El hombre habita un
espacio; al menos eso nos indican nuestros sentidos. El espacio que habitamos
es la referencia más evidente que tenemos del discurrir de nuestra vida, y está
formado por una porción más o menos grande del planeta Tierra, con una
diversidad asombrosa, aunque por lo general nos movemos en un tramo muy
reducido, incluso hoy en día con las posibilidades de viajar rápidamente.
Sabemos también que hay otros espacios fuera de nuestro planeta, en el
Universo, en forma de estrellas, otros planetas, satélites, galaxias, agujeros
negros… Poco a poco y gracias a la ciencia vamos conociendo la amplitud y
características del espacio universal, pero estamos muy lejos de habitarlo, si
es que alguna vez lo haremos. Pero no quería hablar hoy tanto del espacio como
del tiempo, esa otra dimensión presente en nuestra vida y a la que no se le
suele prestar la debida atención. Muchos, sin reflexionar lo suficiente,
piensan que el tiempo nos atraviesa, como si fuera algo que “pasa”, y deja su
huella implacable sobre nosotros. Sin embargo, ello no es así: el tiempo es una
dimensión más, igual que la dimensión espacial, pero con una función distinta
en nuestra vida. Imaginemos una larga cinta transportadora de las que hay en
los aeropuertos. Esa cinta sería el tiempo, y nosotros los pasajeros que
transporta. En el inicio de la cinta van subiendo pasajeros, que serían los
seres humanos que nacen. Supongamos que junto a la cinta hay unas marcas de
longitud, de modo que cada metro recorrido supone un año de vida, y en el
momento de la muerte se abre un agujero negro a los pies del viajero, que lo
engulle. Así, un hombre que muriera a los 70 años vería cómo a los 70 m de recorrido de la cinta
un agujero negro se abriría a sus pies, y si una mujer que nació exactamente el
mismo día que él llega a los 100 años el agujero se le abriría a los 100 metros. Esta
magnitud temporal tiene también una particularidad, y es que los que se van
incorporando a la cinta (los que van naciendo) tienen noticia de lo acontecido
a muchas personas que murieron antes que ellos. Por ejemplo, el agujero que se
tragó a Napoleón se abrió hace casi doscientos años; es decir, se puede
vislumbrar aún, abierto, a 200
metros, y nosotros sabemos lo que ocurrió a Napoleón en
su viaje, y las consecuencias que tuvo. Como la cinta es infinita, se puede
vislumbrar más lejos, a kilómetros (cada kilómetro es un milenio), pero la
información que tenemos de fenómenos lejanos se va haciendo más escasa.
Tenemos, pues, una cinta en donde vamos subidos (el tiempo), y un paisaje que
rodea a esa cinta (el espacio), pero de ningún modo nos debemos mantener
quietos mientras viajamos, sino que circulamos por ese espacio, donde nos
relacionamos con otros seres, aunque vayan por delante y por detrás de la
cinta. Lo que nunca podremos hacer es alcanzar a averiguar qué sucede no más
allá de la cinta, que al fin y al cabo es un tiempo abarcable, sino por debajo
de la cinta, dentro del agujero negro que se abre una sola vez para cada uno de
nosotros. Y tampoco sabemos nada de otro “momento” no menos tenebroso e
inquietante: lo que acontece antes de subirnos en la cinta, antes de nuestro
nacimiento. La cinta va avanzando implacable, infinita, pero en su origen
aparece por debajo una cinta nueva donde se suben los recién nacidos. ¿De dónde
viene esa cinta? ¿Hay alguien ahí? ¿Está conectado de algún modo ese origen con
los agujeros negros de la muerte?
Con nuestra razón, que es
la única herramienta que nos ha sido concedida, podemos saber dónde estamos,
cuándo nacemos, cuántos años han transcurrido desde que nacimos. A partir de
ahí surgen todas nuestras ciencias; surge el arte, se desentrañan los misterios
de la vida. Pero siempre quedarán otros misterios a donde no podremos acceder;
unos lugares a los que el hombre siempre ha viajado con su imaginación, o con
sus creencias especulativas. Hay una enorme región que está más allá de cien
metros de cinta, un infinito aterrador que no sólo acecha tras nuestra muerte,
sino que se cierra amenazante justo cuando nacemos a la vida. Es la “no vida”. Precisamente
ahí es donde está nuestro destino.