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domingo, 1 de junio de 2014

Paradiso (II). José Lezama Lima.



La transformación de la experiencia en símbolo (imagen, epopeya, drama, poesía) convierte lo real en algo más verdadero ya que no está sujeto a la objetividad ni a la percepción. Algo más sencillo y a la vez profundo. El proceso creativo del narrador o del poeta consiste en la alquimia que hace de lo vivido, sentido o percibido, una realidad, no simplemente referencial, que para algunos es mentira y para otros algo más real que lo real.

Toda la narrativa lo hace, pero solo Lezama Lima lo convirtió en el objetivo, no de su obra, sino de su vida: transformar la cotidianidad en epopeya por medio de un esfuerzo intelectual, dotándola así de un valor universal y aprehensivo del mundo. Es decir, el escritor como un ser consciente de que la literatura es tan verdad como los sueños. Es decir, que la literatura (el arte) se entiende como una de las formas de las que dispone el ser humano para comprender y apropiarse del mundo, igual que la ciencia o la filosofía.

Y si la ciencia tiene el método científico y la filosofía la hermenéutica, el arte tiene la metáfora (el símbolo, la imagen) como herramienta, no alegórica, sino disquisitiva. A través de la metáfora el ser humano despierta a otro estado de las cosas, y el escritor (el artista) como un mago o un alquimista debe convertir la realidad en otras realidades, es decir, cambiar lo experimentado a lo imaginado.



Una segunda lectura de la novela de Lezama abre la puerta de lo esotérico, no como oscurantismo precisamente, sino como la vuelta al conjuro cavernario y al ritual, al ceremonial del ser humano primitivo que pintaba en las paredes con el mismo objetivo con el que Lezama recupera y reinventa su pasado, con el mismo sentido con el que cualquier artista se pone manos a la obra.

No es Paradiso una novela oscura. Es un texto complejo, como la teoría de la relatividad o el Tractatus de Wittgenstein, porque su objetivo es el mismo que el de estos dos textos, aunque su modo de aproximarse a los límites de lo conocido es totalmente diferente: no desde la ciencia ni la filosofía analítica, sino desde la intuición: Paradiso pretende hacer visible lo invisible, lo que existe pero no puede nombrarse, lo oculto ponerlo de manifiesto, como las estrellas Pléyades, que solamente pueden observarse de reojo.

En cuanto al lenguaje, a Lezama, por barroco, le comparaban con Góngora (otro que quiso apresar el entorno con las palabras) pero el escritor cubano siempre siempre quiso señalar la distancia que los separaba: Góngora quería complicar lo sencillo, Lezama simplificar lo complejo, y sus herramientas eran la metáfora, la magia y el esoterismo.

La obra de Lezama es un todo cíclico que se retroalimenta, que nace en la poesía, se autodisecciona en sus artículos, para después, de la narrativa (Paradiso) diluirse de nuevo en poesía. Leer sus poemas ayudan a entrar en Paradiso, leer Paradiso aclara la encriptación de algunos de sus artículos y así infinitamente cualquier lector podría perderse en sus escritos, que nunca terminan. 

Dijo Lezama (no en Paradiso):

Un sistema poético del mundo puede remplazar a la religión, se constituye en religión... si la metáfora como fragmento y la imagen como incesante evaporación logran establecer las coordenadas entre su absurdo y su gravitación, tendríamos el nuevo sistema poético, es decir, la más segura marcha hacia la religiosidad de un cuerpo que restituye y se abandona a su misterio.El que logre disolver, decía un experimientalista como el Canciller Bacon, que no podía olvidar la alquimia, la mirra en la sangre, vencerá al tiempo si la poesía logra disolver la mirra, es decir, la alabanza, en la circunstancialidad de la sangre, el espíritu renacerá de nuevo en la alegría creada. 







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viernes, 7 de octubre de 2011

La sintaxis de la imagen. D. A. Donis



En un mundo cada vez más dominado por la imagen, en el que la palabra escrita parece parece perder improtancia, resulta una iresponsabilidad permanecer ajenos a las reglas que dominan la estética y la construcción de imágenes. Si desde pequeños nos enseñan a escribir correctamente, aprendemos el significados de las palabras y su colocación en la frase, el autor se pregunta que por qué no enseñar, a pesar de sus particularidades, una sintaxis de la imagen visual, en una búsqueda por comprender sus rudimentos, sus efectos, sus causas y sus consecuencias, no solo para crear imagines y efectos visuales, sino para defendernos y poder contextualizar la invasión de imágenes publicitarias, económicas, artísticas, etc. que sufrimos cada día.

Dice el autor que la alfabetidad significa que "todos los miembros de un grupo comparten el significado asignado a un cuerpo común de información" y la alfabetidad visual supone "construir un sistema básico para el aprendizaje, la identificación, la creación y la compresión de mensajes visuales que sean manejables por todo el mundo y no solo por los especialistas adiestrados como el diseñador, el artista, el artesano o el esteta". En este sentido la alfabetidad visual, aparte de suministar un cuerpo de información y experiencia compartida, conlleva una promesa de compresión culta de esa experiencia, dice el autor.

Pero además, en este libro encontraréis reflexiones sobre la estética absolutamente geniales como esta, que transcribo a continuación, que trata sobre el contraste:


El organismo humano parece buscar la armonía, un estado de sosiego, de resolución, lo que los budistas Zen llaman "meditación en el reposo supremo". Existe la necesidad de organizar todos los estímulos en totalidades racionales, como pusieron de manifiesto los experimentos de los gestalistas. Reducir la tensión, racionalizar y explicar, resolver las confusiones, todo ello parece predominante en las necesidades del hombre. Sólo en el contexto de la conclusión lógica de esta indagación inacabable y activa resulta claro el valor del contraste. Si la mente humana consiguiera aquello que tan fervientemente busca en todos sus procesos de pensamiento, ¿qué ocurriría? Se alcanzaría un estado de ingravidez, fijo, de equilibrio inmóvil... un equilibrio absoluto. El contraste es la contrafuerza de este apetito humano. Desequilibra, sacude, estimula, atrae la atención. Sin él, la mente se movería hacía la erradicación de toda sensación, creando un clima de muerte, de no ser.

Tanto si todos sentimos un fuerte deseo de muerte como si no, igual que el trapecista que tal vez sienta una vocecilla que le susurra al oído "déjate caer", lo cierto es que no nos basta con el estado de resolución absoluta, de confinamiento, de sensación cero, definitiva y acabada. Por lo mismo, todo entorno uniformemente gris nos produciría la sensación de vista sin ver, de vida sin vivir. Seríamos como Palinurus, enterrado vivo y condenado a sentir todas las cosas desde la tumba, a la muerte en vida. Los sicólogos nos dicen que nuestros sueños son una especie de exudación de la mente que expulsa los venenos de la Psiquis en un constante proceso de limpienza y clarificación que es absolutamente necesareo para nuestra salud mental.

Por ello, tambien el proceso mismo de la vida parece exigir una riqueza de experiencias sensoriales, sobretodo a través de la vista. Vemos mucho más de lo que necesitamos ver, pero nuestro apetito visual nunca está satisfecho. Nos ponemos en contacto con el mundo y sus complejidades a través de nuestra visión y de lo que los poetas llaman "el ojo de nuestra mente" para pensar visualmente. Si es cierto que el proceso visual avanza hacia una neutralidad absoluta, lo que debe preocuparnos es el proceso en sí mismo, no el resultado.



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