Historias desopilantes, anécdotas curiosas, rarezas antiguas: bienvenidos a los siglos curiosos.
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jueves, 31 de mayo de 2012
La endogamia que parió a Carlos II.
Es un tópico común, tratándose de Historia de España, señalar que las taras médicas con las que cargaba el pobre Carlos II de España (monarca entre 1665 y 1700) son producto de la endogamia practicada durante dos centurias al interior de la Dinastía Habsburgo (de la que Carlos fue su último representante en España, porque entre otras afecciones físicas y mentales, era impotente). ¿Hasta qué punto esto era así? Un simple repaso a las relaciones de Carlos II con sus antecesores en la corona hispánica resulta iluminador al respecto.
Carlos II era hijo de Felipe IV (reinó entre 1621 y 1665). Pero la madre de Carlos II, doña Mariana de Austria, era hija de María Ana de Austria, que a su vez era hermana de Felipe IV. O sea, dicho en otros términos, Felipe IV era a la vez padre de Carlos II (por línea paterna), y también tío abuelo (por línea materna). Si lo encuentran complejo, vayan acostumbrándose porque esta es la relación más sencilla de todas. De hecho, no vamos a detallarlas absolutamente todas porque sería inmanejable dentro de los límites de este posteo.
Felipe IV a la vez era sucesor de Felipe III (1598-1621). Este Felipe III era a la vez abuelo de Carlos II (a través de Felipe IV), y también bisabuelo (a través de María Ana y Mariana de Austria). Una generación antes tenemos a Felipe II (1556-1598), quien en línea directa era bisabuelo de Carlos II (a través de Felipe III y Felipe IV), pero también era su tatarabuelo (a través de Felipe III, María Ana de Austria y Mariana de Austria)... y agárrense, además era su tío tatarabuelo porque Felipe II era también tío abuelo de su hijo Felipe III (la madre de Felipe III era Ana de Austria, que a la vez era hija de María de España, que era hermana de Felipe II). A estas alturas del partido, si no quieren estar completamente perdidos, harían bien en sacar un lápiz y un papel para trazar el árbol genealógico, y entender así gráficamente esta maraña de padres, abuelos, tíos, etcétera.
Sigamos aún más arriba. El padre de Felipe II era el celebérrimo Carlos I de España (1516-1556) y V de Alemania (1519-1556). Contemos en cuántas generaciones era ancestro Carlos I de Carlos II: cuatro (o sea, tatarabuelo, a través de Felipe IV, Felipe III y Felipe II), cinco (reemplazando a Felipe IV por María Ana y Mariana, o bien reemplazando a Felipe II por Ana y María), o seis (reemplazando a ambos monarcas por las líneas femeninas ya señaladas).
Y ahora sí que se pone buena la cosa: vamos a subir otro nivel más, hasta Felipe el Hermoso y Juana la Loca, ambos los padres de Carlos V. Aquí, reseñar los linajes escapa de los límites del posteo, por una sencilla razón: ellos no sólo son ancestros de Carlos II por las líneas que hemos reseñado (la línea paterna), sino también por la línea materna, la de Mariana de Austria. De hecho, Mariana de Austria desciende de TRES hijos de Felipe el Hermoso y Juana la Loca, que por lo tanto eran hermanos entre sí: de Carlos I, del Emperador Fernando I, y de Isabel de Austria. Un conteo simple permite decir que se puede llegar por ascendencia de hijos a padres, desde Mariana de Austria (madre de Carlos II, recordemos) hasta Felipe el Hermoso y Juana la Loca, nada menos que a través de ¡¡¡nueve!!! líneas genealógicas distintas, maternas y paternas. A las cuales debemos sumar cinco líneas más por el lado paterno, para llegar a la fantástica suma de 14 LÍNEAS GENEALÓGICAS que conducen desde Felipe el Hermoso y Juana la Loca hasta Carlos II (si ningún ancestro se repite, obviamente sólo podía haber una línea genealógica que condujera desde el ancestro hasta su descendiente...).
Terminemos con un breve cálculo matemático. Se supone que cada persona tiene dos progenitores, y cada uno aporta la mitad del material genético (50%). Si los progenitores no se repiten, entonces en cada generación hacia atrás se duplica la cantidad de progenitores (2 padres, 4 abuelos, 8 bisabuelos...) y consecuentemente se demedia la cantidad de material genético (50% por cada padre, 25% por cada abuelo, 12,5% por cada bisabuelo...). Ahora bien, si un mismo progenitor se repite, obviamente va a aportar material genético en el grado de ascendencia por todas las líneas le corresponda (por ejemplo, Felipe III al ser abuelo y bisabuelo de Carlos II aportó 25%+12,5% del material genético de su nieto/bisnieto, o sea, un 37,5% en total). Siguiendo este razonamiento, si sumamos lo que cada linaje que lleva desde Carlos II hasta la dupla conformada por Felipe el Hermoso y Juana la Loca sumó al material genético de Carlos II (¡y si las cuentas están correctas!), resulta que dicho matrimonio aportó nada menos que un 40,625% del material genético de Carlos II (o sea, un 20,3125% por parte de Juana y lo mismo por parte de Felipe). En condiciones normales, a cinco generaciones de distancia esa cantidad debería haber ascendido apenas a 6,25%, a seis generaciones a 3,125%, y a siete a un irrisorio 1,5625%. Dicho en otros términos, tanto Felipe el Hermoso como Juana la Loca aportaron cada uno casi tanto material genético a Carlos II como si hubieran sido abuelos suyo cada uno, o sea, estando a dos generaciones de distancia, no a cinco, seis o siete (20% es casi el 25% que aporta cada abuelo). Considerando la no muy estable salud mental de Juana la Loca, además de algunos otros defectillos genéticos variados presentes en la Casa de los Austrias, no es nada de raro que en el pool genético del pobre Carlos II se haya juntado lo que en otros términos sería una pesadilla de laboratorio genético...
jueves, 23 de febrero de 2012
El caso de los dos gemelos Jim.
¿Por qué somos lo que somos? ¿Estamos de alguna manera predeterminados a ser lo que somos, o tenemos libre albeldrío para decidir nuestro futuro? ¿Somos producto de la genética o de nuestro medio ambiente? Estas cuestiones que pertenecían al terreno teológico hasta hace un par de siglos atrás, se transformaron en un problema científico en el siglo XIX, la centuria en que comenzó el estudio en serio de la conducta y el comportamiento humanos. En 1875, un científico llamado Francis Galton hizo una propuesta llena de sentido común para resolver el dilema: estudiar a los gemelos idénticos. Aunque los recientes estudios sobre genética de Gregorio Mendel aún no eran conocidos en ese tiempo, ya se podía sospechar que "la naturaleza" en los gemelos debía ser idéntica. Cualquier diferencia entonces debería achacarse a la crianza. Pero para que el asunto funcionara, debería tratarse de gemelos que no fueran criados dentro de una misma familia, por supuesto. Algo difícil de rastrear y conseguir, con los métodos del siglo XIX al menos.
Por una circunstancia u otra, el caso estrella se produjo recién un siglo después. A la oficina de un sicólogo llamado Thomas Bouchard Jr. llegó la noticia de dos gemelos bastante parecidos. Sólo que éstos se habían criado separados. Ambos habían nacido en 1939 y habían sido entregados en adopción a dos familias distintas y separadas, que los habían llamado Jim (uno era Jim Springer, y el otro era Jim Lewis). El reencuentro entre ambos se produjo sólo en 1979.
Las coincidencias entre ambos resultaron entonces abismantes. Pese a haberse criado por separado y en dos familias distintas, ambos medían 1,80 metros y pesaban 82 kilos. Pero hay más: ambos tuvieron perros llamados Toy, pasaron vacaciones familiares en Florida, se casaron con dos mujeres llamadas Linda... y se divorciaron de ellas, se casaron en segundas nupcias con dos sendas chicas llamadas Betty, además de llamar a sus hijos James Alan y James Allan, ser comisarios de medio tiempo y carpinteros aficionados, fumar cigarrillos Salem, beber cerveza Miller Lite... Además tenían rasgos de comportamiento muy similares: la misma sonrisa torcida, notitas de cariño para sus esposas... Bouchard comentó después: "Recuerdo haberme sentado a la mesa con ellos cuando llegaron por primera vez. Ambos tenían las uñas mordidas casi hasta la raíz, y pensé: 'Ningún sicólogo pregunta acerca de esto, pero ahí está, saltándote a la vista'"...
Las investigaciones subsiguientes permitieron arrojar un vuelco en las teorías más aceptadas sobre la inteligencia y el carácter. Mientras que hasta los '80s se creía que éstos eran producto principalmente del medio ambiente, los estudios sobre gemelos (Bouchard encuestó y monitoreó a 137 pares de ellos en dos décadas) permitieron arrojar conclusiones diferentes: parece que mucho de lo que las personas son y cómo se comportan, tienen un componente hereditario. Una idea difícil de tragar, considerando la mala fama que los nazis dejaron en lo que a las ideas sobre la influencia de la genética en las personas se refiere (bueno, en eso y en muchas otras cosas, por desgracia con acierto en las más). Aunque el enfoque determinista genético debe ser matizado: investigaciones aún posteriores han ido señalando que aunque los genes que mueven a tal o cual comportamiento o actitud de vida estén presentes, su activación o desactivación sí podría tener un componente ambiental, lo que vuelve a complicar otra vez el mapa. Aún así, a partir de las investigaciones de Bouchard, el componente genético ya no puede ser despreciado. Como expresó la genetista Danielle Reed sobre Bouchard: "El fue el pionero. Se nos olvida que hace 50 años se pensaba que el alcoholismo y las enfermedades cardíacas eran causadas totalmente por el estilo de vida. Se creía que la esquizofrenia se debía a malos cuidados maternales. Los estudios con gemelos nos han permitido reflexionar más acerca de aquello con lo que realmente la gente nace y lo que es causado por la experiencia"...
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Década de 1980,
Genética
domingo, 17 de abril de 2011
Sin cuerpo.
Quizás la desaparición de Helen McCourt hubiera pasado a la historia como otro de esos tantísimos casos policiales sin resolver, lo que a grandes rasgos significa que no hubiera hecho historia en lo absoluto, pero el enorme progreso de la tecnología genética en los '80s del siglo XX hizo posible agarrar y condenar a su secuestrador y eventual asesino con una certeza prácticamente absoluta. La historia principia el 9 de febrero de 1988, cuando Helen McCourt, que era agente de una compañía de seguros, fue vista en el pueblo de Billinge, en Inglaterra, mientras bajaba del autobús, y luego de eso, nadie volvió a saber de ella.
El primer sospechoso de lo que podía ser un secuestro o un asesinato, era un tal Ian Simms, que era dueño del pub del pueblo. Simms y McCourt sostenían un romance que era extramarital, ya que él era casado. Algunos testigos declararon que a horas que se correspondían después de que Helen McCourt bajara del autobús, escucharon un grito en el pub. Cuando la policía interrogó a Ian Simms, éste tenía arañazos en la cara, pero tenía coartada: había supuestamente tenido una pelea con su esposa. Pero no pudo explicar por qué había tierra en sus anillos, o por qué habían escuchado gritos dentro del pub. El caso se tornó aún más contra Simms cuando encontraron un pendiente ensangrentado dentro de su vehículo: el pendiente había pertenecido a Helen McCourt. Registraron su casa, y encontraron manchas de sangre que iban hasta su dormitorio. Aparecieron por el pueblo algunas pertenencias de Helen, incluyendo un abrigo que al ser examinado, reveló tener pelos pertenecientes a los dos perros de Simms. Se recuperó también un cable eléctrico con mechones de pelos, que al ser sometidos a peritaje, revelaron ser idénticos a la cabellera de Helen.
Pero sin embargo, seguía faltando algo importantísimo: el cuerpo. Sin éste y la posibilidad de hacerle peritajes, prácticamente toda la otra evidencia era circunstancial: Simms olía a culpable a la redonda, pero no existía la posibilidad de eliminar la duda razonable que probablemente acabara por absolverlo. Si Ian Simms era el asesino, se las había ingeniado condenadamente bien para evitar una condena. Salvo por un detalle que no previó: en ese 1988 ya se usaba una novísima tecnología de identificación por algo que las revistas científicas llamaban el ADN. Aunque no había cuerpo, se tomaron muestras de sangre de los padres de la desaparecida, y se compararon los resultados del examen de ADN con las manchas de sangre encontradas en el pub. Esto suscitó algunas dudas, pero en el juicio compareció el doctor Alec Jeffreys, que había desarrollado la tecnología que permite leer la huella genética de una persona: en el juicio declaró que la posibilidad matemática de coincidencia en esas circunstancias era de 1 contra 14.500. Esa cifra superaba aproximadamente en tres veces la población de la localidad, por lo que la coincidencia era una casi imposibilidad matemática.
Ian Simms es probablemente la primera persona condenada por asesinato, sin que se haya actualmente encontrado el cuerpo de la víctima, o al menos algún rastro corporal de la misma (quien, por cierto, nunca más apareció, ni viva ni muerta). Simms acabó condenado a cadena perpetua. En el año 2010 intentó que se le concediera la libertad bajo palabra, pero se le denegó.
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Crímenes y Criminales,
Década de 1980,
Genética,
Inglaterra
jueves, 14 de abril de 2011
Cazando a un doble violador y asesino.
Hoy en día, la investigación criminalística lo tiene chupado para resolver casos: con una tecnología tipo CSI es virtualmente imposible que un asesino escape a la mano de la justicia. Pero las cosas eran bastante diferentes hace no demasiados años atrás. Acá en Siglos Curiosos recordaremos uno de esos casos... y la para entonces inesperadísima manera en que se resolvió. El 21 de Noviembre de 1983, una chica de quince años llamada Lynda Mann salió de su casa en Narborough (Leicestershire, Inglaterra), y nadie volvió a verla con vida. Apareció el día siguiente, o mejor dicho lo hizo su cuerpo sin vida, violada y estrangulada en un camino solitario. Debido a la apartada localización del cadáver, la policía dedujo que debía tratarse de un lugareño. Con el semen recolectado en la víctima, se determinó que era un tipo que pertenece al diez por ciento de la población masculina. Pero sin testigos ni sospechosos, la investigación no pudo avanzar más allá.
El 31 de Julio de 1986, otra joven también de quince años llamada Dawn Ashworth, que vivía en Enderby, apareció muerta. El modus operandi similar llevó a la policía a conectar los crímenes. Los investigadores le echaron el guante a un ayudante de cocina llamado Carlton Hayes, que al ser presionado, confesó los delitos, aunque después se retractó. La policía, confusa, remitió las muestras al doctor Alec Jeffreys para un análisis. Esto era una maniobra arriesgadísima. Resulta que Alec Jeffreys había desarrollado una nueva tecnología que hasta ese entonces nunca se había aplicado a la actividad forense: en teoría debería funcionar, pero como nunca se había llevado a cabo en la práctica... se trataba de la determinación de la huella genética de un individuo a través de su ADN.
Los exámenes fueron concluyentes: los dos asesinatos estaban conectados, pero el asesino no era Carlton Hayes. La policía esta vez no se anduvo con chicas, y recorrió el pueblo entero interrogando y tomando muestras de sangre a literalmente toda la población masculina del área: unos 4500 sospechosos en total. Aún así, los análisis comenzaron a arrojar resultados negativos, negativos, negativos, negativos, negativos... ¿Sería posible que incluso con la nueva y poderosa tecnología del ADN se les fuera a escapar su asesino...?
La trama dio entonces un giro digno de novela de detectives. Un policía llegó a la oficina con un rumor que había oído su padre, que era el dueño de un pub en la zona: había escuchado que entre unos trabajadores del pan, un tal Colin Pitchfork le había pagado a su compañero Ian Kelly para que se tomara la muestra de sangre por él. La policía se arrojó sobre las declaraciones de Colin Pitchfork (la nueva, y una anterior que poseían de él), y descubrieron que las firmas no coincidían, dejando así en evidencia la suplantación. Pitchfork fue inmediatamente detenido y se le obligó a proporcionar una muestra de sangre, que esta vez sí dio resultado positivo: Pitchfork era el doble violador y asesino. Colin Pitchfork recibió entonces el dudoso honor de ser el primer criminal atrapado por su ADN. En enero de 1988 recibió condena a cadena perpetua. En el sistema británico, esto le asegura un mínimo de 30 años en prisión, los que después le fueron rebajados en dos. Por lo tanto, cabe la posibilidad de que este primer violador y asesino condenado por su ADN, sea puesto en libertad en el año 2016...
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Crímenes y Criminales,
Década de 1980,
Genética,
Inglaterra
jueves, 8 de julio de 2010
Problemillas de investigar la ascendencia genética humana.
Nadie dijo que la investigación científica es inocua. Las conclusiones a las que arribe la ciencia, pueden ir en conflicto con tradiciones preestablecidas, y la gente no renuncia fácilmente a éstas. O bien, hay intereses económicos de por medio, con frecuencia inconfesos, que crean desconfianzas y resquemores... El proyecto para reconstruir la historia de la primera gran migración humana a través de los marcadores cromosómicos en la herencia genética humana, tampoco ha sido pacífico.
El Proyecto Genográfico fue lanzado en el año 2005, con una duración estimada hasta el año 2010. Su meta es entrelazar las distintas razas y poblaciones de la Tierra en un único árbol genético a escala planetaria, que permita determinar los patrones de migración a través de los cuales fueron poblados los distintos continentes, por la Humanidad actual. La base son los marcadores genéticos, determinadas secuencias de genes que aparecen y desaparecen en distintas poblaciones. Mientras más reciente sea el marcador genético, en menos poblaciones aparecerá, porque ha tenido menos tiempo de difundirse. Si un marcador genético es universal, es indicio de su antigüedad. Si una población posee marcadores genéticos antiguos, y carece de los más recientes, se puede asumir con seguridad que esa población es más antigua que otra con marcadores genéticos más recientes. Por supuesto que esto funciona en poblaciones que, por motivos históricos, étnicos, religiosos o geográficos, hayan permanecido en aislamiento casi endogámico, porque las poblaciones mestizas, con mezclas de muchas sangres de distintos continentes, presentarán los dichosos marcadores de manera casi anárquica. Por eso, el objetivo principal del Proyecto Genográfico es convencer a los miembros de poblaciones indígenas raras y aisladas, de colaborar donando sangre para la investigación.
La idea rondaba ya en la década de 1990, cuando intentó implementarse el HDGP (Human Genome Diversity Project, o Proyecto de Diversidad Genética Humana). El proyecto encontró una cerrada oposición de parte de las comunidades indígenas, por varias razones. En primer lugar, sin seguir ningún orden en particular, muchos tenían miedo de que las conclusiones a las que arribara el Proyecto, fueran opuestas a sus creencias ancestrales sobre la Creación. Otros estimaron que el método aplicable era sacrílego, debido a la santidad de la existencia humana. Otros se enfocaron en motivos más prácticos: no les seducía la idea de prestar material propio para investigaciones que podían derivar en patentes, sin una adecuada compensación económica a cambio. E incluso se generó el temor, por desgracia no del todo infundado, que a partir del análisis genético de esas poblaciones, por lo general minoritarias y no pocas veces oprimidas, se activara el racismo, ahora genético, o peor aún, pudieran fabricarse armas biológicas que pudieran ser usadas en su contra... El HGDP finalmente acabó por fracasar.
El Proyecto Genográfico tomó la herencia del HGDP, pero con variaciones. Lo suyo consiste simplemente en enviar por correo un exudado bucal, más una cantidad de dinero en retribución por contribuir al proyecto. Además, parte importante de las ganancias (se supone, al menos), irán destinadas a proyectos educativos y de conservación cultural. Por supuesto que sigue habiendo oposición: "El proyecto tiene conflictos inherentes con los intereses de los indígenas", declara Debra Harry, que integra el Consejo de Pueblos Indígenas sobre Biocolonialismo. Pero por otra parte, hay indígenas que lo ven de otra manera: "Ya que el proyecto utiliza nuestra genética para rastrear nuestro camino, realmente somos nosotros, la tribu seaconke-wampanoag, quienes contamos nuestra propia historia", señala Michael "Corazón Tierno" Markley, presidente de la Nación Wampanoag, en Estados Unidos. Y en una posición intermedia es posible encontrar a George "Lobo Plateado" Jennings, otro miembro de esa tribu, quien afirma con una nota de resignación: "Sólo espero que no nos digan que somos suecos"...
El Proyecto Genográfico fue lanzado en el año 2005, con una duración estimada hasta el año 2010. Su meta es entrelazar las distintas razas y poblaciones de la Tierra en un único árbol genético a escala planetaria, que permita determinar los patrones de migración a través de los cuales fueron poblados los distintos continentes, por la Humanidad actual. La base son los marcadores genéticos, determinadas secuencias de genes que aparecen y desaparecen en distintas poblaciones. Mientras más reciente sea el marcador genético, en menos poblaciones aparecerá, porque ha tenido menos tiempo de difundirse. Si un marcador genético es universal, es indicio de su antigüedad. Si una población posee marcadores genéticos antiguos, y carece de los más recientes, se puede asumir con seguridad que esa población es más antigua que otra con marcadores genéticos más recientes. Por supuesto que esto funciona en poblaciones que, por motivos históricos, étnicos, religiosos o geográficos, hayan permanecido en aislamiento casi endogámico, porque las poblaciones mestizas, con mezclas de muchas sangres de distintos continentes, presentarán los dichosos marcadores de manera casi anárquica. Por eso, el objetivo principal del Proyecto Genográfico es convencer a los miembros de poblaciones indígenas raras y aisladas, de colaborar donando sangre para la investigación.
La idea rondaba ya en la década de 1990, cuando intentó implementarse el HDGP (Human Genome Diversity Project, o Proyecto de Diversidad Genética Humana). El proyecto encontró una cerrada oposición de parte de las comunidades indígenas, por varias razones. En primer lugar, sin seguir ningún orden en particular, muchos tenían miedo de que las conclusiones a las que arribara el Proyecto, fueran opuestas a sus creencias ancestrales sobre la Creación. Otros estimaron que el método aplicable era sacrílego, debido a la santidad de la existencia humana. Otros se enfocaron en motivos más prácticos: no les seducía la idea de prestar material propio para investigaciones que podían derivar en patentes, sin una adecuada compensación económica a cambio. E incluso se generó el temor, por desgracia no del todo infundado, que a partir del análisis genético de esas poblaciones, por lo general minoritarias y no pocas veces oprimidas, se activara el racismo, ahora genético, o peor aún, pudieran fabricarse armas biológicas que pudieran ser usadas en su contra... El HGDP finalmente acabó por fracasar.
El Proyecto Genográfico tomó la herencia del HGDP, pero con variaciones. Lo suyo consiste simplemente en enviar por correo un exudado bucal, más una cantidad de dinero en retribución por contribuir al proyecto. Además, parte importante de las ganancias (se supone, al menos), irán destinadas a proyectos educativos y de conservación cultural. Por supuesto que sigue habiendo oposición: "El proyecto tiene conflictos inherentes con los intereses de los indígenas", declara Debra Harry, que integra el Consejo de Pueblos Indígenas sobre Biocolonialismo. Pero por otra parte, hay indígenas que lo ven de otra manera: "Ya que el proyecto utiliza nuestra genética para rastrear nuestro camino, realmente somos nosotros, la tribu seaconke-wampanoag, quienes contamos nuestra propia historia", señala Michael "Corazón Tierno" Markley, presidente de la Nación Wampanoag, en Estados Unidos. Y en una posición intermedia es posible encontrar a George "Lobo Plateado" Jennings, otro miembro de esa tribu, quien afirma con una nota de resignación: "Sólo espero que no nos digan que somos suecos"...
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Década de 2000,
Genética
jueves, 5 de noviembre de 2009
¡La Genética contra el Darwinismo!
¿Conocen ustedes esos cómics de crossover en que dos superhéroes distintos se encuentran por primera vez, y tienen todas un guión tipo? ¿Un guión de estilo "superhéroes se encuentran, superhéroes equivocados por un malentendido se agarran a tunazos, superhéroes arreglan malentendido, superhéroes unidos enfrentan al verdadero villano"? Esta es una historia más o menos similar. Bueno, quizás sin villano. Pero con dos grandes héroes de las teorías científicas modernas, como es la Teoría de la Evolución y la Teoría de la Herencia Genética, que en sus orígenes andaban a los tropiezos una con otra.
Si renunciamos por un instante a nuestra cosmovisión contemporánea y regresamos en el tiempo a 1859, nos encontraríamos con una sorpresa al leer el recién salido "El origen de las especies". Porque la Teoría de la Evolución, tal y como la planteaba Charles Darwin, era ante todo una teoría económica. En realidad, podemos decir que el Darwinismo duro y original era una especie de Economía aplicada a la Biología. Darwin tenía bien en mente lo que planteaba Thomas Malthus a finales del siglo XVIII: nacen más personas de las que pueden ser alimentadas, y el exceso perecerá de inanición. Lo que Darwin hizo fue ampliar esta idea de las personas a las criaturas vivientes en general: nacen más plantas y animales de las que podrán sobrevivir, mientras que el resto perecerá víctima del hambre o de sus depredadores (factor este último que Malthus no considera, porque desde el Paleolítico que el Homo Sapiens carece de depredadores naturales). Su propuesta de la selección natural como mecanismo evolutivo para explicar por qué algunos perecen y otros sobreviven y engendran descendencia, en realidad era una muy ingeniosa vuelta de tuerca al Malthusianismo (sin que esto le reste méritos a la hercúlea labor de Darwin, claro está), o dicho de otra manera, es una especie de Malthusianismo llevado hasta sus últimas consecuencias: los individuos y las especies no sólo se limitan a perecer de hambre, sino que además se adaptan para mejorar sus posibilidades de supervivencia. Pero la teoría darwiniana en esos años tenía un gran talón de Aquiles: ni Darwin ni nadie podía explicar en 1859 cómo demonios se producían los cambios mínimos que le daban mejores ventajas a los afortunados que sobrevivían.
Ocho años después, en 1867, y no en la Inglaterra darwiniana sino en la otra punta de Europa, en un monasterio checo, el monje Gregor Mendel se puso a hacer experimentos con guisantes, y llegó a una inquietante conclusión: las características de los progenitores se transmiten a la descendencia a través de leyes bien definidas. A esto se lo llamó "leyes de la herencia". Mendel envió su trabajo a algún científico, pero fue ignorado. Recién en 1900, ya muerto Mendel, su obra fue redescubierta. En el siguiente medio siglo, la Genética dio pasos de gigante: en los '10s se desarrolló el concepto de "gen", en los '20s se descubrió que la molécula de ácido desoxirribonucleico (ADN) era el vehículo material de la transmisión de la herencia, y en los '50s se descubrió la estructura del ADN en doble hélice, que permitió explicar cómo el ADN replica su información y la transmite a su descendencia.
En la segunda mitad del siglo XIX se aceptaba la evolución como un hecho, pero la selección natural como mecanismo evolutivo (la gran idea de Charles Darwin) era aún muy resistida. El desarrollo de la Genética a comienzos del siglo XX le dio armas a los detractores de Darwin para opinar que el gran mecanismo de la evolución no era la selección natural, sino las mutaciones. En alguna época estuvo a punto de darse por muerto al Darwinismo, como un simple desvarío decimonónico. Pero algunos genetistas, entre ellos Ronald Fisher, J. B. S. Haldane y Sewall Wright, tuvieron la inspiración para pasar a estudiar cómo los cambios en el acervo genético de los individuos se relacionan con la dinámica de las poblaciones de especies. Esta "genética de poblaciones" permitió crear un modelo armónico que arrojó toda una nueva luz sobre el tema. Según se acepta desde la década de 1920 hasta ahora, las mutaciones y la selección natural no se cancelan como mecanismo evolutivo, sino que son complementarios. De este modo, las mutaciones genéticas amplían la variedad de individuos dentro de cada población, mientras que la selección natural suprime aquellas variedades menos afortunadas, y permite que los más afortunados ("los más aptos", en la jerga popular, aunque esta nomenclatura, sin ser errónea, es un tanto inexacta) propaguen sus genes a la descendencia, acumulando sus propias mutaciones hasta que llegan a ser tantas, que configuran una especie nueva. De este modo acabó la guerra de la Genética contra el Darwinismo, y a partir de entonces pasaron a trabajar juntos, como amigables hermanos en la lucha por la verdad, el conocimiento y la justic... perdón, creo que me pasé de roscas con la analogía superheroica con la que abrí este posteo.
Si renunciamos por un instante a nuestra cosmovisión contemporánea y regresamos en el tiempo a 1859, nos encontraríamos con una sorpresa al leer el recién salido "El origen de las especies". Porque la Teoría de la Evolución, tal y como la planteaba Charles Darwin, era ante todo una teoría económica. En realidad, podemos decir que el Darwinismo duro y original era una especie de Economía aplicada a la Biología. Darwin tenía bien en mente lo que planteaba Thomas Malthus a finales del siglo XVIII: nacen más personas de las que pueden ser alimentadas, y el exceso perecerá de inanición. Lo que Darwin hizo fue ampliar esta idea de las personas a las criaturas vivientes en general: nacen más plantas y animales de las que podrán sobrevivir, mientras que el resto perecerá víctima del hambre o de sus depredadores (factor este último que Malthus no considera, porque desde el Paleolítico que el Homo Sapiens carece de depredadores naturales). Su propuesta de la selección natural como mecanismo evolutivo para explicar por qué algunos perecen y otros sobreviven y engendran descendencia, en realidad era una muy ingeniosa vuelta de tuerca al Malthusianismo (sin que esto le reste méritos a la hercúlea labor de Darwin, claro está), o dicho de otra manera, es una especie de Malthusianismo llevado hasta sus últimas consecuencias: los individuos y las especies no sólo se limitan a perecer de hambre, sino que además se adaptan para mejorar sus posibilidades de supervivencia. Pero la teoría darwiniana en esos años tenía un gran talón de Aquiles: ni Darwin ni nadie podía explicar en 1859 cómo demonios se producían los cambios mínimos que le daban mejores ventajas a los afortunados que sobrevivían.
Ocho años después, en 1867, y no en la Inglaterra darwiniana sino en la otra punta de Europa, en un monasterio checo, el monje Gregor Mendel se puso a hacer experimentos con guisantes, y llegó a una inquietante conclusión: las características de los progenitores se transmiten a la descendencia a través de leyes bien definidas. A esto se lo llamó "leyes de la herencia". Mendel envió su trabajo a algún científico, pero fue ignorado. Recién en 1900, ya muerto Mendel, su obra fue redescubierta. En el siguiente medio siglo, la Genética dio pasos de gigante: en los '10s se desarrolló el concepto de "gen", en los '20s se descubrió que la molécula de ácido desoxirribonucleico (ADN) era el vehículo material de la transmisión de la herencia, y en los '50s se descubrió la estructura del ADN en doble hélice, que permitió explicar cómo el ADN replica su información y la transmite a su descendencia.
En la segunda mitad del siglo XIX se aceptaba la evolución como un hecho, pero la selección natural como mecanismo evolutivo (la gran idea de Charles Darwin) era aún muy resistida. El desarrollo de la Genética a comienzos del siglo XX le dio armas a los detractores de Darwin para opinar que el gran mecanismo de la evolución no era la selección natural, sino las mutaciones. En alguna época estuvo a punto de darse por muerto al Darwinismo, como un simple desvarío decimonónico. Pero algunos genetistas, entre ellos Ronald Fisher, J. B. S. Haldane y Sewall Wright, tuvieron la inspiración para pasar a estudiar cómo los cambios en el acervo genético de los individuos se relacionan con la dinámica de las poblaciones de especies. Esta "genética de poblaciones" permitió crear un modelo armónico que arrojó toda una nueva luz sobre el tema. Según se acepta desde la década de 1920 hasta ahora, las mutaciones y la selección natural no se cancelan como mecanismo evolutivo, sino que son complementarios. De este modo, las mutaciones genéticas amplían la variedad de individuos dentro de cada población, mientras que la selección natural suprime aquellas variedades menos afortunadas, y permite que los más afortunados ("los más aptos", en la jerga popular, aunque esta nomenclatura, sin ser errónea, es un tanto inexacta) propaguen sus genes a la descendencia, acumulando sus propias mutaciones hasta que llegan a ser tantas, que configuran una especie nueva. De este modo acabó la guerra de la Genética contra el Darwinismo, y a partir de entonces pasaron a trabajar juntos, como amigables hermanos en la lucha por la verdad, el conocimiento y la justic... perdón, creo que me pasé de roscas con la analogía superheroica con la que abrí este posteo.
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jueves, 27 de diciembre de 2007
El viaje de 40.000 años.
El más largo viaje registrado que haya emprendido la Humanidad hasta la fecha, ha durado unos 40.000 años, y le tomó a casi dos mil generaciones, de padres a hijos, el concretarla. Este largo viaje es el poblamiento definitivo del planeta Tierra, empresa que principió hacia el año 50.000 a.C. en un apartado rincón de Africa, y vino a rematar recién hacia 10.000 a.C. cuando fue colonizada la Tierra del Fuego. E incluso después, si asumimos que valientes descendientes de aquellos viajeros saltaron en canoas al Océano Pacífico, y tardaron otros diez milenios en colonizar la Polinesia.
Hasta la década de 1980, los paleontólogos estaban condenados a sacar su información del registro fósil, el que por naturaleza es incompleto, y sus conclusiones vacilantes. Y entonces, como milagro llovido del cielo, llegaron nuevas técnicas de secuenciación genética. En 1989 consiguieron develar nada menos que la existencia de una mujer, la llamada Eva Mitocondrial, que es el antepasado común de toda la Humanidad, y que debió haber vivido en Africa hace unos 200.000 años. ¿Era posible llegar aún más lejos?
Los científicos cayeron en la cuenta de que al tener las mujeres una combinación cromosómica XX y los hombres XY, el cromosoma Y sólo puede viajar de hombre a hombre entre las generaciones. Los científicos emprendieron entonces una expedición titánica: recorrieron todos los continentes para encontrar aquellas tribus y pueblos que por su aislamiento geográfico aún preservan intacta su pureza genética, presumiblemente desde los primeros días en que se instalaron en dichas tierras, a fin de explorar la cantidad de mutaciones acumuladas en su cromosoma Y. El resultado es que el genoma con mayor cantidad de mutaciones está ubicado en Africa. Las dos tribus candidatas son los bosquimanos, y los Biaka, estos últimos una tribu de pigmeos. Por tanto, éstas son las tribus más antiguas asentadas en su propio territorio, y por ende, aquellas que estaban ahí en el alba de los tiempos.
Adán Y, el ancestro común humano integrante de aquella banda destinada a cambiar la historia planetaria para siempre, abandonó Africa entre 70.000 y 50.000 años atrás. Puede haber enfilado hacia Palestina por el Desierto del Sinaí, pero otra alternativa es que haya pasado desde Etiopía a Arabia en alguna pequeña canoa; en ese tiempo la tierra estaba sumida en una Edad de Hielo, y por lo tanto, el nivel del mar era más bajo, por lo que dicha travesía hubiera sido notoriamente más corta que en la actualidad. En este paso habrían desarrollado el Marcador M168, ausente en las tribus africanas, pero presente en las restantes. Un ramal habría emigrado a Australia, a donde habrían arribado hace unos 45.000 años atrás. Otro ramal habría alcanzado la región de la India y el Asia Central, subdividiéndose a su vez: uno habría cambiado de rumbo, enfilando hacia Europa (como lo prueba un nuevo marcador, el M9), mientras que otro habría seguido, a través de China y Siberia, hasta cruzar el Estrecho de Behring (Itsmo de Behring, en aquellos años), y saltando a América, la cual habrían colonizado en unos 8.000 años, como lo prueba el marcador M3, exclusivo de ellos.
Puede que cuarenta a sesenta mil años parezca una monstruosidad de tiempo (unas diez veces todo el tiempo de historia civilizada desde la Agricultura hasta la inaguración de Siglos Curiosos), pero es también una noble proeza, que mostró la superioridad de la tecnología de la Edad de Piedra; considerando la fragilidad de los medios y lo vasto de los resultados, ésta es quizás la más grande epopeya emprendida por la Humanidad jamás.
Hasta la década de 1980, los paleontólogos estaban condenados a sacar su información del registro fósil, el que por naturaleza es incompleto, y sus conclusiones vacilantes. Y entonces, como milagro llovido del cielo, llegaron nuevas técnicas de secuenciación genética. En 1989 consiguieron develar nada menos que la existencia de una mujer, la llamada Eva Mitocondrial, que es el antepasado común de toda la Humanidad, y que debió haber vivido en Africa hace unos 200.000 años. ¿Era posible llegar aún más lejos?
Los científicos cayeron en la cuenta de que al tener las mujeres una combinación cromosómica XX y los hombres XY, el cromosoma Y sólo puede viajar de hombre a hombre entre las generaciones. Los científicos emprendieron entonces una expedición titánica: recorrieron todos los continentes para encontrar aquellas tribus y pueblos que por su aislamiento geográfico aún preservan intacta su pureza genética, presumiblemente desde los primeros días en que se instalaron en dichas tierras, a fin de explorar la cantidad de mutaciones acumuladas en su cromosoma Y. El resultado es que el genoma con mayor cantidad de mutaciones está ubicado en Africa. Las dos tribus candidatas son los bosquimanos, y los Biaka, estos últimos una tribu de pigmeos. Por tanto, éstas son las tribus más antiguas asentadas en su propio territorio, y por ende, aquellas que estaban ahí en el alba de los tiempos.
Adán Y, el ancestro común humano integrante de aquella banda destinada a cambiar la historia planetaria para siempre, abandonó Africa entre 70.000 y 50.000 años atrás. Puede haber enfilado hacia Palestina por el Desierto del Sinaí, pero otra alternativa es que haya pasado desde Etiopía a Arabia en alguna pequeña canoa; en ese tiempo la tierra estaba sumida en una Edad de Hielo, y por lo tanto, el nivel del mar era más bajo, por lo que dicha travesía hubiera sido notoriamente más corta que en la actualidad. En este paso habrían desarrollado el Marcador M168, ausente en las tribus africanas, pero presente en las restantes. Un ramal habría emigrado a Australia, a donde habrían arribado hace unos 45.000 años atrás. Otro ramal habría alcanzado la región de la India y el Asia Central, subdividiéndose a su vez: uno habría cambiado de rumbo, enfilando hacia Europa (como lo prueba un nuevo marcador, el M9), mientras que otro habría seguido, a través de China y Siberia, hasta cruzar el Estrecho de Behring (Itsmo de Behring, en aquellos años), y saltando a América, la cual habrían colonizado en unos 8.000 años, como lo prueba el marcador M3, exclusivo de ellos.
Puede que cuarenta a sesenta mil años parezca una monstruosidad de tiempo (unas diez veces todo el tiempo de historia civilizada desde la Agricultura hasta la inaguración de Siglos Curiosos), pero es también una noble proeza, que mostró la superioridad de la tecnología de la Edad de Piedra; considerando la fragilidad de los medios y lo vasto de los resultados, ésta es quizás la más grande epopeya emprendida por la Humanidad jamás.
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