No creas que te has ido de mi lado,
te tengo a cada instante en mi retina,
me aferro sin querer, desesperado,
a tu rostro perdido en la neblina.
Jamás podré llenar lo que has dejado,
mi cuerpo llorará mientras camina
hacia el negro lago al que has llegado,
Euridice querida, alma divina.
No temía a la muerte ni a la vida
hasta la noche trágica en que vi
que la eternidad no era para tanto.
Sé que el tiempo no cura esas heridas,
y en el momento en que te conocí
se puso en marcha el contador del llanto.