Ezequiel Fernández
La vela en el viento
La religiosidad popular a 50 años de Medellín
Publicado en Asociados (ISSN 2362-4248) Año 5 nº 19, 2018 pp. 29-31.
Hay gestos que condensan la vida. Hay formas del cuerpo que verbalizan sin
oralidad, se despliegan en un imaginario que sirve de escenario y desencadenan
sentimientos que portan sentido. Sentidos y sentimientos se encuentran en una velita
encendida, en una zapatilla gastada por la caminata, en el rosario de plástico, de madera
o de piedritas. Todo esfuerzo vale a pie, en bicicleta o en caravana familiar. El tiempo
se resume. Toda una preparación para el deseo de un encuentro. La suma del cuerpo
hablante, de los gestos elocuentes y de los tiempos que rompen lo cotidiano dan como
resultado la fe. Para nuestra América esto es una realidad identitaria, por lo ancestral
y encarnada de la fe vivida desde la gestualidad que hace posible un nuevo lenguaje.
Esta fe que es todos en un Pueblo es una invitación provocativa para hacer posible la
comunidad y nace entonces la fe popular que es religiosidad, piedad y encuentro místico.
Empezar a pensar la fe popular
Como Iglesia, hemos tenido distintos puntos vistas en el deseo de comprender un
fenómeno que, como dijimos, resulta identitario en la comprensión de un Pueblo que
vive su fe. La reflexión teológica, la comprensión magisterial de los pastores
latinoamericano y muchas otras formas de estudios han sabido mirar la realidad de fe
del pueblo con distintos lentes, planteando sospechas y valorando aquello que
consideraban loable o peligroso en las expresiones populares de la fe.
Antes de la II Conferencia del Episcopado latinoamericano en Medellín la reflexión
en torno a la religiosidad popular no parece haber tenido muchos sobresaltos, aunque
prima una mirada de “oposición entre la religión de masas y la Iglesia oficial
considerada como una élite comprometida”1 lo cual decanta en un cierto descrédito a las
expresiones que no eran bien consideradas desde un prolijo cristianismo de la razón.
Cincuenta años atrás, en 1968 con la conferencia de Medellín, se introduce la
reflexión crítica en torno a la religiosidad popular, dedicando el VI apartado titulado
“Pastoral popular”. En esta sección la Conferencia se refiere a la religiosidad popular
como una práctica de “la gran masa de los bautizados” que vive y frecuenta los
sacramentos y emparenta este modo de hacer como fruto de la evangelización en tiempos
de la conquista. Ciertamente proliferan desde tiempos inmemorables las devociones que
no siempre tienen una participación en la vida cultual oficial de la Iglesia, pero que
llegan a los ’60 después de haber pasado de padres a hijos, de abuelos a nietos. Sin
embargo, aunque la fuerza de las generaciones sea elocuente, no dejan de soplar las
sospechas pro romper con el guion prolijo del culto. Si leemos entre líneas, la falta al
guion oficial en los años ´60 será el gran deseo de nuevos ordenes que tocan a lo cultural,
social y religioso como modos de la vida.
Medellín diferencia a la religiosidad popular de la “pastoral de élites”, como titula
la sección VII. En ésta se congregan “los grupos dirigentes más adelantados, dominantes
en el plano de la cultura” (VII, 1), que serían aquellos que están más comprometidos con
el cuerpo eclesial y son capaces de producir cambios. Esta observación sobre la diferencia
entre lo popular en relación a las élites, resulta de importancia porque nos pone de cara
a aquello que es “popular”, una palabra que suena en distintos tonos según las épocas y
no deja nunca de causar inquietud.
1
BIANCHI, E. “El tesoro escondido de Aparecida: la espiritualidad popular”. Revista Teología Tomo XLVI N°100
(Diciembre 2009) p. 560.
Después de Medellín
Medellín era el deseo de recepción del Concilio Vaticano II, todavía fresco en la
memoria y no completamente comprendido. Una década nueva se inicia y el clima
mundial respira novedades.
En Latinoamérica no se detienen los esfuerzos por comprender el fenómeno de la
religiosidad popular y será en 1976 que el CELAM organiza en Bogotá un encuentro de
reflexión sobre la naturaleza de este modo de la fe, pues entiende que “la Religiosidad
Popular [es] identidad básica de nuestro pueblo y estilo fundamental de nuestra
Iglesia”2. Corre en lo profundo la revalorización sobre las expresiones de la fe popular;
eran tal vez incomodas las afirmaciones de Medellín porque puede leerse que la
pertenencia a la Iglesia entre los fieles se da en distintos niveles, pero no permite
afirmar que hay algunos más “puros” y “por eso hay que cuestionar también la fácil
división entre “católicos de religiosidad popular” y ‘católicos comprometidos’”3.
Llegará en estos años el aporte de parte de Roma en la Exhortación programática
para el anuncio del Evangelio: Evangelii nuntiandi4. En ella, Pablo VI, hace mención de
la “piedad popular” como uno de los medios de la evangelización; el Papa opta por
denominar “piedad” más que “religiosidad” a la expresión de la fe del pueblo y con esto
se refiere a la capacidad de engendrar actitudes interiores propias: “paciencia, sentido
de la cruz en la vida cotidiana, desapego, aceptación de los demás, devoción”5. Sobre este
paso de espiritualidad a piedad popular, Enrique Bianchi dirá que en ella se comprende
un sentido bíblico profundo, donde la piedad contempla “en sí los deberes hacia Dios y
hacia el prójimo, destacando a su vez los principios interiores de los gestos externos”6.
Pero desde Roma la distancia no se puede apreciar en profundidad, y sigue acompasando
la sospecha.
Será hasta 1979 cuando en Puebla venga un nuevo pronunciamiento. El eje que
vertebra y vincula se es su título: “la evangelización en el presente y en el futuro de
América Latina”. Para los pastores es central la idea de la evangelización
2
CELAM. Iglesia y religiosidad popular en América Latina. Patria Grande. Argentina 1976 p. 9.
Ídem p. 39.
4
Previo a este trabajo de Pablo VI, bien vale considerar la presencia de aportes significativos en el sínodo que precede a
la exhortación. Desde Latinoamérica es destacable la presencia de Eduardo Pironio, obispo de La Plata, y la incidencia
que tuvo este prelado en la elaboración de lo que refiere a la religiosidad popular.
5
EN 48.
6
BIANCHI, E. “El tesoro escondido de Aparecida: la espiritualidad popular”. Revista Teología Tomo XLVI N°100
(Diciembre 2009) p. 569.
3
contextualizada, se asume Medellín y con el eco próximo de Evangelii nuntiandi propone
una nueva lectura desde los signos de los tiempos. La mirada sobre el “divorcio entre
élites y pueblo” necesita ser redefinida para depurar la sospecha que todavía se ciernen
sobre esta realidad latinoamericana7. Llegan novedades para la fe del pueblo porque “la
religiosidad popular no solamente es objeto de evangelización, sino que, en cuanto
contiene encarnada la Palabra de Dios, es una forma activa con la cual el pueblo se
evangeliza continuamente a sí mismo”8. Esta presencia encarnada de la Palabra se
vislumbra en manifestaciones que otorgan una densidad particular para la
evangelización continua del pueblo, a los gestos profundos de la fe. Aquí toman cuerpo
y vigor las comunidades eclesiales de base, espacios de comunión y de organización
social, en Argentina nacen las peregrinaciones a Luján, y resuenan las reflexiones de
Rafael Tello y Lucio Gera en un contexto conquistado por el temor de las botas que
vigilan muchas calles latinoamericanas.
Pasaron los años y será el turno de la Conferencia de Santo Domingo en 1992, año
en que la Memoria tenía lo suyo para decir, aunque no muchos quisieran escuchar y
mandasen a callar. Era el año del quinto centenario de la llegada de Colón a tierras
americanas y la Conferencia se realiza en un clima de tensiones, en la que nuevas
lecturas de la realidad latinoamericana con un juicio crítico y férreo a la realidad de la
conquista, acentúa la lupa de la sospecha puesta sobre los teólogos latinoamericanos
dando como resultado el impedimento progresivo de su intervención en las conferencias
y reflexiones del momento. Aunque hayan pasado 500 años del desembarco, hay un
bache difícil de cruzar entre las reflexiones y el deseo de verdad. En lo que refiere a la
piedad popular poco tenemos, solo un dato de ser una “forma inculturada del
catolicismo”9. No estamos con las elites en confronto con lo popular sino que “en Santo
Domingo la confrontación no se da tanto entre progresistas y conservadores, cuanto ente
los representantes de la curia y sus aliados, y los obispos más decididamente
comprometidos con el trabajo pastoral”10.
7
Cfr. DP 456.
DP 450.
9
DSD 247.
10
DUSSEL, E. (Edit.). Resistencia y esperanza. Historia del pueblo cristiano en América Latina y el Caribe. CEHILA DEI. Costa Rica 1995 p. 619.
8
Hacia un encuentro transformador
Tuvieron que pasar los años, y en 2007 la Conferencia de Aparecida retomó la
trayectoria de la reflexión latinoamericana. Entran en escena los discípulos-misioneros
de Latinoamérica; es en este seguimiento que la “piedad popular” se revaloriza como
“espacio de encuentro con Jesucristo”11.
El documento de Aparecida nos pone en frente a riquezas y novedades de la piedad
popular. Vivir la fe popular no depende de un sector social, sino que cada uno tiene sus
matices propios12, es decir, consideramos que aparece una ruptura con la idea de una
expresión de fe que diferencia entre “vulgo” y “élites”. Esta idea está reforzada al decir
que “no es una espiritualidad de masas”13 sino que es la expresión de un Pueblo todo.
En el documento los obispos definen, de un modo denso y profundo, este contacto con
el Misterio que la religiosidad popular hace en la vivencia de la fe:
“la mirada del peregrino se deposita sobre una imagen que simboliza la ternura y
la cercanía de Dios. El amor se detiene, contempla el misterio, lo disfruta en
silencio. También se conmueve, derramando toda la carga de su dolor y de sus
sueños. La súplica sincera, que fluye confiadamente, es la mejor expresión de un
corazón que ha renunciado a la autosuficiencia, reconociendo que solo nada puede.
Un breve instante condensa un viva experiencia espiritual”.14
Una definición precisa y preciosa. La fe del Pueblo se expresa en momentos fuertes
donde lo sensible se hace uno con lo sentimental, donde los símbolos se cargan sobre la
experiencia de una vida y viceversa. La expresión de la fe popular empieza a tomar
forma sacramental porque es un acercamiento al Misterio que se revela, que se dona y
que interpela vida.
Un paso más será dado en la consideración de la piedad popular como una
“espiritualidad popular” donde se produce un encuentro con Jesús, es decir un vínculo
de trascendencia, con la integración de lo sensible, lo cercano, corpóreo y simbólico. En
esta comprensión se conjuga lo divino en lo sensible y cotidiano, por lo que afirmamos
que “la fe popular es una espiritualidad porque su objeto es Dios en cuanto único
11
DA 258-265.
Cfr. DA, 258.
13
DA 261.
14
DA 259.
12
“liberador confiable” […] y el culto es la misericordia y la solidaridad con el vecino
desamparado”15.
Aparecida pudo vislumbrar en esta espiritualidad popular una apasionante “mística
popular”, y refiere a ella como el rico potencial de santidad y de justicia social16 que
acompaña a las expresiones de la fe en nuestro continente.
Peregrinos
Como Iglesia hoy caminamos con la vela encendida de la mística popular. Bien vale
la figura del peregrinaje como un modo de la mística, porque es caminando que se
produce el Encuentro. Papa Francisco, parte y arte de este documento de Aparecida, ha
sabido llevar estas definiciones al Magisterio universal, proponiendo la mística popular
como posibilidad de diálogo y cooperación para el cuidado de la Vida, donde todos
confluimos para el bien común17. La vela encendida a María “comadre de suburbios”,
como escribía Pedro Casaldáliga, es algo más que una vela: es el deseo de luz en la
oscuridad, la invocación de lo divino que es Misterio y es el compromiso para que otros
consigan lo necesario para la vida. Como mística no entendmos una abstracción total
del mundo, sino más bien una sintonía de vida que “al mirar el cielo” no olvida la tierra
que se pisa, las manos que se tienden y los gestos que vivifican.
Quien vive en la mística popular tiene una percepción distinta de las cosas que le
posibilita el disfrute y además le corona sus esfuerzos solidarios como acciones
trascendentales en bien de otros. Con esto nos aproximamos a múltiples posibilidades
de trascendencia cotidiana, siendo el místico alguien en búsqueda de sí en los ojos de los
demás, donde lumbra con su vela en medio del viento, cuidado también las llamas más
debiles.
15
GALILEA, S. Religiosidad popular y pastoral. Cristiandad. Madrid 1980 p. 80.
DA 262.
17
EG 221.
16