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martes, 9 de noviembre de 2010

HEREJE

Por Carlos Rull

Por vez primera comprende que el fuego puede helar: no como en las bellas metáforas de los trovadores, sino con un frío real, un fuego gélido, glacial, que atere y aterra, que lleva la nieve hasta las entrañas y convierte cada pálpito, cada pensamiento, en carámbano y granizo.
Las llamas danzan cruelmente mientras asuelan y engullen - una a una, como regodeándose en la masacre - cada página de sus manuscritos y cartapacios. Nada le queda, nada le sobrevivirá. Mientras disfrutan del calor de sus palabras quemadas, los soldados beben su vino, los monjes comen su salazón, y el inquisidor papal sigue arrojando hojas a la hoguera, desprendiendo a la vez odio y miedo en cada extirpación.
Nada quedará de él, pues. Mañana por la noche arderá aquí mismo, en este fuego helado, este hielo abrasador. Y su existencia será silencio, humo, ceniza. Olvidado de todos, arrasado por la historia y la infamia, se consuela pensado que las cenizas de sus páginas, sus libros, sus frases, sus versos, acogerán amorosamente las de sus huesos y sus humores y su carne para esparcir por el mundo su voz muda, su grito silencioso, su humilde verdad olvidada, su honesta contribución a la nada.

De la imagen: http://floredo.wordpress.com

domingo, 26 de septiembre de 2010

EL PRECIO DE LA FAMA

(Por Sergio Belmonte)


Acudí la otra noche al recital.
Él era un chico joven
de aspecto extravagante.
Gesticulaba mucho con sus brazos,
escupía palabras
y vomitaba quejas
hacia toda la clase de políticos.
Reivindicaba lucha y libertad.
La coreografía
terminó bruscamente
con un suicidio sobre el escenario
adornado de luces
y mucha pirotecnia.

Salió en todos los medios.
Se hizo famoso en unos cuantos días.
Creo que se llamaba Juan Eduardo.


No recuerdo ni uno de sus versos




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