Las jacarandas, o jacarandás, son unos árboles sorprendentes. No resultan especialmente vistosos, y durante el invierno su tronco y sus ramas desnudas no tienen el porte suficiente como para llamar nuestra atención. Sin embargo, cuando llega el mes de mayo es imposible no darse cuenta de su presencia. Sus ramas se visten de un hermoso color morado claro, delicado y aristocrático, que cambia el árbol por completo y lo convierte durante más de un mes en el centro de la atención de los paseantes sensibles a la belleza.
En Sevilla hay muchas jacarandas, seguramente desde la época del descubrimiento de América, de donde es originario este árbol. Cuando yo era pequeño iba a esperar el autobús del colegio junto a mis hermanos, y la parada estaba justo debajo de un magnífico ejemplar. Recuerdo que fabricábamos espadas con las ramitas de sus primeros brotes verdes, y los duelos eran sin cuartel. El que conseguía la espada más gruesa ya tenía mucho ganado. El suelo estaba completamente cubierto por sus flores, que aplastábamos entre el índice y el pulgar para extraer un líquido blancuzco. Era lo más parecido a ordeñar una flor. Han pasado muchos años, quizá demasiados, pero cuando veo una jacaranda en flor me acuerdo inmediatamente de esa parada de autobús, junto al muro de San Juan de Dios.
lloraba flores
aquella jacaranda
de mi niñez