06 octubre 2006

La dama de hierro (I)



Oigo rechinar las bisagras oxidadas de las puertas de hierro que me encierran.
Ya están otra vez aquí, ya llegan, y tiemblo de pensar que vienen a por mí.
En realidad, no tiemblo sólo de eso, también de frío, de vergüenza, de dolor. Jamás en mi vida he sido tan humillada como lo estoy siendo estos días. ¡Y pensar que mis padres, nobles de alta alcurnia, me enviaban aquí para completar mi educación, y adquirir la refinada cultura de las más prestigiosas cortes europeas!
Desde que entré solamente he soportado vejaciones; me han tratado como a una esclava, obligándome a realizar las tareas más duras del castillo; como a una fulana, haciéndome posar desnuda, en estancias frías, para luego azotar con duras vergas las partes más sensibles de mis carnes, hasta hacerlas sangrar, hasta verter esas gotas de líquido rojo oscuro, denso, que hacen enloquecer a la señora, y provocan las sádicas carcajadas de las viejas brujas de sus ayudantes.
Llevo tres días encerrada en esta húmeda y fría celda donde solamente me sacan para torturarme. Me obligan a comer, y después me desnudan, me golpean, y cuando mi piel adquiere un color sonrosado, clavan finas agujas para extraerme sangre; mi cuerpo es ahora un rosario de arañazos y heridas, que no terminan de cicatrizar, y mi piel se cubre, poco a poco, de sangre reseca. No me dejan dormir, y tampoco retiran mis heces, por lo que el ambiente es nauseabundo e irrespirable. Me siento débil, ¡tan débil e indefensa!
Sé que hay más compañeras; escucho sus lamentos y gemidos de dolor, y las oraciones a un Dios que no nos atiende, en forma de susurros siniestros, de ansiosas súplicas, de cánticos desesperados. Oigo sus gritos de terror cuando laceran sus carnes, y tiemblo de pensar que la siguiente puedo ser yo.
Estoy resignada, mis fuerzas ya me abandonan; deseo que este trance termine ya, abandonar el mundo de los vivos, acabar con el dolor, el frío y la humillación, pero me aterra el último trámite.
Oigo más cerca los pasos, han cerrado la última puerta. Todo está oscuro. Se han parado, oigo de nuevo el ruido de las llaves al chocar entre ellas, al introducirse en la cerradura...

¡Dios mío!

7 comentarios:

  1. Anónimo1:38 p. m.

    Glups!
    no me gustaría estar en su pellejo, pobrecilla.
    A ver qué le depara, espero ansiosa la segunda entrega :)

    Besos fuertes de fin de semana.

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  2. Anónimo6:01 p. m.

    Huy, se me ha puesto mal cuerpo y todo...

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  3. huy! te metes en la piel de esa pobre mujer,
    me gustó el texto,
    saludos

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  4. Anónimo8:58 a. m.

    YYYyy dicen por ahí que el sufrimiento nos hace crecer, en el caso de nuestra dama imaginaria, sería ver el otro lado de la vida... seguiré atenta a las siguientes entradas .
    Un abrazo Juanjo!

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  5. He vuelto!!!


    En cuanto tenga algo de tiempo, leo lo nuevo detenidamente...


    Cambio de Look;)?


    Besos

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  6. Anónimo10:49 p. m.

    El honor es mío, el placer... de figurar en tu selección... te lo dice una Dama de Hierro ;-)
    Milena

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  7. ufffsss que sufrida la pobre!!!!
    te sigo leyendo.....ABRIL
    p.d.

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