías de artritis idiopática juvenil. En definitiva, el efecto placebo
debe considerarse no solo al evaluar
la efectividad de las intervenciones
en esta patología sino también para
PLACEBO Y NOCEBO REVISIÓN
el diseño del estudio y el cálculo del
tamaño de la muestra.
Un interesante estudio aleatorizado, doblemente ciego y cruzado
(Wechsler, 2011) evaluó si las intervenciones con placebo en el asma
pueden conducir a cambios objetivos en el calibre de las vías respiratorias, a mejoras subjetivas descritas
por los propios pacientes, o a ambas,
más allá de los cambios en la función pulmonar y los síntomas que
son atribuibles a la evolución natural
de la enfermedad. En concreto, se
compararon los efectos del salbutamol (un broncodilatador beta-adrenérgico), con los de un inhalador
simulado, de la aplicación simulada
de acupuntura y de un grupo de
control sin tratamiento. Cada una de
las cuatro intervenciones se aplicó
aleatoriamente a los pacientes asmáticos en una secuencia de cuatro
visitas, formando un bloque que se
repitió en tres ocasiones, totalizando
12 visitas por paciente, midiéndose
antes y después de la intervención
en cada visita tanto parámetros objetivos como el volumen espiratorio
forzado en 1 segundo (FEV1), como
las valoraciones subjetivas de los pacientes recogidas en sus respuestas
a los cuestionarios de control sintomático del asma.
Los resultados mostraron que el
porcentaje de aumento en el FEV1
después de la administración activa
de salbutamol (+20,1%) fue significativamente mayor que para el
resto de intervenciones (+7,5% con
placebo, +7,3% con la acupuntura
simulada y +7,1% en el control sin
tratamiento), sin ninguna diferencia
significativa entre las tres intervenciones inactivas. Por el contrario, la
mejora subjetiva se observó tanto
en el grupo de tratamiento activo
(+50%), como en los grupos de intervención con placebo (+45%) y
acupuntura simulada (+46%), pero
fue significativamente inferior en
el grupo de control sin tratamiento
(+21%), sin que se registrase ninguna diferencia significativa en la
mejoría subjetiva observada entre
los brazos de tratamiento activo, de
placebo y de acupuntura simulada.
Estos hallazgos son consistentes
con estudios previos que habían
demostrado un intenso efecto placebo para las variables subjetivas
del control del asma, a pesar de
la falta de mejora de las variables
objetivas. Esto plantea la cuestión
de si los resultados subjetivos en
el asma son intrínsecamente poco
fiables y, de ser así, si el tratamiento
debe dirigirse al aumento de la función pulmonar o centrarse en mejorar la experiencia subjetiva de la
enfermedad por el paciente (Dutile,
2014). Si bien muchos neumólogos
estarían de acuerdo en que la función pulmonar es el principal determinante del control del asma, otros
han argumentado que un modelo
de atención centrado en el paciente
debería centrarse también en mejorar la percepción de los síntomas y
la calidad de vida (Moerman, 2011).
De hecho, la mayoría de las guías
clínicas indican que el tratamiento
del asma debe basarse tanto en el
control de los síntomas subjetivos
como en la medición objetiva de la
función pulmonar.
Un aspecto ilustrativo del poder
del efecto placebo tiene que ver
con las expectativas que provoca
en los pacientes la novedad de un
determinado tratamiento. En concreto, un metanálisis que incluyó
117 estudios sobre el tratamiento
de la úlcera péptica (Moerman,
1981) evidenció la importancia de
la paulatina pérdida de fe en la medicación. Los resultados del estudio
mostraron que la cimetidina, que
en 1975 era un nuevo y revolucionario fármaco antiulceroso que inicialmente había cosechado éxitos
terapéuticos en más del 80% de
los pacientes tratados, con el paso
del tiempo la tasa de eficacia clínica cayó hasta poco más del 50%.
Resultados similares se obtuvieron
más tarde con ranitidina.
El síndrome del intestino irritable es un trastorno gastrointestinal
funcional crónico caracterizado por
episodios recurrentes de dolor abdominal, malestar y hábitos intestinales alterados que no se explican
por anomalías estructurales o bioquímicas, sino a una compleja interacción de diversos factores, como
las influencias ambientales, las interacciones entre padres e hijos y las
respuestas perturbadas al estrés.
Atendiendo a esto último, el síndrome del intestino irritable es una
patología tradicionalmente considerada como muy sensible al efecto
placebo. Una reciente revisión siste193
mática (Flik, 2017) ha estudiado los
ensayos clínicos aleatorizados controlados que comparan diferentes
intervenciones psicológicas (terapia
cognitiva, conductual, psicodinámica a corto plazo e hipnosis) para
el tratamiento de pacientes adultos
con síndrome del intestino irritable
que fueron publicados entre 1966
y 2016. Las intervenciones placebo
se consideraron adecuadas si el número de sesiones y la cantidad de
tiempo que pasaron con el terapeuta
fueron los mismos que con la psicoterapia activa. Los resultados mostraron una tasa global de respuesta
placebo para las terapias psicológicas que osciló entre el 25% y el
59%, con una media combinada del
41%. Considerando específicamente
la tasa de respuesta al placebo, varió
de 0% al 267% para la ansiedad, del
6% al 52% para la depresión, y del
20% al 125% para la calidad de vida.
Dado que los registros históricos de
respuesta placebo con los tratamientos farmacológicos, dietéticos
y de la medicina complementaria
osciló entre 38% y el 47%, la respuesta al placebo de intervenciones
psicológicas parece ser comparable
a la de estas últimas.
EL PLACEBO
EN LA INVESTIGACIÓN
DE NUEVOS FÁRMACOS
Desde hace varias décadas, un
aspecto fundamental de la investigación de nuevos medicamentos es
mostrar que el medicamento experimental es más efectivo que el placebo, para confirmar objetivamente
su eficacia. En este sentido, el primer ensayo clínico controlado con
placebo y publicado se realizó en el
año 1931, en el que se estudiaba el
aurotiosulfato (Sanocrysin®) como
tratamiento de la tuberculosis, utilizándose agua destilada como placebo (Amberson, 1931).
Desde entonces se han desarrollado estrategias especiales para predecir el comportamiento de los pacientes en relación al placebo, con
el fin de excluirlos antes de que sean
admitidos a un ensayo clínico aleatorizado y controlado con placebo
o para eliminar o reducir los efectos
Panorama Actual del Medicamento
más relevantes de este último, especialmente con el fin de evitar lo que
se conoce como “paradoja de la eficacia” (efficacy paradox). Esta paradoja implica que los grupos (brazos)
de tratamiento con placebo del estudio podrían llegar a experimentar
un efecto mayor que el tratamiento
supuestamente activo o basado en
la evidencia.
En general, una elevada tasa de
respuesta al placebo obstaculiza los
esfuerzos para detectar la eficacia
real de los nuevos fármacos, contribuye a que los resultados de los ensayos resulten fallidos o ambiguos y,
en última instancia, retrasan la incorporación de nuevos tratamientos a la
clínica (McQueen, 2013).
Un fenómeno particularmente interesante es el efecto positivo que se
observa en la conducta de las personas participantes en una ensayo clínico, aparentemente debido al simple hecho de saberse observadas.
Este efecto es conocido desde hace
tiempo e incluso es utilizado desde
la psicología industrial.
Un ejemplo paradigmático de ello
es el experimento realizado en los
años 20 del siglo pasado, que describió lo que se denominó efecto
Hawthorne. El nombre hace referencia a un pueblo próximo a Chicago,
en Estados Unidos, en el que se ubicaba la Western Electric Company,
donde se realizó un conjunto de
experimentos psicológicos relacionados con los condicionantes de la
productividad laboral de los más de
20.000 empleados de la compañía.
En concreto, se observaron mejoras
en el rendimiento laboral tras la implementación de cambios en el sistema de producción, pero con la peculiaridad de que esta mejora podía
observarse tanto si los cambios
eran objetivamente positivos para
el proceso de producción, como si
no lo eran. Tras varios años de observación sistemática, la conclusión
fue que una parte relevante del beneficio observado se debía al hecho
de que los trabajadores se sabían
observados y no al efecto propio relacionado con el proceso productivo
implementado (Sedwick, 2015).
Otro interesante fenómeno es el
denominado regresión a la media,
que refleja el hecho de que, en la
medición de una variable clínica de
naturaleza continua en un ensayo
clínico, los individuos que se encuentran más alejados de los valores medios de la variable tienen más
probabilidades de obtener, en mediciones posteriores, un resultado
que tiende a converger con el valor
medio de la población estudiada. El
fenómeno de regresión a la media
es mucho más común en estudios
con enfermos de patologías de carácter fluctuante, como la artritis
reumatoide o la colitis ulcerosa, en
las que el paciente solicita atención
médica –o acepta participar en un
ensayo clínico– cuando los síntomas
son más graves, en un brote agudo,
por lo que en observaciones posteriores, cuando el paciente se siente
observado y los síntomas han remitido o disminuido, la estimación de
la gravedad del cuadro patológico es
claramente inferior (Whitney, 1992).
El efecto Rosenthal, también conocido como efecto Pigmalión o efecto
esperado, se manifiesta en contextos terapéuticos, donde tanto los clínicos como los evaluadores, con el
paso del tiempo, pueden dar menor
importancia a los síntomas comunicados porque esperan que los pacientes mejoren con el tiempo, lo
cual podría conducir a una falsa impresión de mejoría. Este efecto también influye en la interacción entre
clínico y paciente, dando como resultado un mayor efecto placebo, o
un mayor efecto psicoterapéutico y,
por lo tanto, una verdadera mejoría.
Por su parte, el efecto halo implica
que la mejora en un síntoma da
lugar a expresiones de optimismo y
bienestar por el paciente, que reducen el impacto negativo de los otros
síntomas que no han mejorado objetivamente.
Por otro lado, el comienzo de un
tratamiento a menudo se asocia con
cambios en el estilo de vida, que
pueden haber sido sugeridos o no
por el clínico: evitar situaciones estresantes, reducir los compromisos
actuales, recibir mayor apoyo de la
familia, etc., todo lo cual puede ayudar a la recuperación, reducción del
estrés y/o aumento del apoyo familiar y social.
En síntesis, los mecanismos que
confluyen e incluso se superponen
en cualquier proceso farmacoterapéutico pueden enumerarse de la
siguiente forma (Andrade, 2012):
194
− Verdadero efecto de la medicación, determinado por la farmacodinamia y farmacocinética.
− Uso de otros tratamientos adyuvantes (prescritos o no por otros
médicos no implicados en la gestión terapéutica cotidiana del paciente).
− Verdadero efecto placebo atribuible a la expectativa y el condicionamiento del paciente.
− Efectos psicoterapéuticos inespecíficos, tales como la interacción
clínica durante la visita inicial y las
sucesivas, que habitualmente suponen un apoyo emocional para
el paciente.
− Respuesta espontánea o remisión
de la enfermedad o condición patológica. En muchos trastornos,
cuanto mayor es la duración del
tratamiento, mayor es la probabilidad de que algunos pacientes
respondan o remitan, en función
de la historia natural de la enfermedad.
− El comienzo de un tratamiento a
menudo se asocia con cambios
en el estilo de vida sugeridos o no
por el clínico, tales como evitar
situaciones estresantes, reducir
los compromisos actuales, recibir
mayor apoyo de la familia, etc.
− Finalmente, un conjunto heterogéneo de fenómenos sociológicos
y estadísticos, entre los que cabe
destacar el efecto Hawthorne, la
regresión a la media, el efecto
Rosenthal (Pigmalión o efecto esperado) y el efecto halo.
Por otro lado, en los ensayos clínicos controlados la relevancia del
efecto placebo tiende a ser mayor
en patologías en las que las variables clínicas de medida son “blandas”; es decir, referidas a valoraciones subjetivas de síntomas, que son
difícilmente reproducibles, como el
dolor, el insomnio, la depresión, la
esquizofrenia, el asma o el colon irritable, frente a aquéllas con variables
“duras”, que miden signos y marcadores biológicos objetivables de la
enfermedad, fácilmente cuantificables y reproducibles, como el ictus,
el infarto de miocardio o las diversas patologías neoplásicas (Carné,
2006).
Existe una creciente evidencia de
que la composición genética del individuo (un rasgo estable, en defini-
PLACEBO Y NOCEBO REVISIÓN
grupo “sin tratamiento”, se sobrestima el efecto placebo (Figura 2).
Finalmente, cuando el ensayo clínico
no dispone de “grupo placebo”, se
produce una sobrestimación de los
resultados del tratamiento (Figura 3).
Todo lo anterior parece sugerir
que los ensayos clínicos aleatorizados podrían haber estado sobrestimando el verdadero efecto farmacológico de los nuevos fármacos
(Lund, 2014). De hecho, una amplia
revisión que analizó los ensayos clínicos publicados entre 1966 y 2010
(Olfson, 2013), encontró que había
habido una disminución significativa
en el tamaño del efecto promedio
entre el fármaco y el placebo.
Con el fin de acotar las respuestas
al placebo en los ensayos clínicos
controlados, se están empleando
nuevos diseños de estos. Uno de los
que más atención están concitando
es el denominado diseño secuencial
Resultados obtenidos en un ensayo clínico
Resultados debidos
al tratamiento
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Resultados debidos
al contexto terapéutico
Figura 1. Resultados de un ensayo clínico con tres brazos de estudio.
Resultados obtenidos en un ensayo clínico
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Resultados debidos
al efecto Hawthorne,
regresión a la media,
evolución natural...
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o
tiva) influye en los resultados clínicos
y, potencialmente, puede permitir la
identificación de pacientes que responden en mayor o menor medida
al placebo. La actual disponibilidad
de pruebas genómicas, a través de
las diferentes “ómicas” (proteómica,
metabolómica, etc.) ofrece la oportunidad de comprender, controlar y
aprovechar la respuesta del placebo.
Sin embargo, a pesar del evidente
potencial de estas tecnologías para
el desarrollo de productos farmacéuticos más seguros y efectivos, así
como de la medicina personalizada,
no se dispone todavía de muchos
estudios suficientemente exhaustivos como, por ejemplo, los estudios
de asociación del genoma completo
(genome-wide association studies,
GWAS), para identificar correlatos
genómicos (u otros biomarcadores)
de la respuesta al placebo. En definitiva, el “placeboma” (Hall, 2015).
Desgraciadamente, los ensayos
clínicos controlados con placebo
con datos de estudios de asociación
del genoma completo disponibles
hasta ahora carecen de una dimensión clave: un brazo de estudio de
control sin tratamiento. Esta es una
de las metodologías que podrían
desenmarañar las respuestas genuinas, psicosociales y fisiológicas
de placebo a los diversos símbolos,
rituales y comportamientos del encuentro clínico de la remisión o disminución de la enfermedad. Debido
a que la mayoría de los diseños de
ensayos no incluyen un brazo de
control sin tratamiento, fundamentalmente por motivos éticos, no es
posible cuantificar qué parte de la
respuesta al placebo representa al
efecto placebo “absoluto”, la evolución natural de la enfermedad,
la regresión a la media u otras influencias externas. Para complicarlo
todo, cuando los estudios incluyen
un brazo sin tratamiento, a menudo
también se observan mejoras en
este grupo (Hróbjartsson, 2010).
Cuando el ensayo clínico presenta
tres grupos –tratamiento, placebo y
sin tratamiento– (Figura 1) permite
diferenciar los resultados debidos al
tratamiento, al contexto terapéutico
y los producidos por la participación
de un paciente en un estudio (Morral, 2017).
Sin embargo, cuando el ensayo clínico no contempla en su diseño un
Figura 2. Resultados de un ensayo clínico con dos brazos de estudio
(tratamiento activo y placebo).
195
Panorama Actual del Medicamento
Resultados obtenidos en un ensayo clínico
diferentes enfoques metodológicos,
sin embargo tanto la extrapolación
de las conclusiones científicas al
mundo real de la clínica como los
dilemas éticos están lejos de haber
sido resueltos.
Resultados debidos
al tratamiento
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Resultados debidos
al efecto Hawthorne,
regresión a la media,
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Figura 3. Resultados de un ensayo clínico con dos brazos de estudio:
tratamiento activo y sin tratamiento.
paralelo comparativo (sequential parallel comparative design; SPCD), en
el que durante la primera etapa del
ensayo más de la mitad de los participantes son asignados al brazo de
placebo y los que no responden al
placebo son reasignados en una segunda parte del ensayo, con la mitad
de los que reciben el medicamento
y la otra mitad con el placebo. El
beneficio de este diseño es que los
estudios pueden retener el mismo
nivel de potencia descriptiva, pero
requieren entre un 20% y un 50%
menos de participantes, lo que supone un ahorro notable y, por ende,
facilitaría la realización de nuevos
ensayos clínicos (Heger, 2013).
También el efecto nocebo puede
afectar drásticamente al diseño y
desarrollo de los ensayos clínicos
de nuevos medicamentos, aunque
de una manera diferente al placebo,
como han mostrado dos metanálisis (Mitsikostas, 2012; Weissenfeld, 2010) que analizaron el efecto
nocebo en ensayos clínicos para la
prevención de la migraña y la cefalea tensional. Dichos metanálisis revelaron que 1 de cada 20 pacientes
tratados con placebo suspendieron
el tratamiento debido a reacciones
adversas y, por otro lado, los efectos
adversos esperados de la medicación activa confirmaron que las sugerencias preliminares inducen los
eventos adversos en pacientes tratados con placebo. En definitiva, la
conclusión fue que el efecto nocebo
redujo la población del estudio en
un 10% y limitó la validez de los resultados del tratamiento en ensayos
controlados aleatorios para cefalea
primaria.
En cualquier caso, es importante
insistir en que el efecto que puede
tener lugar tras la administración de
un placebo depende de muchos factores, de los que actualmente solo
podemos manejar algunos (Benedetti, 2014), fundamentalmente el
componente psicológico. Sin embargo, aunque esta manipulación
puede ser suficiente en el contexto
de la práctica clínica cotidiana, en
un ensayo clínico hay otros muchos
otros factores que pueden ser responsables de la mejora obtenida con
el placebo, incluida la evolución natural de la enfermedad o de los síntomas, la idoneidad de los criterios
de inclusión y exclusión del ensayo,
la elección de las variables clínicas
principal y secundarias, etc.; todos
los cuales no son fácilmente manejables.
Por lo tanto, aunque hoy estamos
en una buena posición para modular
la respuesta del placebo en ambas
direcciones, así como para detectar a pacientes respondedores y no
respondedores al placebo mediante
196
MECANISMOS
PSICOLÓGICOS
DEL PLACEBO
A pesar de su ya amplia historia en
la medicina, estamos aún lejos de
disponer de un modelo explicativo
integrado del mecanismo de acción
del placebo. Entre las explicaciones
psicológicas se han mencionado la
existencia de prejuicios personales
positivos o negativos, autosugestión, autoengaño (profecía autocumplida), rasgos de personalidad
relacionados con el optimismo y
el pesimismo, efectos de la expectativa interpersonal y dinámicas
interpersonales únicas (relación
médico-paciente favorable, neutra
o desfavorable), así como rasgos de
personalidad farmacofílicos y farmacofóbicos (Pozgain, 2014).
Con todo, el marco teórico predominante actualmente (Colloca, 2011)
se fundamenta en la denominada
Teoría del Marco Integrador (Integrative Framework Theory) de Charles
Peirce, que esencialmente propone
que el efecto placebo es una respuesta aprendida, por lo que varios
tipos de señales (verbales, condicionadas y sociales) desencadenan
expectativas sobre las respuestas
al tratamiento, lo que genera un
efecto placebo a través del sistema
nervioso central y que, pese a que
dichas señales difieren en su naturaleza, se integran entre sí para provocar tales expectativas. No obstante,
también es posible que dos o más
señales puedan competir entre ellas
por la asociación con un resultado
dado. Incluso, podría ocurrir que si
una señal ya tuviese un marcado
carácter predictivo por sí misma, la
incorporación de otras señales diferentes no aportase ningún aprendizaje adicional.
Según este marco teórico del fenómeno placebo (y nocebo), esas
señales proporcionan información
sobre la probabilidad de que se pro-
PLACEBO Y NOCEBO REVISIÓN
duzcan determinados eventos en el
futuro a partir de la experiencia en
el pasado de los eventos percibidos
siguiendo esas mismas señales.
En el contexto del efecto placebo,
cuando un paciente se encuentra
ante un tratamiento (ya sea activo
o placebo), las señales verbales,
contextuales y sociales presentes
hacen que el individuo recuerde
las sensaciones experimentadas en
situaciones anteriores, lo que a su
vez se convierte en una expectativa
de lo que es probable que se experimente en respuesta al tratamiento
actual. Ni siquiera es preciso que las
señales que desencadenan los efectos placebo ahora sean idénticas a
las que se experimentaron anteriormente; tan solo necesitan compartir algunas características, hasta el
punto de que, por ejemplo, la simple sugerencia verbal sobre dos tratamientos diferentes –que incluso
podrían ser diversos en términos de
sus características físicas– pueda inducir un efecto placebo, con tal de
que se indique al paciente que los
dos tratamientos tienen mecanismos y resultados similares (Colagiuri, 2017).
Tampoco parece ser preciso un
estado de atención consciente para
que el fenómeno placebo funcione
eficazmente, lo que implica la existencia de un estado predictivo o
anticipador general. Hay datos experimentales que registran efectos
placebo y nocebo significativos
tanto en el grupo de personas en
las que se utilizaron estímulos claramente visibles, como en aquellos
en los que se emplearon estímulos
inconscientes (Jensen, 2012).
El condicionamiento clásico es
considerado como el principal mecanismo de aprendizaje para justificar el efecto placebo. Además de
su más conocido experimento realizado en perros en relación a la salivación condicionada por la visión de
alimentos, Iván Pavlov también demostró que acompañar el sonido de
una campana con la administración
de morfina –que induce inquietud en
los perros– llevó a estos a sentirse
inquietos cuando más tarde solo escucharon la campana (sin administrarles morfina), proporcionando una
evidencia precoz de que el efecto
placebo puede ser condicionado.
En términos del efecto placebo,
las señales contextuales –como una
jeringa o una sala de hospital– son
considerados como estímulos condicionados, que a través de emparejamientos con un tratamiento activo
–por ejemplo morfina, que sería el
estímulo no condicionado– pueden
producir por sí mismos efectos placebo condicionados –el alivio del
dolor, en este caso–, es decir, la respuesta condicionada. Esto supondría
que el efecto placebo condicionado
opera a través de sistemas biológicos específicos que son activados
por el agente farmacológico.
Uno de los hallazgos más interesantes ha sido observar cómo la
duración del entrenamiento afecta
significativamente al efecto placebo. En un estudio (Colloca, 2010)
los participantes fueron asignados
aleatoriamente para recibir entrenamiento de corta (10 pruebas) o de
larga duración (40), que implicaba la
supuesta activación de un electrodo
simulado al ser emparejado con una
disminución (condicionamiento con
placebo) o con un aumento (condicionamiento nocebo) en el dolor en
relación con cuando el electrodo
falso estaba supuestamente inactivo (obviamente, en ambos casos,
los electrodos eran inactivos). Los
resultados obtenidos mostraron, en
línea con lo predicho por la teoría de
aprendizaje, que cuanto más largo
es el período de entrenamiento,
mayores son los efectos placebo y
nocebo. En definitiva, la cantidad
de experiencia previa es un determinante clave de la magnitud de los
efectos placebo y nocebo.
Por otro lado, hay datos (Colloca,
2006) que permiten afirmar que
la experiencia previa con un tratamiento ineficaz atenúa el efecto placebo. Asimismo, los efectos placebo
y nocebo se pueden establecer después del refuerzo parcial (Au Yeung,
2014), entendido como cuando la
indicación se combina con el resultado relevante en algunos pero no
en todos los ensayos, con la peculiaridad de que el refuerzo parcial
conduce a una respuesta inicial con
placebo más débil que el refuerzo
continuo, pero es más resistente a
la extinción del efecto placebo. Otro
tanto puede decirse con relación al
efecto nocebo.
197
Todos los ejemplos anteriores de
los efectos del placebo implican
una experiencia directa del propio
paciente. Sin embargo, los efectos
del placebo también se pueden establecer a través del aprendizaje
social. Hay estudios (Colloca, 2009)
que demuestran que la magnitud de
los efectos analgésicos de placebo
inducidos socialmente es comparable a las respuestas condicionadas y
sustancialmente mayor que la analgesia inducida verbalmente por el
médico. Ver un vídeo de un paciente
que reporte menos dolor cuando
recibe un placebo también puede
inducir analgesia con placebo en el
observador del vídeo (Hunter, 2014).
También el efecto nocebo puede
establecerse a través del aprendizaje social, de modo que observar
un tratamiento que conduce a la
hiperalgesia en una persona puede
conducir a la hiperalgesia nocebo
cuando ese tratamiento se aplica
más tarde en el observador (Vögtle,
2013). Es obvio que los efectos nocebo inducidos socialmente pueden
ser particularmente relevantes por la
generalización potencial de sus consecuencias.
MECANISMOS
FISIOLÓGICOS
Y NEUROQUÍMICOS
DEL PLACEBO
Tan variadas y amplias en número
como las hipótesis psicológicas son
las propuestas explicativas de naturaleza fisiológica y neuroquímica.
Entre ellas, cabe citar la activación
de los mecanismos mente-cuerpo
relacionados con la patogénesis, la
activación del sistema de recompensa-castigo (las vías neurológicas mediadas por dopamina están
involucradas en la recompensa, la
motivación y la expectativa de recompensa), los mecanismos de
sensibilización o habituación (la
analgesia con placebo e hiperalgesia por nocebo están mediadas por
colecistocinina y óxido nitroso), la
confianza o la desconfianza (cuanto
mayor es la actividad de la amígdala,
más falta de confianza, mientras que
la oxitocina aumenta la confianza y
la respuesta del placebo, al unirse a
Panorama Actual del Medicamento
sus receptores en amígdala); la autorregulación y la autoestabilización
frente a la autoestima, los pensamientos y mecanismos de derrota, el
dominio personal y la esperanza, el
desamparo y la desesperanza aprendidos, relacionados con los mecanismos serotoninérgicos y noradrenérgicos; la energía o el proceso de
autocuración (vis medicatrix, es decir
“el poder curativo de la propia naturaleza”), las respuestas inmunitarias
y hormonales que se asocian con los
efectos placebo y nocebo; la predisposición genética a dichos efectos
(diferentes polimorfismos genéticos
afectan a las respuestas placebo y
nocebo) e incluso otros mecanismos
fisiológicos principales o secundarios aún no identificados.
Buena parte de los estudios de
neuroimagen y bioquímica actualmente disponibles tratan sobre los
efectos farmacológicos del placebo
en la analgesia. Aunque, obviamente, esto restringe el ámbito del
conocimiento sobre los mecanismos
generales de los efectos placebo y
nocebo, ilustra la complejidad orgánica, fisiológica y bioquímica de
dichos efectos.
El procesamiento de las señales
dolorosas por parte del cerebro se
lleva a cabo en varias localizaciones,
como el tálamo, el córtex prefrontal
dorsolateral, el córtex somatosensorial primario y secundario (S1/S2),
el córtex cingulado anterior (CCA)
y la ínsula. Son especialmente ilustrativos aquellos estudios realizados mediante técnicas de imagen
por resonancia magnética funcional
(IRMf), que permiten determinar si la
analgesia con placebo reduce la actividad en regiones fisiológicamente
sensibles al dolor. Sin embargo,
es importante tener en cuenta que
estas localizaciones cerebrales no
responden exclusivamente al procesamiento del dolor y, además,
también participan otros diversos
mecanismos, lo que justifica las observaciones a veces contradictorias
de algunos estudios.
El córtex prefrontal dorsolateral
(CPFDL) es probablemente la zona
cerebral involucrada en el procesamiento de los efectos del placebo
que ha sido mejor estudiada hasta
el momento. Son varios los estudios
que han encontrado una mayor actividad del CPFDL en anticipación
del alivio del dolor, y que la señal
de IRMf en la CPFDL durante la anticipación de la analgesia se correlaciona con la potencia del efecto
placebo (Lui, 2010). Estos estudios
proporcionan pruebas sólidas de
que el CPFDL es crucial en el procesamiento de los efectos placebo
y nocebo y que es posible modular
los efectos placebo y nocebo condicionados cambiando la excitabilidad
del CPFDL del hemisferio derecho
(Figura 4).
Esto último es coherente con el
hecho de que el CPFDL se haya
asociado con una amplia gama de
procesos cognitivos, incluida la regulación de las emociones, la memoria de trabajo y el control cognitivo (Arteaga, 2006). Como tal, se ha
propuesto que el CPFDL participa
en el mantenimiento y actualización
de las expectativas que impulsan el
efecto placebo; además, ejerce un
control activo sobre la percepción
del dolor mediante la modulación de
vías córtico-subcorticales y córticocorticales.
También las técnicas de neuroimagen han proporcionado una
información importante sobre el
procesamiento neuronal del efecto
nocebo. No obstante, en este caso,
se observa una activación más
fuerte de las regiones dolorosas
afectivas y cognitivas, incluidas el
córtex anterior cingulado (CAC), la
ínsula, el opérculo, el córtex orbitofrontal (COF) y el córtex prefrontal
lateral. Asimismo, se ha observado
una señal de neuroimagen (IRMf)
más fuerte en el hipocampo durante
sugerencias verbales negativas
sobre el dolor (Bingel, 2011). Este
hallazgo es particularmente interesante ya que el hipocampo se ha
asociado con un aumento de la ansiedad anticipatoria durante el procesamiento de estímulos dolorosos.
En conjunto, estos estudios indican
que la hiperalgesia nocebo tiende a
asociarse con un aumento de la actividad en las regiones sensibles al
dolor, lo que es consistente con la
disminución en estas áreas durante
la analgesia con placebo.
Algunos estudios también han
mostrado que los efectos del placebo se modulan incluso a nivel
de la médula espinal. En un estudio
(Eippert, 2009) se observó una señal
de neuroimagen (IRMf) reducida
en el lado ipsilateral del asta dorsal
durante la analgesia con placebo y
también se observó una modulación
de la percepción del dolor a nivel
espinal en otro estudio en el que
se aplicó una manipulación condicionante para reforzar la sugerencia verbal de hiperalgesia (Geuter,
2013). En definitiva, todo apunta
a que la modulación descendente
provocada por el tratamiento con
placebo puede influir en el procesamiento del dolor en la médula espinal, tanto de manera positiva como
negativa.
Figura 4. Conectividad del CPFDL relacionada con las tareas de memoria operativa. 1
(A, B, C, D): conexiones cortico-corticales largas, entre el CPFDL y los córtex posteriores.
2: circuitos intrínsecos. 3: circuitos fronto-estriatales. 4 (A, B): circuitos intrafrontales. 5:
circuitos con la corteza premotora. CPFVL: córtex prefrontal ventrolateral; CPFDL: córtex
prefrontal dorsolateral (Arteaga, 2006).
198
PLACEBO Y NOCEBO REVISIÓN
A partir de estudios de neuroimagen (IRMf) para predecir la analgesia con placebo en participantes
individuales utilizando patrones de
actividad neuronal (Wager, 2011),
se ha concluido que el aumento de
la actividad en una red frontoparietal
y la disminución de la actividad en
una red de la ínsula posterior/temporal predijeron analgesia con placebo
durante la anticipación; asimismo,
la disminución de la actividad en
las regiones límbicas y paralímbicas predijo la analgesia con placebo
durante el dolor, y las regiones asociadas con la evaluación emocional
–pero no con el control cognitivo o
el procesamiento del dolor– fueron
las más predictivas, lo que sugiere
que la participación de los circuitos
de evaluación emocional es importante para la variación individual en
la analgesia con placebo.
Los efectos analgésicos placebo
están relacionados con la activación
de los sistemas moduladores cerebrales endógenos y la liberación de
neurotransmisores de diferentes
tipos. La evidencia del papel de los
opioides endógenos en los efectos
analgésicos del placebo proviene de
observaciones que demuestran que
la analgesia con placebo puede ser
bloqueada, al menos parcialmente,
por un antagonista de los receptores
mu (m) opioides como la naloxona.
No obstante, no está claro hasta qué
punto los opioides endógenos y exógenos pueden influirse mutuamente
(Atlas, 2012). Además, hay evidencia de interacciones entre el placebo y los efectos farmacológicos
en términos clínicos (alteraciones
del comportamiento) y cambios en
la señal neural para el dolor que sugieren que el placebo y los efectos
de los medicamentos pueden no ser
solo aditivos (Schenk, 2014).
En cualquier caso, hay datos que
demuestran la liberación de endorfinas como respuesta a un placebo y
que dicha liberación tiene un papel
importante en la respuesta placebo.
Asimismo, los cambios observados
en la actividad cerebral en áreas cerebrales sensibles a las endorfinas al
aplicar el placebo, son similares a los
registrados tras administrar un analgésico (Požgain, 2014). No obstante,
parece claro que los efectos analgésicos del placebo no están solo modulados por el sistema opioide y sus
receptores, sino que parecen estar
involucrados otros sistemas, como
las vías mediadas por dopamina, por
cannabinoides (CB) y por colecistocinina (CCK).
Se ha demostrado la existencia
de una activación dopaminérgica
significativa en los ganglios basales
ventrales, incluido el núcleo accumbens, de tal manera que el grado de
actividad regional de la dopamina
se asocia con la efectividad percibida del placebo en la reducción del
dolor. En este sentido, las respuestas de placebo más altas se correlacionan con una mayor actividad
de dopamina en el núcleo accumbens, que representa el 25% de la
variación en los efectos analgésicos
del placebo en los estudios (Scott,
2008). Es interesante constatar que
en dichos estudios la hiperalgesia
nocebo se relacionó con la desactivación de la dopamina y la liberación de opioides.
Cuando la analgesia con placebo es
provocada por un condicionamiento
farmacológico no opioide, como
la producida por un fármaco antiinflamatorio no esteroídico (AINE)
como el ketorolaco, el rimonabant
–antagonista del receptor CB1 de los
cannabinoides– bloquea los efectos
analgésicos condicionados, lo que
indica una participación del sistema
endógeno de cannabinoides . Asimismo, se ha demostrado que los
agonistas de oxitocina administrados por vía intranasal mejoran la
analgesia con placebo en hombres
(Kessner, 2013). La distribución cerebral de los receptores de oxitocina
se solapa con la de los de arginina
vasopresina (hormona antidiurética)
AVPR1a y AVPR1b, que se expresan
en gran medida dentro del sistema
nervioso central y regulan los comportamientos sociales y de estrés.
Es bien conocido que en los seres
humanos, la vasopresina está estrechamente ligada a la regulación de
los comportamientos conciliatorios
(Feng, 2015) y la comunicación social, de tal manera que parece incitar a las mujeres a mostrar patrones
de respuesta hacia otras mujeres,
mientras que en los varones induce
respuestas de lucha o huida. En este
sentido, se ha observado que el conivaptan, un agonista no selectivo
de la vasopresina para los receptores AVPR1a y AVPR1b, aumenta los
199
efectos analgésicos del placebo en
las mujeres, pero no en los varones.
Hay numerosas observaciones experimentales que apuntan a que el
efecto nocebo hiperalgésico podría
ser modulado por la colecistocinina
(CCK). De hecho, al bloquear los
receptores CCK A y B con proglumida, un antagonista no selectivo
de ambos receptores, la hiperalgesia nocebo puede revertirse. A nivel
clínico, hay evidencia de que la colecistocinina induce la hiperalgesia
nocebo transformando la ansiedad
en dolor. Los efectos de nocebo activan el eje hipotálamo-hipófisis-suprarrenales (eje HHSR) que aumenta
las concentraciones plasmáticas de
corticoptropina (ACTH, hormona
adrenocorticotrópica) y de cortisol.
El hecho de que la hiperalgesia nocebo y la activación del eje HHSR
pueden antagonizarse con diazepam, apoya abiertamente el importante papel que tiene la ansiedad en
estos procesos.
GENÉTICA Y PLACEBO:
EL PLACEBOMA
La variación genética es, sin duda,
un factor importante que no solo
puede influir sino también a ayudar a
predecir los efectos del placebo; no
obstante, el estudio del placeboma
–el conjunto de genes que influyen
potencialmente en los efectos placebo y nocebo– está todavía en sus
inicios.
La importancia de identificar los
genes involucrados en la respuesta
al placebo no se limita a los resultados en el grupo de placebo de
los ensayos clínicos aleatorizados y
controlados con placebo. Tradicionalmente, se considera que, en conjunto, la principal diferencia entre
el tratamiento farmacológico y el
brazo placebo se corresponde con el
efecto neto del fármaco activo. Sin
embargo, una observación sorprendente, pero no infrecuente, en los
ensayos clínicos que incluyen la tipificación de genes potencialmente implicados en la respuesta al placebo,
es la determinación de diferencias en
los resultados según el genotipo no
solo de los pacientes del brazo placebo sino también en los del brazo
de tratamiento farmacológico; en
Panorama Actual del Medicamento
otras palabras, hay evidencia de interacciones gen-placebo-fármaco, lo
que sugiere la necesidad de refinar
y calibrar los controles con placebo
en los ensayos clínicos (Hall, 2015).
La mayor parte del análisis de las
variantes genéticas que influyen
sobre los efectos placebo y nocebo
se ha centrado hasta el momento
en cuatro sistemas neuroquímicos:
opioides, dopamina, serotonina y
cannabinoides, cuyas variantes genéticas influyen significativamente
en los aspectos cognitivos y neurales
del efecto placebo, y se consideran
vías importantes en la experiencia
subjetiva del alivio de los síntomas
asociados con el efecto placebo.
Obviamente, las vías opioides
han sido objeto de estudio en relación a los efectos de las variantes de los genes implicados en su
funcionalismo, particularmente en
relación con el efecto placebo en
la analgesia. En este sentido, se ha
encontrado que el polimorfismo de
un único nucléotido (SNP, single nucleotide polymorphism) rs1799971
en el gen del receptor μ (mu) opioide
(OPRM1) se asocia con la activación
mediada por placebo de neurotransmisión de dopamina en el núcleo
accumbens durante la analgesia con
placebo (Peciña, 2015). Esta asociación podría estar relacionada con
el hecho de que los portadores del
alelo G del polimorfismo rs1799971,
que en este estudio tuvieron una
menor activación de la neurotransmisión de dopamina relacionada con
el placebo, han demostrado tener
una menor expresión, función y densidad de los receptores opioides μ.
Los pacientes que eran homocigotos del alelo A (AA) mostraron un aumento en la disponibilidad de los receptores μ opioides de referencia en
las áreas del cerebro asociadas con el
dolor y el estado de ánimo en comparación con los portadores del alelo G.
Mientras que estos no experimentan
ningún efecto sobre la liberación de
opioides endógenos inducidos por el
dolor, los homocigotos AA muestran
una liberación reducida de dopamina
en el núcleo accumbens en respuesta
al dolor. Después de un tratamiento
con placebo, los individuos con
alelos G demostraron un estado de
ánimo más bajo, una menor activación del sistema opioide μ en la ínsula anterior, la amígdala, el núcleo
accumbens, el tálamo y el tronco encefálico, y niveles de activación más
bajos de los receptores (D2/D3) de la
dopamina. Además, las puntuaciones de personalidad de tipo neurótico más altas se correlacionaron con
los portadores del alelo G.
Una de las variantes genéticas con
el apoyo más convincente para ser
un determinante clave del efecto
placebo en el ámbito de las vías dopaminérgicas es un polimorfismo
exónico, el rs4680, en el gen de la
enzima catecol-O-metiltransferasa
(COMT). Este polimorfismo codifica
una sustitución de valina por metionina en el codón 158 (val158met) que
reduce de 3 a 4 veces la actividad enzimática de la COMT codificada por
este gen. El alelo met, menos activo,
se ha asociado –particularmente en
homocigotos– con una reducción de
los niveles de dopamina en la corteza
prefrontal, implicada en el efecto placebo como se indicó anteriormente.
Por su parte, el gen de la monoaminooxidasa A (MAO-A) presente en
el cromosoma sexual X desempeña
un papel relevante en la oxidación
de las monoaminas, incluida la dopamina, además de metabolizar la
serotonina y afectar la disponibilidad
y señalización serotoninérgicas. Un
SNP relativamente común en el gen
que codifica la MAO-A (rs6323) conduce a una reducción del 75% en la
actividad enzimática en individuos
que portan solo este alelo –homocigotos en hembras (XX) y hemicigotos en varones (XY)– y representa
un potencial objetivo de interés para
predecir los efectos del placebo.
Los efectos de la variación dopaminérgica sobre los efectos del placebo
fueron estudiados en un ensayo clínico controlado con placebo y doblemente ciego en pacientes esquizofrénicos, en los que se consideró los
determinantes genéticos (Bhathena;
2013). Los participantes en el grupo
placebo que fueron homocigotos
para rs6280, un polimorfismo que
codifica serina por glicina que aumenta la afinidad por la dopamina
del receptor D3 de la dopamina, mostraron resultados significativamente
mejores cuando se trataron con un
fármaco experimental (ABT-95). Además, se detectó una interacción de
grupo genotipo por tratamiento, que
puede deberse al efecto del genotipo
D3 en el efecto placebo, a pesar de
200
que a menudo esta interacción se
interpreta como resultado del efecto
del genotipo en el tratamiento.
Asimismo, los estudios sobre la
adicción al alcohol han mostrado
que los individuos homocigotos
para el alelo rs1611115 C del gen
que codifica la dopamina beta-hidroxilasa (DBH) parecen tener mejores resultados cuando reciben un
placebo que cuando se tratan con
naltrexona (Arias, 2014).
Un estudio (Peciña, 2014) investigó
el papel de una variante funcional
en el gen de la ácido graso amida hidrolasa (FAAH), la principal enzima
implicada en la biodegradación de
los cannabinoides, en la respuesta
de los neurotransmisores al dolor y
la analgesia con placebo. Además
de informar que los individuos homocigotos para el genotipo común
Pro129/Pro129 FAAH experimentaron una analgesia con placebo
mayor y un mejor estado de ánimo,
también pudieron vincular directamente el sistema opioide con el sistema endocannabinoide en el contexto de la analgesia con placebo.
Se ha confirmado en estudios de
depresión y ansiedad que los genes
implicados en el funcionalismo de las
vías neuroquímicas mediadas por serotonina (TPH2, 5-HTTLPR) se asocian
con la variación en el efecto placebo
(Faria, 2012; Tiwari, 2013), habiéndose identificado varios genes cuya
variación podría afectar al efecto
placebo (transportador de 5-hidroxitriptamina SLC6A4: SNP rs4251417;
HTR2A: SNPs rs2296972 y rs622337).
Sin embargo, el grado de conocimiento actual no es suficiente como
para alcanzar conclusiones sobre el
papel de la serotonina en la genética
de los efectos del placebo.
Hay diferencias en la percepción
del dolor según el sexo; en concreto, los varones a menudo tienen
un umbral de dolor y una tolerancia más altos que las mujeres, y las
condiciones patológicas relacionadas con el dolor son más frecuentes
entre las mujeres, especialmente el
dolor musculoesquelético y la fibromialgia. Por lo tanto, debido a que
existen diferencias sexuales en la experiencia del dolor, tanto a nivel experimental como clínico, se asume
que las diferencias sexuales también
existen en las respuestas placebo y
nocebo al mismo (Vambheim, 2017).
PLACEBO Y NOCEBO REVISIÓN
Se ha encontrado que la modulación endógena del dolor obtenida
por controles inhibitorios nocivos
difusos (CNID) –donde el dolor experimentado frente a un estímulo
se reduce mediante la aplicación de
un segundo estímulo doloroso– reduce el dolor más en hombres que
en mujeres (Popescu, 2010). Por lo
tanto, los datos sugieren que la activación de la modulación del dolor
endógeno reduce el dolor más en
los hombres que en las mujeres, lo
que es consistente con la respuesta
placebo analgésica más intensa en
los varones que en las mujeres.
No obstante, dado que los placebos
reducen el estrés también más en los
varones que en mujeres, al controlar el
efecto del estrés las diferencias sexuales en la analgesia con placebo tienden a desaparecer (Aslaksen, 2011).
Con todo, algunas de las diferencias
sexuales observadas en las respuestas placebo y nocebo también podrían
deberse a un diferente procesamiento
de la información. En este sentido, un
estudio investigó las diferencias en la
respuesta de nocebo debido al método de inducción, encontrando que
las mujeres respondieron más que
los varones cuando se usó un procedimiento de acondicionamiento,
mientras que los varones lo hicieron
más que las mujeres cuando se usó
un procedimiento de inducción verbal
(Klosterhalfen, 2009).
ASPECTOS ÉTICOS DEL
PLACEBO Y DEL NOCEBO
La importancia de las cuestiones
éticas puede ilustrarse mediante un
estudio obviamente no ético como
el realizado por la American Public
Health Association en 1932, en el que
reclutaron a 399 jóvenes afroamericanos para probar qué sucedía si no
se trataba la sífilis. El estudio se realizó de forma continua y sin cambios
en el diseño del estudio hasta 1972, a
pesar de que desde 1940 se disponía
de un tratamiento eficaz, a base de
bencilpenicilina (penicilina G). El presidente estadounidense Bill Clinton
se disculpó con los participantes del
estudio y con sus familias en 1997.
Otro ejemplo ciertamente ilustrativo es el de un estudio sueco rea-
lizado a finales de los años 90, con
el objetivo de explorar la efectividad
de un marcapasos cardíaco (Linde,
1999). En un grupo de pacientes, el
marcapasos se implantó y se activó,
mientras que en el otro grupo de pacientes se implantó el marcapasos
pero no se activó. Resulta remarcable que se registrara una mejoría en
alguno de los pacientes que tenían
desactivado su marcapasos, pero
aún es más remarcable que este estudio no plantease a sus autores ni
a las autoridades sanitarias del país
nórdico ningún tipo de dilema ético.
Ciertamente, los argumentos en
contra del uso del placebo son importantes. Primero, prescribir un placebo que simula un medicamento o
un procedimiento terapéutico impediría un auténtico consentimiento
informado. Además, para que los
placebos sean éticos, deberían ser
efectivos y en este sentido, un metanálisis de 114 ensayos clínicos (Hrobjartsson, 2001) que compararon
placebos con ningún tratamiento
sugiere que estas intervenciones
pueden no ser efectivas en todos
los casos. Por otro lado, la administración deliberadamente engañosa
de placebo corre el riesgo de romper la confianza médico-paciente,
además de atentar a la dignidad del
paciente e incluso puede llevar a la
insatisfacción e infelicidad de éste.
No obstante, todos estos argumentos negativos se tornan irrelevantes
si las interacciones y la expectativa
humanas, y no el engaño o la simulación, constituyen la verdadera intervención (Asai, 2013).
Por otro lado, si se puede establecer un perfil genético de los pacientes que responden al placebo,
¿cuáles son las implicaciones éticas? ¿Pueden y deben evaluarse las
tendencias genéticas de respuesta
al placebo? ¿Pueden los pacientes
rechazar el permiso para ser evaluados? ¿Se debe informar a los
pacientes acerca de su propensión
genética? ¿Pueden los pacientes
negarse a saber o negarse a tener
esta información en sus registros
clínicos? ¿Cómo debe utilizarse éticamente esta información si aparece
de manera incidental en las pruebas
genéticas? (Hall, 2015).
Sea como fuere, parece evidente
que los principios éticos de autonomía, transparencia y respeto por
201
las personas deben seguir siendo
primordiales en cualquier proceso
clínico, sea o no en el ámbito de la
investigación, particularmente a medida que la información genética es
más accesible, sin olvidar en ningún
caso que tales cuestiones éticas deberían considerarse en el contexto
de la toma de decisiones compartida
y los valores y preferencias personales del paciente (Burke, 2014).
En la declaración de Helsinki se
establece cuándo se puede utilizar
el placebo en investigación clínica:
“Los posibles riesgos, costos y eficacia de todo procedimiento nuevo
deben ser evaluados mediante su
comparación con los mejores métodos preventivos, diagnósticos y
terapéuticos existentes. Ello no excluye que pueda usarse un placebo,
o ningún tratamiento, en estudios
para los que no hay procedimientos
preventivos, diagnósticos o terapéuticos probados”.
No obstante, en el año 2001 se
agregó a este punto una nota aclaratoria estableciendo que: “Los ensayos con placebo son aceptables únicamente en ciertos casos, incluso si
se dispone de una terapia probada
pero si se cumplen las siguientes
condiciones:
a. Cuando por razones metodológicas, científicas y apremiantes, su
uso es necesario para determinar
la eficacia y la seguridad de un
método preventivo, diagnóstico o
terapéutico;
b. Cuando se prueba un método preventivo, diagnóstico o terapéutico
para una enfermedad de menos
importancia que no implique un
riesgo adicional, efectos adversos
graves o daño irreversible para los
pacientes que reciben el placebo”.
En definitiva, parece haber un consenso internacional ampliamente
compartido (Tempone, 2007) por
el que éticamente se acepta el uso
del placebo en investigación clínica
siempre que:
1. Se emplee en estudios de condiciones patológicas para las que
no se dispone de un tratamiento
efectivo.
2. La duración del uso del placebo
sea la más breve posible.
3. No añada ningún riesgo no relacionado a la patología de base.
Panorama Actual del Medicamento
4. El consentimiento informado firmado por el paciente haya sido
claro al respecto.
La American Medical Association
de Estados Unidos (AMA, 2007) proporciona desde hace más de una década pautas explícitas sobre el uso
clínico de los placebos, pero esto
no es la situación más común en el
mundo; por ejemplo el General Medical Council (GMC) de Gran Bretaña
no proporciona tales pautas éticas.
No obstante, con independencia del
contenido de las directrices y códigos éticos, hay estudios que revelan
que el uso de placebos puros (comprimidos de lactosa, por ejemplo)
e impuros (empleo de antibióticos
para “tratar” infecciones virales) por
parte de los médicos está generalizado (Howick, 2013). En este sentido, en Estados Unidos, el 55% de
los internistas y reumatólogos reconocen haber usado placebos; en el
Reino Unido, el 77% de los médicos
de atención primaria informaron que
usaban placebos al menos una vez
por semana, mientras que el 86% de
los médicos de atención primaria en
Dinamarca admitieron que habían
usado placebos al menos una vez
en el último año.
Dado que la comunicación de información sobre los posibles efectos adversos de un fármaco puede
desencadenar un efecto nocebo,
parece razonable considerar la posibilidad de omitir esta información
con el fin de prevenir su potencial
efecto negativo. Pero al mismo
tiempo, surge la cuestión ética respecto a cuánta información es posible omitir sin violar el derecho del
paciente a ser bien informado y a un
procedimiento de consentimiento
informado válido. En este sentido,
el concepto mismo de nocebo (literalmente, te haré daño) implica una
forma de contradicción entre el imperativo ético de no dañar y con el
deber de entregar al paciente información completa y veraz sobre su
tratamiento de acuerdo con el principio de autonomía (Hunter, 2012).
El Consejo de Organizaciones Internacionales de las Ciencias Médicas (CIOMS, 2016) ha sugerido que
una manera prudente de proceder
en estos casos, tomando siempre
en consideración la autonomía del
paciente, podría consistir en la en-
trega de información parcial con su
consentimiento, tras explicarle los
riesgos del efecto nocebo y dejando
siempre una vía de comunicación
para que el paciente pueda referir en
todo momento los eventuales efectos adversos que pudiera presentar.
En cualquier caso, la decisión
de suministrar información parcial
sobre un tratamiento, debería ir precedida por una cuidadosa evaluación
de los riesgos y beneficios del tratamiento, considerando que el efecto
nocebo puede añadir un riesgo adicional. Esta evaluación debería estar
respaldada por la evidencia científica
y no solo por apreciaciones subjetivas del personal sanitario, por
cuanto hay datos que reflejan que
los médicos suelen tener expectativas imprecisas sobre los efectos adversos de sus prescripciones y tienden a subestimarlos (Hoffmannn,
2017). Obviamente, otro aspecto a
resaltar es que la decisión de ocultar
información sobre efectos adversos
debe ser individualizada, dado que
no todos los pacientes tienen la
misma predisposición a presentar
respuestas nocebo. De cualquier
manera, no es aceptable ocultar el
riesgo de efectos adversos cuando
estos pueden tener carácter grave o
irreversible, por cuanto el riesgo de
presentarlos supera ampliamente el
riesgo de que se generen efectos
nocebo tras su comunicación.
En definitiva, como para cualquier acto comunicativo situado en
el contexto clínico, no es posible
proponer un único procedimiento
sobre el suministro de información
al paciente (Aguilera, 2018). En
cualquier caso, la legislación sanitaria vigente en España no aborda
expresamente el uso de placebo en
la práctica clínica, más allá de los
ensayos clínicos autorizados; por
tanto, no autoriza ni prohíbe expresamente el uso del mismo, aunque
sí prohíbe el engaño.
En general, el uso del placebo
con propósitos terapéuticos genera
un claro conflicto entre dos de los
principios de la bioética, el de beneficencia y el de autonomía. Históricamente, era relativamente común
el empleo de placebos (en ocasiones, en forma de “complejos vitamínicos y minerales” para pacientes que fisiopatológicamente no los
requerían), cuando se consideraba
202
justificado en función de las circunstancias patológicas y características
psicológicas de cada paciente. Actualmente, sin embargo, el aspecto
de simulación o engaño que implica
el uso del placebo adquiere la condición de problema ético (Sanchis,
2012), porque contraviene la concepción regulada universalmente –a
través de declaración de Helsinki y
otros acuerdos internacionales posteriores– de respeto a la autonomía
del paciente.
Finalmente, sobre las recomendaciones sobre el uso del placebo y la
prevención del nocebo en la práctica
clínica cotidiana, una conferencia
internacional de consenso realizada
en junio de 2018 (Evers, 2018) entre
expertos en práctica clínica sobre
placebo procedentes de Holanda,
Estados Unidos, Italia, Alemania, Portugal, Australia, Suiza, Gran Bretaña,
Suecia y Canadá, ha elaborado un
conjunto de recomendaciones que,
de forma sintética, son las siguientes:
− Considerar los efectos del placebo como una parte del tratamiento regular.
− Informar a los pacientes sobre los
efectos de placebo y nocebo de
tal manera que se maximicen los
efectos del tratamiento y se minimicen los efectos secundarios.
− Asegurar una relación con el paciente que se caracterice por la
confianza, la calidez y la empatía
para maximizar los efectos del
placebo y minimizar los efectos
nocebo.
− Capacitar a los profesionales sanitarios en la comunicación con
el paciente para maximizar los
efectos del placebo y minimizar
los efectos nocebo.
− Priorizar la prescripción de placebo de etiqueta abierta (identificable como tal por el paciente)
en lugar de medicamentos simulados, en aquellos casos en los
que existe evidencia de eficacia y
donde la prescripción de un placebo sea legal.
− No tomar riesgos excesivos para
maximizar los efectos del placebo, como por ejemplo prescribir tratamientos invasivos.
− No considerar el engaño o la simulación como un componente
imprescindible del efecto del placebo.
PLACEBO Y NOCEBO REVISIÓN
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