Versión con fondo blanco, para ojos sensibles

www.OLVIDADOS.com.ar - Avila + Netomancia

28 de mayo de 2015

El conocimiento que viene del más allá

El niño se mostraba reticente, desviaba la mirada y buscaba en todo momento concentrarse en algún punto distante de la habitación.
- Martín, no tienes que preocuparte, tus padres solo quieren ayudarte.
El niño no contestó, sumiendo el lugar en un silencio incómodo, aborrecible. Por la ventana podía ver una ciudad inmensa extendiéndose hasta el horizonte, pero no llegaba ningún sonido a través de la misma. Era un piso veinticinco. Una especie de abstracción del universo.
El hombre caminó hasta su sillón de respaldo algo. Tomó asiento con movimientos lentos. No quería asustar al pequeño.
Permanecieron sin abrir la boca casi media hora. Martín, muy a pesar, rompió la monotonía.
- No estoy loco.
Tres palabras. Demasiadas. Necesarias.
El Dr. Rettana, según señalaba el título en la pared opuesta, supo que no debía desaprovechar el momento.
- No me han dicho que lo estés, si eso es lo que te ofusca.
- Es que... las voces solo las puedo escuchar yo. Por más que esté rodeado de gente, soy al único que le hablan.
- ¿Y qué es lo que te dicen?
- No lo recuerdo... ¡y eso me pone mal!
- ¿Nada de nada?
- A veces me parece que si y cuando voy a contar, me olvido, se me van las palabras. Creo que son respuestas a cosas que no sabemos, porque lo que me queda es la sensación de saber de repente algo muy importante, pero al querer transmitirlo a alguien, todo desaparece.
- Tus padres quieren que te hipnotice.
Martín dudó. Pensó que lo llevaban por creer que tenía algún tipo de demencia. Había leído sobre eso en internet. Jamás se imaginó que quisieran ayudarlo.
- ¿Y eso haría que recuerde?
- Podría ayudar.
- ¿Y si lo que las voces no quieren que transmita lo que me dicen...?
- No tendría sentido entonces que quieran darte conocimientos.
- Quizá si, quizá solo debería quedármelos. ¿Entiende? Si no busco divulgarlos, es posible que empiece a recordar lo que dicen las voces.
- Martín, eso no tendría sentido. Si tienes conocimientos importantes, es vital que los hagas saber.
- ¿Para qué?
- Para el bien de todos.
- ¿Y cómo saber si esos conocimientos causarán el bien?
El doctor guardó silencio.
- Voy a tratar de hipnotizarte, Martín.
- No quiero. Prefiero ir a casa.
Martín se puso de pie y avanzó hasta la puerta. El doctor no se movió de su silla. Esbozaba una sonrisa tímida, incierta. Cuando el niño llegó al picaporte, trató de girarlo. Estaba con llave.
- Quiero irme - dijo con énfasis
El doctor avanzaba en su dirección, caminando muy despacio.
- Eso no va a ser posible Martín,  tus padres están de acuerdo en que colabores. Para ellos, estás loco.

20 de mayo de 2015

Estrellas fugaces

Cuarenta y cinco hombres partieron desde la base antártica secreta ubicada justo debajo de la base alemana de Neumayer. Durante años se había construido un túnel hacia las profundidades. Minuciosamente se había quitado centímetro a centímetro de hielo, abriéndose paso a lo desconocido.
En la última década, minúsculos robot nanotecnológicamente preparados habían refinado los trabajos. Cuando los sensores enviaron la señal que indicaba que se había llegado a veinte kilómetros de profundidad, el organismo internacional a cargo de la expedición dio la orden de llamar a las personas elegidas a lo largo y ancho del planeta, cada una especializada en un área diferente.
Equipados con tecnología de última generación, incluso herramientas aún sin patentes, los hombres emprendieron la marcha sabiendo de la importancia de la misión, sin perder de vista que al mismo tiempo, se trataba de una aventura arriesgada como siempre lo es hurgar en lo desconocido.
Las comunicaciones se mantuvieron durante cincuenta y seis horas. Luego, de un momento a otro, de manera abrupta, se perdió todo contacto. Infructuosos fueron los intentos de los técnicos ubicados en la base secreta de recuperar la señal de los equipos de la expedición.
El silencio en las radios los paralizó durante setenta y ocho horas. En ese lapso se realizaron más de una docena de reuniones. Pocos líderes en el mundo sabían de la expedición pero exigirían una respuesta llegado el momento. Sin embargo, cuando el contacto se creía perdido para siempre, una estática inundó la sala de control de la base.
El operador de turno corrió a los sensores y no supo si gritar, llorar o reír cuando proveniente del parlante de la radio escuchó una voz en un idioma que desconocía. Pronto llegaron todos los intérpretes y el japonés supo que la suya era la lengua que se escuchaba. El rostro se le desdibujó al comenzar a traducir.
- Soy el único sobreviviente, no doy más, por favor vengan a buscarme.
El operativo demoró cinco horas en organizarse. No se sabía a qué distancia estaba el científico de nacionalidad japonesa que se había comunicado. Afortunadamente había recorrido a duras penas casi todo el camino de retorno, pudiéndose comunicar cuando le quedaban por recorrer tres kilómetros.
Su condición crítica de salud hizo temer por su supervivencia, pero los médicos de la base lograron mantenerlo respirando lo suficiente como para que su cuerpo se recuperara. Una semana más tarde volvía a hablar, ahora en inglés, idioma que conocía. A las pocas horas pidió conversar con el máximo responsable de la misión. A solas.
La reunión duró solo treinta minutos En medio de la misma, pidió que le alcanzaran su mochila. Habían revisado todo, pero no se habían detenido en un pequeño bolsillo donde el científico había guardado una tarjeta de memoria. Pidió una computadora portátil y colocó la tarjeta.
- Véalo por usted mismo - dijo el japonés.
El hombre parado a un lado de la cama palideció.
- Al final del túnel está la Tierra, como si la observáramos desde la Luna. Allí cayeron todos. Vi como se desintegraban en la atmósfera terrestre. Si no me cree, aquí están las fotos.
Dicen que la base ahora está cerrada y no se tiene en los planes volver a ocuparla El túnel ha sido cerrado y las pruebas de todo lo ocurrido, eliminadas. Hay quiénes afirman haber visto las fotos. Sin embargo no se conoce la identidad de ninguno de los involucrados.
Los intentos de este reportero de llegar al área donde funcionó la base han sido en vano. Nadie dice conocer su existencia. He estado en Neumayer y prácticamente me han tratado de loco. De manera obsesiva me encuentro interrogando a todo científico japonés que se tenga conocimiento. Espero algún día dar con la verdad. Mientras tanto observo el firmamento. Temo que las estrellas fugaces que a veces vemos, no sean tales.

16 de mayo de 2015

El eterno círculo de la vida, la muerte y el dolor

Para el filósofo Molitorni, la muerte es un punto inexacto en un círculo infinito que no marca un final (¿cómo podría en un círculo?) sino la continuidad de un mismo ciclo, eterno, infinito. Los círculos son personales y se cruzan a lo largo de la eternidad cíclica con otros círculos en indefinida cantidad de ocasiones.
Cada persona, por lo tanto, representa un círculo que en alguna parte tiene su nacimiento y en otra su muerte, siendo tan próximas una a otra, un punto del otro, que es imposible discernir entre ambos. Y además de próximos, son sucesivos.
Por supuesto, su visión ha sido denostada de mil maneras diferentes, desde el escarnio en el mundo de las ciencias a la edición de extensos trabajos en prestigiosas publicaciones refutando y abochornando al filósofo nacido en algún punto de su ciclo en la localidad argentina de Villa Constitución.
Molitorni ha visto erigir monstruosos interrogantes con el solo fin de desmoronar su teoría, como el de poner en duda la existencia de tal círculo al sentenciar que este no podría existir - como afirma el filósofo villense - previo a la muerte, dado que no estaría completo. Habría un principio y no un final. En cientos de foros ha tenido que defenderse afirmando uno de sus máximos postulados: los términos que conocemos y comprendemos como "principio" y "fin" no existen, son falsos. La continuidad es infinita, el círculo lo es, los hechos que suceden en ese círculo lo son. Se renuevan segundo a segundo, del nacimiento a la muerte - estados establecidos por el hombre y su ciencia - haciéndolo continuo, interminable.
Todo se repite en algún momento, todo es cíclico. Molitorni explica entonces a los que quieran oír - ya sea para asimilar o refutar - que lo que está haciendo en ese preciso momento, ya lo ha hecho infinita cantidad de veces y no habrá nada que pueda cambiarlo, ni lo que ha pasado antes o lo que vendrá después.
El mundo pensante se divide entre los que lo escuchan con paciencia y tratan de reflexionar acerca de sus ideas y los que sin preámbulos, se ríen a carcajada limpia. A Molitorni, sinceramente, todo aquello le chupa un huevo.
Sabe que en su círculo nada salvará a su hija de aquel asesinato a sangre fría en manos de un novio despechado y mucho menos, lo exonerá a él de la venganza fría y meticulosa, planeada durante meses, mientras la burocrática existencia acumulaba papeles en una causa judicial que se dilataba amontonando recuerdos y odio sobre capa y capa de polvo de bibliorato archivado.
Y entonces, una vez más, en su infinito infierno (y el de todos, el de cada uno), defiende a rajatabla su hipótesis. Lo seguirá haciendo, una y mil veces, en la eternidad de su círculo, que de tanto en tanto lo llevará a mancharse las manos de sangre y perecer entre barrotes, con el dolor encadenado al tiempo.

12 de mayo de 2015

Tren a París

La delgada línea blanca delimita su área. Hasta ahí puede llegar. Ni un paso más. Al cerrar los ojos el bullicio la asedia con mayor intensidad. Voces de hombres y mujeres cruzando barreras idiomáticas, palabras que no comprende pero que suenan dulcemente en sus oídos. Aquel es el paraíso, la antesala a una maravilla.
Tras las voces, otros sonidos. El vendedor de diarios en su puesto, ofreciendo los titulares del día. Las valijas con rueditas marcando el paso apresurado de sus dueños. El chirriar de los frenos de las grandes maquinarias, el pitido de los coches a punto de partir. Un océano vívido  de sensaciones que al cerrar los ojos impregna su espíritu. Universo único de la estación, de aquel andén en particular, de esa constelación de almas que coinciden con el mismo objetivo.
Una voz femenina con cierto eco metálico, anuncia a viva voz que el tren a París está pronto a partir. El bullicio se intensifica y puede sentir como pasan a su lado, la empujan, tratando de ganar el andén y aproximarse a los vagones que aguardan la partida. Un escozor recorre su cuerpo, que tiembla mientras las lágrimas la hacen sucumbir a su encanto. Quiere llorar pero se reprime. Sabe lo que sigue a continuación.
Abre los ojos y la línea blanca está allí, cercando su habitación, esas paredes blancas acolchadas, esa cama poco mullida en un rincón y una puerta más allá que no puede atravesar.
Y la vía de escape se esfuma, como un sueño, entre sollozos que no tienen libertad.

7 de mayo de 2015

Agujero negro

Bistotti. Joven argentino sin (demasiadas) aspiraciones. Estudia para contador por mandato familiar. Si hubiese podido elegir, habría sido guardavidas. No es un experto nadando, pero la idea de ganarse la vida en la playa se acerca lo suficiente al sueño perfecto. Se decantó por lo que querían sus padres por un motivo muy sencillo: tiene todo servido.
De chico le decían alambre de cobre, porque tenía que pasar dos veces para hacer sombra. Las visitas casi diarias al gimnasio a partir de la adolescencia han moldeado un cuerpo mucho más interesante para el espejo y las mujeres. En su clase hay una chica que le gusta, pero la idea misma de enamorarse atenta contra su pensamiento de disfrutar con todas las mujeres que pueda, sin importar el dónde y el cómo.
Aristimurri. Joven argentina con un claro objetivo inmediato y una serie de metas futuras bien definidas. Quiere ser contadora como su abuelo y sabe que lo logrará con la mejor calificación de la facultad. Su preparación no está en el estudio según afirma, sino que la lleva en la sangre. Ninguna otra carrera podría suplir lo que para ella significa la que con éxito está haciendo. Proviene de una familia de clase alta, por lo que la imagen, la indumentaria, los accesorios, son importantes. De la misma manera, las apariencias. Por lo tanto trata de no equivocarse con las compañías que están a su lado. Odia con todas sus fuerzas (y mucho más) a un compañero de clase que se pavonea en todo momento y que no se toma la carrera en serio. Lo ha visto poner su atención en ella y eso ha hecho que además de odio, sienta adversión.
O'haio. Es el bar donde coinciden la mayoría de los estudiantes de la facultad. Tiene una onda retro durante el día y se transforma en un ruidoso pub de noche. suele ser el punto de partida hacia otras salidas. Pasar por "el bar" es para los estudiantes asiduos sinónimo de ese lugar. Aristimurri y su grupo de allegados (ella no le dice amigos, dado que es un concepto muy específico y peligroso de usar libremente) despliega sus camperas, carteras y mochilas en un sector de mesas situado muy cerca de la ventana que da a la calle. Bistotti, que concurre solo o a lo sumo con dos o tres compañeros de clase, se acoda siempre en la barra. Desde allí puede ver la puerta de entrada y la mayoría de las mesas, tan solo con voltear levemente la cabeza.
La conversación. La tienen en O'haio una tarde de invierno, tras salir de un parcial. Aristimurri luce el desenfado de quien sabe ha salido triunfante de la contienda. No menos que un diez, piensa con más soberbia que orgullo. Poco le importa cómo le ha ido a los demás, ella bien se merece un trago caro, de esos que solo hacen en la barra. Bistotti mastica la bronca. Le han tomado justo lo que no estudió. Tendrá que darle explicaciones a sus padres y el solo imaginar la situación lo pone de mal humor. Ya sabe lo que va a suceder, además de la reprimenda habrá amenazas y correrán riesgo algunos de los víveres. Tendrá que buscar las palabras justas para hacer las promesas exactas. Pero la procesión va por dentro, su semblante jamás se altera, luce imperturbable, seguro, sonriente. Acaba de hacer un chiste y una morocha a su lado ríe a carcajadas. Entonces siente un codo inoportuno que roza su espalda. Observa de reojo y es ella. Aclara la voz y dejando atrás a la (ahora) desconcertada morocha, le pregunta a ella, a la que le gusta muy a su pesar, cómo le ha ido. La joven se sorprende. No entiende cómo la simple acción de solicitar un trago al barman se ha convertido en el suplicio de tener que soportar que el aborrecible Bistotti le esté hablando. Y no solo pregunta una vez, sino que reitera las mismas palabras, creyendo quizá que ella no lo ha oído, pero se equivoca, ella en realidad trata de ignorarlo, pero no lo consigue. La sonrisa enorme en ese rostro falsamente bronceado, que casi no encaja con ese cuerpo trabajado durante años, sigue estando allí, esperando una respuesta. Aristimurri suspira, intenta no arruinar la vibra positiva que el examen le ha conferido, finge una mueca que trata de aproximar a una sonrisa y muy a su pesar mueve los labios. Ambos recordarán ese instante. Pudo haber pronunciado muchas frases, pero las cuatro palabras que salieron de la boca de ella, envueltas en un cálido aliento a menta (sin azúcar), fueron lo más parecido a un agujero negro en la faz del planeta: Qué mierda te importa.
Aristimurri volvió con los suyos, portando su trago. Bistotti permaneció con la sonrisa inmaculada, pero los ojos perdidos. Vio la silueta alejarse y perderse en un mar de gente, experimentando una rara sensación, como si algo hubiera succionado toda su seguridad. Ni siquiera la morocha con la que estaba hablando antes, permanecía a su lado. Distante, el objeto de su deseo seguía de largo en dirección a la puerta. Toda la dicha del triunfo se había ido a la mismísima cloaca. Arrojó el vaso largo con el trago en un cantero cercano, mientras sus zapatos de taco alto la llevaban al borde de la acera para tomar un taxi.


4 de mayo de 2015

Días helados

Los primeros fríos del año llegaron sin previo aviso. Por suerte Amanda era precavida y había comprado en rebaja el año anterior bastante abrigo como para que Lucas pudiera disfrutar tranquilo de la plaza. Porque a Lucas no había nada que le gustara más que hamacarse, treparse a los juegos o sentirse más cerca del cielo en el sube y baja.
Cada tarde, tras la escuela, iban juntos de la mano hasta la plaza que estaba cerca de la casa donde vivían. Era común para Amanda encontrarse con madres de otros chicos que concurrían seguido, igual que ellos. De algunas no sabía ni siquiera el nombre, pero en el reino de la madre y los juegos, aquello no era impedimento para conversar mientras de reojo, con ese instinto innato de sobreprotección, vigilaban a sus críos.
Interrumpían sus diálogos para algún grito oportuno, con el fin de evitar un golpe no deseado de sus niños, no tanto por el miedo a que se lastimaran, sino para evitar que lloraran camino - obligado tras una caída - a casa.
El paisaje, a pesar del frío, era el de siempre aunque la gente pareciera más gorda, enfundada en ropas gruesas. El vendedor de pochoclos estaba en su rincón cercano a la fuente, el cantero principal ocupado por adolescentes que ríen y se empujan sin medir sus fuerzas, los bancos de madera ocupados por jubilados o mujeres descansando con las bolsas de las compras a los pies. La brisa fresca movía las ramas suavemente y los árboles daban la sensación de estar temblando por culpa de la baja temperatura.
Apacible, la tarde parecía la de todos los días, pero entonces sucedió lo inesperado. Amanda no recuerda el momento exacto, pero de un momento a otro, todo comenzó a transcurrir en cámara lenta.
Una paloma cruzaba el aire aleteando a tan baja velocidad que podía ver el detalle de cada pluma, mientras las palabras de la mamá del nene de anteojos oscuros que se columpiaba con Lucas llegaban casi como arrastrándose a sus oídos. Y las hamacas, con Lucas y el chico cuyo nombre desconocía, se movían con una lentitud pasmosa, como si en lugar de balancearse, estuvieran escalando el aire.
Con esfuerzo supremo y demorando una eternidad, llevó la vista al centro de la plaza. Parecía que estaba viendo una película con la función de cámara lenta. Pudo notar en los ojos de la mujer que tenía delante, que estaba tan asustada como ella. También lo estaba percibiendo. Y a diferencia del frío, que había llegado sin avisar pero para instalarse, aquella rara sensación se esfumó.
Todo lo que la rodeaba recuperó su velocidad habitual, incluso las palabras de aquella mujer, que preguntaba en voz alta ¿Qué pasó, qué fue eso?.
Amanda, aún aterrada, corrió hacia las hamacas. El niño de anteojos se lanzaba en ese momento a la arena, para correr a los brazos de su madre. En cambio Lucas...
Su hijo seguía moviéndose en cámara lenta. Trató de devolverlo a la velocidad natural con un par de cachetazos, pero no hubo caso. Lucas lloró lentamente.
El regreso de la casa fue traumático porque el niño apenas si podía hacer diez metros cada dos minutos.
Amanda sabe que debe tener paciencia, que quizá lo que le ocurre a su hijo termine de un momento a otro. Ningún médico ha sabido explicarle lo que le está pasando. Escucharlo es doloroso. Cinco minutos para decir una frase.
El frío aún persiste. Sin embargo para Amanda, ya no es una preocupación. Casi no salen de casa y allí dentro tienen calefacción.