Buen Samaritano Lectio Divina
Buen Samaritano Lectio Divina
Buen Samaritano Lectio Divina
Dios mío, todopoderoso y eterno, creo en Ti, espero en Ti, y busco a amarte con todo mi
corazón, con toda mi alma, con toda mi mente y con toda mis fuerzas, sirviendo a mis
hermanos. Que esta oración me ayude a nunca ser indiferente ante las necesidades de los
demás.
Petición
¡Jesucristo, transfórmame con tu gracia, para que ame como Tú me amas y así pueda ser un
auténtico discípulo tuyo!
¡No estáis y no estaréis solos! En estos días, en medio de tanta destrucción y tanto dolor, habéis
visto y sentido que mucha gente se ha movido para expresaros cercanía, solidaridad, afecto; y
esto a través de tantos signos y ayudas concretas. Mi presencia en medio de vosotros quiere ser
uno de estos signos de amor y esperanza. Mirando vuestras tierras he experimentado profunda
conmoción ante tantas heridas, pero he visto también tantas manos que las quieren curar junto a
vosotros; he visto que la vida comienza de nuevo, quiere volver a comenzar con fuerza y
coraje, y esto es el signo más bello y luminoso.
Desde este lugar quisiera lanzar un fuerte llamamiento a las instituciones, a cada ciudadano a
ser, aún en las dificultades del momento, como el buen samaritano del Evangelio que no pasa
indiferente ante quien está en la necesidad, sino que, con amor, se inclina, socorre, permanece
al lado, haciéndose cargo hasta el fondo de las necesidades del otro. La Iglesia está cercana a
vosotros y os estará cercana con su oración y con la ayuda concreta de sus organizaciones, en
particular de Caritas, que se empeñará también en la reconstrucción del tejido comunitario de
las parroquias.(Benedicto XVI, 26 de junio de 2012).
Reflexión
Edith Zirer es una mujer judía que vive en las afueras de Jaifa. Cuenta cómo fue liberada del
campo de concentración de Auschwitz cuando tenía 13 años de edad. Había pasado allí tres.
"Era una gélida mañana de invierno de 1945, dos días después de la liberación -nos narra-.
Llegué a una pequeña estación ferroviaria entre Czestochowa y Cracovia. Me eché en un rincón
de una gran sala donde había docenas de prófugos, todavía con el traje a rayas de los campos de
exterminio. Él me vio. Vino con una gran taza de té, la primera bebida caliente que probaba en
varias semanas. Después me trajo un bocadillo de queso, hecho con un pan negro, exquisito.
Yo no quería comer. Estaba demasiado cansada. Me obligó. Luego me dijo que tenía que
caminar para poder subir al tren. Lo intenté, pero me caí al suelo. Entonces me tomó en sus
brazos y me llevó durante mucho tiempo, kilómetros, a cuestas, mientras caía la nieve.
Recuerdo su chaqueta de color marrón y su voz tranquila que me contaba la muerte de sus
padres, de su hermano, y me decía que también él sufría, pero que era necesario no dejarse
vencer por el dolor y combatir para vivir con esperanza. Su nombre se me quedó grabado para
siempre en mi memoria: Karol Wojtyla. Quisiera hoy darle un "gracias" desde lo más profundo
de mi corazón.
Hasta aquí este bellísimo y conmovedor testimonio de la vida real, contado por la misma
protagonista. Tal vez también a ti te hubiese encantado haber conocido a este joven polaco que
después fue nuestro querido Papa Juan Pablo II, como bien sabes. Toda su vida, desde que era
seminarista, y luego sacerdote, obispo y Papa, fue una constante donación a los demás. A esta
luz entendemos mejor su gran humanidad y delicadeza en el trato con todas las personas y su
especial ternura para con los débiles y los enfermos. Él conoció muy de cerca el sufrimiento
humano, lo vivió y experimentó en carne propia, y desde joven aprendió a compadecer al
hermano doliente, sin importarle edad, raza, sexo, cultura o religión. ¡Esto es ser un buen
samaritano! Ya lo veremos como santo, cuando el Papa Francisco lo canonice pronto.
En el Evangelio de hoy nos narra Jesús la bella parábola del buen samaritano. Un letrado se le
acerca al Señor y le pregunta qué tiene que hacer para heredar la vida eterna. Y nuestro Señor
no duda ni un segundo: cumple el primer mandamiento de la Ley. O sea, "ama a Dios sobre
todas las cosas y a tu prójimo como a ti mismo". Pero el letrado insiste y trata de justificarse.
Entonces brota de los labios y del corazón de Jesús esta parábola tan humana y tan llena de
misericordia.
Pero hay un dato muy interesante que conviene notar: el letrado le pregunta a Jesús quién es su
prójimo. Y nuestro Señor, al concluir su narración, le pregunta al letrado: "¿Cuál de éstos tres
se portó como prójimo?". Jesús da la vuelta a la tortilla y le cambia la pregunta: no basta con
saber quién es nuestro prójimo, sino que tenemos que comportarnos como auténticos prójimos
de los demás. "Prójimo" no es, pues, un concepto; ni es sólo el que está a nuestro lado. Para
Jesús y para el cristiano adquiere una connotación moral profundamente antropológica – y, por
tanto, de un fuerte carácter espiritual-: "prójimo" son todos los seres humanos, sin distinción
alguna, y merecen todo nuestro respeto, nuestra consideración y lo más profundo de nuestro
amor. Exactamente como hace el Papa. Lo contrario al egoísmo, a los intereses personales o a
la satisfacción de las propias pasiones desordenadas.
O como la Madre Teresa de Calcuta. Y como hicieron tantos santos y fieles hijos de la Iglesia.
Teresa de Calcuta solía repetir con frecuencia: "Nunca dejemos que alguien se acerque a
nosotros y no se vaya mejor y más feliz. Lo más importante no es lo que damos, sino el AMOR
que ponemos al dar. Halla tu tiempo para practicar la caridad. Es la llave del Paraíso".
El Papa Juan Pablo II, en su encíclica sobre el dolor humano, "Salvifici doloris", nos hace una
reflexión profunda sobre el buen samaritano: "El samaritano – dice- demostró ser, de verdad, el
"prójimo" de aquel infeliz que cayó en manos de los ladrones. "Prójimo" significa también el
que cumple el mandamiento del amor al prójimo... No nos es lícito "pasar de largo" con
indiferencia, sino que debemos -detenernos- al lado del que sufre. Buen samaritano, en efecto,
es todo hombre que se detiene al lado del sufrimiento de otro hombre, cualquiera que sea. Y ese
detenerse no significa curiosidad, sino disponibilidad. Ésta es como el abrirse de una cierta
disposición interior del corazón, que tiene también su expresión emotiva" (Salv. Dol., n. 28).
"Buen samaritano es – continúa la encíclica- todo hombre sensible al dolor ajeno, el hombre
que -se conmueve- por la desgracia del prójimo. Si Cristo, profundo conocedor del corazón
humano, subraya esta compasión, quiere decir que es ésta es importante en todo nuestro
comportamiento de frente al sufrimiento de los demás. Es necesario, por tanto, cultivar en
nosotros esta sensibilidad del corazón, que testimonia la -compasión- hacia el que sufre".
Pero no basta con esto. Este saber comprender y sufrir con el que sufre; alegrarse con el que se
alegra y llorar con el que llora; este "hacerse todo a todos" de san Pablo es "para salvarlos a
todos" (I Cor 9, 22). El buen samaritano es el que tiene un corazón bueno, compasivo y
misericordioso, el que se enternece ante el sufrimiento del otro. Pero, además, que hace todo lo
posible por aliviarlo, no sólo compartiendo y "con-padeciendo" en sus dolores, sino también
haciendo algo eficaz por remediarlos. Como hizo el samaritano de la parábola.
El buen samaritano por antonomasia es nuestro buen Jesús. Él "se compadecía y se enternecía
de las muchedumbres porque andaban como ovejas que no tienen pastor" (Mt 9, 36) . Y
enseguida ponía manos a la obra para remediar sus necesidades espirituales y corporales: las
consolaba, les predicaba el amor del Padre; y también curaba sus enfermedades físicas y sanaba
toda dolencia, multiplicaba los panes para darles de comer, a los ciegos les devolvía la vista,
curaba a los leprosos, resucitaba a los muertos. Y, al final de su vida terrena, Él mismo quiso
darnos su ser entero en la Eucaristía y en el Calvario, muriendo por nosotros para darnos vida
eterna.
Propósito
Esto es ser buen samaritano. Y tú, ¿eres ya un buen samaritano? ¿te has detenido alguna vez a
lo largo del camino de la vida para curar las heridas del que sufre en su cuerpo o en su alma?
¿quieres ser, a partir de hoy, un buen samaritano para tu prójimo? Ojalá que sí. ¡Haz esto y
vivirás!
Señor, aumenta mi fe para que te pueda ver en cada persona que conozco. Fortalece mi
esperanza para que pueda confiar firmemente en que Tú me darás todo lo que necesito para
amar. Incrementa mi caridad para que pueda experimentar la alegría que viene de dar sin
esperar recibir. Ayúdame a hacer la experiencia de ser misionero de tu amor allí donde la
Providencia me ha puesto, con humildad y valentía, sacando de la oración la fuerza de la
caridad alegre y activa.
Necesitamos siempre a Dios, que se convierte en nuestro prójimo, para que nosotros
podamos a su vez ser prójimos.
27/IV/2016
Catequesis del Papa: La compasión “es una característica esencial de la misericordia de
Dios”
BENEDICTO XVI
Carta Encíclica DEUS CARITAS EST (Dios es amor)
Dado en Roma, junto a San Pedro, 25 de diciembre, solemnidad de la Natividad del Señor, del
año 2005, primero de mi Pontificado.