Escrito para el Viernes creativo. La imagen es de Mario Sánchez Nevado.
Fue un año anormal el 2027.
En enero hizo un sol brillante que derritió los polos, por lo que en febrero resucitaron todos los dinosaurios congelados. Los atlantes salieron a la luz al romperse su sepulcro de hielo y nos declararon la guerra en marzo.
A principios de abril, estaban llegando a las puertas de Roma, cuando empezaron las lluvias que lo anegaron todo. Julio lo pasamos en el barro, entre centenares de mamuts atrapados, que no dejaban de barritar, furiosos, acusándonos de todas sus desgracias. Ese ruido enloqueció tanto a los guerreros, que arrasaron todos los campos y poblaciones, hasta convertir Europa en una única hoguera.
A mediados de agosto, dinosaurios, mamuts y atlantes cruzaron el estrecho de Gibraltar e invadieron Marruecos. Por el tratado de Rabat, firmado entre las tres partes, acordaron repartirse Asia, África y América.
Durante los meses de septiembre y octubre, las hordas de los tres ejércitos avanzaron imparables hasta Australia. Atrás habían dejado un mundo devastado, sin restos de vegetación ni fauna. Nosotros llegamos a Nueva Zelanda a finales de noviembre, con la idea de resistir y recuperar terreno en 2028. Hacía un tiempo estupendo y durante un mes casi olvidamos el año de penurias que había transcurrido.
Llegó la Navidad y decidimos adornar un pino solitario, que se encontraba en un prado. A falta de estrellas, bolas y espumillón, escogimos un grupo selecto de vecinos y los pusimos a orbitar alrededor del árbol. Cuando la mañana del veinticinco fuimos a abrir los regalos, nos encontramos con la agradable sorpresa de que empezaba a nevar con abundancia.
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