lunes, 31 de agosto de 2015
RODRIGUEZ PEÑA, ENTRE CORDOBA Y VIAMONTE
A la altura del
árbol número “C”, el muchacho que caminaba delante mío hizo un movimiento
ninja. Cuando estaba por apoyar su pie derecho en la vereda con todo el peso
del cuerpo, lo frenó y, desmintiendo la ley de gravedad, subió una escalera
invisible. ¿Qué fue lo que no quiso pisar? Un cadáver de murciélago, ratoncito
alado que a nadie podría asustar. Inmediatamente miró para todos lados para ver
si había testigos de su asco poco varonil. Ya se estaba quedando tranquilo cuando
sintió una mirada implacable detrás suyo. Me miró avergonzado justo cuando yo
sorteaba con un saltito canchero a la bestia fenecida.
Más adelante, en
el árbol letra “5”, un perro fino con alma vagabunda lengüeteaba, feliz, un invicto chorizo. Un señor que pasaba le
dijo a su amigo: “tengo ganas de esperar a ver qué hace, porque si no se lo
come él, me lo como yo”
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