Salta un coche negro tres esferas rojas.
La tierra reclama su apetito con voces intensas.
Pervives y remas. Brazos que se mueven y hacen cosas.
Burbujas de hielo parpadean a velocidad de lluvia.
El vendedor de tiempo vocea en la esquina
que acaba de inventar la ortopedia.
Tus manos mojan y se mojan.
Nos desnudamos en el interior de un pronóstico.
Aquí la meteorología es una ciencia exacta y consciente de cualquier error sintomático.
Tras la recogida del diente y los naipes rasgados de barro rojo todo vuelve a su raíz y alegoría.
Calma. Luz de otros veranos cuando las lágrimas eran las gotas frías de un final
o resbalaban sed y frescura en un cristal con forma
de botijo.