viernes, 22 de agosto de 2014

¿Olas?...

*Mediación.

¿Para qué necesitáis un Maestro?, le preguntó un visitante a uno de los discípulos.

Para calentar el agua hace falta un recipiente que sirva de intermediario entre el agua y el fuego, fue la respuesta.

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*Ceguera.

¿Puedo ser tu discípulo?

Tan sólo eres discípulo porque tus ojos están cerrados. El día que los abras verás que no hay nada que puedas aprender de mí ni de ningún otro.

Entonces, ¿para qué necesito un Maestro?

Para hacerte ver la inutilidad de tenerlo.

(*) Anthony de Mello. Sacerdote Jesuíta. Sal Terrae.

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Anteayer creyó, con la mejor intención, que podría indicar algo a alguien... Y hasta diseñó la forma de hacerlo. Lo llamó seminarios, talleres, cursos... ¡Y hasta les puso precio!

Ayer, paseando por el malecón del pequeño puerto pesquero, observó como el Océano se manifestaba a sí mismo de múltiples formas. ¡Olas!

¡Olas! Miles de olas. Millones de olas apareciendo y desapareciendo... Vio  como entre ellas se diferenciaban en cinco grandes grupos. Y como éstos se dividían en naciones, pueblos, religiones, familias, rellanos de escalera...

¡Y dejó de sostener opiniones acerca de nada!

sábado, 16 de agosto de 2014

Las Biblias...

*Mitos.

El Maestro impartía su doctrina en forma de parábolas y de cuentos que sus discípulos escuchaban con verdadero deleite, aunque a veces también con frustración, porque sentían necesidad de algo más profundo.

Esto le traía sin cuidado al Maestro, que a todas las objeciones respondía: “Todavía tenéis que comprender, queridos, que la distancia más corta entre el hombre y la Verdad es un cuento”.

En otra ocasión dijo: “No despreciéis los cuentos. Cuando se ha perdido una moneda de oro, se encuentra con ayuda de una minúscula vela; y la verdad más profunda se encuentra con ayuda de un breve y sencillo cuento”.

(*) Quién puede hacer que amanezca. Anthony de Mello, S.J. Sal Terrae.

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La ayuda en sí, si bien necesaria y fundamental, no es la Verdad en sí misma.

Con mayor frecuencia de lo que se cree, y se quisiera, se tiende a divinizar el envoltorio, la ayuda, el libro, el soporte, y diluir la esencia. La Verdad.
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sábado, 9 de agosto de 2014

El árbol seco... ¡una bendición!

Tribulación.*

“Las calamidades pueden ser causa de crecimiento y de iluminación”, dijo el Maestro.

Y lo explicó del siguiente modo:

“Había un pájaro que se refugiaba a diario en las ramas secas de un árbol que se alzaba en medio de una inmensa llanura desértica. Un día, una ráfaga de viento arrancó de raíz el árbol, obligando al pobre pájaro a volar cien millas en busca de un nuevo refugio... hasta que, al fin, llegó a un bosque de árboles cargados de frutas”.

Y concluyó el Maestro: “Si el árbol seco se hubiera mantenido en pie, nada hubiera inducido al pájaro a renunciar a su seguridad y echarse a volar”.

(*) Quién puede hacer que amanezca. Anthony de Mello. Edt: Sal Terrae.

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“Pueden ser causa...”. No que necesariamente lo sean! Esto siempre estará sujeto a la persona en sí. Si algo sucede en tu vida, el árbol se cae, tiene su razón de ser. Y sólo a ti atañe. ¡Individualmente! No en conjunto. No en familia, pueblos o naciones.

Y si se quisiese extrapolar esta situación, individual, a grupos, piénsese que éstos son sencillamente suma de individuos. Suma de individualidades.

La enseñanza de este otro Maestro, Jesús, cobra aquí toda su relevancia, aunque aparentemente en sentido inverso, no hay calamidad en ti.

“Caerán mil a tu lado y diez mil a tu diestra pero a ti no han de tocarte”.

Ese a ti, que eres tú, también es los mil y los diez mil...

domingo, 3 de agosto de 2014

¿qué decir de ella?...


El texto de Marinel sobre “Y esa lluvia de estío tras tórrida luz..., ¿qué decir de ella?”, me ha recordado la mañana de un ayer, 1958, en la que, y desde la puerta de nuestra casa en la costa ibicenca, contemplaba como la tormenta de verano, breve e intensa, descargaba el aguacero sobre los campos sedientos.

A resguardo de la lluvia contemplaba la cortina de agua con que el cielo humedecía aquella tierra, tierra de alma, toda, hacia la tierra mía...

El intenso aroma a tierra mojada lo impregnaba todo. El silencio se cobijó bajo las higueras cargadas de frutos. Los pájaros, en un intento de guarecerse, elevaron su vuelo tan alto que sobrepasaron las nubes. No había nadie en casa, nadie a mi alrededor... Nada. A penas un pensamiento surgió, o llegó desde fuera...

Asomando la cabeza a la calle miré hacia la derecha, tres casas más acompañaban la nuestra... Seguía lloviendo...

¿Y si detrás de la última casa, dónde no veo, dónde no estoy, no llueve? Y tuve la certeza de aquella lluvia que caía ante mí era porque yo estaba allí.
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Y de que no hay una sola realidad para todos. 
De ahí las palabras de Aquel: 
"Caerán mil a tu lado y diez mil a tu diestra pero a ti no han de tocarte".
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