Santiago se tomó unos segundos para contestar, lo que puso en guardia a Paco. Sabía de antemano que tendría que analizar con mucha atención lo que quisiera contarle.
- Miguel, claro. Debía de haberlo imaginado. Se me olvidaba que una vez fuisteis amigos. Te sorprendería saber lo que decía de ti cuando no estabas delante.
Paco frunció el ceño y apretó los dientes. La rabia le subía del estómago a la boca. Cerró los puños dispuesto a abalanzarse sobre aquel hombre, pero reaccionó a tiempo. Aquel individuo iba a hacer lo imposible por sacarlo de sus casillas. No debía caer en la provocación.
- Hace ya mucho tiempo de eso. Después prefirió otras compañías más gratas, supongo. Como la tuya. Imaginaba que sabrías algo de él, tú que tanto gozaste de su amistad.
- Miguel tenía una idea muy particular de la amistad. Yo gocé de sus favores, que, por cierto, le devolví con intereses, pero a la hora de la verdad no supo estar a la altura.
- Ya imagino. Por eso murió, ¿no? Cuando ya no fue útil, te lo quitaste de encima. ¿Me equivoco?
- Sí. Te equivocas. No tienes ni idea de lo que pasó. Miguel era mi mano derecha, mi hombre de confianza. Con él llegué a lo más alto, y lo apreciaba. Aunque no me creas, él era para mí un amigo, quizá mi único amigo. Me ayudó a subir, es cierto, y yo se lo recompensé con creces, con cargos de mucha responsabilidad, con poder, con prestigio, con dinero. Pero él siempre quería más...
- ¿Y?
Santiago se tomó un respiro antes de contestar. Sentía que estaba contando demasiado. Desvió un poco la mirada de su interlocutor y respondió:
- Lo tuve que relevar de sus puestos. Le busqué un retiro digno, pero no lo llegó a encajar bien. Discutimos, y a partir de ahí, nos distanciamos.
Paco recordó entonces la reciente conversación con Adela Garcés. Más o menos todo cuadraba, pero había un pequeño detalle. Adela había comentado que Miguel había vuelto un día asustado y medio borracho, y que existía algo que sabía Miguel y el presidente temía. Entonces no imaginaba qué podía ser, pero ahora sabía que, al menos, Santiago Escámez tenía una razón para temer a Miguel Bermejo: su pasado en URBEXPORT.
- Os distanciasteis, y Miguel se quedó tranquilito en su casa esperando el sobre negro. ¿No esperarás que me crea eso, verdad? Con lo que sabía él...
- Importa poco lo que tú creas...
- Apuesto a que Miguel no se quedó esperando, ¿no? Imagino que te chantajeó, amenazó con largar, ¿no es cierto? Y tú no te podías permitir ese lujo. Tu carrera política arruinada, y posiblemente tus huesos en la carcel. Un destino muy duro para alguien que se siente invulnerable.
Santiago se puso rojo de ira. Por un momento parecía que iba a saltar sobre Paco, pero echó mano del temple que, sin duda, tenía y dibujó en su cara una sonrisa irónica.
- Eres muy listo, Paco. Tu problema es que siempre fuiste demasiado honrado. Demasiado gilipollas, más bien. Podías haber llegado lejos, de mi mano, pero preferiste hundirme. Miguel se pasó de listo, en cambio, y ahora está muerto. De todo aquello solamente tú y yo sabemos la verdad, y a ti te queda ya poco. En unos minutos, un pelotón te vendrá a ejecutar. No pongas esa cara, no dolerá demasiado. Duele más pensar cómo se te irá la vida. ¿Sabes? Es bastante limpio. Un pequeño impacto con una pistola láser te seccionará la yugular por dentro. Un agujero pequeño, pero suficiente. Te desangrarás poco a poco, pero sin rastro de sangre. Te marearás, te sentirás débil, serás perfectamente consciente de que te mueres, y no podrás hacer nada. ¿No es maravilloso? Y yo te veré desde una esquina, disfrutando de cada gesto de angustia, bebiéndome tu whisky, cómodamente sentado. Las instrucciones están dadas, la brigada no tardará en llegar.
Paco no pareció inmutarse demasiasdo. Como si nada le afectara, se acercó al panel y pulsó una tecla.
- ¿También vas a disfrutar al escuchar mis últimas voluntades, Santiago? Tengo tiempo de contarlo todo antes de que vengan, ¿no es cierto? Yo moriré, pero tú no tardarás mucho en venir detrás. La estafa contra el Estado es delito de alta traición, si no recuerdo mal, y el asesinato tiene también la pena máxima, si se aplican las leyes que tú mismo promoviste, ¿no te acuerdas? Dime, Santiago, ¿Por cuál de esos delitos prefieres morir?
(continuará)