8 Tres Enemigos Del Alma

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Tres enemigos del alma

-EL MUNDO-

EL INFLUJO DEL MEDIO SOBRE EL INDIVIDUO

El hombre carnal depende muchísimo del mundo en que vive. Puede decirse que
vive casi completamente sujeto a él, sin saberlo, en sus modos de pensar, sentir, hablar y
hacer. Así San Pablo decía: «Mientras fuimos niños, vivíamos esclavizados bajo los
elementos del mundo» (Gál 4,3; +Col 2,8. 20):

─El deseo de agradar, de coincidir, de recibir aprobación social, el miedo a


disentir de los otros, a enfrentarse con ellos, puede condicionar muy eficazmente al
individuo…
Veamos un experimento clásico: Un grupo de voluntarios fue requerido para
experimentar en ellos los efectos que ciertas vitaminas causaban en la visión. En
realidad se les inyectaba una sustancia totalmente inocua… Cada sujeto esperaba en una
sala los efectos durante un tiempo. Aislado, se sentía raro, sin discernir bien sus
sensaciones. Le introducían entonces un compañero (un colaborador del investigador)
que daba expresivas muestras de euforia (o decaimiento, o agresividad, etc.). Se pudo
comprobar que los sujetos probados tendían a apropiarse la reacción fisiológica de su
compañero visitante, aunque no en grado tan intenso (S. Schachter-J. E. Singer 1962).

─De un modo semejante, la psicología social habla de las normas conductuales


que la sociedad espera de sus miembros y que les inculca desde niños: En cierta cultura
se espera que la muerte de un familiar sea aguantada con estoicismo sereno; en otra se
espera que todos lloren a gritos y que las mujeres se desmayen y tengan que ser
asistidas…
Estos hechos deben dar mucho que pensar a los cristianos:
¿Cómo un cristiano podrá vivir el Evangelio si desea en este mundo éxitos y
teme consiguientemente sufrir fracasos?...
¿Hasta qué punto el cristiano, llevado por un noble deseo de encarnación e
inculturación del Evangelio, deberá aceptar los roles sociales, tal como están
configurados en su ambiente? ¿Tendrá el cristiano suficiente libertad del mundo para
pensar y actuar desde la suprema originalidad del Evangelio? ¿Tendrá en el Espíritu
fuerza creativa suficiente para ser de verdad disidente del mundo?

LOS INFLUJOS SOCIALES SE RECIBEN INCONSCIENTEMENTE

Las personas no suelen sentirse cautivas del mundo, aunque de hecho lo estén.
Normalmente creen que sus convicciones y conductas parten de opciones personales,
conscientes y libres. Pero esto queda muy lejos de la realidad. El mundo, con múltiples
y eficacísimos medios, moldea los sentimientos, pensamientos, conductas y actitudes de
los hombres carnales, los cuales con toda razón son llamados en el evangelio «hijos de
este siglo» (Lc 16,8). Los lazos invisibles del mundo son suaves, y tan sutiles y
constantes, que no suelen ser sentidos como ataduras. Es como un preso que estuviera
contento atado en su rincón, y experimentara sus argollas como si fueran pulseras
preciosas. Sólamente quienes intentan liberarse del mundo, saliendo del rincón donde
están sujetos, experimentan hasta qué punto esas pulseras son realmente argollas.

CONFORMISMO, REBELDIA E INDEPENDENCIA

Por temperamento o educación, por oportunismo o simple moda, el hombre


carnal ─sin dejar de ser hijo del siglo─ se afilia al conformismo o a la rebeldía. Y en el
fondo las dos posturas se asemejan mucho: ambas son gregarias, y están formuladas
automáticamente ─sin elaboración consciente─, en forma reactiva de aceptación o de
rechazo, en referencia a un cuadro social exterior…
Pero sin el auxilio de Cristo, no alcanza la verdadera independencia, la perfecta y
creativa libertad del mundo.

LA MODA CAMBIA

Lo único permanente en la moda es la adoración de lo presente (hodiernismo).


El presente, obviamente, es lo que vale: «La moda de ayer es ridícula y fea; la de
mañana, tal como se anuncia, es incómoda y absurda; sólo la de hoy está bien» (Stoetzel
238). ¿Puede haber algo más constante que la veleta?

LA NECESIDAD DE RECONOCIMIENTO SOCIAL

El hombre carnal es el más ávido de reconocimiento social, pues es quien más


desea el éxito en el mundo, y quien más teme su reprobación. Incluso llega con
frecuencia a una aberración suma: se estima a sí mismo según la estima del mundo. Es
el caso de un pintor que no estima su propia obra porque no tiene venta). Es el caso del
sacerdote que pierde la estima de su ministerio, y lo abandona, porque no recibe
suficiente aprobación social (Jesús, aunque fue socialmente rechazado, no abandonó
su misión, y la consumó en la cruz).

LA LIBERTAD DEL MUNDO EN LA BIBLIA

Así las cosas, se entiende que si Dios quiere hacer hombres realmente nuevos,
habrá de liberarlos primero de «los elementos del mundo» que les esclavizan (Gál 4,3).

De ahí las exhortaciones del Apóstol: «No os hagáis siervos de los hombres» (1
Cor 7,23). Y también: «No os conforméis a este siglo, sino transformáos por la
renovación de la mente» según Dios (Rm 12,2).
Así como la santificación aparece en la Biblia como desmundanización, el
pecado del Pueblo de Dios será la mundanización de su mente y su conducta.
-LA CARNE-

ABNEGACIÓN DE LA CARNE EN EL NUEVO TESTAMENTO

El Evangelio es claro: «El espíritu está pronto, pero la carne es débil» (Mt
26,41). En consecuencia, la doctrina cristiana no puede olvidarse de términos como: la
abnegación de la carne, el renunciamiento, el despojamiento y desposeimiento, la
mortificación del hombre carnal.
El que no sabe negarse la apetencia… no es libre… Una de las mayores
esclavitudes de la vida de un joven puede ser el simple: “no me apetece”

* Jesús enseñaba esta doctrina a todo el pueblo, no a un grupo reducido de


ascetas. «Decía a todos: El que quiere venir detrás de mí, niéguese a sí mismo, tome su
cruz cada día y sígame. Porque quien quiere salvar su vida, la perderá, y quien perdiere
su vida por mi causa, la salvará» (Lc 9,23-24).
* Y San Pablo enseña lo mismo con palabras equivalentes. «Dejando vuestra
antigua conducta, despojáos del hombre viejo, viciado por la corrupción del error;
renováos en vuestro espíritu, y vestíos del hombre nuevo, creado según Dios en justicia
y santidad verdaderas» (Ef 4,22-24; +Rm 13, 12.14; Col 3,9-10).

ALGUNAS CLAVES PREVIAS

1ª.-La abnegación cristiana en realidad no niega nada. El hombre se niega a sí


mismo cuando se aleja de Dios y peca, y se afirma a sí mismo, es decir, se realiza,
cuando se une con Dios. Negar esta negación de hombre (pecado) es una afirmación.
Algunos creen que afirmar lo cristiano exige negar lo humano, ganar la vida
eterna implica perder la presente… Y eso es una gran falsedad… No se trata de
amargarte aquí para luego ser fiel en el Cielo... ¡¡no!! El cristiano es mucho más feliz
“aquí” que el que aquel otro que no niega su carne…

2ª.─La abnegación se hace por la fuerza afirmativa del amor. Toda abnegación
cristiana es un acto de amor a Dios y al prójimo. Con la fuerza del amor fácilmente se
niega lo que sea…

3ª.─El desposeimiento siempre ha de ser afectivo, no siempre efectivo. La


santidad cristiana no siempre exige «no tener», pero siempre exige «tener como si no se
tuviera», es decir, sin apego desordenado (1 Cor 7,29-31). Porque "no ocupan al alma
las cosas de este mundo ni la dañan, pues no entra en ellas, sino la voluntad y apetito de
ellas que moran en ella» (1 S 3,4).

-EL DEMONIO-

EL ORIGEN DEL MAL


¿Cómo es posible el mal en la creación de Dios, tan buena y armoniosa? Es
claro que el origen del mal es el pecado. Pero también es cierto que el pecado tiene una
fuerza inusitada porque es impulsado, no sólo por el mundo y la carne, sino por un ser
personal, el demonio…

Aunque no sabemos mucho del demonio, no debemos callar lo que sabemos…


Como decía San Juan Crisóstomo, «no es para mí ningún placer hablaros del demonio,
pero la doctrina que este tema me sugiere será para vosotros muy útil» (MG 49,258).

REVELACIÓN BIBLICA

El Demonio es el gran ángel caído que, no pudiendo nada contra Dios, embiste
contra la creación visible, contra su jefe, el hombre, buscando que toda criatura se
rebele contra el Señor del cielo y de la tierra. La historia humana es el eco de aquella
inmensa «batalla en el cielo», cuando Miguel con sus ángeles venció al Demonio y a los
suyos (Ap 12,7-9)

El Nuevo Testamento da sobre el Demonio una revelación mucho más clara y


cierta que la que había en el Antiguo. El evangelio relata la vida pública del Salvador
comenzando por su encontronazo con el Diablo: «fue llevado Jesús por el Espíritu al
desierto para ser tentado por el diablo» (Mt 4,1-11). Así se inicia y manifiesta su misión
pública entre los hombres.

De un lado está Satanás. Aparece con las siguientes características: Tiene un


poder inmenso; hasta el punto de que se le llama «Príncipe de este mundo» (Jn 12,31;
14, 30; 16,11), más aún, «dios de este mundo» (2 Cor 4,4; +Ef 2,2), «Todo esto te daré
si postrándote me adoras». Satanás, en efecto, puede «dar el mundo» a quien ─por
pecado, mentira, riqueza─ le adore….

Del otro lado está Jesús, dándonos en el austero marco del desierto la muestra
primera de su poder formidable. Se ve que «el Hijo de Dios se manifestó para destruir
las obras del Diablo» (1 Jn 3,8), y se hace patente que el Príncipe de este mundo no
tiene ningún poder sobre él (Jn 14,30): Cuando Jesús le impera «Apártate, Satanás». Lo
echa fuera como a un perro.

Lucha entre los cristianos y Satanás. ─«El Diablo, desde esta primera aparición
en el ministerio de Jesús, es considerado como el tentador por excelencia, exactamente
como lo había sido en figura de serpiente, engañando a Eva con su astucia. Se esforzará
por sustraer a los fieles del Señorío de Cristo para arrastrarlos consigo. Su arma siempre
es la misma: la astucia (2 Cor 2,11) y la mentira (Jn 8,44; +Ap 2,9;3,9).

La redención cristiana cristiana es siempre una «santificación en la verdad» (Jn


17,17). Ante el poder apostólico de la verdad, los demonios, sostenidos en la mentira del
mundo, caen vergonzosamente de sus tronos. Por eso los setenta y dos discípulos
vuelven alegres de su misión: «Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre.
El les dijo: Yo estaba viendo a Satanás caer del cielo como un rayo» (Lc 10,17-18).

Por eso Satanás combate especialmente a los apóstoles de Jesús (Lc 22,31-32).
Logra a veces «entrar» en un apóstol, lo que para él es gran victoria (22,3; Jn 13,2. 27;
+6,70-71). Pero el Colegio apostólico, como tal, es una roca, sobre la cual se
fundamenta la Iglesia, que resistirá hasta el fin los ataques del infierno (Mt 16,18).

TRADICIÓN Y LITURGIA

Los Padres de la Iglesia enseñaron un amplia doctrina demonológica, y apenas


hallaríamos uno que no dé doctrina sobre el combate cristiano contra el Demonio.
Evagrio Póntico y Casiano son, quizá, los autores más importantes en la
demonología monástica. Los demonios son ángeles caídos, que atacan a los hombres en
sus niveles más vulnerables ─cuerpo, sentidos, fantasía─, pero que nada pueden sobre
el hombre si éste no les da el consentimiento de su voluntad. Para su asedio se sirven
sobre todo de los logismoi ─pensamientos, pasiones, impulsos desordenados y
persistentes─, que pueden reducirse a ocho: gula, fornicación, avaricia, tristeza, cólera,
acedía, vanagloria y orgullo. Pero no pueden ir en sus ataques más allá de lo que Dios
permita. El cristiano debe resistir con «la armadura de Dios» que describe el Apóstol
(Ef 6,11-18), y muy especialmente con la Palabra divina, la oración y el ayuno, que
fueron las armas con que Cristo resistió y venció en las tentaciones del desierto.

La liturgia de la Iglesia incluye la «renuncia a Satanás» en el Bautismo de los


niños (150), y dispone exorcismos en el Ritual para la iniciación cristiana de los adultos
(101, 109-118, 373). Esa renuncia a Satanás la renueva cada año el pueblo cristiano en
la Vigilia Pascual.

LAS TENTACIONES DIABÓLICAS

El Demonio es el Tentador que inclina a los hombres al pecado. «El oficio


propio del Diablo es tentar» (STh I,114,2). Cierto que también somos tentados por el
mundo y la carne, pues «cada uno es tentado por sus propios deseos, que le atraen y
seducen»(Sant 1,14; +Mt 15,18-20); de modo que no todas las tentaciones proceden del
Demonio (STh I,114,3). Pero al ser él el principal enemigo del hombre, y el que se sirve
del mundo y de la carne, bien puede decirse que «no es nuestra lucha contra la carne
y ]a sangre, sino contra los espíritus malos» (Ef 6,12).

Conocemos suficientemente sus siniestras estrategias: Inquietud, desasosiego,


oscuridad, alboroto interior, sequedad... pero sobre todo falsedad. El Demonio tienta a
lo que parece bueno. «Entre las muchas astucias que el demonio usa para engañar a los
espirituales ─dice San Juan de la Cruz─, la más ordinaria es engañarlos bajo especie de
bien, y no bajo especie de mal; porque sabe que el mal conocido apenas lo tomarán»
(Cautelas 10). A Santa Teresa, por ejemplo, el Demonio le tentaba piadosamente a que
dejase tanta oración «por humildad» (Vida 8,5).

Nada puede el Demonio sobre el hombre si éste no le cede sus potencias


espirituales. Dios puede obrar en la substancia del alma inmediatamente o también
mediatamente, con ideas, sentimientos, palabras interiores. Pero el Demonio sólo
mediatamente puede actuar sobre el hombre, induciendo en él sentimientos, imágenes,
dudas, convicciones falsas, iluminaciones engañosas. Sin la complicidad de las
potencias espirituales del hombre, el alma misma permanece para él inaccesible.
El Demonio directamente a los buenos. A los pecadores les tienta por mundo y
carne, y con eso le basta para perderlos. Pero se ve obligado a hostilizar directamente, a
cara descubierta, a los santos, que ya están muy libres de mundo y carne. Por eso en las
vidas de los santos hallamos normalmente directas agresiones diabó1icas.

ESPIRITUALIDAD DE LA LUCHA CONTRA EL DEMONIO

El Demonio es peor enemigo que mundo y carne. Esto es algo que el cristiano
debe saber. «Sus tentaciones y astucias ─dice San Juan de la Cruz─ son más fuertes y
duras de vencer y más dificultosas de entender que las del mundo y carne» (Cántico
3,9).

La espada de la Palabra y la perseverancia en la oración: son las mismas armas


con las que Cristo venció al Demonio en el desierto. «Orad para que no cedáis en la
tentación» (Lc 22,40). Ciertos especie de demonios «no puede ser expulsada por ningún
medio si no es por la oración» (Mc 9,29).

La coraza de la justicia: venciendo el pecado se vence al Demonio. «No pequéis,


no deis entrada al diablo» (Ef 4,26-27).

La fidelidad a la doctrina y disciplina de la Iglesia es necesaria para librarse del


Demonio. Decía Santa Teresa: «Tengo por muy cierto que el demonio no engañará ─no
lo permitirá Dios─ al alma que de ninguna cosa se fía de sí y está fortalecida en la fe»
(Vida 25,12).

Los sacramentales de la Iglesia, la cruz, el agua bendita, son ayudas preciosas.


Como un niño que corre a refugiarse en su madre, así el cristiano asediado por el Diablo
tiende, bajo la acción del Espíritu Santo, a buscar el auxilio de la Madre Iglesia. Santa
Teresa conoció bien la fuerza del agua bendita ante los demonios: «No hay cosa con que
huyan más para no volver; de la cruz también huyen, mas vuelven».

No debemos temer al Demonio, pues el Señor nos mandó: «No se turbe vuestro
corazón ni tengáis miedo» (Jn 14,27). Cristo venció al Demonio y lo sujetó. Ahora es
como una fiera encadenada, que no puede dañar al cristiano si éste no se le entrega. El
poder tentador de los demonios está completamente sujeto a la providencia del Señor,
que los emplea para nuestro bien como castigos medicinales (1 Cor 5,5; 1 Tim 1,20) o
como pruebas purificadoras (2 Cor 12,7-10).

Los cristianos somos en Cristo reyes, y participamos del Señorío de Jesucristo


sobre toda criatura, también sobre los demonios. En este sentido escribía Santa Teresa:
«Si este Señor es poderoso, siendo yo sierva de este Señor, ¿por qué no he de tener yo
fortaleza para combatir contra todo el infierno? Tomaba una cruz en la mano y así dije:
"Venid ahora todos, que siendo sierva del Señor quiero yo ver qué me podéis hacer"». Y
en esta actitud desafiante, concluye: «No hay duda de que me parecía que me tenían
miedo, porque yo quedé sosegada y tan sin temor de todos ellos que se me quitaron
todos los miedos que solía tener hasta hoy; porque, aunque algunas veces les veía, no
les he tenido más casi miedo, antes me parecía que ellos me lo tenían a mí. Me quedó un
señorío contra ellos, bien dado por el Señor de todos, que no se me da más de ellos que
de moscas. Me parecen tan cobardes que, en viendo que los tienen en poco, no les queda
fuerza» (Vida 25,20-21).

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