Jean-François Fogel
Blaise Cendrars (1887-1961) es el manco más famoso de la literatura francesa. Perdió un brazo en un combate durante la Primera Guerra Mundial. Tampoco es un Cervantes. Habría conseguido establecerse en el primer rango de la fama con un poco de continuidad en sus acciones pero nunca fue capaz de quedarse en una situación. Era suizo y obtuvo la nacionalidad francesa. Era poeta y se transformó en novelista. De ser reconocido como novelista pasó a ser periodista. Al final, su vida fue una mezcla de destinos de aventurero y de artista. Se movía a lo largo de nuestra tierra. Fue testigo de los prolegómenos de la revolución bolchevique en Rusia y del auge del capitalismo americano en Nueva York.
Fue al lado del Hudson que se inventó el seudónimo Blaise Cendrars. Se llamaba Frédéric Sauser. El éxito del poeta fue para Blaise Cendrars. Trayectoria cortita: entre 1912 y 1924 escribe unos poemas que son opciones posibles para una vida entera de creación: largas narraciones en versos, relatos de viajes en versos, montajes de tipo “collage” en versos. La colección “Poésie/Gallimard” acaba de recopilar todo en un volumen titulado Du monde entier au cœur du monde, que se puede traducir tanto por Desde el mundo entero hacia el corazón del mundo como por A propósito del mundo entero en el corazón del mundo.
Este título ambiguo fue escogido por el propio Cendrars y me parece que define bien su uso de nuestro planeta: todo se puede hacer pero nada puede permanecer; tampoco el propio Cendrars se ha mantenido en un lugar. Su libro más famoso, medio ficción, medio memoria, se titula Bourlinguer en francés, lo que obligó, para la publicación de su edición española, a extraer un verbo, trotamundear, del sustantivo trotamundos. Trotamundear no aparece en los dos volúmenes del Diccionario Aguilar del Español Actual. Me parece lógico. Cendrars no aparece donde lo buscamos.
Leer y releer sus poemas es encontrar a alguien que se escapa. Habría podido ser Reverdy, Apollinaire o Morand y solo deja unas pocas maravillas. Claro que ya había leído y releído su famosa Prosa del transiberiano y de la pequeña Juana de Francia. Es el relato de cómo se fue a los dieciséis años de su casa subiendo al primer tren. Sigue siendo un canto de amor al viaje detrás de un fingido cansancio. En este poema se encuentra la cita que abre el libro de Bruce Chatwin sobre Patagonia: "Sólo queda la Patagonia, la Patagonia, que convenga a mi inmensa tristeza".
Como poeta, Cendrars es insospechadamente latino: la tercera parte de su poesía completa está dedicada a sus viajes por América Latina y, sobre todo, por Brasil. Barco, tren, ciudades y campos, amanecer y cielo del trópico: todo cabe dentro de pequeños poemas que son una especie de borrachera de visiones hasta llegar a un poema que pertenece a los últimos de su obra, que es también su último poema sobre Brasil. Una especie de llegada insuperable para un escritor que no quería repetirse y nunca lo hizo. El título: ¿Pourquoi j’écris? (¿Por qué escribo?); el texto completo: Parce que… (Porque…). Después fue el silencio poético.