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Desde que tengo uso de razón -y salvo contadas excepciones- sufrí la sanata de docentes con el alma seca, inmóvil, osificada, pero eso sí, con unos modales impecables, de academia de buenas costumbres, dignos candidatos a la mesa de Mirtha Legrand. Con esa buena educación intentaron con saña y sin conciencia estrangularme la imaginación, domando esa creatividad que ponía en riesgo las cinco cosas que habían aprendido en su vida a la manera del perro de Pavlov.
Gentes muy correctas, medidas en el hablar no tanto por la parquedad propia de la sabiduría sino por insolvencia intelectual, adheridos a doctrinas a las que decían no adherir, con la cruz colgándoles en el pecho incluso cuando se cagaban en lo que su cristo les había pedido desde los evangelios. Gentes que se escandalizaban ante una falda demasiado corta o un pelo demasiado largo, pero no se conmovían ante la sequía de los textos con los que pretendían enseñarnos a amar el conocimiento.
Conservadores de la peor calaña, dado que su defensa de statu quo no provenía de su posición de clase sino de su notoria inferioridad en cuanto al dominio del conocimiento: anacrónicos pretendían (pretenden) igualar para abajo dado que cualquiera que asome la cabeza verá que están parados en una maceta.
Esto lo tuve que padecer durante mucho tiempo, mientras intentaba formarme por otros medios. O sea, en la práctica soy un autodidacta.
Acá dirán algunos: bueno, pero hace falta rigor para estudiar. Si claro. Por eso leía cinco horas al día, autores que según estos docentes los niños no deberían leer, es más, no deberían conocer. Si eso no te parece riguroso, no sé dónde está el rigor. Pasa que se confunde rigor con sistematicidad. Una educación pensada sistemáticamente debería llevarnos desde Descartes hasta Castoriadis. Eso no ocurre. Uno llega de Descartes a Castoriadis golpeándose la naríz contra las paredes.
De ese universo perimido y sellado, emergí entre otras cosas por chúcaro. Por no dejarme arriar, por resistirme a la manada (no confundir con la huevada ortegaygassista de "hombre masa-hombre pueblo", please). Así me fue, así me va.
Ese mismo esquema conformado por el desierto del espíritu (comprendamos "espíritu" en términos hegelianos) y la corrección en los modos sigue presente con pelos y señales en la sociedad. Pesa más un saludo con inclinación de cabeza que un Marx mandando al carajo a un pavote que confunde precio con valor por no abandonar sus prejuicios. Los docentes estarían en un todo del lado del que inclina la cabeza y mirarían a Marx de soslayo, pensando para sí mismos: "-Maleducado de mierda, le faltaron un par de azotes cuando era niño".
Para ellos la discusión entre precio y valor resultaría esotérica, un esfuerzo que no vale la pena, porque con una pastilla azul todas las mañanas esos espejismos se diluyen en un mar de glosas escolares y efemérides sin sentido. Imaginate el estado mental de estos docentes cuando vino uno y les quiso contar la otra parte de la historia, esa que ellos han decidido no ver porque requiere entre otras cosas que dejen de considerar a sus alumnos como enfermos de niñez, de ignorancia, seres despreciables hasta que inclinen la cabeza y saluden bajito. A eso le llaman "educación".
Las jornadas docentes -a las que alguna vez tuve el disgusto de asistir como docente- se pueden resumir en una retahila de acusaciones a los alumnos: no quieren aprender, no me respetan, son unos salvajes, se tiran pedos en el aula, etc. Nunca, y mirá que fui a varias, nunca escuché ni un solo esbozo de autocrítica. Ni uno solo. Cuando yo y mi alma peregrina intentamos analizar errores cometidos en el aula, me dijeron que eso no era así, que me faltaban años de experiencia y ahí sabría que los alumnos son todos una mierda. Porque no inclinan la cabeza y saludan bajito.
No me extraña entonces que muchos de los que están al frente de un aula hayan votado a un conservador que promueve los buenos modos, la buena educación o lo que es lo mismo, la forma sobre el contenido. Como alguna vez se disfrazaron de constructivistas y fue un maquillaje más, olvidaron que forma es contenido y que con solo esa precaución epistemológica hubieran salvado la ropa. Pero no, es más simple conjeturar que un tipo con buenos modales debe ser bueno, por propiedad transitiva. El simple correlato que anula el pensamiento científico recubriéndolo con un éxtasis mítico. Supongo que festejaron hasta el delirio las pedorradas dichas por los referentes en el área de educación de esa fuerza: piensan que su autoridad como docentes será restaurada como Metternich en Europa en el siglo XIX, mediante una declaración que los convertirá en respetables frente al mundo que ahora se atreve a cuestionarlos.
Esto habla muy mal de los docentes, pero también de la sociedad que los cobija y legitima. El docente le guste o no le guste, asume la posición de un intelectual en sentido fuerte cuando está en el aula (y afuera también. porque la clara preferencia por Tinelli y la música comercial también informa de la endebléz de su sentido estético). Lo quiera o no lo quiera. Sería deseable que si no está a la altura, desista. No alcanza con la vocación. Es necesaria la capacidad. Y luego la formación que no se reduce a cursar la carrera y rendir las materias. Un docente es el vehículo de la cultura y si no la tiene consigo solo propondrá a Tinelli y las galas de expulsión como horizonte cultural.
Por último, y resumiendo toda esta parrafada con una reflexión intempestiva: está de moda la frase "respetar las ideas del otro". Bueno, separemos los tantos. Respetar es tener aprecio, veneración, reconocimiento por las ideas del otro. Para que eso ocurra las ideas del otro deben ser respetables. Ponele, si vos pensás que con los militares estábamos mejor, esa idea no es respetable. ¿Entonces? Lo que tiene que existir siempre es tolerancia. O sea, no te quiero matar solo porque pienses que los milicos eran unos capos. Pero tus ideas no son respetables. Por eso voy a tolerar que digas lo que decís, no voy a molerte a palos, pero no voy a respetar esas ideas. No sé si quedó claro.
¿Qué tiene que ver esto con los docentes? Bueno, no te puedo dar todo masticado che.