viernes, octubre 28, 2005

Ah, laisez-moi rêver!

La jeunesse n'était pas chez elle un âge de transition: pour une moderne, elle représentait la seule période véritable de l'existence humaine. Zuta méprisait la maturité, ou plutôt elle voyait la maturité dans l'inmaturité, elle n'appréciait pas la barbe, les moustaches, les nourrices ni les mères de famille --et de là venait son magnetisme.
(Ferdydurke, op. cit. p. 151).

En la noche, estando con el Segoviano, sin ganas de beber cerveza porque me tomé a las cuatro de la tarde un cubata (Ron Cacique) y la mezcla es fatal (ya bebí media de mi litrona), veo que pasa una chica estudiante moderna, terriblemente deportiva, vestida con chándal última generación, hablando por el móvil, y con unos auriculares que cuelgan de uno de los lados, o de los dos, pasa hacia un lado y luego vuelve, y cuando vuelve, ¡sigue su cháchara adolescente, instrascendente! Y el otro que sigue hablando, y yo sin ganas de beber cerveza, de hecho le doy la mía, y me dice, muy serio (me regaña incluso) que como me vuelva a encontrar así, otro día, me echa... Pienso en Roz, la adolescente que tenía cuerpo de mujer, buscando frenéticamente ser desvirgada, follar, chupar una buena polla, y eso lo consiguió, en su imaginación rock, la adolescente, la moderna, todo en uno, ah, laissez-moi rêver!



A la mierda la música clásica, ¡no puedo, no puedo! Pongo un LP de 1986, de la mejor banda de los ochenta, The Smiths, The Queen Is Dead, que contiene temas tan buenos como el que le da título al disco (life is so long, when you're lonely), o I Know It's Over, o There Is A Light That Never Goes Out, que un grupo español fusiló sin contemplaciones. Pura rabia juvenil, de Morrissey, de Johnny Marr y los otros... Disfruto de nuevo con esta música fresca, llena de negrura, de deseos de desaparecer, morir al lado de la persona amada, lástima que la única diferencia sea que algunas mujeres son más grandes que otras, nada más. Y hay Estudiantes Modernas, aussi!

En M1N, en Canal 2 Andalucía, los mismos frikis de la semana pasada: Fortea Cucurull, el cura exorcista, el martillo de herejes, pobres europeos, ¡que viene a por nosotros, anticlericales, nosotros, tan diferentes a los maravillosos creyentes americanos, Dios Bendiga Al Nuevo Continente, Reserva de la Cristiandad! El maricón de Mantero, con toda su calma, dice lo que le parece sobre Ratzinger, tan ilustrado como destructor... Y los maricones recién casados de Cádiz, ya en el cielo de su propia felicidad, discurren (bueno, el que lleva la voz cantante, Emilio Isla) sobre las maldades de la jerarquía católica. Cuando aparece una belleza de Sevilla, labios chorreando maquillaje, ojos, cuerpo, sólo cuerpo, la voz es como transparente, no te fijes en mis curvas, sólo en las curvas de mis pestañas, L'Oréal mon amour..., entonces, me largo a la habitación, ennui, ennui, ennui!

miércoles, octubre 26, 2005

Diógenes, cada día

Lo veo bajando la cuesta, en dirección al paseo marítimo, nuestro lugar de encuentro en la tarde-noche. Veo que arrastra una maleta, ¡otra más!, pero ésta le viene de perlas, las ruedas funcionan perfectamente, y no parece rota por ninguna parte, sólo algunas rozaduras. Del interior asoma una pata de jamón, envuelta apenas por una bolsa negra de basura. Cuando llegamos al puesto de descanso, se pone a quitar lo que tiene en una bolsa de lona azul oscuro, y a meterlo todo en la maleta encontrada. Y resulta que todo cabe, y algunas cosas más, como un chaquetón azul eléctrico. Justo cuando hemos llegado, alcanzo a ver la bola anaranjada, preciosa, pero me siento, y veo que en la botella hay cuatro cervezas, ya me di cuenta antes, ¡pero cuatro garimbas, vaya festín! De eso nada, el Segoviano habla y habla, y no bebe mucho, contra lo que se podría pensar. Cuando acaba la tarea, me dice que nos iremos a la playa, en donde duerme, y comeremos un poco de jamón. Así que bajamos, pero al llegar allí, ya está oscuro y no se ve demasiado cortar, con una navaja pequeña. El jamón, la madre que lo parió, está más seco que la mojama, y no hay manera de sacarle nada que valga, es todo hueso y grasa, así que termina por arrojarlo a la papelera que hay allí detrás. En el cielo se ven muchas estrellas, no hay luna visible. La garimba está casi acabada, así que decido irme, él se queda con las otras tres. Me espera un largo camino a casa. Y el Segoviano, él sí que es feliz.

Otro día, me ha contado sus aventuras juveniles (cada día, un nuevo capítulo, eso sí que es una novela). De cuando estuvo en el reformatorio, en Carabanchel (no sé si alto o bajo), y cómo conseguía escaparse. De su visita, unos dos años después, al mismo sitio, para darse una comilona y comprobar que todo seguía más o menos igual. También estuvo, como cinco años, en un manicomio, en Segovia, en donde hizo lo posible para que lo echaran. Cuenta que le daban pastillas, algunas gordísimas, y se acuerda en especial de unas verdes. Relata de forma parsimoniosa (como suele siempre, con grandes gestos, porque ante todo, es un payaso buenísimo) el encuentro que tuvo con el médico maldito, el psiquiatra, al que le dijo que podía meterse las pastillas... ya se sabe por dónde. Algunos detalles me los pierdo, normal, y no siempre tengo ganas de preguntar o hacerle repetir las anécdotas, porque entonces puede soltarme eso de "¡tú eres gilipollas!". Su insulto más feroz es "jodío cabrón", eso le soltó al médico.

Hoy me cuenta algunas anécdotas buenísimas de cuando estuvo trabajando en un mercado, me dice que en la zona de Ibiza, en Madrid (no conozco esa zona), limpiando un cuartucho de un puesto del mercado, y cómo puso a caldo a unas ratas, echándoles lejía por el boquete. Lo cuenta todo esto después de haber bromeado antes sobre beber por error aceite de una botella de plástico, pensando que es agua (o vino blanco). También me cuenta una sobre cuando trabajó en el cine de verano del Retiro, de cómo una noche se comió cinco hamburguesas (sin pan, a palo seco) y una botella de vino tinto, y cómo echó a uno que había saltado un muro para colarse con pagar, y cómo evitó a la policía. Mientras cuenta esto, en alguna parada mía, miro distraídamente el banco de enfrente, en donde comen unos bocadillos una familia de ingleses, lo típico: madre, padre, hija de unos doce años e hijo de unos catorce. A la madre se le ven casi las bragas, pero no es ella la que me llama la atención, sino la niña, con unas piernas vulgares pero unos pechos muy crecidos para su edad, bajo el vestido amarillo canario. Luego los veo caminar, y compruebo que esa chica tiene más de un polvo, y más de dos... La cerveza está casi acabada, es hora de comer, así que me voy yendo. Luego dice que le darán un pollo asado, pero que está harto, le digo que no lo tire, que me lo guarde...

Un día, subiendo la escalinata de acceso al Reina Sofía, me encontré con Diógenes tirado en los escalones, en una esquina, y me reí para mis adentros. Igualito, joder, igualito que en la pintura famosa...

martes, octubre 25, 2005

Inmadurez


Éste es el tema, el gran tema, de Ferdydurke de Witold Gombrowicz, la genial novela del autor polaco, que ahora leo en francés (Christian Bourgois, 1973; revisada, 1985). La comencé a leer hace tiempo, cuando la Depresión, pero en esos momentos yo no estaba para nada, menos para esta diversión. Ahora sí creo que ha llegado el momento, y justo lo que me apetece es leer algo así: una obra llena de ingenio, de humor negro (¿o habría que decir polaco?), que ha sido bastante bien acogida sobre todo por la comunidad literata, pero también, justo es decirlo, hay que abstenerse de leer a ciertos admiradores casi fanáticos del gran Witold, como ese escritorzuelo, Vila-Matas. Dicho esto, lo que hay que hacer es leer, leer con una media sonrisa, leer con pasión, leer para mirarse en el espejo, porque lo que cuenta este narrador es lo que podría contar yo mismo. "L'homme dépend très étroiment de son reflet dans l'âme d'autrui, cette âme fût-elle celle d'un crétin" (p. 10). Pero resulta que lo que Jojo es, es un "cucul" (palabro difícil de traducir; por cierto celebremos a Georges Sédir por el intento; René Julliard le comunicó al autor que no podía). Alguien que se levanta un mal día, después de un raro sueño, y descubre que sus años juveniles han vuelto, que su cuerpo es un puzzle en donde no encajan del todo sus órganos (qué maravilloso cuerpo sin órganos se despliega entonces), y lo peor está por venir: la aparición de sí mismo en la habitación, qué encuentro tan auténtico con su doble, no exactamente como él, y luego, tras intentar escribir algo en su escritorio, se le aparece un profesor, T. Pimko, que se lo lleva directamente, sin previo aviso, a la escuela, ¡él, que tiene más de treinta años! Esto, después de leer de forma pedantesca su escrito... En el segundo capítulo, nos encontramos con ese colegio, y con el patio de recreo en donde gente "entre diez y veinte años" se ponen a guerrear tras un estímulo eficaz de este perverso Pimko. Inocencia, qué palabra cruel, quién quiere ser inocente, cuando el sexo está tan lejos, tan cerca...

Lo que Gombrowicz saca a la palestra es el Tema del siglo XX, a partir de los años 50 al menos: cómo la adolescencia se estira, cómo el espíritu boy-scout toma el mundo, y cómo esta niñez extended-play es ya universal, al menos en Occidente... Pero no generalicemos, porque lo que importa en WG es la elaboración casi absurda de las escenas, las frases ridículas (¡ese uso del latín macarrónico por los "chavales"!), la creación de situaciones entre simplotas y de alto calado humorístico, pero que nos hablan de los problemas que todos hemos abordado alguna vez. Esta crítica feroz al mundo educativo, al mundo del orden, de los adultos, es un pilar, para mí básico, de la Nueva Literatura. Invito a todos a que se hagan con la traducción en Seix Barral, porque yo voy a seguir divirtiéndome, durante algunos días, con ésta en francés...

La primera obra que leí de WG fue su colección de relatos Bakakai (Barral, 1974; trad. de Sergio Pitol), que escribió entre 1926 y 1946. La leí en enero de 1990. El extraño nombre es el de una calle de Buenos Aires, en donde WG vivió muchos años, aunque no le gustaba especialmente el país de acogida (hay que leer los Diarios para saber un poco de aquello). Luego leí Recuerdos de Polonia, Pornografía, etc. Siempre me quedé con la sensación de que en su extraña escritura se escondía un humorista tremendo, un perro cansado como yo, que se burlaba del mundo que no podía sostener más que mediante ese humor tremebundo, grotesco casi. Ni que decir tiene que G. es uno de mis escritores favoritos, y que en algunos de mis escritos he tratado, sin mucho éxito, de emularlo.

P.D. Hoy se celebra en España el Día de Internet: aunque parezca algo tonto, pues el día de internet es todos los días, hace falta todavía insistir en la importancia de este medio, y es que España, como en todo lo que importa, está a la cola de Europa (pero a la cabeza de drogas, de ruido, etc. España es un país muy poco civilizado y sensible). Sólo diré, como nota personal (sólo lo personal cuenta aquí), que sin internet, mi actual vida no sería la misma, y que a lo mejor hubiera corrido la misma suerte que El Segoviano: sería feliz, tal vez, por ahí dando tumbos, alcohólico perdido. Pero internet me salvó..., para bien o para mal.

lunes, octubre 24, 2005

Domingo = depresión

En el rastrillo, es lo peor en muchos meses; me detengo en un puesto ya conocido, viene siempre y trae morralla, y lo que suele traer que vale, a precio carísimo. Esta vez veo algunos libros tipo best-seller, "novelas" de Valerio Manfredi, el famoso Código, La sombra del viento de Zafón, que cojo un momento para saber de qué va. Antes de que diga nada, la gitana que atiende el puesto me dice que son 12 €. Sorprendido, lo dejo como si quemara, le suelto que para eso lo compro en la librería, y ella, que no quiere quedarse atrás en grosería, me dice que vale, que pague los 19 € que vale. Me voy rezongando, y un moro que viene detrás se ríe, ha entendido mi protesta, mientras yo sigo diciendo vaya puta, que se ponga una librería, tantos aires.... No viene el tipo de los vinilos a 1 €, y el otro que dijo que vendría el 23, viene, pero el cabronazo no ha traído nada, sólo libracos y CD's, que lo jodan. Así que me largo, me pillo una birra y me voy a Verano Azul, luego a los Cangrejos, en donde ya está el cartero jubilado, militante socialista, liado con Marsé y su Lolita's Club. Aparece el Segoviano, al que he llamado un momento antes, pero está algo tonto y no dice nada, se echa a dormir en el banco, se levanta, se come unas lonchas de jamón serrano, se vuelve a echar, se levanta de nuevo, trata de coser una bolsa muy parecida a la que yo tengo, pero asquerosa de mierda, recuerdo que le prometí que le llevaría unas zapatillas, ya que sus zapatos Camper se le rompieron, uno de ellos, por la suela. Se va, no tiene ganas de nada, me larga una bolsa con algo de comida.

Mierda, tendría que haberme largado a Madrid este fin de semana, hoy habría asistido a ese espectáculo en el Auditorio 500 del Reina Sofía, con la obra de Cornelius Cardew, pero así soy de mal planeador.

Acabo los paseos del deprimente Rousseau, es lo que menos deseaba leer, porque como ya digo, yo soy como él, y lo que necesito es reírme, pasarlo bien, y olvidarme de que estoy rodeado de bestias, yo, el más sensible de los hombres.

Lo mejor es cuando anochece, por fin en casa, cuando pongo en el tocadiscos, primero, el Gloria de Poulenc, que es una delicia, con ese aire de ligereza entre la música típicamente religiosa; y luego, la Missa Papae Marcelli, de Palestrina, en versión de Tallis Scholars (me gustaría escuchar otras versiones, pero ésta está muy bien, de momento). El cambio es grande, la transición, magnífica, de las que tanto me gustan. Ya no escucho la radio.

Luego, pongo el capítulo sobre EL LOBO de la serie El Hombre y la Tierra, para acordarme que el hombre es el bicho más grande que hay sobre la tierra, que ha emprendido hace tiempo la guerra contra este maravilloso cazador social. La música de García Abril es una maravilla, y pasa de momentos épicos a otros de dulzura amorosa, me derrito cuando veo el noviazgo del lobo y la loba, que dura unos dos meses. Y los putos humanos, que ya no saben qué es eso, follan miserablemente después de las bodas. Qué asco.

jueves, octubre 20, 2005

La idea del complot


Rousseau se siente perseguido; Rousseau es un paranoico; pero no está ahora, en sus paseos, para entregarse de nuevo a hipótesis más o menos peregrinas sobre la naturaleza de los malvados, y por qué lo hacen. Es el tiempo de la Resignación. Se presenta, nos dice cuán justo ha sido, y qué vida tan mala ha llevado por culpa de esos perseguidores, muchos de ellos sus "amigos" ilustrados, Voltaire, Diderot y compañía. Recuerda tiernamente a la Maman, Mme. de Warens, la que lo convirtió en el escritor que ha sido (paseo décimo). En el quinto, recuerda esos dos meses idílicos que pasó en la isla de Saint-Pierre en el lago de Bienne (verano de 1765), de donde no le habría gustado salir nunca, pero el gobierno de Berna lo cazó y lo echó de allí, como si fuera un emboscado peligroso. Me gusta cuando recuerda anécdotas que no osó contar en sus muy académicas Confesiones, como hace al final del cuarto paseo.

¿Por qué leo a Rousseau?, porque es un contemporáneo, alguien tan tímido como yo, y tal vez igual de paranoico. Porque busca denodadamente un lugar en el mundo, y sólo a ratos parece encontrarlo. R. es un hombre débil, pero sabe que hay una fuerza divina e intemporal, y que ahí se sentirá por fin abrazado y seguro, como en brazos de la Warens, él, el Huérfano por antonomasia. Pero R. también cansa, cuando se pone tan moral, como me pasa con Coetzee, que tiene nueva novela, que tal vez lea si antes no doy con Murasaki (hay una lectura suya en la FNAC de La Cañada, Marbella). Pero en vez del bosque noruego, me gustaría leer Kafka on the shore (Vintage), que tiene una historia más surrealista y fascinante, según leo en el Culture del Times.

Si no soy feliz, es por culpa de los otros, de sus miradas envenenadas.

Aparece un especial en El País Semanal sobre los bloggers, y hay que reírse. Si ya la mayoría de los blogs son exhibicionistas al máximo, los fotologs son la repera, y ahí en el reportaje salen algunas que para qué. Llamar a una Vespa "Perica", hay que joderse; historia de un perro, en vivo; que si la "lucha por la maternidad" (vete a África, por favor). En el Ciberp@ís de hoy aparece el caso de un chico que se cree por fin escritor, y está preparando una especie de blog-novela. Pero un blog, en el momento en que se convierte en un culebrón, en el momento en que alguien hace un libro, deja de ser un blog, se convierte en un engendro. Un blog sólo existe en ninguna parte, en la Red, en el coño de la Bernarda, pero nunca en una mesa de novedades. Los bloggers no son "escritores", tienen que ser ciberactivistas, o no son nada. ¿Entiendes? Y ahora déjame. Mejor me voy a por otra cerveza.

miércoles, octubre 19, 2005

Realismus IV

Pongo la TV después de cenar y, ¿qué es lo que me encuentro? El martes en Canal 2 Andalucía está dedicado a la problemática social ("Frontera social" se llama el espacio), que es un batiburrillo donde cabe de todo un poco, pero en vez de hacer un debate serio, se recurre a lo más llamativo, y lo peor, con una "moderadora" que me cae gorda, pues es la típica periodista lanzada que de tenerla cerca..., en fin. Pues bien, estaba acabando el debate sobre la prostitución, y ahí teníamos a la puta de bajo standing, la típica puta española de los años cincuenta, digamos, con rostro ya algo cascado por la edad y los gajes del oficio, digamos, que concluyó pidiendo que se ofrezcan alternativas a las mujeres, que no pasen por el simple sexo, sino que le den alas a su espíritu. Pues vaya. ¿No habíamos quedado en que lo hacían por dinero? Luego, a su lado, una puta de alto standing, con acento francés, que me entero en la despedida que es nada menos que Valérie Tasso, que la va de escritora. Ella defendía el libre comercio con el cuerpo, que es de las mujeres y nadie puede arrebatárselo. Ella es la puta-porque-sí, sin más tonterías y excusas, la puta que defiende la ilustración sexual de una vez, "porque el sexo sigue siendo tabú". Y entonces pensé en Rachel Nympho, y su blog, a través del cual descubrí este fascinante mundo de los blogs, y en cómo su "autora" describía con pelos y señales su agitada y cínica vida sexual y demás. Desde luego, me quedo con las putas de lujo (no es sólo diferencia en cuanto a lo que cobran, como decía la chusmosa, la puta cutre), porque además de vender su cuerpo y cuidarse al máximo (sólo me molestó en VT ese labio superior medio torcido), son mujeres con las que mantener una conversación sobre Pynchon o sobre Pasolini. Cosa que con las putas de calle Camas (antiguamente en Málaga) o de Casa Conchi, no hay manera.
***

Prosigo las "conversaciones" (es un decir, porque en realidad quien habla es él, yo escucho y a veces me echo unas risas) con el Segoviano, que sigue un poco traumatizado por el hecho de su ingreso hospitalario de hace unos meses, cuando sufrió un cólico y casi se va al otro barrio. La médico le dijo que, o dejaba el vino y el coñac, o se acabó la función. Tiene que tener el hígado hecho foie-gras. Ahora sólo bebe cervezas, y yo le acompaño, claro. A pesar de ser analfabeto, descubro qué buen uso hace del castellano, porque en Segovia y Valladolid es donde realmente se habla castellano, en otras partes es todo cambiado. Me gusta escucharlo, me gusta las monerías que hace, es realmente un payaso, un pobre payaso. Lo que no puede expresarlo con palabras, lo hace con gestos, a veces casi de dibujos animados, hasta la policía se ha quedado con algunos ruidos que hace y lo imita a modo de saludo. Se lleva bien con todo el mundo, y la gente le da ropa, comida y todo lo que le hace falta. Dice que ya debe un montón de dinero, pero confía en ir pagándolo poco a poco. Eso me gusta, que no viva por la cara. Aunque no lo pueda pagar nunca, como le pasa al santo bebedor, aquella novelita deliciosa de Joseph Roth, y en la peli de Olmi. El pobre, está decaído aún, porque su hermano sufrió un accidente (tuvo que regresar a Segovia), allí le robaron la cartera; y cuando llegó aquí, el día 2 de octubre le robaron todas sus cosas, y eso ya lo puso al borde. Dice que de seguir la racha, lo tendrán que ingresar. La vida es dura. Sólo nos salva el humor. Y la compañía. El hombre es el animal que cuenta historias. Busca siempre un interlocutor. Si no quedan ya hombres, tendrá que ser él mismo el oído que escucha, como le pasó a Rousseau. Sigo leyendo sus Paseos, pero echo de menos el humor de Toole, a lo mejor leo su novelita de los dieciséis años.

lunes, octubre 17, 2005

Realismus III

El fin de semana, pues como todos. El sábado me encontré de nuevo a Santiago el Gallina, que se quedaba hasta el domingo, así que esta vez aprovechó para estar un poco más serio de lo habitual (no comulgo mucho con su chocarrero sentido del humor, tan pueblerino). Fuimos a su casa de pueblo (una de las pocas auténticas que quedan), luego se fue al Mercadona a comprar algo para su madre y demás, en una bici de niño chico y encima conduciendo con chanclas peligrosas, él, un tío de un metro ochentaytantos y casi cien kilos de peso (es otro Ignatius, pero sin su bagaje cultural, digamos). Luego nos sentamos en la plaza al lado de su casa y me tomé la segunda cerveza del día, mientras él disfrutaba de un porrito, otro más. Por la tarde me lo encontré de nuevo, en el mirador al que suelo ir pues es el el único rincón tranquilo del maldito pueblo. Serían las seis de la tarde, y yo quería acabar de una maldita vez el libro de Toole, pero se ve que ese día no era de lectura. Fuimos paseando hacia abajo, por el paseo de la Torrecilla, con alguna gente todavía en la playa. Hablamos, sobre todo él, que me cuenta sus miserias en Alemania (vive a las afueras de Colonia), sin mujer (va una vez al mes a follar con una puta), pues la mujer lo dejó hace tiempo, sin un trabajo que le guste, sin nada placentero. Por eso los días que viene a Nerja, los dedica a no hacer nada y ver a la gente de siempre. Pero yo quiero largarme de esta puta Málaga, y él me dice que alguien que conoce conoció a una chica alemana y ahora lo ha invitado seis semanas a Berlín. Eso es lo que tendría que hacer yo, pienso, para salir de una vez de la puta España, para alejarme de la mierda. El banco de madera en que estamos sentados vibra por una "música" que no sé de dónde procede. Y ahora el banco de mi rincón, el rincón entero, apesta, y pronto descubriré a qué se debe.

Cuando Santiago se aleja, me voy a mi sitio habitual, el sol se esconde, son casi las ocho. Pero en mi banco está el Segoviano, maldita sea, hoy no podré leer, está decidido. Y con todas sus cosas encima del banco, y me dice poco después que esa mancha del suelo, ahí es donde estuvo cocinando. Con razón. Tiene una Amstel bien fría, así que bebemos, aunque yo no tengo muchas ganas, porque estoy todavía lleno de gases de la mañana. Malditas cervezas, maldito pueblo, maldito crepúsculo. Y ahí está este troll, hablando de cómo se beneficia de su bondad, la gente le regala cervezas, comida, mochilas, sacos de dormir. El Segoviano es un tipo con suerte, me cae bien, ahora que no bebe vino, ahora que se cuida más. Los días de la Feria, nos hicimos compañía mutuamente. Pienso en otros lugares en donde podría estar, en situaciones radicalmente distintas a ésta. Pero esto es lo que hay. Hoy tiene unos zapatos nuevos, parece un señor. Pero bajando el paseo en dirección a la playa, cuando se pone a mear, se los pone perdidos.

El domingo, en el mercadillo, la misma mierda de siempre. Sólo hay un puesto que tiene un montón de cajas con vinilos y algunas son de clásica. Así que me pillo algunos. Luego bajo hasta la playa de Burriana, ahí en el claro de los eucaliptos están los tres mosqueteros: Joaquín, Thomas en el centro y Luis a un lado, muy estudioso, con gafas y todo (nunca le vi de esta guisa), porque se quiere renovar el permiso de conducir y por fin poder ir tranquilo con su furgoneta, que se compró su amigo Joaquín, que ya puede caminar bastante bien después de la operación de su pierna. Todos beben latas de cerveza Supersol, menos Thomas que bebe un benjamín de Freixenet, él siempre se distingue, que por eso es alemán más "culto" (esto es un chiste, ya lo sé). Yo saco lo que queda de mi litrona Supersol, más espuma que otra cosa tras la caminata. Me siento en el banco de al lado (verde descolorido), y Joaquín y yo comenzamos a charlar a voces. De Carola, de los inmigrantes africanos, de si uno tendría que tener armas libremente como en USA y tomarse la justicia por su mano, etc. Joaquín y yo estamos de acuerdo, por supuesto. Luego J. se va a darse una vuelta, Thomas ya se ha ido a comer algo (no soporto a este tío, siempre controlando sus necesidades), así que nos quedamos Luis y yo solos, él ha dejado de repasar la lección y me habla de lo que han hecho los últimos días, han ido con la furgoneta hasta la Cala del Moral (me dieron ganas de preguntarle, "¿y no viste a la Gorda?", jeje), con miedo de que los pillara la Guardia. En fin, vienen dos tipejos que no conozco, dos perros callejeros, un gordo de Zaragoza y otro francés capullo, con gafas tipo Matrix. Me voy, pues yo también tengo hambre, pero maldita cuesta, quién la sube.

El resto de la tarde lo paso en casa, y puedo terminar de leer por fin "La conjura de los necios". Me doy cuenta que en estos dos últimos capítulos ya apenas me río, y si lo hago, es por lo bajo. No sé si es por mi estado de ánimo otoñal, o porque la novela se torna más seria, como si los fuegos de artificio de antes fueran sólo eso, algo para llamar la atención, pero que esconde un dolor, un inmenso sufrimiento de Ignatius, del que viene a liberarle su querida y odiada Myrna minx. Eso es lo que me gustaría, pienso melancólico cuando termino esas maravillosas páginas, que una chica así, anarquista, sin ataduras, original en su aspecto, me salvara, me salvara de toda esta mierda, y así poder ser libre, aunque fuera sólo una ilusión.



Y como tengo que buscarme otra lectura, pienso en cuál podrá ser, ahora la cosa está muy difícil, pues después de esto no puedo meterme con algo banal, necesito algo que esté a su altura. Y entonces me digo que volveré a Rousseau, ahora de primera mano (ya antes fui a él a través de Andrew Crumey y de William Boyd), a su última obra, Rêveries du promeneur solitaire (Le Livre du Poche--Classiques, 2001). Pienso en los "Paseos" que yo mismo escribí, a imitación de éstos, en el verano de 2000, cuando mi estado de ánimo fluctuaba entre la depresión que se avecinaba y el fulgor de un contacto con Wen.

viernes, octubre 14, 2005

Realismus II

Para porno, el de los alemanes. Un día iba por la calle, cuando me encuentro un paquetito sospechoso, hecho con papel de periódico. Me voy hasta una plaza bonita (ahora arruinada) para abrirlo, a resguardo de miradas indiscretas, aunque nunca se sabe por ahí. Y cuando desenvuelvo el papel, ¿qué es lo que me encuentro?, nada menos que cuatro DVD's, cuatro pelis porno alemanas (bueno, una es una producción española, al parecer, "Mi abuela es una puta"), con el título genérico de OMAS (encima, es una serie, qué horror). Es decir, "películas" protagonizadas por "viejas señoras", que se lo montan con tipos de gimnasio, lo típico de estas cintas pasajeras. Estos días de fiesta popular (fue la feria en Nerja del 7 al 12, qué horror de días), estuve ojeando algunas, y la verdad, salvo un episodio, las demás son bastante pasables... Aquí se junta lo obsceno del porno en su totalidad, con lo repulsivo en particular de estos ensambles entre viejas y tipos musculosos. Los alemanes, ya lo sabía, son especialistas en el porno bizarre, y como en Nerja hay tantos alemanes, no es extraño que se entretengan con estas cosas. No me extrañaría que fuera la mujer de uno de esos degenerados la que envolviera cuidadosamente cutre las pelis y las arrojara al contenedor de papeles. En fin, para qué más comentarios. He pensado que las podría llevar al Rastro y venderlas, aunque no creo que alguien las quiera. Mejor dejarlas en un puesto, sin decir nada, y que la cadena cutre siga su marcha.
***

Ay. no puedo parar de reír con la novela de Toole. Tiene esa habilidad para los diálogos, que es insuperable. Me parece que ahora he llegado al punto clave, al clímax del asunto, donde se juntan todos los personajes y tiene lugar el "party", en doble sentido (fiesta, partido político subversivo). Me encanta lo que le suelta Ignatius al negro Jones, cuando éste le pregunta que qué pasa con su sueldo por debajo del mínimo. Reilly le dice que le han lavado el cerebro, que lo que busca es una vida burguesa, tener éxito y esas porquerías. Que lo mejor es que lea a Boecio, "La consolación por la filosofía", ahí uno a aprende a conformarse con lo que tiene. El otro le dice que se siente como un vagabundo. Ignatius le replica que cuánto daría por estar en su pellejo, que no reniegue de esa vida sin neurosis (¿hay negros con úlceras?), y que en sus días más felices él fue también un mendigo, o casi. Más adelante, cuando Ignatius llega a su casa, encuentra a su santa madre hablando por teléfono, conspirando contra él con la bruja de la siciliana. Dice que por qué no el centro de la Caridad (¿un psiquiátrico? ¿se ha vuelto loca?). Entonces I. la emprende contra esos centros, dice que la gente que está allí son los que no se adhieren a las mierdas de la propaganda: toda esa basura de querer coches nuevos y demás artículos desechables. Paradójicamente, I. es un apasionado de la TV, pero de series de dibujos y musicales en donde salen niñas que son ya prostitutas. Ya digo, el mundo de hoy en día es ya lo que temía I., en su plenitud: todo ha sido invadido por la pornografía, y no precisamente la alemana...
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Le preguntan a artistas árabes por los valores de Occidente, con motivo de una exposición. Le han lavado el cerebro esos franceses cuando las colonias, a juzgar por sus respuestas. No, señoras y señores de países en vías de desarrollo, esto no es el paraíso de la libertad, la razón, democracia floreciente. Aquí los "enfermos mentales" están fuera, sí, pero soportados por sus tristes familias y cobrando una pensión no contributiva de 245 € al mes, una miseria. Aquí lo realmente universal es la pornografía, y la de lujo, la light, es la peor.
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Veo también de pasada, sin llegar hasta el final por culpa de la pornografía para las masas, Los olvidados de Buñuel. Es una película que hizo en sus años de México, y como todas las de entonces, adolece de una factura técnica bastante pobre (el sonido es malo, hay un claroscuro molesto). Pero la historia es muy buena, con su típico humor negro (aunque las escenas de surrealismo, como el sueño del chico tras la muerte causada, son un poco cutres, nada que ver con las que hizo al lado de Dalí). El Jaibo es el típico pendenciero juvenil, pero al lado de los mafiosos de ahora, un bebé de pecho. Las crueldades con los inválidos es puro Buñuel. En fin, algún día espero verla entera, si la pornografía publicitaria me deja.

jueves, octubre 13, 2005

Realismus

Lo revolucionario hoy en día es atenerse a lo estrictamente real, a lo cotidiano, sin más alharacas. Todo lo que sea artificial, recargado, en plan simulacro, es para mí el asco de los ascos (en esta edad cínica, ¿cómo me voy a emocionar con aquellas películas de Greenaway y otros estetas posmodernos?, me dan grima). Así que empiezo a ver una con acento social, Polígono Sur, pero enseguida la dejo. Asco de gitanos, pero sobre todo, malísima realización de una francesa se supone que aflamencada (Dominique Abel), que ha subtitulado a este engendro "el arte de las Tres Mil", en alusión a las Tres Mil Viviendas, la barriada más problemática de Sevilla, como La Palma-Palmilla en Málaga. Esta tía, en vez de mostrar la realidad pura y dura, que es algo escalofriante, se supone, con drogadictos en primer plano y suciedad por todos lados, muestra una imagen surrealista de un caballo o un burro, asomando por una ventana de un piso, hala, qué bonito. Y luego sigue a un cantamañanas con su guitarra y posters de Camarón en su cuartucho, y así todo el tiempo, el buen rollito calé. Me paso a La 2, y empiezo a ver Las horas del día de Jaime Rosales, tras el tedio de la presentación que hace esta tía, que está buenísima, pero que para charlas sesudas, como que no. Es una película realmente buena, que ya me encargué de ver cuando la estrenaron en cines (nunca dejes para el salón de casa lo que puedas ver en el cine), en el Ideal-Yelmo de Madrid, claro que sí. Claro que al segundo corte publicitario la dejé, porque no aguanto esta manera de ver una película, que es puro flujo cotidiano, las miserias de un tipo cualquiera, el hastío mortífero de un hombre común, muy común. No es un psicópata, aunque se le acerca mucho, es alguien que podría hacer migas con Ignatius J. Reilly, y desde luego, conmigo. La primera muerte precisamente se desencadena con el nombre Capricornio, exactamente: vicisitudes. Me encuentro una "tarjeta" de mi signo, en inglés, "the goat", que señala:

--Practical and prudent
--Ambitious and disciplined
--Patient and careful
--Humorous and reserved

Sí, "reservado", poco comunicativo, le dice la taxista a nuestro hombre, que es una fan del horóscopo en versión papel cuché. Luego prosigue su charla patatera sobre el tema, pero la necia no entiende la palabra clave del día. Así que los acontecimientos se precipitan. La violencia real: algo que llega de golpe, cuando menos te lo esperas, para volver luego a la supuesta normalidad, que no es tal; porque en el fondo, late ese gemido siniestro, que no cesa.

La segunda muerte vendrá más tarde, en un baño cutre (la realidad es cutre, amigos), y la víctima un viejo. El desencadenante es la discusión asquerosa con su amigo el kiosquero cuando éste se casa. Este tipo es presentado como la antítesis del protagonista (aunque los dos son unos seres grises): quiere moverse, hacer dinero, ambiciona algo mejor, aunque no deja de ser un mediocre, el típico español imbécil. El otro le dice al principio que para ser feliz, hay que conformarse con lo que a uno le toca, y el otro no, el otro quiere ser como Mario Conde, el muy desgraciado. Cuando uno vive de un kiosco en El Prat de Llobregat, en las afueras de Barcelona (como si uno vive en Leganés, Madrid), ¿cómo vas a prosperar y vivir en una mansión del Ampurdán, como el aristócrata Siruela? Es que hay cosas que no se pueden, ¿tú crees en los milagros? Hala, y de luna de miel, a Roma..., o Venecia, que es más romántico. Lo genial de esta pequeña película maravillosa (yo temblaba en la sala) es su descripción, estupenda descripción, con la cámara alejada de la escena, con encuadres perfectos, con el juego del fuera de campo, del día a día que es nuestro infierno más cercano, el más real. Nada me dice el terremoto de Pakistán, ni que Guatemala sea un País Embarrado, ni que en Irak sigan poniendo coches bomba..., sólo me afecta lo que tengo cerca, los descerebrados que me rodean, la suciedad ambiental en todos los sentidos, la maldad de los mediocres, los gitanos del lerele (le dedican un programa en Canal 2 Andalucía, diez puntos menos, joder), etcétera. Más realidad, mil dolores pequeños asoman por la ventana, y no es un burro precisamente. Ahora, déjame solo. Hablo con un belga de Gante, un músico callejero (bueno, lleva una destartalada funda de guitarra, no lo escuché tocar ni canturrear), que aspira a ir a Brasil, ese país horrible de Fórmula Uno, samba y fútbol, porque quiere profundizar en la pedagogía de Paulo Freire. Hablamos de viajes, de los sitios en que hemos estado. Él estuvo en otro sitio que supongo deprimente (y dice que Bélgica es deprimente, pues vale), Madeira, lleno de flores, sí, colega, y de viento feroz, y de tormentas (es en donde nacen todos los ciclones, ¿no?). Le gusta Granada, típico, de hecho, me deja para irse a coger el bus a Órgiva, a Beneficio, qué típico. Todo es tan típico, que da asco.

Como no aparezca alguien original, decadente de verdad, con cierto glamour dandy, o una actriz fatal, una alcohólica de lujo, que me lleve por la senda de la absenta y el cine negro, prometo desaparecer pronto del mapa; tal vez me vaya a Funchal, por qué no.

Algo realmente divertido



(otra edición del libro, la del mío no aparece ya, es muy vieja...)

No hay libro como éste: La conjura de los necios, de John Kennedy Toole (Penguin King, 1981), es una obra maestra del humor, pero no sólo es divertida, sino que a la vez supone una crítica mordaz, corrosiva, contra todos los tics y tendencias del mundo moderno. Como señala Walker Percy en la introducción, es una verdadera pena que su autor se suicidara amargado por no poder publicarla, pero gracias al empeño de su querida madre tenemos ahora esta genialidad entre nosotros. No voy ahora a descubrir a este genio, tal vez el último de las letras norteamericanas, antes de Pynchon. Sólo quiero dejar constancia de lo bien que me lo estoy pasando estos días de su lectura (lo tenía guardado para un momento como éste, en que estoy a punto de caer en otro momento depresivo). Me tendríais que ver, sentado en una plaza, hartándome de reír yo solo (quien me vea, pensará que estoy loco perdido). Y es que esta novela, protagonizada por el sin par Ignatius J. Reilly, es algo realmente desternillante. Pero junto a él aparecen una galería de personajes a cual más excéntrico, divertido y caricaturesco incluso: su propia madre, Mrs. Reilly; Patrolman Mancuso, y su tía Santa Battaglia (¡vaya nombre!); Jones, un negro con un habla muy particular, y Lana Lee, su jefa en el bar Night of Joy (llamada comandante nazi y Scarla O' Horror); Mr Levy y sus peleas con su mujer, que son algo refinadamente cruel; todo el entramado de la fábrica Levy Pants, en donde está un tiempo trabajando nuestro héroe... Y es que todo le iba relativamente bien a Ignatius, hasta que a su madre se le puso que tenía que trabajar (tiene ya treinta años), ahí comienza lo realmente divertido, y más cuando leemos de primera mano lo que escribe en sus cuadernos, no sólo sobre su "experiencia laboral", sino todo lo que le rodea. También la correspondencia con su "novia" Myrna Minkoff es un plato fuerte de humor negro: ésta es una chica de letras muy años sesenta, comprometida con la causa judía, negra y todo lo que tenga que ver con la liberación sexual. A través de ella, Ignatius dedide montar su propia revolución, que es algo tremendo por su burla de los patrones establecidos. Y mientras tanto, todos los personajes que aparecían como islas en mitad del caos de Nueva Orleans, se van encontrando, como unas Vidas Cruzadas en versión descacharrante.

Lo mejor de esta novela, que no tiene desperdicio, es su manejo de los diálogos, de los que Toole es un verdadero maestro, y su reproducción del acento típico de Nueva Orleans, en especial en gente como Jones y Mrs. Reilly, Santa, Mancuso (¡estos sicilianos!) y alguno más. Lo mejor es la crítica feroz contra todo lo moderno (Ignatius tiene su canon en Boetius y otros medievales olvidados), sobre todo el psicoanálisis, los Estudios Sociales (encarnados en ese Dr. Talc, realmente un burro) y demás parafernalia de los años sesenta. Esta novela no es recomendable para posmodernos, porque es en realidad una brutal paliza contra el posmodernismo naciente en Estados Unidos, y toda la morralla que estaba por venir. No sé en qué medida el autor y Reilly estaban de acuerdo, pero apuesto que bastante, y si es así, menos mal que ya no vive, porque las puyas de Harold Bloom son pan de azúcar al lado de las bofetadas y bombas nucleares incluso que esta novela despliega en su burla de todas las necedades de un país de contrastes tan enormes como la barriga de este delicioso héroe de nuestro tiempo.
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La Cinemateca comienza esta año con un plato fuerte, Querida Wendy de Thomas Vinterberg, uno de los fundadores de Dogma. En conexión con la novela que leo (todo está conectado, llámalo destino si deseas), esta película feroz es otro testimonio sobre un Estados Unidos imaginado por unos chicos daneses que nunca han estado allí (el guión es del terrible y genial Lars von Trier), pero que han mamado la cultura popular estadounidense tan bien como cualquier otro ciudadano europeo entre treinta y cuarenta años (los que tienen menos, simplemente, se han zambullido en este mundo imperial tan jodido). La película va sobre unos chicos pueblerinos (es algo peor que vivir en Nerja: vivir en un sitio como Estherslope, o como se diga), que deciden montar un grupo apodado Los Dandis, poseedores de armas antiguas con nombres como Lyndon, Lee Grant o Woman, pero pacifistas a la vez, la paradoja que desencadena la película en sí. Todo les va muy bien, hasta que en el grupo se mete Sebastian, el nieto de Clarabelle, la negra que servía en casa de Dick, el narrador, hasta que murió su padre minero. Sebastian ha cometido un desliz, se ha cepillado a un tío, y Dick tendrá que ser su tutor, a petición del sheriff Krugsby. Otra paradoja más, pues en esa mina abandonada se rinde culto a estas armas, las mejores amigas de chicos perdedores. Un incidente tontísimo desencadena la tragedia, una verdadera explosión de violencia que, frente al simulacro de las películas johnnies, aquí se muestra con un estilo hiperrealista, que incluye gráficos, escenas con rayos X de las balas dentro del organismo, y fotos de los cadáveres con sus heridas de bala. Es decir, debajo de todo este cuento que puede parecer una broma pesada, otro divertimento dogma más, late la verdadera vida, el documental para mostrar que se juega con fuego, y éste quema, y mata, aunque sea la muerte final la metáfora del amor más bella vista en una pantalla. Querida Wendy, quiero que seas tú, y nada más que tú. Queridos daneses, sois la hostia.

miércoles, octubre 05, 2005

Contra las ciencias sociales

En el Babelia del pasado día 1 de octubre, en la última página, un artículo-discurso de Amos Oz, que fue lo que leyó durante la recepción del Premio Goethe recibido el 28 de agosto de este año en Francfort: El mal tiene un olor inconfundible.

Para los nuevos practicantes de la psicología, la sociología, la antropología y la economía, seguros de sí mismos, exquisitamente racionales, optimistas y totalmente científicos, el mal no tenía importancia. En realidad, tampoco la tenía el bien. Todavía hoy, algunos especialistas en ciencias sociales, sencillamente, no hablan del bien ni del mal. Para ellos, todas las razones y acciones humanas son consecuencia de las circunstancias, que muchas veces se escapan a nuestro control.


Y más adelante prosigue su argumentación:

El posmodernismo volvió a dar trabajo a Satán, pero, en esta ocasión, su trabajo raya en lo hortera: un hermético puñado de "fuerzas oscuras" es el responsable de todo, la pobreza y la discriminación, la guerra y el calentamiento global, el 11 de septiembre y el tsunami. La gente normal siempre es inocente. Las minorías nunca tienen la culpa. Las víctimas son, por definición, moralmente puras.


"El diablo es siempre el sistema. Esto es, en mi opinión, una horterada ética". La culpa es del Sistema, como decía ese ludópata de mente infantil en aquel grupo de terapia...

Pero la verdad es que en el mundo hay buenas personas y malas personas. El mal es una realidad. Según Oz, el mal supremo en el mundo no es la guerra, en sí, sino la agresividad. La agresividad es "la madre de todas las guerras". Y a veces hay que hacer frente a la agresión con la fuerza de las armas para que pueda reinar la paz, concluye. Por la figura de Fausto de Goethe sabemos que el diablo no es impersonal, sino personal. El mal es tentador y seductor. La agresividad puede abrirse un hueco en cada uno.

Anoche vi el programa Enfoque de La 2, sobre las pandillas juveniles violentas, de origen sudamericano en su mayoría, asentadas en nuestro país recientemente (como la oleada de inmigración procedente de Ecuador y alrededores): Latin Kings y Ñetas, principalmente. No hablemos ya de las maras, bandas organizadas de violencia extrema que operan en Centroamérica. Pues bien, en el debate había dos actitudes, los que las consideraban producto del desarraigo de estos jóvenes, hijos de familias desestructuradas por su propio origen y por las circunstancias migratorias (caso del prof. de Antropología Social Carles Feixa); y otros, como el delegado del Gobierno en Madrid o el director de la revista Interviú, que apelaban a una lucha, social y policial, para parar eficazmente esta violencia de nuevo cuño. Porque no se estaba hablando de "naciones" o grupos de chicos que encuentran en esas pandillas el calor que les falta en un hogar imposible, sino de bandas criminales a nivel internacional (los Latin Kings surgen en Estados Unidos), que tienen unas "leyes" estrictas y que no tienen el más mínimo respeto a la vida, ni propia y menos ajena. Ese tipo encarcelado, que se jacta de haber matado a por lo menos cuarenta personas (en el documento que se vio sobre las maras), es un verdadero demonio. Las justificaciones o explicaciones "sociales" no sirven de mucho. Estos jovenes agresivos y sin cultura, que ven al otro sólo como el rival al que cargarse, no pueden ser reconducidos por las buenas a los espacios de socialización, darles la oportunidad de integrarse, como si fueran unos europeos más, como dejaba ver ese profesor de la Univ. de Quito.

Y así, en otros casos de jóvenes violentos, psiquiatras infantiles y juveniles y jueces de menores (amén de esta camarilla infernal de profesores "sociales") defienden lo indefendible, la "rehabilitación en el entorno familiar" (como ha sucedido con los agresores del chico de Hondarribia que se suicidó víctima del acoso escolar).

martes, octubre 04, 2005

Un cuento

El mismo amor, la misma lluvia, de Juan José Campanella, es una película argentina, muy argentina, que cuenta los encuentros y desencuentros entre Jorge Pellegrini, escritor un tanto amateur, y Laura, una chica corriente con aspiraciones a una mejor vida, que al final se casa con un hombre cualquiera, tras la mala experiencia de vivir un tiempo con Jorge, se aburguesa, pero acaba volviendo a encontrarse con ese fuego, el que siempre mantiene, por encima de todo, el escritor que en realidad es publicista, o crítico, vete tú a saber. De fondo, pero muy de fondo, la historia trágica argentina de mediados de los ochenta, el final de la dictadura, Alfonsín, Menem... Pero esto siempre lo vemos en televisión, sólo hay un momento en que Laura y Jorge son detenidos, pero eso dura poco. Lo bueno de esta película amable, tierna, soñadora, con ese ingenio verbal desplegado por los personajes (como buenos argentinos), es ese vaivén sentimental de los personajes principales, que resulta muy similar a la vida misma. Y sobre todo, la presencia de Ricardo Darín, tal vez el mejor actor de su generación. Y qué música, la de Emilio Kauderer...
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Nightfall (Al caer la noche) de Jacques Tourneur (1956), con Aldo Ray y Anne Bancroft, entre otros. 80' Cine negro. Ritmo trepidante. Vuelta al pasado, a ese lugar de Wyoming en donde quedó el maletín con el dinero, el cuerpo del médico amigo de Jim, las huellas en la nieve... Una película menor de este gran cineasta.
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Vuelvo a Soler, a su territorio, después de El espiritista melancólico lo normal es que contara ahora la historia de amor, durante la terrible guerra, de Gustavo Sintora y esa mujer que fue su única patria, y que una vez perdida, se acabó todo, más o menos. Es lo que hace en El nombre que ahora digo (Espasa Calpe, 1999; Premio Primavera de Novela de ese año). Con él aparece toda la comitiva que ya vimos aparecer de pasada en la novela anterior, tanto los soldados y hombres de lucha, como un conjunto de "artistas" que nos hace pensar en el ambiente de Las bailarinas muertas y La noche. El que cuenta es el mismo narrador de siempre, al que llegaron los cuadernos de Sintora, y por eso es todo un acierto que se mezclen la tercera persona de este narrador con la primera, cuando se nos "transcriben" los fragmentos del diario, que aparecen en cursiva de forma constante. Toda la poesía de Soler está en esos momentos directos, mientras que su ingenio y su humor tan andaluz aparecen a través de ese narrador que va contando las andanzas de estos republicanos maravillosos.

lunes, octubre 03, 2005

Resistencia

Paradise now, filme de Hany Abu-Assad, premiado en la 55 edición del Festival de Berlín, cuenta dos días en la vida de dos palestinos elegidos para inmolarse por la causa palestina, la lucha contra la ocupación israelí. El padre de Said fue colaborador y murió ejecutado cuando él tenía diez años. Khaled es su mejor amigo, y al principio, en la primera parte de la película, está convencido, pero luego dará un vuelco. También Said modifica poco a poco su actitud, y lo bueno es que este cambio está muy bien desarrollado. Desde el principio, el director nos mete en la vida cotidiana de ambos (su trabajo, sus familias, el ambiente que los rodea) pero sobre todo atiende a Said, que será la cabeza visible de esta brutal acción que planean. Aparecen otros personajes secundarios, como Suha, la joven que ha vuelto después de unos años en el extranjero, y que tiene que cargar con el "peso" de un padre considerado héroe del pueblo; o Jamal, el reclutador, de apariencia escalofriante, desde luego. La cámara, como en el mejor cine testimonial, se pega a esta gente, los sigue por entre una ciudad llena de escombros, la huella de la invasión. Hay dos momentos clave, uno cuando el plan se frustra y cada uno tendrá que ir por su lado, y esto a la vez sirve para que, a solas, se enfrenten con sus miedos y vanas esperanzas; y el otro, en el coche, cuando Khaled y Suha mantienen una discusión apasionada sobre el problema central: ella es pacifista y desea que se llegue a un acuerdo y que se pare la espiral de violencia, mientras que él sólo cree en la lucha suicida, en la entrega del cuerpo a falta de un ejército y armas. Ahí parece encontrarse el principio del giro que se produce en K., pero no lo sabemos nunca. "Prefiero un paraíso imaginario a este infierno"; "Elijo la muerte porque la vida es mucho peor", son dos sentencias de K., que nos llegan al alma. Said, por su parte, con el recuerdo del padre y la visita al cementerio en donde "descansa", parece querer in extremis el martirio como forma de resistencia, aunque subyace una causa más íntima: llevar a cabo por fin un acto que borre la traición, la vergüenza paterna. Asistimos a un drama total, a una puesta en escena desnuda, en el corazón del infierno que es el Nablús real en donde se rodó, con explosiones incluidas. Una película que hay que ver, por encima de cualquier otra.
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Acabo por fin la novela de Coetzee, Michael K es ya un personaje que entra en mi imaginario de personajes imprescindibles. Si la primera parte, tan extensa, se hace algo pesada por momentos, por la carga de acción y el sufrimiento que se va sumando como una losa a un cuerpo destrozado, la segunda y tercera son más breves y hay separación entre fragmento y fragmento. La segunda en realidad es un diario escrito por un médico en el centro de internamiento (de prisioneros, en realidad) en donde yace, digamos, el convaleciente Michaels (sic). Si casi todo este apartado tiene maneras de informe, informe de un horror cotidiano, los últimos fragmentos, el último en realidad, con el paso a la segunda persona, y apelando a la fantasía desbordante y compasiva, es todo él un trozo de verdadera, excelsa literatura, que será, que tendrá que ser recordada siempre. La tercera parte regresa a la ""falsa" tercera persona, con las últimas andanzas de Michael ya fuera de la prisión, su llegada a la ciudad en donde vivió la madre, el encuentro con una gente que merodea por la playa, cínicos que han decidido vivir en la falta de moral, de todo. Pero K tiene que volver a la misma casa en donde un tiempo, alguien, una madre, habitó a duras penas. Y el libro acaba con otra fantasía, una muy propia, muy cercana a Michael K, que sólo él podría desear. Y es aquí cuando nos damos cuenta del maravilloso ropaje con que Coetzee, el hombre de Cape Town, se ha disfrazado ante nosotros para contar la historia de un hombre cualquiera, en tiempos de guerra, una guerra que nadie entiende, como cualquier guerra, pero ésta si cabe peor. Es la historia del jardinero, del que cultiva, del que rechaza comer la comida de la prisión (su voluntad y su cuerpo disociados de forma extraordinaria). Hay otro pasaje maravilloso en donde ese médico de la segunda parte nos "describe" el alma de Michael, mientras lo observa dormido en su lecho. ¿Se acuerdan de Desgracia, de ese pasaje sobre la posibilidad de un alma animal? Esta novela es sobre todo la historia de una resistencia, mínima, rara, pero resistencia en mitad del país, que es como decir: en el corazón del fascismo moderno.
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En vez de Dios, los motores; en lugar de ideologías, consumo.

Garriga Vela, que escribe los viernes un estupendo artículo en el diario Sur ("Cosas transparentes" es el título del apartado), escribe el día 30 de septiembre uno titulado "Una tarde de domingo", en donde habla de esa pérdida de ideologías, de la burla que la gente hace de palabras como revolución o utopía. Yo, como él, conforme pasan los años, me siento cada vez más "revolucionario". Qué paradoja.