Sí, cuando algo vive no puedes decirle "muere", sin más.
No puedes prenderle fuego al bosque y decirle, cuando se te va de las manos, "apágate".
Ni reventar el dique, liberando las aguas contenidas durante tanto tiempo y, cuando ves que va a arrasar el pueblo, gritar "párate".
Ni plantar el jardín, cuidarlo y mimarlo, y pretender que, de un día para otro (y sin mancharte las manos) vuelva a ser un solar árido, vacío, deshabitado.
No, no es tan simple coger una parte de ti, de lo que ya eres, y observarlo durante horas como en Los hombres que miraban fijamente a las cabras, esperando que, de repente, por arte de birlibirloque, estire la pata.
Todo sería más sencillo así. El absoluto reinado de la razón es más simple, lógico, planificado, estructurado hasta el más nimio detalle. La vida se simplifica exponencialmente. Se vuelve aburrida, claro que sí, pero da lugar a muchos menos sobresaltos.
Pero no puedes, no puedes, no puedes... Menuda impotencia.
Tanto sobresalto, tanta inquietud, tanto tembleque... y tú sin poder dar esa orden definitiva.