¿Para qué necesitáis un Maestro?, le
preguntó un visitante a uno de los discípulos.
Para calentar el agua hace falta un
recipiente que sirva de intermediario entre el agua y el fuego, fue
la respuesta.
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*Ceguera.
¿Puedo ser tu discípulo?
Tan sólo eres discípulo porque tus
ojos están cerrados. El día que los abras verás que no hay nada
que puedas aprender de mí ni de ningún otro.
Entonces, ¿para qué necesito un
Maestro?
Para hacerte ver la inutilidad de
tenerlo.
(*)
Anthony de Mello. Sacerdote Jesuíta. Sal Terrae.
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Anteayer
creyó, con la mejor intención, que podría indicar algo a alguien...
Y hasta diseñó la forma de hacerlo. Lo llamó seminarios, talleres,
cursos... ¡Y hasta les puso precio!
Ayer,
paseando por el malecón del pequeño puerto pesquero, observó como
el Océano se manifestaba a sí mismo de múltiples formas. ¡Olas!
¡Olas!
Miles de olas. Millones de olas apareciendo y desapareciendo... Vio como entre ellas se diferenciaban en cinco grandes grupos. Y
como éstos se dividían en naciones, pueblos, religiones, familias,
rellanos de escalera...
¡Y
dejó de sostener opiniones acerca de nada!