En un mundo cada vez más dominado por la imagen, en el que la palabra escrita parece parece perder improtancia, resulta una iresponsabilidad permanecer ajenos a las reglas que dominan la estética y la construcción de imágenes. Si desde pequeños nos enseñan a escribir correctamente, aprendemos el significados de las palabras y su colocación en la frase, el autor se pregunta que por qué no enseñar, a pesar de sus particularidades, una sintaxis de la imagen visual, en una búsqueda por comprender sus rudimentos, sus efectos, sus causas y sus consecuencias, no solo para crear imagines y efectos visuales, sino para defendernos y poder contextualizar la invasión de imágenes publicitarias, económicas, artísticas, etc. que sufrimos cada día.
Dice el autor que la alfabetidad significa que "todos los miembros de un grupo comparten el significado asignado a un cuerpo común de información" y la alfabetidad visual supone "construir un sistema básico para el aprendizaje, la identificación, la creación y la compresión de mensajes visuales que sean manejables por todo el mundo y no solo por los especialistas adiestrados como el diseñador, el artista, el artesano o el esteta". En este sentido la alfabetidad visual, aparte de suministar un cuerpo de información y experiencia compartida, conlleva una promesa de compresión culta de esa experiencia, dice el autor.
Pero además, en este libro encontraréis reflexiones sobre la estética absolutamente geniales como esta, que transcribo a continuación, que trata sobre el contraste:
El organismo humano parece buscar la armonía, un estado de sosiego, de resolución, lo que los budistas Zen llaman "meditación en el reposo supremo". Existe la necesidad de organizar todos los estímulos en totalidades racionales, como pusieron de manifiesto los experimentos de los gestalistas. Reducir la tensión, racionalizar y explicar, resolver las confusiones, todo ello parece predominante en las necesidades del hombre. Sólo en el contexto de la conclusión lógica de esta indagación inacabable y activa resulta claro el valor del contraste. Si la mente humana consiguiera aquello que tan fervientemente busca en todos sus procesos de pensamiento, ¿qué ocurriría? Se alcanzaría un estado de ingravidez, fijo, de equilibrio inmóvil... un equilibrio absoluto. El contraste es la contrafuerza de este apetito humano. Desequilibra, sacude, estimula, atrae la atención. Sin él, la mente se movería hacía la erradicación de toda sensación, creando un clima de muerte, de no ser.
Tanto si todos sentimos un fuerte deseo de muerte como si no, igual que el trapecista que tal vez sienta una vocecilla que le susurra al oído "déjate caer", lo cierto es que no nos basta con el estado de resolución absoluta, de confinamiento, de sensación cero, definitiva y acabada. Por lo mismo, todo entorno uniformemente gris nos produciría la sensación de vista sin ver, de vida sin vivir. Seríamos como Palinurus, enterrado vivo y condenado a sentir todas las cosas desde la tumba, a la muerte en vida. Los sicólogos nos dicen que nuestros sueños son una especie de exudación de la mente que expulsa los venenos de la Psiquis en un constante proceso de limpienza y clarificación que es absolutamente necesareo para nuestra salud mental.
Por ello, tambien el proceso mismo de la vida parece exigir una riqueza de experiencias sensoriales, sobretodo a través de la vista. Vemos mucho más de lo que necesitamos ver, pero nuestro apetito visual nunca está satisfecho. Nos ponemos en contacto con el mundo y sus complejidades a través de nuestra visión y de lo que los poetas llaman "el ojo de nuestra mente" para pensar visualmente. Si es cierto que el proceso visual avanza hacia una neutralidad absoluta, lo que debe preocuparnos es el proceso en sí mismo, no el resultado.