Al final de
La edad de hierro aparece ese acercamiento entre la señora Curren y el ángel fallido, el guía que en realidad es un niño que necesita ayuda... Es un momento realmente emotivo, también un poco ambiguo, porque no sabemos si ese final es hacia la muerte o hacia una vida más amplia y sin dolor. Lo que ella no soporta es el dolor, de ahí las pastillas. Sabe que está sola, que no puede contar con su hija, pues hizo un viaje sin retorno. Entonces, tiene que confiar en el personaje que ella cree que llegó para salvarla, para hacerle la prueba. Lo que me molesta es que tanto los dos chicos, que acaban muriendo, como este Vercueil, apenas tienen palabra, sus respuestas y frases son tan parcas, que son como excusas para que ella se explaye delante de otros, para que el monólogo no sea tan descarado...
En
Desgracia el equilibrio entre personajes es mayor, también su definición. Tanto David Lurie como Lucy, su hija, como Petrus y demás, tienen una personalidad, un parecer, un lugar en el mundo, digamos (salvo David, que no se siente a gusto en ninguna parte). De nuevo en esta novela, los paisajes lúgubres, secos, desolados. La violencia que estalla, como la rabia, sin sentido. La escena de asalto a la granja es terrible, pero la falsa calma que viene después es si cabe peor. David, como en la otra novela Curren, desea imponer un "orden", que no es posible. Ambos son de "otra época", y no entienden el nuevo clima, en ese país que ya no reconocen. La violencia se da la mano con los que tendrían que sofocarla. David se siente menos que nada, y trata de apaciguar su rabia ayudando a morir a unos perros..., un trabajo deprimente pero que para él, en esos momentos, supone una especie de catarsis.
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Desgracia ha demostrado ser la mejor novela que he leído en mucho tiempo, y mucho mejor que
La edad de hierro, que había leído justo antes. Ya dije que me gustaba mucho esa primera parte, en que David Lurie tiene esa historia con la alumna, ella lo delata, y él cae en desgracia, tras el "juicio" académico a que es sometido. Luego se encontrará con la cínica de Rosalind, su ex (la segunda), y ella le dirá que se defendió muy mal, en fin...
La segunda parte incluye toda esa estancia en la granja de su hija Lucy, y ahí la narración cambia, es otro ambiente, otro mundo, y David se encuentra un poco perdido, no porque sea urbanita y eso le resulte aburrido, sino porque nota que las costumbres, la sumisión a esa violencia que no entiende, le sobrepasan. Tras la tragedia de una tarde, en que son agredidos él y Lucy, y la reacción de ésta, como si no fuera para tanto, él ya no puede seguir allí. Tras el tira y afloja con la hija que ya no reconoce, siente que ya no puede seguir ahí.
La tercera parte, digamos, es cuando decide volver a la ciudad, tras un paso previo por la casa de los padres de Melanie (este capítulo 19 es soberbio, qué diálogos!), la desolación de su casa de Ciudad del Cabo, la entrada fantasmal en la universidad donde daba clases, y hasta la visita al teatro en donde Melanie ahora, como una vulgar ex lolita, actúa. Toda esta parte es genial, y Coetzee demuestra que es un excelente narrador, y los diálogos están muy conseguidos, muy naturales (en toda la novela, en general). La vuelta al campo, cerca de su hija, es ya el momento más lúgubre, con un punto de resignación, sobre todo al enterarse de las siniestras novedades. Vuelta a los animales. Aquí encuentra por fin algo que da sentido al sinsentido que lo rodea (porque ni siquiera la creación del libreto de la ópera de cámara puede darle paz y sentido vital). Ese final con los perros, y sobre todo con el perro favorito, es de una fuerza, de una delicadeza, que te hace estremecerte. Realmente, la obra de un humanista, de verdad.
Humanista = alguien que no deja de lado a los animales. Los hombres, nuestros semejantes (enemigos?) ya no pueden ser los únicos que cuentan.
(comentarios publicados originalmente en
El Bosque los días 17-18/3/2005).
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Al principio estamos sólo Spencer, en su silla de ruedas con la parte trasera pintada por Carl, antes era una bola de fuego, ahora es un dibujo más elaborado; el estonio punki que le ayuda; Harald, un alemán con un pastor alemán, y yo mismo. Bebemos cerveza tibia del Supersol, lo cual es un poco asco. Luego al rato aparece el amigo de H., Frank, otro alemán pero con aspecto menos viking que el otro, con un aro en el lóbulo izquierdo, como los que llevan algunas tribus africanas, y con otro perro hermano del anterior. Luego le llaman al móvil a Harald y resulta ser Analore, un amiga íntima. Dice que llega en diez minutos en la moto. Tarda algo más, pero aparece, los perros van a su encuentro y ella camina muy despacio, es una mujer de 55 años, más bien gorda, con el pelo por los hombros (oscuro), un vestido gris pero no demasiado, por debajo de las rodillas. Insiste en que no le gusta más corto, su piel es muy blanca y está inusualmente fría, parece un lagarto. Analore, sólo la he visto una vez antes, fue el día en que fuimos Ángel y yo al Rosi's Bar en donde ella se tomaba un vodka solo, mientras nosotros bebíamos el resto de la cerveza de litro y ansíabamos un poco del chuletón que le puso el camarero amigo para que no se desmayara. Analore es alcohólica y me cuenta que vivió 25 años con un español, un tratante de ganado con el que viajaba a menudo y dormían al raso, como dos animales más. Su habla tiene un marcado acento andaluz, of course. Mientras los otros pasan del alemán al inglés (para que el perro inglés y Schlum --no sé si se escribe así-- entiendan algo), nosotros charlamos de nuestras cosas, ella me cuenta: sobre su afición al porno, guarda muchas películas del género. Sobre las camas redondas con estos dos alemanes salvajes y los perros incluidos. De vez en cuando no puedo evitar echar un ojo al tatuaje sobre su pecho izquierdo, la tinta azul oscuro, una especie de ave fénix que se pierde allí abajo (pero lleva sujetador, no os creáis). Analore no soporta a esta Anette que aparece y se va como un fantasma, con un muslo vendado, apenas vestida, ella insiste en que en su casa tiene espejo y se mira todas las mañanas cuando se viste). Anette también es alcohólica, pero más tirada, es de cartón de vino blanco. Nos cambiamos de banco cuando pega mucho el sol, ahora ya hemos pasado a la fría, San Miguel para ellos, Cruzcampo para nosotros. Analore no para de beber, y eso que no quería (lo que ella no bebe es agua), de vez en cuando toca a sus chicos, y me la trato de imaginar en una de sus juergas con estos mendas. Ya pronto es el cumpleaños de la hija de Harald, que está en Alemania (siete años). Cuando les anuncio al comienzo que está de vuelta Rudy, se alegran, se les abren los ojos, luego dicen que lo han visto en un todoterreno. Conforme pasan las horas, ya en el refugio de la Fuente, siento una pesadez, ya no quiero más cruces, pero en fin..., en determinado momento el tipo que lee en un banco a la izquierda se une al grupo, se sienta en el suelo tras dar un trago a la birra y resulta que también sabe alemán. A lo mejor también es alcohólico, pero parece buen tipo, sólo sea por su condición de lector, aunque sea de novelas policíacas. Me tengo que ir, me despido de todos, dos besos con Analore, luego le llevarán la comida a casa, luego seguirá bebiendo..., life's too good.
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Qué difícil resulta confiar en la gente, creer sus historias, qué difícil es sentir siquiera una emoción, que no esté disfrazada de alcohol y cannabis y demás sustancias adictivas. Qué dolor tan profundo con el paso de los años y saber que la edad adulta es sólo una capa quitinosa de cinismo, que todas hieren, y bien. Qué difícil ir por la calle, por cualquier parte, y tener que soportar esa "música" pornográfica que sale despedida de un coche sí y otro también. Pones la televisión en abierto y sólo porno, del blando, claro, pero porno al fin y al cabo, más repelente que el porno duro que le gusta a la alemana. Si ahora el porno es difuso, si ya hasta se cuelan en la cartelera películas así y asá, si hasta se hacen documentales para mostrar los entresijos de la "industria" desconocida, esto en realidad no interesa a nadie, por el simple motivo que el porno ya no es excitante, ya que cuando el erotismo explícito invade la moda y todas las actitudes, cuando no hay sublimación alguna, el porno como guetto para mirones ya no funciona. La sociedad emputecida ya no necesita esos aperitivos. La adolescencia también tiene derecho al sexo libre, y próximamente accederá la infancia, el último blanco del consumismo. Cuando todo está erotizado, no hay más erotismo, sólo una carne agotada por las prácticas intensivas de asepcia. Cuando ya no hay más territorios vírgenes..., qué aburrimiento: como dice Analore, si no te tapas un poco, luego, ¿qué misterios para enseñar? Los vendajes de la sucia, el tanga, los pechos caídos, el feísmo corporal. Los nuevos salvajes, el cuerpo sólo el cuerpo, el alma de vacaciones en un lugar que no existe, pero al que todos acuden un día u otro.
Quisiera encontrar, no ya a una actriz (esa manipuladora corporal, esa intrigadora), sino a alguien en quien confiar, sin intereses marcados, con misterios profundos, alguien que teja una red para encantar, alguien para quien la música es el alimento, y el aliento.