Y si el otro día hablábamos del tío Gregorio el Borrico hoy quiero traer a su hija María, que desde que nació ya tenía el apodo más que cantado. Flamenca y gitana por los cuatro costados, demuestra en esta grabación que no hace falta tener unas facultades portentosas para cantar flamenco y poner los pelos de punta. Arte, compás, tradición, pureza, ahí queda ese cante por soleares, que impresiona por lo hondo, cante primitivo, esencia de un pueblo errante. Y qué jechuras las de María, y las del niño Jero, que le acompaña a la guitarra, y otra leyenda gitana entonces joven, José el de la Tomasa, genealogía viva del flamenco, haciendo de palmero de lujo. También están en el cuadro dos payos de excepción: la guitarrra muda de Manolo Franco dejando hablar a la del niño Jero, más curtida en estos envites, no en vano se templó acompañando al tío Borrico por las ventas jerezanas, y el añorado Chano Lobato, que se crió entre flamencos de Cádiz, payos y gitanos. Lo suyo eran las alegrías y los tangos, pero al oír a María por soleares no puede aguantarse de emoción.
No sé dónde estás ahora, María, si has acompañado ya al Borrico a cantar por celestiales, pero si aún estás con nosotros quisiera asistir a una fiesta con los tuyos, invisible, para dejaros cantar a gusto y enterarme por fin del misterio del compás de una soleá.
Hubo un tiempo en que los flamencos se ganaban la vida no en festivales ni en bienales, sino cantando en las fiestas de los señores, y así podían dar de comer a todo su clan, y aún estaban agradecidos de las migajas que se les echaban, pero ellos a su vez no daban más que unas migajas de su arte, porque la esencia la regalaban en sus fiestas y bautizos, sin cobrar, cantando con el corazón y no por obligación, como decía el tío Gregorio, el Borrico de Jerez, de apodo contundente —¡qué borrico!, le dijeron una vez de joven al oír su rajo y potencia de voz—, padre de María la Burra, estirpe flamenca, gitana y pura, ¿o acaso no es lo mismo? Tiempos pasados de miseria y penurias, este hombre llevaba escrita su biografía en el rostro.
P.S. Por cierto que encuentro un más que razonable parecido entre nuestro personaje y cierto Lord inglés coetáneo suyo:
Salvado el barniz de la British Education, clavaítos. Hermanados, además, por la tendencia a izar la articulación húmero-cubital.
El dios de la guitarra que tocaba en su juventud esta bulería imposible ha muerto hoy. Llevaba años vagando por las calles de su Huelva natal con una guitarra de tres cuerdas, destruido por la heroína y, más cruel aún, por la esquizofrenia. Un genio roto, golpeado por la marginación secular de ese pueblo gitano que, quizá por eso, siente el flamenco como nadie. Apenas pudo dar unas gotas de lo mucho que atesoraba. Hubiera sido sin duda el más grande. Sólo queda agradecer tanto talento.
Así se canta en Cádiz por bulerías. Ese pañuelo de lunares, esa voz flamenca hasta no poder más. En el baaaaaaaaarrio el Mentiero / Por la noche y por el día / Están los flamencos locos / Cantando por bulerías.
Y cuando se levanta para pegarse su vueltecita (3'39'')... Ahí hay que morir. ¡Qué arte más grande, Beni, y qué poco que te vimos por aquí! Me quedo con el Beni cantaor y con el bailaor antes que con el filósofo. Qué desaprovechao, picha, a ver si pegas alguna que otra pataíta desde allí arriba, que nos caiga algo de gracia en lo alto, que falta hace.
La vida vuela mirando una pantalla. La pantalla es el mundo; lo otro es un invento que nos mantiene vivos.
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Es feliz quien ríe, al menos en ese instante. Lo que demuestra que el dinero no trae la felicidad.
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Ayer fui a cambiar las pilas y correas de varios relojes, pregunté por el barrio donde trabajo y me dirigieron a un bazar llamado Hong Kong (eso lo supe luego, quien me dirigió me dijo que fuera al "joncón". Allá que fui, resignado, cuando al entrar descubrí para mi sorpresa que el propietario era español. Se trataba de uno de esos bazares que abundaban antiguamente y los veíamos muy exóticos, y que ahora han sido barridos por una competencia cada vez menos exótica por lo ubicua. ¿Me estaré volviendo xenófobo, o chinófobo?
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Las noticias de la actualidad me están distrayendo de lo que hay de verdad en la escritura, en las personas, en la vida.
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Escucho mucho últimamente a Camarón, que es un dios del flamenco, y además de esa voz afillá, ese pellizco trágico, tenía una afinación prodigiosa. Lo que no deja de sorprenderme es la afición que tenía ese hombre a coger varetas por la mañana temprano a la orilla de un río.
Ese café, ese cafelito era la vida, cuenta Chano Lobato evocando unos tiempos casi olvidados entre flamencos jugando en Madrid una partida de dominó. En la mesa Luis el Compare, el Pata, al que su hija la Paquera le daba todos los días para su cafelito, y el padre de Manolo Caracol, Caracol el del Bulto, el mismo que cuando era mozo de espadas de Joselito el Gallo, al bajarse en Atocha del tren que venía de Sevilla recibió una pitazo y una vaharada de vapor que le dio de lleno, se encaró con la locomotora y le dijo: "Esos cohone, en Despeñaperros...." Casi na. Antes de la guerra los flamencos cantaban a los señoritos subidos en los pescantes de los coches de caballos. Cuenta Chano que iba subido en un coche al lado de el Peste y el cochero era Mojones, así no se podía aguantar. Mitos vivientes como Aurelio Sellé, que aprendió de Enrique el Mellizo la soleá de Cádiz, Vallejo, la Macarrona o Rosario la Mejorana.
Memorias recurrentes, un mundo pequeño donde todos se conocían y se hacían sitio a empujones en las juergas de los señoritos primero y después en los tablaos, como el sevillano Pasaje de El Duque, para después enrolarse en compañías que recorrían medio mundo paseando el arte de Cádiz y de Andalucía. La Perla, hija de Rosa la Papera, a la que le cantó Camarón: El cante por bulerías / Como lo decía la Perla / Nadie lo dirá en la vía. El Morcilla, bisnieto de el Mellizo, que se apuntó a la CNT antes de la guerra, como todos los del muelle, y tuvo luego que penar por el mundo para venir a morir a Cádiz, al barrio de Santa María que le vio nacer igual que a Chano, que no era gitano pero lo mismo daba, en aquella época no había que vendé cá para arrancarse por cantiñas y pegarse una vueltecita. Setenta años, una vida entera detrás de la guitarra y el baile para cantar por fin delante, como los buenos.
Ese Manolo Caracol que se viene arriba por bulerías y un chavalín que le responde, y venga fuerza, arte y compás, hasta que Caracol se levanta y empieza a hacer jirones su camisa que entrega como trofeo a un Chano adolescente. Muchas juergas, muchas borracheras, la mala vida de los flamencos que enterró a tantos antes de tiempo, y Chano que conoce a una bailaora de Sevilla que le para, todo lo que se puede parar a un chaval que trabaja todos los días hasta las seis de la mañana en el tablao, acordándose de Mojones el cochero y del señorito, mirando todos que no se gastara todo el dinero y quedaran al menos cinco duros para repartir. Incultura: mucha, como aquella vez en Londres que se creían que la flema era la flama y todos los ingleses iban encendíos. Mucho arte, pero también mucha miseria. No quería esa vida para sus hijos. El mayor, pobrecito, murió en Grecia en un accidente, y Chanito, el pequeño, le ha acompañado hasta el final con el oficio de su guitarra. Este mundo dejó de existir el día que se murió Chano y ya no volverá, para mal o a lo mejor para bien, que para pasar hambre siempre hay tiempo.
Fotos (de arriba abajo):
1. Reunión flamenca de los años 20. Al cante: Pericón de Cádiz. 2. Luisa la de Torrán y la Paquera. Carboncillo. Marvin Steel. http://bulerias-decordoba.blogspot.com.es/ 3. Enrique el Mellizo. Cuenta Chano que ampliaron este retrato para colgarlo en una peña y el Morcilla, que era su descendiente, quiso llevárselo, a lo que le dicen los de la peña: "Llévatelo si quieres, totá, lo que está haciendo es tapá con las orejas los desconchones de la pared".
No me canso de escuchar a esta mujer, su grito primigenio, ¡ay lililililili ayyyy! que brota de la tierra, de las raíces hondas que ahora nos empeñamos en arrancar. Año de 1959. Una Paquera de 25 años, y parece que tiene 70. Como un limón limonero / me estoy poniendo amarilla / de tanto que yo te quiero. Se le nota el poderío en esa pose de reina, la sabiduría elemental, primitiva. El cante del principio de los tiempos, conservado por uno de los más grandes patrimonios que nos ha sido legado, y que dure por siempre.
Hace ya más de dos años que nos dejó Chano Lobato, historia viva del cante, gaditano que ejerció de gaditano, nada menos que del barrio de Santa María. Payo que se juntó con los gitanos y bailó con ellos desde muy pequeño. Pasó las hambres de la posguerra, recorrió medio mundo con la compañía de Antonio el bailarín y al final de su carrera dio un paso adelante y nos cautivó con su estilo único, su gracia y sus ojos chispeantes.
Aquí canta por tanguillos de Cádiz. Atención a la letra, que no conviene perdérsela.
P.S. El cuadro formado por las cuatro palmeras es digno de admiración. Alguna de ellas, si no todas, son un travesti camuflado.
Cualquir excusa es buena para hablar de flamenco y para escucharlo. Patrimonio de la humanidad. Siempre lo ha sido. Pues eso.
La Paquera por fandangos de Caracol. Casi na. Esencia pura del flamenco, gitana cabal que murió cantando, y allá donde esté seguirá emitiendo su grito poderoso, quejío sin parangón, profundo, salido de las entrañas, de las raíces enterradas en la tierra jerezana donde nació y murió. Siempre estará entre las más grandes, entre las voces más gitanas. Poderío apabullante, se acaban los adjetivos, sólo cabe cerrar los ojos y dejarse golpear por su voz prodigiosa, por su quejío, su desgarro. Por bulerías o por fandangos, siempre, la Paquera.
Alguien dijo una vez que para cantar bien por fandangos tienes que subir a los cielos, luego bajar a los infiernos y despues sobrevivir en la tierra. Estoy seguro de que Paco Toronjo hizo ese recorrido varias veces a lo largo de su vida; lo tenía marcado en el rostro. Hace ya doce años que falta y el fandango sigue huérfano. Esa voz inconfundible, cascada, se echa de menos en los escenarios, y sobre todo en las calles de Alosno, su pueblo, patria del fandango que él llevó hasta toda España para hacerlo un palo grande. Toronjo canta al amor de madre y al amor desgraciado, a las fatiguitas pasadas sin dinero, a los falsos amigos y, sobre todo, al dolor más profundo, a la pérdida de su hijo, su madre y su hermano en el plazo de dos años. "¡Ya está to perdío!", dice. Ya no tenía nada que perder. Cincuenta años cantando ya eran bastantes, y murió en su pueblo después de haber vivido, después de haber cantado. Aún hoy nos sigue poniendo los pelos de punta.
La soleá es, ante todo, un palo, un cante grande, donde el arte flamenco se hace trascendente y vuela alto, desgranando emociones y tocando en lo más hondo a los aficionados y a los que no lo son. Las soleares primitivas tenían tres versos, como la estrofa poética del mismo nombre, pero al ganar en hondura añadieron un verso más, y casi todas las que se cantan hoy son soleás grandes, de cuatro versos con rima asonante o consonante en los pares.
La soleá habla de amores y penas, marcadas en la cara del cantaor. Manuel Machado las consideraba como "La madre del flamenco", y su padre Antonio, Demófilo, rastreó incansable su origen y recopiló sus letras. Para ilustrar esta maravilla del cante he elegido unas soleares de Manuel Soto Sordera (1927-2001), miembro de una estirpe centenaria, que mamó el flamenco desde la infancia y vivió los tiempos duros de ventas, tablaos y señoritos. A la guitarra, un jerezano que ha acompañado a los más grandes: Paco Cepero.
Tengo en mi casa un estanque que está llenito de ranas; chop chop, pedazo de instante.
Ayer mismito un batracio de un salto aterrizó en la canal de Rosario.
Por haiku o por soleá, cada uno a su manera, primito mío de mi alma, hay arte pa reventá.
Nota: respondo en esta entrada a un reto lanzado por mi amigo Alejandro, y de paso limo asperezas sobre una frase donde ensalzaba el haiku y enterraba la soleá, aunque sigo pensando lo mismo: como poema, el haiku; como cante, la soleá.
Francisca Méndez Garrido. La Paquera de Jerez, Reina de las Bulerías. El poderío en estado puro, una verdadera fuerza de la naturaleza. Su voz era honda y potente como un terremoto. Cuando arrancaba al principio de una bulería (tirí titrí tirí...) era capaz de pegar contra el respaldo del asiento a los asombrados oyentes de los auditorios flamencos. Eso en sus últimos años, porque esta mujer, como tantas otras, tuvo que deambular por tablaos y fiestas de señoritos durante la posguerra para salir adelante. En esa época sólo unos privilegiados pudieron disfrutar de su arte. Eran otros tiempos, más duros, pero donde el flamenco era también más auténtico y más hondo.
El vídeo que ofrezco al final habla por sí solo. La Paquera tenía 54 años cuando lo grabó, una edad que para el flamenco, a diferencia de otros estilos musicales, es de plenitud, pues el cantaor alcanza esa mezcla de sabiduría y hondura que el cante requiere. El arranque (24'') es característico, pleno de potencia, aunque en esta ocasión no sube en la escala hasta las alturas donde ella solía habitar cuando era más joven. Todo el cante respira alegría y personalidad por los cuatro costados. Por ejemplo, en 1'14'', "dolor de mare mía..." se desborda en su grito de desgarro (1'20''), y así hasta el final, derrochando arte.
Como anécdota, contaré que mi primer trabajo fue en la Cámara de Comercio de Sevilla, y recuerdo que mi jefe era un catalán muy peculiar, aficionado al flamenco y a la juerga, y por no sé qué azares del destino resulta que era amigo de la Paquera. Era digno de ver cuando le llamaba por teléfono a la oficina (¿Eztá Joze?), los jartones de reír que se pegaban los dos por teléfono, todo un director del departamento de comercio exterior y esa gitana tocada por el duende de Jerez. Y es que la música, en este caso el flamenco, es más humana que todas las diferencias sociales, de raza y de cultura.
Por desgracia nunca la vi cantar en directo, y eso que tuve las entradas para verla en la Bienal poco antes de su muerte, pero al final no pude ir. La imagen que tengo de ella es de verla muchos veranos en Rota, donde solía pasar temporadas, sentada en un velador tomando el fresco, digna y orgullosa. Una cosa está clara: a esa mujer no le enseñó nadie a cantar, ese estilo inimitable se mama y se lleva en la sangre.
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