18 diciembre 2016

Blanca Navidad


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Escrito para el Viernes creativo. La imagen es de Mario Sánchez Nevado.

Fue un año anormal el 2027.

En enero hizo un sol brillante que derritió los polos, por lo que en febrero resucitaron todos los dinosaurios congelados. Los atlantes salieron a la luz al romperse su sepulcro de hielo y nos declararon la guerra en marzo.

A principios de abril, estaban llegando a las puertas de Roma, cuando empezaron las lluvias que lo anegaron todo. Julio lo pasamos en el barro, entre centenares de mamuts atrapados, que no dejaban de barritar, furiosos, acusándonos de todas sus desgracias. Ese ruido enloqueció tanto a los guerreros, que arrasaron todos los campos y poblaciones, hasta convertir Europa en una única hoguera.

A mediados de agosto, dinosaurios, mamuts y atlantes cruzaron el estrecho de Gibraltar e invadieron Marruecos. Por el tratado de Rabat, firmado entre las tres partes, acordaron repartirse Asia, África y América.

Durante los meses de septiembre y octubre, las hordas de los tres ejércitos avanzaron imparables hasta Australia. Atrás habían dejado un mundo devastado, sin restos de vegetación ni fauna. Nosotros llegamos a Nueva Zelanda a finales de noviembre, con la idea de resistir y recuperar terreno en 2028. Hacía un tiempo estupendo y durante un mes casi olvidamos el año de penurias que había transcurrido.

Llegó la Navidad y decidimos adornar un pino solitario, que se encontraba en un prado. A falta de estrellas, bolas y espumillón, escogimos un grupo selecto de vecinos y los pusimos a orbitar alrededor del árbol. Cuando la mañana del veinticinco fuimos a abrir los regalos, nos encontramos con la agradable sorpresa de que empezaba a nevar con abundancia.

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11 diciembre 2016

La leyenda del beso


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Escrito para el Viernes creativo.


En el muro de la calle Ganges, donde nos cruzábamos todos los días, hubo durante mucho tiempo un anuncio de pegamento Fevicol, único para juntar todo tipo de superficies. El adhesivo definitivo entre tú y yo hubiera sido un único beso, pero no nos lo dimos nunca. Algunas veces fue porque tú no mirabas cuando yo lo hacía y otras ocurrió al revés. Si se hubieran cruzado nuestras miradas en un instante, en ese que cambia el destino de las personas, ni la fuerza de dos tercos elefantes habría podido separarnos. Sin embargo, el perro, que se detuvo un momento para observar a los paquidermos, creyó hasta su muerte que había contemplado el negativo de una apasionante escena de amor, y corrió a ladrarla por todos los rincones de Calcuta. Fue tan convincente contando esta historia, dejó una impresión tan honda entre los de su especie, que todos los canes, aquella noche, salieron a buscar miradas, a cobrar besos por las esquinas y formar uniones indisolubles, de las que nacieron miles de cachorros felices. La leyenda del hombre y la mujer que se habían besado, después de tan solo mirarse, pasó de padres a hijos y de hijos a nietos, durante muchas generaciones. El anuncio de la pared que acogió nuestras sombras terminó decoloriéndose y los elefantes escaparon por fin, libres de sus ataduras. Contaron una versión bien diferente de lo que había pasado aquel día, pero nadie les dio crédito. Las grandes leyendas tienen más fuerza que la cruda historia.

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