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lunes, 24 de abril de 2023

El futuro de los libros


El otro día, mientras regresaba de participar como miembro del jurado en cierto concurso de álbum ilustrado, me puse a pensar a ritmo de cantaditas en el libro y sus maldades, en ese producto cultural tan soberano, que ni la digitalización ha logrado exterminar.
Si bien es cierto que el libro de texto, la prensa y todo tipo de revistas están migrando a nuevos formatos, no sucede lo mismo con novelas, álbumes ilustrados o ensayos. Esto puede deberse a tres razones. La primera es la materialidad. Nadie concibe un álbum en formato digital, máxime cuando contiene elementos emergentes, texturas o proporciones que añaden elementos narrativos y forman parte de la obra en sí misma.


En segundo lugar, está la comodidad. Si uno se va a leer una novela de seiscientas páginas, más le vale hacerlo en papel, porque, sinceramente, como tengas que pasar cuatro horas mirando fijamente una bombilla, lo llevas claro. Y el tercero es el romanticismo. Tiene tantos adeptos el libro de papel, que hoy por hoy es impensable desterrar el libro físico de un panorama donde lo sentimental y lo propio priman sobre otras muchas cosas.


¿Y esto? ¿Tiene vises de cambiar? Personalmente, y teniendo en cuenta que me encanta todo lo apocalíptico, observo cierta deriva, no desde una industria editorial que sigue con su negocio, sino desde la esfera institucional. Fíjense en el empeño por la digitalización de absolutamente todo. Colegios, hospitales, bancos y ayuntamientos están llenos de pantallas. Se ha empezado a criminalizar el consumo de papel echando mano del ecologismo y, si no fuera poco, las grandes empresas, valedoras de los regímenes imperantes, se han apuntado al carro.
Si a todo esto unimos que la esfera cultural vive centrada en el contenido y sus posibilidades, es posible que dentro de unos años librerías y bibliotecas pasen a ser meros recuerdos de otra época en el que ideas y palabras estaban al alcance de todos.


Mientras tanto, vamos a ensalzar su figura con El libro azul, un álbum de Germano Zullo y Albertine que llega a las librerías gracias a Libros del Zorro Rojo. Este título, que ya he añadido a la selección de Libros en los libros, nos cuenta la historia de Serafina, una niña que se va a la cama acompañada por un libro muy especial que leerá junto a sus padres. Serpientes, flores, volcanes, ranas, vallas y jirafas. Todo cabe en este viaje tan especial a través de las páginas.


Además de ostentar el color que le da nombre, algo que favorece lo metaliterario desde la perspectiva del espectador (¿Quieres un libro como la de la protagonista? ¡Pues lo tienes en las manos!), el título en cuestión se convierte en una suerte de oda poética al objeto-libro y su contenido, uno que en muchas ocasiones depende de las propias decisiones del lector.


Preguntas y respuestas, elementos inverosímiles, vueltas de tuerca y mucha imaginación se combinan en un libro que a priori podría pertenecer al nonsense, pero sin embargo tiene una lógica aplastante, la del libre albedrío con el que disfruta una niña que, lejos de amedrentarse frente a la incertidumbre de viaje, nos sumerge en una historia muy especial.

sábado, 13 de febrero de 2021

Un carnaval silenciado


Hoy es sábado de carnaval y, a pesar de ser una fecha señalada en el calendario por el derroche de diversión que supone, en muchos lugares de nuestro país están llorando por los rincones. No es de extrañar pues esta fiesta callejera es una especie de catarsis. Por el trabajo colectivo que lleva consigo, por la fantasía que desborda y por el despliegue de buen humor que acarrea.


El carnaval. Esa celebración que los países católicos llevan celebrando desde hace siglos para dar paso a la cuaresma, la época de recogimiento que precede a la Semana Santa. Así pasa, que desde la Edad Media, una época oscura dominada por el puritanismo eclesiástico, los días previos se han ido llenando de jolgorio, permisividad y descontrol (que toda época necesita su espacio de distensión)


En nuestro país las carnestolendas se han traducido en disfraces, máscaras, comparsas o chirigotas, y haciendo honor a la etimología ( se cree que proviene de “carnem-levare” o “carne-vale”, un latinajo compuesto que significa “adiós a la carne”), nos da por el desenfreno, el destape, el chiste y la farra antes de que se abra el tiempo del bacalao y los potajes.


Una pena que este año nos quedemos sin todo este despliegue de humanidad, pues el bicho nos hubiera proporcionado muchas ideas para el cachondeo, no sólo en Cádiz o en las Canarias, sino en cualquier sitio de España donde la gente tome en serio la fiesta. Yo estaba soñando con disfraces de coronavirus, mascarillas y vacunas, cuplets sobre Illa, o Simón, y algún pupurrí sobre murciélagos y chinos. Pero nada. Todo ha quedado en agua de borrajas.
Esperemos que las mentes creativas sigan cosechando ingenio para las futuras ediciones de una de mis jaranas favoritas, pues nada como ser otra persona (o cosa) para luchar contra lo gris que nos ha traído esta vida vírica. Por mi parte, traerles un libro sobre caretas y antifaces que les avive la ilusión marchitada. Concretamente Disfraces, un libro de Albertine publicado por Libros del Zorro Rojo.


Disfrazados de tarta gigante, de Alicia, de castillo ambulante, de nube, de puerta secreta o de automovilista, los personajes que se descubren al pasar cada página, rebosan imaginación y de paso sugieren nuevas creaciones por parte del espectador. Y es que este conjunto de ilustraciones de gran formato e impresas en papel de alto gramaje, además de constituir un desfile en toda regla que puede colgar de las paredes de nuestro hogar, se transforman en un libro de actividades en el que el espectador puede desarrollar su creatividad a través de las siluetas de cada imagen.
No se apenen y sonrían a pesar del silencio en las calles.

martes, 5 de mayo de 2020

Ansias de libertad



Es inevitable desmadrarse con esto de las salidas. Después de dos meses encadenados a nuestras respectivas viviendas no sé qué esperan unos y otros. Más todavía con este estío primaveral que invita a cualquier cosa que se llame ocio…
Lo confieso: me dan ganas de saltarme todo tipo de franjas horarias, abrir la puerta y echar a andar entre las calles desiertas de la ciudad. Llegar hasta el campo para disfrutar del sol, vagar sin rumbo, mirando el horizonte. Sin saber que nos deparará el mañana, pero al menos saber que existe. Vivir y dejar de habitar este día de la marmota que nos ha hecho perder la noción del tiempo, estancarnos en un dilatado paréntesis que muchos no entendemos muy bien.


La libertad, ese bien preciado que nadie valora hasta que se ve privado de él, nos ha sido arrebatado en pro de muchas bondades y también maldades, pero a veces me siento frente al sol de la tarde con Schumann de fondo y pienso “Sin libertad, ¿qué nos queda?” Y se cruzan los recuerdos, las gentes que ya no verás, momentos que no llorarás, y sonrisas que no iluminarán a nadie.
Esa es la razón por la que algunos han ido por primera vez a la frutería o al supermercado, por la que han decidido pasear a un perro que otrora les recordaba a un florero, o por la que se han convertido en padres responsables. La misma por la que algunos han engrasado la cadena de la bici después de muchos años o han madrugado lo que nunca han madrugado para caminar temprano. Han sido ellos mismos los que han valorado su libertad al ponerle precio, y eso, perdónenme que les diga, ha sido maravilloso.


Con ese anhelo de que perdure lo de hacer lo que nos venga en gana, me ha venido a la cabeza la serie de la vaca Marta (editorial Siruela), uno de los personajes más queridos de Germano Zullo y Albertine, autora que hoy ha recibido el premio Hans Christian Andersen, el “Nobel” de la Literatura Infantil, (¡Desde esta casa de monstruos le enviamos nuestra más sincera enhorabuena!). 
Y no es para menos porque Marta es un personaje muy comprometido con la libertad pues, aunque no lo crean, la vida de esta señora, a pesar de ser muy agitada y correr las más extrañas aventuras a lomos de una bicicleta, montada en un globo o descubriendo los fondos marinos, está llena de trabas y cortapisas. Que si unos no quieren ser sus amigos y otros no dan un duro por ella. Pero Marta, con mucho buen humor, gracejo a raudales y bastante educación, siempre se sale con la suya. Una abanderada de la libertad de pensamiento y de acción sin prerrogativas. 
Tomen nota de ella y cuando arribe la plena libertad, disfrútenla y sobre todo, defiéndanla.

jueves, 11 de enero de 2018

Amor materno-filial


Aparcada ya la Navidad, nos podemos permitir el lujo de echar la vista atrás para desechar de nuestra retina las imágenes más vergonzantes de todo el año. Más que nada porque la bebida corre a raudales y podemos ingerir la que deseemos sin necesidad de decir basta. Lo malo viene cuando mezclamos ese regusto ligeramente amargo de la resaca con el dulzor de la falsedad navideña, porque le pasa como al vino con el refresco de cola, que el dolor de cabeza dura un rato (¡Ay, qué pena, paisanos, que a Vinos El Gordo le han echado el candado!).
“¡Román, déja de liarnos con metáforas etílicas y ve al grano, odo!” 'Enga cansinos, que ni al propietario de este sitio le dejáis un poquito de estilo... A lo que iba: Que tíos, primos, abuelas, bisnietos y cuñaos son un verdadero latazo, no sólo por los lazos (que también), sino porque parece ser que la Navidad llega con un bono de parientes bajo el brazo. Y eso que las familias ya no son lo que eran (N.B.: En un conteo, grosso modo, concluyo que por cada niño, hay de media seis ancianos), que si no más de uno pedía un ingreso voluntario ¡¡¡como legionario!!!
Y digo: ¿Acaso no tengo bastante con mis padres? Todas las navidades el mismo rollo... “Desagradecido... Juerguista... Crápula... Borracho... Impresentable... Informal... Desconsiderado...” Y yo, boquiabierto y con la misma cara de tonto que pone Jordi ENP, me digo “¿Qué habré hecho? ¿Celebrar la Navidad con ellos?” Acto seguido decido subirle el volumen a mis pensamientos existenciales: “¿Tendré que invertir mi verborrea interna en administrar un poco de amor a estos asuntos terrenales?” (Nota para navegantes: La cosa no es querer a la gente porque sí, como yo hago a todas horas, en inverno o en verano, sino que lo parezca en el momento adecuado)... Dicho y hecho, me pongo al quite. Les doy cera, jabón, lo que ellos quieran. Que brille, que se note... “¡Menudo relumbrón!” “¡Eso es!” “¡Tu sí que sabes!”... Pero al cabo de un rato, ese tañido de cariño explosivo bastante forzado queda en segundo plano.
Y es que el amor auténtico poco sabe de fechas, de abrazos falsos. El cariño se mama, se entrega porque sí, de golpe y porrazo. Desde que nacemos hasta que otros nacen, se instala una entrega mutua que, aunque a veces no destila muchas muestras explícitas, sí que gira y gira, bien por un lado, bien por otro. En sentidos opuestos pero con la misma dirección.
Es lo que nos cuentan Germano Zullo y Albertine en Mi pequeño, un libro-álbum que ha sido editado en castellano (¡y eso que no tiene muchas palabras) por la editorial Limonero, y que no me extraña que recibiera el reconocimiento en la Feria de Bologna, porque esta historia de amor entre madre e hijo bien lo merece.


miércoles, 28 de mayo de 2014

A golpe de ladrillo


Que la España actual se ha levantado a golpe de ladrillo es una realidad impepinable (siempre me ha gustado esta expresión de maestra de escuela…). Durante los diez años de burbuja inmobiliaria en la que albañiles se hinchaban a base de vermús de treinta mil pesetas (se dice pronto y a sabiendas…) y muchos alicatadores forraban sus automóviles de alta gama y otros vehículos rodados con billetes de quinientos, he visto muchas atrocidades (sin obviar las anteriores… ¡Tela!). Desde vender cajas de cerillas a precio de oro, hasta constatar como el precio de un corral se revalorizaba a una cadencia de dos mil euros por día, hay multitud de  realidades que han hecho de este país el cortijo de mangantes y mafiosos.
Orgullosos de esos tabiques de papel que no nos dejan dormir a muchos, de los miles de viviendas vacías situadas a lo largo de kilómetros de costa (y algún parque natural que otro) y de la especulación de la que bancos y ayuntamientos se han servido para llenar sus arcas, todos estos magnates han tocado fondo (seguramente con alguna cuenta bancaria en Andorra a sus espaldas)…, ¡pero no se preocupen!, los verán renacer de sus cenizas dentro de unos años cuando sea necesario crear otra mentira para achuchar los ahorros de cuatro pobres y hacerse de oro sin complejos ni vergüenza.


No me voy a poner en plan mesiánico, ni arengaré a las masas para que, enardecidas por la venganza ecologista y otros pensamientos sostenibles, se lancen a las calles para guerrear por un mundo mejor (no me extraña que la llamada “okupación” esté dando que hablar estos días), pero si haré apología de la protesta económica (esa que deriva del ahorro), del voto monetario y del boicot, porque no olvidemos que, a veces, pensar con el bolsillo es la mejor de las democracias, porque no olvidemos que la especulación, no sólo está a favor de todos esos tunantes del hormigón, la ferralla y la teja, sino que nosotros mismos, como consumidores, podemos tomar cartas en el asunto y decidir sobre nuestros costes y nuestras ganancias, una ley que todos conocemos.
En cualquier caso, no está de más recordar el cataclismo que, a golpe de edificio y grúa, ha hecho temblar nuestros cimientos socioeconómicos con un libro que nos trae la editorial Libros del Zorro Rojo de la mano de Germano Zullo y Albertine (esos de la poética y fantástica obra Los pájaros) y que lleva por título El rascacielos.
Lean, es la mejor medida para construir un futuro mejor.


lunes, 11 de noviembre de 2013

Maldita televisión...


Demasiada polémica hay en torno a la cuestión televisiva, esa que genera cierto empleo pero arrastra muchos gastos, todo ella al servicio de un poder basado en los medios de comunicación de masas.
El cinismo de los políticos, como los aviones, llega a límites estratosféricos, un lugar de altos vuelos que, basado en la ignorancia de la gente, limpia, brilla y da esplendor a cualquier cerebro humano que se preste a ver la tele durante unas cuantas horas al día. Desde los inicios, la televisión, esa reina de la imagen hoy día dirigida a paquidermos de manta y sofá (la radio y el periódico son entretenimientos más neuronales), ha sido utilizada por magnates de todo tipo y condición, para vendernos sus productos, llámense estos detergentes, turrones (este año no se va a hacer tarde…), planes de pensiones o propaganda electoral -para lo que mayoritariamente ha quedado-.
Desde cualquier programa de entretenimiento, pasando por los telediarios, o incluso el tiempo de cualquier cadena televisiva pública (manda huevos), nos embuchan cuñas publicitarias, salves y consignas de este o aquel partido político, y son capaces de aburrir al más analfabeto del lugar, una realidad que dice poco a favor de los profesionales de este sector, unos trabajadores que, como putas por rastrojo, se dedican a vender sus servicios al mejor postor, o en su defecto, al cacique/político de turno que amenaza con EREs, despidos y desmantelamientos a diestro y siniestro (aunque bien pensado, ¿en qué lugar de la Administración se destierra toda inclinación partidista?).
Si por mi fuese, cerraría TODAS las televisiones públicas españolas, bien sean locales, autonómicas o nacionales, todas ellas meros púlpitos y escenarios de este o aquel partido que denigran nuestra inteligencia y más que informar, cansan y envilecen.


Por ello aplaudo a todo aquel ciudadano que, sensible a lo que nos acontece, apaga la caja tonta y abre un libro, que en este caso bien podría ser S.O.S. Televisión de Germano Zullo y Albertine (autores de Los pájaros) que, de la mano de la editorial Ekaré, nos acercan al mundo de la imagen y el sonido, a su omnipresencia y a cómo hacerle frente a su ausencia, con una pizca de humor y otra de crítica. 

martes, 10 de abril de 2012

De pequeños momentos


Es mucha la expectación que conllevan los grandes acontecimientos de la vida, desde la celebración de una boda, hasta el nacimiento de un hijo, momentos todos ellos, normalmente felices. Ello no quiere decir que, simplemente por el hecho de ser importantes, la dicha que acarreen sea directamente proporcional al tamaño de los faustos a organizar, ya que uno, apoltronado en su sillón favorito acompañado de un buen libro, puede ser tanto o más feliz que la noche donde dejó a un lado la soltería. Con total seguridad ocurra lo mismo con otros momentos que se suponen de algarabía y pasión desorbitada, véase la celebración tras una final de la Champions League, y otros más íntimos como ver brotar la primera palabra de la boca de su primogénito.


Si podemos clasificar a los hombres en grandes y pequeños (cada cual dé las connotaciones que quiera a estas categorías), también podemos decir que la vida se compone de grandes y pequeños momentos, todos ellos necesarios a partes iguales, aunque no está de más, convenir en que cada cual es libre de elegir según su apetencia… Si bien es cierto que los grandilocuentes prefieren los excesos de emociones, yo soy de esos que se emborrachan con los mínimos, esos mágicos e inesperados que suceden en un abrir y cerrar de ojos y te arrugan el corazón para darte un soplo de alegría.


Respecto a estos pequeños momentos, he de subrayar que no soy el único que los prefiere, sino que Germano Zullo y Albertine también se hacen eco de ellos en su particular obra Los pájaros (Editorial Libros del Zorro Rojo), una de esas historias que están preñadas de ínfimos y geniales momentos… No sólo por lo evidente que es la generosidad, encontrar un amigo, verte en su reflejo, resignarse a la pérdida, añorarlo..., sino también por lo invisible de la vida, los que subyace en nosotros, nuestros deseos y anhelos, esos que a veces nos hacen volar, como si de corrientes aéreas se tratasen...