Un hombre, un viajero, un trotamundos, un negociante, un buscavidas, un fugitivo, un joven llega a Nápoles con un secreto: es rico, en una espina de Ispahan esconde unos diamantes.
Huye de un mal negocio, pero se oculta en la ciudad de su infancia. A sus veintipocos años, su vida aventurera y escapista le pesa demasiado: se siente mal, ha alcanzado un punto de ruptura consigo mismo y quiere sanar (en el futuro, cuando pierda un brazo será peor, pero estará más preparado).
En su vagabundeo errante, empujado por fuerzas oscuras de su interior, regresa a un lugar de su infancia: la tumba de Virgilio. Allí, se entierra en el suelo durante ocho días para darse cuenta de que Kipling mintió. Tras el ritual no está curado. Continúa mal, perdido, pero de aquí en adelante no volverá a mirar su herida hasta que escriba su historia sesenta años después.
Ese es el comienzo del relato Génova, la espina de Ispahán, el más largo y más perfecto de los textos que componen
Trotamundear. Corazón del libro, pero también una narración
perfecta. Una
historia edípica de misterio y terror ubicada en un lugar legendario que implica
a personajes reales como el fotógrafo Ricordi, leyendas escuchadas
con oídos de niño, pero también muerte, dolor y sufrimiento que
explican de algún modo el temperamento aventurero de Blaise Cendrars. Y algo más que
el escritor no afirma explícitamente: el abandono paterno y la frialdad materna, carencias profundamente arraigadas en su infancia. Y por en medio, una amor
infantil, puro e inocente que termina con un cadáver y un olor nauseabundo que se extiende por toda la casa y emana de su habitación, magos y alquimistas seguidores del demonio que crean vida de la
carne de niños muertos y el asesinato de un leproso.
Si alguien me preguntase un libro con el que aprender a escribir (quiero decir, un libro con el que entender qué es 'el estilo' en escritura), le diría, sin pensarlo dos ejemplos del mismo autor: Ron y Trotamundear, de Blaise Cendrars.
Si Cervantes escribió sobre el Tirant lo Blanc que se trataba de "un
tesoro de contento y una mina de pasatiempos" cuando lo salvó de la hoguera, lo mismo podría aplicarse a
estas digamos memorias escritas por un diestro manco con la mano
izquierda.
Historias, recuerdos y reflexiones engarzadas como relatos
que no parecen protagonizados por la misma persona. Desde la infancia hasta la madurez: viajes, huidas, negocios no siempre éticos, vitalismo, violencia, guerras, cultura libresca, grandes nombres de la vanguardia europea
y grandes personalidades de los bajos fondos de cualquier lugar del mundo.
Cada capítulo está titulado con el nombre una ciudad europea: Venecia,
Nápoles, La Coruña, Burdeos, Brest, Tolón, Amberes, Génova, Hamburgo, París...
ciudades que no siempre centran el relato, solo abren un abanico de vivencias y de emociones sincrónicas en las que se confunde
realidad y ficción, el presente, el pasado, el futuro y la
geografía.
Si Cendrars dice la verdad o miente, no importa. Sus palabras
(escritas con la mano izquierda) tienen la fuerza de la convicción, hasta el
punto de que el mismo autor, al repasar datos que afirma fehacientemente, se da
cuenta de que sus recuerdos le mienten y que lo que relata (¡su vida!) no ha podido ser como la cuenta:
Lo admito, mis recuerdos de infancia, que para mí son más
verdaderos que verdades en su inocencia, tienen una distorsión en el tiempo,
como máximo, de un año o dos en algunos detalles o escenas accesorias. Pero
¿cómo explicar el error que cometo al situar el nacimiento del hijo del
príncipe de Nápoles con tanta anticipación en el tiempo, casi diez años? No sé
qué responder, y ello me deja estupefacto. (...) La cristalización de mis
recuerdos en torno a un fantasma puede que haya falseado el desarrollo cronológico
de los acontecimientos de mi infancia napolitana, pero no alterado la realidad
de los acontecimientos.
Cendras escribe, con la mano izquierda y la derecha amputada, con más energía, vitalidad y trascendencia que la mayoría con su mano dominante. Un ejemplo:
Hoy quiero sanar. Mi cansancio es demasiado grande. Al igual que Kim, ya no puedo más. Estoy agotado. Pero antes de iniciar la cura de Kim, desciendo a Pausilippe, voy a adentrarme en el mar, me sacio de agua, y regreso con víveres para ocho días, pan, salami, mortadela, un cacio cavallo o culo de caballo, que es un queso en forma de cantimplora de peregrino o calabaza doble, una garrafa de vino, pesada y redonda como una campana. Mi espina hueca es mi bastón de peregrino. Subo alegre y muerto de impaciencia a mi ermita. ¡Tomo un bocado, bendito sea Dios! Nada ha cambiado en el cercado. Me dispongo a pasar mi primera noche en el jardín de mi infancia, paraíso perdido y, esta tarde, reencontrado.
Más información:
Una hoguera para que arda Goya
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