lunes, julio 04, 2005

Pornocracia



Thomas Ruff, de su serie Nudes

Tarde de domingo, después del Rastro (ahora rastrillo, porque en su nueva ubicación, en una explanada rodeada de desierto, y muy pequeña, sólo cabe una cuarta parte de los puestos de antaño). En Verano Azul, junto al río, continuando la lectura de Moon Palace de Auster. El pequeño libro rojo, las aventuras en el desierto norteamericano, todo me parece algo kitsch, y el que escribe se da cuenta en cierto momento, después de que ha pasado todo el rifirafe. Pero mi tranquilidad dura poco, es decir, la soledad en la que me he instalado. Se acerca Stefan, horror, conduciendo el carrito en donde lleva a su hijo pequeño, de unos dos años. Un niño de mirada triste, que lloriquea por todo, que se coloca su gorra como para no ver a los extraños como yo, que apuro la Victoria que tengo a mis pies (Stefan no quiere... de momento). Empieza a hablar sobre un viaje que hizo a Bélgica y Alemania, cuando se dedicaba al negocio de la venta de coches con un amigo. Claro que todo esto es uno más de sus cuentos, sus aventuras de nunca acabar. He hablado otras veces de Stefan, es un caso. Hasta lo he tomado como personaje de algún relato, y también podría ser que participara en alguna novela. Pero existe, no me lo invento. Alguien me ha podido decir que cuánto de lo que aquí escribo es real, y cuánto es inventado. Buena pregunta: cuánto de sinceridad puede haber en un blog, una herramienta para escribir de forma compulsiva (más aún que los viejos diarios en papel), y que en cierto momento pasa a formar parte de un entramado de blogs por los que uno hace rizoma. Llegado ese momento, cualquier cosa puede pasar. No me gusta la gente que de entrada se mete a escribir sobre UN TEMA, ya sea cine, música, relatos eróticos más o menos inventados. Todo para llamar la atención... Pero hay que reconocer que, por mucho que uno se meta de lleno en la vida auténtica de cada día, siempre hay restos de ficción, porque no hay vida auténtica, sólo en los sueños de algún podrido filósofo o poeta de los lagos, puede ser...

O sea, que Stefan se va, pero dice que vuelve cuando deje al chiquillo, que me parece que detesta ya la vida pordiosera de su padre y sus amiguetes. Al verlo, pienso en la responsabilidad de ser padre, es decir, en la extraña razón por la que un tipo de treinta años (junto con alguna mujer de la misma edad) decide dar el paso y tener un crío (muchas veces, eso no es más que un impulso irracional, un juguete pasajero, pero no: siempre hay consecuencias, incluso para los actos más banales). Cuando ya me voy, lo veo que viene con una bolsa llena con algo, me doy la vuelta, una meada junto a la furgoneta en vez del servicio del MAS, y nos sentamos en un banco, pero en la parte de arriba. Saca dos latas de Amstel (qué asco, pero bueno) y empieza su bla bla bla. Me hubiera gustado tener una grabadora, porque el habla de Stefan es tan peculiar, tan graciosa a veces, que es casi imposible para mí reproducir aunque sea un trozo de la cháchara. Fascinación que siento por el puro fluir de las palabras, los gestos también, pero sobre todo las inflexiones, las expresiones, y todo en un fluir surrealista casi. Basta que le hable apenas de tal tía, para que él se lance y hable de ella sin parar. Porque Stefan tiene dos obsesiones: las mujeres, y la violencia contra todo tipo de autoridad o gentuza, ya sean policías o terroristas. Las aventuras con los pitufos, ese juego del gato y el ratón, esas historias sobre la secreta ahora que estamos en temporada alta, me aburren un poco, porque siempre es lo mismo, aunque por la manera en que lo cuenta, es muy divertido. Que un agente secreto, no sólo vaya de paisano como se suele decir, sino con las pintas de la gente macarra, con tatuajes y un rottweiler, que se acerque a los que fuman preguntando por hierba, ya sea en el paseo o en el Tantra, me parece muy divertido, lo cual no deja de ser real. Pero ya digo, Stefan llega a su cumbre cuando se pone a cascar sobre las mujeres que se ha tirado, desde que era un jovencito hasta la época actual, desplegando en unas cuantas horas (tendría que haber estado más borracho para soportarlo) todo su ars amatoria, todo el álbum pornográfico de su miserable existencia.

Algunos ejemplos: esa chica de veintiocho años, rubia buenísima (se detiene para describir con precisión el matiz de su pelo, no es un rubio de bote, es oscuro, es delicioso), que trabaja en el aeropuerto de Málaga pero que vive en Fuengirola. Va a verla algunas veces, y es ya la envidia de taxistas y demás currantes del lugar. Va a esperarla, poco antes de que termine de limpiar, y se van por ahí a divertirse. Maravillosa historia natural de dos amantes... Stefan se casó con una georgiana, de la que está separado desde hace algún tiempo, o eso me dice. Un día entré en una tienda de fotos y me topé de golpe con un cuadro en donde estaban retratados una pareja de novios: Stefan y la "rusa". No me lo quito de encima, su voz resuena en mí mucho tiempo después de despedirnos. Bueno, también hay otras muchas historias, pero esta me parece la más tierna. Stefan es el mejor amigo de las mujeres, es que no puede resistirse a ninguna, no perdona ni a las viejas (¿cómo se llama la ninfomanía masculina, satiriasis?). Las mujeres están para amarlas, para quererlas y respetarlas, y eso lo dicen mucho los actores porno también... Conoce a todas, no se le escapa ni una. Conforme avanza la tarde, y nos vamos a la zona de sombra de la Fuente de Europa, el discurso degenera en una suerte de catálogo erótico-sentimental, y como en los sueños, desciende en su propia vida hacia la juventud más ingenua y no menos díscola. De las historias casi grotescas con la italiana y sus amigas lesbianas (le hablo de la pareja de belgas del Palenque, y es verdad que la rubia está buenísima, qué desperdicio), pasa a contarme de Rocío, la que está coja y es adicta a la sangría en tetra-brick. También tiene una hermana que está en un centro para alcohólicos y otra que es hippie. Hablamos de la madre, a la que conozco, de lo que ha sufrido cuando vivía con el "abogado", y lo bien que está ahora, con el "canadiense". Durante la terapia de grupo, el psicólogo se metía con ella y le decía que estaba con el "abuelo", y por eso ella decidió dejarlo (total, estaba allí sólo por su hija, lo cual no era aceptable para el resto: cada uno está por sus problemas, no por los de los demás). Bueno, pues la madre de Rocío estaba buenísima cuando más joven, y la misma Rocío era un bombón. Stefan cuenta las juergas que se corría con su hermana la alcohólica, allí en las cuadras del río. Dios mío, no parece terminar nunca. Esto sí que es hacer rizomas..., las metáforas del deseo, salto sobre salto, y cada cicatriz permanece, pero todo fluye, no hay que detenerse en ningún corazón, porque duele. También habla de la de Santo Domingo (eso es República Dominicana, pero él sabe poco de geografía que no sea la amorosa), a la que vi con un viejo inglés que le compra un reloj caro, unos zapatos de más de cien euros. Con ella estuvo en la playa, se la calzó bien, luego eran la envidia de los pescadores cuando volvían (siempre es el mismo esquema, jodienda a lo lindo y luego los otros se quedan babeando y con ganas, pero resulta tan divertido cómo lo cuenta...). Ya el no va más ha sido antes lo de la psicóloga de su propia terapia de grupo (aunque disimula con que iba de acompañante de un tal Manuel), que le dijo un día tomando café durante un descanso de la sesión que él tenía un problema sexual y que debería..., que le faltaba algo... "¡A mí qué me va a faltar!", y luego la llevó a su terreno, y le hizo confesar que ella estaba separada pero que tenía sexo con su ex cada vez que le apetecía. Ya me estaba imaginando la escena, y ya sólo faltaba que me dijera que se liaron ellos también... Pero no: a Stefan no le gustan estos psicoterapeutas, eso parece...

Hay aventuras de toda clase, por eso no hace falta leer a Manara, con echar una tarde con él uno va bien servido. Que estaba en una playa, los dos en pelotas, y cuando estaban en lo más bien, viene un tío y se pone en bolas también, a mirar. Él le dijo que no era plan, el otro que si la playa es pública, en fin..., divertidísimo. Por no hablar de la negrita, que se desnudó en el baño, y él la saludó con "¡Ole, viva África!", se liaron allí, la gente golpeando la puerta... También se encerró con una en los servicios de El Palenque, Quita toda histérica aporreando la puerta, luego la hermana bollera dijo que esa cara roja de haberse corrido dos veces, la de ella, no dejaba lugar a dudas, pero él seguía diciendo que estuvieron fumando y charlando. En una fantasía compartida por aquella argentina y yo, cuando los Tiempos del Messenger, nos metíamos en el servicio del aeropuerto de Málaga, cuando ella llegara para verme, y allí mismo lo hacíamos (Stefan dice "hacer el amor", es educado). Corridas enfrente de una pantalla, palabras que corren de abajo arriba, zumbido digital, solitarios de madrugada, promesas de una orgía imaginaria, coches y zapatos de tacón, historias, historias sobre la potencia, esa chica que tuvo que abortar, "a saber cuántos chavalillos así tendré por ahí", trabajaba en el estanco, su madre se acuerda de él todavía, sí, la pelirroja de Frigiliana, las chicas pijas que se suben al buga de turno, todo lo que necesitas es amor, algunos porros, mariscadas, "me bebí... por lo menos veinte cervezas... todo nos salió 15 €", La Marea, es domingo, ya no puedo tomar otra lata, y me queda la Larga Subida a Casa.

1 Comments:

Blogger Rain (Virginia M.T.) said...

Es esa habilidad verbal y gestual que tienen algunas personas, para resultar graciosos en medio de la atosigante banalidad. El mundo visto a través de un lente que te despoja de lo extraño y te enseña sólo lo anecdótico en medio de inasibles imágenes, que son siempre las mismas...

Salutes y cuidado con las escaladas...

Ah, el post y los comentarios de 'los intelectuales' es una exploración rizomática.... (sigo con 'La invención de la soledad').

7:09 p. m.  

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