Bárbaros
He acabado la cuarta parte de la obra de Coetzee, Esperando a los bárbaros. Impresionante su fuerza narrativa, la tensión, la calma con que está escrito, sin arrebatos, con una fluidez y una austeridad inigualables. Nada de esa objetividad que condena al autor en aras de una comercialidad que asquea; pero tampoco la ausencia de escenas, de acción, de descripciones que nos hacen contemplar, casi cinematográficamente, ese patio del cuartel, ese desierto terrible y desolado, esa suciedad por todas partes, las masas en el patio, jaleando a los prisioneros torturados...
El magistrado ya no es tal, después de su aventura personal con la chica extraña de la que se enamora, que es su perdición, y él lo sabe. Tras esa "misión" cumplida, a la vuelta se encuentra con una situación que, mira por donde, Javier Marías comenta en su última novela: caer en desgracia. Eso, con todas sus consecuencias. Estar privado de libertad, reducido en cambio a ser un cuerpo, nada más que un cuerpo atado a las necesidades más elementales. Estar acusado de colaborar con el enemigo, pero con cargos que parecen inventados, como sucede siempre en estos casos en que una panda de policías y soldados rasos se hacen con la "justicia". Un hombre roto, ya viejo, que no puede evitar recurrir por momentos a una ironía salvadora, como cuando se refiere a las "lecciones de humanidad" que le dan en la celda; o al "tratamiento de su alma" por parte de unos rudos, que saben tanto de ella como el cirujano que abre los corazones.
Hay aquí una defensa de la justicia más allá de las circunstancias históricas, pues ese hombre torturado podría vivir en cualquier tiempo, ya se ha dicho antes que el ambiente es tal que uno nunca sabe en qué momento pasan los hechos, quiénes son los bárbaros que amenzan los diques, que los rompen para anegar los campos... Se recurre a la tortura, cuando no hay razones suficientes, cuando se teme perder la inestable primacía del terror impuesto. Cuando no hay más bárbaro que el que ordena a la muchedumbre que azote a los rendidos.
Esta mañana leía un artículo de JM de La Zona Fantasma, ése en que habla de la criminización de la sospecha, con el ejemplo de esas leyes en Reino Unido sobre la pederastia..., enviando a la cárcel al que simplemente se relacione con un menor, sin que se hayan constatado hechos ningunos... Y habla del fascismo cotidiano--aunque no use la expresión--como la situación en que el detenido y acusado ha de demostrar que NO ha hecho eso, que es inocente..., cuando la justicia siempre ha sido que los que acusan han de mostrar con pruebas irrefutables la culpabilidad.
El dolor, un pozo ciego, una oruga en la mejilla, una raja en el ojo, como un ciempiés..., un olor que se expande, unos ruidos extraños, borrosos..., el tiempo que pasa, más lejano, cuanto más se sufre... El Imperio se las arregla siempre para aniquilar cualquier elemento extraño, pero justo porque nunca es capaz de mirar--sus esbirros--en el agujero que lo funda, lleno de esas marcas, esos cadáveres bajo los pies, esas tablillas en lengua extraña que están por cualquier ruina... Como Austria para Bernhard o Elfriede Jelinek.
(escrito originalmente en el Foro Javier Marías, 25-6-2003).
Que un hombre que en otro tiempo, no hace tanto, fuera de alguna forma cómplice del terror de un Imperio de límites imprecisos, y que ahora, tras su aventura crepuscular con una chica que seguro pensaba en otro hombre, él cree que en el de los ojos negros..., ahora se haya convertido en un mendigo que asiste al final de un tiempo, de un ciclo tal vez..., es algo que hay que leer... Me quedan 30 páginas escasas, ya pasé ese párrafo en donde se habla del tiempo circular--el de los niños--denegado por los que quieren hacer historia..., ahora nos encontramos en el refugio de los pescadores, otros "apartados", más parias...
(ídem, 26-6-2003).
Francisco Fernández Buey :: Tres notas sobre civilización y barbarie (II)
José Andrés Fernández Leost :: Literatura e Imperio (comentario a esta novela de Coetzee)
1 Comments:
el dolor es un pozo ciego, sí
pero un pozo sin fondo
y en la caida huele a miseria humana
a soledad
a muerte
litae
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