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Historia y memoria en el Antropoceno

2020, 4 Vientos

I am doing a review of History's discipline along the last two centuries, until the nowadays when we faced the Anthropocene's challenges. I am focused in how the traditional grounded-Theories of Social Sciences and Humanities are changing in search of a new paradigms and concepts that leading us the Historians to getting sense and meanings relevants for a better Understanding of the Present Time and the Future that is coming.

This was published on http://www.4vientos.net/2020/12/28/historia-cambio-ymemoria-en-el-antropoceno/ Historia y memoria en el Antropoceno Rogelio E. Ruiz Ríos Historia y cambio La historia fue caracterizada por Johan Huizinga como la que, entre todas las ciencias, “más se acerca a la vida” en virtud de que “sus preguntas y respuestas son las de la vida misma para el individuo y la sociedad”. Para el historiador holandés la historia se trataba de una forma intelectual de conocer el pasado guiada por dos preguntas básicas: ¿para qué?, y ¿a dónde? Con lo cual daba por sentado que la historia tiene un propósito fundamental y que ante todo es movimiento. Estos principios definitorios de la historia como disciplina tomaron cauce en los siglos XIX y XX como resultado de los esfuerzos colectivos organizados sistemáticamente desde los intereses y objetivos de los estados nacionales, las universidades y variados grupos de índole política, científica, académica, intelectual o artística, aunque también contribuyeron en delinear su núcleo cognitivo una serie de personas y asociaciones atraídos por el pasado tan sólo por curiosidad y entretenimiento. Desde un principio y conforme se fueron delineando los contornos del conocimiento histórico junto a sus funciones sociales, se hizo evidente que la comprensión y conocimiento del pasado también era redituable en términos económicos, políticos y sociales para quienes perseguían algún tipo de beneficio o acceso a posiciones de poder e influencia en el Estado y la sociedad. La historia sirvió como fuente de legitimidad de ciertos criterios y posiciones políticas y sociales. Durante los siglos XIX y XX el régimen moderno extendió su hegemonía en el planeta, en tanto la historia se instituyó como la manera más prestigiosa y ambiciosa de acercarse al pasado posibilitando su conocimiento, comprensión y explicación a través de métodos y prácticas de carácter científico que se presuponía, 1 garantizaban la veracidad y objetividad con que se registraban las experiencias y fuerzas estructurantes de las sociedades en el tiempo, las cuales eran convertidas en relatos y datos disponibles para su uso general y múltiple. Aunque siempre hubo severos y sesudos cuestionamientos efectuados por pensadores a las promesas redentoras y pedagógicas de la historia, así como sospechas ante la simpatía, cercanía o pertenencia a las élites de varios de sus más connotados practicantes, la historia mantuvo por mucho tiempo su reputación como conocimiento científico, racional, desinteresado que la revistió de credibilidad, financiamiento, reputación académica y reconocimiento social. En la segunda mitad del siglo XX los paradigmas tradicionales de la historia, y en conjunto de la ciencias sociales y humanidades, empezaron a cambiar al propagarse el desánimo y la frustración ante las promesas redentoras y emancipadoras de los grandes proyectos políticos, económicos y sociales baluartes de la Modernidad. En gran medida el desencanto fue alimentado al constatarse el potencial destructivo y depredador que provocaba el uso indiscriminado e instrumental de la tecnología y de los conocimientos científicos. La esperanza en el futuro quedó en entredicho ante las desigualdades e injusticias del presente derivadas de las vergüenzas del pasado. La crisis del conocimiento tuvo su mejor heraldo en el posmodernismo, con serias consecuencias para la legitimidad de la historia. Las hasta ese momento predominantes formas intelectuales de organizar, explicar y conocer el mundo se reflejaron obsoletas, dislocadas y escasas de sentido por lo que fue necesario pensar y articular nuevos conceptos o buscarle nuevos sentidos a los ya existentes. Los enfoques constructivistas ganaron espacios y adeptos; el vocabulario social se saturó con términos como representaciones, imaginarios y espacios que adquirieron relevancia. Pero una vez más, iniciado el siglo XXI, ocurren una serie de cambios de los paradigmas dominantes en los ámbitos académicos de mayor influencia planetaria mientras pierden fuerza y alcance los enfoques constructivistas. Presenciamos un renovado interés en los objetos, sujetos, experiencias en tanto acontece un desborde de las memorias en el marco del giro espacial propiciado a fines del siglo XX que abrió 2 perspectivas complejas analizadas en términos de flujos, movilidades, nodos, redes requeridos para poder comprender y explicar los entramados de relaciones y conexiones que a diversos ritmos, velocidades, temporalidades y escalas inciden en nuestras realidades. Este viraje epistemológico se concentra prioritariamente en el cambio climático ocasionado por las actividades humanas aceleradas desde fines del siglo XVIII. Científicos, pensadores y expertos han propuesto que entramos en una nueva era geológica a la que han llamado Antropoceno, por ser la primera vez en la historia del planeta en que los cambios geológicos son a consecuencia del accionar humano. Aunque algunos de los pronósticos para el futuro de la humanidad son catastróficos, al mismo tiempo en ciertas colectividades académicas asoman con cautela renovadas esperanzas y optimismo en el futuro. En un futuro que hasta hace poco aparecía incierto y que poco importaba ante un presente arrogante, ahora hay cabida para presuponer opciones alternas al desarrollismo desenfrenado y expoliador que nos ayuden a remontar las calamidades actuales. El futuro que nos espera para hacerlo viable ya no se sostienen en el ímpetu progresista que movilizó a generaciones durante más de dos siglos, es un futuro acotado, tejido a través del enlace de micro utopías, de luchas concretas hilvanadas desde lo cotidiano, que atienda y sume las posibilidades inmediatas, asequibles, que articule sueños, deseos y aspiraciones capaces de remontar los más dantescos presagios. La historia desafiada En su influyente ensayo “Cuatro tesis de historia” publicado en el 2009, Dipesh Chakrabarty enlistó los más grandes desafíos enfrentados por la humanidad ante lo que llamó una “coyuntura planetaria”, “crisis planetaria” y “cambio climático”. En opinión de Chakrabarty, la posibilidad de que en un futuro no muy lejano se extinga la humanidad trastoca “nuestras habituales prácticas históricas para visualizar el tiempo -el ejercicio de comprensión histórica que nos permite abordar el pasado y el futuro, tiempos inaccesibles personalmente- [y] nos conducen a una profunda contradicción y confusión.” De tal confusión resultaría que: “La disciplina de la 3 historia existe a partir del supuesto de que nuestros pasado, presente y futuro están conectados por una cierta continuidad de la experiencia humana.” La cuestión crucial sembrada por Chakrabarty es que ante un futuro que en el peor de los casos debemos atrevernos a pensar sin humanos, ¿dónde quedaría el sentido de la historia entonces? La búsqueda de sentidos y propósitos de la historia de cara a los desafíos que arroja la crisis planetaria ha preocupado a varias colectividades de historiadores. De unos años a la fecha se habla de un “giro reflexivo” en la historia encaminada a indagar en torno a las responsabilidades sociales y las utilidades de quienes ejercen el oficio de historiar. En un texto publicado hace pocos años, Arjun Appadurai reparaba en que la globalización es un estado de cambio en el que pasamos de la estabilidad al movimiento a diferentes velocidades y flujos discontinuos. En voz de Appadurai, si la globalización trajo consigo nuevas formas de reforzar el control de los Estados nacionales y de las corporaciones, en contraparte se gestaron luchas contraglobalizadoras que proponen formas de globalización alternas, forjadas desde “abajo” teniendo que recurrir a la imaginación creativa para mantener sus luchas políticas. Por su parte, Aleida Assman y Sebastian Conrad observaron que en la actualidad la imaginación creativa ha sido sustituida por la memoria como el foco de atención global, en un movimiento paralelo al cobro de conciencia sobre el cambio climático. Assman y Conrad consideraron que la memoria necesita de imaginación puesto que la memoria consiste en repensar el futuro volviendo a desplegar el pasado, esto explica porqué el campo de la memoria ha sido resignificado en los años recientes. El auge de las memorias fue favorecido por los empujes poscoloniales, los cuales resultaron sustantivos para las proclamas identitarias en las que continúan fragmentándose los paisajes culturales. Hoy día es insostenible decir que la historia tiene la exclusividad o el privilegio en nuestras relaciones con el pasado. La memoria posee la primacía y las preferencias en ese aspecto. Décadas atrás Maurice Halbwachs afirmaba que: "La historia no es todo el pasado, pero tampoco es todo lo que queda del pasado”. Debemos pensar 4 las evidencias, las huellas, los vestigios y las súbitas apariciones del pasado como algo más allá de la historia que incluso, tal vez le ofrezcan resistancia a sus procedimientos de control disciplinario. Roger Chartier hizo notar que "los historiadores saben que el conocimiento que producen no es más que una de las modalidades de la relación que las sociedades mantienen con el pasado". Al historiador francés no le pasó de largo que en nuestros días la ficción y la memoria llevan preminencia en la manera en que las sociedades se vinculan al pasado. Ante este evidente desplazamiento de la historia es imperativo asirse a sus propiedades dialógicas. La historia es ante todo un diálogo entre las diversas manifestaciones del tiempo presente; entre las formas adquiridas por el presente y los pasados que lo rondan espectrales; así como entre los pasados diversos, plurales. En todas estas variantes hay fugas especulativas con dirección hacia una miríada de futuros posibles. Cada uno de estos escenarios de diálogo es una oportunidad para la reflexión y el análisis, elementos imprescindibles para identificar y contribuir en la búsqueda de soluciones a los profundos problemas planteados en el Antropoceno. Historia, presente y futuro En gran medida las investigaciones históricas son financiadas con fondos públicos, esto en sí ya es un elemento de peso para exigir que dirijan su atención a tratar asuntos que son fuente de interés y preocupación social como son el cambio climático; los derechos y trato de las diferentes especies; relaciones equitativas en asuntos de género, intergeneracionales, interculturales; la mejoría de las condiciones de vida de las poblaciones más vulnerables; las disputas por la memoria en los espacios públicos; el respeto y el reconocimiento a la diversidad sexual, cultural, social. La historia es una disciplina que sobre todo se ocupa del tiempo presente, los conocimientos que produce están en movimiento, en tránsito, por ello se ve impelida a realizar los ajustes y modificaciones que respondan a las exigencias temporales y espaciales propias de su momento. La historia precisa replantear sus paradigmas epistémicos cuando aquellos con los que opera se presumen ya obsoletos, carentes de sentido para ayudar a comprender y responder a los dilemas sociales. 5 Los sistemas de educación pública, las diversas instituciones culturales, las universidades sufragadas con fondos públicos dejan de cumplir su función social cuando se empecinan en fomentar concepciones anquilosadas de la historia, quedan rebasadas en su legitimidad pedagógica y cívica cuando continúan albergando perspectivas establecidas hace un siglo o que en el mejor de los casos datan de hace 30 0 40 años. Es lamentable que mientras en distintas latitudes del planeta los viejos cimientos en los que descansaba la historia son sustituidos por paradigmas más pertinentes a los tiempos en curso, a escala local y regional se sigue promoviendo y alentando una historia basada en descripciones del pasado originadas en una noción fetichista de los documentos, sitiada por fronteras absurdas que intentan delimitar a la historia respecto de otras disciplinas. Las aspiraciones y propósitos de las y los historiadores tienen que ir mucho más allá de la búsqueda de ser receptores de homenajes, de fungir como cajas de datos e información, de saciar el ego en membrecías de sociedades y cofradías obsoletas, de asumirse cómplices de gobernantes, autoridades y representantes de diversos poderes. El conocimiento intelectual de las diversas especies y de las relaciones que éstas tejen entre sí y con las cosas situadas en dimensiones temporales espaciales específicas aún puede contribuir a la reflexión, al aprendizaje, al conocimiento que se requiere en la lucha por un mundo más justo, equitativo, balanceado, sustentable. Quizá aún sea plausible enunciar que la principal función de la historia radica en ayudarnos a transitar críticamente del olvido al perdón, de recordarnos el valor de la convivencia social en marcos emocionales de comprensión y empatía. De la memoria podemos esperar que colabore en mantener actualizados los reclamos de justicia allá donde se necesite, de escarbar en el olvido para traer al presente aquello que por justicia y lección de vida es vergonzoso ocultar u olvidar. En estrecha relación, historia y memoria contribuyen a dar sentido y cohesión a las micro utopías sobre las que se construyen nuestras esperanzas de futuro. Un futuro que concierne al planeta entero y no sólo a la humanidad como arrogante y 6 peligrosamente postularon nuestros antecesores modernos. 7