Kassimir Malevitch, Cuadrado blanco sobre fondo blanco.
"Y el blanco, un blanco omnipresente, cegador, misterioso, absoluto. Un blanco que cautiva, pero si alguien deja que lo seduzca, si, queriendo adentrarse en él, cae en su trampa, morirá. El blanco destruirá a todo aquel que intente acercársele, que trate de descubrir su secreto. Los arrojará de las cumbres para abandonarlos congelados en los nevados llanos. Los buriatos siberianos consideran sagrado todo animal blanco; creen que matarlo equivale a cometer un pecado que sólo se redimirá con la muerte. Miran la blanca Siberia como un templo en el que mora el dios mismo. Se deshacen en reverencias ante sus llanuras y rinden homenaje a sus panoramas, siempre temerosos de que allí, de las profundidades blancas, llegue la muerte.
El blanco se asocia a menudo con lo definitivo, con el límite, con la muerte. En las culturas en las que la gente vive con el miedo a la muerte, los enlutados se visten de negro para ahuyentarla y aislarla, para circunscribirla al difunto. Por el contrario, allí donde la muerte se considera como otra forma de vida, una forma diferente de la existencia, los enlutados se atavían de blanco, al igual que visten al muerto. Aquí el blanco es el color de la aceptación, de la conformidad, de la resignación ante el destino.
Hay en este paisaje siberiano de enero algo que inmoviliza, que paraliza y oprime. Y ese algo es, sobre todo, su inmensidad, su inconmesurabilidad, su oceánica infinitud."
Ryszard Kapuscinski, El Imperio, página 41.