De
niño miraba a mi madre, alta y delgada, ponerse las medias en días
de frío intenso… Y me preguntaba como aquello tan fino y casi
imperceptible en sus piernas podría resguardarla. Pero algo harían
cuando muchas mujeres las usaban y además valoraban su utilidad.
Otra
cosa que me llamaba la atención entonces eran las toquillas de lana
que, sobre todo mujeres de edad, llevaban sobre sus hombros. Bien
abrigado yo me preguntaba que por qué no utilizaban algo que las
cubriese más. Con los años descubrí el valor de ese “cubrirse en
parte”. Yo mismo hoy hago uso de algo cálido y entrañable como es
la bufanda. Escribo ahora con ella puesta, me la enrollo tras
vestirme por las mañanas y me la quito antes de acostarme. Esa
sensación agradable de llevar cubierto el cuello la descubrí un
buen día. Desde entonces de Septiembre a primavera.
Domingo
por la tarde, el día transcurre gris (nublado), frío y sin lluvia.
Tranquilo en el valle. La mañana ha estado bulliciosa y alegre. Ha
habido hogueras populares en las que se han asado chorizos y pancetas
(tocino veteado). Se celebraba el txitxiburduntzi. (*)
Hoy,
aunque sin cámara para fotografiar imágenes de la vida, como hace
Tesa, he dejado que la vida se plasme a sí misma. Y si bien la
fórmula parece poco trascendental, cosas sencillas y cotidianas, no
lo es. La vida es así.
Abro
la ventana para oír como la tarde declina al son de los
mirlos y petirrojos. Apenas se ven ya gorriones. Nada se mueve en el
pequeño pueblo donde vivo. Mañana, ese mañana que nunca llega,
pues siempre será hoy, traerá nuevas cosas por hacer, sentir, amar,
vivir...