Martes de resaca emocional. Despertar con la cama fría y la mente vacía. Mi estómage ruge, mis oídos me reporochan el alta música de ayer.
¿Seguro que hoy es martes?
Soy la degradación absoluta, soy el infierno en la tierra. Al fin y al cabo, todos venimos para morir. ¿Quién dijo eso? Miro por la ventana y veo un mundo lleno de vida y muerte al mismo tiempo. La Tierra, cementerio de elefantes. Aún siento sus labios rozando los míos y el corazón latiéndome a mil por hora. Y a pesar del puñetazo, cada molécula de quien soy quería seguir siendo devorada por aquel beso. ¿Es eso normal?
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miércoles, 25 de septiembre de 2013
Miércoles
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domingo, 13 de enero de 2013
Where is my mind?
Miro nerviosa el reloj del móvil bajo el paraguas. Ahí está, sentado, en la misma mesa de siempre, la misma cafetería de siempre, con la misma mirada perdida de siempre. Entraré y nos daremos dos besos, ¿cómo te va la vida?, con una sonrisa que parecerá sincera con la luz cálida del lugar. Hace seis meses que no lo veo. Seis meses desde nuestro último encuentro. Encuentro de tantos otros encuentros fugaces que siempre acaban con cierto sabor a decepción y a recomfort. El corazón vuelve a latir en mi pecho con normalidad al pensar que esta vez no será distinta, que volveré a casa bajo un paraguas vacío mientras él corra a cojer rápidamente su moto para no llegar tarde a cenar.
Y no podía estar más lejos de la realidad. Al entrar, mi garganta decide llevarse el diálogo ya aprendido a base de tanto repetirlo a mi estómago. Me quedo de pie, mirándolo con curiosidad, intentando adivinar qué hay bajo esa expresión de falsa melancolía en su rostro, que ahora sólo se fija en mí. Sacudo la cabeza con suavidad, y al fin logro pronunciar algunas palabras a tropezones. Me quito el abrigo, pido un capuccino en esta tarde de frío. Me siento sin descolgarme el pequeño bolso cruzado en mi tronco. Su mirada inquisitiva sigue pidiéndome algo que no sé descifrar, y el miedo me oprime el estómago. El silencio se apodera de esta mesa, creando una burbuja entre nosotros lejos de las conversaciones ajenas y voces chillonas del local.
Necesito aire, necesito escapar de sus ojos, su mirada, sus sentimientos. No sé qué hago aquí. Salgo corriendo hasta el fondo de la cafetería y pulso el botón que encenderá una luz automática durante unos minutos. Entro en el baño confundida, me miro al espejo. Apoyo las manos, una a cada lado de la pica, mientras suspiro. ¿Qué narices hago aquí?, me repito una y otra vez. ¿Por qué nos hacemos esto?
Cierro los ojos para que mis párpados retengan lágrimas llenas de furia. ¿Es posible sentir tantas cosas a la vez? Escucho la puerta corredera abriéndose tras de mí y veo por el espejo su alta silueta. Nos quedamos así, mirándonos en silencio, a través de un espejo que parece una muralla. Cierra la puerta a sus espaldas sin mirarla siquiera.
- ¿Qué...?
Y de mis labios no puede salir ninguna palabra más. Su mirada los ha sellado, ahogando mi voz. Y así permanecemos, un segundo, dos minutos, tres horas, siete vidas, mirándonos, con los ojos empañados de confusión y los iris teñidos de sentimientos escondidos. En un parpadeo percibo que se acerca, su pecho casi roza mi espalda y noto su inconfundible aliento en mi nuca casi desnuda. Siento un escalofrío que no llega a manifestarse en mi piel. Su cara es el pleno reflejo de la tristeza, pero el gesto en sus labios me indica que va a hacer algo que no quiere hacer. Algo que no debe hacer. Algo que sí quiere hacer. Estoy paralizada. Sus manos se posan sobre las mías y miro al suelo, como si desviando la mirada pudiera evitar algo. Y, sin darme cuenta, estoy de cara a él, con los ojos muy abiertos y las pestañas empapadas, después de que me haya dado la vuelta bruscamente con sus manos, y aprieta sus labios ferozmente contra los míos. Quiero escapar. ¿Pero dónde están mis fuerzas? Sus manos parecen de hierro sobre mis brazos de mantequilla y mis lágrimas empiezan a bañar nuestras mejillas. He estado tanto tiempo esperándote...
Me dejo llevar. Le respondo a ese beso con furia, con dulzura, con amargura. Le respondo con todas las palabras antes silenciadas, con todas las miradas de reojo y todo el orgullo de estos años. La luz automática del lavabo se apaga y casi ni me inmuto. Siento una explosión de algo indescreptible dentro de mí. Es como escuchar música psicodélica, como probar algo por primera vez, como bajar con fuerza en una atracción. Y es mucho mejor que las cosquillas en mi brazo después de una de sus caricias no intencionadas, mucho más fuerte que el dolor que me oprimía el pecho después de decirle adiós y volver a la cama vacía de mi casa.
Pero, al salir de esta cárcel de sentimientos inmortalizada en el lavabo de una gran cafetería, todo volverá a tener el mismo sabor a vacío de siempre. Saldré corriendo, y él no me seguirá. Se quedará en el oscuro recuerdo de lo que acaba de pasar, pasmado, intentado averiguar si ha sido verdad, tratando de pensar cómo lo sobrellevará en la rutina de los próximos días. Olvidaré, con las prisas, el paraguas, la chaqueta, mi vida. Mis lágrimas seguirán brotando contra las órdenes de mi orgullo, mientras piense en cuánto tardaremos en volvernos a hablar esta vez. Quizás esta vez haya sido la gota que colme el vaso, y al fin dejemos de fingir que no nos hacemos daño. ¿Significa esto que jamás volveré a ver su sonrisa, tan perfectamente grabada en mi memoria?
Y, al correr por las calles oscuras de la ciudad, empapándome de esta lluvia oportuna, me reprocharé la cobardía que ayuda a mis piernas a escapar de algo que he estado esperando todas las tardes de domingo de mi vida.
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martes, 28 de agosto de 2012
La sociedad del saco
Mil temores cruzan tu mente a diario. ¿Y si llego tarde? ¿Y
si pierdo el tren? ¿Y si le dijera algo la mujer con la que me cruzo cada día?
¿Y si me atropellaran? ¿Y si hiciera el ridículo? ¿Y si cayera al suelo? ¿Y si
de repente pasara algo terrible? ¿Y si suspendiera? ¿Y si hubiera olvidado
algo?
Aprendemos a tener miedo desde pequeños. Algunos lo superan,
otros muchos apenas lo sienten. Pero la gran mayoría lo siente al acecho, día
tras día, sobre sus hombros. Desde el temor más ridículo hasta el más
justificado, desde el terror de quedarse sin casa, familia, y llegar a la
desgracia, hasta el simple detalle imperceptible de no saber si sonreír o no a
esa persona con la que, sin conocerla, te pasarías horas hablando.
El mundo no va bien. ¿Acaso alguna vez lo ha ido? Y eso
explica el estrés, las crisis, las fobias, todo lo que acumulamos en nuestro
interior y que no todos somos capaces de exteriorizar. Las enfermedades del
nuevo milenio, decían. Y así crecemos, cada uno con sus preocupaciones, según
su edad, su estilo de vida, su nivel económico, su educación, su residencia.
Quién sabe cuáles serán las verdaderas variables que determinarán si una
persona será atrevida o miedosa.
Yo, por ejemplo, soy miedosa. Tengo miedo a la oscuridad,
terror a los insectos, siento repugnancia hacia la sangre. ¿Suena a tópico,
verdad? Es posible. Pero, por encima de todo, tengo miedo a no superar los
miedos más superficiales que me acechan en el día a día. ¿Dejaré algún día de
ser vergonzosa? ¿Por qué no hago lo que quiero si lo tengo delante de mis
narices? ¿Seré capaz de enfrentarme algún día a esa persona? ¿Seré capaz de
besar a aquella otra?
A veces soy tímida. De pequeña lo era mucho, muchísimo. Pero
con el tiempo he aprendido a superar la timidez en muchas situaciones. Me gusta
saber de la gente, acercarme a ella y tratar de conocerla. Saber qué opinan,
qué esperan. Me gusta descubrir las vidas de las personas. Qué piensan, qué
sienten, qué viven. Sin embargo, en muchas otras ocasiones de las anteriormente
nombradas, la vieja costumbre me supera. ¿Y si algún día encontrase alguien a
quien vale la pena realmente hablar? ¿Te puede gustar alguien sin saber quién
es? ¿Se puede ser capaz de saber si alguien encajará contigo sólo con la rutina
que compartís? ¿Cuánto se puede saber de alguien basándose solamente en sus
gestos, su mirada, y esas palabras contadas que cruzáis por cortesía en su
trabajo? Y, si la encuentras fuera del ámbito usual, te paralizas, dejas de
verla como una persona normal para verla como la persona que podría ser. Y eso
es lo peor. Pensar en quién puede convertirse alguien sin saber cómo es.
Al final, acaba resultando lo mismo. El miedo vence. El
miedo a un simple saludo que resulte en la total indiferencia, el miedo a un
hilo de voz roto que presagie torpeza. El miedo con el que vivimos siempre y
que se acaba apoderando de tu vida diaria.
Y yo pregunto, ¿cómo vencer ese miedo? No el miedo a
hablarle a alguien por primera vez. No el miedo a perder el trabajo, ni el
miedo a morir. El miedo a vivir. Porque, reconozcámoslo, eso es lo que más nos
aterra de todo, como bien dice el poema de Eduardo Galeano…
“El hambre desayuna miedo. El miedo al silencio aturde las
calles. El miedo amenaza:
Si usted ama, tendrá sida.
Si fuma, tendrá cáncer.
Si respira, tendrá contaminación.
Si bebe, tendrá accidentes.
Si come, tendrá colesterol.
Si habla, tendrá desempleo.
Si camina, tendrá violencia.
Si piensa, tendrá angustia.
Si duda, tendrá locura.
Si siente, tendrá soledad.”
Si fuma, tendrá cáncer.
Si respira, tendrá contaminación.
Si bebe, tendrá accidentes.
Si come, tendrá colesterol.
Si habla, tendrá desempleo.
Si camina, tendrá violencia.
Si piensa, tendrá angustia.
Si duda, tendrá locura.
Si siente, tendrá soledad.”
Cada vez que lo leo, pienso, ¿hace falta decir algo más? Y a
la vez me aturde el pensamiento de cómo nosotros mismos creamos nuestros peores
miedos. Nosotros, la sociedad, un término que engloba una idea abstracta de la
cual siempre nos quejamos pero de la cual también formamos parte. Y con ello no
quiero decir que esté a favor de fumar ni del cáncer. Quiero decir que, a
menudo, guiamos más nuestras acciones por miedo a las consecuencias, que
tendemos a ver negativas, que no por la satisfacción que nos puedan dar en el
acto. “Si duda, tendrá locura. Si siente, tendrá soledad”. Si vive, tendrá
miedo.
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domingo, 1 de julio de 2012
Porcelain
He soñado con un beso lento y dulce. El típico filtro blanco que llena de ternura e inocencia las escenas de algunas películas parecía cubrir, como un fino velo transparente de fragilidad, mi vista. Sentía que yo era ella, la chica besada que besaba, pero veía el beso desde otro punto de vista. Era la espectadora con mis ojos de lo que sentía con mi propia piel. Pero si yo era ella, ¿quién era él?
El chico de pelo castaño estaba delante de su cara. Una mano de piel olivácea separaba un mechón rebelde que escondía la femenina cara para guardarlo tras su oreja y acabar sobre su hombro desnudo. Mientras, su otra mano, la derecha, la cogía lentamente de la cintura para acercarla mejor a sí mismo. Él no lo sabía, pero el corazón de la chica empezaba a bombear la sangre con más ganas, más vitalidad. La robusta mano izquierda del chico viajaba hasta su cuello, sorteando la oreja con sus dedos, para poder así juntar mejor sus labios temblorosos con los de ella. Lo que ella tampoco sabía aún, era que el corazón del chico empezaba también a latir con más fuerza que nunca, a pesar de la falsa apariencia de calma externa. Cuando el beso se produjo, todo empezó a vibrar un poco. Con suavidad, como un murmuro, nada temblaba, pero el aire había decidido vibrar, como el dulce zumbido de una muda melodía que los llevaba a querer más de sí mismos poco a poco...
El beso inocente fundía pausadamente las dos bocas, cada una con sed de la otra, para irse transformando en una sola. La respiración de ambos era aún bastante tranquila, hasta el momento en que ella decidió dejar sus manos alrededor del cuello del chico, sobre el cual notaba una barba recién cortada, y descubría el acelerado pulso del corazxón que quería explorar.
Las pieles, a pesar de morenas, parecían de porcelana, contagiadas por la fragilidad de aquel primer beso...
El chico de pelo castaño estaba delante de su cara. Una mano de piel olivácea separaba un mechón rebelde que escondía la femenina cara para guardarlo tras su oreja y acabar sobre su hombro desnudo. Mientras, su otra mano, la derecha, la cogía lentamente de la cintura para acercarla mejor a sí mismo. Él no lo sabía, pero el corazón de la chica empezaba a bombear la sangre con más ganas, más vitalidad. La robusta mano izquierda del chico viajaba hasta su cuello, sorteando la oreja con sus dedos, para poder así juntar mejor sus labios temblorosos con los de ella. Lo que ella tampoco sabía aún, era que el corazón del chico empezaba también a latir con más fuerza que nunca, a pesar de la falsa apariencia de calma externa. Cuando el beso se produjo, todo empezó a vibrar un poco. Con suavidad, como un murmuro, nada temblaba, pero el aire había decidido vibrar, como el dulce zumbido de una muda melodía que los llevaba a querer más de sí mismos poco a poco...
El beso inocente fundía pausadamente las dos bocas, cada una con sed de la otra, para irse transformando en una sola. La respiración de ambos era aún bastante tranquila, hasta el momento en que ella decidió dejar sus manos alrededor del cuello del chico, sobre el cual notaba una barba recién cortada, y descubría el acelerado pulso del corazxón que quería explorar.
Las pieles, a pesar de morenas, parecían de porcelana, contagiadas por la fragilidad de aquel primer beso...
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martes, 22 de mayo de 2012
voyage, voyage
Froid dans le train,
hambre en el estómago.
Y esas ansias de viajar,
viajar, conocer, soñar.
Tears on my eyes,
lentillas sucias.
El privilegio de comprender
aquello que otros no sabrán ver.
Luna de Coco
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lunes, 19 de diciembre de 2011
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domingo, 18 de diciembre de 2011
Noche.
Silencio. Y el crugir de las olas a mis pies. El mar baila al ritmo de una minúscula luna creciente. Otear el horizonte es imposible en una oscuridad tan absoluta en la que mar y cielo se confunden con el más puro negro.
El aire es limpio pero la sal corta mis labios. Mis pies se esconden en la fría arena que no tiene secretos en mi cuerpo.
Shh... Parece que insinúe el Mediterráneo que me arropa con cierta inocente sensualidad. Pero yo estoy inmóvil. La soledad me envuelve. Me persigue tras los brazos que me rodean y me ofrecen su cobijo, ante tal acecho.
Mi mirada está perdida en el océano, pero pertenede a los ojos verdes en la oscuridad que me piensan.
- ¿En qué piensas?- suena la voz dulcemente grave que se acomoda en mi oído derecho.
Me tomo mi tiempo para vencer ese silencio que parecía tan único.
- ¿No crees que todo está muy... muy Noir?
- ¿Noir?- pregunta él, sin entenderme.
- Negro. Tan negro es el mar a lo lejos y tan negro es el cielo distante que se pierden ambos en la espesura de esa oscuridad tan homogéneamente...
Él sonríe y me besa. Aún sentía el ácido sabor a lima en su paladar.
La noche empieza así, a tener sabor a mojito y a arena en mi pelo, a compartir calidez y volver a susurrar su nombre en suspiros al llegar a su habitación...
Abrimos una botella de whisky y charlamos entre besos fugaces. Él ya no es sólo mi amante, de repente se empieza a parecer a un amigo. La dulcura de sus ásperas manos vence mis palabras y caemos rendidos, víctimas de nuestro propio abrazo, sobre esa cama que tan bien nos conoce. Siento que estoy sobre una nube a medida que sus labios descienden con paciencia por mi garganta. Nos encanta dar vueltas en la cama con los efectos del alcohol aún tan latentes en nuestras cabezas...
Y en un momento así dejo de darme cuenta de nada y de pensar en el resto del mundo. Por fin estoy en un lugar estando en él y soy quien soy. Él ama mi cuerpo y por ello yo msoy capaz de quererme a mí misma...
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martes, 27 de septiembre de 2011
¿Cómo vas a ser mi amiga, si por ti daría la vida?
Olvidarte, olvidar lo nuestro, es como olvidar quién soy. No preguntes el porqué, lo sabes demasiado bien. Té amé y aún te quiero. Añoro cada uno de los poros de tu piel, tan suaves al tacto. Tus suspiros al sentir mis labios sobre tu cuello. Tus uñas sobre mi espalda, tus manos dibujándome fantasías mientras me susurrabas que nunca te dejara. Y jamás lo hice. Tú no puedes decir lo mismo.
Fueron tan efímeros, tan fugaces, esos días a tu lado... El sentimiento más fuerte que jamás nadie haya podido sentir ha sido mi amor tan lleno de cariño y admiración a ti. Te he adorado tanto que he llegado a odiar tu imperfecta perfección.
No puedes pues, pedirme que lo dejemos y que, sin más, me olvide de ti, de tu pelo, tu sonrisa y de tus besos. Manso era el tacto de tus cobrizos cabellos, enredados entre mis dedos, que ondulantes se excitaban cuando el viento les hacía volar... Y sintiendo tu olor, te observaba tan de cerca que costaba respirar. Toda la belleza de un atardecer en el mar se reflejaba entonces en tu profunda mirada.
Qué labios más dulces, más agrios, más salados, más amargos, los tuyos. Tiernos al encuentro, agrios al enfado. Salados cuando bailábamos al mecer de las olas del mar. Amargos al adiós.
Bellas tus manos. Suaves y traviesas, tan inocentemente atrevidas eran las únicas capaces de diseñar imágenes surrealistas sobre mi tímida piel haciendo explotar en mí mil sensaciones electrizantes con sólo una caricia. Hechizantes tus piernas, las mismas que me atrapaban en las sofocantes noches de agosto en tu cama y que me hacían desear convertirme en su eterno prisionero. Tu blando pecho se convertía así en mi almohada y tus mejillas en mi escudo nocturno. Tus brazos se apoderaban de mí encarcelándome en tu libertad. Dime, ¿cómo se borra todo de la mente? ¿Cómo se dejan atrás todas las horas en las que nos fundimos con una simple mirada? ¿Cómo se quitan tus gemidos de mi cabeza? ¿Cómo se olvidan mis labios de tus yemas? ¿Cómo se deja de lado una parte así de mi vida?
No me pidas la Luna. Sólo tú eres capaz de hacer llegar a una persona hastá más allá de las profundidades del universo. Así que no me supliques que te olvide, no me pidas que te ayude a dejarme. No me obligues a olvidarte. No me instes que deje de sentir las nubes en mis pies, las manos sobre el mar; no me obligues a dejar de sentir lo que siento estando enamorado de ti...
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miércoles, 21 de septiembre de 2011
Zarité (La Isla bajo el mar)
La primera vez que lo vi estaba tirado boca abajo en el hospital de esclavos, cubierto de moscas. Lo incorporé con dificultad para darle un chorro de tafia y una cucharadita de las gotas del ama, que me había robado de su frasco azul. Enseguida comencé la tarea ingrata de limpiarlo. Las heridas no estaban demasiado inflamadas, porque Cambray no pudo echarles sal y vinagre, pero el dolor debía de ser terrible. Gambo se mordía los labios, sin quejarse. Después me senté a su lado para cantarle, ya que no conocía palabras de consuelo en su lengua. Quería explicarle cómo se hace para no provocar a la mano que empuña el látigo, cómo se trabaja y se obedece, mientras se va alimentando la venganza, esa hoguera que arde por dentro. Mi madrina convenció a Cambray de que el muchacho tenía peste y más valía dejarlo solo, no fuera a dársela a los demás de la cuadrilla. El jefe de capataces la autorizó para instalarlo en su cabaña, porque no perdía las esperanzas de que Tante Rose se contagiara de alguna fiebre fatal, pero ella era inmune, tenía un trato con Légbé, el loa de los encantamientos. Entretanto yo empecé a soplarle al amo la idea de poner a Gambo en la cocina. No iba a durar nada en los cañaverales, porque el jefe de capataces lo tenía en la mira desde el principio.
Tante Rose nos dejaba solos en su cabaña durante las curaciones. Adivinó. Y al cuarto día sucedió.
Gambo estaba tan abrumado por el dolor y por lo mucho que había perdido -su tierra, su familia, su libertad- quequise abrazarlo como habría hecho su madre. El cariño ayuda a sanar. Un movimiento condujo al siguiente y me fui deslizando debajo de él sin tocarle las espaldas, para que apoyara la cabeza en mi pecho. Le ardía el cuerpo, todavía estaba muy afiebrado, no creo que supiera lo que hacíamos. Yo no conocía el amor. Lo que hacía conmigo el amo era oscuro y vergonzoso, así se lo dije, pero no me creía. Con el amo mi alma, mi ti-bon-ange, se desprendía y se iba volando a otra parte y sólo mi corps-cadavre estaba en esa cama. Gambo. Su cuerpo liviano sobre el mío, sus manos en mi cintura, su aliento en mi boca, sus ojos mirándome desde el otro lado del mar, desde Guinea, eso era amor. Erzuli, loa del amor, sálvalo de todo mal, protégelo. Así clamaba yo.
-Isabel Allende
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domingo, 31 de julio de 2011
viernes, 29 de julio de 2011
la magia de la música
¿No te ha pasado nunca? Que escuchas una canción, una pieza, algo de música. No de esa sugerente, sino una suave melodía que te sube el tono melancólico al alma. Y empiezas a pensar, estirada sobre el sofá, un día estival de lluvia, en el que casi hace frío para la poca ropa que llevas... Imaginas, sueñas, indagas. Vagas por tu mente y si cierras los ojos ves las cosas que te gustaría que sucedieran. Y te dejas llevar por esa música que sin serlo, tiene algo de especial para ti... Materializas tus sueños en tus labios si hablas en susurros y en tus ojos si aunque, manteniéndolos cerrados con fuerza para que ese instante no escape, se derraman algunas lágrimas que, consolándote, te acarician esas mejillas que durante tanto tiempo nadie ha tocado con tanta dulzura...
Piano. Guitarra. Violín. O simplemente una voz. Te envuelve, te manipula de una manera espeluznante, pero que incluso llega a excitarte. Y si estás totalmente sola, imaginas unas manos firmes sobre tu piel, unos labios sobre tu torso, unas pestañas sobre tu vientre, un aliento sobre tus caderas... De repente el frío desaparece, porque la soledad te abraza en tus sueños, convertida en alguien que no conoces ni sabes si existe, pero a quien amas en tu imaginación. Y te sientes tan bien... Atraparías ese momento que, por mucho que no sea material, es real en tu mente. Es verdadero, sincero, algo íntimo. Algo que quizás jamás compartas con nadie.
Y la música sigue hechizando el momento de embriaguez... Una sonrisa tímida de labios desvía las lágrimas que vienen directas del corazón. Sigues en tu sueño... Y lo mejor es que estás despierta, por tanto sólo perderás el momento al abrir los ojos, pero no la sensación, quizás. Besas un cuello, acaricias unos brazos... Suspiras sobre un ombligo, gritas al viento, que, desafiante, remueve tus cabellos. De repente estás sobre una moto, navegando las carreteras marítimas en silencio y soledad.
Soledad hasta que te das cuenta que las mismas
manos firmes de antes te atrapan la cintura mientras conduces. Ahora no te preocupa que no existan tales manos, ni que no sepas conducir. Sólo sabes que la música acaba, y con ella, esa sensación, ese momento, ese instante... Esa magia que desaparece cuando abres los ojos y vuelves a escuchar y ver la lluvia en tu ventana, que borra las marcas antiguas de agua sobre el cristal pero no los recuerdos que tú quisieras olvidar...
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miércoles, 27 de julio de 2011
j'ai envie de toi. j'ai bessoin de toi.
Ganas de llorar.
Ganas de ti.
Ganas de ti.
Ganas de algo utópico.
Ganas de mirarte con picardía.
Ganas de que el tiempo se pare.
Ganas de tus abrazos.
Ganas de tus abrazos.
Ganas de morderte el labio.
Ganas de no necesitar respirar.
Ganas de que me toques.
Ganas de tus besos.
Ganas de mis lágrimas.
Ganas de tus caricias.
Ganas de un martes en la cama.
Ganas de esa cama contigo en ella.
Ganas de besarte.
Ganas de no tener ganas.
Ganas de tenerte.
Ganas de tenerte.
Ganas de algo bucólico.
Ganas de ti.
Ganas de llorar.
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viernes, 22 de julio de 2011
no sé
Por una mirada, un mundo;
por una sonrisa, un cielo;
por un beso... yo no sé
qué te diera por un beso.
G. A. Bécquer
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viernes, 15 de julio de 2011
Los besos
No te olvides, temprana, de los besos un día.
De los besos alados que a tu boca llegaron.
Un instante pusieron su plumaje encendido
sobre el puro dibujo que se rinde entreabierto.
Te rozaron los dientes. Tú sentiste su bulto,
en tu boca latiendo su celeste plumaje.
Ah, redondo tu labio palpitaba de dicha.
¿Quién no besa esos pájaros cuando llegan, escapan?
en tu boca latiendo su celeste plumaje.
Ah, redondo tu labio palpitaba de dicha.
¿Quién no besa esos pájaros cuando llegan, escapan?
Entreabierta tu boca vi tus dientes blanquísimos.
Ah, los picos delgados entre labios se hunden.
Ah, picaron celestes, mientras dulce sentiste
que tu cuerpo ligero, muy ligero, se erguía.
Ah, los picos delgados entre labios se hunden.
Ah, picaron celestes, mientras dulce sentiste
que tu cuerpo ligero, muy ligero, se erguía.
¡Cuán graciosa, cuán fina, cuán esbelta reinabas!
Luz o pájaros llegan, besos puros, plumajes.
Y oscurecen tu rostro con sus alas calientes,
que te rozan, revuelan, mientras ciega tú brillas.
Luz o pájaros llegan, besos puros, plumajes.
Y oscurecen tu rostro con sus alas calientes,
que te rozan, revuelan, mientras ciega tú brillas.
No lo olvides. Felices, mira, van, ahora escapan.
Mira: vuelan, ascienden, el azul los adopta.
Suben altos, dorados. Van calientes, ardiendo.
Gimen, cantan, esplenden. En el cielo deliran.
Mira: vuelan, ascienden, el azul los adopta.
Suben altos, dorados. Van calientes, ardiendo.
Gimen, cantan, esplenden. En el cielo deliran.
Vicente Aleixandre
viernes, 8 de julio de 2011
lunes, 6 de junio de 2011
mi life without me
- Si no me besas ahora, me pongo a gritar.
-...
-AHHHHHHHHHHHHHH
-¡Cállate!
-...
-AHHHHHHHHHHHHHH
-¡Cállate!
Mi vida sin mí
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martes, 19 de abril de 2011
efímeros recuerdos
i played them for you.
A moment,
a love,
a dream,
a laugh,
a kiss,
a cry,
our rights,
our wrongs...
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