martes, 25 de febrero de 2014

Presencias y figuras. Lezama Lima.



Cuando se refieren a alguien como un "poeta cubano" uno espera tontamente encontrar algo "cubano" en su obra, no una raíz tan profundamente grecolatina, no una obra en castellano que encaja tan perfectamente en la poesía francesa, por ejemplo. En la descomposición de la poesía francesa.

Lezama Lima es un poeta universal y uno de los más complejos y enigmáticos del siglo XX, tendiendo una mano a Góngora y otra a Apollinaire. Al primero le une la supremacía de la imagen poética primigenia y la consciencia de que cada verso, cada oración, es solamente un intento de apresarla. Al segundo, el gusto por los poemas largos y la libre expresión de la consciencia.

Supone su obra una reflexión sobre el lenguaje, sobre la capacidad de las palabras para llegar a algo verdadero, pero también una vitalista visión del mundo envuelto en muertes y resurrecciones, atardeceres y amaneceres que se solapan a través de imágenes (Lezama es muy consciente de la imagen) y que proponen un cambio en el uso artístico (de momento) del lenguaje. Igual que después de leer Ulises, al leer uno a Lezama, no puede escribir una frase del mismo modo, sin tener en cuenta una larga espiral de connotaciones y significados imposible de controlar.


Por eso, por no poder controlarse, solo se puede leer a Lezama (también Paradiso) sin esperar un destino, solo disfrutando de cada párrafo, de cada imagen. Y por eso mismo, su obra exige, obliga, a varias relecturas que enriquecen el texto progresivamente. No leas a Lezama Lima con prisas y no busques nada a priori aunque gente como yo te hayamos dicho antes que es uno de los escritores más grandes del siglo XX.

Los críticos están de acuerdo en definir algunas características comunes en todas las fases evolutivas de su obra: el barroquismo, los poliritmos métricos y la consciencia de una relación sensible y una experiencia vital consciente de la cultura. Pero también es inventarse un mundo léxico para escudarse de una realidad inaprensible o reconstruir una realidad inasumible a través de la plasticidad del lenguaje. Construir la cultura, entonces.

Lezama Lima quería ser Homero.




El abrazo

Los dos cuerpos
avanzan, después de romper el espejo
intermedio, cada cuerpo reproduce
el que está enfrente, comenzando
a sudar como los espejos.
Saben que hay un momento
en que los pellizcará una sombra
algo como el rocío, indetenible como el humo.
La respiración desconocida
de lo otro, del cielo que se inclina
y parpadea, se rompe
muy despacio esa cáscara de huevo.

La mano puesta en el hombro de la mujer.
Nace en ellos otro temblor,
el invisible, el intocable, el que está ahí,
grande como la casa, que es otro cuerpo
que contiene y luego se precipita
en un río invisible, intocable.
Las piernas tiemblan, afanosas de llegar
a la tierra descifrada,
están ahora en el cuerpo sellado.
Comienza apoyándose enteramente,
un cuerpo oscuro que penetra
en la otra luz
que se va volviendo oscura
y que es ella ahora la que comienza
a penetrar.
Lo oscuro húmedo que desciende
en nuestro cuerpo.
Tiemblan como la llama
rodeada de un oscilante cuerpo oscuro.
La penetración en lo oscuro,
pero el punto de apoyo es ligeramente incandescente,
después luminoso
como los ojos acabados de nacer,
cuando comienzan su victoriosa aprobación.

La mano no está ya en el otro hombro.
Se establece otro puente
que respaldan los cuerpos penetrantes.
Ya los dos cuerpos desaparecen,
es la gran nebulosa oscura
que apuntala su aspa de molino.
Los dos cuerpos giran
en la rueda de volantes chispas.
Como después de una lenta y larga nadada,
reaparecen los cabellos llenos de tritones.
Miramos hacia atrás separando el oleaje
Y aparece el desierto con alfombras y dátiles.

Los dos cuerpos desparecen
en un punto que abre su boca.
Lo húmedo, lo blando,
la esponja infinitamente extensiva,
responden en la puerta,
abrillantada con ungüentos
de potros matinales
y luces de faisanes con los ojos apenas recordados.

El dolmen que regala los dones
en la puerta aceitada,
suena silenciosamente su madera vieja.
Los dos cuerpos desaparecen
y se unen en el borde de una nube.
La manta, la lechuza marina,
seca el sudor estrellado
que los cuerpos exhalan en la crucifixión.
El árbol y el falo
no conocen la resurrección,
nacen y decrecen con la media luna
y el incendio del azufre solar.
Los dos cuerpos ceñidos,
el rabo del canguro
y la serpiente marina,
se enredan y crujen en el casquete boreal.




Llamado del deseoso

Deseoso es aquel que huye de su madre.
Despedirse es cultivar un rocío para unirlo con la secularidad de la saliva.
La hondura del deseo no va por el secuestro del fruto.
Deseoso es dejar de ver a su madre.
Es la ausencia del sucedido de un día que se prolonga
y es la noche que esa ausencia se va ahondando como un cuchillo.
Es esa ausencia se abre una torre, en esa torre baila un fuego hueco.
y así se ensancha y la ausencia de la madre es un mar en calma.
Pero el huidizo no ve el cuchillo que le pregunta,
es la madre, de los postigos asegurados, de quien se huye.
Lo descendido en vieja sangre suena vacío.
La sangre es fría cuando desciende y cuando se esparce circulizada.
la madre es fría y está cumplida.
Si es por la muerte, su peso es doble y ya no nos suelta.
No es por las puertas donde se asoma nuestro abandono.
Es por un claro donde la madre sigue marchando, pero ya no nos sigue.
Es por un claro, allí se ciega y bien nos deja.
Ay del que no marcha esa marcha donde la madre ya no le sigue, ay.
No es desconocerse, el conocerse sigue furioso como en sus días,
pero el seguirlo sería quemarse dos en un árbol,
y ella apetece mirar el árbol como una piedra,
como una piedra con la inscripción de ancianos juegos.
Nuestro deseo no es alcanzar o incorporar un fruto ácido.
El deseoso es el huidizo.
Y de los cabezazos con nuestras madres cae el planeta centro de mesa
y ¿de dónde huimos, si no es de nuestras madres de quien huimos
que nunca quieren recomenzar el mismo naipe, la misma noche de igual ijada descomunal?


Lo inaudible

Es inaudible,
no podremos saber si las hojas
se acumulan y suenan al encaramarse
la mirona lagartija sobre la hoja.
Nos roza la frente
y creemos que es un pañuelo
que nos está tapando los ojos.
El oro caminaba
después hacia la hoja
y la hoja iba hacia la casa
vacía del otoño, donde lo inaudible
se abrazaba con lo invisible
en un silencioso gesto de júbilo.
Lo inaudible
gustaba del vuelo de las hojas,
reposaba entre el árbol inmóvil
y el río de móvil memoria.
Mientras lo inaudible lograba
su reino, la casa oscilaba,
pero su interior permanecía intocable.
De pronto, una chispa
se unió a lo inaudible
y comenzó a arder escondido
debajo del sonido facetado del espejo.
La casa recuperó su movilidad
y comenzó de nuevo a navegar.



Los fragmentos de la noche

Cómo aislar los fragmentos de la noche
para apretar algo con las manos,
como la liebre penetra en su oscuridad
separando dos estrellas
apoyadas en el brillo de la yerba húmeda.
La noche respira en una intocable humedad,
no en el centro de la esfera que vuela,
y todo lo va uniendo, esquinas o fragmentos,
hasta formar el irrompible tejido de la noche,
sutil y completo como los dedos unidos
que apenas dejan pasar el agua,
como un cestillo mágico
que nada vacío dentro del río.
Yo quería separar mis manos de la noche,
pero se oía una gran sonoridad que no se oía,
como si todo mi cuerpo cayera sobre una serafina
silenciosa en la esquina del templo.
La noche era un reloj no para el tiempo
sino para la luz,
era un pulpo que era una piedra,
era una tela como una pizarra llena de ojos.
Yo quería rescatar la noche
aislando sus fragmentos,
que nada sabían de un cuerpo,
de una tuba de órgano
sino la sustancia que vuela
desconociendo los pestañeos de la luz.
Quería rescatar la respiración
y se alzaba en su soledad y esplendor,
hasta formar el neuma universal
anterior a la aparición del hombre.
La suma respirante
que forma los grandes continentes
de la aurora que sonríe
con zancos infantiles.
Yo quería rescatar los fragmentos de la noche
y formaba una sustancia universal,
comencé entonces a sumergir
los dedos y los ojos en la noche,
le soltaba todas las amarras a la barcaza.
Era un combate sin término,
entre lo que yo le quería quitar a la noche
y lo que la noche me regalaba.
El sueño, con contornos de diamante,
detenía a la liebre
con orejas de trébol.
Momentáneamente tuve que abandonar la casa
para darle paso a la noche.
Qué brusquedad rompió esa continuidad,
entre la noche trazando el techo,
sosteniéndolo como entre dos nubes
que flotaban en la oscuridad sumergida.
En el comienzo que no anota los nombres,
la llegada de lo diferenciado con campanillas
de acero, con ojos
para la profundidad de las aguas
donde la noche reposaba.
Como en un incendio,
yo quería sacar los recuerdos de la noche,
el tintineo hacia dentro del golpe mate,
como cuando con la palma de la mano
golpeamos la masa de pan.
El sueño volvió a detener a la liebre
que arañaba mis brazos
con palillos de aguarrás.
Riéndose, repartía por mi rostro
grandes cicatrices.










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lunes, 3 de febrero de 2014

El testamento. Rilke.



La literatura impresionista, es decir, formada por fragmentos que juntos dan la sensación de un todo, la literatura basada en imágenes inconexas y en impresiones momentáneas, es la que más se acerca a lo real, ya que es la que se parece más al modo mental en el que nos apropiamos de la realidad externa que nos envuelve. Siendo serios, nada sucede como en las historias. Esa otra realidad literaria y narrativa (ya sean novelas o cine) que nos influencia y nos impone su orden, no existe.

Dicho esto, conviene recordar la frase de Rilke "lo bello es el comienzo de lo terrible" para entender en que sutil equilibrio creativo trabajaba y vivía el poeta europeo por excelencia. El Testamento cuenta las consecuencias de un abandono amoroso que dejó a Rilke en un estado de desarraigo eterno. Es un texto sobre el amor, pero al mismo tiempo también sobre la creación artística y sobre como todo se separa y se une en diferentes formas (a veces opuestas) en un mismo proceso.

Lo que quiero decir es que el objeto del amor de Rilke se dividía, siendo lo mismo, entre una mujer, ya perdida, y la necesidad vital de soledad. La soledad como único lugar posible donde el ser humano puede ser libre y completo y donde el artista puede crear. Dos objetos de un mismo amor o un mismo amor que se proyectaba en dos formas diferentes y contradictorias, ya que juntas nunca podrían existir, para desgracia del melancólico Rilke.

Porque al igual que en Bécquer el ideal-amor sugiere la creación poética, no una dama como muchos entienden, en Rilke su ideal amoroso es una soledad mística imposible de encontrar, una soledad que no es la del ser humano en la naturaleza, sino la de la consciencia en la nada, la soledad estorbada por cada ruido, por cada brisa.

A efectos prácticos, El Testamento es un conjunto de fragmentos de cartas, reflexiones y apuntes que Rilke reunió en abril de 1921 y en los que refleja las dificultades y preocupaciones que le aquejaban después de la primera guerra mundial. Es difícil de entender, pero Rilke era Europa y era normal que el estado del continente se reflejara en ánimo del poeta.

Dice Rilke:

...Y tampoco posteriormente, tampoco ahora, en estas últimas semanas, conseguí llegar a la conciencia de mi soledad natural, lo único a partir de lo cual puedo ser dueño de mí mismo. Mi corazón fue desplazado del centro de su círculo, hacia la periferia, hacia el lugar donde más cerca estaba de ti -y aunque ahí sea grande, sensitivo, jubiloso o angustiado-, no se halla en su constelación, no es el corazón o el centro de mi vida...

... Y de repente deseé, deseé, oh, deseé con todo el fervor de que mi corazón era capaz, deseé ser, no una de las dos pequeñas manzanas del cuadro, no una de esas manzanas pintadas en el alféizar: era algo que me parecía excesivo... No: deseé ser la sombra dulce y minúscula, la sombra insignificante de una de esas manzanas..., este fue el deseo en el que toda mi esencia se contuvo...

... Este estar solo en el que me he justificado desde hace veinte años, no debe convertirse en una excepción, en unas vacaciones que debería pedir a una dicha que vela sobre mí, en medio de múltiples justificaciones. Debo vivir sin fronteras dentro de dicha soledad. No debe dejar de ser la conciencia profunda y básica a la que puedo regresar siempre, no con el designio de arrancarle ahora, rápidamente, un determinado benefició, ni con la esperanza de que me sea necesariamente fecunda; sino de un modo espontáneo, no acentuado, inocente: como el lugar al que pertenezco. 








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