Paideia Ideales Cultura Griega

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WERNER JAEGER

(Texto extraido del libro “Paideia: Los ideales de la cultura griega”)

I. NOBLEZA Y "ARETE" (19) LA EDUCACIÓN es una función tan natural y universal


de la comunidad humana, que por su misma evidencia tarda mucho tiempo en llegar a la
plena conciencia de aquellos que la reciben y la practican. Así, su primer rastro en la
tradición literaria es relativamente tardío. Su contenido es en todos los pueblos
aproximadamente el mismo y es, al mismo tiempo, moral y práctico. Tal fue también
entre los griegos. Reviste en parte la forma de mandamientos, tales como: honra a los
dioses, honra a tu padre y a tu madre, respeta a los extranjeros; en parte, consiste en una
serie de preceptos sobre la moralidad externa y en reglas de prudencia para la vida,
trasmitidas oralmente a través de los siglos; en parte, en la comunicación de
conocimientos y habilidades profesionales, cuyo conjunto, en la medida en que es
trasmisible, designaron los griegos con la palabra techné.
Los preceptos elementales de la recta conducta respecto a los dioses, los padres y los
extraños, fueron incorporados más tarde a las leyes escritas de los estados sin que se
distinguiera en ellas de un modo fundamental entre la moral y el derecho. El rico tesoro
de la sabiduría popular, mezclado con primitivas reglas de conducta y preceptos de
prudencia arraigados en supersticiones populares, llegó, por primera vez, a la luz del día
a través de una antiquísima tradición oral, en la poesía rural gnómica de Hesíodo. Las
reglas de las artes y oficios resistían, naturalmente, en virtud de su propia naturaleza, a la
exposición escrita de sus secretos, como lo pone de manifiesto, por ejemplo, en lo que
respecta a la profesión médica, la colección de los escritos hipocráticos.
De la educación, en este sentido, se distingue la formación del hombre, mediante la
creación de un tipo ideal íntimamente coherente y claramente determinado. La educación
no es posible sin que se ofrezca al espíritu una imagen del hombre tal como debe ser. En
ella la utilidad es indiferente o, por lo menos, no es esencial. Lo fundamental en ella es
καλόν, es decir, la belleza, en el sentido normativo de la imagen, imagen anhelada, del
ideal. El contraste entre estos dos aspectos de la educación puede perseguirse a través de
la historia. Es parte fundamental de la naturaleza humana.
No importan las palabras con que los designemos. Pero es fácil ver que cuando
empleamos las expresiones educación y formación o cultura para designar estos sentidos
históricamente distintos, la educación y la cultura tienen raíces diversas. La cultura se
ofrece en la forma entera del hombre, en su conducta y comportamiento externo y en su
apostura interna. Ni una ni otra nacen del azar, sino que son producto de una disciplina
consciente. Platón la comparó ya con el adiestramiento de los perros de raza noble. Al
principio esta educación se hallaba reservada sólo a una pequeña clase de la sociedad, a
la de los nobles. El kalos kagathos griego de los tiempos clásicos revela este origen de un
modo tan claro como el gentleman inglés. Ambas palabras proceden del tipo de la
aristocracia caballeresca. Pero desde el momento en que la sociedad burguesa dominante
adoptó aquellas formas, la idea que las inspira se convirtió en un bien universal y en una
norma para todos.
Es un hecho fundamental de la historia de la cultura que toda alta cultura surge de la
diferenciación de las clases sociales, la cual se origina, a su vez, en la diferencia de valor
espiritual y corporal de los individuos. Incluso donde la diferenciación por la educación
y la cultura conduce a la formación de castas rígidas, el principio de la herencia que
domina en ellas es corregido y compensado por la ascensión de nuevas fuerzas
procedentes del pueblo. E incluso cuando un cambio violento arruina o destruye a las
clases dominantes, se forma rápidamente, por la naturaleza misma de las cosas, una clase
directora que se constituye en nueva aristocracia. La nobleza es la fuente del proceso
espiritual mediante el cual nace y se desarrolla la cultura de una nación. La historia de la
formación griega —el acaecimiento de la estructuración de la personalidad nacional del
helenismo, de tan alta importancia para el mundo entero— empieza en el mundo
aristocrático de la Grecia primitiva con el nacimiento de un ideal definido de hombre
superior, al cual aspira la selección de la raza. Puesto que la más antigua tradición escrita
nos muestra una cultura aristocrática que se levanta sobre la masa popular, es preciso que
la consideración histórica tome en ella su punto de partida. Toda cultura posterior, por
muy alto que se levante, y aunque cambie su contenido, conserva claro el sello de su
origen. La educación no es otra cosa que la forma aristocrática, progresivamente
espiritualizada, de una nación. No es posible tomar la historia de la palabra paideia como
hilo conductor para estudiar el origen de la educación griega, como a primera vista
pudiera parecer, puesto que esta palabra no aparece hasta el siglo VIII. Ello es, sin duda,
sólo un azar de la tradición.
Es posible que si descubriéramos nuevas fuentes pudiéramos comprobar usos más
antiguos. Pero, evidentemente, no ganaríamos nada con ello, pues los ejemplos más
antiguos muestran claramente que todavía al principio del siglo ν significaba simplemente
la "crianza de los niños"; nada parecido al alto sentido que tomó más tarde y que es el
único que nos interesa aquí. El tema esencial de la historia de la educación griega es más
bien el concepto de areté, que se remonta a los tiempos más antiguos. El castellano actual
no ofrece un equivalente exacto de la palabra. La palabra "virtud" en su acepción no
atenuada por el uso puramente moral, como expresión del más alto ideal caballeresco
unido a una conducta cortesana y selecta y el heroísmo guerrero, expresaría acaso el
sentido de la palabra griega. Este hecho nos indica de un modo suficiente dónde hay que
buscar su origen. Su raíz se halla en las concepciones fundamentales de la nobleza
caballeresca. En el concepto de la arete se concentra el ideal educador de este periodo en
su forma más pura.
El más antiguo testimonio de la antigua cultura aristocrática helénica es Homero, si
designamos con este nombre las dos grandes epopeyas: la Ilíada y la Odisea. Es para
nosotros, al mismo tiempo, la fuente histórica de la vida de aquel tiempo y la expresión
poética permanente de sus ideales. Es preciso considerarlo desde ambos puntos de vista.
En primer lugar hemos de formar en él nuestra imagen del mundo aristocrático, e
investigar después cómo el ideal del hombre adquiere forma en los poemas homéricos y
cómo su estrecha esfera de validez originaria se ensancha y se convierte en una fuerza
educadora de una amplitud mucho mayor. La marcha de la historia de la educación se
hace patente, en primer lugar, mediante la consideración de conjunto del fluctuante
desarrollo histórico de la vida y del esfuerzo artístico para eternizar las normas ideales en
que halla su más alta acuñación el genio creador de cada época.
El concepto de arete es usado con frecuencia por Homero, así como en los siglos
posteriores, en su más amplio sentido, no sólo para designar la excelencia humana, sino
también la superioridad de seres no humanos, como la fuerza de los dioses o el valor y la
rapidez de los caballos nobles. El hombre ordinario, en cambio, no tiene arete, y si el
esclavo procede acaso de una raza de alta estirpe, le quita Zeus la mitad de su arete y no
es ya el mismo que era. La arete es el atributo propio de la nobleza. Los griegos
consideraron siempre la destreza y la fuerza sobresalientes como el supuesto evidente de
toda posición dominante. Señorío y arete se hallaban inseparablemente unidos. La raíz de
la palabra es la misma que la de a)/ristoj, el superlativo de distinguido y selecto, el cual
en plural era constantemente usado para designar la nobleza. Era natural para el griego,
que valoraba el hombre por sus aptitudes, considerar al mundo en general desde el mismo
punto de vista. En ello se funda el empleo de la palabra en el reino de las cosas no
humanas, así como el enriquecimiento y la ampliación del sentido del concepto en el
curso del desarrollo posterior. Pues es posible pensar distintas medidas para la valoración
de la aptitud de un hombre según sea la tarea que debe cumplir. Sólo alguna vez, en los
últimos libros, entiende Homero por arete las cualidades morales o espirituales. En
general designa, de acuerdo con la modalidad de pensamiento de los tiempos primitivos,
la fuerza y la destreza de los guerreros o de los luchadores, y ante todo el valor heroico
considerado no en nuestro sentido de la acción moral y separada de la fuerza, sino
íntimamente unido.
No es verosímil que la palabra arete tuviera, en el uso vivo del lenguaje, al nacimiento de
ambas epopeyas, sólo la estrecha significación dominante en Homero. Ya la epopeya
reconoce, al lado de la arete, otras medidas de valor. Así, la Odisea ensalza, sobre todo
en su héroe principal, por encima del valor, que pasa a un lugar secundario, la prudencia
y la astucia. Bajo el concepto de arete es preciso comprender otras excelencias además
de la fuerza denodada, como lo muestra, además de las excepciones mencionadas, la
poesía de los tiempos más viejos. La significación de la palabra en el lenguaje ordinario
penetra evidentemente en el estilo de la poesía. Pero la arete, como expresión de la fuerza
y el valor heroicos, se hallaba fuertemente enraizada en el lenguaje tradicional de la
poesía heroica y esta significación debía permanecer allí por largo tiempo. Es natural que
en la edad guerrera de las grandes migraciones el valor del hombre fuera apreciado ante
todo por aquellas cualidades y de ello hallamos analogías en otros pueblos.
También el adjetivo a)gaqo/j, que corresponde al sustantivo arete, aunque proceda de otra
raíz, llevaba consigo la combinación de nobleza y bravura militar. Significa a veces noble,
a veces valiente o hábil; no tiene apenas nunca el sentido posterior de "bueno" como no
tiene arete el de virtud moral. Esta significación antigua se mantiene aun en tiempos
posteriores en expresiones formales tales como "murió como un héroe esforzado". En
este sentido se halla con frecuencia usado en inscripciones sepulcrales y en relatos de
batallas. No obstante, todas las palabras de este grupo tienen en Homero, a pesar del
predominio de su significación guerrera, un sentido "ético" más general.
Ambas derivan de la misma raíz: designan al hombre de calidad, para el cual, lo mismo
en la vida privada que en la guerra, rigen determinadas normas de conducta, ajenas al
común de los hombres. Así, el código de la nobleza caballeresca tiene una doble
influencia en la educación griega. La ética posterior de la ciudad heredó de ella, como
una de las más altas virtudes, la exigencia del valor, cuya ulterior designación, "hombría",
recuerda de un modo claro la identificación homérica del valor con la arete humana. De
otra parte, los más altos mandamientos de una conducta selecta proceden de aquella
fuente. Como tales, valen mucho menos determinadas obligaciones, en el sentido de la
moral burguesa, que una liberalidad abierta a todos y una grandeza en el porte total de la
vida.
Característica esencial del noble es en Homero el sentido del deber. Se le aplica una
medida rigurosa y tiene el orgullo de ello. La fuerza educadora de la nobleza se halla en
el hecho de despertar el sentimiento del deber frente al ideal, que se sitúa así siempre ante
los ojos de los individuos. A este sentimiento puede apelar cualquiera. Su violación
despierta en los demás el sentimiento de la némesis, estrechamente vinculado a aquél.
Ambos son, en Homero, conceptos constitutivos del ideal ético de la aristocracia. El
orgullo de la nobleza, fundado en una larga serie de progenitores ilustres, se halla
acompañado del conocimiento de que esta preeminencia sólo puede ser conservada
mediante las virtudes por las cuales ha sido conquistada. El nombre de aristoi conviene a
un grupo numeroso. Pero, en este grupo, que se levanta por encima de la masa, hay una
lucha para aspirar al premio de la arete. La lucha y la victoria son en el concepto
caballeresco la verdadera prueba del fuego de la virtud humana. No significan
simplemente el vencimiento físico del adversario, sino el mantenimiento de la arete
conquistada en el rudo dominio de la naturaleza. La palabra aristeia, empleada más tarde
para los combates singulares de los grandes héroes épicos, corresponde plenamente a
aquella concepción. Su esfuerzo y su vida entera es una lucha incesante para la
supremacía entre sus pares, una carrera para alcanzar el primer premio. De ahí el goce
inagotable en la narración poética de tales aristeiai. Incluso en la paz se muestra el placer
de la lucha, ocasión de manifestarse en pruebas y juegos de varonil arete…
En esta sentencia condensó el poeta de un modo breve y certero la conciencia pedagógica
de la nobleza. Cuando Glauco se enfrenta con Diómedes en el campo de batalla y quiere
mostrarse como su digno adversario, enumera, a la manera de Homero, a sus ilustres
antepasados y continúa: "Hipóloco me engendró, de él tengo mi prosapia. Cuando me
mandó a Troya me advirtió con insistencia que luchara siempre para alcanzar el precio de
la más alta virtud humana y que fuera siempre, entre todos, el primero." No puede
expresarse de un modo más bello cómo el sentimiento de la noble emulación inflamaba
a la juventud heroica. Para el poeta del libro once de la Ilíada era ya este verso una palabra
alada. A la salida de Aquiles hay una escena de despedida muy análoga en la cual su padre
Peleo le hace la misma advertencia.
En otro respecto es también la Ilíada testimonio de la alta conciencia educadora de la
nobleza griega primitiva. Muestra cómo el viejo concepto guerrero de la arete no era
suficiente para los poetas nuevos, sino que traía una nueva imagen del hombre perfecto
para la cual, al lado de la acción, estaba la nobleza del espíritu, y sólo en la unión de
ambas se hallaba el verdadero fin. Y es de la mayor importancia que este ideal sea
expresado por el viejo Fénix, el educador de Aquiles, héroe prototípico de los griegos. En
una hora decisiva recuerda al joven el fin para el cual ha sido educado:
"Para ambas cosas, para pronunciar palabras y para realizar acciones."
No en vano los griegos posteriores vieron ya en estos versos la más vieja formulación del
ideal griego de educación, en su esfuerzo para abrazar lo humano en su totalidad. Fue a
menudo citado, en un periodo de cultura refinada y retórica, para elogiar la alegría de la
acción de los tiempos heroicos y oponerla al presente, pobre en actos y rico en palabras.
Pero puede también ser citado, a la inversa, para demostrar la prestancia espiritual de la
antigua cultura aristocrática. El dominio de la palabra significa la soberanía del espíritu.
Fénix pronuncia la sentencia en la recepción de la legación de los jefes griegos por el
colérico Aquiles. El poeta le opone a Odiseo, maestro de la palabra, y Áyax, el hombre
de acción. Mediante este contraste pone de relieve, del modo más claro, el ideal de la más
noble educación, personificado en el más noble de los héroes, Aquiles, educado por
Fénix, mediador y tercer miembro de la embajada. De ahí resulta de un modo claro que
la palabra arete, que equivalió en su acepción originaria y tradicional a destreza guerrera,
no halló obstáculo para transformarse en el concepto de la nobleza, que se forma de
acuerdo con sus más altas exigencias espirituales, tal como ocurrió en la ulterior
evolución de su significado.
Íntimamente vinculado con la arete se halla el honor. En los primeros tiempos era
inseparable de la habilidad y el mérito. Según la bella explicación de Aristóteles,18 el
honor es la expresión natural de la idea todavía no consciente para llegar al ideal de la
arete, al cual aspira. "Es notorio que los hombres aspiran al honor para asegurar su propio
valor, su arete. Aspiran así a ser honrados por las gentes juiciosas que los conocen y a
causa de su propio y real valer. Así reconocen el valor mismo como lo más alto." Mientras
el pensamiento filosófico posterior sitúa la medida en la propia intimidad y enseña a
considerar el honor como el reflejo del valor interno en el espejo de la estimación social,
el hombre homérico adquiere exclusivamente conciencia de su valor por el
reconocimiento de la sociedad a que pertenece. Era un producto de su clase y mide su
propia arete por la opinión que merece a sus semejantes. El hombre filosófico de los
tiempos posteriores puede prescindir del reconocimiento exterior, aunque —de acuerdo
también con Aristóteles— no puede serle del todo indiferente. Para Homero y el mundo
de la nobleza de su tiempo la negación del honor era, en cambio, la mayor tragedia
humana. Los héroes se trataban entre sí con constante respeto y honra. En ello descansaba
su orden social entero. La sed de honor era en ellos simplemente insaciable, sin que ello
fuera una peculiaridad moral característica de los individuos. Es natural y se da por
supuesto que los más grandes héroes y los príncipes más poderosos demandan un honor
cada vez más alto.
Nadie teme en la Antigüedad reclamar el honor debido a un servicio prestado. La
exigencia de recompensa es para ellos un punto de vista subalterno y en modo alguno
decisivo. El elogio y la reprobación (έπαινος y ψόγος) son la fuente del honor y el
deshonor. Pero el elogio y la censura fueron considerados por la ética filosófica de los
tiempos posteriores como el hecho fundamental de la vida social, mediante el cual se
manifiesta la existencia de una medida de valor en la comunidad de los hombres. Es
difícil, para un hombre moderno, representarse la absoluta publicidad de la conciencia
entre los griegos. En verdad, entre los griegos no hay concepto alguno parecido a nuestra
conciencia personal. Sin embargo, el conocimiento de aquel hecho es la presuposición
indispensable para la difícil inteligencia del concepto del honor y su significación en la
Antigüedad.
El afán de distinguirse y la aspiración al honor y a la aprobación aparecen al sentimiento
cristiano como vanidad pecaminosa de la persona. Los griegos vieron en ella la aspiración
de la persona a lo ideal y sobrepersonal, donde el valor empieza. En cierto modo es
posible afirmar que la arete heroica se perfecciona sólo con la muerte física del héroe. Se
halla en el hombre mortal, es más, es el hombre mortal mismo. Pero se perpetúa en su
fama, es decir, en la imagen de su areté, aun después de la muerte, tal como le acompañó
y lo dirigió en la vida. Incluso los dioses reclaman su honor y se complacen en el culto
que glorifica sus hechos y castigan celosamente toda violación de su honor. Los dioses
de Homero son, por decirlo así, una sociedad inmortal de nobles. Y la esencia de la piedad
y el culto griegos se expresan en el hecho de honrar a la divinidad. Ser piadoso significa
"honrar lo divino". Honrar a los dioses y a los hombres por causa de su areté es propio
del hombre primitivo.
…¿Qué significa para Aristóteles esta "belleza"? Nuestro pensamiento se vuelve de
pronto hacia el refinado culto a la personalidad de los tiempos posteriores, hacia la
característica aspiración del humanismo del siglo XVIII a la libre formación ética y el
enriquecimiento espiritual de la propia personalidad. Pero las mismas palabras de
Aristóteles muestran de un modo indubitable que lo que tiene ante los ojos son, por el
contrario, ante todo, las acciones del más alto heroísmo moral. Quien se estima a sí mismo
debe ser infatigable en la defensa de sus amigos, sacrificarse en honor de su patria,
abandonar gustoso dinero, bienes y honores para "apropiarse la belleza". La curiosa frase
se repite con insistencia y ello muestra hasta qué punto, para Aristóteles, la más alta
entrega a un ideal es la prueba de un amor propio enaltecido. "Quien se sienta impregnado
de la propia estimación preferirá vivir brevemente en el más alto goce que una larga
existencia en indolente reposo; preferirá vivir un año sólo por un fin noble, que una larga
vida por nada; preferirá cumplir una sola acción grande y magnífica, a una serie de
pequeñeces insignificantes." En estas palabras se revela lo más peculiar y original del
sentimiento de la vida de los griegos: el heroísmo.

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