miércoles, 31 de julio de 2013
Destierro de la melancolía
Me resisto
Puede haber un goce
En evitar
Que algún amor
O alguna esquina
Donde morí
Se vayan de mi vida
Para siempre
viernes, 26 de julio de 2013
Bulnes 1.480
Al pequeño Borges no puede habérsele escapado el detalle. Cuando iba con su padre a la casa de Carriego, o ya de muchacho, al heredar la amistad con el poeta. Debe haber visto la oscura casa donde juega una niña, a la vuelta de la calle Honduras, que en el frente tiene el año de su construcción, 1.899, y dos iniciales: J. B.
En el cuento “El Sur” Juan Dahlmann, su protagonista, “vio una
cifra del Sur (del sur que era suyo)” en ese cuchillo que un gaucho viejo
le arrojó a los pies para que pelease en un duelo, teniendo así la dicha de
elegir o soñar su muerte.
Quizás el pequeño Borges se haya sorprendido al ver sus datos
esenciales en una casa tan cercana a la del poeta Carriego. Tal vez vislumbró
una cifra del barrio de Palermo quien, como El Sur, estaba resolviendo un
destino.
jueves, 25 de julio de 2013
El bar de los gorriones
Que en Buenos Aires los gorriones se están extinguiendo,
nadie puede discutirlo seriamente. Parece que el avance de las palomas es un
peligro para ellos y si uno hace un poco de memoria cae en la cuenta de que
cada vez se los ve menos. Las antenas telefónicas parece que también los afecta.
Sin embargo, los tipos tienen sus reductos. El bar Roma, por
ejemplo. Entran al salón por un ventiluz y deambulan buscando alguna miga de
pan que se le pueda haber caído a un parroquiano. El bar almacén Roma data del
año 1.927 aunque desde1.952 funciona
solamente como bar, y queda en Anchorena y San Luis, pleno barrio del Abasto. Su
dueño es Don Jesús, asturiano de pura cepa,
y no se molesta con los pequeños visitantes porque allí cada uno va a lo
suyo. Incluso los gorriones.
martes, 23 de julio de 2013
Ignorancias
No saber adonde se va es un problema. Y no saber de donde se viene, uno mayor. En general se presentan ambas ignorancias al mismo tiempo.
viernes, 12 de julio de 2013
El restaurante
Noté que en el restaurante del matrimonio Bouton, cada vez que un comensal solicita algún plato que lleva carne, el empleado más joven del establecimiento corre a comprar a los negocios que se encuentran calle abajo.
Lo curioso es que si un cliente pide lenguado al roquefort, el chico va a la carnicería; y si lo se requiere es entrecôte, el muchacho sale lanzado en dirección a la pescadería, siguiendo siempre las indicaciones de Madame Bouton.
Soy de almuerzo frecuente en este pequeño local, así que empecé a ubicarme en la mesa pegada a la cocina, a cargo de Monsieur Bouton, para intentar develar el enigma de los pollos y lomos comprados en la pescadería, y los pescados de carnicería. Debo añadir que los platos son magníficos y que apenas se pueden divisar los movimientos del cocinero por una pequeña abertura. Es más, sólo vi una vez a Monsieur Bouton de cuerpo entero. Iba vestido de blanco inmaculado, cuchilla en mano y murmurándole algo a su esposa. En general, lo único que se ve de él es su brazo ejecutor que acerca el plato a la abertura y de inmediato, un malhumorado golpe de cuchara que le anuncia al mozo que el pedido está listo.
No puedo avanzar mucho con las investigaciones, en verdad. Es que cuando llega a mi mesa la sopa de cebollas sorprendentemente compradas en la verdulería, pierdo interés en los enigmas del matrimonio Bouton. Y en los del resto del universo, también.
sábado, 6 de julio de 2013
Suscribirse a:
Entradas (Atom)