Catequesis FETV
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132. Ante todo, la formación tiene como finalidad hacer que los ca- tequistas
tomen conciencia, como bautizados, para ser verdaderos discípulos misioneros,
es decir, sujetos activos de la evangelización. Esto les permite sentirse
capacitados por la Iglesia para comunicar el Evangelio y para acompañar y educar
en la fe. La formación de los catequistas, por tanto, ayuda a desarrollar las
competencias necesarias para comunicar la fe y acompañar el crecimiento de los
hermanos. La finalidad cristocéntrica de la catequesis configura toda la formación
de los catequistas y les prepara para animar un itinerario catequístico de tal
manera que quede resaltada la centralidad de Jesucristo en la historia de la
salvación.
Para que estos casos, en todas sus formas, no ocurran más, se necesita una
continua y profunda conversión de los corazones, acompañada de acciones
concretas y eficaces que involucren a todos en la Iglesia, de modo que la santidad
personal y el compromiso moral contribuyan a promover la plena credibilidad del
anuncio evangélico y la eficacia de la misión de la Iglesia85.
145. Sin embargo, al presentar el mensaje hay que tener cuidado en la forma de
hacerlo para que realmente pueda ser acogido y asumido. Para esto es necesario
armonizar:
2. a. el carácter sintético y kerigmático, de modo que los diversos ele- mentos
de la fe se presenten de forma unificada y orgánica, con capacidad de
interpelar a la experiencia humana; la calidad narrativa de los relatos
bíblicos, que «comporta un acer- camiento a las Escrituras en la fe y en la
Tradición de la Iglesia, de modo que se perciban esas palabras como vivas
(...) para que todo fiel reconozca que también su existencia personal
pertenece a esta misma historia»86;
3. un estilo catequístico de los contenidos teológicos, que valora las
condiciones de vida de las personas;
4. un conocimiento de tipo apologético, que muestre que la fe no se opone a
la razón y que resalte las verdades desde una correcta an- tropología,
iluminada por la razón natural. Se subraya la impor- tancia de los
preambula fidei para «desarrollar un nuevo discurso sobre la credibilidad,
una apologética original que ayude a crear las disposiciones para que el
Evangelio sea escuchado por todos»87.
Desde la óptica más amplia de la Iglesia particular se podrán determinar mejor las
modalidades de formación más adecuadas, el lugar o lugares más idóneos para
impartirla, el tipo de catequistas especializados que conviene fomentar, los
formadores que se necesitan, los instrumentos más idóneos, lo que debe ser
realizado en las parroquias y comunidades y lo que supera ese marco... y, en
general, el contenido y método de fondo de dicha formación.
Es muy importante no limitarse —como ocurre a menudo— a la sola preparación para unas tareas. Sería
síntoma de una formación interesada, en la que se utilizaría a los catequistas sólo para alcanzar unas metas
exteriores a ellos. La iglesia, por el contrario, tiene que desear formar a sus catequistas ante todo por ellos
mismos, para que se realicen más plenamente como personas y como cristianos en la tarea catequizadora.
En este sentido, la formación del catequista laico no difiere de la del sacerdote o del religioso o religiosa, a
quienes se prepara para ser en la Iglesia y no sólo para desarrollar una tarea. Se asemeja, también, a la de
aquellas otras actividades civiles cuyo ejercicio exige una madurez, aparte de los conocimientos necesarios
(psicólogos, educadores, los propios padres...).
Es esa madurez humana y cristiana del catequista la que, en último término, va a ser
decisiva en la catequización:
Su personalidad adquirirá —entre otras cualidades— rasgos de padre y de madre (cf. 65) para
amar desinteresadamente al catequizando y desear su crecimiento e independización
progresivos.
La madurez de su fe, por otra parte, le capacitará para dar testimonio de la Buena Nueva: «El hombre
contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan o, si escucha a los que
enseñan es porque dan testimonio» (EN 41).
Por eso, la formación deberá hacer crecer al catequista no sólo como pedagogo, sino también como persona
y como creyente.