lunes, 6 de julio de 2015
Prohibido escribirlo en Facebook
jueves, 4 de septiembre de 2014
sábado, 14 de junio de 2014
Cine de autor
A veces pienso que el catolicismo es una obra de cine de autor, donde el director termina la peli con Cristo muerto en la cruz. Luego Hollywood compra los derechos porque el libro le parece muy interesante y decide cambiarle el final, algo más norteamericano. Entonces Cristo resucita y nos salva a todos.
martes, 15 de octubre de 2013
Un mero caribeño
martes, 23 de julio de 2013
Ignorancias
No saber adonde se va es un problema. Y no saber de donde se viene, uno mayor. En general se presentan ambas ignorancias al mismo tiempo.
martes, 25 de junio de 2013
Los muertos laterales
Hay personas que nos pasan por la vida de costado, y cuando mueren, muy de vez en cuando, las recordamos. No se trata de parientes o amigos cuya pérdida nos arrasa. Estos seres dejaron una huella pequeña en nuestros corazones, pero que no se borra. Una tía que en realidad no era nuestra tía sino la tía de alguien querido y que nos invitaba a merendar. O el amigo de un amigo, con quien compartimos partidos de fútbol, o un asado. Personas que al nombrarlas porque llegaban no podíamos menos que sonreír, y al evocarlas, también.
miércoles, 24 de abril de 2013
Más bondad del corazón
Quizás debiéramos dejar de calificar a las personas como buenas o malas enteramente. Tal vez no somos más que el resultado final de una cuenta, donde según la cantidad de acciones virtuosas o injustas hoy somos medianamente buenos, ayer fuimos pérfidos y mañana seremos -si la suerte nos acompaña- santos. Incluso podríamos ser abyectos esta tarde y benévolos a partir de la medianoche.
Entiendo que esto podría ser otro abuso de la estadística y además de difícil comprobación, a menos que contratemos un contable que vaya apuntando nuestras acciones en el debe o en el haber las veinticuatro horas. No faltará quien diga que la madera de cada persona es inmutable, pero creo que pensar así es no ver el bosque que se oculta detrás del árbol, si se me permite el exceso arbóreo.
Lo que me entusiasma de tener algún viso de razón es alinear mi epitafio hacia ese norte, previa conciliación de cuentas:
"Aquí yace MSDL, un hombre mayormente bueno"
miércoles, 26 de diciembre de 2012
¿Quien se acuerda de los derechos de los blatódeos?
Nos escribe desde Lima (Pcia. de Buenos Aires) Juan Carlos Cucurachi, ingeniero atómico, para alertarnos sobre la proliferación de cucarachicidas que asesinan mediante un método crudelísimo: atrapar a estos milenarios animalitos de Dios en una superficie adherente, matándolos por inanición. Para decirlo en buen romance y sin ambages, señores: los matan de hambre, los matan. La muerte es lenta y produce escenas desgarradoras, por no decir dantescas: la cucaracha queda pegoteada y aunque se prodigue en movimientos desesperados, son en balde. Cucaracha adherida, cucaracha muerta, que expele en sus postreros momentos una especie de pus blanco a través de la barriga por un tiempo que parece infinito, al menos a los ojos de nuestro experto.
Como ya hemos dicho, la muerte es remolona, tarda en llegar, y permite verdaderos velatorios con el insecto aún agonizante: vienen Mamá Cucaracha e hijos a despedirse del padre, el cual incluso tiene algo de tiempo para organizar los asuntos importantes de la casa, más allá de que luego Mamá Cucaracha los resuelva a su antojo (pero ese es tema para otro opúsculo)
Algunas cucarachas que rozan apenas el campo minado, quiero decir adherido, pueden quedar con medio cuerpo y una hilera de patas pegadas y el resto, no. Incluso ha habido casos de cucarachas ligadas en su zona delantera, y hasta inexplicables casos de cucarachas pegoteadas por la retaguardia, lo que ha provocado no pocas situaciones engorrosas de aclarar. A mayor abundamiento, estos últimos casos son espeluznantes por demás, porque al tener las patitas delanteras liberadas, el blatódeo (no lo digo yo, lo dice wikipedia: Blattodea, del latín Blatta, «cucaracha» y del griego eidés, «que tiene aspecto de») da gritos desesperados procurando mejorar la acústica de sus llamados acercando las referidas patitas a su boca (o sus “piezas bucales masticadoras”, siguiendo a wiki)
El Ingeniero Cucurachi asegura (a mí no me consta) que si uno acerca suficientemente la oreja al insecto así atrapado, advierte una especie de cuchicheo (no confundir con Cucurachi) que el idóneo traduce como “auxilioooo” “auxiliooooo” los cuales dejan a uno hecho trizas, más allá de que en verdad no se entiendan bien y se oigan mal, puesto que se trata de una barata (sinónimo de cucaracha, odio repetirme) y no de Luciano Pavarotti. Agrega el Ingeniero que no hay que exagerar con el acercamiento del pabellón auditivo (la oreja) ya que éste también puede ser víctima del letal preparado, encontrándose uno en tal caso no sólo con la superficie pegada a la aurícula sino, lo que es peor, con una o más cucarachas caminándole por canales, yunques y martillos, y lo que es peor, dejando todo el oído interno pegoteado de por vida.
Por todo lo expuesto, señores, mi advertencia. Una cosa es matar cucarachas por razones de higiene, y otra es regodearse con la matanza, revelando instintos impropios del siglo en que vivimos. Eso, sin mencionar la posibilidad de que -si Ud. cree en la reencarnación- ese bicho pegoteado que dejará fenecer tan espantosamente no sea, ni más ni menos, que un Franz Kafka a punto de escribir “El castillo”.
¡Reflexionen!
sábado, 18 de agosto de 2012
El Señor del anillo
sábado, 26 de mayo de 2012
No leer a Borges
martes, 27 de diciembre de 2011
Diario del año de la peste
Entre los años 1664 y 1666, una plaga asoló a Londres y sus alrededores, dejando más de 70.000 muertos. Posiblemente fue peste bubónica y, desde luego, la mayoría de las personas la atribuyeron a la voluntad divina.
En 1.720 otro brote de peste apareció en Marsella y con ella el temor volvió a reinar en Londres. Un señor apellidado Foe (comerciante de vinos, periodista, estafador, espía y más de una vez encarcelado por deudas) decidió aprovechar el temor popular, como lo hacen nuestros actuales periodistas, comerciantes y estafadores, y publicó un ficticio diario sobre los hechos ocurridos seis décadas antes, firmado por un tal “H.F.”, donde desordenadamente narra anécdotas, da explicaciones científicas, brinda consejos ante futuras epidemias, desenmascara farsantes, y nos recuerda que Dios está en todos los sucesos de este mundo.
Cuenta que cuando en una casa se detectaba la peste se prohibía la salida de los integrantes de la familia, estuvieran infectados o no, lo cual condenaba a muerte a todos sus integrantes; que en algunos casos la aparición de los signos físicos de la enfermedad era inmediata: tumores y carbuncos supurantes; llagas, pústulas y tumefacciones dolorosas que se “curaban” mediante emplastos y cataplasmas y, si éstos no servían, mediante cortes y la aplicación de cáusticos que provocaban dolores insoportables. En otros casos, el infectado no mostraba ningún síntoma y se daba cuenta de su condición un par de horas antes de morir. La ciudad vivió una época llena de solidaridades y mezquindades, de escenas dantescas con carros donde los cadáveres se apilaban sin que nadie pudiera llevar a enterrarlos porque el cochero también había muerto; con miles de personas con recursos huyendo de la ciudad y así desparramando el mal por toda Inglaterra; con los pobres quedándose por no tener adonde ir, contentos de conseguir los trabajos más expuestos y poder llevar comida a sus hogares y con ella, la enfermedad. Gente que por estar aprovisionada de víveres no salió casi nunca de las casas hasta que lo peor pasó. Y todas las noches pletóricas de alaridos, quejidos e invocaciones al Señor.
El Sr. Foe cuenta también historias como esta: “Recuerdo a un ciudadano quien, luego de haber escapado así de su casa en Aldersgate Street o algún sitio próximo, recorrió el camino que conducía a Islington. Intentó entrar en
Le dijeron que no disponían de ninguna habitación libre, pero que tenían una cama arriba en el desván, y que podían darle esa cama por una noche, pues esperaban a unos ganaderos con reses para el día siguiente; de modo que, si quería aceptar ese cobijo, podría disponer de él, cosa que el hombre hizo. Así pues, enviaron con él a una criada con una candela, para que le mostrara la habitación. El hombre estaba muy bien vestido y aparentaba ser una persona no habituada a dormir en un desván. Y cuando entró en la habitación, exhaló un profundo suspiro y dijo a la criada: “ Pocas veces he estado en un aposento como éste” Pero la criada le aseguró nuevamente que no tenía nada mejor; “Bueno” dijo el hombre, “tendré que arreglarme. Es ésta una época espantosa; pero es sólo por una noche” Se sentó al borde del lecho y pidió a la muchacha que le subiera algo, creo que una pinta de cerveza caliente. Por lo tanto, la criada fue a buscar la cerveza, pero alguna cuestión urgente de la casa, que quizás la ocupó en otra tarea, hizo que lo olvidara; y ya no subió más al desván.
A la mañana siguiente, al no ver aparecer al caballero, alguien de la casa preguntó qué había sido de él a la criada que le había enseñado el camino. “¡Ah!” Exclamó sobresaltada, “me olvidé completamente de él. Me pidió que le llevara un poco de cerveza caliente, pero me olvidé” Ante esto, mandaron, no a la muchacha, sino a otra persona para que subiera a ver, quien, al entrar en el cuarto, lo encontró cadáver, rígido y casi frío, echado en cruz sobre la cama. Tenía las ropas arrancadas del cuerpo, las mandíbulas caídas, los ojos abiertos en la más terrorífica de las expresiones y una de sus manos fuertemente agarrotada sobre la manta de la cama, de manera que era evidente que había muerto poco después de que la criada lo dejase solo”
El autor de este magnífico libro, queriendo aparentar antecedentes nobiliarios que no tenía, se agregó un “De” al apellido originario y también escribió la historia de un marinero perdido al que llamó Robinson Crusoe.
Pero blasones no le faltaron a Daniel Defoe para escribir este Diario del año de la peste: nació en St. Giles Cripplegate, un lugar donde la peste atacó violentamente a sus pobladores, y fue hijo de un carnicero, actividad que por su falta de higiene fue arrasada durante aquellos sombríos años.
Y por supuesto, recomiendo calurosamente su lectura.
ADVERTENCIA: durante la lectura del “Diario…”, este cronista ha padecido fiebre, tos, secreción de humores espesos y pegajosos y aftas en la boca. Lejos de él querer obtener con la descripción de estos síntomas un efecto amedrentador en el posible lector, lo aquí dicho responde a la más pura y objetiva realidad de lo que le sucedió. Por la gracia de Dios se encuentra en franca mejoría y ninguna vinculación le atribuye a lo que en el libro de Defoe se cuenta.
domingo, 10 de julio de 2011
El buen escritor
domingo, 8 de mayo de 2011
Las regiones inferiores
Dice Pasavento que “lo que en realidad hacemos cuando caminamos por una ciudad es pensar” y tiene razón. Por lo menos en mi caso. Hoy. Caminaba por Buenos Aires y mientras miraba sin ver pensaba que me gustan mucho las personas que doblan por el costado contrario al de la notoriedad y se refugian en los subsuelos. Ernesto Sótano, le decía socarronamente Borges a Sabato, por su deleite por los túneles y las tumbas, aunque parece que a Don Ernesto le gustaba la superficie más que a Don Jorge Luis. El mismo Gombrowicz se jactaba de su sangre noble, quizás para contrarrestar su timidez. Porque esto no impide que me gusten los autores vanidosos, claro. Pero pienso en Bruno Schulz pintando y escribiendo sin mayor interés de salir de su Drohobicz natal. O en Kafka, ordenándole a su amigo Brod que quemara todos sus escritos. O en Pessoa con su no querer ni poder ser nada. A mí también me gustan las regiones inferiores. Y aunque el talento no tenga nada que ver con la posición en que el escritor se siente en el teatro de la literatura, me siento más cómodo con los que no se matan por un palco, al costo de alejarme un poco de Hemingway, Onetti o Cela, a quien aún no he leído tal vez por eso. A las regiones inferiores las veo allá arriba, en el paraíso del teatro (o gallinero según los que no suben nunca)
Si resulta que Vila-Matas no es así sino solamente es así su Doctor Pasavento, no me importa. Lo que a mi me importa de él es lo que diga en sus libros. Allá, en el paraíso, donde el escenario se adivina más que lo que se ve, Kafka, Schulz, Walser o Borges, hablan poco de sí mismos y de su obra. Porque son tipos comunes cuando no escriben. Artistas que en lo oscuro son como cualquiera de nosotros, los que navegamos anónimamente por las regiones inferiores.
martes, 25 de enero de 2011
Amor de mi vida
domingo, 16 de enero de 2011
El ladrón de Norah
- correrá sangre entre nosotros.
Y corrió la sangre. De la fiesta, Norah se marchó con Oliverio y nunca fue de Borges. Años más tarde se casaron y el autor de El Aleph, eterno perdedor con las mujeres, continuó enamorándose perdidamente de otras damas.
Cometí el error de tomar partido en el asunto sin considerar las elecciones de Norah Lange. Y así, respeté y gusté de la poesía de Girondo, pero siempre comentando que es un poeta menor y sin comparación posible con Borges.
Esta noche me crucé con dos hermosas poesías de Oliverio y decidí que llegó el momento de perdonarle su osadía. Al fin y al cabo, creo que Dios fue justo en el reparto: para Oliverio Norah, unos versos eficaces, dinero. Y a Borges le reservó la soledad, la ceguera, la inmortalidad.
Claro que no les preguntó a ellos qué hubieran querido elegir.
Puedes juntar las manos
La gente dice:
Polvo,
Sideral,
Funerario,
y se queda tranquila,
contenta,
satisfecha.
Pero escucha ese grillo,
esa brizna de noche,
de vida enloquecida.
Ahora es cuando canta
Ahora
y no mañana
Precisamente ahora.
Aquí.
A nuestro lado...
como si no pudiera cantar en otra parte.
¿Comprendes?
Yo tampoco.
Yo no comprendo nada.
No tan sólo tus manos son un puro milagro.
Un traspiés,
un olvido,
y acaso fueras mosca,
lechuga,
cocodrilo.
Y después...
esa estrella.
No preguntes.
¡Misterio!
El silencio.
Tu pelo.
Y el fervor,
la aquiescencia
del universo entero,
para lograr tus poros,
esa ortiga,
esa piedra.
Puedes juntar las manos.
Amputarte las trenzas.
Yo daré mientras tanto tres vueltas de carnero.
DICOTOMÍA INCRUENTA
Siempre llega mi mano
más tarde que otra mano que se mezcla a la mía
y forman una mano.
Cuando voy a sentarme
advierto que mi cuerpo
se sienta en otro cuerpo que acaba de sentarse
adonde yo me siento.
Y en el preciso instante
de entrar en una casa,
descubro que ya estaba
antes de haber llegado.
Por eso es muy posible que no asista a mi entierro,
y que mientras me rieguen de lugares comunes,
ya me encuentre en la tumba,
vestido de esqueleto,
bostezando los tópicos y los llantos fingidos.
Agradezco a Incal, del blog Usa el reflejo, este reencuentro con Oliverio
viernes, 31 de diciembre de 2010
Actitud Cleopatra
Claro que Cleopatra es impensable sin un Marco Antonio dispuesto a pelearse con el mismísimo Augusto y toda Roma por ella, por sus encantos, por sus favores.
Les deseo a todos ustedes una actitud Cleopatra para el 2.011. Disfruten todo lo que les sea posible, después veremos qué hacer con las amenazantes legiones romanas. Si la figura les resulta demasiado placentera para los tiempos que nos toca vivir, es posible también una actitud Marco Antonio, llegando locamente hasta el final de las cosas por ella, y, si la fiesta termina mal, hasta el fondo de la propia espada también.
Que el mundo es difícil, la vida es corta, pero la imaginación y algunos goces, ilimitados.
Dejo algunas músicas pro 31 y….feliz 2.011!!!
sábado, 4 de diciembre de 2010
Sábado de gloria
La noche de sábado promete sueños que tal vez no se cumplan, pero mientras la esperamos podemos sentirnos jóvenes, optimistas, casi casi inmortales.
Total mañana será otro día -más precisamente domingo de ceniza- y ya tendremos tiempo de sabernos breves, pequeños, grises.
¡Aprovechá el sábado! ¡Usá esa sonrisa abollada que tenés en el bolsillo! Que si te la ponés seguro que llama a la hermana risa y, si tenés suerte, la vida te de un beso. Y sabemos como son los besos de sábado. No son besos de madre, no son como el beso de Judas. Ni siquiera un besamanos. Son besos diferentes.
¡Porque hoy es sábado!
sábado, 20 de noviembre de 2010
¿Cómo le gustan los huevos?
Leyendo un poco de cada cosa encontré un par de anécdotas ovoides que quisiera compartir con ustedes:
“El largo intervalo entre el enigma y su respuesta puede traer a le memoria del lector una vieja historia de Joe Miller, en la que un viajero, aparentemente persona inquisitiva, al cruzar por una barrera de peaje dijo al cuidador: “A usted, ¿cómo le gustan que le preparen los huevos?” Sin esperar respuesta, se alejó cabalgando; pero veinticinco años después, al pasar a caballo por el mismo sitio, que era vigilado por el mismo individuo, el viajero miró a éste con fijeza y recibió como respuesta: “Escalfados” (Thomas de Quincey, “La esfinge tebana”)
“Sirven un plato de huevos y la dueña de casa pregunta a Marcelo T. de Alvear:
- ¿Les pone sal?
- No, señora
- ¿Les pone pimienta?
- No, señora
- ¿Les pone mostaza?
- No, señora
- Pero, ¿qué les pone a los huevos?
- Talco, señora, talco"
(Recogido por Adolfo Bioy Casares en “De jardines ajenos”)
Tal vez quieran saber cómo me gustan los huevos. Yo diría que ilesos. Es que si no los comemos, veremos que adentro de cada gran huevo siempre se encuentra un gran pollito, con toda una vida por delante y que tal vez podría ser un genio si no fuera porque insistimos en incorporárnoslo. Ahora, si están pensando que soy un rompe ilusiones y que debo poner mis pensamientos sobre la mesa de una vez, contestaría que fritos, duros o pasados por agua, me gustan por igual. ¿Y a Ud?.
jueves, 7 de octubre de 2010
Mis problemas con El Principito
Tengo mis motivos. El otro día hablando con un amigo salió el tema de mi aversión a El Principito, pero no las razones. Es cierto que cuando me traen una cita “principesca” me gustaría tener un Winchester a mano, aunque la referencia no sólo sea adecuada sino también eficaz.
Me resulta increíble no haberme percatado antes de mis traumáticas razones para detestarlo, y quisiera exorcizarlas con ustedes. Tal vez, luego de eso, lo ame.
En los años setenta yo leía historietas y luego comencé con los libros. Mi tía Nena (en realidad, Elmida, en realidad, tía de mi padre) me regalaba unos libros fabulosos: recuerdo Sandokán, La Isla del Tesoro, Ivanhoe, algunos de Verne y Robinson Crusoe. Era culta la tía Nena (alguna vez hablaré de ella, maestra jubilada y soltera que siempre esperaba un candidato mejor que el que se le presentaba, era bellísima además) Me elegía bien los libros. ¡Me encantaban sus libros de aventuras!
Un día vino con El Principito y me imaginé una historia al estilo Robin Hood. Y me encontré con un niño tristón en un miniplaneta. Me daba claustrofobia que viviera en un lugar tan chiquito y oscuro, que no era una casa sino… ¡todo un planeta! Me mareaba verlo boca abajo allí en su planeta desolado. Ganas de llorar. No mejoraba con la serpiente ni con el elefante. Tampoco con la rosa. No me interesaban las alegorías, yo quería acción. La desilusión fue tremenda. Me imagino que la de Tía Nena también. Nunca lo terminé y siempre sentí que era uno de esos libros que hay que leer. Lo olvidé. Lo perdí.
En los años ochenta estaba noviando con una chica que no vivía en Buenos Aires. Una maravilla. Pero hubo un detalle trágico. Se vino para aquí. Y así nos conocimos mejor. Un día la cito para hablar con ella. Le explico que no podíamos seguir. Se puso a llorar, me dijo que el final la tomaba de sorpresa, que por qué y que cómo era posible. Que me había traído un regalo, que quería dármelo de todos modos. Me negué todo lo que pude. Finalmente lo acepté. Estaba empaquetado, pero era fácil advertir que se trataba de un libro. Mientras seguía llorando esperaba ilusionada. Lo abrí. ¿Hace falta que les diga qué libro era? Yo creo que el niño con cara de ángel se reía de mí en la portada. Culposamente lo agradecí, pagué los dos cafés y nos fuimos, ella por un lado, El Principito, mi culpa y yo por el otro.
A veces buscando otra cosa me lo tropiezo en la biblioteca. Me sigue mirando desde la portada, arriba de su miniplaneta y con el moñito rojo puesto. Y mi inquina permanece. No es su culpa. No es culpa de ustedes, que seguramente lo aman y de vez en cuando me envían una cita a modo de comentario. Quizás ahora que largué el rollo lo quiera un poco. Pero por favor, no me lo citen. Porque además sospecho que casi nadie lo lee y van directo a los “grandes momentos” que otro ha seleccionado. Díganme que hay cosas importantes pero no que “lo esencial es invisible a los ojos”, que es hermoso pero me enceguece. No me hablen de la rosa amorosa, o disparo. Igual, ya sé que harán lo que quieran. Es más, para embromarme, les imagino un montón de citas principescas…
miércoles, 8 de septiembre de 2010
Demagogia bloguera (o el vómito de Dios)
Amablemente digo que encuentro esa postura hipócrita, demagógica, descalificadora y paternalista con los lectores del mundo blog. Y no sigo adjetivándola porque es un día hermoso en Buenos Aires y estoy de excelentísimo humor (oigo los pájaros desde mi ventana)
Que una persona encabece su post advirtiéndonos de que en realidad es mejor estar en otro lado en lugar de leerla es como ir anunciando apoyo a la ecología desde un camión que expulsa gases tóxicos por izquierda, por derecha, por atrás y por delante; o que la persona que deseamos nos diga lacónicamente que en realidad XX es mejor que ella, con lo cual nos convierte en unos auténticos imbéciles con un ramo de flores en la mano.
Me pregunto cómo será "no vivir" mientras estamos blogueando. ¿Se suspenden nuestras funciones respiratorias, circulatorias, mentales? ¿dichas funciones son recuperadas al apagar el ordenador? Pienso que se está confundiendo a la herramienta con el uso equivocado o desmesurado de la herramienta: y así, como hay un idiota que está subido a la red 28 horas por día, es mejor que nadie lea blogs, o mejor que lo haga cuando no tiene nada más útil que hacer, que sería algo así como hacerlo en sus momentos de no vida. Yo subiría la apuesta y recomendaría no beber ni una gota de alcohol porque existen los borrachos. Que nadie tenga sexo porque hay personas que no se cuidan. Es más, desalentaría el uso de los martillos porque hay uno que otro loco que se lo da por la cabeza a alguien.
No me gusta cuando me recomiendan cómo no debo perder mi tiempo, sobre todo cuando me lo dice la persona a quien voy a dedicárselo. Lo mínimo que pretendo del dueño de un blog es que lo escriba con el corazón, no con su intestino grueso. No quiero que me pase tristemente la mano por la cabeza diciéndome que lo que voy a leer es una tontería y que estaría mejor en otro lado, viviendo. Eso lo decido yo.
Pero... ¡cuidado! lo mismo exijo de mí y de mis lectores. Pretendo mínimamente que suspendan, interrumpan o pospongan cualquier actividad si se han percatado de que La Menor Idea actualizó. Y si hace falta se lo digo a los gritos. Por ejemplo:
1) ¿Está a punto de hacer el amor con la persona de sus sueños, quien suplica su presencia inmediata en el lecho amoroso? ¡Que espere! incluso podría aumentar la pasión, no tanto por el contenido de lo que lea aquí sino porque la prolongación de la llegada del placer, como todos sabemos, es igual o mejor que el placer mismo.
2) ¿Está por comer su plato favorito y podría enfriarse? ¡Qué se enfríe! Al fin y al cabo lo único que hace es incorporarse mecánicamente su mismo plato favorito casi todos los días, y ya debería estar harto de él.
3) ¿Lo esperan en el quirófano para operar o ser operado? ¿Qué hacen cinco minutos más? Podrían ser los últimos. Dedíquemelos a mí o a su bloguero favorito.
4) ¿Sus niños quieren jugar con Ud.? No sienta culpa, que esperen. Recuerde que hace diez minutos pensó seriamente en abandonarlos en la vía pública.
No seamos livianos, pongámosle pimienta a lo que hacemos, ¡por favor! Aquí en La Menor Idea ponemos todo, aunque este todo sea una nada para la mayoría, y además tengan razón.
El Apocalipsis del Apóstol San Juan dice “Conozco tus obras: ¡no eres ni frío ni hirviente! Así, porque eres tibio, voy a vomitarte de mi boca” (3:14)
A los tibios los vomita Dios y no debemos ser el vómito de nadie, ni siquiera el vómito de Él. Antes que tibio, frío, y antes que frío, caliente. Aunque de tan caliente me queme, aunque quiera decir que estoy en el infierno.
Por último, para los que crean que me extralimité con el asunto, quisiera justificarme con el pensamiento de un improbable Ortega y Gasset, tal vez borracho: “No fui yo. Fue mi circunstancia”