Los Libros de Viaje Como Género Literario - Luis Albuquerque

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MANUEL LUCENA GIRALDO y JUAN PIMENTEL (eds.

DIEZ ESTUDIOS
SOBRE LITERATURA
DE VIAJES

CONSEJO SUPERIOR DE INVESTIGACIONES CIENTÍFICAS


INSTITUTO DE LA LENGUA ESPAÑOLA
MADRID, 2006
Reservados todos los derechos por la legislación en
materia de Propiedad Intelectual. Ni la totalidad ni parte
de este libro, incluido el diseño de la cubierta, puede repro-
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obra son de la exclusiva responsabilidad del autor o auto-
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Este volumen forma parte de los proyectos de investigación “Espa-


ña desde fuera. La imagen exterior española de la ilustración a la
actualidad” (BHA2003-01267), MEC-Dirección General de Inves-
tigación (2004-2006) y “Ciencia, corte e imperio. Formas de cono-
cimiento de la naturaleza en la monarquía hispánica en la era de la
ciencia moderna, 1600-1800” (HUM04-2590), MEC, Dirección Gene-
ral de Investigación (2005-2007).

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DE EDUCACIÓN GE NVESTICACIÓ NES
Y CIENCIA CSIC| CENTIRCAS

O CSIC
'O MANUEL LUCENA GIRALDO Y JUAN PIMENTEL

NIPO: 653-06-029-0
ISBN: 84-00-08437-3
Depósito Legal: M-37996-2006
Printed in Spain
Impreso en España
Fotocomposicién e Impresión:
Elecé Industria Gráfica, S.L.
LOS «LIBROS DE VIAJES» COMO GÉNERO LITERARIO
Luis Alburquerque, Instituto de la Lengua española, CSIC

Aparentemente, el rótulo “literatura de viajes” parece una categoría


suficientemente clara como para no necesitar mayores precisiones. Una
reflexión más atenta, empero, nos sitúa ante una serie literaria cuya deli-
mitación entraña más dificultades de las que a primera vista podríamos
sospechar. Bajo la entrada “literatura de viajes” encontramos hoy en manua-
les y diccionarios de literatura o de términos literarios abundantes defi-
niciones, otrora ausentes!, que nos sitúan ante un género hasta hace poco
tiempo desatendido. El Diccionario de términos literarios de Estébanez
Calderón recoge en su entrada correspondiente la siguiente definicior
“Expresión con la que se designa un subgénero literario que en sus diver-
sas modalidades (libros de viajes, crónicas de descubrimientos y de explo-
ración, itinerarios de peregrinos, cartas de viajeros, relaciones, diarios a
bordo, novelas de viaje, etc.) es un elemento recurrente en la manifesta-
ción cultural de distintas épocas y países”?. Otro diccionario más recien-
te define los “libros de viajes” como “género narrativo que engloba muy
variadas manifestaciones (novelas, diarios, crónicas...) en las que escri-

! Está ausente esta entrada de diccionarios tan conocidos como el de M. H. Abrams, 4 glossary
of Literary terms, New York, Holt, Rinehart and Winston, Inc., 19713; o el más conocido, entre noso-
tros, de ámbito hispánico de Fernando Lázaro Carreter, Diccionario de términos filológicos, Madrid,
Gredos, 1968?. (4pud Antonio Regales Serna, “Para una crítica de la categoría «literatura de via-
jes»”, Castilla, Universidad de Valladolid, 5, 1983, pp. 63-85).
? Demetrio Estébanez Calderón, Diccionario de términos literarios, Madrid, Alianza, 1996, pp.
1078-1079.

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tores de oficio u ocasionales relatan sus experiencias viajeras. El género
está en las raíces de la más antigua literatura, si se considera que en epo-
peyas como la Odisea, de Homero, los viajes de Ulises constituyen uno
de los motivos temáticos esenciales”3.

BREVE RECORRIDO HISTÓRICO

El viaje como tema se expande, como veíamos, por la literatura de fic-


ción de diversas épocas y culturas. En la literatura grecolatina destacan, sobre
todo, la Odisea, de Homero; la Historia de Leucipa y Clitofonte, de Aquiles
Tacio; La Historia etiópica de Teágenes y Cariclea, de Heliodoro; Dafnis y
Cloe, de Longo; El asno de oro, de Apuleyo, etc. También lo encontramos
en la historiografía de la antigua Grecia, como en Herodoto (s. V a.C.), que
recorre diversos países de Asia, de África y de Europa, o Jenofonte (s. IV
a.C.) quien relata en la Anábasis sus expediciones militares, o también Pto-
lomeo (s. II), a quien sus viajes le proporcionan la base para la elaboración,
en su Geografía, de mapas que incluyen la descripción y localización de
paises, mares, ríos, etc.
En la literatura medieval, “el viaje” reaparece en el Libro de Marco Polo
(s. XIII), en los Cuentos de Canterbury de Chaucer en el siglo XV (cuyo
“marco” del relato es una peregrinación) y, en España, en el Libro de Alexan-
dre, el Libro de Apolonio y La Estoria de Tebas, los tres del siglo XIII. Está
presente también en las novelas de caballerías (El caballero Zifar, el Ama-
dís de Gaula, por citar sólo dos de las más importantes del s. XIV). Y tam-
bién en libros que, en ocasiones, encontramos cobijados en el apartado de
historia. Nos referimos a la Embajada a Tamorlán, de Ruy González de
Clavijo, Las Andangas e viajes, de Pero Tafur y El Victorial o Crónica de don
Pero Niño, de Gutiérrez Diez de Games, las tres pertenecientes al siglo XV.
Y todo esto si exceptuamos La Fazienda de Ultramar, una especie de guía
para peregrinos escrita en el siglo XIII.
Destacan en el Renacimiento los relatos de viajes de los grandes des-
cubridores: las Cartas de Colón a los Reyes Católicos (1493) y su Dia-
rio y relaciones de viaje (1503), así como también las Cartas de rela-
ción, de Hernán Cortés y los Naufragios, de Alvar Núñez Cabeza de Vaca,
entre otros.

3 Ana María Platas Tasende, Diccionario de términos literarios, Madrid, Espasa Calpe, 2000, p. 889.

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En los siglos de oro, el viaje es un elemento importante, como en el Via-
je de Turquía, atribuido a A. Laguna; en la novela picaresca, por ejemplo, el
Lazarillo; en la de aventuras, la Vida del capitán Alonso de Contreras (ca.
1630); en la bizantina, el Persiles y Sigismunda, de Cervantes, etc*.
En los siglos XVIII y XIX se produce en diversas literaturas europeas
una gran floración de relatos de viaje, entre los que cabe citar Las Cartas
persas de Montesquieu (1721), Los Viajes de Gulliver de J. Swift (1726), Cán-
dido de Voltaire (1759), Robinson Crusoe de D. Defoe (1819-1820), La vuel-
ta al mundo en ochenta días de J. Verne (1783), La isla del tesoro de R. L. Ste-
venson (1893), etc. Y en nuestra literatura, el Viage de España (1772-1794)
de Antonio Ponz; Las cartas del Viaje de Asturias de Jovellanos, así como
sus Diarios (1790-1810); De Madrid a Nápoles (1861), de Pedro Antonio de
Alarcón; Recuerdos de Viaje por Francia y Bélgica (1862), de Mesoneros
Romanos; Cuarenta leguas por Cantabria (1879), de Pérez Galdós; Por Fran-
cia y por Alemania (1889), de Emilia Pardo Bazán, entre muchos otros.
Y en el XX, por ceñirnos sólo a España, recordamos a Miguel de Una-
muno, Por tierras de Portugal y España (1911); Vicente Blasco Ibáñez, La
vuelta al mundo de un novelista (1927); Camilo José Cela, Viaje a la Alca-
rria (1948), Del Miño al Bidasoa (1952); Judíos, moros y cristianos (1956);
Viaje al Pirineo de Lérida (1965); Víctor de la Serna, Nuevo viaje a España.
La ruta de los foramontanos (1955); Miguel Delibes, Un novelista descubre
América (1956), Europa parada y fonda (1963), Usa y yo (1966); Juan Goy-
tisolo, Campos de Níjar (1960); Juan Benet, Un viaje de invierno (1972), Julio
Llamazares, El rio del olvido (1990); José María Merino, El viajero perdido
(1990), por citar sólo algunos ejemplos como botón de muestra.

DELIMITACION DEL GÉNERO “RELATO DE VIAJES”

De lo dicho hasta ahora se extrae como consecuencia inmediata algo


muy evidente, y es que todas las grandes obras de la literatura universal
son, de una manera u otra, “libros de viajes”: La Odisea, La Eneida, La
Divina comedia, El Quijote, El Lazarillo, El Ulises de Joyce... Es paten-

+No sólo se escribia abundante literatura de viajes en esta época, sino que los libros de viajes medie-
vales tuvieron una presencia intensa durante los siglos XVI y XVII. Vid. Barry Taylor, “Los Libros de
Viajes en la Edad Media Hispánica: Bibliografía y Recepción”, en Actas do IV Congresso da Associagdo
Hispánica de Literatura Medieval (1991), vol. 1, Lisboa, Cosmos, 1993, pp. 57-70. Sobre los relatos
de viaje durante los siglos XVI y XVII se puede consultar también mi artículo “Consideraciones acer-
ca del género «relato de viajes» en la literatura del Siglo de Oro”, en Carlos Mata y Miguel Zugasti
(eds.), El Siglo de Oro en el nuevo milenio, Pamplona, Eunsa, 2005, tomo 1, pp. 129-141.

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te que muchos héroes se alzan como tales y adquieren densidad perso-
nal a través de los viajes.
Esta afirmación requiere, por tanto, algunas precisiones que nos ayu-
den a discriminar en el gigantesco corpus de obras que se nos ofrece a
la vista, qué se entiende cuando decimos que tal o cual libro es un
“relato/libro de viajes” y no una epopeya o una novela de aventuras,
pongamos por caso.
Cualquier lector, incluso no avezado, es consciente de que no hablamos
de lo mismo en el caso de la Odisea o de Los Viajes de Gulliver, que cuan-
do nos referimos a La Embajada a Tamorlán, de González de Clavijo o De
Madrid a Nápoles, de Pedro Antonio de Alarcón. En el primer caso esta-
mos ante dos libros indiscutibles dentro del canon literario, una epopeya y
una novela de aventuras, respectivamente; en el segundo, deberíamos des-
pejar la sombra de duda que se cierne sobre esta clase de textos que osten-
tan una apariencia, si nos dejamos guiar sólo por el título, más informativa
y documental que estrictamente literaria.
Una lectura más detenida de los mismos nos confirma que los aspectos
“literarios™ rebasan los límites de lo estrictamente convencional. Se advier-
te con nitidez, además, una estructura típicamente narrativa, a la que nos refe-
riremos más adelante. Cabe pensar que este tipo de libros (“relatos de viajes”)
se pueden configurar con unas características propias que lo diferencian de
otros textos limítrofes con los que comparte (y de los que, a su vez, se apar-
ta en), algunos rasgos y aspectos.
Es evidente que nos enfrentamos con un tipo especial de textos, pecu-
liares por su forma, que privilegian al mismo nivel dos funciones del dis-
curso: la representativa y la poética”. Por un lado, son libros de carácter docu-
mental, cuyas referencias geográficas, históricas y culturales envuelven de
tal manera el texto que determinan y condicionan su interpretación; pero a
la vez, su carga literaria es indiscutible (con mayor o menor intensidad, según
los casos). Es decir, responden a unas reglas de “extrañamiento” (“figuras”
y “licencias”) que los apartan de la lengua común o, al menos, del puro
dato histórico, para llamar la atención también sobre el mensaje mismo®.
Una cita del prólogo de Camilo José Cela a su libro de viajes Judíos, moros
y cristianos, nos puede servir de pauta en este sentido:

* Sofia Carrizo Rueda en su libro Poética del relato de viajes (Kassel, Edition Reichenberger, Pro-
blemata literaria 37, 1997, p. 2), se refiere a la constitución bifronte de estos textos.
* Sobre la posibilidad de estos discursos ambiguos, véase Miguel Ángel Garrido Gallardo, “Prag-
mática literaria: las columnas de Francisco Umbral”, en La Musa de la Retórica. Problemas y méto-
dos de la ciencia de la literatura, Madrid, CSIC, 1994, pp. 214-229.

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“En este libro no aparecerán demasiados datos, porque este libro no es una tesis
doctoral, sino más bien todo lo contrario, pero a los pocos que figuran en él, el vaga-
bundo procurará darles una mínima garantía de validez, y, si en alguno se equivo-
ca, será bien a su pesar. Los datos se olvidan con facilidad y, además, están apun-
tados en multitud de libros. Lo que el vagabundo imagina que podrá valer de algo
al caminante de Castilla la Vieja que le haga la merced de llevar este libro en la male-
ta -0 al sedentario lector que prefiera la Castilla la Vieja desde su butaca, al lado
de la chimenea- es que se le sirva, en vez del dato, el color: en lugar de la cita, el
sabor, y a cambio de la ficha, el olor del país: de su cielo, de su tierra, de sus hom-
bres y sus mujeres, de su cocina, de su bodega, de sus costumbres, de su historia,
incluso de sus manías. En todo caso, el dato, la cita y la ficha, cuando aparezcan,
estarán siempre al servicio del impreciso y tumultuoso “aire” de Castilla”.

Esclaro que el tipo de textos pertenecientes a la epopeya 0 a los libros de aven-


turas están lejos de pertenecer a la misma categoría que los “libros/relatos de
viajes” propiamente dichos, aunque ambos participen en mayor o menor medi-
da del carácter
más general del viaje como tema o motivo literario®. Así, cualquier
libro, no importa de qué género se trate (ya sea una epopeya, una comedia, una
novela o un relato breve) en cuyo esquema narrativo intervenga un viaje, bien
en forma de travesía, singladura, expedición o peregrinacion, es un texto que cual-
quier lector clasificaría, sin duda, en el apartado amplio de “literatura de viajes”.
No todo lo clasificable, empero, dentro de este apartado general se encua-
dra sin más dentro del género “libro o relato de viajes”. Existe entre ambos
una relación de inclusión: si bien todo “libro de viajes” se enmarca dentro del
ámbito general de la “literatura de viajes”; evidentemente, no toda “literatura de
viajes” se puede considerar con propiedad un “relato de viajes”. Al término gene-
ral se adscriben obras en las que el viaje sirve de marco, motivo u ocasión, no
siendo su elemento constitutivo básico. La “literatura de viajes” va reducien-
do, pues, el campo impreciso del viaje hasta una frontera, la de los “libros de
viajes”, en que aquél se convierte en el tema propio del relato. El tema del via-
je se alza, pues, dentro del relato de forma exclusiva o, al menos, excluyente,
ya que los restantes asuntos que tienen cabida también en este género, dejan
paso al del “viaje” como articulador principal y básico de toda la trama.

7 Camilo José Cela, Judios, moros y cristianos, Barcelona, Destinolibro, 1989*, p. 14. Sobre
este libro de Camilo José Cela en relación con los “relatos de viaje” puede verse Luis Alburquerque,
«A propósito de Judíos, moros y cristianos»: el género *relato de viajes” en Camilo José Cela, Revis-
1a de Literatura, LXVI, n°132, 2004, pp. 503-523.
3 La distinción entre “literatura de viajes” y “libros de viajes” es mantenida también por Villar
Dégano, aunque con fines distintos, pues considera los segundos como paraliteratura. El hecho de
no encajar dentro de los géneros tradicionales debido a su carácter peculiar y fronterizo no implica, a
nuestro modo de ver, que se haya de considerar dentro del sistema paraliterario. Cf Juan Felipe
Villar Dégano, “Paraliteratura y libros de viajes”, Compás de Letras, 7, Madrid, Servicio de publica-
ciones de la UCM, 1995, pp. 15-32.

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Ladificultad mayor estriba, quizá, en la confluencia de este género con otros
también (llamémosles) fronterizos cuyos contornos resultan más dificiles de
precisar. Se trata de aquellos géneros, como la “biografía” o la “crónica”, con
los que comparte la misma importancia de las dos funciones, la representativa
y la poética, antes aludidas. El interés primordial de estas obras por aportar datos
documentales e históricos se envuelve con el excipiente de unos rasgos de
estilo que las dignifican literariamente. Así pues, delimitar el terreno del “libro
de viajes” del de la “crónica” y la “biografía” entraña unos problemas de los que
nos ocuparemos más adelante.
En definitiva, se trata de fijar los límites, en ocasiones imprecisos y, a
veces, fluctuantes que nos permitan marcar los confines de estos “relatos
de viajes”. Sin duda, debido a la no preeminencia de ninguna de las dos
funciones señaladas, no ha recibido este tipo de textos por parte de la críti-
ca la atención que merecían. Durante mucho tiempo han sido considerados
como libros de un innegable interés histórico-documental, pero de escaso o
nulo valor artistico-literario, con el consiguiente desinterés y preterición de
la critica y de las historias de la literatura”. En el estudio ya citado anterior-
mente, Carrizo Rueda señala la incuria en que han caído estos relatos y subra-
ya las propuestas de otros autores en este sentido, preconizando una poética
propia para este tipo de textos!0.

* Algunas, ponderan la importancia que tuvieron estos libros en la Edad Media, pero incluso esta
afirmación no se corresponde con el insuficiente espacio que se les dedica en el conjunto de las obras
de esta época: “No nos cabe la menor duda acerca del atractivo que las narraciones de esta indole
ejercieron sobre el público español [...]. El impulso que motivó tales obras y su demanda por parte del
público se prolongaron, pues, hasta el período del descubrimiento y conquista de América”. (Alan D.
Deyermond, Historia de la literatura española. La Edad Media, Barcelona, Ariel, 1991, pp. 277-278).
Otros manuales más recientes se hacen eco del interés suscitado por estos libros. Albergan más infor-
mación y acogen las propuestas de su revitalización como género específico: “un género que traspasa
las fronteras del medievo para instalarse en productos textuales que desde el siglo XVI llegan hasta la
novela actual” (Fernando Gómez Redondo, Historia de la prosa medieval castellana. I1. El desarrollo
de los géneros. La ficción caballeresca y el orden religioso, Madrid, Cátedra, 1999, pp. 1824-1825).
19 Sofía Carrizo Rueda, Poética del relato de viajes, op.cit., passim. Hay también otros autores
de ámbito anglosajón que reclaman desde hace tiempo un estudio de la poética de estos textos que
esté más acorde con su importancia. Entresacamos una de las muchas referencias que Percy G.
Adams hace al respecto: “John Tallmadge, in “Voyaging and the literary Imagination” (1979), using
the term “poetics” invoking Demetz, Champigny, Barthes, and structuralists in general, has indeed
approached what he calls the “literature of exploration” with certain critical methods comparable to
those employed for fiction and poetry. Like Swift and Fielding, Tallmadge places the literature of explo-
ration as a “genre” under history and suggests that it can be predominantly imaginative, primarily
historical, or simply documentary, the first being most, the third least, personal. Best of all, he sug-
gests the need to study not just the observations, reflections, and historical reporting of this literatu-
re but also its imagery, its rhetoric, its narrator, who is, he says, the protagonist or a companion, and
the “plot”, which he insists must not be invented”. (Percy G. Adams, Travel literature and the evolu-
tion of the novel, Michigan, The University Press of Kentucky, 1983, p. 162).

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Los “RELATOS DE VIAJES” MEDIEVALES

Si bien todas las épocas han manifestado de una manera u otra su


interés por los “libros de viajes”, es en la Edad Media donde han fijado
especialmente la atención los estudiosos para perfilar su marco propio,
es decir, su poética!!.
López Estrada ha reparado con insistencia en estos textos medievales!?.
En 1943 publicó una edición de la Embajada a Tamorlán'*, uno de los tex-
tos más característicos del género en la Edad Media"*, protagonizada por fray
Alonso Paez de Santamaría, Gómez de Salazar y Ruy González de Clavijo,
quien con toda probabilidad fue el redactor del libro. En un artículo de 1984
reivindicó la importancia de esta casi postergada obra medieval:

“la obra en cuestión no ocupa el lugar que merece ni en la Historia politica


de España ni en nuestra Literatura; en la primera porque se trata de una empre-
sa que apenas obtuvo resultado trascendente alguno y en la segunda porque su
contenido se encuentra enmarcado en un género, el de los libros de viajes, que
se sitúa entre las modalidades menos “poéticas” (en el sentido de creadoras).
Sin embargo la obra merece una consideración adecuada y, sobre todo, ha de
ser tenida en cuenta entre los libros que prepararon, al menos en España, el espí-

!! Aparte de los artículos que comentamos, conviene señalar además por su importancia el de
Franco Meregalli, Cronisti e viaggiatori castigliani del Quatrocento, Milán, 1957 y el de Joaquín Rubio
Tovar, Libros españoles de viajes medievales, Madrid, Taurus, 1986. Bárbara Fick ofrece un panora-
ma global del género en su estudio El libro de viajes en la España medieval, Santiago de Chile, Edi-
torial Universidad, 1976. También el articulo ya citado de Antonio Regales Serna “Para una crítica
de la categoría «literatura de viajes»”, que centra su estudio en ejemplos tomados fundamentalmente
de la literatura alemana. Y para una visión panorámica con ejemplificaciones procedentes sobre todo
de la literatura anglosajona y francesa, conviene ver el libro antes mencionado de Percy G. Adams,
Travel Literature and the evolution of the novel, especialmente pp. 38-80.
12 Libro del conosgimiento de todos los reynos e tierras e señorios que son por el mundo e de
las señales e armas que han cada tierra e señorio por sy e de los reyes e señores que los proveen, escri-
to por un franciscano español a mediados del siglo XIV y publicado por primera vez por Marcos
Jiménez de la Espada, en Madrid, en 1877. López Estrada reproduce aquel mismo texto, con una
presentación, (Barcelona, Ediciones El Albir, 1980). Una edición de la obra Andangas e viajes por
diversas partes del mundo avidos (1435-1439), de Pero Tafur (1454) fue editada también por Marcos
Jiménez de la Espada en 1874. Esta misma edición con el estudio de J. Vives y una presentación de
López Estrada se publicó en Barcelona, Ediciones El Albir, 1982.
13 Fue editado por Argote de Molina en Sevilla en 1582 y reimpresa en Madrid en 1782. Conta-
mos con la edición de Francisco López Estrada, Madrid, CSIC, 1943, que ha reeditado con prólogo,
notas, índices y bibliografía actualizada (Madrid, Castalia, 1999). Se pueden consultar mas datos en
Miguel Ángel Pérez Priego, “Estudio literario de los libros de viajes medievales”, Madrid, Epos, 1,
1984, p. 218, n.4.
14 Se narra el viaje realizado por el autor en 1403, enviado por el monarca castellano Enrique III
al emperador mongol Tamerlán el Grande, con el fin de unir fuerzas para mantener alejada la amena-
Za turca. Clavijo, cabeza visible de la embajada, invirtió tres años en el viaje. Desde su retorno hasta
la fecha de su muerte, en 1412, escribió una relación completa de la embajada donde narra los hechos
y describe, con escrupuloso detalle, todo lo relacionado con la misión encomendada.

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ritu aventurero que luego fue necesario para el descubrimiento del Nuevo Mun-
do y hasta es posible que fuese un texto que se hallase entre los que sirvieron para
proyectar y discutir la empresa de Colón”'5.

Señala el autor los aspectos más importantes del texto en un triple plano
que utiliza como primer intento de clasificación. Serían los siguientes:

1.- El texto articula los datos temporales y los topónimos de lugares reco-
rridos, con sus distancias, como si se tratara de un itinerario. Se refiere el
día de la semana, la fecha e, incluso, la hora (según la cuenta medieval). Se
utiliza un patrón al uso de los restantes “libros de viajes” de la época.
2.- Se nos ofrecen las descripciones de los lugares, con sus poblacio-
nes, según la manera de las relaciones. Las numerosas descripciones de
la Embajada siguen el esquema que proporcionaba la retórica clásica a tra-
vés, sobre todo, de la figura conocida como evidentia'®, cuyo propósito
es ofrecer una imagen creíble de las cosas, como si pareciera que se ofre-
ce a los lectores u oyentes la misma cosa ante la vista. La variedad más
frecuentada de esta figura por estos “libros de viajes”, la denominada topo-
grafía, que hace referencia a la descripción de los lugares físicos o paisa-
jes y a la forma especial de la descripción, denominada hipotiposis, o
presentación viva y pormenorizada de un personaje, objeto o paisaje, son
utilizadas con prodigalidad en el texto. Dependiendo de la importancia del
lugar, se dedicará más o menos espacio a la descripción. Más adelante vol-
veremos sobre esta cuestión aquí apuntada.
3.- Se nos dan noticias políticas sobre el gobierno de Tamorlán y sus minis-
tros, establecidas por un patrón de información oída. Posee también el libro
un caudal importante de datos sobre el emperador asiático que vienen enun-
ciados esquemáticamente en la cabeza de la obra y se corresponden con las
noticias que figuran en el cuerpo del libro.
A estos planos del contenido se añade un aspecto nuevo vinculado a
la condición literaria de la obra: se trata del discurso en primera persona
que organiza el relato, de acuerdo bien con los propios criterios del autor-
narrador o bien con los criterios, como es el caso, que le han sido enco-
mendados por una instancia superior. Sólo en ocasiones se utiliza la pri-
mera persona del plural, incluyendo así al grupo entero que formaba par-
te de la expedición real.

15 Francisco López Estrada, “Procedimientos narrativos en la Embajada a Tamorlán”, El Crota-


lón. Anuario de Filología Española, 1, Madrid, 1984, pp. 129-130.
16 Vid. Heinrich Lausberg, Manual de retórica literaria, Madrid, Gredos, 1966, II, párr.
810, pp. 224-227.

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También debemos a Miguel Ángel Pérez Priego una delimitación, a par-
tir de un corpus de siete obras'”, de los rasgos artísticos que las definen y con-
figuran. Señala los siguientes:

1.- Articulación sobre el trazado y recorrido de un itinerario, que consti-


tuye la urdimbre o armazón básica del relato.
En definitiva, el narrador va enhebrando una tras otra ciudades y lugares
que, con mayor o menor detalle, se irán describiendo a lo largo del relato.
2.- Hay un orden cronológico, es decir, el narrador da cuenta, con más o
menos detalle, del desarrollo y de la historia del viaje. Cuanto más fiel sea
este orden cronológico a la realidad histórica, más se aproximará a la cróni-
ca. Cuanto más se distancie, más cerca estará de la novela.
3.- El orden espacial, no el tiempo, crea el verdadero orden narrativo, es
decir, la descripción de los lugares que se recorren y visitan. Las ciudades
se convierten, así, en el auténtico núcleo narrativo y su descripción respon-
de al esquema retórico del “de laudibus urbium”, tan difundido por toda la
Edad Media y que repite casi literalmente el esquema marcado por Quinti-
liano'8, recogido por la tradición retórica posterior y sedimentado en casi
todos los manuales de preceptiva del siglo XVI'>.
4.- Los mirabilia. Son aquellas digresiones que refieren hechos y cosas
extraordinarias, fabulosas y de carácter maravilloso que, arraigadas pro-
fundamente en la mentalidad del hombre medieval, formaban parte de su
imaginario colectivo. Su exotismo (bestiarios, lapidarios, cosmografías,
tesoros etc.), proveniente sobre todo de la cultura oriental, propiciaba su
inclusión en los “libros de viajes” como condimento casi necesario.
Hasta aquí la clasificación. Nos encontramos con uno de los prime-
ros intentos de formalización genérica de esta serie literaria que extiende

'7 Su clasificación se basa en los siguientes “libros de viajes”: Libro del conoscimiento de todos
los reinos e tierras e señorios que son por el mundo, escrito hacia 1350 por un franciscano anónimo;
la Embajada a Tamorldn, realizada en 1403 y redactada por Ruy González de Clavijo; las Andangas
e viajes por diversas partes del mundo avidos, escrito hacia 1454 por Pero Tafur y el Libro del infan-
1e don Pedro de Portugal, obra conocida sólo en versiones del siglo XVI, por lo que se refiere al
ámbito peninsular. También incluye las traducciones de libros como el de Marco Polo o el de Man-
deville (el Libro de las maravillas del mundo), que ejercieron una influencia decisiva en el desarrollo
del género (Miguel Ángel Pérez Priego, “Estudio literario de los libros de viajes medievales”, op.
cit. pp. 218-219).
'8 Quintiliano, Marco Fabio, Institutionis oratoriae. Sobre la formación del orador (edicion
bilingiie, traducción y comentarios de Alfonso Ortega Carmona), Salamanca, Universidad Pontificia /
Caja Salamanca y Soria, 1997, tomo 1, libro III, cap. VII, 26, pp. 396-397.
9 Vid., por ejemplo, Elena Artaza, El ‘ars narrandi' en el siglo XVI español. Teoría y práctica,
Bilbao, Deusto, 1989 y Luis Alburquerque García, El arte de hablar en público. Seis retóricas famo-
sas, Madrid, Visor, 1995, pp. 61-69.

75
sus consideraciones por vez primera a un corpus. Se trata pues, de un
texto pionero en el ámbito de referencia. Se dice textualmente:

“Creemos que puede interesar ya un estudio literario de estos libros de via-


jes y un análisis de los rasgos artisticos que los definen y configuran. Si este
análisis resulta válido, podremos contar con algún argumento más para instalar-
los definitivamente como categoría genérica y capitulo autónomo en el panora-
ma de nuestra prosa literaria medieval”?",

No se puede dejar de mencionar en este sentido la loable tarea de Richard?!


de hacer una división de los “libros de viajes” según la intención que persi-
guen, distinguiendo de esta manera “libros piadosos de algunos peregri-
» ““
nos”, “libros con finalidades pragmáticas”, “noticias sobre expediciones”,
“informes de misioneros”, “de embajadores”, “los destinados a la historio-
grafia”, etc. La relación, amplia y variopinta, basada en la intención del
emisor presenta dificultades evidentes para una clasificación más precisa y
con perfiles más nítidos.

CARACTERIZACIÓN DEL GÉNERO “LIBROS DE VIAJES”. ASPECTOS FORMALES.

Para una caracterización del género, eso que para el autor se presen-
ta como horizonte de expectativas, para el lector como marca o pauta de
lo que se va a encontrar en el acto de lectura y para la sociedad como señal
que lo caracteriza desde el punto de vista literario??, debemos trascen-
der los aspectos meramente temáticos o de intención del emisor hacia
otros de indole formal, sin los cuales sería casi imposible avanzar una
hipótesis genérica.
Nos encontramos ante un tipo de relato”: en el que la narración se subor-
dina a la actividad descriptiva que, a su vez, se halla más directamente rela-
cionada con la función representativa, antes aludida.
Si la narración consiste en relatar con palabras sucesos que los seres
llevan a cabo, la descripción, por el contrario, trata de “pintar” con pala-

2 Miguel Ángel Pérez Priego, “Estudio literario de los libros de viajes medievales”, op. cit., p. 220.
2! Jean Richard, Les récits de voyages et de pélerinages, Brépols, Turnhout, 1981.
?? Cfr. Miguel Ángel Garrido Gallardo, “Una vasta paráfrasis de Aristóteles”, en Teoría de los
géneros literarios, Madrid, Arco/Libros, 1988, p. 20.
23 Entendiendo por relato la clásica definición de Genette, “como representación de un aconte-
cimiento o de una serie de acontecimientos, reales o ficticios, por medio del lenguaje, y más particu-
larmente del lenguaje escrito” (Gérard Genette, “Fronteras del relato”, en AA.VV. Análisis estructu-
ral del relato, Buenos Aires, Editorial Tiempo Contemporáneo, 1970, pp. 193-208).

76
bras, de manera que el receptor pueda ver mentalmente la realidad des-
crita. Así, la descripción se suele resumir en tres fases: observación, refle-
xión y expresión adecuada”*.
La oposición narración/descripción responde a una antigua distinción
de la retórica clásica, recogida por Quintiliano y profusamente citada con
las oportunas adaptaciones en nuestros tratados de retórica del Siglo de Oro”s.
La descripción aparece vinculada tanto con la figura de la descriptio como
con el recurso de la evidentia. De ésta, el autor de la Rhetorica ad Heren-
nium, por citar uno de los textos clásicos, nos dice que “expone las cosas de
forma tal que el asunto parece desarrollarse y los hechos pasar ante nues-
tros ojos [...] esta figura es de gran provecho al amplificar o despertar con-
miseración en un asunto narrativo de estas características. De hecho, nos pre-
senta toda la acción y casi nos la pone ante los ojos”s.
El predominio de la descripción sobre la narración sobresale en los tex-
tos medievales estudiados, se asienta en la producción literaria del siglo XVIII
y se enseñorea también de la narrativa del XIX, propiciado por la introduc-
ción de largos pasajes descriptivos en un género típicamente narrativo como
la novela. El siglo XIX, pues, es también fecundo, tanto o más que el XVIII
en este tipo de recursos y procedimientos del “relato de viajes””.
Estamos frente a unos textos con un “relato narrativo-descriptivo” en el que
el segundo elemento —l descriptivo- actúa como configurador especial del dis-
curso. Aunque los estudios pioneros de narratologia no le prestaron la aten-
ción suficiente, Genette, en su conocido estudio ya citado -publicado a fina-
les de los sesenta-, dedica un apartado a analizar la pareja de términos
narración/descripción, del que extraemos in extenso, el siguiente párrafo:

“Todo relato comporta, en efecto, aunque intimamente mezcladas y en pro-


porciones muy variables, por una parte representaciones de acciones y de acon-
tecimientos que constituyen la narración propiamente dicha y, por otra parte, repre-
sentaciones de objetos o de personajes que constituyen lo que hoy se llama la
descripción [...] En principio es posible concebir textos puramente descriptivos

24 Para una definición y tipología de estas dos modalidades del discurso, véase Miriam Álvarez,
Tipos de escrito I: narración y descripción, Madrid, Arco/Libros, 1994.
25 Vid. por ejemplo Elena Artaza, Antología de textos retóricos españoles del siglo XVI, Bilbao,
Deusto, 1997, pp. 63-68.
26 Cicerón, Rhetorica ad Herennium (traducción, introducción y notas de Juan Francisco Alci-
na), Barcelona, Bosch, 1991, IV, LV pp. 362-364.
77 Es un siglo, además, con un interés muy vivo por rescatar los libros de viajes antiguos. Los
historiadores Marcos Jiménez de la Espada y Ángel Lasso de la Vega sobresalen en este empeño.
28 Como señala la profesora Carrizo Rueda, (Poética del relato de viajes, op.cit., p. 9), desde los
mismos comienzos de la narratología, es decir, desde La morfología del cuento de Propp, la “des-
cripción” ha permanecido desatendida. Se la define allí como “lujo del relato”.

77
que tiendan a representar objetos sólo en su existencia espacial, fuera de todo acon-
tecimiento y aun de toda dimensión temporal. Hasta es más fácil concebir una des-
cripción pura de todo elemento narrativo que la inversa, pues la designación más
sobria de los elementos y circunstancias de un proceso puede ya pasar por un
comienzo de descripción [...] Se puede, pues, decir que la descripción es más indis-
pensable que la narración puesto que es más fácil describir sin contar que contar
sin describir (quizá porque los objetos pueden existir sin movimiento, pero no el
movimiento sin objetos) [...] La descripción podría conseguirse independiente-
mente de la narración, pero de hecho no se la encuentra nunca, por así decir, en
estado puro; la narración sí puede existir sin descripción, pero esta dependencia
no le impide asumir constantemente el primer papel. La descripción es, natural-
mente, ancilla narrationis, esclava siempre necesaria, pero siempre sometida, nun-
ca emancipada. [...] No existen géneros descriptivos y cuesta imaginar, fuera del
terreno didáctico (o de ficciones semididácticas como las de Julio Verne) una obra
en la que el relato se comportara como auxiliar de la descripción”””.

Quedaban así fuera de la categoría de géneros aquellos relatos, a excepción


del género didáctico, cuya narración quedaba subordinada a la descripción.
Si queremos escapar de este callejón sin salida, no queda más remedio
que enmendar la plana a Genette y considerar ambas funciones del relato,
según propone Carrizo siguiendo la estela de otros autores?, como “espe-
cies” o modalidades de un género común o de un mismo tipo de discurso.
En este caso, bastaría con averiguar qué modalidad de discurso predomina
en cada caso, es decir, cuándo el relato es específicamente narrativo o des-
criptivo o, lo que es lo mismo, qué tipo de narración es aquélla que se subor-
dina a la descripción.
Como observa Raúl Dorra’!, es insuficiente atribuir una función nomi-
nal y una función verbal a la descripción y a la narración, respectivamente.
Basta con acudir al ya clásico ejemplo, aducido por Genette, en el que com-
para la función del verbo “tomar” y “asir” en las frases: “tomó el cuchillo”
y “asió el cuchillo”, en las cuales el verbo adquiere una dimensión que va
más allá de lo estrictamente narrativo, invadiendo el ámbito propio de lo des-
criptivo. No hay verbo, sea o no de acción, que esté exento de resonancias
descriptivas, afirmará Genette, al hilo de lo expuesto.
El predominio de una actividad sobre otra, habrá de buscarse, más bien,
en la presencia o ausencia de un desenlace en el relato:

2 Gérard Genette, “Las fronteras del relato”, op. cit., pp.198-199.


* Sofía Carrizo Rueda, Poética del relato de viajes, op.cit., p. 10. Cfr. Félix Martinez Bonati,
La estructura de la obra literaria, Barcelona, Seix Barral, 1983. También Raúl Dorra, “La actividad
descriptiva de la narración”, en Miguel Angel Garrido Gallardo (ed.), Teoria semiótica. Lenguajes y
textos hispánicos, vol. 1, 1983, pp. 509-516.
*! Raúl Dorra, “La actividad descriptiva de la narración”, op. cit., p. 512.

78
“Todo relato es travesia hacia un desenlace, pero esa travesía y ese desenla-
ce pueden ser menos importantes que el mundo, que es escenario de esa trave-
sia. Incluso pueden ser solamente el motivo sobre el que se levanta el escenario.
Cuando así ocurre, cuando el destino de un personaje interesa menos que la visión
de la sociedad que es causa de ese destino, la actividad descriptiva que acompa-
ña a toda narración pasa a ocupar el primer plano del relato”??.

El “relato de viajes” se nos muestra como caso paradigmático en el que


lo descriptivo adquiere un subrayado especial y en el que las situaciones de
tensión narrativa típicas de la novela no encuentran su desenlace o su expli-
cación al final del discurso. Dicho con otras palabras: en los relatos de via-
jes, ya sean medievales, renacentistas, barrocos, dieciochescos%, del XIX o
contemporáneos, las posibles tensiones narrativas, al estar subordinadas a
la descripción -de lugares, personas o situaciones-, se deshacen durante el
propio desarrollo del relato. En definitiva, su naturaleza específica radica
en la belleza de sus descripciones y, esporádicamente, en la tensión narrati-
va de episodios aislados, cuyo climax y anticlimax se resuelve puntualmen-
te y no en el nivel del discurso.
Sin embargo, conviene matizar qué significa que la modalidad de la
descripción predomina sobre la narración. Predominio quiere decir, claro,
subrayado, especial intensidad, abundancia, pero no dominio absoluto, que
nos llevaría al terreno de las guías de viajes que, como sabemos, carecen de
la huella personal que el narrador/viajero imprime a sus textos.
Si al comienzo situábamos en un extremo el amplio apartado de la “lite-
ratura de viajes” (que absorbe cualquier texto en el que el viaje intervenga en
su esquema narrativo), en el extremo opuesto nos encontramos con las guías
de viajes, en las que el motivo único y exclusivo que alienta su elaboración
es el de describir exhaustivamente los sitios y lugares “objetivamente” más
importantes del recorrido. Aunque en estas guías (turísticas o no) de viajes
está presente con frecuencia un cierto prurito de estilo literario -no se limitan
sólo a transmitir datos mostrencos-, eso no las legitima, sin más, como “libros
de viajes” ni siquiera, en la mayoría de los casos, como literatura.
Se refiere a este punto Emilia Pardo Bazán, viajera vocacional y autora
de varios libros de este género, comentando los “libros de viajes” de Pedro
Antonio de Alarcón:

32 Ibídem, p. 513.
3 La relación entre pintura y descripción es patente en algunos escritores de este siglo. Un caso
emblemático lo encontramos en el escritor dieciochesco Antonio Ponz (1725-1792), pintor y retratista
afamado antes de escribir su libro en dieciocho tomos Viage de España o Cartas en que se da noticia
de las cosas más apreciables y dignas de saberse que hay en ella, al que dedicó el resto de su vida.

79
“[...] el viaje escrito es el alma de un viajero y nada más; que a los países y
comarcas les infunde el escritor su propio espíritu (porque para libros de viajes
objetivos, ahí están las Guías y las Descripciones geográficas, hidrográficas,
arqueológicas e históricas)”*.

Ahora bien, ¿dónde radica la diferencia entre este tipo de “relatos de


viajes” y aquellos otros que comparten también ese carácter informativo-lite-
rario, como son las “crónicas” y las “biografías”?
En las primeras, cuyo valor literario en muchos casos está fuera de toda
duda (nadie se atrevería a negar el estatuto de literariedad a la Crónica, pon-
gamos por caso, de Pero López de Ayala, o a muchos otros textos similares),
hay un predominio de lo que llamaríamos relato de los hechos, de los sucesos
y acontecimientos -que es lo que se quiere contar- y a este fin quedaría subor-
dinada la función descriptiva inherente al carácter informativo, si es que alguna
vez este discurso, el de la crónica, toma estos derroteros. No en vano, vol-
viendo al ejemplo que acabamos de citar, Menéndez Pelayo califica al canci-
ller López de Ayala como uno de los exponentes de la narración en el siglo XV:
“es el primero de la Edad Media en quien la historia aparece con el mismo
carácter de reflexión humana y social que habían de imprimir en ella mucho
después los grandes narradores del Renacimiento italiano”S,
El caso de las biografías es más claro, pues los procesos de evolución
narrativa se concentran en la andadura de una sola vida. Ésta es la que domi-
na y ordena todo el proceso discursivo, a diferencia del “relato de viajes”
cuyo interés, ya lo hemos dicho, reside en su “ser espectáculo para la con-
templación”. Una biografía puede ser contada al hilo de un itinerario jalo-
nado por los diferentes sitios que han marcado la trayectoria vital de una
persona. Pueden abundar las descripciones e, incluso, las digresiones, pero
la experiencia protagonística del viajero (si es que el biografiado adquiere
este estatuto en el relato) domina claramente sobre las circunstancias del via-
je (informaciones, noticias, descripciones)*.

* Nuevo Teatro Critico, año II, núm. 13 (enero de 1892), p. 121. (4pud Ana María Freire, “Los
libros de viajes de Emilia Pardo Bazán: El hallazgo del género en la crónica periodística”, en Salva-
dor García Castañeda (ed.), Literatura de viajes. El viejo mundo y el nuevo, Madrid, Castalia/The Ohio
State University, 1999, p. 208.
35 Marcelino Menéndez Pelayo, Antologia de poetas líricos castellanos, Edición Nacional, San-
tander, 1944, vol. I, pp. 353-354.
* Rafael Beltrán considera el libro de El Victorial como biografía caballeresca y no como “relato
de viajes”, pues “leído exclusivamente como libro de viajes, El Victorial resultaría un texto pobre, esca-
sísimo. Leído como biografía, como libro de la vida del conde de Buelna, adquiere todo el valor que
hoy apreciamos: el de un viaje vital, el de un caballero que encarna los ideales de un grupo social en la
primera mitad del siglo XV”. (Rafael Beltrán, “Los libros de viajes medievales castellanos”, en Los libros
de viajes en el mundo románico, Anejo 1 de la Revista de Filología Románica, 1991, p. 137).

80
CUESTIONES DE PRAGMÁTICA E INTERTEXTUALIDAD

Los “libros de viajes” reflejan, en cierta manera, los intereses, inquietu-


des y preocupaciones de cada época, cultura y situación implicadas en el
itinerario abarcado por el relato. Además, el tipo de información proporcio-
nada por el viajero/escritor es bidireccional, es decir, que ilustra tanto sobre
la cultura visitada como sobre el bagaje cultural y los prejuicios del que
visita. Este género literario apunta, por tanto, no sólo a la literatura de ori-
gen del autor sino también a la literatura de las culturas en él representadas.
Como señala Carrizo Rueda, así como en la Edad Media predominan en
este género las informaciones que atañen directamente a situaciones rela-
cionadas con la guerra, encuentros de facciones de bandos en pugna, testi-
monios de concilios, entrevistas con gobernantes, cuestiones relacionadas
con el comercio o la diplomacia..., en la época moderna las referencias se tor-
nan individualistas y se refieren más a cómo la persona es capaz de resol-
ver por sí sola las situaciones de riesgo y dificultades (naufragios, padeci-
mientos, inclemencias del tiempo, etc.).
Lo fundamental no es el dramatismo, como ocurre en las novelas de aven-
turas, ya que aquí los avatares no nos impulsan hacia el desenlace, sino que
nos retienen contándonos cómo el viajero pudo por sí solo resolver aquellas
situaciones. “Mi conclusión en este punto es que todo autor de un libro de via-
jes sea de la época que sea, tiene presente de modo prioritario en su horizon-
te de recepción que sus informaciones tienen que estar necesariamente en una
trabazón íntima con expectativas profundas de la sociedad a la cual se dirige”?”.
Regales Serna, centrándose en el período 1648-1740, enumera las razones que
—según él- provocan que el género se aproxime más a la realidad social en
que se enmarca. Se refiere a las guerras, que son una constante en estos
libros aunque sólo sea para parodiarlas, a las peregrinaciones, que se multi-
plican en este período, a los viajes por negocios, a los viajes en busca de for-
tuna y a los viajes de placer característicos de la burguesia®.
Y así cada época iría mostrando en estos relatos sus inquietudes sociales más
profundas. En la etapa del 98, por ejemplo, encontraríamos que en los “relatos
de viajes”, como el ya citado de Unamuno, Por tierras de Portugal y España
(1911), la “búsqueda de la esencia del hombre de la meseta” es el rasgo que
los distingue de otros posteriores, en los que se muestran problemas de más
actualidad, como la lucha de clases, la situación política y social etc. Sería el
caso de los de Armando López Salinas y Antonio Ferres, Caminando por las

37 Cfr. Carrizo Rueda, Poética del relato de viajes, op.cit., p. 26.


3 Antonio Regales Serna, op. cit., pp. 78-79.
81
Hurdes (1960) o Alfonso Grosso, Por el río abajo (1966) o Armando López Sali-
nas y Javier Alfaya, Viaje al país gallego (1967), por referirnos sólo a algunos.
Hay que insistir, pues, como caracteristica propia de estos relatos, no tan-
to en el marcado interés que muestran hacia cuestiones sociales y culturales
especialmente palpitantes en la época en que se escribieron, como en el
predominio que aquéllas adquieren sobre otros aspectos que cualquier tipo
de relato distinto de éste privilegiaría. Es curioso en este punto comprobar
cómo en el citado libro de la Embajada a Tamorlán, se produce la muerte
de alguno de la expedición y el suceso no recibe más atención que cual-
quiera de las cuestiones pujantes de política en las que se inscribe el libro.
Resumiendo: los temas que denominaríamos de pragmática, ajenos al rela-
to, adquieren un relieve intenso aquí al situarse en un grado de mayor impor-
tancia que los sucesos propios del relato mismo, que no requieren un cono-
cimiento de los entresijos socioculturales de la época retratada.
Ya aludimos antes a otro rasgo que tiene en los “libros de viajes”, sobre
todo en los medievales, una dimensión especial, convirtiéndose en marca dis-
tintiva del género: la intertextualidad. Guías, crónicas, biografías, relatos
de aventuras..., aparecen con frecuencia en momentos clave reforzando un
punto cualquiera del relato y aportando un ingrediente que dota a las narra-
ciones de la carga de objetividad que precisan. Aunque hay una tendencia
en los libros medievales a contar e informar acerca de todo, que se mani-
fiesta en la profusión de digresiones, parece más bien que es rasgo común a
todos los libros de viajes”, debido precisamente a la necesidad propia del
autor/viajero de satisfacer su curiosidad y la de los lectores, dando infor-
mación cabal de todas las noticias, sucesos y acontecimientos relacionados
con la historia, la cultura y las tradiciones de los lugares recorridos.

'OTROS ASPECTOS TEXTUALES

Me gustaría referirme brevemente, a partir de la relación de Jorge


Dubatti, a cuatro procedimientos textuales que he seleccionado como
prototípicos del “relato de viajes” y que también arrojan alguna luz sobre
la especificidad del género:

39 Emilia Pardo Bazán se refiere explicitamente a este recurso cuando dice: “Si siempre me gus-
tan las digresiones, en viaje especialmente las encuentro sabrosas y necesarias” (Por la Europa cató-
lica, tomo XXVI de Obras Completas, Madrid, Establecimiento tipográfico de Idamor Moreno, s.a.
[1902], p. 145. Apud Ana María Freire, op. cit., p. 204).
“0 Jorge Dubatti, “Literatura de viajes y teatro comparado”, Letras, enero-junio 1998, n.* 37,
pp. 133-138.

82
Primero. En este tipo de relatos encontramos habitualmente un suje-
to de enunciación de doble experiencia: de viaje y de escritura. Se trata
de un sujeto de doble instancia: sujeto viajero, individual e irreemplaza-
ble, que se desplaza geográficamente a otro lugar y que, además, escri-
be esa experiencia.
Segundo. Se trata de un sujeto con un peculiar estatuto ficcional: es el
autor, el escritor, “la voz del hombre de carne y hueso”, sin mediación de nin-
gún otro tipo de voz imaginaria. Aquí se exige al lector una especie de pacto
semejante al “pacto autobiográfico”*!: el lector debe suspender su capacidad
de incredulidad y aceptar como no ficcional lo que el sujeto relata, aunque
a veces se acuda a lo ficcional (sin menoscabo de la credibilidad), pero siem-
pre con el fin de garantizar la verosimilitud.
Tercero. Si sabemos que la voz de cualquier narrador goza ya de por sí
de un estatuto ontológico, mediante el que convierte todas sus afirmaciones
sobre la realidad singular y concreta que describe en el relato en motivo de
credibilidad absoluta, en el caso del “relato de viajes”, en el que se da iden-
tidad plena narrador/autor, esa credibilidad se ve reforzada al estar subordi-
nado el hablante ficticio al autor real. Es decir, el autor/viajero está com-
prometido con el narrador.
Como todo género híbrido o fronterizo, éste hace que se puedan inter-
pretar los mensajes en un doble plano: en el de la información, pues las
frases del texto pertenecen al autor (debido a su identificación, ya referi-
da, con el narrador) y son susceptibles de ser enjuiciadas como frases
reales suyas; y en el de la ficción, que le viene dado por el uso de la figu-
ra del narrador y de los personajes, propias de los discursos ficticios. El
primer plano es el que nos permite juzgar la realidad de los hechos narra-
dos (plano referencial) y también la sinceridad u honestidad del narrador
(plano expresivo)*2.
Y cuarto. El viaje y la escritura siguen, necesariamente, ese orden conse-
cutivo. No hay escritura sin viaje previo, ni experiencia de viaje (entiéndase bien)
si posteriormente no se relata. “A diferencia de la literatura de viajes ficcional
(por ej., Memorias de un turista de Stendhal), las experiencias de viaje y escri-
tura siguen necesariamente ese orden consecutivo: primero el viaje, luego la
escritura. En este sentido, la categoría tiempo constituye un componente impor-
tante. La situación de viaje es, generalmente, diferente respecto de la situación

4 Cfr., p.e., Philippe Lejeune, Le pacte autobiographique, París, Seuil, 1975.


42 Cfr. para estas cuestiones, Félix Martínez Bonati, La estructura de la obra literaria, Barcelo-
na, Ariel, 1983, sobre todo parte III, cap. I, pp. 135-174.

83
de escritura: Goethe esperó 25 años para escribir sus Viajes italianos; Flaubert
redactó su Viaje a Oriente luego de su regreso a Francia”*3.
Las instancias intermedias entre la vivencia y la escritura adquieren la
forma de notas, apuntes, diario íntimo, cartas, datos de diversa procedencia...
En fin, la simultaneidad total entre experiencia de viaje y escritura es infre-
cuente, pues el proceso de reelaboración de los datos por parte del viajero requie-
re al menos una pausa para plasmar literariamente lo que se quiere transmitir.

LA RETÓRICA EN LOS “LIBROS DE VIAJES”

Como es natural, basta con repasar lo escrito hasta ahora para detectar el tras-
fondo retórico que rezuma la poética de los textos específicos de este género.
Al hablar de la descriptio y de su inseparable par, la narratio, podemos
mencionar su fuente en los textos retóricos clásicos y en la preceptiva rena-
centista**. Todo un capítulo les dedica, por ejemplo, Juan Luis Vives en su
Tratado de retórica publicado en 1532 en Brujas. Como vemos, aunque a
algunos pudiera parecer el propuesto asunto algo nuevo, propio de las dis-
tinciones terminológicas de la narratología de la década de los sesenta, resul-
ta que estamos ante una más de las cuestiones que la poética, moderna o anti-
gua, tomaba de la disciplina de la retórica.
Asi, el tópico de la laus urbis, intimamente vinculado al recurso de la des-
criptio, es ampliamente comentado en los manuales de retórica y frecuente-
mente utilizado como ejercicio preparatorio de los mismos*>. De igual modo,
si reparamos en los recursos y figuras del lenguaje de uso más frecuente en
los textos objeto de estudio, podemos caracterizar una serie que, no siendo
exclusiva del género, sí, al menos, la caracteriza.
Incluyo, por ese motivo, una selección de figuras, sin pretensiones de
exhaustividad, cuya presencia apunta o puede apuntar hacia la especifici-
dad del género que comentamos.
Así, por ejemplo, la figura de la “amplificación” enumera y detalla todos
aquellos elementos que, no siendo esenciales para el desarrollo de la trama,
contribuyen a realzar e intensificar el sentido y el valor de lo expuesto. Se
opone a la figura de la abreviatio o “sumario”, que pasa por alto los detalles

% Jorge Dubatti, “Literatura de viajes y teatro comparado”, op. cit., p. 134.


4 Vid. por ejemplo, Juan Luis Vives, El arte retórica. De ratione dicendi (estudio introductorio
de Emilio Hidalgo Serna; edición, traducción y notas de Ana Isabel Camacho), Barcelona, Anthro-
pos, 1998, 111, cap. 1, pp. 223-235. También mi comentario, Luis Alburquerque Garcia, El arte de hablar
en público. Seis retóricas famosas, Madrid, Visor, 1995, p. 67.
45 Cfr. Teón, Hermógenes, Aftonio (introducción, traducción y notas de M*. Dolores Reche
Martínez), Ejercicios de retórica, Madrid, Gredos, 1991.

84
para no dar sensación de monotonía y poder saltar rápidamente a otra cuestion.
La repetitio o reiteración de recursos o procedimientos, en este caso descrip-
tivo, otorga relevancia poética al texto. Estas tres figuras adquieren un relieve
especial sobre todo en los textos medievales y configuran su núcleo narrativo
en torno al ya comentado procedimiento de la descriptio urbis*.
Las figuras de la “analepsis” (o retrospección o “flashback”) y de la “pro-
lepsis” (anticipación a sucesos) que, como sabemos, rompen la estructura line-
al de la narración, facilitan la introducción de las digresiones (históricas,
culturales, sociales, etc.), tan frecuentes y propias de este tipo de relatos.
Y, por supuesto, toda la serie de figuras retóricas que derivan de la des-
cripción (o écfrasis), entendida como tal figura retórica, que busca “poner
ante los ojos” la realidad representada mediante la enumeración de sus carac-
terísticas. Tiene la capacidad, esta figura —como vimos-, de dar lugar a tex-
tos autónomos, de ahí su virtualidad de erigirse en forma fundamental del
relato junto con la narración.
Nos referimos a la prosopografía o descripción del físico o aspecto exter-
no de las personas. La etopeya, o descripción de las personas por su carácter
y costumbres. El “retrato” que une precisamente las dos figuras inmediata-
mente anteriores, atendiendo así a la figura completa de la persona “retratada”.
La cronografía y “topografía” o descripción de tiempos y de lugares, res-
pectivamente. La “pragmatografía” o descripción de objetos, sucesos o accio-
nes. La “definición” o descripción pormenorizada de aquello que singulariza
una idea, es decir, su descripción conceptual. La “hipotiposis” (o “demos-
tración” o “evidencia”), que describe lo abstracto de hechos, personas o cosas
(carácter, cualidades, comportamiento, sentimientos) mediante lo concreto
y perceptible, acentuando así los matices de plasticidad.
A éstas habría que añadir, por supuesto, la comparación (que ayuda a com-
prender mejor aquello que se describe y que revela la vinculación entre el
mundo propio del viajero y el de la realidad a la que se enfrenta en su via-
je), la metáfora (de igual eficacia que la figura anterior y con más capaci-
dad de despertar sensaciones nuevas en el lector) y la metonimia (propia de
la narración también), como figuras de uso frecuente, pues facilitan una comu-
nicación de la realidad a través de la visión propia del emisor.
Es cierto que se podría ampliar la lista hasta completarla pero, como
dije antes, se trata de seleccionar aquellas figuras retóricas más recurrentes
en un tipo especial de relato, aquel que se decanta hacia lo descriptivo,

“ Ver al respecto Miguel Angel Pérez Priego, “Estudio literario de los libros de viajes medieva-
les”, op. cit., pp. 228-229. Vid. también Ernst Robert Curtius Literatura europea y Edad Media lati-
na, México, FCE, 1955, 2 vols., p. 229.

85
cuyos engranajes facilitan, a su vez, una mayor presencia de las mismas. Si
bien no podemos decir de las susodichas figuras que están todas las que
son —cualquier figura es susceptible de aparecer en cualquier tipo de relato-
sí al menos podemos afirmar que son todas las que están.

CONCLUSION

En resumen, podriamos concluir que el género consiste en un discurso que


se modula con motivo de un viaje (con sus correspondientes marcas de itinera-
rio, cronología y lugares) y cuya narración queda subordinada a la intención
descriptiva que se expone en relación con las expectativas socio-culturales de la
sociedad en la que se inscribe. Suele adoptar la primera persona (a veces, la ter-
cera), que nos remite siempre a la figura del autor y aparece acompañada de cier-
tas figuras literarias que, no siendo exclusivas del género, sí al menos lo deter-
minan. Está fuera de toda duda que los límites de este género no cuentan con pér-
files nítidos. De hecho, como ya vimos, hay quienes discrepan sobre el estatuto
genérico de alguno de los libros medievales que hemos mencionado”. Hay que
señalar sin embargo que, en sus manifestaciones sucesivas, las fronteras del géne-
ro adquieren contornos más definidos. O sea, aunque sus orígenes se nos presen-
ten como más evanescentes, se pueden proponer caracteristicas que lo distinguen
de los otros géneros limítrofes y que lo fueron asentando con el paso del tiem-
po. Por lo demás, es lo habitual. Ningún género empezó su andadura como tal.
Sólo al cabo del tiempo estamos en condiciones de poder bautizar algo que ya
tiene una sólida trayectoria. Probablemente, esta contribución a la definición
del género sólo consiga arrojar un poco más de luz sobre el “relato de viajes”.
Sin embargo, pienso que no es un intento vano: tratar de buscar similitudes y dife-
rencias de una serie literaria frente a otras, próximas o lejanas, facilita un mejor
conocimiento de las obras literarias mismas que en ellas se inscriben.

BIBLIOGRAFÍA

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*7 Ya vimos cómo hay cierta vacilación en el caso de El Victorial de Gutiérrez Diez de Games.
Se suele considerar como una biografía caballeresca, aunque algunas Historias de la Literatura la inclu-
yan dentro del “relato de viajes” medievales.

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