Separata 3 Segundo Capitulo

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I.

E ISABEL FLORES DE OLIVA


Educación Religiosa Separata 3.

Capítulo segundo

UN EXTRAÑO EN EL CAMINO

56. Todo lo que mencioné en el capítulo anterior es más que una aséptica descripción de la realidad, ya que «los gozos
y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos
sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente
humano que no encuentre eco en su corazón»[53]. En el intento de buscar una luz en medio de lo que estamos
viviendo, y antes de plantear algunas líneas de acción, propongo dedicar un capítulo a una parábola dicha por
Jesucristo hace dos mil años. Porque, si bien esta carta está dirigida a todas las personas de buena voluntad, más allá
de sus convicciones religiosas, la parábola se expresa de tal manera que cualquiera de nosotros puede dejarse
interpelar por ella.

«Un maestro de la Ley se levantó y le preguntó a Jesús para ponerlo a prueba: “Maestro, ¿qué debo hacer para heredar
la vida eterna?”. Jesús le preguntó a su vez: “Qué está escrito en la Ley?, ¿qué lees en ella?”. Él le respondió: “Amarás
al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente, y al prójimo como
a ti mismo”. Entonces Jesús le dijo: “Has respondido bien; pero ahora practícalo y vivirás”. El maestro de la Ley,
queriendo justificarse, le volvió a preguntar: “¿Quién es mi prójimo?”. Jesús tomó la palabra y dijo: “Un hombre bajaba
de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de unos ladrones, quienes, después de despojarlo de todo y herirlo, se fueron,
dejándolo por muerto. Por casualidad, un sacerdote bajaba por el mismo camino, lo vio, dio un rodeo y pasó de largo.
Igual hizo un levita, que llegó al mismo lugar, dio un rodeo y pasó de largo. En cambio, un samaritano, que iba de viaje,
llegó a donde estaba el hombre herido y, al verlo, se conmovió profundamente, se acercó y le vendó sus heridas,
curándolas con aceite y vino. Después lo cargó sobre su propia cabalgadura, lo llevó a un albergue y se quedó
cuidándolo. A la mañana siguiente le dio al dueño del albergue dos monedas de plata y le dijo: ‘Cuídalo, y, si gastas de
más, te lo pagaré a mi regreso’. ¿Cuál de estos tres te parece que se comportó como prójimo del hombre que cayó en
manos de los ladrones?” El maestro de la Ley respondió: “El que lo trató con misericordia”. Entonces Jesús le dijo:
“Tienes que ir y hacer lo mismo» (Lc 10,25-37).

El trasfondo

57. Esta parábola recoge un trasfondo de siglos. Poco después de la narración de la creación del mundo y del ser
humano, la Biblia plantea el desafío de las relaciones entre nosotros. Caín destruye a su hermano Abel, y resuena la
pregunta de Dios: «¿Dónde está tu hermano Abel?» (Gn 4,9). La respuesta es la misma que frecuentemente damos
nosotros: «¿Acaso yo soy guardián de mi hermano?» (ibíd.). Al preguntar, Dios cuestiona todo tipo de determinismo
o fatalismo que pretenda justificar la indiferencia como única respuesta posible. Nos habilita, por el contrario, a crear
una cultura diferente que nos oriente a superar las enemistades y a cuidarnos unos a otros.

58. El libro de Job acude al hecho de tener un mismo Creador como base para sostener algunos derechos comunes:
«¿Acaso el que me formó en el vientre no lo formó también a él y nos modeló del mismo modo en la matriz?» (31,15).
Muchos siglos después, san Ireneo lo expresará con la imagen de la melodía: «El amante de la verdad no debe dejarse
engañar por el intervalo particular de cada tono, ni suponer un creador para uno y otro para otro […], sino uno
solo»[54].

59. En las tradiciones judías, el imperativo de amar y cuidar al otro parecía restringirse a las relaciones entre los
miembros de una misma nación. El antiguo precepto «amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Lv 19,18) se entendía
ordinariamente como referido a los connacionales. Sin embargo, especialmente en el judaísmo que se desarrolló fuera
de la tierra de Israel, los confines se fueron ampliando. Apareció la invitación a no hacer a los otros lo que no quieres
que te hagan (cf. Tb 4,15). El sabio Hillel (siglo I a. C.) decía al respecto: «Esto es la Ley y los Profetas. Todo lo demás
es comentario»[55]. El deseo de imitar las actitudes divinas llevó a superar aquella tendencia a limitarse a los más
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cercanos: «La misericordia de cada persona se extiende a su prójimo, pero la misericordia del Señor alcanza a todos
los vivientes» (Si 18,13).

60. En el Nuevo Testamento, el precepto de Hillel se expresó de modo positivo: «Traten en todo a los demás como
ustedes quieran ser tratados, porque en esto consisten la Ley y los Profetas» (Mt 7,12). Este llamado es universal,
tiende a abarcar a todos, sólo por su condición humana, porque el Altísimo, el Padre celestial «hace salir el sol sobre
malos y buenos» (Mt 5,45). Como consecuencia se reclama: «Sean misericordiosos así como el Padre de ustedes es
misericordioso» (Lc 6,36).

61. Hay una motivación para ampliar el corazón de manera que no excluya al extranjero, que puede encontrarse ya en
los textos más antiguos de la Biblia. Se debe al constante recuerdo del pueblo judío de haber vivido como forastero
en Egipto:

«No maltratarás ni oprimirás al migrante que reside en tu territorio, porque ustedes fueron migrantes en el país de
Egipto» (Ex 22,20).

«No oprimas al migrante: ustedes saben lo que es ser migrante, porque fueron migrantes en el país de Egipto»
(Ex 23,9).

«Si un migrante viene a residir entre ustedes, en su tierra, no lo opriman. El migrante residente será para ustedes como
el compatriota; lo amarás como a ti mismo, porque ustedes fueron migrantes en el país de Egipto» (Lv 19,33-34).

«Si cosechas tu viña, no vuelvas a por más uvas. Serán para el migrante, el huérfano y la viuda. Recuerda que fuiste
esclavo en el país de Egipto» (Dt 24,21-22).

En el Nuevo Testamento resuena con fuerza el llamado al amor fraterno:

«Toda la Ley alcanza su plenitud en un solo precepto: Amarás a tu prójimo como a ti mismo»(Ga 5,14).

«Quien ama a su hermano permanece en la luz y no tropieza. Pero quien aborrece a su hermano está y camina en las
tinieblas» (1 Jn 2,10-11).

«Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida, porque amamos a los hermanos. Quien no ama
permanece en la muerte» (1 Jn 3,14).

«Quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve» (1 Jn 4,20).

62. Aun esta propuesta de amor podía entenderse mal. Por algo, frente a la tentación de las primeras comunidades
cristianas de crear grupos cerrados y aislados, san Pablo exhortaba a sus discípulos a tener caridad entre ellos «y con
todos» (1 Ts 3,12), y en la comunidad de Juan se pedía que los hermanos fueran bien recibidos, «incluso los que están
de paso» (3 Jn 5). Este contexto ayuda a comprender el valor de la parábola del buen samaritano: al amor no le importa
si el hermano herido es de aquí o es de allá. Porque es el «amor que rompe las cadenas que nos aíslan y separan,
tendiendo puentes; amor que nos permite construir una gran familia donde todos podamos sentirnos en casa.
[…] Amor que sabe de compasión y de dignidad»[56].

El abandonado

63. Jesús cuenta que había un hombre herido, tirado en el camino, que había sido asaltado. Pasaron varios a su lado
pero huyeron, no se detuvieron. Eran personas con funciones importantes en la sociedad, que no tenían en el corazón
el amor por el bien común. No fueron capaces de perder unos minutos para atender al herido o al menos para buscar
ayuda. Uno se detuvo, le regaló cercanía, lo curó con sus propias manos, puso también dinero de su bolsillo y se ocupó
de él. Sobre todo, le dio algo que en este mundo ansioso retaceamos tanto: le dio su tiempo. Seguramente él tenía
sus planes para aprovechar aquel día según sus necesidades, compromisos o deseos. Pero fue capaz de dejar todo a
un lado ante el herido, y sin conocerlo lo consideró digno de dedicarle su tiempo.

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64. ¿Con quién te identificas? Esta pregunta es cruda, directa y determinante. ¿A cuál de ellos te pareces? Nos hace
falta reconocer la tentación que nos circunda de desentendernos de los demás; especialmente de los más débiles.
Digámoslo, hemos crecido en muchos aspectos, aunque somos analfabetos en acompañar, cuidar y sostener a los más
frágiles y débiles de nuestras sociedades desarrolladas. Nos acostumbramos a mirar para el costado, a pasar de lado,
a ignorar las situaciones hasta que estas nos golpean directamente.

65. Asaltan a una persona en la calle, y muchos escapan como si no hubieran visto nada. Frecuentemente hay personas
que atropellan a alguien con su automóvil y huyen. Sólo les importa evitar problemas, no les interesa si un ser humano
se muere por su culpa. Pero estos son signos de un estilo de vida generalizado, que se manifiesta de diversas maneras,
quizás más sutiles. Además, como todos estamos muy concentrados en nuestras propias necesidades, ver a alguien
sufriendo nos molesta, nos perturba, porque no queremos perder nuestro tiempo por culpa de los problemas ajenos.
Estos son síntomas de una sociedad enferma, porque busca construirse de espaldas al dolor.

66. Mejor no caer en esa miseria. Miremos el modelo del buen samaritano. Es un texto que nos invita a que resurja
nuestra vocación de ciudadanos del propio país y del mundo entero, constructores de un nuevo vínculo social. Es un
llamado siempre nuevo, aunque está escrito como ley fundamental de nuestro ser: que la sociedad se encamine a la
prosecución del bien común y, a partir de esta finalidad, reconstruya una y otra vez su orden político y social, su tejido
de relaciones, su proyecto humano. Con sus gestos, el buen samaritano reflejó que «la existencia de cada uno de
nosotros está ligada a la de los demás: la vida no es tiempo que pasa, sino tiempo de encuentro»[57].

67. Esta parábola es un ícono iluminador, capaz de poner de manifiesto la opción de fondo que necesitamos tomar
para reconstruir este mundo que nos duele. Ante tanto dolor, ante tanta herida, la única salida es ser como el buen
samaritano. Toda otra opción termina o bien al lado de los salteadores o bien al lado de los que pasan de largo, sin
compadecerse del dolor del hombre herido en el camino. La parábola nos muestra con qué iniciativas se puede rehacer
una comunidad a partir de hombres y mujeres que hacen propia la fragilidad de los demás, que no dejan que se erija
una sociedad de exclusión, sino que se hacen prójimos y levantan y rehabilitan al caído, para que el bien sea común.
Al mismo tiempo, la parábola nos advierte sobre ciertas actitudes de personas que sólo se miran a sí mismas y no se
hacen cargo de las exigencias ineludibles de la realidad humana.

68. El relato, digámoslo claramente, no desliza una enseñanza de ideales abstractos, ni se circunscribe a la
funcionalidad de una moraleja ético-social. Nos revela una característica esencial del ser humano, tantas veces
olvidada: hemos sido hechos para la plenitud que sólo se alcanza en el amor. No es una opción posible vivir indiferentes
ante el dolor, no podemos dejar que nadie quede “a un costado de la vida”. Esto nos debe indignar, hasta hacernos
bajar de nuestra serenidad para alterarnos por el sufrimiento humano. Eso es dignidad.

Una historia que se repite

69. La narración es sencilla y lineal, pero tiene toda la dinámica de esa lucha interna que se da en la elaboración de
nuestra identidad, en toda existencia lanzada al camino para realizar la fraternidad humana. Puestos en camino nos
chocamos, indefectiblemente, con el hombre herido. Hoy, y cada vez más, hay heridos. La inclusión o la exclusión de
la persona que sufre al costado del camino define todos los proyectos económicos, políticos, sociales y religiosos.
Enfrentamos cada día la opción de ser buenos samaritanos o indiferentes viajantes que pasan de largo. Y si
extendemos la mirada a la totalidad de nuestra historia y a lo ancho y largo del mundo, todos somos o hemos sido
como estos personajes: todos tenemos algo de herido, algo de salteador, algo de los que pasan de largo y algo del
buen samaritano.

70. Es notable cómo las diferencias de los personajes del relato quedan totalmente transformadas al confrontarse con
la dolorosa manifestación del caído, del humillado. Ya no hay distinción entre habitante de Judea y habitante de
Samaría, no hay sacerdote ni comerciante; simplemente hay dos tipos de personas: las que se hacen cargo del dolor y
las que pasan de largo; las que se inclinan reconociendo al caído y las que distraen su mirada y aceleran el paso. En
efecto, nuestras múltiples máscaras, nuestras etiquetas y nuestros disfraces se caen: es la hora de la verdad. ¿Nos
inclinaremos para tocar y curar las heridas de los otros? ¿Nos inclinaremos para cargarnos al hombro unos a otros?
Este es el desafío presente, al que no hemos de tenerle miedo. En los momentos de crisis la opción se vuelve acuciante:
podríamos decir que, en este momento, todo el que no es salteador o todo el que no pasa de largo, o bien está herido
o está poniendo sobre sus hombros a algún herido.
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71. La historia del buen samaritano se repite: se torna cada vez más visible que la desidia social y política hace de
muchos lugares de nuestro mundo un camino desolado, donde las disputas internas e internacionales y los saqueos
de oportunidades dejan a tantos marginados, tirados a un costado del camino. En su parábola, Jesús no plantea vías
alternativas, como ¿qué hubiera sido de aquel malherido o del que lo ayudó, si la ira o la sed de venganza hubieran
ganado espacio en sus corazones? Él confía en lo mejor del espíritu humano y con la parábola lo alienta a que se
adhiera al amor, reintegre al dolido y construya una sociedad digna de tal nombre.

Los personajes

72. La parábola comienza con los salteadores. El punto de partida que elige Jesús es un asalto ya consumado. No hace
que nos detengamos a lamentar el hecho, no dirige nuestra mirada hacia los salteadores. Los conocemos. Hemos visto
avanzar en el mundo las densas sombras del abandono, de la violencia utilizada con mezquinos intereses de poder,
acumulación y división. La pregunta podría ser: ¿Dejaremos tirado al que está lastimado para correr cada uno a
guarecerse de la violencia o a perseguir a los ladrones? ¿Será el herido la justificación de nuestras divisiones
irreconciliables, de nuestras indiferencias crueles, de nuestros enfrentamientos internos?

73. Luego la parábola nos hace poner la mirada claramente en los que pasan de largo. Esta peligrosa indiferencia de
no detenerse, inocente o no, producto del desprecio o de una triste distracción, hace de los personajes del sacerdote
y del levita un no menos triste reflejo de esa distancia cercenadora que se pone frente a la realidad. Hay muchas
maneras de pasar de largo que se complementan: una es ensimismarse, desentenderse de los demás, ser indiferentes.
Otra sería sólo mirar hacia afuera. Respecto a esta última manera de pasar de largo, en algunos países, o en ciertos
sectores de estos, hay un desprecio de los pobres y de su cultura, y un vivir con la mirada puesta hacia fuera, como si
un proyecto de país importado intentara forzar su lugar. Así se puede justificar la indiferencia de algunos, porque
aquellos que podrían tocarles el corazón con sus reclamos simplemente no existen. Están fuera de su horizonte de
intereses.

74. En los que pasan de largo hay un detalle que no podemos ignorar; eran personas religiosas. Es más, se dedicaban
a dar culto a Dios: un sacerdote y un levita. Esto es un fuerte llamado de atención, indica que el hecho de creer en Dios
y de adorarlo no garantiza vivir como a Dios le agrada. Una persona de fe puede no ser fiel a todo lo que esa misma fe
le reclama, y sin embargo puede sentirse cerca de Dios y creerse con más dignidad que los demás. Pero hay maneras
de vivir la fe que facilitan la apertura del corazón a los hermanos, y esa será la garantía de una auténtica apertura a
Dios. San Juan Crisóstomo llegó a expresar con mucha claridad este desafío que se plantea a los cristianos: «¿Desean
honrar el cuerpo de Cristo? No lo desprecien cuando lo contemplen desnudo […], ni lo honren aquí, en el templo, con
lienzos de seda, si al salir lo abandonan en su frío y desnudez»[58]. La paradoja es que a veces, quienes dicen no creer,
pueden vivir la voluntad de Dios mejor que los creyentes.

75. Los “salteadores del camino” suelen tener como aliados secretos a los que “pasan por el camino mirando a otro
lado”. Se cierra el círculo entre los que usan y engañan a la sociedad para esquilmarla, y los que creen mantener la
pureza en su función crítica, pero al mismo tiempo viven de ese sistema y de sus recursos. Hay una triste hipocresía
cuando la impunidad del delito, del uso de las instituciones para el provecho personal o corporativo y otros males que
no logramos desterrar, se unen a una permanente descalificación de todo, a la constante siembra de sospecha que
hace cundir la desconfianza y la perplejidad. El engaño del “todo está mal” es respondido con un “nadie puede
arreglarlo”, “¿qué puedo hacer yo?”. De esta manera, se nutre el desencanto y la desesperanza, y eso no alienta un
espíritu de solidaridad y de generosidad. Hundir a un pueblo en el desaliento es el cierre de un círculo perverso
perfecto: así obra la dictadura invisible de los verdaderos intereses ocultos, que se adueñaron de los recursos y de la
capacidad de opinar y pensar.

76. Miremos finalmente al hombre herido. A veces nos sentimos como él, malheridos y tirados al costado del camino.
Nos sentimos también desamparados por nuestras instituciones desarmadas y desprovistas, o dirigidas al servicio de
los intereses de unos pocos, de afuera y de adentro. Porque «en la sociedad globalizada, existe un estilo elegante de
mirar para otro lado que se practica recurrentemente: bajo el ropaje de lo políticamente correcto o las modas
ideológicas, se mira al que sufre sin tocarlo, se lo televisa en directo, incluso se adopta un discurso en apariencia
tolerante y repleto de eufemismos»[59].

Recomenzar
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77. Cada día se nos ofrece una nueva oportunidad, una etapa nueva. No tenemos que esperar todo de los que nos
gobiernan, sería infantil. Gozamos de un espacio de corresponsabilidad capaz de iniciar y generar nuevos procesos y
transformaciones. Seamos parte activa en la rehabilitación y el auxilio de las sociedades heridas. Hoy estamos ante la
gran oportunidad de manifestar nuestra esencia fraterna, de ser otros buenos samaritanos que carguen sobre sí el
dolor de los fracasos, en vez de acentuar odios y resentimientos. Como el viajero ocasional de nuestra historia, sólo
falta el deseo gratuito, puro y simple de querer ser pueblo, de ser constantes e incansables en la labor de incluir, de
integrar, de levantar al caído; aunque muchas veces nos veamos inmersos y condenados a repetir la lógica de los
violentos, de los que sólo se ambicionan a sí mismos, difusores de la confusión y la mentira. Que otros sigan pensando
en la política o en la economía para sus juegos de poder. Alimentemos lo bueno y pongámonos al servicio del bien.

78. Es posible comenzar de abajo y de a uno, pugnar por lo más concreto y local, hasta el último rincón de la patria y
del mundo, con el mismo cuidado que el viajero de Samaría tuvo por cada llaga del herido. Busquemos a otros y
hagámonos cargo de la realidad que nos corresponde sin miedo al dolor o a la impotencia, porque allí está todo lo
bueno que Dios ha sembrado en el corazón del ser humano. Las dificultades que parecen enormes son la oportunidad
para crecer, y no la excusa para la tristeza inerte que favorece el sometimiento. Pero no lo hagamos solos,
individualmente. El samaritano buscó a un hospedero que pudiera cuidar de aquel hombre, como nosotros estamos
invitados a convocar y encontrarnos en un “nosotros” que sea más fuerte que la suma de pequeñas individualidades;
recordemos que «el todo es más que la parte, y también es más que la mera suma de ellas».[60] Renunciemos a la
mezquindad y al resentimiento de los internismos estériles, de los enfrentamientos sin fin. Dejemos de ocultar el dolor
de las pérdidas y hagámonos cargo de nuestros crímenes, desidias y mentiras. La reconciliación reparadora nos
resucitará, y nos hará perder el miedo a nosotros mismos y a los demás.

79. El samaritano del camino se fue sin esperar reconocimientos ni gratitudes. La entrega al servicio era la gran
satisfacción frente a su Dios y a su vida, y por eso, un deber. Todos tenemos responsabilidad sobre el herido que es el
pueblo mismo y todos los pueblos de la tierra. Cuidemos la fragilidad de cada hombre, de cada mujer, de cada niño y
de cada anciano, con esa actitud solidaria y atenta, la actitud de proximidad del buen samaritano.

El prójimo sin fronteras

80. Jesús propuso esta parábola para responder a una pregunta: ¿Quién es mi prójimo? La palabra “prójimo” en la
sociedad de la época de Jesús solía indicar al que es más cercano, próximo. Se entendía que la ayuda debía dirigirse
en primer lugar al que pertenece al propio grupo, a la propia raza. Un samaritano, para algunos judíos de aquella
época, era considerado un ser despreciable, impuro, y por lo tanto no se lo incluía dentro de los seres cercanos a
quienes se debía ayudar. El judío Jesús transforma completamente este planteamiento: no nos invita a preguntarnos
quiénes son los que están cerca de nosotros, sino a volvernos nosotros cercanos, prójimos.

81. La propuesta es la de hacerse presentes ante el que necesita ayuda, sin importar si es parte del propio círculo de
pertenencia. En este caso, el samaritano fue quien se hizo prójimo del judío herido. Para volverse cercano y presente,
atravesó todas las barreras culturales e históricas. La conclusión de Jesús es un pedido: «Tienes que ir y hacer lo
mismo» (Lc 10,37). Es decir, nos interpela a dejar de lado toda diferencia y, ante el sufrimiento, volvernos cercanos a
cualquiera. Entonces, ya no digo que tengo “prójimos” a quienes debo ayudar, sino que me siento llamado a volverme
yo un prójimo de los otros.

82. El problema es que Jesús destaca, a propósito, que el hombre herido era un judío —habitante de Judea— mientras
quien se detuvo y lo auxilió era un samaritano —habitante de Samaría—. Este detalle tiene una importancia
excepcional para reflexionar sobre un amor que se abre a todos. Los samaritanos habitaban una región que había sido
contagiada por ritos paganos, y para los judíos esto los volvía impuros, detestables, peligrosos. De hecho, un antiguo
texto judío que menciona a naciones odiadas, se refiere a Samaría afirmando además que «ni siquiera es una nación»
(Si 50,25), y agrega que es «el pueblo necio que reside en Siquén» (v. 26).

83. Esto explica por qué una mujer samaritana, cuando Jesús le pidió de beber, respondió enfáticamente: «¿Cómo tú,
siendo judío, me pides de beber a mí, que soy una mujer samaritana?» (Jn 4,9). Quienes buscaban acusaciones que
pudieran desacreditar a Jesús, lo más ofensivo que encontraron fue decirle «endemoniado» y «samaritano» (Jn 8,48).
Por lo tanto, este encuentro misericordioso entre un samaritano y un judío es una potente interpelación, que
desmiente toda manipulación ideológica, para que ampliemos nuestro círculo, para que demos a nuestra capacidad
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de amar una dimensión universal capaz de traspasar todos los prejuicios, todas las barreras históricas o culturales,
todos los intereses mezquinos.

La interpelación del forastero

84. Finalmente, recuerdo que en otra parte del Evangelio Jesús dice: «Fui forastero y me recibieron» (Mt 25,35). Jesús
podía decir esas palabras porque tenía un corazón abierto que hacía suyos los dramas de los demás. San Pablo
exhortaba: «Alégrense con los que están alegres y lloren con los que lloran» (Rm 12,15). Cuando el corazón asume esa
actitud, es capaz de identificarse con el otro sin importarle dónde ha nacido o de dónde viene. Al entrar en esta
dinámica, en definitiva experimenta que los demás son «su propia carne» (Is 58,7).

85. Para los cristianos, las palabras de Jesús tienen también otra dimensión trascendente; implican reconocer al mismo
Cristo en cada hermano abandonado o excluido (cf. Mt 25,40.45). En realidad, la fe colma de motivaciones inauditas
el reconocimiento del otro, porque quien cree puede llegar a reconocer que Dios ama a cada ser humano con un amor
infinito y que «con ello le confiere una dignidad infinita»[61]. A esto se agrega que creemos que Cristo derramó su
sangre por todos y cada uno, por lo cual nadie queda fuera de su amor universal. Y si vamos a la fuente última, que es
la vida íntima de Dios, nos encontramos con una comunidad de tres Personas, origen y modelo perfecto de toda vida
en común. La teología continúa enriqueciéndose gracias a la reflexión sobre esta gran verdad.

86. A veces me asombra que, con semejantes motivaciones, a la Iglesia le haya llevado tanto tiempo condenar
contundentemente la esclavitud y diversas formas de violencia. Hoy, con el desarrollo de la espiritualidad y de la
teología, no tenemos excusas. Sin embargo, todavía hay quienes parecen sentirse alentados o al menos autorizados
por su fe para sostener diversas formas de nacionalismos cerrados y violentos, actitudes xenófobas, desprecios e
incluso maltratos hacia los que son diferentes. La fe, con el humanismo que encierra, debe mantener vivo un sentido
crítico frente a estas tendencias, y ayudar a reaccionar rápidamente cuando comienzan a insinuarse. Para ello es
importante que la catequesis y la predicación incluyan de modo más directo y claro el sentido social de la existencia,
la dimensión fraterna de la espiritualidad, la convicción sobre la inalienable dignidad de cada persona y las
motivaciones para amar y acoger a todos.

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Fuente:

http://www.vatican.va/content/francesco/es/encyclicals/documents/papa-francesco_20201003_enciclica-fratelli-
tutti.html

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