Es casi un cliché dentro del más moderno cine de terror en Hollywood. En cada peli con demonio circulando por aquí y por allá, habrá alguna escena con insectos. Esos insectos serán grandes y horripilantes, y aparecerán en lugares recónditos del cuerpo del pobre infortunado que ronda alrededor de Satán, o bien serán una plaga de miles y miles que consumirán las carnes del pobre infortunado que ronda alrededor de Satán, a elección del guionista y de lo que quede más chulo en el departamento de efectos especiales. Y sin embargo, la asociación de Satán con los insectos es casi como un meme desarrollado de manera inesperada y colateral desde los textos bíblicos y la literatura rabínica paralela. Bienvenidos en este posteo de Siglos Curiosos, a la fabulosa historia de El Señor de las Moscas. El original que es Belcebú, no la novela de William Golding por supuesto.
Partamos diciendo que en los orígenes, Belcebú no era Satán, y de hecho, esta distinción era bien conocida por los escolásticos medievales, quienes solían distinguirlos a las horas de repartir cargos y prebendas en los círculos infernales con su calenturienta imaginación. Parece ser que Belcebú era simplemente uno de los tantos dioses adorados a lo largo de Canaán: la primera sílaba derivaría de la palabra "baal", el título que designa a dichos dioses cananeos. El Libro Segundo de Reyes menciona que el rey Ocozías de Israel, sintiéndose enfermo, envía mensajeros a Belcebú el dios de la ciudad de Ecrón, ante lo cual el Yahveh bíblico se lleva un cabreo mayúsculo y condena al rey desobediente a muerte, por consultar a dioses que no son EL DIOS. Belcebú era por tanto el baal local de Ecrón, que aparentemente tenía su propio negocio de salubridad pública.
Se ignora el origen del nombre Belcebú, pero una alternativa plausible es que el nombre original sería "Ba'al Zabub", que significaría "El Señor del Lugar Alto" (del Cielo, se entiende). Pero los hebreos, siempre dispuestos a mofarse de los ídolos que tienen boca y no comen, tienen ojos y no ven, etcétera, habrían hecho un juego de palabras con otra palabra hebrea, de donde habría salido "Señor de las Moscas". A qué se referían no es seguro. Una posibilidad es que se burlaran de sus seguidores, que revolotearían alrededor del santuario como moscas. Otra, que se burlaran de que estos ídolos que tienen boca y no comen se les diera comida como ofrenda, las que al pudrirse, harían que Belcebú se manifestara en forma de moscas buscando putrefacción, precisamente. Como puede verse, hasta el momento no tenemos ninguna asociación de Satán con los insectos. Esta podría ser una derivación tardía: recordemos que Belcebú no era propiamente un demonio sino un dios extranjero, y haberlo homologado con Satán para denigrarlo habría tenido como consecuencia colateral que uno de sus atributos, los insectos, se haya abierto camino hacia la figura del Demonio en el Cristianismo.
Resulta sintomático que en la Biblia, en al menos un par de ocasiones, los insectos aparecen no en arsenal de Satán, sino... en el de Dios. Cuando Yahveh envía las plagas contra el Faraón de Egipto, una de ellas es de langostas. Más revelador aún es el Apocalipsis. En el capítulo 9 del final de la serie, el quinto ángel de la serie de Siete Trompetas toca, y los abismos se abren. De él emergen unas langostas muy pintorescas (la descripción, que el amable lector la busque en la Biblia, que es larga, pero por alucinógena no tiene desperdicio) a las que se ordena castigar a todos los seres humanos que carecen del sello de Dios, durante cinco meses, pero sin matarlos. Estas langostas son encabezadas por un ángel llamado Abaddon (en griego Apolión, en castellano probablemente "Destrucción"). Del contexto del Apocalipsis se puede inferir que Abaddon y sus langostas no son demonios ni ángeles caídos o rebeldes, porque obran en perfecto cumplimiento de las instrucciones de Dios. Aunque aquí se trata de langostas y no de moscas, es difícil no ponerse a hacer asociaciones al respecto.
Historias desopilantes, anécdotas curiosas, rarezas antiguas: bienvenidos a los siglos curiosos.
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jueves, 29 de marzo de 2012
jueves, 7 de julio de 2011
Un par de mesías cabalísticos.
Aunque un mantra clásico de la educación en cuestiones históricas señala que el Renacimiento es el tiempo de la emergencia del Humanismo, el racionalismo, el secularismo, etcétera, lo cierto es que por debajo de las elucubraciones de algunos idealistas seguía siendo una época eminentemente religiosa. Incluso muchos intelectuales eran gente religiosa que hacía vida intelectual "a la moderna" para los antiquísimos fines de la religiosidad de toda la vida. Por tanto, al lado del humanismo florentino existió una enorme cantidad de nigromantes, ocultistas y charlatanes de lo esotérico que se hicieron la América. Entre ellos hubo dos cabalistas hebreos que en el tardío Renacimiento, finales del XVI y comienzos del XVII para ser más precisos, que se lanzaron a la aventura del mesianismo.
Entre la ristra de gente que pupuló alrededor de lo oculto en el tiempo antedicho, destacó en particular un tal Isaac Luria, un cabalista judío que revolucionó de arriba abajo toda la doctrina de la Cábala hebrea y es considerado de los grandes en el rubro. Un aspecto central de las doctrinas de Luria fue el tema del mesianismo (no el mesías cristiano o el Cristo, por supuesto, sino el mesías davídico hebreo). Algunos consideraron que el propio Luria era el mesías, aunque esa idea a la postre no prendió.
Uno de los más importantes discípulos de Luria fue Haïm Vital, nacido en la ciudad italiana de Calabria en 1543, y que al igual que los italianos de Rhapsody of Fire respecto del Heavy Metal nórdico, es más over-the-top, ligeramente más ridículo, y también su poco más entrañable que sus maestros. Este era un tipo raro que tenía visiones y todo, y que se convenció de una manera u otra que su maestro en verdad era el mesías, y que se revelaría en 1575. Es comprensible que se quedara un poco confuso cuando Luria falleció en 1572. Vital le dio entonces un par de vueltas al asunto, y llegó a una increíble conclusión: ¡Luria no era el mesías porque el propio Vital en realidad lo era! Pero guarda silencio: en la tradición hebrea el mesías no puede proclamarse, sino que DEBE ser reconocido y proclamado por los demás (judíos, claro). Por eso, se guardó su sentimiento mesiánico para su propio capote, no diciéndole a nadie su extraordinaria conclusión. Por eso, grande fue su sorpresa cuando en 1574 le visitó un tal Abraham Shalom que... ¡le dice que es el mesías! Shalom le explicó al atónito Vital que éste no era el mesías (Shalom lo es) sino el precursor del mesías, aquél que debe anunciar su llegada. Abraham Shalom le ordenó entonces a Haïm Vital que fuera a Jerusalén a cumplir su misión de proclamar al mesías. No era un viaje tan largo (todo lo antedicho transcurre en Safed, una ciudad palestina entonces bajo dominio del Imperio Otomano), pero aunque desconocemos la respuesta, no es demasiado difícil adivinarla, dado lo que sucedió después (básicamente: nada).
1575 llegó y se fue, y no se produjo ningún acontecimiento que significara la Revelación. Pasaron los años, y Haïm Vital esperó, y esperó, y esperó... En 1612, casi en la setentena y ya muy enfermo, decidió no aguardar más, y escribió un libro en que explicó al mundo que él era el mesías prometido, que lo sabía desde hace 40 años, y que sus sueños y visiones eran la prueba. Por alguna razón, los cuatro gatos que leyeron el texto en la comunidad hebrea no se convencieron demasiado sobre lo firme de las pruebas argüidas por Vital. Tampoco Haïm Vital pereció tan de inmediato como pensaba: el bochorno duró hasta 1620, año en que finalmente falleció, en la ciudad de Damasco. Han pasado casi cuatro centurias desde eso, algunos otros hebreos intentaron presentarse como el mesías, y en definitiva la vida sigue igual...
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domingo, 27 de febrero de 2011
¿Las minas del rey Salomón?
La Biblia se refiere al reinado de Salomón (en el siglo X antes de Cristo) como una edad de oro para los hebreos. Aunque se discuten los alcances del gobierno de Salomón (algunos lo consideran como un gran gobernante que extendió su poder desde Egipto hasta Mesopotamia, mientras que otros ni siquiera lo reconocen como personaje histórico y consideran el relato bíblico como un cuento para niños, sin contar todas las posturas intermedias), su leyenda ha sobrevivido en el tiempo. Uno de los mitos más recurrentes al respecto son las legendarias "minas del rey Salomón". Henry Rider Haggard (el creador de Ayesha) escribió una reputada novela acerca del tema, adaptada para el cine en "Las minas del Rey Salomón" de 1950 o un remake de 1985 con Sharon Stone, entre otras versiones. Según Haggard, dichas minas estaban en Africa. Otros ni siquiera lo reconocen como historia verdadera. Pero el hallazgo de las minas en Khirbat podría poner una nueva piedra en el templo de la arqueología bíblica y dilucidar el problema de una vez por todas... o no.
La arqueología bíblica es una hazaña difícil, por motivos extrínsecos a la ciencia. El territorio bíblico está disputado desde 1948 entre Israel y los palestinos, y por lo tanto la arqueología moderna lo ha tenido difícil para excavar allí. Además, las excavaciones no se hacen por puro amor al conocimiento, sino que muchas veces tienen agendas políticas: los palestinos apoyan excavaciones que minimicen el alcance histórico de los hebreos, y los israelíes a la vez prefieren financiar excavaciones que muestren a los antiguos hebreos como un pueblo glorioso que les habrían heredado sus títulos (algo discutible, porque como dijimos alguna vez en Siglos Curiosos, hebreos e israelíes no son lo mismo). En cuanto a las minas del rey Salomón, su descubrimiento fue proclamado en 1940 por Nelson Glueck, en territorio no del Israel salomónico, sino de Edom, pero luego este reclamo fue desestimado: las dataciones arrojaban fechas cercanas al siglo VII antes de Cristo, tres centurias después de Salomón. La Biblia tampoco lo pone fácil: no entrega grandes datos sobre las minas en cuestión, aunque pueden inferirse debido a la gran cantidad de cobre que existía en el interior del Templo de Salomón, dándole siempre crédito al relato del Libro Segundo de Reyes. (La arqueología clásica considera que las minas del rey Salomón estarían en el Valle de Timna, cerca de Eilat, en una localidad cercana al puerto bíblico de Ezion Geber, en el Mar Rojo, que sí fue controlado por Salomón, según la Biblia).
Las cosas parecieron cambiar con las excavaciones realizadas en Khirbat en Nahas, bastante más al norte de Timna, por obra de Yosef Garfinkel y Thomas Levy, a partir de 1997. Ya el nombre de Khirbat en Nahas en árabe es prometedor: "ruinas de cobre". Está más cerca de Jerusalén y posee vastos depósitos de cobre. Las dataciones se aproximan asimismo al siglo X antes de Cristo (concretamente, 22 semillas de dátil), y por ende, corresponderían con la época de Salomón. Por alguna razón desconocida, la actividad minera parece haberse detenido en el siglo IX antes de Cristo. Además, aparecieron amuletos egipcios datados de la época del faraón Sheshonq (a quien ya nos hemos referido en Siglos Curiosos), que invadió Palestina después de la muerte de Salomón. ¿Habrá sido Sheshonq quien interrumpió la producción de cobra en Khirbat es Nahas...?
En todo caso, los detractores de Yosef Garfinkel y Thomas Levy alegan que las pruebas todavía son incidentales. De partida, no es absolutamente seguro que las dataciones arranquen del siglo X antes de Cristo, y en cualquier caso, aunque dichas minas de cobre estuvieran a plena actividad en la época de Salomón, esto no es más que una prueba incidental respecto al eventual poderío de Salomón (¿y si las minas eran controladas por otra potencia que no eran los hebreos...?). La cuestión sigue abierta, naturalmente, para beneplácito de los lectores de aventuras que, por un tiempo al menos, podrán seguir imaginando su locación favorita para las legendarias minas del rey Salomón.
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domingo, 5 de diciembre de 2010
2300 años antes de las Cruzadas...
Los análisis de Geopolítica combinada con Historia suelen tener algo de monótonos. Como la geografía terrestre no ha cambiado la gran cosa durante la época de las civilizaciones, los crecimientos y extinciones de imperios tienden a repetirse de manera recurrente sobre un tablero que se mantiene principalmente estático. Una de las constantes geopolíticas que ha visto el mundo es el intento varias veces repetido de cortar las vías de comunicaciones entre Egipto y Siria por parte de potencias marítimas mediterráneas occidentales, creándose cabezas de puente en Palestina. Lo hicieron los cruzados en los siglos XII y XIII, y lo hicieron otra vez la entente angloestadounidense ayudando a la creación del Estado de Israel en 1948. Interesantemente, hay un precedente mucho más antiguo para esta constante, uno que antecede en nada menos que 2300 años a las Cruzadas, o sea, más de un milenio antes de la Era Cristiana...
Hacia 1200-1180 a.C., la cuenca del Mediterráneo sufrió una serie de convulsiones. La historia es poco conocida porque debe ser reconstruida de manera fragmentaria a partir de las leyendas griegas (los invasores) acerca de la Guerra de Troya por un lado, y por parte de los testimonios egipcios (los invadidos) y los muy posteriores testimonios hebreos de la Biblia (que justo estaban ahí, en medio de la conflagración). El esquema global es que una horda de invasores, conocidos como los "Pueblos del Mar" (por los egipcios, para quienes esos invasores llegaban desde el mar, precisamente), salieron de las costas griegas y se dejaron caer sobre todo el Medio Oriente, ayudando a provocar el hundimiento del Imperio Hitita, mutilando severamente al Imperio Egipcio, y creando una tierra de nadie en Palestina, en donde una serie de principados menores florecieron en el siguiente medio milenio (arameos, filisteos, hebreos, etcétera), hasta la llegada de los invasores asirios y caldeos desde el este. Y en medio de todo el caos provocado por los Pueblos del Mar...
La Biblia menciona que existió una tribu llamada "horeos", que existió en los tiempos anteriores a la llegada de los Pueblos del Mar (de las guerras que los reyes orientales emprendieron contra los reyes occidentales, que se refiere en Genesis 14, y en las cuales se vieron envueltas los horeos según Génesis 14:6, hay quien colige que estos horeos fueron arrojados a Palestina durante las invasiones de los mitanios, en el siglo XVI a.C., aunque esto no se puede afirmar con certeza). El caso es que los horeos dominaban la región alrededor del Monte Seir, cerca de Ezión Gueber. Este puerto se encuentra al este de la Península del Sinaí, y da hacia el Mar Rojo.
Pero durante la invasión de los Pueblos del Mar, una tribu llamada los quereteos, consiguió abrirse paso desde el Mar Mediterráneo hacia el Mar Rojo. Allí, en el Monte Seir, consiguieron hacerse fuertes y crear un pequeño principado. Hay quien piensa que estos quereteos eran descendientes de los cretenses, e incluso la Septuaginta (la primera versión griega del Antiguo Testamento, traducida hacia 250 a.C.) parece identificarlos. El caso es que los quereteos pronto se hicieron señores del Néguev, el desierto al sur de Palestina y que entronca con el Sinaí, y por lo tanto, estaban en posición fértil para controlar el Camino Real, la gran ruta comercial que iba desde Egipto hasta Siria. El futuro parecía promisorio para ellos, pero...
A río revuelto, ganancia de pescadores, y quien se llevó el palo al agua fue otra tribu distinta, ésta de origen semita: Edom. Los edomitas aprovecharon el vacío de poder creado por la retirada de los egipcios, para hacerse de un gran reino (en proporción a las dimensiones más bien liliputienses del territorio palestino, claro) que iba desde el Mar Muerto hasta el Mar Rojo. Los edomitas invadieron el territorio de los horeos y los exterminaron (Deuteronomio 2:12), y arrinconaron a los quereteos. Aislados de los filisteos (sus probables "hermanos de sangre"), que se habían instalado en la costa de Palestina, los quereteos tuvieron que conformarse con su capital Siquelag, y dominar el desierto del Néguev, siempre como tributarios de algún vecino más poderoso. El rey David, algo más tarde, emprendió una invasión militar en toda regla contra Siquelag y la saqueó (Primero de Samuel 30). De esta manera los quereteos sufrieron la misma suerte que los cruzados 2300 años después: consiguieron fabricarse un principado alrededor de una ciudad y controlar las rutas comerciales, sólo para que después los señores de la guerra locales los arrinconaran y obligaran a malvivir como vasallos de un poder superior (bueno, a los cruzados les fue incluso peor...).
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