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domingo, 26 de agosto de 2012

Ippolito Desideri trata de cristianizar al Lama.


El sacerdote jesuita Ippolito Desideri fue otro de esos infatigables misioneros que trataron de propagar el Cristianismo por tierras de paganos. En el caso de Desideri, un poco por obligación. En realidad ya había conseguido arribar muchos años atrás una misión católica al "techo del mundo", pero la falta de contacto hacían conveniente enviar a alguien para reabrirla. Juzguen ustedes cuán largo y tortuoso era en la época el viaje al Tíbet: el pobre Desideri partió de Delhi el 23 de septiembre de 1714, y llegó finalmente a Lhassa el 18... de marzo... de 1716. Sí, desde el corazón de la India hasta la capital del Tíbet, nuestro héroe debió descontarle un año y medio a la de por sí deprimente expectativa de vida de la época. Lo que hizo diferente a la misión de Ippolito Desideri, no sólo de cara a la religión sino también a la cultura, es que se trata del primer europeo del que tenemos noticia, intentó en verdad interiorizarse de los aspectos de la cultura y costumbres de los tibetanos.

Pero el trabajo de Ippolito Desideri no era sólo hacer antropología aficionada, sino también promover la VERDADERA FE por supuesto. Para lo cual se tomó la molestia de aprender tan bien como pudo el tibetano, y escribir un libro en ese idioma, seguramente la primera obra en tibetano redactada por la mano de un europeo. Dejemos hablar a Ippolito Desideri y su encantador espíritu: "La sustancia del libro estaba dedicada a demostrar la falsedad de su doctrina, extendida entre sus creyentes, según la cual todos pueden salvarse sea cual sea su religión; yo quería demostrarles, en cambio, la absoluta necesidad de reconocer la grande y esencial verdad, según la cual una sola fe conduce al Cielo y a la salvación eterna". Apenas el Lama y sus ministros supieron de esto, se impacientaron: querían tener la obra delante suyo tan pronto como se pudiera, para poder discutir y sopesar esa extraña novedad llamada Cristianismo. Dicho sea de paso, el lama de la época era Lha-bzang Khan, que a pesar de ser hombre de talante razonable no era demasiado querido por sus súbditos debido a que había accedido al trono a través de la invasión militar y la usurpación del Lama anterior.

Volviendo a Ippolito Desideri. Terminó su obra en diciembre de 1716, y solicitó por los canales correspondientes que el lama le recibiera para dedicársela. Este le replicó que lo haría en audiencia pública, y que el mismo Ippolito Desideri fijara la fecha. Orondo, éste pidió el 6 de Enero de 1717, por ser el día de la Epifanía. Después de atender a otros peticionarios, el Lama dedicó su atención a Desideri, quien le ofreció el libro. El propio Lama desató las amarras externas del mismo (los libros tibetanos clásicos vienen con hojas trianguladres sueltas entre dos tablillas de madera también triangulares, así es que deben ser amarrados por razones obvias). Luego comenzó él mismo a leer el volumen, hasta que se cansó y le pidió a otro monje que siguiera la lectura allí donde la había interrumpido. Pero tampoco el monje llegó a terminar, porque el Lama le interrumpió, alabó el libro, y a continuación expuso dos puntos que le perturbaban de la doctrina católica: la clase de ser superior al que adoraban, y la negación de la doctrina de la reencarnación. El Lama y Desideri debatieron durante un buen rato, hasta que el Lama, fascinado, decidió interrumpir la cuestión en definitiva y postergarla hasta terminar de leer el libro.

En marzo, Desideri fue llamado otra vez por el libro: lo habían leído tanto el Lama como los monjes tibetanos, y encontraron sus ideas de sumo interés, de manera que desearon organizar un debate. Para que hubiera igualdad de armas, el Lama postergó el mismo, y le dijo a Desideri que se empapara e investigara tanto como pudiera de la cultura, la religión y la filosofía tibetanas, y ordenó a todas las bibliotecas y a todos los eruditos que se pusieran a disposición de Desideri para su investigación. Desideri cumplió con la investigación todo lo que pudo, pero la cuestión nunca llegó a zanjarse: ese mismo 1717, una rebelión de los tibetanos en alianza con invasores zúngaros tomó Lhasa, y Lha-bzang Khan perdió la vida. Ippolito Desideri salió con vida del trance (de qué otra manera iba a dejar testimonio de sus aventuras, ¿no?), pero el jesuita tuvo que arrostrar la llegada de monjes capuchinos que tenían instrucciones de tomar para sí las labores de prédica. El resultado es que Desideri tuvo que abandonar el Tíbet. Después de tres años llegó con bien a Francia, y allí es donde redactó la relación de su increíble periplo, así como de su frustrado intento de convertir al Dalai Lama al Cristianismo.

domingo, 10 de junio de 2012

El monstruoso regimiento de las mujeres.

Entre los grandes clásicos de la misoginia universal, una de las más altas cumbres es sin lugar a dudas "El primer toque de trompeta contra el monstruoso regimiento de las mujeres", que John Knox escribió en Génova, en 1558. Este John Knox, por más señas, es el protestante fundador de la iglesia presbiteriana, que es fuerte en Escocia. El título puede inducir a algún equívoco ya que "regimiento" ("regiment") no se refiere al uso habitual como un conjunto de batallones militares, sino en una acepción similar a la que recoge el Diccionario de la RAE: "oficio o empleo de regidor". O sea, Knox está protestando (ya desde el título) contra el gobierno de las mujeres. Al escribir el panfleto tenía en mente a María Estuardo, reina de Escocia, así como a María Tudor, reina de Inglaterra. La ráfaga le salió con una bala de rebote porque ese mismo año 1558 falleció María Tudor (enemiga política de Knox), e Isabel I asumió el trono de Inglaterra: Isabel además de ser protestante podría haber sido una aliada natural de Knox contra su enemiga común María Estuardo, pero ella se ofendió mucho con el libelo, y... el resto ya se lo imaginan, creo.

El caso es que Knox no se anda con chicas en su misoginia: "Promover a una mujer al mando, superioridad, dominio o imperio sobre cualquier reino, nación o ciudad, es repugnante por naturaleza; injurioso para Dios, la cosa más contraria a su verdad revelada y ordenanza aprobada; y finalmente, es la subversión del buen orden, de toda equidad y justicia" (traducción de vuestro seguro servidor el General Gato). Una mujer que llega al poder, sentándose por ejemplo en el Parlamento, se vería pronto sacada de su condición natural (argumenta Knox) y pronto habría un baño de sangre en que los hombres serían arrasados y exterminados, como sucedió con las amazonas (nótese como la Mitología Griega era parte de la Historia Universal en la época). Pero más allá de citar a Aristóteles o al Digesto, John Knox no le da demasiadas vueltas al asunto, y recurre al viejo comodín ése del es-tan-obvio-que-no-voy-a-discutirlo-aquí, para dar por explicado aquello para que no encuentra explicación.

Más interés tiene cuando se adentra en su campo particular, la Teología. Sostiene que el imperio de la mujer es contrario a la Voluntad Revelada de Dios. Cita la Biblia por supuesto (Primera a los Corintios 11:8-10, Génesis 3:16, Primera a Timoteo 2:12). No falta tampoco la cita al teólogo romano Tertuliano (quien trata a las mujeres de "puerta al infierno" y de "primera transgresora de la Ley de Dios"). ¿Por qué? Porque la mujer (dice Knox y los venerables Padres a quienes cita) es más débil, imprudente, voluble y fácil de engañar: incluso se menciona que los falsos profetas la tienen más fácil engañándolas a ellas que a ellos para descarriarlos. También son más codiciosas, y en su ansia de poder son por tanto insaciables.

Además, el imperio de la mujer es subversivo contra el buen orden, la equidad y la justicia. Esto se debe (Knox sigue en esto a otro misógino ilustre que es San Agustín) a que cada cosa tiene su lugar, y si la mujer por todos los defectos antedichos es inferior al hombre, entonces su lugar debe también ser inferior. Por tanto, no es de buen orden dejar mandar a la que es inferior. Por lo mismo, tampoco es justo dejarlas gobernar porque gobierno implica hacer justicia, o sea dar a cada uno lo suyo, y "lo suyo" para una mujer es la sujección y la obediencia, como la criatura inferior que es, y no el gobierno. Knox cita ejemplos de gobiernos inicuos de mujeres sacados de la Biblia misma, concretamente los de Jezabel y Atalía. La que pone en aprietos a Knox es Débora, la jueza de Israel que parece haberlo hecho tan bien que ganó campañas militares para los hebreos: Knox lo explica con varios circunloquios que, reducidos a su mínima expresión, vienen a significar que Dios obró en Débora un milagro porque no había hombres tan machos que pudieran servir para la tarea (con más palabras y vueltas, pero en esencia es eso).

Se suponía que el Primer Trompetazo iba a venir seguido por un Segundo y un Tercero que completaran esta mayestática trilogía. Por alguna razón que se me escapa, no se dio el tiempo para ello. En cualquier caso, como trivia final, digamos que John Knox se casó en sus treintas, enviudó un par de décadas después, y después ya en sus cincuentas (más o menos la edad a la que escribió el panfleto éste) contrajo matrimonio... con una jovencita de diecisiete. Que cada uno saque con calma sus propias conclusiones al respecto.

domingo, 12 de febrero de 2012

Baptisterios.


Una de las características de las religiones pareciera ser el sacrificio de lo práctico en beneficio del ritual. Ciertos signos o señas se consideran indispensables, y esto obliga a encontrar soluciones a veces un poco rebuscadas para satisfacerlas. La historia de los baptisterios es una de ellas, y así la repasaremos acá en Siglos Curiosos. Partiremos diciendo que el nombre de baptisterio deriva de su conexión con el bautismo. Incluso, el diccionario de la RAE lo permite como sinónimo de la pila bautismal, aunque cuando nos referimos a un baptisterio, solemos referirnos al EDIFICIO en donde se celebra el bautismo. Sí, así es. Hubo épocas en que se construían edificios enteros para bautizar a la gente. ¿Poco práctico? Probablemente.

La práctica de edificar baptisterios comenzó en la época del Emperador romano Constantino, en que el Cristianismo pudo salir a la luz (y fue cooptado por el Imperio con los fines políticos de costumbre, dicho sea de paso). En la época, la ceremonia se celebraba a lo grande, a la manera de Juan el Bautista que sumergía a los bautizados en el río Jordán. A falta de ríos cercanos disponibles para el efecto, los bautizados debían ser sumergidos en piscinas (algunas confesiones cristianas, no la católica eso sí, aún bautizan de esa manera). Para mayor aparato, quien debía bautizar era el obispo en persona para toda su diócesis, y además, los catecúmenos (alumnos en preparación para el bautizo) debían ser educados en alguna parte. Todo eso conspiró para que la primitiva piscina bautismal pasara de ser construida adosada a la catedral, a recibir todo un edificio únicamente para ella. De paso, con estos bautismos públicos se evitaban los posibles abusos que hubiera en los bautismos privados, que podían degenerar en fiestas, y de ahí en vaya uno a saber qué otras actividades, er... poco cristianas. Parece ser que también existía la creencia de que a los no bautizados no les correspondía entrar en la iglesia o catedral propiamente tal, pero vamos a ver si esta idea surgió después como justificación o no. Por cierto, los bautismos en la época se celebraban sólo tres veces al año, de manera que el resto del tiempo, el obispo imponía su sello al baptisterio para que la piscina no se pudiera usar, en prácticas profanas suponemos.

Siguiendo la tradición de enterrar a los muertos cristianos en las iglesias, los baptisterios también empezaron a recibir inhumaciones. La práctica debió extenderse lo suyo, como para que fuera condenada en un concilio celebrado en Auxerre en el año 578, aunque la prohibición no parece haber surtido demasiado efecto. Por cierto, y vaya uno a saber si hay relación por el tema mortuorio, los baptisterios eran construidos de forma octogonal como un simbolismo: cada lado eran los seis días de la Creación, más el séptimo en que Dios descansó, más un octavo para el día del segundo nacimiento que representa el bautismo.

La fiebre de construcción de los baptisterios llegó a su culminación en la segunda mitad de la Edad Media. En esta época se construyeron los que quizás son los dos más famosos: el Baptisterio de Florencia por un lado (nombre oficial: Baptisterio de San Giovanni, que a su vez fue reconstrucción de uno anterior), y el de Pisa por el otro (éste se encuentra en la Piazza de Miracoli, cerca de la Catedral de Pisa, y también de cierta célebre torre inclinada que no necesita ser mencionada, creo yo). La construcción de baptisterios grandes y exhuberantes tenía algo que ver con el exhibicionismo de tipo "yo la tengo más larga" (la capacidad de crédito para gastársela en un edificio como éste, y además la fe religiosa, por supuesto, no se piense mal). Pero la progresiva secularización de la sociedad, y la simplificación del rito religioso producto de los vientos contrarreformistas que soplaron a partir de la segunda mitad del siglo XVI, hicieron que cesara del todo la manía de construir esta clase de edificios. Una lástima desde cierto punto de vista, ya que nadie va a negar la belleza arquitectónica de varios de ellos, más allá de lo aparatoso que sea haberlos construidos en exclusiva para un rito de tipo "una vez en la vida".

domingo, 25 de diciembre de 2011

El Cristo del Veneno.

La interacción de la herencia mesoamericana primero, española después, y mexicana al último, han convertido a México en un país rico en tradiciones y folclor. Una de las leyendas tradicionales mexicanas es la relativa al Cristo del Veneno, un Cristo crucificado de color oscuro que está en la Catedral Metropolitana de la Ciudad de México.

La leyenda se cuenta de varias maneras distintas. Una versión refiere que un hombre piadoso tenía un terrible enemigo, que lo odiaba por su virtud. Sabedor el enemigo de que el hombre virtuoso besaba los pies del Cristo como señal de devoción, los untó de veneno. Pero de manera milagrosa, el veneno fue absorbido por el crucificado a través de sus llagas, al tiempo que éste torcía hacia la derecha sus pies, para impedir que el devoto volviera a besarlos. El veneno, al empaparse dentro del crucificado, terminó volviéndolo oscuro.

Otra versión de la leyenda pone a un sacerdote como héroe. Este recibió una confesión de un violento homicida, acerca del asesinato de otro hombre. El sacerdote le exigió al homicida que se entregara con arrepentimiento sincero, y éste en respuesta sale airado. Temiendo que el sacerdote rompiera el secreto de confesión, el homicida recurre a la artimaña ya dicha, o sea, untar los pies del crucifijo con veneno. El resto sigue igual, con el añadido de que el homicida, atento detrás de una columna para asegurarse el resultado criminal, al ser testigo del prodigio rompe en lágrimas y acude a la policía a entregarse.

Sea cuál sea la versión de la leyenda que aceptemos, el Cristo del Veneno es uno de los más importantes focos de devoción católica en el mundo mexicano.

jueves, 22 de diciembre de 2011

El Culto de los Carros.

La Edad Media fue cualquier cosa, menos una época fácil para vivir. Hambrunas, analfabetismo, abusos de los poderosos, y una naturaleza usualmente hostil, se combinaban para crear un fuerte desamparo en las personas. No es raro entonces que el deseo de salvación de las personas los llevaron a extremos increíbles de histeria. Uno de estos penosos casos de psicología social, lo constituye el Culto de los Carros.

Este fenómeno fue reportado principalmente en torno a la construcción de la Catedral de Chartres, una de las pioneras del entonces nuevo estilo gótico, que empezó a levantarse en 1144 (aunque la definitiva data de las extensas reparaciones después de un incendio en 1194). De todas maneras, el fenéno se propagó después a otras partes. Aunque parezca de perogrullo, es necesario señalar que esos leviatanes de piedra que son las catedrales góticas, consumían piedra de manera voraz en su levantamiento, y esa piedra debía salir de canteras ubicadas a muchos kilómetros de distancia. Dicho sea de paso, los picapedreros no trabajaban bajo jornal, sino que se les pagaba según la cantidad de piedra producida. De ahí, había que subir los bloques arriba de carretas transportadas por sufridos bueyes, que tiraban de ellas durante recorridos a veces enormes.

Y es aquí en donde el Culto de los Carros entra en acción. Porque muchos hombres, llevados por su devoción religiosa, se uncían ellos mismos en reemplazo de los bueyes, y tiraban de los carros en expiación de sus pecados. Incluso, cuando arribaban a destino, algunos pedían que los sacerdotes los flagelaran para completar su mortificación. En 1145, el arzobispo Hugo de Ruán escribió al obispo de Amiens: "...los hombres, en su humildad, empezaron a llevar a rastras carros y carretas para la construcción de la catedral, y su humildad estaba incluso iluminada por milagros". El cronista Haymo, abad de Saint-Pierre, escribió por su parte: "¿Quién ha visto, quién ha oído alguna vez, en todas las generaciones pasadas, que poderosos príncipes del mundo, que hombres criados con honor y riqueza, que nobles, hombres y mujeres, hayan doblado sus orgullosos y altivos cuellos ante los arreos de los carros, y que, como bestias de carga, hayan arrastrado esas carretas hasta la morada de Cristo, cargados con vinos, granos, aceite, piedra, madera y todo lo necesario para las necesidades vitales, o para la construcción de la iglesia?".

El mismo Haymo sigue comentando la actitud de los penitentes: "Cuando se detienen en el camino, no se oye nada salvo la confesión de los pecados y la pura y suplicante oración a Dios para obtener el perdón. A la voz de los sacerdotes que exhortan sus corazones a la paz, olvidan todo el odio, la discordia se deja de lado, se perdonan las deudas, se establece la unidad de los corazones". Y sigue: "Pero si alguno ha llegado tan lejos en el mal que no desea perdonar a algún ofensor, o si rechaza el consejo del sacerdote que le ha aconsejado piadosamente, su ofrenda es arrojada instantáneamente de la carreta como algo impuro y él mismo, ignominiosa y vergonzosamente excluido de la sociedad de los santos"... Que el lector de Siglos Curiosos se forme la imagen que quiera, de todo lo anterior.

jueves, 22 de septiembre de 2011

La Procesión del Pelícano.


No demasiada gente debe saber que la ciudad de Quillota en Chile es conocida como la "Ciudad del Pelícano", sobrenombre que parece haberle puesto el infatigable periodista y escritor Benjamín Vicuña Mackenna, debido a la Procesión del Pelícano. En su instructivo libro "Quillota: Sus escritores, su pasado y su gente", el profesor e investigador Augusto Poblete Solar nos entrega detalles de esta pintoresca ceremonia. En corto, la Procesión del Pelícano es la procesión de Viernes Santo. Parece ser que recibe su nombre de la urna en que se deposita el cuerpo de Cristo, y cuya forma recuerda eso justamente, un pelícano. Según el decir popular, por lo menos. A finales del siglo XIX, la fiesta era tan importante en Chile, que el periódico El Correo de Quillota menciona la llegada de 7.000 foráneos a participar en ella, cuando la ciudad tenía apenas 11.000 habitantes. Sean exactas las cifras o algo exageradas, de todas maneras algo dicen.

La ceremonia empezaba el Domingo de Ramos, época en que los cofrades del Santo Sepulcro, "con túnicas y bonetes puntiagudos y máscaras" en el decir de Poblete Solar, pedían dinero con una frase sacramental: "para el santo entierro de Cristo y la soledad de la Virgen". Luego venía el "correr de las estaciones" el Jueves Santo, antes de la Procesión del Pelícano misma. El pelícano estaba asociado con el amor de Cristo por los seres humanos, ya que según la leyenda popular, esta ave alimenta a sus hijos con el corazón, rasgándose el pecho. El pelícano que se sacaba a la procesión era una figura que representaba al ave precisamente, cargada por 30 o 40 hombres, y que según la tradición había sido construida por un habilísimo preso. Por desgracia, dicho pelícano se perdió cuando fue destruido en el violentísimo terremoto de 1906 (al que ya nos hemos referido en Siglos Curiosos: véanse "El hombre del Teatro de la Victoria", "¡Los terremotos de 1906 predichos!" y "Gómez Carreño te pondrá en tu lugar").

Aún así, quedaron testimonios literarios para la posteridad acerca de dicha procesión, incluyendo capítulos de "La cueva del loco Eustaquio" de Zorobabel Rodríguez (sí, el famoso político conservador chileno) y "La ciudad dormida" de Lautaro Yankas, entre otras.

jueves, 22 de julio de 2010

La profecía sobre Jeconías que no se cumplió.

Los partidarios de creer que la Biblia es un libro inspirado por Dios, suelen citar como evidencia de dicha inspiración, las distintas profecías que se habrían cumplido. Todos saben que los profetas han lanzado regularmente profecías a los reyes, incluyendo el exilio en Babilonia, el regreso a Palestina, etcétera... ¡Y han cumplido! Claro que todas estas profecías están bajo sospecha porque no existen fuentes externas de terceros confiables que den fe de lo dicho por la Biblia, y siempre cabe la posibilidad de que sean textos redactados con posterioridad (cuando los acontecimientos se han cumplido), y achacados a los profetas antiguos para hacerles parecer verdaderos videntes. Y sin embargo... el texto bíblico también contiene varias profecías que manifiestamente NO se cumplieron. Y dichas profecías han sido lanzadas por piadosos hombres de Dios cuyos textos se conservan en la Biblia. Con lo que surge la pregunta: ¿para qué diablos querría Dios incorporar en Su Palabra, material que hiciera dudar a los creyentes? En este caso nos vamos a centrar en una profecía proferida por Jeremías contra Jeconías, que manifiestamente NO se cumplió.

Jeconías fue rey por apenas tres meses y un día. Podemos fechar con cierta exactitud su reinado hacia 598 o 597 a.C. Jeremías, a la sazón profeta, no le tiene mucho cariño, y le lanza lo que es casi una maldición gitana: "¿Es Jeconías una vasija rota e inútil, un trasto que nadie quiere? ¿Por qué son lanzados él y sus hijos a una tierra desconocida? ¡Tierra, tierra, tierra; escucha la Palabra del Señor! El Señor dice: "Anoten a este hombre en los registros como un hombre sin hijos, como un hombre que fracasó en la vida. Porque ninguno de sus descendientes llegará a ocupar el trono de David para reinar de nuevo en Judá" (Jeremías 22:28-30). Dejando de lado la cuestión de por qué los descendientes de Jeconías iban a tener que pagar sólo porque Dios se la tenía jurada a un ancestro suyo a cientos o quizás miles de años de distancia en el pasado, el caso es que Nabucodonosor depuso a Jeconías, y lo exilió en Babilonia (esto es el primer asedio de Jerusalén, porque después hubo un segundo en el cual fue quemado el Templo de Salomón original, y ahí sí que se acabó la independencia hebrea). Hasta ahí, todo bien. Después se ponen buenas las cosas.

Resulta que hacia 520 a.C. (según Ageo 1:1), Zorobabel recibió la misión de llevar a los judíos exiliados desde Babilonia hasta Israel. ¿Y quién era este Zorobabel? Era hijo de Pedaías (1 Crónicas 3:17-18) o de Sealtiel (Ageo 1:1). Ya aquí tenemos una contradicción entre dos textos supuestamente inspirados por Dios. Claro, uno puede suponer que lo importante es el mensaje de fondo o la moraleja, no el detalle histórico, pero no se ve claro por qué Dios habría de dejarle clarito a dos profetas distintos, como clara seguramente es la Palabra de Dios cuando la inspira el Creador de todas las cosas, que un personaje histórico tan importante como Zorobabel es hijo de uno o de otro. Pero, yendo al grano, en lo que a nosotros se refiere... ¡la discrepancia no interesa porque Pedaías y Sealtiel eran hermanos, y ambos eran hijos de Jeconías! Aunque por boca de Jeremías, la descendencia de Jeconías estaba maldita hasta que las montañas se hicieran polvo, resulta que a la tercera generación, un nieto del maldito por Dios era la máxima autoridad política de los hebreos. No era rey, claro, sino apenas gobernador en nombre de los persas (entretanto, los hebreos saludaban a Ciro como el mesías), pero un trono sigue siendo un trono, sea con el título que sea.

Y se pone aún mejor. Resulta que desde tiempos anteriores al exilio en Babilonia, una de las señas características del mesías era que debía ser del linaje de David. Este elemento fue incorporado a la mitología bíblica (según los escépticos) o profetizado (según los creyentes) por Isaías (lean Isaías 11 completo al respecto). Vale que Ciro fue saludado como mesías, pero al final resultaba que no era (a pesar de lo cual, el autor anónimo llamado "Deuteroisaías" porque se atribuyó la identidad de Isaías y escribió una secuela del libro original, lo saludó como tal en el capítulo 45, contradiciendo lo dicho en el 11 por el Isaías de verdad, porque Ciro no era del linaje de Jesé o su hijo David). A tanto llegaba esto, que los evangelistas Mateo y Lucas no perdieron tiempo alguno en escribir sendas genealogías de Jesús (que por cierto, en un a estas alturas del partido no demasiado sorprendente giro, se contradicen ambas si se toman la molestia de leerlas), en que se "demuestra fehacientemente" que Jesús es descendiente de David. ¿Y quién está injertado en medio de la generalogía de Mateo? Pues nuestro buen conocido Jeconías, denunciado como antepasado de Jesús, a pesar de que ningún descendiente de David llegaría a ocupar el trono de Judá... Uno puede argumentar que desde el punto de vista cristiano, el mesías en realidad no es un salvador terreno que restaurará el Reino de David, sino un salvador espiritual, y que los judíos entendieron esto trágicamente mal. Pero si ese fuera el caso, ¿por qué entonces Mateo le sacó lustre a su genealogía metiendo a Jeconías en el sarao, si con ello nada le aportaba al retrato de Jesús como el verdadero Ungido del Señor, dejando de paso a un hombre tan "inspirado por Dios" como Jeremías como un embustero, al menos en lo que a tal profecía se refiere...? Porque ninguno de sus coetáneos iba a aceptar un mesías que no fuera descendiente de David, claro está. Así es que no queda más remedio que admitir la existencia de un lapsus en el texto bíblico. Y como a estas alturas me empieza a doler la cabeza (e imagino que a ustedes también), lo dejaré hasta aquí por el minuto. Saquen sus propias conclusiones.

jueves, 11 de febrero de 2010

Nicolás de Cusa quiere reformar al Imperio y a la Iglesia.

Nicolás de Cusa (1401-1464) es seguramente uno de los personajes más desconcertantes del siglo XV. En él se combinan a un tiempo, un místico que cree a pie juntillas en la inmanencia divina y estuvo balanceándose al borde de la herejía creyendo en una especie de "religión natural" con apariencias de Cristianismo, y también un científico sumamente interesado en los problemas matemáticos de su época. Y por si eso fuera poco, también fue un hombre de Iglesia, sumamente activo en el período de tiempo que vio el paso de la Iglesia Católica de la Edad Media a la del Renacimiento. Claro que, en el ámbito político, el Cusano no obtuvo éxitos tan glamorosos como científico o como místico, y de hecho, hoy en día se lo recuerda por su obra filosófica. Aún así, de considerarlo un filósofo, habríamos de incluirlo también, aparte de teólogo y matemático, entre los filósofos políticos, proponiendo algunas ideas políticas muy osadas, no sólo para su época, sino en ciertos respectos también para la nuestra propia.

Nicolás Krebs es conocido como "de Cusa" o "el Cusano" debido a su procedencia, ya que nació en la aldea de Cues. En 1458, el Cusano fundó el Cusanusstift, un hospital en su pueblo natal que acogía a los enfermos y a los ancianos, y que sigue existiendo aún hoy. Debido a su procedencia (nació en Cusa y se formó en la Universidad de Heidelberg, aunque después pasará a Italia, concretamente a Padua), Nicolás tenía un interés supremo en los asuntos del Sacro Imperio Romano Germánico. En el siglo XV, el Imperio era un anacronismo más presente en los textos jurídicos que en la realidad geopolítica de la época, y era común la fórmula de que cada rey aspiraba a ser "un Emperador dentro de sus propios dominios", lo cual iba por supuesto contra el dogma medieval de que Emperador debía haber uno solo, como símbolo de la unidad política de Occidente. La solución que el Cusano le encontró a esta situación, puede ser llamada "federalista" según el vocabulario político moderno. Porque Nicolás de Cusa proponía un sistema de pactos en que los reyes se sujetaban al Emperador, pero a la vez tenían derecho a elegirlo. Todo esto, regido por un fuerte sistema de algo que en nuestro ideario moderno podríamos llamar "derechos". En su tratado "De concordantia catholica" (1433) escribe: "Puesto que todos los hombres tienen por naturaleza igual poder y libertad, ninguno de cuantos gozan de esa igualdad de poder de una forma natural podrá ser investido de un poder verdadero y ordenado si no es elegido por los otros y recibe su consenso".

Eran ideas audaces para su tiempo, pero no se detuvo allí. Quiso también aplicar estos mismos principios nada menos que a la Iglesia Católica, que en el período de tiempo comprendido entre 1417 (cuando el Concilio de Constanza reunificó a los tres Papas imperantes en uno solo) y 1517 (cuando Martín Lutero le dio el vamos a la Reforma Protestante) iba en la dirección de fortalecer a toda costa la autocracia papal, autocracia que ha sido el modelo de autoridad dentro de la Iglesia Católica hasta Benedicto XVI, por lo menos. Nicolás de Cusa postuló francamente que los cardenales no debían ser elegidos por el Papa, sino por cada uno de sus respectivos territorios eclesiásticos. En los orígenes de la Iglesia Católica había sido así, pero hacía mucho tiempo que esto se había acabado. Lo que proponía el Cusano era, en el fondo, nada menos que transformar a la Iglesia Católica en una organización democrática supranacional, una especie de Unión Europea del siglo XV, con la Curia Romana transformada en un Senado cuasiparlamentario. No es necesario ahondar demasiado en el hecho de que estas ideas políticas de Nicolás de Cusa nunca fueron siquiera tomadas en serio...

Resulta ciertamente irónico señalar que Nicolás de Cusa es considerado como una especie de pensador renacentista, y como un adelantado de las ideas de la Ilustración y la democracia. Sin embargo, el Cusano bebía de la más rancia Escolástica para llegar a sus conclusiones. Nicolás de Cusa defendía a rajatabla el principio de "unión de contrarios", y de ahí que hubiera que equilibrar a los individuos con el Estado, al rey con el pueblo, a la monarquía con la federación, a la unidad con la diversidad, a la autoridad con la libertad, y así sucesivamente, y de ahí nacía su idea de "concordancia". Esta, Nicolás de Cusa la sacaba de su visión mística de un Dios inmanente en todo y en todos, y que deja al ser humano sin ser nada si se lo suprime. Por lo tanto, la soberanía, o sea Dios, debía estar representada en la masa de individuos, y no en las altas autoridades jerárquicas. Sin perjuicio de que la alta autoridad jerárquica (el Papa, típicamente) es necesaria para asegurar la unidad del todo, y ahí cerramos el círculo de la unión de contrarios... Puro escolasticismo medieval, como puede apreciarse.

jueves, 29 de octubre de 2009

Proverbios salidos de los Evangelios.


Muchas veces, ciertas frases resultan tan golpeadoras, que se separan de su contexto original, e incluso se suelen olvidar sus fuentes, para pasar a tener vida propia en el idioma popular. Siendo la Biblia uno de los más importantes libros de la cultura occidental, no es raro que muchas frases de ésta hayan pasado a formar parte del refranero. Incluso hasta los hablantes agnósticos o ateos, en algún minuto, casi de manera inconsciente, terminan por citar tal o cual frase, simplemente porque así es más sencillo ser entendido, además de su valor literario intrínseco. Como hacer una recopilación da para largo, me he conformado con sentencias atribuidas a Jesús. Apostaría mi ración de Whiskas de una semana a que ustedes también han usado varias de éstas en ocasiones. Y por comodidad (son cuatro Evangelios para hurgar, ¿vale?) me remitiré únicamente a Mateo, pero casi cada frase está más o menos repetida en los otros, a veces con variaciones.

-- "Los mansos heredarán la Tierra". Esto es de las bienaventuranzas, la parte inagural del Sermón de la Montaña ["Bienaventurados los mansos: porque ellos recibirán la tierra por heredad", Mateo 5:5].

-- "No juzguéis para que no seáis juzgados" es parte del Sermón de la Montaña [Mateo 7:1]. Casi a renglón seguido, y más o menos dentro del mismo sentido, viene el clásico "la paja en el ojo ajeno" ["¿por qué miras la mota que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga que está en tu ojo? O ¿cómo dirás á tu hermano: Espera, echaré de tu ojo la mota, y he aquí la viga en tu ojo? ¡Hipócrita! echa primero la viga de tu ojo, y entonces mirarás en echar la mota del ojo de tu hermano", Mateo 7:3-5].

-- "Por sus frutos los conoceréis" [Mateo 7:20]. También pertenece al Sermón de la Montaña.

-- "El que no está conmigo, está contra mí". La dice Jesús, reprendiendo a los incrédulos que le han visto curar a un endemoniado porque consideran que Jesús obra por favor de Satán ["El que no es conmigo, contra mí es; y el que conmigo no recoge, derrama", Mateo 12:30]. Antes que eso, ha dicho otra frase quizás menos célebre, pero también recurrida: "Todo reino dividido contra sí mismo, es desolado; y toda ciudad ó casa dividida contra sí misma, no permanecerá".

-- "Pasar un camello por el ojo de una aguja". El texto original es de Mateo 19:23-24 ["(...) De cierto os digo, que un rico difícilmente entrará en el reino de los cielos. Mas os digo, que más liviano trabajo es pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios"]. Se le han atribuido varias interpretaciones a la frase, pero sigue estando en activo.

-- "Vino nuevo en odres viejos". Esta es quizás un cultismo, pero algunos escritores más antiguos la utilizaron. Incordian a los discípulos de Jesús reprochándoles que no ayunan, mientras que los fariseos sí, y Jesús, con su típico saltar de un tema a otro para ganar dialécticamente, responde: "¿Pueden los que son de bodas tener luto entre tanto que el esposo está con ellos? mas vendrán días cuando el esposo será quitado de ellos, y entonces ayunarán. Y nadie echa remiendo de paño recio en vestido viejo; porque el tal remiendo tira del vestido, y se hace peor la rotura. Ni echan vino nuevo en cueros viejos: de otra manera los cueros se rompen, y el vino se derrama, y se pierden los cueros; mas echan el vino nuevo en cueros nuevos, y lo uno y lo otro se conserva juntamente" [Mateo 9:15-17]. Más claro, echarle agua... o vino.

-- "Al César lo que es del César". Le preguntan a Jesús si debe pagársele impuesto al César, pregunta con trampa porque si responde que sí, los hebreos le agarran por vendido al imperialismo, y si que no, los romanos lo agarran por sedicioso. Y Jesús responde: "Pagad pues á César lo que es de César, y á Dios lo que es de Dios" [Mateo 22:21].

Y bueno, para terminar, un bonus track tomado no de Mateo, sino de Juan:

-- "El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra". Eso es del episodio en que Jesús se encuentra con una mujer adúltera perseguida para ser apedreada hasta la muerte, y los fariseos aprovechan el lance para preguntarle, con trampa por supuseto, si hay que lapidarla según la Ley de Moisés (problema: Jesús queda como poco caricativo y contradice su mensaje) o perdonarla (problema: Jesús queda como contrario a la Ley de Moisés). Y él se limita a responder: "El que de vosotros esté sin pecado, arroje contra ella la piedra el primero" (Juan 8:7). Y, como sabe cualquiera que haya visto pelis bíblicas en Semana Santa o Navidad, la turba prefirió marcharse a aceptar el desafío.

domingo, 13 de septiembre de 2009

La historia del Señor de Mayo.


Uno de los peores terremotos que ha padecido la ciudad de Santiago de Chile, fue el que se produjo a las diez y media de la noche del 13 de Mayo de 1647. Muchos de los templos y edificios públicos, así como numerosas casas en la ciudad, terminaron en el suelo. La población de Santiago, obviamente atemorizada, se reunió en la Plaza de Armas, y los sacerdotes tomaron la situación en sus manos. Después de todo, para aquella muchedumbre católica, el terremoto era una manifestación de la ira de Dios, por vaya uno a saber qué razones... De esta manera se sacaron a procesión varias imágenes, incluyendo el Crucifijo de los Agustinos, y la imagen de la Virgen del Socorro, traída por Pedro de Valdivia mismo, y que se conservaba en la Iglesia de San Francisco. Como era el uso, los sacerdotes oficiaban también de médicos, y por lo tanto, tuvieron que atender a religiosos y heridos.

En medio de todo esto, los frailes agustinos se congregaron alrededor de la imagen del Señor de la Agonía. Este es un Cristo crucificado, tallado por el agustino Fray Pedro de Figueroa, en algún minuto a comienzos del siglo XVII. La nave en que dicha escultura se encontraba, se desplomó entera, pero de alguna manera, la estatua sobrevivió intacta... y también permanecieron las dos antorchas que lo iluminaban de día y de noche.

Pero, y he aquí el detalle extraño, la corona de espinas, hasta el minuto bien ajustada en su cabeza, se le había metido hasta el cuello. Los sacerdotes, obviamente, trataron de restaurar la corona de espinas en su sitio, pero no hubo manera humana de lograrlo. Interpretaron esto entonces como un milagro, y el Señor de la Agonía pasó a ser conocido como el Señor de Mayo.

Al año siguiente, o sea, en Mayo de 1648, el Cabildo de Santiago ordenó que la imagen fuera sacada en procesión. De manera que desde entonces, cada 13 de Mayo, la efeméride del terremoto en cuestión, la imagen es sacada en procesión desde la Iglesia de los Agustinos, hasta la Plaza de Armas. Y esta procesión es la más antigua de cuantas efectúa la Iglesia Católica en Chile.

domingo, 19 de julio de 2009

Construyendo al Demonio.


El Demonio o Satán del Cristianismo no nació de la noche a la mañana, completamente inventado desde los cuernos hasta el rabo. Antes bien, fue el resultado de una larga evolución, en donde diversos elementos se le fueron agregando hasta construir su imagen moderna. El Satán del Antiguo Testamento, de hecho, en su muy fugaz aparición como secundario en el Libro de Job, presenta características bastante distintas al Demonio como fuerza impulsora del Mal en el pensamiento cristiano.

Primero que nada, dentro del Judaísmo existe la creencia en criaturas demoníacas. Aunque religión monoteísta, el Judaísmo ha debido siempre contender con la afición popular a creer en muchas criaturas sobrenaturales, y ha tenido que contemporizar un poco. De hecho, Yahveh recorrió un largo camino hasta transformarse en el Dios Unico, el "Dios Celoso" de Moisés, pero una vez recorrido, no es demasiado difícil entender que los otros dioses hayan sido rebajados a la categoría de demonios. Porque profetas como Jeremías hablaban de los ídolos que tienen boca y no comen, que tienen oídos y no escuchan, que tienen ojos y no ven, etcétera, pero nada o no mucho decían de los demonios, ni de los ángeles, a pesar de que en el Génesis es claro que el Judaísmo primitivo sí los concebía como rondando por el mundo. Después del Cautiverio de Babilonia (587 a.C. a 538 a.C.), los judíos estuvieron en contacto con la religión del Imperio Caldeo, que sí creía en los demonios, politeístas como eran, y la creencia de los judíos en los demonios se revitalizó. El propio Jesucristo, sin ir demasiado lejos, más de alguna vez tuvo que curar a algún endemoniado...

Pero la imagen moderna del Demonio vino cuando el Cristianismo, tomándolo como personaje, le adjudicó características de otros personajes de la cultura grecorromana. Enemigo de los cultos de la naturaleza, el Cristianismo hizo todo lo posible por ridiculizarlos y, allí donde pudieron (o sea, en todas partes donde se extendió su férula), satanizarlos. Uno de los principales dioses grecorromanos de la naturaleza, por su carácter mistérico, era Pan. Este Pan tenía cuerpo de ser humano, pero caderas y patas de macho cabrío. Los cristianos entonces tomaron la imagen iconográfica de Pan, y lo asociaron al Demonio. También asociaron una serie de rituales pánicos (la actual palabra "pánico" deviene del dios Pan, precisamente), incluyendo el sacrificio de machos cabríos, al Demonio, y así ha quedado hasta ahora. Tomaron también la vocecita interior que ilumina e inspira a los filósofos, el "Daimon", y la asociaron con la voz de Satán perdiendo a los seres humanos, impidiéndoles sentir la voluntad de Dios en su corazón. Con lo que el Daimon pasó así a ser el actual Demonio, y fue también asociado a Satán.

Por medio de todas estas adiciones es que Satán, el antiguo ángel caído del Judaísmo, devino en el moderno Demonio. Aunque habrá que esperar hasta la iconografía medieval para que dichas características terminen de asentarse bien en el imaginario popular, desde donde no han salido en casi dos milenios completos.

jueves, 16 de julio de 2009

¿Fue la Serpiente del Génesis realmente el Demonio?


Es frecuente afirmar que el Pecado Original es producto de la rebelión del Demonio contra Dios, y que por lo tanto, fue el Demonio quien se disfrazó de Serpiente para tentar a Adán y Eva, o al menos, fue el instigador de que la Serpiente obrara de tal modo. El poeta John Milton lo tenía bien claro, cuando en su "Paraíso Perdido" declaró explícitamente que Satán se encarnó en la Serpiente por su astucia: "Y con inspección profunda consideró a cada criatura, por cual sería la más oportuna que serviría a sus tretas, y encontró a la Serpiente la de mayor capacidad en todo el Campo" ("and with inspection deep / Consider'd every Creature, which of all / Most opportune might serve his Wiles, and found / The Serpent suttlest Beast of all the Field.", Libro IX, versos 83-86, la traducción es muy libre, por cortesía de su servidor el General Gato). La Iglesia Católica, por su parte, afirma también que la Tentación y la Caída son obra de Satán: "El hombre, tentado por el diablo, dejó morir en su corazón la confianza hacia su creador" (Catecismo de la Iglesia Católica, Canon 397, citado en lo pertinente; ver también cánones 385 a 421 que tratan extensivamente el tema). Y sin embargo, ¿es esto así? Asumiendo que el relato bíblico fuera cierto (y sabemos actualmente que no lo es, pero aún así, para efectos de análisis literario, digamos que sí), ¿realmente es la Serpiente el Demonio? Veamos.

El Génesis relata la historia de la tentación y la caída en su capítulo 3. En su primer versículo, dicho capítulo afirma que la Serpiente era el animal más astuto de todos. Pero en ninguna parte del Génesis menciona que la Serpiente fuera el Demonio. Después de que Dios pilla en falta a los compungidos Adán y Eva, viene la invención de la política: cada uno le echa la culpa al otro (Adán a Eva, y Eva a la Serpiente), y Dios toma la actitud de parvulario en Kindergarten, mandando a todos a castigo. En cuanto a la Serpiente, la obliga a caminar sobre su vientre y la obliga a comer polvo (Génesis 3:14). De esto podemos deducir que antes de la Tentación y Caída, la Serpiente tenía patas y gozaba de una dieta normal, y así lo han interpretado algunos pintores renacentistas, que han pintado a Adán, a Eva y a la Serpiente, esta última con patas de tipo salamandra (ahora se sabe que la serpiente, como animal de sangre fría, con un par de bocados al mes se basta, porque los animales de sangre caliente debemos comer cerca de veinte veces más de lo que deberíamos si fuéramos de sangre fría, y ese exceso se va en quemarlo para mantener una temperatura corporal constante, pero esto, para los autores del Génesis, era seguramente algo desconocido, y de ahí que pudieran ingenuamente atribuirle a la Serpiente su frugalidad al hecho de comer polvo). Como vemos, en ninguna parte se dice que la Serpiente fuera el Demonio.

La conexión entre ambos la hace sospechosamente un solo escritor de todos los que escribieron la Biblia, y que sintomáticamente no fue el autor del Génesis. Se trata de Juan Evangelista, quien es también el escritor del Apocalipsis. En dos fragmentos quiere dejar bien en claro que la Serpiente es en realidad el Diablo: "Y fué lanzado fuera aquel gran dragón, la serpiente antigua, que se llama Diablo y Satanás, el cual engaña á todo el mundo" (Apocalipsis 12:9), y además "Y vi un ángel descender del cielo, que tenía la llave del abismo, y una grande cadena en su mano. Y prendió al dragón, aquella serpiente antigua, que es el Diablo y Satanás, y le ató por mil años (Apocalipsis 20:1-2). Por tanto, no es el grueso de la Biblia, y no entre ellos el autor del Génesis en primer lugar, quien dice que la Serpiente es Satanás, sino apenas uno de tantos autores, y para colmo, el que escribió al último de todos ellos. Por contraste, en el Libro de Job se menciona a Satán, pero no da luces de emparentarlo con la Serpiente (se menciona las serpientes a la pasada en Job 26:13, y en un contexto muy diferente al de Satán), ni tampoco el importantísimo teólogo San Pablo, quien en su Segunda Epístola a los Corintios menciona explícitamente a la Serpiente sin decir que es Satán (2-Corintios 11:3). Por lo tanto, según el Génesis, no fue el Demonio quién tentó a Adán y Eva, sino una mera criatura. Es un absurdo tan grande como si en "El hobbit" de Tolkien se dijera que no era Gollum a quien Bilbo le robó el Anillo, sino a Sauron que para la ocasión se había metamorfoseado en Gollum. Y esto es congruente con otras muchas leyendas, en las cuales se toma a tales o cuales animales y se les achaca la pérdida de la mortalidad (en Siglos Curiosos ya referimos que los zulúes las emprenden con el camaleón y el lagarto, por ejemplo).

Frente a esto, la Iglesia Católica es prudente, y trata de desmarcarse del texto bíblico. En su Catecismo explica: "El relato de la caída (Gn 3) utiliza un lenguaje hecho de imágenes, pero afirma un acontecimiento primordial, un hecho que tuvo lugar al comienzo de la historia del hombre (...). La Revelación nos da la certeza de fe de que toda la historia humana está marcada por el pecado original libremente cometido por nuestros primeros padres" (canon 390). O sea, a pesar de considerar a la Biblia como la Palabra de Dios, se dan el lujo de considerarlo un relato apenas metafórico, y seguir insistiendo en que, a pesar de ser Satán el Mal Supremo según ellos, y no haber pruebas de que la Serpiente fuera el Demonio, e incluso que fuera maligna (después de todo, le dio a Adán y Eva el derecho a elegir, algo que Dios no les había dado), aún así la actitud de Adán y Eva fue de alinearse con el mal. Para pensarlo.

domingo, 12 de abril de 2009

De dónde viene la Semana Santa.


La Semana Santa es uno de los hitos más importantes, conjuntamente con la Navidad. Después de todo, la Navidad representa el nacimiento de Cristo, y la Semana Santa conmemora su muerte. La Semana Santa comienza con el Domingo de Ramos, que celebra la entrada de Jesús a Jerusalén. El Jueves Santo recuerda la Ultima Cena, el Viernes Santo es el día de la crucifixión, y el Domingo Santo significa la resurrección. Y sin embargo, la celebración de la Semana Santa es incluso anterior al Cristianismo...

Si se lee atentamente y le damos credibilidad histórica a la Biblia, se descubre que Jesús estaba en Jerusalén para celebrar la Pascua de los judíos. Así, "el primer día de la fiesta de los panes sin levadura, vinieron los discípulos á Jesús, diciéndole: ¿Dónde quieres que aderecemos para ti para comer la pascua?" (Mateo 26:17). Recordemos que Jesús pretendía reformar el Judaísmo, no crear una nueva religión, como lo testimonia en el Sermón de la Montaña diciendo: "No penséis que he venido para abrogar la ley ó los profetas: no he venido para abrogar, sino á cumplir. Porque de cierto os digo, que hasta que perezca el cielo y la tierra, ni una jota ni un tilde perecerá de la ley, hasta que todas las cosas sean hechas" (Mateo 5:17.18). Por tanto, siendo consecuente con su prédica, Jesús tenía forzosamente que cumplir con la Pascua judía. A partir de ahí, los hechos se precipitan: los fariseos temen que Jesús provoque un alzamiento en Jerusalén, y maquinan hasta conseguir su ejecución, con lo que ligaron indisolublemente la Pascua Judía con el recuerdo de la muerte de Jesús entre los cristianos.

A su vez, esta Pascua judía recuerda un evento histórico anterior: la salida de los hebreos de Egipto. La descripción completa de cómo Yahveh (según la Biblia, claro) le ordena a Moisés celebrar la Pascua judía para recordar siempre quién fue el Libertador, está contenida en el capítulo 12 del Exodo. La historicidad del Libro del Exodo, hoy día se sabe, es un tanto dudosa, pero eso es lo de menos: para estos efectos cuenta que los hebreos celebran a pie juntillas la Pascua porque lo consideran un mandato de su dios, y es el Exodo la base literaria de esto.

Pero todo esto no son meras coincidencias. Muchos pueblos de la Tierra tienen celebraciones similares, paganos incluídos. En las religiones primitivas, esta fiesta era la celebración anual del regreso de la primavera después del invierno, y los hebreos primitivos, como pueblos dependientes de la agricultura que eran, no desconocían estos rituales. De hecho, varios elementos paganos se han infiltrado en esta fiesta, incluyendo los celebérrimos huevos de Pascua, cuya presencia en la festividad no tiene base ni bíblica, ni judía, ni cristiana. De esta manera, los judíos primero, y los cristianos después, tomaron una fiesta preexistente en su legado cultural, y la adaptaron a sus propias creencias, dándole un nuevo significado, consiguiendo así seguir manteniendo las fiestas de toda la vida sin tener que renunciar a una identidad religiosa distintiva.

jueves, 2 de abril de 2009

¿En qué se parece un obispo y un telescopio?


Preguntarse en qué parece un obispo y un telescopio podría parecer una pregunta ociosa o un chiste, pero hablando bien en serio, sí que existe una conexión entre ambos. Bueno, dos conexiones, si contamos la resistencia de los prelados de la Iglesia Católica a la novísima invención del telescopio, a comienzos del siglo XVII (y es que el telescopio mostraba cosas del cielo que contradecían la Física Aristotélica defendida por la Iglesia, por lo que según ellos no debían cambiar sus conocimientos de Física sino suprimir el telescopio...).

Pero la conexión entre ambos es fundamentalmente etimológica. Todo el mundo más o menos instruido sabe que la palabra "telescopio" viene del griego "tele" (τῆλε), que significa "lejos", y "skopios" (σκοπέω), que significa "mirar". Por tanto, "telescopio" significa "mirar lejos". El punto aquí, es que la palabra "obispo" comparte la misma raíz etimológica de "mirar"...

Obispo, en efecto, es una corrupción idiomática de la palabra griega "episkopos" (επισκοπος). En este caso reemplazamos el prefijo "tele-" por el prefijo "epi-", que significa "por encima", como en epidermis ("por encima de la piel") o epicentro ("por encima del centro", en este caso el centro del terremoto). Por tanto, el episkopos era el que echaba una mirada por encima de las cosas, o sea, en otros términos, el vigilante. Hoy en día, el castellano recoge (aunque con sentidos ligeramente distintos) tanto las palabras "obispado" como "episcopado", siendo la segunda más fiel a su origen etimológico.

Aunque intuitivamente no es demasiado difícil entender la conexión entre obispos y vigilantes, en particular en países como Chile en donde hemos tenido que sufrir la arrogante y autoatribuida censura moral de megalómanos morales con sotana, es preciso considerar que primitivamente el obispo carecía de autoridad alguna. Muchas veces se consideraba episkopos simplemente a los presbíteros, que a su vez eran los ancianos de la comunidad cristiana. Estos carecían de toda autoridad jerárquica, como no fuera la que obtuvieran por la sabiduría acumulada por los años, y se respetaba sus palabras como las de personas con experiencia en asuntos cotidianos, pero no se los obedecía a rajatabla como los obispos modernos esperan que se haga. Recién en el siglo II empezó la mutación de los obispos, de simples asesores de las comunidades, en directores de las mismas, sustrayendo autoridad a la asamblea democrática para concentrarla en sus manos. El paso final se dio en el Concilio de Nicea, del año 325, en que Constantino el Grande organizó la Iglesia Católica, y se apoyó en la autoridad de los obispos para crear una estructura jerárquica que hiciera más manejable a los cristianos dentro de sus dominios. Así, el antiguo episkopos que gobernaba por influencia moral, terminó de mutar en el actual obispo que manda por sujección jerárquica de la grey a su cargo...

jueves, 19 de marzo de 2009

¿Por qué no debes desear a la mujer del prójimo?


Del veterotestamentario Decálogo de Moisés, uno de sus mandamientos más conocidos, por aquello de que a todo el mundo le gusta la carne, es el "no desearás la mujer del prójimo". Generalmente se ha defendido esto como una prohibición formal del adulterio. Y sin embargo, a poco que uno analice dicho mandamiento, en realidad nos encontramos con una realidad completamente diferente. Así es que vamos a preguntarnos: "¿por qué dice la Biblia que no debes desear a la mujer del prójimo?".

Veamos primero la formulación de este mandato. La Biblia dice: "No codiciarás la casa de tu prójimo, no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su criada, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna de tu prójimo" (Exodo 20:17). El texto se repite casi textualmente, con algún matiz, en Deuteronomio 5:21. (La traducción usada aquí, es la Biblia Reina Valera, edición de 1909). De la sola lectura del texto, queda claro que no se refiere al adulterio en lo absoluto, porque "la mujer de tu prójimo" está metida a saco junto con muchos otros bienes. Es decir, la Biblia enumera una serie de cosas que no debes codiciar porque le pertenecen a alguien más, incluyendo la casa, el personal doméstico y el ganado, y en medio de esas cosas incluye a la esposa (la mujer). La conclusión es lógica: no debes codiciar a la mujer de tu prójimo no porque estarás espoleándola a cometer adulterio, sino porque la mujer de tu prójimo le pertenece a tu prójimo, en el sentido de que la esposa es una pertenencia más del marido. Machista y todo, pero así es, tal y como suena.

La lógica inherente a esto no es exclusiva de los hebreos. En realidad, por el contrario, se repite mucho en los pueblos antiguos. Resulta que antiguamente no existía previsión social de ningún tipo. Si un hombre tenía patrimonio o bienes, podría pasar una vejez tranquila y sin preocupaciones. Si no tenía esas cosas, la única forma de tener una vejez digna, era ser cuidado por los hijos que se tuvieran. ¿Y de dónde salían los hijos? De la esposa, lógicamente. Codiciar a la mujer del prójimo y arrebatarla, o bien sembrar un hijo en ella, implicaba entonces que los hijos ya no serían hijos de tu prójimo, o derechamente no habrían hijos de por medio que cuidaran a tu prójimo en su vejez. Suena machista, y ES machista, pero así es como se pensaba en aquellos tiempos y circunstancias sociales, y así quedó en el texto bíblico. Actualmente, si tuviéramos que escribir la Biblia de nuevo, para conservar el sentido tendríamos que escribir algo así como "no codiciarás los ahorros previsionales de tu prójimo" (¿qué pensarían de esto los empresarios que se hacen los tontos con los descuentos previsionales de sus trabajadores?).

El sentido actual, como prohibición del adulterio, tiene mucho que ver con una maniobra de la Iglesia Católica, que separó este versículo en dos mandamientos, colocando separados el "no desearás la mujer del prójimo" y el no codiciarás los bienes del prójimo, con lo que obviamente el sentido cambia. Como con esta maniobra quedaban once mandamientos y el Decálogo debe tener obviamente diez o no sería Decálogo (sería etimológicamente un "Endecálogo"), la Iglesia Católica unificó los primeros dos mandamientos (no tener a otro dios que Dios, y no adorar a los ídolos), y así nuevamente el conteo queda rebajado a diez...

jueves, 25 de diciembre de 2008

¿Y dónde nació Jesús...?


Cualquier persona, interrogada sobre el lugar de nacimiento de Jesús de Nazaret, dirá sin dudar que nació en Belén. Quienes más estén enraizados en la tradición, hablarán del "portal de Belén" o del pesebre o establo en que nació Jesús... A pesar de que un portal no es un establo, claro está. Y sin embargo, lo cierto es que ¡no sabemos dónde nació Jesús! Y del análisis de los textos bíblicos, bien podría ser que el lugar más probable no fuera Belén, sino Nazaret...

Vamos por partes. Los dos textos bíblicos que se refieren al nacimiento de Jesús son el Evangelio de Mateo y el Evangelio de Lucas. Por desgracia, ambos relatos no sólo están trufados de elementos sobrenaturales que le restan credibilidad histórica (apariciones de ángeles, visiones, etcétera), sino que además se contradicen mutuamente. El relato de Mateo no menciona el nacimiento de Jesús en Belén, pero no menciona la procedencia de la familia. Mateo pareciera subentender que el lector asume como nativos de Belén a la familia de Jesús, debido a que luego de regresar desde Egipto (en donde habían estado escondidos, esquivando la Matanza de los Inocentes supuestamente ordenada por Herodes), dice que tuvieron miedo de regresar y se instalaron en Nazaret... Lo que significaba cambiar no sólo de ciudad sino también de región, porque Belén estaba en Judea y Nazaret en Galilea (y los judíos de raza despreciaban a los galileos por ser una especie de "judíos nuevos", porque su judaización había sido producto de una conquista militar cerca de un siglo antes, por obra de los Macabeos).

El relato de Lucas, por su parte, señala enfáticamente que la familia de Jesús era de Nazaret, y viajaron a Belén para cumplir con la orden de que cada persona se censara en el lugar de su nacimiento (y José era de Belén, se da a entender). Situación que es un absurdo, por supuesto, como cualquiera que haya afrontado un censo en la actualidad lo sabe. Pareciera que Lucas estaba empeñado en que Jesús naciera a cómo dé lugar en Belén, aunque lo sabía de Nazaret, y por eso tuvo que inventarse la historia del viaje. Por otra parte, en varios pasajes de la Biblia se deja entrever que los galileos consideraban a Jesús como "uno de los suyos", y que se motejaba a Jesús como "galileo" con su cuota de desprecio... (recuérdese el episodio en que Jesús es echado de la sinagoga de Nazaret, y éste replica "nadie es profeta en su tierra"...).

Pero si Jesús efectivamente nació en Nazaret, ¿por qué los evangelistas habrían querrido hacerlo nacer en Belén? La razón puede estar en la empresa de justificar a Jesús como el mesías. Se suponía por la tradición rabínica que el mesías debía ser un vástago de la Casa de David, y como ésta venía de Belén, una señal para el lector de que Jesús era efectivamente el mesías, era hacerlo nacer en Belén, aunque hubiera que mentir o inventarse la historia. Lucas habría escrito entonces su Evangelio con posterioridad, y tomando por buena la información de Mateo, pero no pudiendo olvidar que Jesús era de Nazaret, se inventó entonces el viaje a Belén.

domingo, 3 de agosto de 2008

La Visión Capitolina de Edward Gibbon.


Edward Gibbon es probablemente uno de los más importantes historiadores de todos los tiempos. Su obra cumbre, la "Historia de la decadencia y caída del Imperio Romano" ("The History of the Decline and Fall of the Roman Empire") es un clásico histórico prácticamente imperecedero. Por supuesto que algunas de sus conclusiones son discutibles (de hecho, se han discutido), en particular su ataque contra el Cristianismo, feroz más allá de toda medida, pero no queda lugar a dudas que es una obra enormemente sólida y lúcida. El origen de esta enorme obra, que fue publicada en seis volúmenes entre 1776 y 1788, es una anécdota de celebridad entre los eruditos: la Visión Capitolina.

Gibbon nació en 1737, y casi alcanzando la veintena, se transformó en un lector voraz de Historia. En 1761 publicó su opera prima, el "Essai sur l'Étude de la Littérature", que le ganó reputación en los círculos intelectuales parisinos, por ese entonces el más importante del mundo occidental. Al año siguiente emprendió el Grand Tour, que estaba muy de moda en los círculos intelectuales de la época, y consistía básicamente en viajar a Italia a visitar las ruinas neoclásicas y empaparse del espíritu grecorromano. Es comprensible entonces que Gibbon estuviera tan excitado al llegar a Roma, que milenio y medio antes había sido nada menos que la capital del Imperio Romano, entidad política de enorme prestigio en el mundo ilustrado dieciochesco.

El evento decisivo que lo llevó a componer su opus magna, la mencionada "Historia de la decadencia y caída del Imperio Romano", Gibbon la describe así en una carta (la traducción es personal, del inglés): "Estaba en Roma el 15 de Octubre de 1764, y estaba sentado meditando en medio de las ruinas del Capitolio, mientras los frailes descalzos estaban cantando las vísperas en el templo de Júpiter, que la idea de escribir la decadencia y caída de la Ciudad primero empezó en mi mente". Para la mentalidad ilustrada y anticlerical de Gibbon, la idea de esos monjes descalzos vivos pisando las ruinas de un muerto mundo romano era simplemente insoportable. Y escribió su obra para describir como esos sucios monjes se habían incubado dentro del Imperio Romano, hasta carcomerlo por completo.

Dentro de la visión histórica de Gibbon, el Imperio Romano era la creación más noble y majestuosa del género humano (el primer episodio es una loa mayestática del Imperio Romano a finales del tiempo de la Dinastía de los Antoninos, en 180). Y luego sus virtudes cívicas y su temple habían sido carcomidos por los bárbaros desde el exterior, y por los cristianos desde el interior. Su gran conclusión es una frase épica famosa hasta el día de hoy: "he descrito el triunfo de la barbarie y la religión". Esta visión profundamente anticristiana le significó a Gibbon la censura y una enorme cantidad de críticas en su tiempo, pero le granjeó fama inmediata por ir muy en sintonía con el espíritu profundamente secularista de la Ilustración (la primera parte se publicó en el año de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos, y la segunda un año antes de la Revolución Francesa). El papel del Cristianismo en la caída del Imperio Romano es tema discutido hasta el día de hoy, claro está, pero nadie duda que la Visión Capitolina es uno de los episodios más significativo en la Historia de quienes estudian la Historia.

domingo, 27 de abril de 2008

La apuesta de Pascal.


Curiosamente, en los más de dos años que Siglos Curiosos lleva en línea, no es algún posteo sobre la Edad Media, sobre la guerra o sobre América Precolombina que se lleva la palma por mayor cantidad de visitas dentro del blog, sino el relacionado con la Pascalina. Aunque ha caído su tanto, de todas maneras sigue en el Top Ten de lo más leído en Siglos Curiosos (BlogPatrol dixit). Y si Pascal quieren nuestros lectores... Pascal hasta que revienten.

Blaise Pascal vivió escasos 39 años: nació en 1623 y murió en 1662. Quizás por su mala salud consuetudinaria, desarrolló una intensísima vida espiritual, que lo llevó desde las Matemáticas y la Hidráulica (campos en que hizo importantísimas contribuciones) hasta la Teología y el Misticismo. Una curiosa combinación de dos grandes preocupaciones suyas, la Teoría de las Probabilidades y el Misticismo, radica en la llamada "apuesta de Pascal". Según Pascal, creer en Dios es apuesta más segura que no creer, porque eso abre cuatro posibilidades: 1.- Creo en Dios y acierto, entonces mi ganancia es infinita (me voy al Cielo), 2.- Creo en Dios y me equivoco, entonces no gano ni pierdo nada (mi vida se acaba, sin Cielo ni Infierno), 3.- No creo en Dios y acierto, entonces entonces no gano ni pierdo nada (no hay vida ultraterrena otra vez, por lo que no gano ni pierdo nada), y 4.- No creo en Dios y me equivoco, entonces mi pérdida es importante y quizás infinita (me voy al Purgatorio o al Infierno). Por tanto, creer en Dios es apuesta segura, porque es imposible perder (aunque es posible "no ganar"), mientras que ser ateo es una pésima apuesta porque no hay forma de ganar (aunque sí se puede "no perder"). La palabra "apuesta" es correcta porque no en balde, Blaise Pascal fue uno de los fundadores de la moderna Teoría de Probabilidades, y por lo tanto, lo que estaba haciendo era aplicar las Matemáticas más novísimas de su tiempo, al pensamiento religioso.

Aunque la apuesta de Pascal ha sido esgrimida desde antiguo por muchas religiones como defensa de su fe (de una manera no tan matemática, por supuesto), no resiste un análisis lógico demasiado firme, y en realidad Pascal hace una serie de asunciones derivadas de su propio pensamiento místico. Por ejemplo, podría darse la circunstancia de que existiera un Dios en efecto, pero éste premiara el pensamiento racional y castigara la fe ciega; y en este caso estamos creyendo en Dios por fe y sin evidencias (sólo por argumento de probabilidad, no por certeza). Por otra parte, la esencia de la fe es justamente dar un salto más allá de la razón, por lo que creer en Dios como parte de una apuesta probabilística es justamente negar la fe. Además, este esquema sólo funciona dentro de una creencia teológica en que hay un Dios que castiga o premia de manera infinita, idea congruente con el pensamiento de Pascal (éste pertenecía a la secta de los jansenitas, y éstos eran conocidos por su rigor místico, tanto que a pesar de ser fieles a la Iglesia Católica, ella misma terminó por reprobarlos). Sin embargo, este Dios Premiador o Punisher no necesariamente tiene que existir (por ejemplo, si el premio ultraterreno no es infinito, entonces quizás no compense las privaciones terrestres, y a la inversa, si el castigo ultraterreno debe terminar en algún minuto, entonces quizás valga la pena aceptarlo a cambio de una recompensa terrena mayor). Y por cierto, queda abierta la gran pregunta de... ¿y si elegimos adorar a un dios que resulta no ser el correcto...? ¿Acaso por creer en el Dios Cristiano, no podría eventualmente castigarnos Alá o Buda, en caso de que alguno de ellos, u otro, sea el cappo di tutti cappi...?

Volviendo al terreno netamente histórico, parece ser que, a pesar de vivir sus últimos años en un misticismo y automortificación monacal, el propio Pascal falleció un tanto angustiado: sus últimas palabras habrían sido "ojalá que Dios nunca me abandone" ("Puisse Dieu ne jamais m'abandonner")...

jueves, 31 de enero de 2008

El Emperador que volaba.

Todos los pueblos de la Tierra con algún grado de organización política más allá de la simple jefatura, han tratado de hacer espléndidas exhibiciones de poder, construyéndose magníficos palacios y diseñando elaboradísimos rituales. Y el Imperio Bizantino, que pretendía ser gobernado nada menos que por Cristo mismo, no podía ser una excepción.

El traje habitual del Emperador era el propio de un icono sagrado. Así, usaba una túnica rígida como una capa. En la cabeza, su corona estaba rematada por una cruz. Y el domingo de Pascua, se hacía rodear de doce personas, que representaban a los doce Apóstoles, en medio de los cuales el Emperador es un verdadero Cristo. El rito mismo era de índole religiosa. El papias, el portero del palacio, sin ir más lejos, era un eclesiástico.

El rito de recepción a los visitantes, por parte del Emperador, no podía ser más grandilocuente. La habitación tenía forma octogonal, y estaba rematada por una gran cúpula. En el mobiliario había toda clase de bestias confeccionadas en oro: leones, pájaros, quimeras... Cuando el visitante llegaba, todo aquel grupo de esculturas se activaba de improviso por mecanismos ocultos, llenando la habitación de estruendo, al tiempo que las bestias de oro parecían animadas por medios que debían seguramente parecer magia, para el inculto visitante de aquellos tiempos. No podía menos que prosternarse ante el trono, pero cuando levantaba la vista, el trono ya no estaba. Un mecanismo de poleas alzaba en las alturas, tanto al trono como al Emperador, haciéndolo virtualmente inaccesible ante cualquiera que quisiera llegar hasta él. ¡Magnífica manera ésta, para endiosar al Emperador...!

domingo, 27 de enero de 2008

El Imperio de Cristo sobre la Tierra.


Muchos reinos y repúblicas cristianas han afectado gobernarse o ser gobernadas en el nombre de la Virgen María, de Cristo o de Dios. Incluso hasta fechas recientes, en Chile existía el juramento para asumir un cargo público; lo cual fue cambiado por juramento o promesa para darle cabida a que los agnósticos no tuvieran que jurar según el rito cristiano. Pero seguramente que pocas naciones terrestres han llevado tal megalomanía hasta los extremos del Imperio Bizantino.

El Imperio Bizantino, en efecto, como sucesor del muy cristiano Imperio Romano del Oriente, y ante la caída de Occidente ante la barbarie medieval, se tomó muy en serio la idea de que ellos eran la única fortaleza del Cristianismo. Así, en el anverso de las monedas de oro era posible encontrar la efigie de Cristo, pero coronada con la diadema propia del Emperador de Bizancio. Los iconos, por su parte, representaban a Cristo con la stemma en la cabeza, el scaramangion en el cuerpo y la campagia en los pies, vestimentas todas propias del Emperador bizantino. Y los desfiles de los soldados eran acompañados no con marchas militares al uso, sino con salmos bíblicos. Y las leyes, por su parte, eran promulgadas nada menos que en nombre del "Señor Jesucristo nuestro maestro".

Pero quizás la mayor muestra de este sentimiento de ser gobernados por Cristo mismo, se encuentra en las reuniones de embajadores. Ahí, frente a los plenipotenciarios extranjeros, había dos tronos, uno al lado del otro. Uno de ellos estaba ocupado por el Basileo, el Emperador del Imperio Bizantino. Y el otro estaba vacío, con sólo el Evangelio abierto delante suyo. Y los bizantinos se le acercaban con reverencia y emoción. Ese trono, era aquel en el cual Cristo invisible se sentaba, para gobernar a todos los bizantinos...

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