No es por crear alarma social,
pero me temo que la psicología –esa ciencia no sólo inexacta, sino a veces incluso
un tanto nigromántica- puede acabar con el concepto de “delito” tal como hemos
venido entendiéndolo hasta ahora, en el caso de que no consiga desterrarlo para
siempre del código penal, que habría que reescribir para transformarlo en un
catálogo de trastornos psicológicos tipificados. Sin ir más lejos, el abogado
del ladrón del Códice Calixtino y de los dineros piadosos de la catedral de
Santiago de Compostela va a utilizar como argumento exculpatorio de su cliente
un diagnóstico de “síndrome de acumulación compulsiva”, que consiste nada menos
que en la incapacidad de contener el impulso de apoderarse de cosas ajenas, ya
sean códices medievales o billetes de 50 euros, pues, al parecer, el acumulador
patológico no hace distingos con tal de acumular, aunque no parece que a este le
haya dado nunca por amontonar periódicos atrasados ni envases de plástico, ya
que eso exigiría un diagnóstico diferente: el síndrome de Diógenes, que es como
el síndrome de acumulación compulsiva pero en versión de vertedero.
Si
el argumento del abogado defensor tiene éxito como eximente, las cosas, ya
digo, van a cambiar de raíz, y supongo que para mejor, al menos para
determinados gremios. Te pillan, no sé, atracando un banco y alegas que en
realidad no estabas robando nada, sino que tienes la desventura de padecer el
síndrome de acumulación compulsiva, y ya los policías ni siquiera se toman el
trabajo de pedirte el DNI, pues de sobra saben ellos que el que empuñaba la
pistola no eras exactamente tú, sino tú síndrome. Si yo fuese banquero, en fin,
duplicaría el grosor de los cristales de las ventanillas.
Pero
los jolgorios jurídicos no acaban en Galicia, sino que se ramifican hasta
Cataluña. El presidente del FC Barcelona, ante la imputación del club por
presunto delito fiscal, no ha dudado en llevar las cosas al territorio no ya del
realismo mágico, sino incluso del independentismo maravilloso: atribuir la
imputación a una turbia maniobra estatal, en venganza por las adhesiones de los
directivos y jugadores del club al llamado proceso soberanista. Y es que, visto
lo visto, en Cataluña levantas una piedra y te sale no sólo media docena de
padres de la patria, sino también otra media de mártires de la patria, en el
caso de que ambas condiciones no suelan ir juntas, que es lo frecuente. Si
Cataluña alcanza algún día su independencia, me temo que va a tener que gastar
mucho en estatuas de próceres, y ojala que ninguno de ellos sea aficionado a la
equitación, ya que el coste de las estatuas ecuestres tiende a dispararse.
Ante
este tipo de fenómenos, no queda más remedio que hacerse preguntas, todas ellas
similares: ¿qué es la realidad?, ¿en qué realidad vivimos?, ¿qué grado de
realidad compartimos con nuestros semejantes? Etc. Y las respuestas, en fin, a
la carta.
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