Los alumnos de bachillerato se dispersan por los pasillos después de que suene el timbre. Nadie diría que hay algo diferente en sus pasos, en sus conversaciones o en el modo de derrumbarse sobre el césped del patio. Sin embargo, es la última vez que lo harán. Los observo desde la ventana y casi podría decir que espero una pequeña hecatombe de miradas, un gesto de complicidad, algo que los haga conscientes de esta última vez, pero nada sucede.
El aire de la primavera caprichosa sigue siendo frío y una
bandada de nubes cubre las expectativas de una tarde de molicie en el espigón
del muelle. Se dispersan en grupos, algunos bromean, otros se afanan con el
móvil, la mayoría sale ordenadamente hacia la calle. La última vez se diluye en
el aire sin que nadie quiera retenerla.
Quizás es mejor así, querida Lula, soy ya lo bastante viejo como para haber aprendido a dejarlos ir. A lo largo de los últimos años he visto cómo se modelaban sus cuerpos excesivos o insuficientes, cómo se fueron cubriendo de una costra de rutina que poco a poco silenció la inevitable arrogancia adolescente. He asistido a la historia de esa mochila agujereada y esa carpeta carcomida por los bordes, llena de fotos felices y de versos. He ido puliendo, como un artesano, sus letras desmañadas, sus cuadernos sin tapas, sus bolígrafos mordisqueados, sus gruñidos de lunes insomne… He navegado en su euforia o su tristeza y hasta es posible que ellos lo hayan hecho también en las mías sin yo saberlo.
Quizás es mejor así, querida Lula, soy ya lo bastante viejo como para haber aprendido a dejarlos ir. A lo largo de los últimos años he visto cómo se modelaban sus cuerpos excesivos o insuficientes, cómo se fueron cubriendo de una costra de rutina que poco a poco silenció la inevitable arrogancia adolescente. He asistido a la historia de esa mochila agujereada y esa carpeta carcomida por los bordes, llena de fotos felices y de versos. He ido puliendo, como un artesano, sus letras desmañadas, sus cuadernos sin tapas, sus bolígrafos mordisqueados, sus gruñidos de lunes insomne… He navegado en su euforia o su tristeza y hasta es posible que ellos lo hayan hecho también en las mías sin yo saberlo.
Dentro de unos días, la directiva del centro celebrará un
acto oficial de despedida. Habrá discursos, camisas planchadas, ojos pintados,
tacones y vestidos de fiesta. Habrá fotos, muchas fotos y es posible que
lágrimas en una ceremonia autocomplaciente y catártica. Pero nada quedará de
este instante en que los observo alejarse de las aulas para siempre.
No espero su agradecimiento, ni una palabra de despedida, ni
siquiera aspiro a su recuerdo. Creo que han pagado con creces todo aquello que
pudieran deberme porque en algún momento de estos años pasados he visto el
destello de la curiosisdad en su miradas. En algún momento del invierno he
vivido ese efímero instante en el que mis palabras fueron las
suyas, tal vez para siempre.
Querida Lula, recibe un abrazo de tu -cada vez más- viejo
y cansado profesor.
5 comentarios:
Y recibo otro abrazo de un blogger amigo por una gran entrada.
No recuerdo cuando descubrí estas entradas. Pero a lo largo de los años las espero, las busco entre los días. Gracias por compartirlo.
Meri.
Un beso DAVID.
Gracias por decirlo, Meri.
Es larga la tradición literaria -y cinematográfica- de adioses docentes.
Muy buen relato, Lula.
Es la primera vez que entro en este blog y que suerte poder leer una entrada tan pistonuda. Mi admiración por la forma y por el fondo y mi reconocimiento por haberla escrito.
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