POESÍA COMPLETA (Volumen I) Javier Egea. Bartleby, Madrid, 2011. 514 pp.
Me quedo solo, pero no me vendo. Julio de 1999. El siglo XX agoniza. Javier Egea, que lleva nueve años sin publicar ningún libro, decide disparar su escopeta de caza y acabar con todo. En ese momento Granada acaba de generar su último poeta mítico. Su nombre, su presencia, será una de las claves que identifiquen a cualquier joven que comience a interesarse por la poesía en dicha ciudad. Los mitos se construyen a base de tópicos, de ruido y de silencio. El mito Egea dice que fue un poeta cuyo afán era la consecución de una escritura materialista, efectivamente revolucionaria; que era incapaz de transigir con la seducción del mercado y sus leyes apaciguadoras, y que por eso acabó aislado y enajenado. El mito Egea dice que su hambre era tan vasta que le resultaba difícil ceñirse a una sola propuesta, que las escuelas y los grupos eran sólo estrecheces para el que tiene cosas que decir. También dice el mito que la bebida y la noche hicieron estragos, que las crisis, el silencio y la tormenta de dentro eran demasiado imponentes. El mito dice eso: poeta libre, irredento, experimental, comprometido, borracho, suicida. Los mitos suelen ser tópicos de ruido y silencio, casi siempre falsos. Lo que convoca y no traiciona es su poesía, por fin reunida.
Me quedo solo, pero no me vendo. Julio de 1999. El siglo XX agoniza. Javier Egea, que lleva nueve años sin publicar ningún libro, decide disparar su escopeta de caza y acabar con todo. En ese momento Granada acaba de generar su último poeta mítico. Su nombre, su presencia, será una de las claves que identifiquen a cualquier joven que comience a interesarse por la poesía en dicha ciudad. Los mitos se construyen a base de tópicos, de ruido y de silencio. El mito Egea dice que fue un poeta cuyo afán era la consecución de una escritura materialista, efectivamente revolucionaria; que era incapaz de transigir con la seducción del mercado y sus leyes apaciguadoras, y que por eso acabó aislado y enajenado. El mito Egea dice que su hambre era tan vasta que le resultaba difícil ceñirse a una sola propuesta, que las escuelas y los grupos eran sólo estrecheces para el que tiene cosas que decir. También dice el mito que la bebida y la noche hicieron estragos, que las crisis, el silencio y la tormenta de dentro eran demasiado imponentes. El mito dice eso: poeta libre, irredento, experimental, comprometido, borracho, suicida. Los mitos suelen ser tópicos de ruido y silencio, casi siempre falsos. Lo que convoca y no traiciona es su poesía, por fin reunida.
Un lugar por encima del humo. Tras más de una década de turbias polémicas entre herederos y “amigos”, se iba haciendo más urgente su rehabilitación. Esta edición evita revanchas y se ciñe a decir que hay un poeta, e importante; y es sólo el primer tomo de un proyecto que comprende sus prosas, diarios y poesía inédita, y que aquí presenta todos sus libros publicados, incluyendo el póstumo cuaderno Sonetos del diente de oro. Un viaje insólito desde el clasicismo temprano hasta el verso irracional o de ribetes pop de su última época, pasando por lo obscenamente político, el realismo narrativo y soft de la experiencia o la búsqueda de una poesía materialista que fuera capaz de denunciar los mecanismos ideológicos oculto en el lenguaje y en el arte. Demasiados caminos para ponerle un nombre. Demasiado vasto para algo tan estrecho como la crítica de este país. Destaca Manuel Rico en su acertado prólogo lo llamativa que resulta la ausencia de Egea en los recuentos oficiales de las tres últimas décadas. El canon lo deja fuera. Lo cual puede confirmarnos que lo más interesante sigue escribiéndose en los márgenes.
Francisco Javier Egea. En 1974, con unos escasos veintidós años Egea publica su primer libro: Serena luz del viento. Con esa edad es muy complicado construir un discurso poético sólido y aquí encontramos la prueba. No hay aún rastro de la revolución y el hambre voraz. Sin embargo este libro es una escuela que nunca abandonará: la del clasicismo, entre Garcilaso y Góngora, los secretos de la música. La importancia de conocer los engranajes de un idioma y un arte para poder más adelante subvertirlos. Primera lección. Dos años después publicará A boca de parir, donde ya desde el títulose nos presentan algunas de las facetas que luego eclosionarán en el poeta maduro: lo irracional, la presencia de una cotidianidad inquietante, y la pulsión política . “Hacia otra lucha nueva/ un nuevo leningrado de palabras.” Con poemas que aún son indicios junto a otros ya plenamente conseguidos como Sístole (pag. 145). Aparecen temas y palabras recurrentes: el asedio, el dolor, el amor como refugio y condena. Pero no deja de ser otro libro de aprendizaje, no es casual que estos dos primeros estuvieran firmados por Francisco Javier Egea. Aún no era del todo.
Toda la muerte vestida de payaso. Durante la Transición el ciudadano Egea se convertirá en un activista del comunismo. Su obra será un campo de batalla para demostrar determinadas tesis. Sus ideas, sus versos, ambos cosidos por el mismo hilo para retratar la realidad y transformarla. El ejemplo de Pavese o Pasolini. La lección ineludible del profesor Juan Carlos Rodríguez y su Teoría e Historia de la producción ideológica: la poesía e incluso los sentimientos están sujetos a las estructuras de poder, hay en todo una falacia y una ficción para nada inocente. De ahí en parte vendrán los presupuestos de aquella Otra Sentimentalidad que Egea compartió con García Montero y Álvaro Salvador. De ahí su búsqueda, única, y tal vez fallida, de una poesía materialista, desnuda y consciente de que la literatura implica el disfraz, y de que muchos disfraces son cómplices de la explotación y el expolio. Desde ese punto de partida se puede chillar, por ejemplo, contra “tanto general y bigote” como en Argentina 78, que no es sino un grito urgente y circunstancial contra la dictadura, escrito desde la rabia y la ironía. Pero eso fue un pronto, una anécdota frente a los conatos de poesía grande que va a tentar en el resto de sus libros.
La luz de las ruinas. A principios de los años 80 Egea entra en una de sus frecuentes crisis fruto del alcohol y la vida, y decide aislarse en la entonces remota Isleta del Moro almeriense. Allí escribe Troppo Mare. En este libro se cruza la música extraña de Lorca con la búsqueda del poema materialista a través de ese paisaje extremo y desolado. Se constata que el interior y su lenguaje están manipulados por la misma ideología que corrompe el exterior. Respiramos “el hedor de las palabras muertas”, sabemos que no hay más remedio que “abrir la brecha,/ cruzar las líneas,/ romper el cerco” . Vivimos en el pueblo sumergido, esperamos la inminencia agresiva de La Nube. Porque en Javier Egea siempre hay una presencia amenazadora fuera de campo. Siempre hay algo oculto que aguarda su momento para el zarpazo. Puede que sea la soledad que todo lo arrasa, como esta luz de las ruinas interiores que ilumina de penumbra tanto mar. Y sin embargo, a pesar de que parezca que “siempre es tarde”, el último verso de este libro basta para definir una obra, una vida, un lugar en el mundo: “Hoy sólo sé que existo y amanece”.
Otro Romanticismo. Denunciar los engranajes, intentar cambiar la mecánica de la sociedad, pero desde la más absoluta de las soledades (título de una frustrada antología). Tener conciencia de ello y hacerlo desde el compromiso estético. La poesía de Egea es por momentos como unos de esos cuadros sobre lo colectivo que pintara Genovés, pero con alguien solo en el centro. Algo así sucede en Paseo de los tristes, un libro casi paralelo a Troppo Mare donde traslada el escenario a la ciudad y sus sombras de oficinas, pensiones, fábricas y explotación. Aquí el amor también es víctima del mercado. “Aquí habita el dolor”. Los pájaros de Bécquer vuelan desnortados sobre las ruinas, y los viejos códigos no valen. Encontramos una ráfaga de pequeños poemas como de pólvora que desmontan tópicos y seducen con el escalofrío de la belleza y lo terrible. También el resto, siguiendo el rastro lectivo de Gil de Biedma y aparentemente en la misma acera que tanta poesía de la experiencia posterior, pero llegando más allá. Mucho más lejos, mucho más adentro.
Envenenadas flores. Del mar a la ciudad hasta llegar al inconsciente. Javier Egea se somete a sesiones de psicoanálisis y acaba escribiendo Raro de luna. No hay límites de escuela ni caminos pactados para esta obra. En el fondo son los mismos temas de siempre: la soledad, la explotación, el amor, la amenaza invisible; pero bañados por el surrealismo controlado y algunas estructuras estróficas clásicas que van del típico soneto al más raro ovillejo. Aquí, como en los Sonetos del diente de oro introduce referencias de raigambre pop como la figura trágica e irónica del vampiro o la serie de historias y extraños personajes femeninos que pueblan el cuaderno póstumo. Otro paso más. No admite etiquetas fáciles, su obra es una oda a la mutación desde el compromiso estético y político. Como Alberti, pero solo. Y nosotros, “pájaros angustiados ante la miserable caravana de espejos”, lo que vemos es el rostro de Javier Egea confundido con el nuestro. “Es preciso hacer un alto en la derrota” y leer el mundo con sus ojos deformes.
(publicado en la revista Quimera de los meses de julio-agosto de 2011)