Ninguna cruz, ninguna lápida, ningún epitafio. El gran hombre que, como ningún otro, había sufrido por su nombre y por su fama, fue enterrado anónimamente, igual que un vagabundo encontrado por casualidad o un soldado desconocido. Nadie se ve privado de acercarse a su tumba; la pequeña valla de madera no está cerrada. Nada guarda la quietud de aquel hombre inquieto, salvo el respeto de los hombres. (...) esta tumba conmovedora en su anonimato, magnífica en su silencio, perdida en medio del bosque y rodeada sólo del susurro del viento; sin mensaje, sin palabras.
El mundo de ayer. Stefan Zweig