Todos los seres viven unos instantes de éxtasis, que señalan el momento culminante de su vida, el instante supremo de la existencia. Y ¡oh paradoja de la vida!, el éxtasis brota en la plenitud de la existencia, pero con el completo olvido de la existencia misma. El éxtasis, olvido del vivir, transporta al artista, trémulo de emoción, fuera de sí mismo, como envuelto en un sudario en llamas; el éxtasis se apodera del soldado ebrio de sangre cuando el calor de la batalla sin cuartel avanza impasible bajo la granizada de metralla; el éxtasis, en fin, hacía delirar a Buck cuando, al frente de la manada, lanzaba el ancestral aullido del lobo y se arrojaba tras la carne palpitante que corría sobre la tierra helada, bajo el tenue y pálido fulgor de la luna llena. Su aullido brotaba de las recónditas profundidades de su ser, más hondas que él mismo, como si surgiera desde el insondable abismo del tiempo. Le arrebataba el impulso de la vida triunfante, la creciente oleada del ser, el deleite de los músculos tensos, de las articulaciones, de los nervios, de la existencia y del movimiento, que le hacían saltar alborozado y delirante bajo la luz de las estrellas sobre la materia inerte e inmóvil que duerme el eterno sueño de la muerte.
La llamada de lo salvaje. Jack London
He leído por ahí que el lado salvaje de la vida tiene un caminante menos...