Meditaciones Gredos - Marco Aurelio Antonino Augusto
Meditaciones Gredos - Marco Aurelio Antonino Augusto
Meditaciones Gredos - Marco Aurelio Antonino Augusto
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Marco Aurelio Antonino Augusto
Meditaciones
Biblioteca Clásica Gredos - 5
ePub r1.0
Titivillus 18.08.16
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Título original: τὰ εἰς ἑαυτόν
Marco Aurelio Antonino Augusto, 179 d. C.
Traducción: Ramón Bach Pellicer
Comentarista: Carlos García Gual
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INTRODUCCIÓN
I
Marco Aurelio nació en Roma el 26 de abril del año 121. Murió en Vindobona
(Viena) el 17 de marzo del 180. Entre esas dos fechas, interdistantes casi sesenta
años, y esos dos escenarios geográficos —una acomodada mansión patricia en la
metrópolis imperial y, al otro lado, un campamento militar en la turbulenta frontera
danubiana—, está enmarcada la vida de este extraño personaje, filósofo y emperador.
Estuvo al frente del Imperio Romano veinte años y fue un gran gobernante, el último
emperador de lo que historiadores próximos consideraron como la Edad de Oro del
Imperio.
Sus apuntes personales, las Meditaciones, están escritos a lo largo de sus últimos
años de vida. Estas notas filosóficas adquieren su dimensión dramática definitiva
referidas a su trasfondo biográfico. La coherencia entre su conducta y sus reflexiones
confirma la magnanimidad personal de Marco Aurelio, que fue, según Herodiano (I
2, 4), «el único de los emperadores que dio fe de su filosofía no con palabras ni con
afirmaciones teóricas de sus creencias, sino con su carácter digno y su virtuosa
conducta».
El papel histórico del rey filósofo o, más sencillamente, del filósofo con actuación
política, es arriesgado por la tensión perenne entre las urgencias de la praxis concreta
y la abstracta ética filosófica. En el mundo romano podemos encontrar dos figuras
políticas interesantes desde esta perspectiva: la del estoico Séneca, ambiguo y
retórico, y la de este estoico emperador, cuyo rasgo distintivo es, como A. Puech
afirmaba, la sinceridad. Todo eso justifica que, según el uso tradicional, anotemos los
datos más notables de su biografía, precediendo al estudio de sus escritos.
Las Meditaciones comienzan con una evocación escueta de cuatro figuras
familiares: la de su abuelo paterno, su padre, su madre y su bisabuelo materno. Son
las personas que influyeron en la niñez y adolescencia del futuro emperador, y las
primeras con quien él quiere cumplir una deuda de gratitud al recordarlas.
La más lejana de ellas es la de su padre, que murió cuando él tenía unos diez
años. Por eso alude a «la fama y la memoria dejadas por mi progenitor». Y menciona
de él «el sentido de la discreción y la hombría» (I 2).
Su abuelo, M. Anio Vero, que seguramente trató de suplir con sus atenciones tal
ausencia, era un personaje importante en la política de la época. Fue prefecto de
Roma (del 121 al 126) y cónsul en tres ocasiones. De él destaca Marco Aurelio «el
buen carácter y la serenidad», rasgos amables en un político y en un abuelo.
Marco Aurelio traza (I 3) un emotivo recuerdo de su madre, piadosa, generosa y
sencilla en sus hábitos cotidianos, una gran señora romana, dedicada en su viudedad a
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la educación de sus hijos. Aunque nos dice de ella que murió joven (I 17), Domicia
Lucila debía de tener unos cincuenta años cuando murió, entre los años 151 y 161. En
la correspondencia de Frontón, éste alude varias veces a la madre de Marco Aurelio
como dama de gran cultura, en su casa palaciega en el monte Celio. Allí recibió como
huésped al famoso orador y benefactor de Atenas, Herodes Ático, en una de sus
visitas a Roma (en el 143).
Su bisabuelo materno, L. Catilio Severo, ocupó también altos puestos en la
administración: gobernador de Siria, procónsul de Asia, dos veces cónsul y luego
prefecto de Roma (cargo del que le depuso Adriano en el 138, tal vez para que no
hiciera sombra a Antonino, designado como próximo emperador). L. Catilio Severo
era un hombre de gran cultura, relacionado con el círculo de Plinio, quien lo
menciona elogiosamente en varias de sus cartas. A él le agradece Marco Aurelio el no
haber frecuentado las escuelas públicas y haber gozado de los mejores maestros en su
propio domicilio, sin reparar en gastos para la educación (cf. I 4).
En su formación, Marco Aurelio podía distinguir tres influencias graduales: la
amable atención de su abuelo Vero en su niñez; la constante preocupación de su
madre y, tras ella, de su bisabuelo L. Catilio Severo, por su educación intelectual; y
luego, la de la presencia ejemplar de su padre adoptivo, T. Aurelio Antonino. Marco
Aurelio expresa su admiración sin reservas por su antecesor en el trono, Antonino
Pío, al dedicarle el capítulo más largo y detallado de sus recuerdos (I 16; cf. otra
evocación más breve en VI 30). Antonino, casado con Ania Faustina, hermana única
del padre de Marco Aurelio, fue, por tanto, tío político, padre adoptivo (desde 138) y
suegro (desde 145) de su sucesor, y antes, colaborador asiduo en el trono imperial.
Más tarde volveremos a tratar de él.
Si nos demoramos un momento en el ambiente familiar de Marco Aurelio, en el
que transcurrió su niñez y juventud, podemos destacar el aire señorial, con el mejor
tono patricio, de que se vio rodeado. La familia de los Veros, de origen hispánico (su
bisabuelo Anio Vero había venido a Roma como pretor desde la Bética en tiempos de
Vespasiano), se había ennoblecido pronto y firmemente establecido en altos cargos de
la administración. El emperador Adriano honraba a este abuelo Vero con una
amistosa confianza, y a través de esa amistad llegó a apreciar a su nieto, al que
designó como su mediato sucesor en la adolescencia de Marco. La madre, culta y
piadosa, era una gran dama, heredera de una notable fortuna (que Marco Aurelio
cederá como dote a su hermana Ania Comificia, con total desprendimiento), con una
hermosa villa en el Monte Celio, donde transcurren los años primeros de ese
muchacho meditativo y ascético, que a los diecisiete años es designado futuro
emperador. Su biógrafo Capitolino nos cuenta que, al tener que trasladarse por tal
motivo al Palacio de Tiberio, en el Palatino, adoptado por la familia de T. Aurelio
Antonino, dejará esos jardines con gran pesar. La anécdota es de dudosa autenticidad,
pero significativa. Y es curioso que en su libro de recuerdos agradecidos, Marco
Aurelio no aluda siquiera de paso al emperador Adriano, que, en un gesto de
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simpatía, le legó la corona imperial. (En latente contraste, cuando ensalza la sencillez
de Antonino, pueden leerse, entre líneas, censuras a la conducta de Adriano.)
La muerte temprana de su padre es probable que impresionara a este muchacho
sensible y reflexivo. Es la primera en la numerosa serie de muertes familiares que
Marco Aurelio ha de vivir, en el sentido de que sólo se viven las muertes de los
demás. Será una experiencia muy repetida luego: su padre, su abuelo, Adriano,
Antonino, su madre, su hermano adoptivo L. Vero, su esposa, más de la mitad de sus
hijos, irán muriéndose cerca de él a lo largo de los años. Esta vivencia de las muertes
familiares, más que las muertes broncas y amontonadas de las guerras y la peste,
puede haber influido en el sentir de Marco Aurelio hondamente. En las Meditaciones,
la idea de la muerte reaparece constantemente, y el emperador, que parece sentir la
suya acercarse, está siempre en guardia contra su asalto sorprendente e inevitable.
Con cierto tono melancólico, Marco Aurelio menciona asociada a ella no la gloria ni
la inmortalidad, sino el olvido.
La educación juvenil de Marco Aurelio fue muy esmerada, con los mejores
maestros particulares. Sus nombres y sus mejores cualidades están rememorados, a
continuación de los de sus familiares y antes de la evocación de Antonino (es decir,
de I 5 a I 15). Su preceptor, Diogneto, Rústico, Apolonio, Sexto, Alejandro el
Gramático, Frontón, Alejandro el Platónico, Catulo, Severo, Máximo, desfilan por los
apuntes del antiguo discípulo agradecido. Junto a las lecciones de gramática, retórica
y filosofía, aprecia en ellos otras, más duraderas, de carácter o de moral, y sus trazos
rápidos recuerdan, sobre todo, esas enseñanzas de bondad o de firmeza ética. Entre
estos profesores hay que destacar la posición antitética de los que profesaban retórica
o gramática y los que profesaban la filosofía (platónica o estoica). La disputa clásica
entre los adeptos de una u otra disciplina como orientación vital —la misma que
había enfrentado a Platón e Isócrates en la Atenas del s. IV a. C.— revivía en el s. II d.
C. Frontón habría querido hacer de su discípulo un gran orador, un retórico cuidadoso
de las fórmulas verbales, pero Rústico lo atrajo decididamente a la filosofía. Q. Junio
Rústico, de quien Marco Aurelio recuerda que le prestó su ejemplar privado de los
Recuerdos de Epicteto, era, más que un profesor de filosofía, un noble romano,
estoico de corazón y de convicción. Marco Aurelio le nombró cónsul por segunda vez
en el 162 y prefecto de Roma desde el 163 al 165.
Conviene anotar marginalmente que la época de Marco Aurelio asiste a una
brillante renovación de la cultura griega, mediante el renacimiento intelectual que
protagonizan las grandes figuras de la Segunda Sofística, virtuosos de la retórica que,
con su «oratoria de concierto», logran atraer a vastos auditorios en sus espectaculares
demostraciones. La elección de Marco Aurelio, al desdeñar la retórica, pese a los
consejos de su querido Frontón (con quien le unía un afecto sincero, testimoniado por
los fragmentos de su correspondencia que hemos conservado), va un tanto a
contrapelo de la moda intelectual. Sin duda, a tal elección le predisponía su carácter
austero y sencillo. La bien conocida anécdota de que Adriano, jugando con el
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cognomen familiar de Verus, le llamaba Verissimus, para acentuar la sinceridad
característica del Marco adolescente, apunta este mismo rasgo.
Como ya dijimos, ningún otro es evocado en las Meditaciones con tanta extensión
ni con un afecto tan entero como T. Aurelio Antonino, tío político, padre adoptivo,
suegro y compañero ejemplar en las tareas de gobierno durante muchos años. Pío y
feliz, Antonino debió de ser un hombre admirable en muchos sentidos. Como
administrador diligente del Imperio durante veintitrés años en paz, y como persona de
carácter humanitario y sencillo, la fama de este emperador —sobre el que,
casualmente, tenemos muy pocos testimonios históricos— nos lo presenta en una
imagen favorable. Ya en el 138 el Senado, que detestaba a Adriano, extravagante,
enigmático y atrabiliario en sus últimos años, acogió con alivio la designación de este
maduro y aplomado jurisconsulto, al que consideraba uno de sus miembros
eminentes, y que parecía personificar las virtudes domésticas de un romano de vieja
cepa. (Aunque, como los Veros, los Antoninos eran también una familia de origen
provinciano de ascensión bastante reciente.) Es un contraste curioso el suscitado por
la contraposición de Adriano y Antonino, un contraste que, como ya advertimos, las
notas de Marco Aurelio sobre este último parecen evocar, «tal vez
inconscientemente». Farquharson lo explicita con claridad: «Su amor por las formas
antiguas, su conservadurismo religioso se opone a la variabilidad y al capricho de
Adriano, su economía pública y su frugalidad privada a la extravagancia de Adriano,
su sencillez a la pasión de Adriano por las construcciones, los suntuosos banquetes y
los jóvenes favoritos. Adriano era, además, envidioso e intolerante hacia sus rivales,
aun con gente de gran talento como el arquitecto Apolodoro; y la fantástica
extravagancia de su famosa villa en Tivoli puede habérsele ocurrido a Marco Aurelio
en extraño contraste con las anticuadas residencias campestres de Antonino Pío.
Cuando leemos acerca del sencillo y práctico caballero campesino, nos acordamos
del hombre genial desazonado, irritable a menudo (especialmente al final de su vida),
infeliz y enfermo Adriano» (Farquharson, I, pág.).
Pero el contraste entre uno y otro lo ofrecía la realidad misma de sus caracteres
respectivos. La inquietud de Adriano parece humedecer con poética nostalgia su
breve poemilla, que comienza Animula, vagula, blandula…, esos admirables versos
en que el tono preciosista no borra la afectividad. Antonino, antes de morir, da la
última consigna a la guardia: Aequanimitas, «una gentil sugerencia a su sucesor, una
amable alusión a la doctrina estoica». Esa «ecuanimidad» parece resumir, lema final,
la ambición de este emperador pacífico, qué no era un intelectual ni un retórico, y que
tal vez no sentía una desasosegada curiosidad por el fondo metafísico de la
existencia.
Con su sencillez, su tesón en el trabajo, sereno y sin recelos, parco en gestos
grandilocuentes y desconocedor de los énfasis militares, Antonino fue para Marco
Aurelio un ejemplo viviente del gobernante equitativo, con una autoridad firme, pero
sin rigidez. Cuando Marco Aurelio se da a sí mismo consejos como el de «compórtate
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como un romano» o «no te conviertas en un César», piensa en su antecesor como
modelo: «en todo sé un discípulo de Antonino» (VI 30).
Una anécdota, referida por el biógrafo de Marco Aurelio en la Historia Augusta,
cuenta que, al morir el preceptor de Marco (evocado en I 5), el joven se echó a llorar
y ciertos cortesanos lo censuraban, cuando Antonino les replicó: «Dejadle ser
humano: que ni la filosofía ni el trono son fronteras para el afecto». En las
Meditaciones (I 11) se alude a la falta de efectividad de «los llamados patricios»
(junto a la hipocresía que rodea al tirano). Antonino, como Frontón, no ocultaban su
humanidad.
Como emperador, Antonino se vio favorecido por su talante práctico y austero,
pero también por la fortuna, que le deparó un largo período de tranquilidad.
(Consecuencia, en gran parte, de las campañas victoriosas de Trajano y de la
administración provincial diligente de Adriano.) Su carácter piadoso —es decir,
atento a las ceremonias religiosas— no se vio enfrentado a trances apurados o
catastróficos. La suerte de su sucesor sería muy diferente.
En 161, a la muerte de Antonino, Marco Aurelio heredó el cargo de Emperador.
Así estaba previsto desde mucho atrás, por obra y gracia de Adriano. Ahora tomó el
nombre de Marcus Aurelius Antoninus, definitivamente. Tenía cuarenta años. Había
ocupado las más altas magistraturas: aquel año desempeñaba su tercer consulado.
Como su antecesor, no había luchado por el poder. Pero había tenido tiempo para
acostumbrarse a la vocación de emperador, si no le ilusionaba al principio.
Aquel año, su esposa Faustina dio a luz una hermosa pareja de gemelos, uno de
los cuales moriría a los pocos años. El otro, el único varón superviviente de su
descendencia, sería el sucesor de Marco Aurelio: Cómodo, una calamidad para el
futuro del Imperio.
El primer acto importante del Emperador fue asociar, como colega en el trono,
con sus mismos títulos, a Lucio Aurelio Vero. Este coemperador, unos diez años más
joven que él, era hijo de L. Ceionio Cómodo, el malogrado César que Adriano
designara en el 138 como candidato al trono. Luego, Antonino había adoptado al
joven Lucio, junto con Marco Aurelio. Con su generoso gesto, Marco Aurelio
entronizaba a su hermano adoptivo, eliminando un posible pretendiente rival al trono.
(La manera más habitual de tales eliminaciones era otra más drástica, que no iba bien
con el carácter de Marco Aurelio.) Los historiadores han discutido la oportunidad de
ese nombramiento, dictado por la política y tal vez por el afecto. Lucio Vero no
poseía ni dotes de mando ni inteligencia política, y su conducta personal no se regía
por el sentido del deber. Era un hombre frivolo, amante de los placeres y los lujos, un
libertino un tanto irresponsable. Cuando fue delegado por su hermano contra los
partos, permitió que sus generales le obtuvieran las victorias, mientras él gozaba de la
refinada vida de Antioquía junto a su bellísima amante Pantea de Esmima, elogiada
por Luciano. Marco Aurelio le envió como esposa a su hija Lucila, de quince años.
Lucila no logró corregir a Lucio Vero; antes fue ella la influenciada por el ambiente
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festivo y licencioso. L. Vero regresará con la victoria a Roma en el 105. (Sus tropas
traerán consigo, además, la peste.) Más tarde, Marco Aurelio lo llevará consigo a la
guerra contra los marcomanos. Al regreso de la expedición, L. Vero muere de un
ataque de apoplejía (169). El emperador ordenó unos magníficos funerales en su
honor. (Como en otras ocasiones, la calumnia sugirió que había sido envenenado por
sus familiares.) Y es probable que esta muerte también le afectara de verdad.
Podemos imaginar a L. Vero como dotado de una jovialidad y una alegría de vivir
que contrastaban con la seriedad de Marco Aurelio. Éste lo recuerda con palabras de
sentido afecto (I 17, y en VIII 37 alude a Pantea llorando sobre su tumba).
El largo reinado de Marco Aurelio estuvo lleno de tribulaciones desde sus
comienzos. Primero fue la guerra en Oriente: los temibles partos invadieron Armenia.
En respuesta, hubo que organizar una campaña guerrera de largas y costosas
operaciones, dirigida nominalmente por L. Vero; y, de hecho, por sus generales y
legados, entre los que destacó Avidio Casio. Al fin, en el 166, quedó asegurada la
victoria de Roma. (Pero las tropas que regresaron a Italia trajeron consigo una
devastadora epidemia de peste que diezmó la población de la península.)
Luego, los bárbaros del limes danubiano, inquietos ya desde años atrás,
invadieron la Retia, la Nórica y la Panonia, y llegaron amenazadores a las puertas
mismas de Aquilea (166). Los dos emperadores levan un ejército y parten hacia el
Norte. La situación económica es crítica, y Marco Aurelio se ve obligado a condonar
impuestos y a vender todos los objetos de lujo de su propiedad, los tesoros del palacio
imperial, en pública subasta, para hacer frente a los gastos de la campaña. Una
interesante anécdota (referida por Dión Casio, LXXI 3, 3) nos informa de la
conciencia y el valor de Marco Aurelio en situaciones críticas. Cuando sus soldados,
tras la dura victoria sobre los marcomanos (en el 168), le reclaman un aumento de sus
haberes, se lo negó con estas palabras: «Todo lo que recibáis sobre vuestra soldada
regular es a costa de la sangre de vuestros padres y vuestros parientes. En cuanto al
poder imperial sólo Dios puede decidir». (La última frase alude a los peligros de una
negativa como la que expresaba ante el ejército.) Al regresar a Roma, en el 169,
muere repentinamente L. Vero.
De nuevo los bárbaros del NE invaden las fronteras, y Marco Aurelio debe
emprender una guerra a fondo contra esas tribus belicosas. Contra los marcomanos,
los cuados, los sármatas y los yáziges, combates interminables en dos largos períodos
(de 169 a 175 y de 177 a 180) ocupan a Marco Aurelio, de natural sedentario y
pacífico, convertido por las urgencias del mando en un emperador viajero y militar.
Entre largos meses en el Danubio y cortas visitas a Roma, a su familia, Marco
Aurelio envejece. De salud enfermiza —toma pequeñas dosis de opio para calmar sus
dolores más fuertes—, avanza al frente de sus ejércitos por esas comarcas boscosas y
frías, entre el légamo amarillento y la neblina gris, costeando el largo río, contra las
hordas de unos enemigos que parecen multiplicarse y desaparecer como en una
pesadilla.
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Cuando en el 175 parece haber obtenido la victoria, mientras trata de organizar
las nuevas provincias de Marcomania y Sarmacia, llega de Oriente una terrible
noticia: Avidio Casio se ha proclamado emperador en Siria. Por fortuna para Marco
Aurelio, que se preparaba a combatirle, sus propios soldados asesinaron a este duro y
ambicioso soldado a los tres meses de su rebelión, y le trajeron la cabeza del
usurpador. Aunque el peligro remitía con ello, la tentativa era un golpe brutal para la
confianza del emperador. Marco Aurelio perdona a los conjurados y prefiere silenciar
los nombres de los comprometidos en este complot, ordenando destruir las pruebas
del mismo. Se dirige a Oriente, visitando Antioquía, Alejandría y llegando hasta
Tarso. En el camino de vuelta muere su mujer (en Halala, luego Faustinópolis, en el
176).
La muerte de Faustina causó a su esposo una pena difícil de medir. Era la hija de
Antonino, una compañera desde la adolescencia y la madre de trece hijos (de los que
sólo Cómodo y cuatro hijas les sobrevivían). Marco Aurelio le dedicó un templo,
celebró su funeral solemne concediéndole los títulos de Diva y Pía, y fundó un
colegio de huérfanas, las Puellae Faustinianae, dedicado a su memoria. En sus
Meditaciones (I 17) da gracias a los dioses por haberle dado «una esposa tan
obediente, tan amorosa, tan sencilla».
Sin embargo, Faustina ha dejado fama —a través de cronistas chismosos como
Casio y Capitolino— de emperatriz intrigante y casquivana, que había engañado a su
esposo con la compañía de algunos apuestos soldados o gladiadores. Es difícil saber
el fundamento de estos rumores cortesanos. Los biógrafos modernos tienden a
rechazarlos como meras calumnias de un ambiente propenso a la munnuración. Ni
Renan, ni Farquharson, ni W. Goerlitz, ni A. Birley, les conceden crédito. Por otra
parte, la generosidad de Marco Aurelio, que sólo recuerda los beneficios al citar a las
personas, podría haber perdonado faltas menores. El papel de mujer de un filósofo es
ingrato. Le debió de ser difícil a la joven Faustina, desposada cuando era una
muchacha de famosa belleza, compartir las preocupaciones de su austero esposo,
comprender sus inquietudes filosóficas y convivir con él en el marco cortesano tan
corrompido de la Roma del siglo II.
En septiembre del mismo año 176, Marco Aurelio visita Atenas, donde funda
cuatro cátedras de filosofía (una para cada una de las grandes escuelas: la platónica,
la aristotélica, la epicúrea y la estoica) y se inicia en los misterios de Eleusis.
A su regreso, Marco Aurelio obtuvo una acogida triunfal en Roma. Al año
siguiente (177) elevó a Cómodo al puesto de emperador adjunto, que había ocupado
L. Vero. Dos sucesos importantes de la misma época fueron la reapertura de
hostilidades en el limes y la matanza de cristianos en Lyón.
La represión del cristianismo, conducida con rigor feroz en algunas provincias, es
un hecho sorprendente de la política de este emperador filósofo y humanitario. (Tanto
más, al parangonarla con su indulgencia para con otros cultos, por ejemplo, con las
prácticas de Alejandro de Abonutico.) Muchos son los que han considerado extraña
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esta intransigencia oficial contra una secta ilegal, pero tolerada por los emperadores
anteriores, desde la época de Nerva. Marco Aurelio había recibido algunas apologías
del cristianismo, como las de Atenágoras y Justino (condenado a muerte en Roma en
el 165, cuando Rústico, el estoico, era prefecto de la ciudad). No sabemos si las leyó.
La única referencia a los cristianos en sus apuntes (en XI 3; atetizada por Haines,
pero defendida como cita auténtica por Farquharson, II, pág. 859) habla de su
desprecio de la muerte por mera obstinación. La oposición del estoico a la secta
cristiana —que tiene en esta época y los decenios siguientes una escandalosa
difusión, con progresiva propaganda en los altos círculos— es sintomática. Al
parecer, Marco Aurelio consideraba a los cristianos una secta de fanáticos, necrófilos
y extravagantes enemigos del Estado; y, por ello, cedió a la excitación popular,
soliviantada en circunstancias penosas, en los sucesos crueles de la Galia Lugdunense
en el 177.
Los apologetas cristianos creyeron que podrían encontrar en el emperador un
oyente benévolo. Pero la oposición entre el estoico, que basa su conducta en una
razón divina, expresada en el daímon interior de la conciencia propia y reflejada en el
orden cósmico, y el cristiano, adepto de una fe dogmática, basada en las creencias
reveladas y unos cultos mistéricos, era demasiado infranqueable. El servicio al Estado
era un deber sagrado para un estoico romano, que no podía sentir simpatía por la
actuación política, harto turbia, de los cristianos como grupo social. Frente a las
promesas de una recompensa ultramundana que el filósofo desdeñaba como ilusorias,
al estoico no le quedaba otra satisfacción que la de cumplir con su ética autónoma, en
armonía con el cosmos y su divinidad inmanente.
En el caso personal de Marco Aurelio el enfrentamiento es un tanto más patético,
porque sentimentalmente su humanitarismo le aproximaba al sentir cristiano. En
Marco Aurelio «se encuentra igualmente el concepto, ausente del antiguo estoicismo,
de la piedad, de la caridad incluso con los que le ofenden» (Reardon). «Lo propio del
hombre es amar incluso a quienes nos dañan», escribe Marco Aurelio (VII 22 y 26).
Y esta generosidad en el perdón no era sólo teórica; la practicó una y otra vez,
silenciando los nombres de sus enemigos, olvidando las rencillas y las traiciones. Esa
bondad natural, cercana al concepto cristiano de la caridad hacia el prójimo, era
innegable. Aún más, a su filantropía Marco Aurelio unía un ascetismo y un desprecio
de las vanidades mundanas que encuentran ecos en el cristianismo, un cierto
contemptus mundi, como ya Renan subrayó en su obra.
«Marco Aurelio tenía la fe y tenía la caridad; lo que le faltaba era la esperanza»,
escribió U. Wilamowitz sagazmente. Una frase que conviene matizar: la fe del
estoico es racionalista, y su caridad, gratuita. Pero, desde luego, la falta de esperanza
es un rasgo definitivo en la contraposición. Por un lado esa resignación desesperada
es característica de la época última del estoicismo (y puede responder a ciertos
motivos ideológicos bien detectados por G. Puente en su libro sobre el tema). Frente
a la confiada actitud de los mártires cristianos en una recompensa ultraterrena —en el
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que se compensarían con creces las injusticias de este mundo y donde se patentizaría
la Justicia divina—, el estoicismo no tenía nada que ofrecer, salvo su ideal del sabio,
feliz en su autarquía apática, inquebrantable ante los golpes de la Fortuna, como el
peñasco ante los embates del mar, un ideal aristocrático, egoísta y frío. En el conflicto
entre el estoicismo racionalista y las nuevas religiones mistéricas, con sus evangélicas
promesas, con sus dioses compasivos, aquél tenía perdida la partida. Tanto los cultos
de Isis y de Mitra como el cristianismo, resultaban más atractivos para unas gentes
abrumadas por la opresión estatal, angustiadas por la incertidumbre del futuro,
ansiosas de un credo salvador. El reinado de Marco Aurelio cae al comienzo de esa
época que el profesor Dodds ha denominado «an Age of Anxiety» («Una época de
angustia», según el traductor de su libro).
En Marco Aurelio la resignación estoica asume un tono personal íntimo y se vela
de melancolía. No sólo es desesperanza metafísica, sino desesperanza en la sociedad
y en la historia. No espera nada del futuro: todo se repite y pasa al olvido. No confía
en la gloria ni en la inmortalidad personal. Frente al dogma estoico de que el cosmos
está regido providencialmente por la Razón divina, atenta al bien del conjunto —una
idea optimista que, como Rostovtzeff indica, convenía a la ideología del totalitarismo
oficial—, esa desesperanza en el futuro del individuo no deja de ser una amarga
decepción.
En el 178 se traslada de nuevo al frente del Danubio. Se repiten las marchas, los
combates, las victorias cruentas. Y, al fin, en marzo del 180, la peste da muerte al
emperador, tras siete días de agonía. Herodiano (I 4) da cuenta de su ultimo discurso
oficial, en el que confía el mando a su hijo Cómodo y se despide de sus generales
estoicamente. (Poco más tarde. Cómodo, hastiado de la guerra, firmará con los
bárbaros una paz vergonzante y regresará a Roma para escandalizar al Senado con
sus caprichos y excesos.)
Por una ironía del destino, Marco Aurelio pasó la mayor parte de su gobierno
empeñado en esas guerras interminables contra los bárbaros. Quien había recibido tan
esmerada educación intelectual se vio envejecer en los frentes de campañas, en
aquellos combates para los que nadie le había adiestrado.
Tras un largo período de paz, las convulsiones de los partos y de los germanos,
preludio amenazador de las futuras invasiones que descuartizarán el Imperio
Romano, le obligaron a asumir ese papel militar. Recibió los títulos de Armeniacus,
Medicas, Parthicus, Germanicus y Sarmaticus por las victorias de las tropas, él que
prefería otros títulos más sencillos.
Supo continuar la labor jurídica de Antonino. Como él, trabajó asiduamente en la
organización de los servicios públicos. Hizo redactar alrededor de 300 textos legales,
de los cuales más de la mitad tienden a mejorar la condición de los esclavos, de las
mujeres y de los niños. Se ha discutido si esta actividad humanitaria está basada en
sus convicciones estoicas (cf. P. Noyen en L’Antiquité Classique, 1955, págs. 372-83;
G. R. Stanton en Historia, 1969, págs. 570-87; y Hendrickx en Historia, 1974, págs.
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225 y ss.) o si, más bien, se debe a razones pragmáticas. En todo caso, si Marco
Aurelio renunciaba a la utopía platónica como algo imposible (cf. IX 29), se
preocupó por mejorar, poco a poco, la condición de sus súbditos más necesitados.
En algunos bustos —de varia época—, en algunos excelentes relieves de su
Columna y de su Arco de Triunfo —reliquias de esta construcción, hoy destruida— y
en su broncínea estatua ecuestre —hoy en la colina del Capitolio—, podemos ver la
fisonomía del emperador. La imagen mejor es la de la gran estatua de bronce
(conservada tal vez porque los cristianos la respetaron al creerla de Constantino).
Marco Aurelio avanza con solemnidad. Cubierto de su armadura, como imperator,
con la mano alzada en un gesto dominante y pacificador. El rostro barbado le da la
prestancia de un viejo filósofo. La mirada serena se adivina perdida a lo lejos,
sobrepasando la escena inmediata, ensimismado tal vez. Sus representaciones
confirman su actitud, y esa voluntad romana y estoica de cumplir con el deber
asignado por la divinidad; en su caso, el de luchar por el Imperio —amenazado
interiormente por su anquilosada estructura social y sus agravadas crisis económicas,
y en el exterior, por las presiones de los bárbaros.
«El arte de vivir —escribe Marco Aurelio— se acerca más al de la lucha que al de
la danza». Y esa postura del guerrero, digno y noble ante lo que le acontezca: muertes
familiares, desastres públicos, engaños e hipocresías, cuadra al personaje. Como buen
actor desempeñó su papel en la vida, sin irritarse con el director de escena cuando
éste le obligó a retirarse. «Porque fija el término el que un día fue también
responsable de tu composición, como ahora de tu disolución. Tú eres irresponsable en
ambos casos. Vete, pues, con ánimo propicio, porque te aguarda propicio el que ahora
te libera.» Así concluye el último libro de las Meditaciones, con ese símil teatral que
recuerda una cita de Epicteto. (Menos pesimista que el símil de que los hombres son
marionetas movidas por hilos, repetido en otros textos de Marco Aurelio.) Hizo lo
posible por ofrecer la imagen del sabio que se propuso: la del peñasco inquebrantable
al oleaje, y por servir la consigna de Antonino: «Ecuanimidad» en todo momento.
II
El título de la obra de Marco Aurelio varía ligeramente en las versiones a otros
idiomas. El griego: Ta eis heautón puede deberse al propio autor o al secretario que
ordenaba sus libros o al editor de la obra. El artículo ta sobrentiende un plural neutro:
biblia (libros) o hypomnémata (comentarii, recuerdos, c. III 14). Eis heautón puede
significar «acerca de sí mismo». (Pudo ser, por ejemplo, el título puesto sobre ciertos
rollos de su biblioteca, en oposición a otros escritos vecinos de carácter público.) O
bien «a sí mismo». (En tal caso aludiría a la idea de reflexión o recogimiento interior,
expresada por el autor en varios pasajes: cf. IV 3, VI 11, VII 28, IX 42.) Ya
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Casaubon, en 1643, notaba esa ambigüedad en su traducción latina, titulada De
Seipso et Ad Seipsum. Gataker (1652) lo vertía en una perífrasis aclaratoria: De rebus
suis sive de eis quae ad se pertinere censebat.
Tal vez una versión aséptica en castellano habría sido la de «Notas o apuntes
personales», que, sin embargo, nos resulta demasiado fría. La más tradicional es la de
«Soliloquios», consagrada por la traducción de F. Díaz de Miranda (1785) y recogida
por otros (p. e., por M. Dolç en 1945), que nos parece hoy de sabor un tanto
arcaizante. Hemos preferido el título de «Meditaciones», ya utilizado por otros
traductores. (Corresponde bien al título Meditations, tradicional en inglés. Los
traductores franceses prefieren Pensées, tal vez por el eco pascaliano que les suscita
la palabra o incluso el de Pensées pour moi-même, que parece un tanto rebuscado. En
alemán se han utilizado el de Selbstbetrachtungen o el de Wege zu sich selbst [W.
Theiler].)
La obra está dividida en doce libros, bastante breves. El origen de una tal división
en libros parece remontar al autor mismo. Así, el libro I es claramente autónomo, y
fue compuesto probablemente al final, para servir de prólogo o epílogo a los demás.
También otros, como el II, el III y el V, tienen un cierto carácter unitario, con un
principio y un final marcados estilísticamente. El II y el III ofrecen una referencia
inicial al lugar donde fueron compuestos: la región de los cuados y el campamento de
Camuntum. En otros casos no se percibe la razón de la separación por libros
conforme al orden tradicional, y, en cambio, pueden sugerirse otras pausas. (Así, por
ejemplo, Farquharson piensa que, por el contenido, conviene marcar una tras XI 18 y
que desde XI 19 al final del libro XII podría obtenerse así un libro bastante definido
formalmente.) En un análisis detallado pueden advertirse muestras de dislocación
entre unos fragmentos y otros. Sobre el tema se han sugerido varias hipótesis (por
ejemplo, que los escritos, dejados en cierto desorden, habrían sido reagrupados y
ordenados por un editor, póstumamente, o que Marco Aurelio los habría dejado sin
revisar del todo en forma definitiva, o que algunos libros proceden de una selección
de escritos), que es difícil admitir. No es necesario exigir una ordenación demasiado
sistemática a apuntes de este tipo. Por otra parte, es cierta la advertencia de que
ciertos pasajes de extractos y citas de carácter poético o filosófico aparecen como
intercalados en VII 35-51 y IX 22-39, y la continuidad de los pensamientos anotados
se entendería mejor considerando aparte estos párrafos. (Aunque, desde luego, tales
citas proceden de lecturas predilectas de Marco Aurelio.)
En fin, cualquier intento de substituir la actual ordenación por otra (más
sistemática, por temas, por ejemplo), nos parece arriesgada y artificial. Tal vez el
aparente desorden de nuestro texto ayude a comprender, en cierto modo, la manera en
que fue compuesto, por anotaciones esporádicas, con reiteración de motivos, con
retoques y saltos, y elaborado en ratos sueltos, en vigilias arduas, y sin una intención
escolástica.
El estilo de los apuntes personales refleja el carácter de Marco Aurelio, despojado
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de artificios retóricos, conciso y austero. En su intención parenética, unas veces
intenta alcanzar expresiones punzantes, a modo de máximas lapidarias; acaso al
modo de aquellas de ciertos presocráticos (Heráclito o Demócrito) que gusta de
evocar. Así, por ejemplo, VI 54: «Lo que no conviene al enjambre, tampoco a la
abeja», o V 28: «Ni actor trágico ni prostituta», o VI 6: «El mejor modo de
defenderse es no asimilarse (a ellos)». Otras veces trata de exponer en cierto orden
algunos temas de meditación, un tanto tópicos en la filosofía estoica, reiterados aquí
con un sincero empeño personal. (Así, por ejemplo, en los primeros párrafos del libro
III.) Tales temas son los elementos de ese botiquín filosófico de primera urgencia,
que Marco Aurelio aconseja tener a mano siempre (III 13). En general, estos pasajes
están compuestos en un estilo cuidado y preciso, en contraste con algunos otros
párrafos más descuidados y un tanto confusos, incluso en su construcción gramatical.
(Estos pasajes más oscuros pueden haber sido dañados por la tradición del texto, pero
es probable que la dificultad de algunos proceda de la falta de revisión por parte del
propio autor.)
El léxico de Marco Aurelio es notablemente variado. Usa formas coloquiales —
por ejemplo, ciertos diminutivos—, no es partidario de fórmulas fijas para referirse a
temas filosóficos, y, por otra parte, admite ténninos cultos y un tanto eruditos.
Herodiano (I 2, 3) nos informa de que gustaba del arcaísmo en sus escritos (lógōn te
archaiótētos ēn erastḗs). En conjunto, su lengua no tiene la vivacidad de la de
Epicteto. Al fin y al cabo era una lengua aprendida en la niñez y mantenida como
instrumento intelectual a través de lecturas, más que de uso cotidiano. La versión de
ciertos giros y expresiones resulta difícil, porque, al traducirlos, hay que
parafrasearlos, eliminando así la concisa precisión de la frase griega, o la referencia a
la terminología estoica.
El tono de los apuntes filosóficos es severo y un tanto adusto, acorde con los
temas tratados, con esas consignas de resignación ante los reveses del azar y las
injusticias humanas, y la meditación frecuente de la muerte irremediable. Sobre ese
trasfondo gris destacan los símiles, de una plástica vivacidad. Alguna vez, tras ellos,
se adivina la referencia personal. Tal es el caso cuando (en X 10) compara al
vencedor de los sármatas a la araña que captura moscas. (El Emperador había
recibido el título de Sarmaticus en 175, como homenaje a la victoria tras una larga
campaña.) Otras veces son símiles más generales: el hombre que se resiste a su
destino es como el cochinillo que da chillidos mientras le llevan al sacrificio (X 28),
el sabio es la roca que resiste incólume los embates de las olas (IV 49), la piedra
preciosa a la que nadie puede impedir serlo (IV 20), la virtud es llama que brilla hasta
extinguirse (XII 15), la muerte debe ser acogida con agradecimiento, como la
madurez de la aceituna que cae gozosa de la rama (IV 48). Todas estas imágenes
intentan conciliar el pesar de la existencia humana al reintegrarlo en una imagen de la
naturaleza, regida por un ritmo eterno. Son hermosas y apaciguadoras, como los
símiles del viejo Homero, al intercalarse como pausas entre pasajes que recuerdan la
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lucha y el desánimo. Intentan desvanecer el aspecto irrepetible que la vida individual
presenta. El hombre no muere de modo tan sencillo como las aceitunas, porque no se
repite como ellas; y el combate del sabio contra los infortunios es más sensible y
doliente que el del peñasco contra las tempestades. Marco Aurelio intenta combatir
con esos pensamientos consoladores a su enemigo: el tiempo, tenaz aliado de la
muerte, y a la historia.
Las Meditaciones no son un diario, ni siquiera la dramática «historia de un alma»
(M. Dolç), en el sentido de que en ellas no hay referencias al momento en que fueron
escritas. (A no ser de modo indirecto, por ejemplo, las localizaciones de los libros II y
III, o la referencia a la guerra contra los sármatas en el pasaje aludido hace poco.) No
hay en ellas ni fechas ni paisaje. Nos habría gustado a los modernos saber a qué se
refieren este o aquel párrafo de disgusto o de admiración, y en qué momento de la
noche o ante qué frío paraje danubiano se había escrito tal o cual meditación. Pero, en
su desprecio por lo corporal y mundano, Marco Aurelio sólo anota lo esencial: el
razonamiento desnudo de lo accesorio y la incitación moral.
Como pensador, Marco Aurelio no es un filósofo original ni complicado. Como
otros estoicos de la época imperial (es decir, de la Estoa Nueva), como Séneca y
Epicteto, su originalidad básica consiste en la reducción de la filosofía a la ética,
dejando de lado otros aspectos teóricos, como la teoría física, o la gnoseología de la
escuela. Tampoco pretende ser un maestro de virtud. Se propone, sí, un cierto ideal
estoico del sabio como modelo; aunque es consciente, demasiado tal vez, de la
distancia que le separa de este modelo. Lo más atractivo en él es la sinceridad con
que intenta vivir según esas pausas éticas. Por eso su estoicismo tiene el atractivo de
la doctrina vivida, y no de la predicada. Esa sobrecarga de «moralina» (según el
término de Nietzsche) que edulcora la abstracta predicación escolar, queda anulada en
sus apuntes por el latente dramatismo de su itinerario espiritual. Como escritor,
Marco Aurelio es más monótono y gris que el hábil Séneca, más dotado para el estilo
elegante de confesor espiritual, sagaz «torero de la virtud». Y es menos ágil que
Epicteto, y menos optimista también. Diríase que el antiguo esclavo estaba menos
recargado de deberes y era más libre que el solitario Emperador. Hay en Marco
Aurelio una cierta tonalidad pascaliana en su intento, cerebral y cordial, por aferrarse
a una explicación del mundo que le permita vivir con dignidad, con razón, frente al
azar absurdo. La ética estoica da sentido a su vida, y su experiencia cotidiana es
confrontada a la doctrina. Practica la filosofía como un fármaco personal, al tiempo
que cumple su deber. Marco Aurelio no era un intelectual al frente del Estado
romano. Precisamente porque no lo era, desconfiaba de las fórmulas abstractas y no
tenía un programa de reformas ideales, ni creía en las utopías. Ya Renan señaló bien
que no era un filósofo dogmático. En efecto, tiende a simplificar la teoría,
reduciéndola a los dogmas fundamentales. Él mismo recomienda ese afán de
simplificar para quedarse con lo esencial. Parte de unos principios de creencia que
acepta como incuestionables. Así, por ejemplo, el de la composición tripártita del
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hombre en cuerpo (sōma, sarx), alma o principio vital (psyché, pneuma) e
inteligencia (nous). De esas tres partes, la última es la específicamente humana, y se
identifica con el elemento divino interior (el daímon) que habita en nosotros y el
principio director o guía de nuestra vida (el hēgēmonikón). La conducta recta y
racional exige que el nous, como guía y divino, no se deje perturbar por las otras dos
partes del ser humano. Es el modo más sencillo de superar las pasiones, y el dolor y
el placer.
Otro segundo principio es el de saber qué cosas dependen de nosotros y qué cosas
no, y cifrar la felicidad en las primeras. El papel mediador de la conciencia en cuanto
único criterio de valor permite diferenciar entre bienes y males, que son aquellos que
afectan al yo interior, y toda una larga serie de sucesos y cosas exteriores, calificadas
como indiferentes. Marco Aurelio no llega a mantener el rigorismo originario sobre
las cosas indiferentes; pero reitera tales consejos ascéticos, muy bien explicitados por
Epicteto.
Un tercer dogma es el de la sumisión del individuo al conjunto, de la adaptación
al cosmos, regido inmanentemente por un designio divino y racional. La racional
providencia cósmica es uno de los dogmas básicos del estoicismo. Marco Aurelio lo
adopta con una sentida y profunda adhesión personal (IV 23, X 28, etc.). Esta
creencia, en principio claramente optimista, asume un valor ideológico, transferida de
su contexto físico al terreno más cercano de la praxis social, en el marco del Imperio
Romano. «La idea de la superioridad de los intereses del Estado o de la colectividad
sobre los del individuo es acentuada por Marco Aurelio (v. VI 44, VII 55, IV 29)»,
apunta M. Rostovtzeff (II 236) en una breve nota, señalando que en «la conciencia de
agobio» que era «el rasgo más destacado de la vida económica y social» de esa
época, en que se acentuaba «la presión del Estado sobre el pueblo» de modo casi
intolerable, resultaba un excelente motivo para justificar la actuación del poder, que
intentaba «salvar al Estado a costa de la colectividad y de los individuos». Ya en
Epicteto (II 10, 4-5) se encuentra esa consideración de que «el todo es más
importante que la parte, y el Estado que el ciudadano». Pero es Marco Aurelio el que
insiste en este punto como algo fundamental de toda su ética y quien avanza más
sobre tal postulado.
La motivación ideológica de su actitud ha sido analizada penetrantemente por G.
Puente (o. c., págs. 229-238), quien señala con claridad el conservadurismo social y
el conformismo de esta ideología de resignación. (Cf. especialmente sus conclusiones
en pág. 237: «La ideología de resignación del estoicismo tardío responde a un
sorprendente mecanismo psicológico en virtud del cual el civis romanus resuelve
vivir en un doble mundo: el sistema político imperial —civitas humana jerarquizada
y articulada en clases dominantes y clases explotadas, sujetas ambas a la vis coactiva
del orden jurídico— y el orden cósmico racional —civitas divina anclada en la
actividad de la conciencia individual como locus privilegiado de la razón—. El
hombre interior constituye la referencia permanente de ese doble mundo, y es el
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artificio moderador de las encontradas lealtades que imponen, de una parte, los
deberes de la convivencia social y política, y de otra, el inalienable albedrío de la
conciencia moral. Se trataba, así, de una existencia en funambulesco equilibrio entre
la esperanza y la desesperación, entre la exultación moral y el pesimismo resignado,
entre el repliegue en sí mismo y la puntual entrega a las contingentes exigencias de la
vida diaria. Esta solución paradójica funcionaría aún durante algunos siglos, y
llegaría a encamarse —en un admirable coup de théatre de la historia— en la persona
de un emperador. La figura de Marco Aurelio resulta, en verdad, un fenómeno
fascinante para el estudioso de las ideologías, pues su entraña psicológica radica en
esa unitaria incorporación viviente de una ideología cuya operación práctica se
apoyaba en la radical escisión de la conciencia: la duplicidad de un hombre que,
como primer ciudadano, servía fielmente a un orden de dominación que, como sujeto
moral, había de eludir constantemente para alcanzar la beatitud. Ambos imperativos
se le presentaban como igualmente derivados de cierta concepción del kósmos en
cuanto proceso unitario y fatal del lógos universal»).
Psicológicamente la personalidad de Marco Aurelio atrae nuestro interés por su
ascetismo y su descontento interior. Descontento de sí mismo —en su afán de ser
mejor y de comportarse de acuerdo con sus intenciones éticas en todo— y de los
demás (cf. V 10 y muchos otros textos), Marco Aurelio se reitera una y otra vez los
mismos consejos y máximas, como si no acabara de convencerse. La insistencia en
repetir el remedio sugiere que éste no es del todo eficaz. Un cierto escepticismo
latente en esta filosofía de consolación le da un tono dramático; como si las heridas y
los dolores acallados, como si las quejas reprimidas y los impulsos detenidos
necesitaran, en su subconsciente rebelión, de una nueva dosis de la fannacopea. La
resignación aristocrática, el ascético desprecio del mundo y la carne, la sumisión al
deber —de filósofo y de ciudadano romano en lo más alto de la jerarquía— son
muestras de una actitud que rehuye el patetismo, pero que no puede alcanzar esa
apatía inhumana del sabio estoico.
III
La coherencia entre su actuación histórica y su actitud filosófica (dejando ahora a
un lado todos los problemas de su teoría) ha traído hacia la figura de Marco Aurelio
la admiración de historiadores y pensadores diversos. Entre sus admiradores más
ilustres hay que recordar a dos monarcas con inquietudes filosóficas y gran
personalidad: a Juliano el Apóstata y a Federico II el Grande de Prusia. Entre los
pensadores e historiadores mencionemos a algunos muy significativos, como Gibbon
y Montesquieu, M. Arnold y J. Stuart Mill, E. Renan y H. Taine, entre otros. Taine
dijo de Marco Aurelio que era «el alma más noble que haya existido». Renan lo
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calificó como «el mejor y el más grande de su siglo». Otros estudiosos de su obra han
insistido en su magnanimidad. Así, por ejemplo, E. Zeller, A. Puech y A. S. L.
Farquharson, su más tenaz comentador. Sus biógrafos, por ejemplo, W. Goerlitz y A.
Birley, destacan la gran personalidad de Marco Aurelio, y es fácil notar cómo la
exposición de sus hechos se acompañan de comentarios admirativos.
Marco Aurelio resulta un tipo de héroe muy poco frecuente en la Historia —entre
otras cosas, porque carece de la alegría autoafirmativa y de la arrolladora ambición y
del énfasis jovial de otras grandes figuras—. Es un filósofo de reducida originalidad.
Pero la conexión de su posición histórica, su conducta personal y su actitud filosófica,
hacen de él una figura atractiva y un ejemplo apasionante de humanidad.
IV
La historia de la tradición del texto de las Meditaciones es bastante extraña. En el
s. III parece que Herodiano y Dión Casio conocían la obra. A mediados del s. IV,
Juliano el Apóstata y el orador Temistio recuerdan con elogio a Marco Aurelio. En
Temistio (en el año 364) se encuentra la primera referencia a su obra con un título
expreso, el de Admoniciones de Marco (Márkou parengélmata). El biógrafo de
Avidio Casio en la Historia Augusta alude a unas Exhortaciones que Marco Aurelio
habría declamado durante tres días antes de partir a la guerra contra los marcomanos.
(Este biógrafo, que da esta noticia, tal vez confundida, puede ser de la época de
Juliano.) Después, desde el s. IV al IX, nadie va a acordarse de los escritos de Marco
Aurelio. Así, por ejemplo, no hay ni una cita suya en la amplia selección de filósofos
y poetas recopilada por Estobeo a mediados del siglo V.
Pero a comienzos del X, Aretas, un humanista y bibliófilo bizantino, que luego
fue arzobispo de Cesarea en Capadocia, escribe a Demetrio, arzobispo de Heraclea,
que le envía un volumen antiguo de las Meditaciones, un viejo libro muy deteriorado,
del que él ya se ha sacado una copia. Esta copia se ha perdido, pero es probable que
esté en el origen de la tradición manuscrita de nuestras ediciones modernas. Hacia
950, en su inestimable diccionario. Suidas se refiere a los escritos éticos de Marco
Aurelio: Eis heautón en 12 libros. Y dos siglos después, Tzetzes (1110-1185) cita
algunos párrafos en sus Chilíades.
La primera edición impresa es la de Zurich, 1558-59, hecha por Andreas Gesner,
con traducción latina de Wm. Xylander de Augsburgo (1532-76). El texto de esta
editio princeps se basa en el de un manuscrito palatino, «de la biblioteca del Príncipe
Palatino, Otto Heinrich», que Xylander corrigió levemente en algunos pasajes. La
importancia del texto editado por Gesner en 1558 aumenta por el hecho de que el
manuscrito palatino se perdió luego, de modo que las lecturas de esa impresión
(designada como Ρ o bien como Τ [Toxitanus] en los aparatos críticos) representan el
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testimonio más fidedigno de la tradición textual. Junto a esta fuente P, tenemos otro
importante manuscrito: el códice Vaticanus Graecus, 1950, designado como A, que
contiene las Meditaciones en una copia de finales del s. XIV al XV. Existen otros
manuscritos que son posteriores, o bien ofrecen excerpta del texto. Evidentemente,
aquí no podemos entrar en ponnenores de esa transmisión ni en la confrontación de A
con Ρ (que parecen remontarse a un arquetipo perdido, acaso al texto copiado por
Aretas), ni exponer en detalle los nombres de los principales filólogos que se
ocuparon de nuestro autor. Remitimos para ello a las introducciones de Trannoy o de
Farquharson. En general, puede advertirse, en cualquier edición, las numerosas
conjeturas y variantes que sugiere el texto, muy frecuentemente corrupto.
Además de Gesner y de Xylander (apellido latinizado de W. Holzmann, que se
ocupó de la primera traducción al latín y de una segunda edición corregida en Basilea
en 1568), vale la pena recordar unos pocos nombres. La primera traducción a un
idioma moderno fue la de Pardoux Duprat al francés en 1570. Casaubon realizó la
primera traducción al inglés en 1634, añadió una excelente introducción y notas
críticas en su segunda edición en 1635, y editó el texto griego en 1643, acompañado
de una traducción latina (la de Xylander retocada).
En Cambridge y en 1652 apareció la edición del texto griego con nueva
traducción latina y un excelente comentario por Thomas Gataker, que hizo época, y
se reimprimió varias veces.
Entre los editores y comentaristas modernos ocupa un lugar destacado A. S. L.
Farquharson por su obra en dos volúmenes, publicada póstumamente en 1944, dos
años después de la muerte de quien le había dedicado muchos años de su vida con
una auténtica vocación personal.
Las Meditaciones han sido traducidas a todos los idiomas europeos. Un estudioso
(J. W. Legg) señala que en el s. XVII hubo 26 ediciones de esta obra; en el XVIII, 58;
81, en el XIX, y 28 en los ocho primeros años del siglo actual.
En fin, conviene quizá añadir aquí como nota irónica o pintoresca, el nombre de
un escritor español que contribuyó, más que ninguno en el s. XVI, a popularizar el
nombre de Marco Aurelio no sólo en España, sino en toda Europa. Me refiero a Fray
Antonio de Guevara, cuyo Libro áureo de Marco Aurelio apareció impreso por
primera vez en Sevilla en 1528. Este texto, recogido y ampliado en el Relox de
príncipes (Valladolid, 1529), gozó de un sorprendente éxito de público, tanto en
España (unas 30 ediciones hubo entre uno y otro título en los siglos XVI y XVII) como
en Europa, donde se multiplicaron sus ediciones en latín, en francés, en italiano, en
inglés, en alemán, en danés y en holandés. Todavía se tradujo al armenio en el
s. XVIII. Esta obra, que según Menéndez y Pelayo fue tan leída como el Amadís de
Gaula y la Celestina, alcanzando un total de 58 ediciones en Europa entre el XVI y el
XVII en tan varias lenguas, difundió una curiosa imagen del Emperador filósofo desde
treinta años antes de la aparición de la editio princeps de Marco Aurelio. Esta
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«extravagante novela» —que algún docto contemporáneo denunció pronto como
superchería histórica— surgió de la facundia y la imaginación de este falaz humanista
hispánico, a partir de unos mínimos textos antiguos, con una fabulosa desfachatez.
Así que, cuando Jacinto Díaz de Miranda, en el prólogo a su traducción en 1785,
criticaba que, frente a las ediciones múltiples en otros países europeos, «España es la
única que ha escaseado a este Emperador un obsequio tan corto y trivial (como el de
traducirlo y publicarlo)», añadía en nota: «Antes, para colmo de desatención, el
obispo de Mondoñedo, Guevara, le prohijó atrevidamente en su Relox de príncipes
desconcertado, contribuyendo la celebridad de Marco Aurelio a que corriese con el
aplauso que por sí no merecía, y se imprimiese en los más de los países,
traduciéndolo en latín, francés, italiano y alemán».
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BIBLIOGRAFÍA
Entre las traducciones más modernas y asequibles vale la pena citar la francesa de
M. MEUNIER, Marc-Aurèle. Pensées pour moimême, París, 1964 (Col. «Gamier-
Flammarion»), y la inglesa de M. STANIFORTH, Marcus Aurelius, Méditations,
Londres, 1964 (Col. «Penguin Classics»).
B) Traducciones españolas:
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reaparecen en Madrid, 1919. Con el título de Soliloquios las vierte M. Dolç en
Barcelona, 1945, en un bello formato y con cuidadoso estilo, sobre el texto griego
fijado por Trannoy. Otros traductores: Joaquín Delgado (París, s. a.), J. Pérez
Ballester (Barcelona, 1954) y A. C. Gavaldá (autor de una selección con notas,
publicada en Palma de Mallorca, 1956).
La presente traducción, de Ramón Bach Pellicer, aventaja a las anteriores en
fidelidad al texto griego, ya que en todos los pasajes difíciles se ha preferido la
precisión a una falsa elegancia. El texto de Marco Aurelio no es un texto fácil, por
motivos ya indicados en esta introducción, y su intelección total requeriría la
constante alusión a la terminología del original griego, así como profusión de notas.
En ese aspecto el amplio comentario de Farquharson sigue siendo la obra de
referencia ineludible.
Entre estas biografías la famosa obra de E. Renan conserva aún cierto interés por
su concepción histórica general, acompañada por la exposición en su brillante y
apasionado estilo; si bien sólo algunos capítulos de su libro tratan propiamente de
Marco Aurelio. La mejor desde el punto de vista historiográfico es la de A. Birley,
admirable por su precisión critica y detallada erudición, por ejemplo, en la
abundancia de referencias prosopográficas. La más asequible al lector español es la
de Jules Romains, publicada en la «Colección Austral». No es, sin embargo, a nuestro
parecer, una de las mejores obras del tan conocido autor. Con un estilo similar, nos
parece muy superior la obra de W. Goriitz, a pesar de su tendencia a relacionar,
temerariamente, los textos de Marco Aurelio con ciertos momentos concretos de su
vida.
D) Obras de consulta
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algunos aspectos literarios o filosóficos de la obra de Marco Aurelio en su contexto
histórico:
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NOTA A LA PRESENTE TRADUCCIÓN
El texto de Marco Aurelio presenta especiales dificultades debido a su escasa
tradición manuscrita y a la problemática intelección de su terminología filosófica. En
nuestra traducción hemos procurado seguir el texto establecido por A. L Trannoy
(«Les Belles Lettres», París, 1964, 1.a edición de 1925), que, en principio, es
notablemente conservador. No obstante, hemos tenido en cuenta continuamente, y
aceptado en determinados lugares, la lección propuesta por Farquharson (The
Meditations of the Emperor Marcas Antoninus, 2 vols., Oxford, 1944). Por este
motivo hemos considerado más oportuno no dar una lista inicial de variantes
preferidas, sino indicarlas mediante nota a pie de página.
Con el fin de facilitar al lector la localización y consulta de los nombres propios,
hemos confeccionado un índice de los mismos con las correspondencias oportunas
cuando un mismo personaje se encuentra mencionado de modos diferentes o aparece
en diversas ocasiones a lo largo de la obra. Son objeto de comentario en nota a pie de
página, y no en el índice general, donde sólo señalamos su localización, aquellos
nombres propios que, a nuestro en tender, tienen cierto relieve en el contexto general
de las Meditaciones.
Por estimar que puede ser útil al lector tener a mano una visión de conjunto del
marco familiar de nuestro filósofo, incorporamos, siguiendo a Farquharson, o. c., pág.
255, un cuadro genealógico, al final de la traducción.
Conviene también advertir que los pasajes atetizados en las ediciones de A. I.
Trannoy y Farquharson como de autenticidad dudosa o interpolados son indicados en
nuestra versión mediante corchetes. Las conjeturas adoptadas figuran entre paréntesis
angulares con indicación expresa de su procedencia.
Finalmente, queremos señalar que, para no sobrecargar de notas la traducción,
remitimos con frecuencia al lector al amplio y detallado comentario de Farquharson,
citado anteriormente.
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MEDITACIONES
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LIBRO I[1]
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desenfadada; el no mostrar un carácter irascible en las explicaciones; el haber visto a
un hombre que claramente consideraba como la más ínfima de sus cualidades la
experiencia y la diligencia en transmitir las explicaciones teóricas; el haber aprendido
cómo hay que aceptar los aparentes favores de los amigos, sin dejarse sobornar por
ellos ni rechazarlos sin tacto.
9. De Sexto[14]: la benevolencia, el ejemplo de una casa gobernada
patriarcalmente, el proyecto de vivir conforme a la naturaleza; la dignidad sin
afectación; el atender a los amigos con solicitud; la tolerancia con los ignorantes y
con los que opinan sin reflexionar; la armonía con todos, de manera que su trato era
más agradable que cualquier adulación, y le tenían en aquel preciso momento el
máximo respeto; la capacidad de descubrir con método inductivo y ordenado los
principios necesarios para la vida; el no haber dado nunca la impresión de cólera ni
de ninguna otra pasión, antes bien, el ser el menos afectado por las pasiones y a la vez
el que ama más entrañablemente a los hombres; el elogio, sin estridencias; el saber
polifacécito, sin alardes.
10. De Alejandro[15] el gramático: la aversión a criticar; el no reprender con
injurias a los que han proferido un barbarismo, solecismo o sonido mal pronunciado,
sino proclamar con destreza el término preciso que debía ser pronunciado, en forma
de respuesta, o de ratificación o de una consideración en común sobre el tema mismo,
no sobre la expresión gramatical, o por medio de cualquier otra sugerencia ocasional
y apropiada.
11. De Frontón[16]: el haberme detenido a pensar cómo es la envidia, la astucia y
la hipocresía propia del tirano, y que, en general, los que entre nosotros son llamados
«eupátridas», son, en cierto modo, incapaces de afecto.
12. De Alejandro el platónico[17]: el no decir a alguien muchas veces y sin
necesidad o escribirle por carta: «Estoy ocupado», y no rechazar de este modo
sistemáticamente las obligaciones que imponen las relaciones sociales, pretextando
excesivas ocupaciones.
13. De Catulo[18]: el no dar poca importancia a la queja de un amigo, aunque
casualmente fuera infundada, sino intentar consolidar la relación habitual; el elogio
cordial a los maestros, como se recuerda que lo hacían Domicio y Atenódoto; el amor
verdadero por los hijos.
14. De «mi hermano»[19] Severo[20]: el amor a la familia, a la verdad y la justicia;
el haber conocido, gracias a él, a Trascas, Helvidio, Catón, Dión, Bruto; el haber
concebido la idea de una constitución basada en la igualdad ante la ley, regida por la
equidad y la libertad de expresión igual para todos, y de una realeza que honra y
respeta, por encima de todo, la libertad de sus súbditos. De él también: la uniformidad
y constante aplicación al servicio de la filosofía; la beneficencia y generosidad
constante; el optimismo y la confianza en la amistad de los amigos; ningún disimulo
para con los que merecían su censura; el no requerir que sus amigos conjeturaran qué
quería o qué no quería, pues estaba claro.
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15. De Máximo[21]: el dominio de sí mismo y no dejarse arrastrar por nada; el
buen ánimo en todas las circunstancias y especialmente en las enfermedades; la
moderación de carácter, dulce y a la vez grave; la ejecución sin refunfuñar de las
tareas propuestas; la confianza de todos en él, porque sus palabras respondían a sus
pensamientos y en sus actuaciones procedía sin mala fe; el no sorprenderse ni
arredrarse; en ningún caso precipitación o lentitud, ni impotencia, ni abatimiento, ni
risa a carcajadas, seguidas de accesos de ira o de recelo. La beneficencia, el perdón y
la sinceridad; el dar la impresión de hombre recto e inflexible más bien que
corregido; que nadie se creyera menospreciado por él ni sospechara que se
consideraba superior a él; su amabilidad en…[22].
16. De mi padre[23]: la mansedumbre y la firmeza serena en las decisiones
profundamente examinadas. El no vanagloriarse con los honores aparentes; el amor al
trabajo y la perseverancia; el estar dispuesto a escuchar a los que podían hacer una
contribución útil a la comunidad. El distribuir sin vacilaciones a cada uno según su
mérito. La experiencia para distinguir cuándo es necesario un esfuerzo sin desmayo,
y cuándo hay que relajarse. El saber poner fin a las relaciones amorosas con los
adolescentes. La sociabilidad y el consentir a los amigos que no asistieran siempre a
sus comidas y que no le acompañaran necesariamente en sus desplazamientos; antes
bien, quienes le habían dejado momentáneamente por alguna necesidad le
encontraban siempre igual. El examen minucioso en las deliberaciones y la tenacidad,
sin eludir la indagación, satisfecho con las primeras impresiones. El celo por
conservar los amigos, sin mostrar nunca disgusto ni loco apasionamiento. La
autosuficiencia en todo y la serenidad. La previsión desde lejos y la regulación previa
de los detalles más insignificantes sin escenas trágicas. La represión de las
aclamaciones y de toda adulación dirigida a su persona. El velar constantemente por
las necesidades del Imperio. La administración de los recursos públicos y la
tolerancia ante la crítica en cualquiera de estas materias; ningún temor supersticioso
respecto a los dioses ni disposición para captar el favor de los hombres mediante
agasajos o lisonjas al pueblo; por el contrario, sobriedad en todo y firmeza, ausencia
absoluta de gustos vulgares y de deseo innovador. El uso de los bienes que
contribuyen a una vida fácil —y la Fortuna se los había deparado en abundancia—,
sin orgullo y a la vez sin pretextos, de manera que los acogía con naturalidad, cuando
los tenía, pero no sentía necesidad de ellos, cuando le faltaban. El hecho de que nadie
hubiese podido tacharle de sofista, bufón o pedante; por el contrario, era tenido por
hombre maduro, completo, inaccesible a la adulación, capaz de estar al frente de los
asuntos propios y ajenos. Además, el aprecio por quienes filosofan de verdad, sin
ofender a los demás ni dejarse tampoco embaucar por ellos; más todavía, su trato
afable y buen humor, pero no en exceso. El cuidado moderado del propio cuerpo, no
como quien ama la vida, ni con coquetería ni tampoco negligentemente, sino de
manera que, gracias a su cuidado personal, en contadísimas ocasiones tuvo necesidad
de asistencia médica, de fármacos o emplastos. Y especialmente, su complacencia,
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exenta de envidia, en los que poseían alguna facultad, por ejemplo, la facilidad de
expresión, el conocimiento de la historia de las leyes, de las costumbres o de
cualquier otra materia; su ahínco en ayudarles para que cada uno consiguiera los
honores acordes a su peculiar excelencia; procediendo en todo según las tradiciones
ancestrales, pero procurando no hacer ostentación ni siquiera de esto: de velar por
dichas tradiciones. Además, no era propicio a desplazarse ni a agitarse fácilmente,
sino que gustaba de permanecer en los mismos lugares y ocupaciones. Ε
inmediatamente, después de los agudos dolores de cabeza, rejuvenecido y en plenas
facultades, se entregaba a las tareas habituales. El no tener muchos secretos, sino muy
pocos, excepcionalmente, y sólo sobre asuntos de Estado. Su sagacidad y mesura en
la celebración de fiestas, en la construcción de obras públicas, en las asignaciones y
en otras cosas semejantes, es propia de una persona que mira exclusivamente lo que
debe hacerse, sin tener en cuenta la aprobación popular a las obras realizadas. Ni
baños a destiempo, ni amor a la construcción de casas, ni preocupación por las
comidas, ni por las telas, ni por el color de los vestidos, ni por el buen aspecto de sus
servidores[24]; el vestido que llevaba procedía de su casa de campo en Lorio[25], y la
mayoría de sus enseres, de la que tenía en Lanuvio. ¡Cómo trató al recaudador de
impuestos en Túsculo que le hacía reclamaciones! Y todo su carácter era así; no fue
ni cruel, ni hosco, ni duro, de manera que jamás se habría podido decir de él: «Ya
suda»[26], sino que, todo lo había calculado con exactitud, como si, le sobrara tiempo,
sin turbación, sin desorden, con firmeza, concertadamente. Y encajaría bien en él lo
que se recuerda de Sócrates: que era capaz de abstenerse y disfrutar de aquellos
bienes, cuya privación debilita a la mayor parte, mientras que su disfrute les hace
abandonarse a ellos. Su vigor físico y su resistencia, y la sobriedad en ambos casos
son propiedades de un hombre que tiene un alma equilibrada e invencible, como
mostró durante la enfermedad que le llevó a la muerte[27].
17. De los dioses: el tener buenos abuelos, buenos progenitores, buena hermana,
buenos maestros, buenos amigos íntimos, parientes y amigos, casi todos buenos; el
no haberme dejado llevar fácilmente nunca a ofender a ninguno de ellos, a pesar de
tener una disposición natural idónea para poder hacer algo semejante, si se hubiese
presentado la ocasión. Es un favor divino que no se presentara ninguna combinación
de circunstancias que me pusiera a prueba; el no haber sido educado largo tiempo
junto a la concubina de mi abuelo; el haber conservado la flor de mi juventud y el no
haber demostrado antes de tiempo mi virilidad, sino incluso haberlo demorado por
algún tiempo; el haber estado sometido a las órdenes de un gobernante, mi padre, que
debía arrancar de mí todo orgullo y llevarme a comprender que es posible vivir en
palacio sin tener necesidad de guardia personal, de vestidos suntuosos, de
candelabros, de estatuas y otras cosas semejantes y de un lujo parecido; sino que es
posible ceñirse a un régimen de vida muy próximo al de un simple particular, y no
por ello ser más desgraciado o más negligente en el cumplimiento de los deberes que
soberanamente nos exige la comunidad. El haberme tocado en suerte un hermano
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capaz, por su carácter, de incitarme al cuidado de mí mismo y que, a la vez, me
alegraba por su respeto y afecto; el no haber tenido hijos subnormales o deformes; el
no haber progresado demasiado en la retórica, en la poética y en las demás
disciplinas, en las que tal vez me habría detenido, si hubiese percibido que progresaba
a buen ritmo. El haberme anticipado a situar a mis educadores en el punto de
dignidad que estimaba deseaban, sin demorarlo, con la esperanza de que, puesto que
eran todavía jóvenes, lo pondría en práctica más tarde. El haber conocido a Apolonio.
Rústico, Máximo. El haberme representado claramente y en muchas ocasiones qué es
la vida acorde con la naturaleza, de manera que, en la medida que depende de los
dioses, de sus comunicaciones, de sus socorros y de sus inspiraciones, nada impedía
ya que viviera de acuerdo con la naturaleza, y si continúo todavía lejos de este ideal,
es culpa mía por no observar las sugerencias de los dioses y a duras penas sus
enseñanzas; la resistencia de mi cuerpo durante largo tiempo en una vida de estas
características; el no haber tocado ni a Benedicta ni a Teódoto, e incluso, más tarde,
víctima de pasiones amorosas, haber curado; el no haberme excedido nunca con
Rústico, a pesar de las frecuentes disputas, de lo que me habría arrepentido; el hecho
de que mi madre, que debía morir joven, viviera, sin embargo, conmigo sus últimos
años; el hecho de que cuantas veces quise socorrer a un pobre o necesitado de otra
cosa, jamás oí decir que no tenía dinero disponible; el no haber caído yo mismo en
una necesidad semejante como para reclamar ayuda ajena; el tener una esposa[28] de
tales cualidades: tan obediente, tan cariñosa, tan sencilla; el haber conseguido
fácilmente para mis hijos educadores adecuados; el haber recibido, a través de
sueños, remedios, sobre todo para no escupir sangre y evitar los mareos, y lo de
Gaeta[29], a modo de oráculo; el no haber caído, cuando me aficioné a la filosofía, en
manos de un sofista ni haberme entretenido en el análisis de autores o de silogismos
ni ocupanne a fondo de los fenómenos celestes.
Todo esto «requiere ayudas de los dioses y de la Fortuna».
[30]Entre los cuados[31], a orillas del Gran[32].
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LIBRO II
1. Al despuntar la aurora, hazte estas consideraciones previas: me encontraré con
un indiscreto, un ingrato, un insolente, un mentiroso, un envidioso, un insociable.
Todo eso les acontece por ignorancia de los bienes y de los males. Pero yo, que he
observado que la naturaleza del bien es lo bello, y que la del mal es lo vergonzoso, y
que la naturaleza del pecador mismo es pariente de la mía, porque participa, no de la
misma sangre o de la misma semilla, sino de la inteligencia y de una porción de la
divinidad, no puedo recibir daño de ninguno de ellos, pues ninguno me cubrirá de
vergüenza; ni puedo enfadarme con mi pariente ni odiarle. Pues hemos nacido para
colaborar, al igual que los pies, las manos, los párpados, las hileras de dientes,
superiores e inferiores. Obrar, pues, como adversarios los unos de los otros es
contrario a la naturaleza. Y es actuar como adversario el hecho de manifestar
indignación y repulsa.
2. Esto es todo lo que soy: un poco de carne, un breve hálito vital, y el guía
interior. ¡Deja los libros! No te dejes distraer más; no te está permitido. Sino que, en
la idea de que eres ya un moribundo, desprecia la carne: sangre y polvo, huesecillos,
fino tejido de nervios, de diminutas venas y arterias. Mira también en qué consiste el
hálito vital: viento, y no siempre el mismo, pues en todo momento se vomita y de
nuevo se succiona. En tercer lugar, pues, te queda el guía interior. Reflexiona así: eres
viejo; no consientas por más tiempo que éste sea esclavo, ni que siga aún zarandeado
como marioneta por instintos egoístas, ni que se enoje todavía con el destino presente
o recele del futuro.
3. Las obras de los dioses están llenas de providencia, las de la Fortuna no están
separadas de la naturaleza o de la trama y entrelazamiento de las cosas gobernadas
por la Providencia. De allí fluye todo. Se añade lo necesario y lo conveniente para el
conjunto del universo, del que formas parte. Para cualquier parte de naturaleza es
bueno aquello que colabora con la naturaleza del conjunto y lo que es capaz de
preservarla. Y conservan el mundo tanto las transformaciones de los elementos
simples como las de los compuestos. Sean suficientes para ti estas reflexiones, si son
principios básicos. Aparta tu sed de libros, para no morir gruñendo, sino
verdaderamente resignado y agradecido de corazón a los dioses.
4. Recuerda cuánto tiempo hace que difieres eso y cuántas veces has recibido
avisos previos de los dioses sin aprovecharlos. Preciso es que a partir de este
momento te des cuenta de qué mundo eres parte y de qué gobernante del mundo
procedes como emanación, y comprenderás que tu vida está circunscrita a un período
de tiempo limitado. Caso de que no aproveches esta oportunidad para serenarte,
pasará, y tú también pasarás, y ya no habrá otra.
5. A todas horas, preocúpate resueltamente, como romano y varón, de hacer lo
que tienes entre manos con puntual y no fingida gravedad, con amor, libertad y
justicia, y procúrate tiempo libre para liberarte de todas las demás distracciones. Y
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conseguirás tu propósito, si ejecutas cada acción como si se tratara de la última de tu
vida, desprovista de toda irreflexión, de toda aversión apasionada que te alejara del
dominio de la razón, de toda hipocresía, egoísmo y despecho en lo relacionado con el
destino. Estás viendo cómo son pocos los principios que hay que dominar para vivir
una vida de curso favorable y de respeto a los dioses. Porque los dioses nada más
reclamarán a quien observa estos preceptos.
6. ¡Te afrentas, te afrentas[33], alma mía! Y ya no tendrás ocasión de honrarte[34].
¡Breve es la vida para cada uno! Tú, prácticamente, la has consumido sin respetar el
alma que te pertenece, y, sin embargo, haces depender tu buena fortuna del alma de
otros.
7. No te arrastren los accidentes exteriores; procúrate tiempo libre para aprender
algo bueno y cesa ya de girar como un trompo. En adelante, debes precaverte también
de otra desviación. Porque deliran también, en medio de tantas ocupaciones, los que
están cansados de vivir y no tienen blanco hacia el que dirijan todo impulso y, en
suma, su imaginación.
8. No es fácil ver a un hombre desdichado por no haberse detenido a pensar qué
ocurre en el alma de otro. Pero quienes no siguen con atención los movimientos de su
propia alma, fuerza es que sean desdichados.
9. Es preciso tener siempre presente esto: cuál es la naturaleza del conjunto y cuál
es la mía, y cómo se comporta ésta respecto a aquélla y qué parte, de qué conjunto es;
tener presente también que nadie te impide obrar siempre y decir lo que es
consecuente con la naturaleza, de la cual eres parte.
10. Desde una perspectiva filosófica afirma Teofrasto[35], en su comparación de
las faltas, como podría compararlas un hombre según el sentido común, que las faltas
cometidas por concupiscencia son más graves que las cometidas por ira. Porque el
hombre que monta en cólera parece desviarse de la razón con cierta pena y congoja
interior; mientras que la persona que yerra por concupiscencia, derrotado por el
placer, se muestra más flojo y afeminado en sus faltas. Con razón, pues, y de manera
digna de un filósofo, dijo que el que peca con placer merece mayor reprobación que
el que peca con dolor. En suma, el primero se parece más a un hombre que ha sido
víctima de una injusticia previa y que se ha visto forzado a montar en cólera por
dolor; el segundo se ha lanzado a la injusticia por sí mismo, movido a actuar por
concupiscencia.
11. En la convicción de que puedes salir ya de la vida, haz, di y piensa todas y
cada una de las cosas en consonancia con esta idea. Pues alejarse de los hombres, si
existen dioses, en absoluto es temible, porque éstos no podrían sumirte en el mal.
Mas, si en verdad no existen, o no les importan los asuntos humanos, ¿a qué vivir en
un mundo vacío de dioses o vacío de providencia? Pero si existen, y les importan las
cosas humanas, y han puesto todos los medios a su alcance para que el hombre no
sucumba a los verdaderos males. Y si algún mal quedara, también esto lo habrían
previsto, a fin de que contara el hombre con todos los medios para evitar caer en él.
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Pero lo que no hace peor a un hombre, ¿cómo eso podría hacer peor su vida? Ni por
ignorancia ni conscientemente, sino por ser incapaz de prevenir o corregir estos
defectos, la naturaleza del conjunto lo habría consentido. Y tampoco por incapacidad
o inhabilidad habría cometido un error de tales dimensiones como para que les
tocaran a los buenos y a los malos indistintamente, bienes y males a partes iguales.
Sin embargo, muerte y vida, gloria e infamia, dolor y placer, riqueza y penuria, todo
eso acontece indistintamente al hombre bueno y al malo, pues no es ni bello ni feo.
Porque, efectivamente, no son bienes ni males.
12. ¡Cómo en un instante desaparece todo: en el mundo, los cuerpos mismos, y en
el tiempo, su memoria! ¡Cómo es todo lo sensible, y especialmente lo que nos seduce
por placer o nos asusta por dolor o lo que nos hace gritar por orgullo; cómo todo es
vil, despreciable, sucio, fácilmente destructible y cadáver! ¡Eso debe considerar la
facultad de la inteligencia! ¿Qué son esos, cuyas opiniones y palabras procuran buena
fama[36]…? ¿Qué es la muerte? Porque si se la mira a ella exclusivamente y se
abstraen, por división de su concepto, los fantasmas que la recubren, ya no sugerirá
otra cosa sino que es obra de la naturaleza. Y si alguien teme la acción de la
naturaleza, es un chiquillo. Pero no sólo es la muerte acción de la naturaleza, sino
también acción útil a la naturaleza. Cómo el hombre entra en contacto con Dios y por
qué parte de sí mismo, y, en suma, cómo está dispuesta esa pequeña parte del hombre.
13. Nada más desventurado que el hombre que recorre en círculo todas las cosas y
«que indaga», dice, «las profundidades de la tierra»[37], y que busca, mediante
conjeturas, lo que ocurre en el alma del vecino, pero sin darse cuenta de que le basta
estar junto a la única divinidad que reside en su interior y ser su sincero servidor. Y el
culto que se le debe consiste en preservarla pura de pasión, de irreflexión y de
disgusto contra lo que procede de los dioses y de los hombres. Porque lo que procede
de los dioses es respetable por su excelencia, pero lo que procede de los hombres nos
es querido por nuestro parentesco, y a veces, incluso, en cierto modo, inspira
compasión, por su ignorancia de los bienes y de los males, ceguera no menor que la
que nos priva de discernir lo blanco de lo negro.
14. Aunque debieras vivir tres mil años y otras tantas veces diez mil, no obstante
recuerda que nadie pierde otra vida que la que vive, ni vive otra que la que pierde. En
consecuencia, lo más largo y lo más corto confluyen en un mismo punto. El presente,
en efecto, es igual para todos, lo que se pierde es también igual, y lo que se separa es,
evidentemente, un simple instante. Luego ni el pasado ni el futuro se podría perder,
porque lo que no se tiene, ¿cómo nos lo podría arrebatar alguien? Ten siempre
presente, por tanto, esas dos cosas: una, que todo, desde siempre, se presenta de
forma igual y describe los mismos círculos, y nada importa que se contemple lo
mismo durante cien años, doscientos o un tiempo indefinido; la otra, que el que ha
vivido más tiempo y el que morirá más prematuramente, sufren idéntica pérdida.
Porque sólo se nos puede privar del presente, puesto que éste sólo posees, y lo que
uno no posee, no lo puede perder.
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15. «Que todo es opinión»[38]. Evidente es lo que se dice referido al cínico
Mónimo[39]. Evidente también, la utilidad de lo que se dice, si se acepta lo sustancial
del dicho, en la medida en que es oportuno.
16. El alma del hombre se afrenta, sobre todo, cuando, en lo que de ella depende,
se convierte en pústula y en algo parecido a una excrecencia del mundo. Porque
enojarse con algún suceso de los que se presentan es una separación de la naturaleza,
en cuya parcela se albergan las naturalezas de cada uno de los restantes seres. En
segundo lugar, se afrenta también, cuando siente aversión a cualquier persona o se
comporta hostilmente con intención de dañarla, como es el caso de las naturalezas de
los que montan en cólera. En tercer lugar, se afrenta, cuando sucumbe al placer o al
pesar. En cuarto lugar, cuando es hipócrita y hace o dice algo con ficción O contra la
verdad. En quinto lugar, cuando se desentiende de una actividad o impulso que le es
propio, sin perseguir ningún objetivo, sino que al azar e inconsecuentemente se aplica
a cualquier tarea, siendo así que, incluso las más insignificantes actividades deberían
llevarse a cabo referidas a un fin. Y el fin de los seres racionales es obedecer la razón
y la ley de la ciudad y constitución más venerable.
17. El tiempo de la vida humana, un punto; su sustancia, fluyente; su sensación,
turbia; la composición del conjunto del cuerpo, fácilmente corruptible; su alma, una
peonza; su fortuna, algo difícil de conjeturar; su fama, indescifrable. En pocas
palabras: todo lo que pertenece al cuerpo, un río; sueño y vapor, lo que es propio del
alma; la vida, guerra y estancia en tierra extraña; la fama póstuma, olvido. ¿Qué,
pues, puede darnos compañía? Única y exclusivamente la filosofía. Y ésta consiste en
preservar el guía[40] interior, exento de ultrajes y de daño, dueño de placeres y penas,
sin hacer nada al azar, sin valerse de la mentira ni de la hipocresía, al margen de lo
que otro haga o deje de hacer; más aún, aceptando lo que acontece y se le asigna,
como procediendo de aquel lugar de donde él mismo ha venido. Y sobre todo,
aguardando la muerte con pensamiento favorable, en la convicción de que ésta no es
otra cosa que disolución de elementos de que está compuesto cada ser vivo. Y si para
los mismos elementos nada temible hay en el hecho de que cada uno se transforme de
continuo en otro, ¿por qué recelar de la transformación y disolución de todas las
cosas? Pues esto es conforme a la naturaleza, y nada es malo si es conforme a la
naturaleza.
En Carnunto[41].
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LIBRO III
1. No sólo esto debe tomarse en cuenta, que día a día se va gastando la vida y nos
queda una parte menor de ella, sino que se debe reflexionar también que, si una
persona prolonga su existencia, no está claro si su inteligencia será igualmente capaz
en adelante para la comprensión de las cosas y de la teoría que tiende al conocimiento
de las cosas divinas y humanas. Porque, en el caso de que dicha persona empiece al
desvariar, la respiración, la nutrición, la imaginación, los instintos y todas las demás
funciones semejantes no le faltarán; pero la facultad de disponer de sí mismo, de
calibrar con exactitud el número de los deberes, de analizar las apariencias, de
detenerse a reflexionar sobre si ya ha llegado el momento de abandonar esta vida y
cuantas necesidades de características semejantes precisan un ejercicio exhaustivo de
la razón, se extingue antes. Conviene, pues, apresurarse no sólo porque a cada
instante estamos más cerca de la muerte, sino también porque cesa con anterioridad la
comprensión de las cosas y la capacidad de acomodamos a ellas.
2. Conviene también estar a la expectativa de hechos como éstos, que incluso las
modificaciones accesorias de las cosas naturales tienen algún encanto y atractivo.
Así, por ejemplo, un trozo de pan al cocerse se agrieta en ciertas partes; esas grietas
que así se forman y que, en cierto modo, son contrarias a la promesa del arte del
panadero, son, en cierto modo, adecuadas, y excitan singularmente el apetito.
Asimismo, los higos, cuando están muy maduros, se entreabren. Y en las aceitunas
que quedan maduras en los árboles, su misma proximidad a la podredumbre añade al
fruto una belleza singular. Igualmente las espigas que se inclinan hacia abajo, la
melena del león y la espuma que brota de la boca de los jabalíes y muchas otras
cosas, examinadas en particular, están lejos de ser bellas; y, sin embargo, al ser
consecuencia de ciertos procesos naturales, cobran un aspecto bello y son atractivas.
De manera que, si una persona tiene sensibilidad e inteligencia suficientemente
profunda para captar lo que sucede en el conjunto, casi nada le parecerá, incluso entre
las cosas que acontecen por efectos secundarios, no comportar algún encanto
singular. Y esa persona verá las fauces reales de las fieras con no menor agrado que
todas sus reproducciones realizadas por pintores y escultores; incluso podrá ver con
sus sagaces ojos cierta plenitud y madurez en la anciana y el anciano y también, en
los niños, su amable encanto. Muchas cosas semejantes se encontrarán no al alcance
de cualquiera, sino, exclusivamente, para el que de verdad esté familiarizado con la
naturaleza y sus obras.
3. Hipócrates[42], después de haber curado muchas enfermedades, enfermó él
también y murió. Los caldeos predijeron la muerte de muchos, y también a ellos les
alcanzó el destino. Alejandro, Pompeyo y Cayo César, después de haber arrasado
hasta los cimientos tantas veces ciudades enteras y destrozado en orden de combate
numerosas miríadas de jinetes e infantes, también ellos acabaron por perder la vida.
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Heráclito[43], después de haber hecho tantas investigaciones sobre la conflagración
del mundo, aquejado de hidropesía y recubierto de estiércol, murió. A Demócrito[44],
los gusanos; gusanos también, pero distintos, acabaron con Sócrates. ¿Qué significa
esto? Te embarcaste, surcaste mares, atracaste: ¡desembarca! Si es para entrar en otra
vida, tampoco allí está nada vacío de dioses; pero si es para encontrarte en la
insensibilidad, cesarás de soportar fatigas y placeres y de estar al servicio de una
envoltura tanto más ruin cuanto más superior es la parte subordinada: ésta es
inteligencia y divinidad; aquélla, tierra y sangre mezclada con polvo.
4. No consumas la parte de la vida que te resta en hacer conjeturas sobre otras
personas, de no ser que tu objetivo apunte a un bien común; porque ciertamente te
privas de otra tarea; a saber, al imaginar qué hace fulano y por qué, y qué piensa y
qué trama y tantas cosas semejantes que provocan tu aturdimiento, te apartas de la
observación de tu guía interior, Conviene, por consiguiente, que en el
encadenamiento de tus ideas, evites admitir lo que es fruto del azar y superfluo, pero
mucho más lo inútil y pernicioso. Debes también acostumbrarte a formarte
únicamente aquellas ideas acerca de las cuales, si se te preguntara de súbito: «¿En
qué piensas ahora?», con franqueza pudieras contestar al instante: «En esto y en
aquello», de manera que al instante se pusiera de manifiesto que todo en ti es sencillo,
benévolo y propio de un ser sociable al que no importan placeres o, en una palabra,
imágenes que procuran goces; un ser exento de toda codicia, envidia, recelo o
cualquier otra pasión, de la que pudieras ruborizarte reconociendo que la posees en tu
pensamiento. Porque el hombre de estas características que ya no demora el situarse
como entre los mejores, se convierte en sacerdote y servidor de los dioses, puesto al
servicio también de la divinidad que se asienta en su interior, todo lo cual le inmuniza
contra los placeres, le hace invulnerable a todo dolor, intocable respecto a todo
exceso, insensible a toda maldad, atleta de la más excelsa lucha, lucha que se entabla
para no ser abatido por ninguna pasión, impregnado a fondo de justicia, apegado, con
toda su alma, a los acontecimientos y a todo lo que se le ha asignado; y raramente, a
no ser por una gran necesidad y en vista al bien común, cavila lo que dice, hace o
proyecta otra persona. Pondrá únicamente en práctica aquellas cosas que le
corresponden, y piensa sin cesar en lo que le pertenece, que ha sido hilado del
conjunto; y mientras en lo uno cumple con su deber, en lo otro está convencido de
que es bueno. Porque el destino asignado a cada uno está involucrado en el conjunto
y al mismo tiempo lo involucra. Tiene también presente que todos los seres racionales
están emparentados y que preocuparse de todos los hombres está de acuerdo con la
naturaleza humana; pero no debe tenerse en cuenta la opinión de todos, sino sólo la
de aquellos que viven conforme a la naturaleza. Y respecto a los que no viven así,
prosigue recordando hasta el fin cómo son en casa y fuera de ella, por la noche y
durante el día, y qué clase de gente frecuentan. En consecuencia, no toma en
consideración el elogio de tales hombres que ni consigo mismo están satisfechos.
5. Ni actúes contra tu voluntad, ni de manera insociable, ni sin reflexión, ni
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arrastrado en sentidos opuestos. Con la afectación del léxico no trates de decorar tu
pensamiento. Ni seas extremadamente locuaz, ni polifacético. Más aún, sea el dios
que en ti reside protector y guía de un hombre venerable, ciudadano, romano y jefe
que a sí mismo se ha asignado su puesto, cual sería un hombre que aguarda la
llamada para dejar la vida, bien desprovisto de ataduras, sin tener necesidad de
juramento ni tampoco de persona alguna en calidad de testigo. Habite en ti la
serenidad, la ausencia de necesidad de ayuda externa y de la tranquilidad que
procuran otros. Conviene, por consiguiente, mantenerse recto, no enderezado.
6. Si en el transcurso de la vida humana encuentras un bien superior a la justicia,
a la verdad, a la moderación, a la valentía y, en suma, a tu inteligencia que se basta a
sí misma, en aquellas cosas en las que te facilita actuar de acuerdo con la recta razón,
y de acuerdo con el destino en las cosas repartidas sin elección previa; si percibes,
digo, un bien de más valía que ése, vuélvete hacia él con toda el alma y disfruta del
bien supremo que descubras. Pero si nada mejor aparece que la propia divinidad que
en ti habita, que ha sometido a su dominio los instintos particulares, que vigila las
ideas y que, como decía Sócrates, se ha desprendido de las pasiones sensuales, que se
ha sometido a la autoridad de los dioses y que preferentemente se preocupa de los
hombres; si encuentras todo lo demás más pequeño y vil, no cedas terreno a ninguna
otra cosa, porque una vez arrastrado e inclinado hacia ella, ya no serás capaz de
estimar preferentemente y de continuo aquel bien que te es propio y te pertenece.
Porque no es lícito oponer al bien de la razón y de la convivencia otro bien de distinto
género, como, por ejemplo, el elogio de la muchedumbre, cargos públicos, riqueza o
disfrute de placeres. Todas esas cosas, aunque parezcan momentáneamente armonizar
con nuestra naturaleza, de pronto se imponen y nos desvían. Por tanto, reitero, elige
sencilla y libremente lo mejor y persevera en ello. «Pero lo mejor es lo conveniente.»
Si lo es para ti, en tanto que ser racional, obsérvalo. Pero si lo es para la parte animal,
manifiéstalo y conserva tu juicio sin orgullo. Trata sólo de hacer tu examen de un
modo seguro.
7. Nunca estimes como útil para ti lo que un día te forzará a transgredir el pacto, a
renunciar al pudor, a odiar a alguien, a mostrarte receloso, a maldecir, a fingir, a
desear algo que precisa[45] paredes y cortinas. Porque la persona que prefiere, ante
todo, su propia razón, su divinidad y los ritos del culto debido a la excelencia de ésta,
no representa tragedias, no gime, no precisará soledad ni tampoco aglomeraciones de
gente. Lo que es más importante: vivirá sin perseguir ni huir. Tanto si es mayor el
intervalo de tiempo que va a vivir el cuerpo con el alma unido, como si es menor, no
le importa en absoluto. Porque aun en el caso de precisar desprenderse de él, se irá
tan resueltamente como si fuera a emprender cualquier otra de las tareas que pueden
ejecutarse con discreción y decoro; tratando de evitar, en el curso de la vida entera,
sólo eso, que su pensamiento se comporte de manera impropia de un ser dotado de
inteligencia y sociable.
8. En el pensamiento del hombre que se ha disciplinado y purificado a fondo,
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nada purulento ni manchado ni mal cicatrizado podrías encontrar. Y no arrebata el
destino su vida incompleta, como se podría afirmar del actor que se retirara de escena
antes de haber finalizado su papel y concluido la obra. Es más, nada esclavo hay en
él, ninguna afectación, nada añadido, ni disociado, nada sometido a rendición de
cuentas ni necesitado de escondrijo.
9. Venera la facultad intelectiva. En ella radica todo, para que no se halle jamás en
tu guía interior una opinión inconsecuente con la naturaleza y con la disposición del
ser racional. Ésta, en efecto, garantiza la ausencia de precipitación, la familiaridad
con los hombres y la conformidad con los dioses.
10. Desecha, pues, todo lo demás y conserva sólo unos pocos preceptos. Y
además recuerda que cada uno vive exclusivamente el presente, el instante fugaz. Lo
restante, o se ha vivido o es incierto; insignificante es, por tanto, la vida de cada uno,
e insignificante también el rinconcillo de la tierra donde vive. Pequeña es asimismo la
fama póstuma, incluso la más prolongada, y ésta se da a través de una sucesión de
hombrecillos que muy pronto morirán, que ni siquiera se conocen a sí mismos, ni
tampoco al que murió tiempo ha.
11. A los consejos mencionados añádase todavía uno: delimitar o describir
siempre la imagen que sobreviene, de manera que se la pueda ver tal cual es en
esencia, desnuda, totalmente entera a través de todos sus aspectos, y pueda designarse
con su nombre preciso y con los nombres de aquellos elementos que la constituyeron
y en los que se desintegrará. Porque nada es tan capaz de engrandecer el ánimo, como
la posibilidad de comprobar con método y veracidad cada uno de los objetos que se
presentan en la vida, y verlos siempre de tal modo que pueda entonces comprenderse
en qué orden encaja, qué utilidad le proporciona este objeto, qué valor tiene con
respecto a su conjunto, y cuál en relación al ciudadano de la ciudad más excelsa, de la
que las demás ciudades son como casas. Qué es, y de qué elementos está compuesto y
cuánto tiempo es natural que perdure este objeto que provoca ahora en mí esta
imagen, y qué virtud preciso respecto a él: por ejemplo, mansedumbre, coraje,
sinceridad, fidelidad, sencillez, autosuficiencia, etc. Por esta razón debe decirse
respecto a cada una: esto procede de Dios; aquello se da según el encadenamiento de
los hechos, según la trama compacta, según el encuentro casual y por azar. Esto
procede de un ser de mi raza, de un pariente, de un colega que, no obstante, ignora lo
que es para él acorde con la naturaleza. Pero yo no lo ignoro; por esta razón me
relaciono con él, de acuerdo con la ley natural propia de la comunidad, con
benevolencia y justicia. Con todo, respecto a las cosas indiferentes, me decido
conjeturando su valor.
12. Si ejecutas la tarea presente siguiendo la recta razón, diligentemente, con
firmeza, con benevolencia y sin ninguna preocupación accesoria, antes bien, velas
por la pureza de tu dios, como si fuera ya preciso restituirlo, si agregas esta condición
de no esperar ni tampoco evitar nada, sino que te conformas con la actividad presente
conforme a la naturaleza y con la verdad heroica en todo lo que digas y comentes,
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vivirás feliz. Y nadie será capaz de impedírtelo.
13. Del mismo modo que los médicos siempre tienen a mano los instrumentos de
hierro para las curas de urgencia, así también, conserva tú a punto los principios
fundamentales para conocer las cosas divinas y las humanas, y así llevarlo a cabo
todo, incluso lo más insignificante, recordando la trabazón íntima y mutua de unas
cosas con otras. Pues no llevarás a feliz término ninguna cosa humana sin
relacionarla al mismo tiempo con las divinas, ni tampoco al revés.
14. No vagabundees más. Porque ni vas a leer tus memorias, ni tampoco las
gestas de los romanos antiguos y griegos, ni las selecciones de escritos que
reservabas para tu vejez. Apresúrate, pues, al fin, y renuncia a las vanas esperanzas y
acude en tu propia ayuda, si es que algo de ti mismo te importa, mientras te queda esa
posibilidad.
15. Desconocen cuántas acepciones tienen los términos: robar, sembrar, comprar,
vivir en paz, ver lo que se debe hacer, cosa que no se consigue con los ojos, sino con
una visión distinta.
16. Cuerpo, alma, inteligencia[46]; propias del cuerpo, las sensaciones; del alma,
los instintos; de la inteligencia, los principios. Recibir impresiones por medio de la
imagen es propio también de las bestias, ser movido como un títere por los instintos
corresponde también a las fieras, a los andróginos[47], a Fálaris[48] y a Nerón. Pero
tener a la inteligencia como guía hacia los deberes aparentes pertenece también a los
que no creen en los dioses, a los que abandonan su patria y a los que obran a su
placer[49], una vez han cerrado las puertas. Por tanto, si lo restante es común a los
seres mencionados, resta como peculiar del hombre excelente amar y abrazar lo que
le sobreviene y se entrelaza con él. Y el no confundir ni perturbar jamás al Dios que
tiene la morada dentro de su pecho con una multitud de imágenes, antes bien, velar
para conservarse propicio, sumiso, disciplinadamente al Dios, sin mencionar una
palabra contraria a la verdad, sin hacer nada contrario a la justicia. Y si todos los
hombres desconfían de él, de que vive con sencillez, modestia y buen ánimo, no por
ello se molesta con ninguno, ni se desvía del camino trazado que le lleva al fin de su
vida, objetivo hacia el cual debe encaminarse, puro, tranquilo, liberado, sin violencias
y en armonía con su propio destino.
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LIBRO IV
1. El dueño interior, cuando está de acuerdo con la naturaleza, adopta, respecto a
los acontecimientos, una actitud tal que siempre, y con facilidad, puede adaptarse a
las posibilidades que se le dan. No tiene predilección por ninguna materia
determinada, sino que se lanza instintivamente ante lo que se le presenta, con
prevención, y convierte en materia para sí incluso lo que le era obstáculo; como el
fuego, cuando se apropia de los objetos que caen sobre él, bajo los que una pequeña
llama se habría apagado. Pero un fuego resplandeciente con gran rapidez se
familiariza con lo que se le arroja encima y lo consume totalmente levantándose a
mayor altura con estos nuevos escombros.
2. Ninguna acción debe emprenderse al azar ni de modo divergente a la norma
consagrada por el arte.
3. Se buscan retiros en el campo, en la costa y en el monte. Tú también sueles
anhelar tales retiros. Pero todo eso es de lo más vulgar, porque puedes, en el
momento que te apetezca, retirarte en ti mismo. En ninguna parte un hombre se retira
con mayor tranquilidad y más calma que en su propia alma; sobre todo aquel que
posee en su interior tales bienes, que si se inclina hacia ellos, de inmediato consigue
una tranquilidad total. Y denomino tranquilidad única y exclusivamente al buen
orden. Concédete, pues, sin pausa, este retiro y recupérate. Sean breves y elementales
los principios que, tan pronto los hayas localizado, te bastarán para recluirte en toda
tu alma y para enviarte de nuevo, sin enojo, a aquellas cosas de la vida ante las que te
retiras. Porque, ¿contra quién te enojas? ¿Contra la ruindad de los hombres?
Reconsidera este juicio: los seres racionales han nacido el uno para el otro, la
tolerancia es parte de la justicia, sus errores son involuntarios. Reconsidera también
cuántos, declarados ya enemigos, sospechosos u odiosos, atravesados por la lanza,
están tendidos, reducidos a ceniza. Modérate de una vez. Pero, ¿estás molesto por el
lote que se te asignó? Rememora la disyuntiva «o una providencia o átomos», y
gracias a cuántas pruebas se ha demostrado que el mundo es como una ciudad. Pero,
¿te apresarán todavía las cosas corporales? Date cuenta de que el pensamiento no se
mezcla con el hálito vital que se mueve suave o violentamente, una vez que se ha
recuperado y ha comprendido su peculiar poder, y finalmente ten presente cuanto has
oído y aceptado respecto al pesar y al placer. ¿Acaso te arrastrará la vanagloria?
Dirige tu mirada a la prontitud con que se olvida todo y al abismo del tiempo infinito
por ambos lados, a la vaciedad del eco, a la versatilidad e irreflexión de los que dan la
impresión de elogiarte, a la angostura del lugar en que se circunscribe la gloria.
Porque la tierra entera es un punto y de ella, ¿cuánto ocupa el rinconcillo que
habitamos? Y allí, ¿cuántos y qué clase de hombres te elogiarán? Te resta, pues, tenlo
presente, el refugio que se halla en este diminuto campo de ti mismo. Y por encima
de todo, no te atormentes ni te esfuerces en demasía; antes bien, sé hombre libre y
mira las cosas como varón, como hombre, como ciudadano, como ser mortal. Y entre
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las máximas que tendrás a mano y hacia las que te inclinarás, figuren estas dos: una,
que las cosas no alcanzan al alma, sino que se encuentran fuera, desprovistas de
temblor, y las turbaciones surgen de la única opinión interior. Y la segunda, que todas
esas cosas que estás viendo, pronto se transformarán y ya no existirán. Piensa
también constantemente de cuántas transformaciones has sido ya por casualidad
testigo. «El mundo, alteración; la vida, opinión»[50].
4. Si la inteligencia nos es común, también la razón, según la cual somos
racionales, nos es común. Admitido eso, la razón que ordena lo que debe hacerse o
evitarse, también es común. Concedido eso, también la ley es común. Convenido eso,
somos ciudadanos. Aceptado eso, participamos de una ciudadanía. Si eso es así, el
mundo es como una ciudad. Pues, ¿de qué otra común ciudadanía se podrá afirmar
que participa todo el género humano? De allí, de esta común ciudad, proceden tanto
la inteligencia misma como la razón y la ley. O ¿de dónde? Porque al igual que la
parte de tierra que hay en mí ha sido desgajada de cierta tierra, la parte húmeda, de
otro elemento, la parte que infunde vida, de cierta fuente, y la parte cálida e ígnea de
una fuente particular (pues nada viene de la nada, como tampoco nada desemboca en
lo que no es), del mismo modo también la inteligencia procede de alguna parte.
5. La muerte, como el nacimiento, es un misterio de la naturaleza, combinación
de ciertos elementos (y disolución)[51] en ellos mismos. Y en suma, nada se da en ella
por lo que uno podría sentir vergüenza, pues no es la muerte contraria a la condición
de un ser inteligente ni tampoco a la lógica de su constitución.
6. Es natural que estas cosas se produzcan necesariamente así a partir de tales
hombres. Y el que así no lo acepta, pretende que la higuera no produzca su zumo. En
suma, recuerda que dentro de brevísimo tiempo, tú y ése habréis muerto, y poco
después, ni siquiera vuestro nombre perdurará.
7. Destruye la sospecha y queda destruido lo de «se me ha dañado»; destruye la
queja de «se me ha dañado» y destruido queda el daño.
8. Lo que no deteriora al hombre, tampoco deteriora su vida y no le daña ni
externa ni internamente.
9. La naturaleza de lo útil está obligada a producir eso.
10. «Que todo lo que acontece, justamente acontece.» Lo constatarás, si prestas la
debida atención. No digo sólo que acontece consecuentemente, sino también según lo
justo e incluso como si alguien asignara la parte correspondiente según el mérito.
Sigue, pues, observando como al principio, y lo que hagas, hazlo con el deseo de ser
un hombre cabal, de acuerdo con el concepto estricto del hombre cabal. Conserva
esta norma en toda actuación.
11. No consideres las cosas tal como las juzga el hombre insolente o como quiere
que las juzgues; antes bien, examínalas tal como son en realidad.
12. Hay que tener siempre a punto estas dos disposiciones: una, la de ejecutar
exclusivamente aquello que la razón de tu potestad real y legislativa te sugiera para
favorecer a los hombres; otra, la de cambiar de actitud, caso de que alguien se
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presente a corregirte y disuadirte de alguna de tus opiniones. Sin embargo, preciso es
que esta nueva orientación tenga siempre su origen en cierta convicción de justicia o
de interés a la comunidad y los motivos inductores deben tener exclusivamente tales
características, no lo que parezca agradable o popular.
13. «¿Tienes razón?» «Tengo.» «¿Por qué, pues, no la utilizas?» «Pues si esto ya
lo demuestra por sí solo, ¿qué más quieres?».
14. Subsistes como parte. Te desvanecerás en lo que te engendró; o mejor dicho,
serás reasumido, mediante un proceso de transformación, dentro de tu razón
generatriz.
15. Muchos pequeños granos de incienso se encuentran sobre el mismo altar; uno
se consumió antes, el otro más tarde; y nada importa la diferencia.
16. Dentro de diez días les parecerás un dios, a quienes das la impresión ahora de
ser una bestia y un mono, si vuelves de nuevo a los principios y a la veneración de la
razón.
17. No actúes en la idea de que vas a vivir diez mil años. La necesidad ineludible
pende sobre ti. Mientras vives, mientras es posible, sé virtuoso.
18. Cuánto tiempo libre gana el que no mira qué dijo, hizo o pensó el vecino, sino
exclusivamente qué hace él mismo, a fin de que su acción sea justa, santa o
enteramente buena. No dirijas la mirada a negros caracteres, sino corre directo hacia
la línea de meta, sin desviarte.
19. El hombre que se desvive por la gloria póstuma no se imagina que cada uno
de los que se han acordado de él morirá también muy pronto; luego, a su vez, morirá
el que le ha sucedido, hasta extinguirse todo su recuerdo en un avance progresivo a
través de objetos que se encienden y se apagan. Mas suponte que son incluso
inmortales los que de ti se acordarán, e inmortal también tu recuerdo. ¿En qué te
afecta esto? Y no quiero decir que nada en absoluto le afecta al muerto, sino que al
vivo, ¿qué le importa el elogio? A no ser en algún caso, por cierta ventaja para la
administración. Abandonas, pues, ahora, inoportunamente el don de la naturaleza que
depende de una razón distinta…[52].
20. Por lo demás, todo lo que es bello en cierto modo, bello es por sí mismo, y
termina en sí mismo sin considerar el elogio como parte de sí mismo. En
consecuencia, ni se empeora ni se mejora el objeto que se alaba. Afirmo esto incluso
tratándose de cosas que bastante comúnmente se denominan bellas, como, por
ejemplo, los objetos materiales y los objetos fabricados. Lo que en verdad es
realmente bello, ¿de qué tiene necesidad? No más que la ley, la verdad, la
benevolencia o el pudor. ¿Cuál de estas cosas es bella por el hecho de ser alabada o se
destruye por ser criticada? ¿Se deteriora la esmeralda porque no se la elogie? ¿Y qué
decir del oro, del marfil, de la púrpura, de la lira, del puñal, de la florecilla, del
arbusto?
21. Si las almas perduran, ¿cómo, desde la eternidad, consigue el aire darles
cabida? ¿Y cómo la tierra es capaz de contener los cuerpos de los que vienen
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enterrándose desde tantísimo tiempo? Pues al igual que aquí, después de[53] cierta
permanencia, la transformación y disolución de estos cuerpos cede el sitio a otros
cadáveres, así también las almas trasladadas a los aires, después de un período de
residencia allí, se transforman, se dispersan y se inflaman reasumidas en la razón
generatriz del conjunto, y, de esta manera, dejan sitio a las almas que viven en otro
lugar. Esto podría responderse en la hipótesis de la supervivencia de las almas. Y
conviene considerar no sólo la multitud de cuerpos que así se entierran, sino también
la de los animales que cotidianamente comemos e incluso el resto de seres vivos.
Pues, ¡cuán gran número es consumido y, en cierto modo, es sepultado en los cuerpos
de los que con ellos se alimentan! Y, sin embargo, tienen cabida porque se convierten
en sangre, se transforman en aire y fuego. ¿Cómo investigar la verdad sobre este
punto? Mediante la distinción entre la causa material y la formal[54].
22. No te dejes zarandear; por el contrario, en todo impulso, corresponde con lo
justo, y en toda fantasía, conserva la facultad de comprender.
23. Armoniza conmigo todo lo que para ti es armonioso, ¡oh, mundo! Ningún
tiempo oportuno para ti es prematuro ni tardío para mí. Es fruto para mí todo lo que
producen tus estaciones, oh naturaleza. De ti procede todo, en ti reside todo, todo
vuelve a ti. Aquél[55] dice: «¡Querida ciudad de Cécrope!» ¿Y tú no dirás: «¡Ah,
querida ciudad de Zeus!»?
24. «Abarca pocas actividades, dice[56], si quieres mantener el buen humor.» ¿No
sería mejor hacer lo necesario y todo cuanto prescribe, y de la manera que lo
prescribe, la razón del ser sociable por naturaleza?[57]. Porque este procedimiento no
sólo procura buena disposición de ánimo para obrar bien, sino también el optimismo
que proviene de estar poco ocupado. Pues la mayor parte de las cosas que decimos y
hacemos, al no ser necesarias, si se las suprimiese reportarían bastante más ocio y
tranquilidad. En consecuencia, es preciso recapacitar personalmente en cada cosa:
¿No estará esto entre lo que no es necesario? Y no sólo es preciso eliminar las
actividades innecesarias, sino incluso las imaginaciones. De esta manera, dejarán de
acompañarlas actividades superfluas.
25. Comprueba cómo te sienta la vida del hombre de bien que se contenta con la
parte del conjunto que le ha sido asignada y que tiene suficiente con su propia
actividad justa y con su benévola disposición.
26. ¿Hasta visto aquello? Ve también eso. No te aturdas. Muéstrate sencillo.
¿Yerra alguien? Yerra consigo mismo. ¿Te ha acontecido algo? Está bien. Todo lo que
te sucede estaba determinado por el conjunto desde el principio y estaba tramado. En
suma, breve es la vida. Debemos aprovechar el presente con buen juicio y justicia. Sé
sobrio en relajarte.
27. O un mundo ordenado, o una mezcla confusa muy revuelta, pero sin orden.
¿Es posible que exista en ti cierto orden y, en cambio, en el todo desorden,
precisamente cuando todo está tan combinado, ensamblado y solidario?
28. Carácter sombrío, carácter mujeril, carácter terco, feroz, brutal, pueril,
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indolente, falso, bufón, traficante, tiránico.
29. Si extraño al mundo es quien no conoce lo que en él hay, no menos extraño es
también quien no conoce lo que en él acontece. Desterrado es el que huye de la razón
social; ciego el que tiene cerrados los ojos de la inteligencia; mendigo el que tiene
necesidad de otro y no tiene junto a sí todo lo que es necesario para vivir. Absceso del
mundo el que renuncia y se aparta de la razón de la común naturaleza por el hecho de
que está contrariado con lo que le acontece; pues produce eso aquella naturaleza que
también a ti te produjo. Es un fragmento de la ciudad, el que separa su alma particular
de la de los seres racionales, pues una sola es el alma.
30. El uno, sin túnica, vive como filósofo; el otro, sin libro; aquel otro,
semidesnudo. «No tengo pan», dice, «pero persevero en la razón». Y yo tengo los
recursos que proporcionan los estudios y no persevero[58].
31. Ama, admite el pequeño oficio que aprendiste; y pasa el resto de tu vida como
persona que has confiado, con toda tu alma, todas tus cosas a los dioses, sin
convertirte en tirano ni en esclavo de ningún hombre.
32. Piensa, por ejemplo, en los tiempos de Vespasiano. Verás siempre las mismas
cosas[59]: personas que se casan, crían hijos, enferman, mueren, hacen la guerra,
celebran fiestas, comercian, cultivan la tierra, adulan, son orgullosos, recelan,
conspiran, desean que algunos mueran, murmuran contra la situación presente, aman,
atesoran, ambicionan los consulados, los poderes reales. Pues bien, la vida de
aquéllos ya no existe en ninguna parte. Pasa de nuevo ahora a los tiempos de Trajano:
nos encontraremos con idéntica situación; también aquel vivir ha fenecido. De igual
modo contempla también y dirige la mirada al resto de documentos de los tiempos y
de todas las naciones; cuántos, tras denodados esfuerzos, cayeron poco después y se
desintegraron en sus elementos. Y especialmente debes reflexionar sobre aquellas
personas que tú mismo viste esforzarse en vano, y olvidaban hacer lo acorde con su
particular constitución: perseverar sin descanso en esto y contentarse con esto. De tal
modo es necesario tener presente que la atención adecuada a cada acción tiene su
propio valor y proporción. Pues así no te desanimarás, a no ser que ocupes más
tiempo del apropiado en tareas bastante nimias.
33. Las palabras, antaño familiares, son ahora locuciones caducas. Lo mismo
ocurre con los nombres de personas, que muy celebrados en otros tiempos, son ahora,
en cierto modo, locuciones caducas: Camilo, Cesón, Voleso, Leonato[60]; y, poco
después, también Escipión y Catón; luego, también Augusto; después, Adriano y
Antonino. Todo se extingue y poco después se convierte en legendario. Y bien pronto
ha caído en un olvido total. Y me refiero a los que, en cierto modo, alcanzaron
sorprendente relieve; porque los demás, desde que expiraron, son desconocidos, no
mentados[61]. Pero, ¿qué es, en suma, el recuerdo sempiterno? Vaciedad total. ¿Qué
es, entonces, lo que debe impulsar nuestro afán? Tan sólo eso: un pensamiento justo,
unas actividades consagradas al bien común, un lenguaje incapaz de engañar, una
disposición para abrazar todo lo que acontece, como necesario, como familiar, como
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fluyente del mismo principio y de la misma fuente.
34. Confíate gustosamente a Cloto[62] y déjala tejer la trama con los sucesos que
quiera.
35. Todo es efímero: el recuerdo y el objeto recordado.
36. Contempla de continuo que todo nace por transformación, y habitúate a
pensar que nada ama tanto la naturaleza del conjunto como cambiar las cosas
existentes y crear nuevos seres semejantes. Todo ser, en cierto modo, es semilla del
que de él surgirá. Pero tú sólo te imaginas las semillas que se echan en tierra o en una
matriz. Y eso es ignorancia excesiva.
37. Estarás muerto en seguida, y aún no eres ni sencillo ni imperturbable, ni andas
sin recelo de que puedan dañarte desde el exterior, ni tampoco eres benévolo para con
todos, ni cifras la sensatez en la práctica exclusiva de la justicia.
38. Examina con atención sus guías interiores e indaga qué evitan los sabios y qué
persiguen.
39. No consiste tu mal en un guía interior ajeno ni tampoco en una variación y
alteración de lo que te circunda. ¿En qué, pues? En aquello en ti que opina sobre los
males. Por tanto, que no opine esa parte y todo va bien. Y aun en el caso de que su
más cercano vecino, el cuerpo, sea cortado, quemado, alcanzado por el pus o podrido,
permanezca con todo tranquila la pequeña parte que sobre eso opina, es decir, no
juzgue ni malo ni bueno lo que igualmente puede acontecer a un hombre malo y a
uno bueno. Porque lo que acontece tanto al que vive conforme a la naturaleza como
al que vive contra ella, eso ni es conforme a la naturaleza ni contrario a ella.
40. Concibe sin cesar el mundo como un ser viviente único, que contiene una sola
sustancia y un alma única, y cómo todo se refiere a una sola facultad de sentir, la
suya, y cómo todo lo hace con un solo impulso, y cómo todo es responsable
solidariamente de todo lo que acontece, y cuál es la trama y contextura.
41. «Eres una pequeña alma que sustenta un cadáver», como decía Epicteto[63].
42. Ningún mal acontece a lo que está en curso de transformación, como tampoco
ningún bien a lo que nace a consecuencia de un cambio.
43. El tiempo es un río[64] y una corriente impetuosa de acontecimientos. Apenas
se deja ver cada cosa, es arrastrada; se presenta otra, y ésta también va a ser
arrastrada.
44. Todo lo que acontece es tan habitual y bien conocido como la rosa en
primavera y los frutos en verano; algo parecido ocurre con la enfermedad, la muerte,
la difamación, la conspiración y todo cuanto alegra o aflige a los necios.
45. Las consecuencias están siempre vinculadas con los antecedentes; pues no se
trata de una simple enumeración aislada y que contiene tan sólo lo determinado por la
necesidad, sino de una combinación racional. Y al igual que las cosas que existen
tienen una coordinación armónica, así también los acontecimientos que se producen
manifiestan no una simple sucesión, sino cierta admirable afinidad.
46. Tener siempre presente la máxima de Heráclito: «La muerte de la tierra es
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convertirse en agua, la muerte del agua es convertirse en aire, la muerte del aire es
convertirse en fuego, e inversamente»[65]. Y recordar también lo del que olvida
adónde conduce el camino[66]. Y asimismo que «con aquello que más frecuente trato
tienen, a saber, con la razón que gobierna el conjunto del universo, con esto disputan,
y les parecen extrañas las cosas que a diario les suceden»[67]. Y además: «No hay que
actuar y hablar como durmiendo», pues también entonces nos parece que actuamos y
hablamos[68]. Y que «no hay que ser como hijos de los padres»[69], es decir, aceptar
las cosas de forma simple, como las has heredado.
47. Como si un dios te hubiese dicho: «Mañana morirás o, en todo caso, pasado
mañana», no habrías puesto mayor empeño en morir pasado mañana que mañana, a
menos que fueras extremadamente vil. (Porque, ¿cuánta es la diferencia?) De igual
modo, no consideres de gran importancia morir al cabo de muchos años en vez de
mañana.
48. Considera sin cesar cuántos médicos han muerto después de haber fruncido el
ceño repetidas veces sobre sus enfermos; cuántos astrólogos, después de haber
vaticinado, como hecho importante, la muerte de otros; cuántos filósofos, después de
haber sostenido innumerables discusiones sobre la muerte o la inmortalidad; cuántos
jefes, después de haber dado muerte a muchos; cuántos tiranos, tras haber abusado,
como si fueran inmortales, con tremenda arrogancia, de su poder sobre vidas ajenas,
y cuántas ciudades enteras, por así decirlo, han muerto: Hélice[70], Pompeya,
Herculano y otras incontables. Remóntate también, uno tras otro, a todos cuantos has
conocido. Éste, después de haber tributado los honores fúnebres a aquél, fue
sepultado seguidamente por otro; y así sucesivamente. Y todo en poco tiempo. En
suma, examina siempre las cosas humanas como efímeras y carentes de valor: ayer,
una moquita; mañana, momia o ceniza. Por tanto, recorre este pequeñísimo lapso de
tiempo obediente a la naturaleza y acaba tu vida alegremente, como la aceituna que,
llegada a la sazón, caería elogiando a la tierra que la llevó a la vida y dando gracias al
árbol que la produjo.
49. Ser igual que el promontorio contra el que sin interrupción se estrellan las
olas. Este se mantiene firme, y en tomo a él se adormece la espuma del oleaje.
«¡Desdichado de mí, porque me aconteció eso!» Pero no, al contrario: «Soy
afortunado, porque, a causa de lo que me ha ocurrido, persisto hasta el fin sin
aflicción, ni abrumado por el presente ni asustado por el futuro.» Porque algo
semejante pudo acontecer a todo el mundo, pero no todo el mundo hubiera podido
seguir hasta el fin, sin aflicción, después de eso. ¿Y por qué, entonces, va a ser eso un
infortunio más que esto buena fortuna? ¿Acaso denominas, en suma, desgracia de un
hombre a lo que no es desgracia de la naturaleza del hombre? ¿Y te parece aberración
de la naturaleza humana lo que no va contra el designio de su propia naturaleza? ¿Por
qué, pues? ¿Has aprendido tal designo? ¿Te impide este suceso ser justo, magnánimo,
sensato, prudente, reflexivo, sincero, discreto, libre, etc., conjunto de virtudes con las
cuales la naturaleza humana contiene lo que le es peculiar? Acuérdate, a partir de
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ahora, en todo suceso que te induzca a la aflicción, de utilizar este principio: no es
eso un infortunio, sino una dicha soportarlo con dignidad.
50. Remedio sencillo, pero con todo eficaz, para menospreciar la muerte es
recordar a los que se han apegado con tenacidad a la vida. ¿Qué más tienen que los
que han muerto prematuramente? En cualquier caso yacen en alguna parte
Cadiciano[71], Fabio, Juliano, Lépido y otros como ellos, que a muchos llevaron a la
tumba, para ser también ellos llevados después. En suma, pequeño es el intervalo de
tiempo; y ése, ¡a través de cuántas fatigas, en compañía de qué tipo de hombres y en
qué cuerpo se agota! Luego no lo tengas por negocio. Mira detrás de ti el abismo de
la eternidad y delante de ti otro infinito. A la vista de eso, ¿en qué se diferencian el
niño que ha vivido tres días y el que ha vivido tres veces más que Gereneo?[72].
51. Corre siempre por el camino más corto, y el más corto es el que discurre de
acuerdo con la naturaleza. En consecuencia, habla y obra en todo de la manera más
sana, pues tal propósito[73] libera de las aflicciones, de la disciplina militar, de toda
preocupación administrativa y afectación.
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LIBRO V
1. Al amanecer, cuando de mala gana y perezosamente despiertes, acuda puntual
a ti este pensamiento: «Despierto para cumplir una tarea propia de hombre.» ¿Voy,
pues, a seguir disgustado, si me encamino a hacer aquella tarea que justifica mi
existencia y para la cual he sido traído al mundo? ¿O es que he sido formado para
calentarme, reclinado entre pequeños cobertores? «Pero eso es más agradable.» ¿Has
nacido, pues, para deleitarte? Y, en suma, ¿has nacido para la pasividad o para la
actividad? ¿No ves que los arbustos, los pajarillos, las hormigas, las arañas, las
abejas, cumplen su función propia, contribuyendo por su cuenta al orden del mundo?
Y tu entonces, ¿rehúsas hacer lo que es propio del hombre? ¿No persigues con ahínco
lo que está de acuerdo con tu naturaleza? «Mas es necesario también reposar.» Lo es;
también yo lo mantengo. Pero también la naturaleza ha marcado límites al reposo,
como también ha fijado límites en la comida y en la bebida, y a pesar de eso, ¿no
superas la medida, excediéndote más de lo que es suficiente? Y en tus acciones no
sólo no cumples lo suficiente, sino que te quedas por debajo de tus posibilidades. Por
consiguiente, no te amas a ti mismo, porque ciertamente en aquel caso amanas tu
naturaleza y su propósito. Otros, que aman SU profesión, se consumen en el ejercicio
del trabajo idóneo, sin lavarse y sin comer. Pero tú estimas menos tu propia
naturaleza que el cincelador su cincel, el danzarín su danza, el avaro su dinero, el
presuntuoso su vanagloria. Éstos, sin embargo, cuando sienten pasión por algo, ni
comer ni dormir quieren antes de haber contribuido al progreso de aquellos objetivos
a los que se entregan. Y a ti, ¿te parecen las actividades comunitarias desprovistas de
valor y merecedoras de menor atención?
2. ¡Cuán fácil es rechazar y borrar toda imaginación molesta o impropia, e
inmediatamente encontrarse en una calma total!
3. Júzgate digno de toda palabra y acción acorde con la naturaleza; y no te desvíe
de tu camino la crítica que algunos suscitarán o su propósito; por el contrario, si está
bien haber actuado y haber hablado, no te consideres indigno. Pues aquéllos tienen su
guía particular y se valen de su particular inclinación. Mas no codicies tú esas cosas;
antes bien, atraviesa el recto camino consecuente con tu propia naturaleza y con la
naturaleza común; pues el camino de ambas es único.
4. Camino siguiendo las sendas acordes con la naturaleza, hasta caer y al fin
descansar, expirando en este aire que respiro cada día y cayendo en esta tierra de
donde mi padre recogió la semilla, mi madre la sangre y mi nodriza la leche; de
donde, cada día, después de tantos años, me alimento y refresco, que me sostiene,
mientras camino, y que me aprovecha de tantas maneras.
5. «No pueden admirar tu perspicacia.» Está bien. Pero existen otras muchas
cualidades sobre las que no puedes decir: «No tengo dotes naturales.» Procúrate,
pues, aquellas que están enteramente en tus manos: la integridad, la gravedad, la
resistencia al esfuerzo, el desprecio a los placeres, la resignación ante el destino, la
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necesidad de pocas cosas, la benevolencia, la libertad, la sencillez, la austeridad, la
magnanimidad. ¿No te das cuenta de cuántas cualidades puedes procurarte ya,
respecto a las cuales ningún pretexto tienes de incapacidad natural ni de insuficiente
aptitud? Con todo, persistes todavía por propia voluntad por debajo de tus
posibilidades. ¿Acaso te ves obligado a refunfuñar, a ser mezquino, a adular, a echar
las culpas a tu cuerpo, a complacerte, a comportarte atolondradamente, a tener tu
alma tan inquieta a causa de tu carencia de aptitudes naturales? No, por los dioses.
Tiempo ha que pudiste estar libre de estos defectos, y tan sólo ser acusado tal vez de
excesiva lentitud y torpeza de comprensión. Pero también esto es algo que debe
ejercitarse, sin menospreciar la lentitud ni complacerse en ella.
6. Existe cierto tipo de hombre que, cuando ha hecho un favor a alguien, está
dispuesto también a cargarle en cuenta el favor; mientras que otra persona no está
dispuesta a proceder así. Pero, con todo, en su interior, le considera como si fuera un
deudor y es consciente de lo que ha hecho. Un tercero ni siquiera, en cierto modo, es
consciente de lo que ha hecho, sino que es semejante a una vid que ha producido
racimos y nada más reclama después de haber producido el fruto que le es propio,
como el caballo que ha corrido, el perro que ha seguido el rastro de la pieza o la abeja
que ha producido miel. Así, el hombre que hizo un favor, no persigue un beneficio,
sino que lo cede a otro, del mismo modo que la vid se aplica a producir nuevos
racimos a su debido tiempo. Luego, ¿es preciso encontrarse entre los que proceden
así, en cierto modo, inconscientemente? «Sí, pero hay que darse cuenta de esto
mismo; porque es propio del ser sociable, manifiesta, darse cuenta de que obra de
acuerdo y conforme al bien común, y, ¡por Zeus!, lo es también querer que su
asociado se dé cuenta.» Cierto es lo que dices, pero tergiversas lo que acabo de decir.
Por ello tú serás uno de aquellos de los que anteriormente hice mención, pues
aquéllos también se dejan extraviar por cierta verosimilitud lógica. Y si intentas
comprender el sentido de mis palabras, no temas por eso omitir cualquier acción útil a
la sociedad.
7. Súplica de los atenienses: «Envíanos la lluvia, envíanos la lluvia, Zeus amado,
sobre nuestros campos de cultivo y llanuras.» O no hay que rezar, o hay que hacerlo
así, con sencillez y espontáneamente.
8. Como suele decirse: «Asclepio le ordenó la equitación, los baños de agua fría,
el caminar descalzo», de modo similar también eso: «La naturaleza universal ha
ordenado para éste una enfermedad o una mutilación o una pérdida de un órgano o
alguna otra cosa semejante.» Pues allí el término «ordenó» significa algo así como:
«te ha prescrito este tratamiento como apropiado para recobrar la salud». Y aquí: «lo
que sucede a cada uno le ha sido, en cierto modo, asignado como correspondiente a
su destino». Así también nosotros decimos que lo que nos acontece nos conviene, al
igual que los albañiles suelen decir que en las murallas o en las pirámides las piedras
cuadrangulares se ensamblan unas con otras armoniosamente según determinado tipo
de combinación. En resumen, armonía no hay más que una, y del mismo modo que el
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mundo, cuerpo de tales dimensiones, se complementa con los cuerpos, así también el
Destino, causa de tales dimensiones, se complementa con todas las causas. Ε incluso,
los más ignorantes comprenden mis palabras. Pues dicen: «esto le deparaba el
Destino». Por consiguiente, esto le era llevado y esto le era asignado. Aceptemos,
pues, estos sucesos como las prescripciones de Asclepio. Muchas son, en efecto,
entre aquéllas, duras, pero las abrazamos con la esperanza de la salud. Ocasione en ti
impresión semejante el cumplimiento y consumación de lo que decide la naturaleza
común, como si se tratara de tu propia salud. Y del mismo modo abraza también todo
lo que acontece, aunque te parezca duro, porque conduce a aquel objetivo, a la salud
del mundo, al progreso y bienestar de Zeus. Pues no habría deparado algo así a éste,
de no haber importado al conjunto; porque la naturaleza, cualquiera que sea, nada
produce que no se adapte al ser gobernado por ella. Por consiguiente, conviene amar
lo que te acontece por dos razones: Una, porque para ti se hizo, y a ti se te asignó y,
en cierto modo, a ti estaba vinculado desde arriba, encadenado por causas muy
antiguas; y en segundo lugar, porque lo que acontece a cada uno en particular es
causa del progreso, de la perfección y ¡por Zeus! de la misma continuidad de aquel
que gobierna el conjunto del universo. Pues queda mutilado el conjunto entero, caso
de ser cortada, aunque mínimamente, su conexión y continuidad, tanto de sus partes
como de sus causas. Y, en efecto, quiebras dicha trabazón, en la medida que de ti
depende, siempre que te disgustas y, en cierto modo, la destruyes.
9. No te disgustes, ni desfallezcas, ni te impacientes, si no te resulta siempre
factible actuar de acuerdo con rectos principios. Por el contrario, cuando has sido
rechazado, re emprende la tarea con renovado ímpetu y date por satisfecho si la
mayor parte de tus acciones son bastante más humanas y ama aquello a lo que de
nuevo encaminas tus pasos, y no retornes a la filosofía como a un maestro de escuela,
sino como los que tienen una dolencia en los ojos se encaminan a la esponjita y al
huevo[74], como otro acude a la cataplasma, como otro a la loción. Pues así no
pondrás de manifiesto tu sumisión a la razón, sino que reposarás en ella. Recuerda
también que la filosofía sólo quiere lo que tu naturaleza quiere, mientras que tú
querías otra cosa no acorde con la naturaleza. Porque, ¿qué cosa es más agradable
que esto?, ¿no nos seduce el placer por su atractivo? Mas examina si es más
agradable la magnanimidad, la libertad, la sencillez, la benevolencia, la santidad.
¿Existe algo más agradable que la propia sabiduría, siempre que consideres que la
estabilidad y el progreso proceden en todas las circunstancias de la facultad de la
inteligencia y de la ciencia?
10. Las cosas se hallan, en cierto modo, en una envoltura tal, que no pocos
filósofos, y no unos cualquiera, han creído que son absolutamente incomprensibles;
es más, incluso los mismos estoicos las creen difíciles de comprender. Todo
asentimiento nuestro está expuesto a cambiar; pues, ¿dónde está el hombre que no
cambia? Pues bien, encamina tus pasos a los objetos sometidos a la experiencia;
¡cuán efímeros son, sin valor y capaces de estar en posesión de un libertino, de una
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prostituta o de un pirata! A continuación, pasa a indagar el carácter de los que contigo
viven: a duras penas se puede soportar al más agradable de éstos, por no decir que
incluso a sí mismo se soporta uno con dificultad. Así pues, en medio de tal oscuridad
y suciedad, y de tan gran flujo de la sustancia y del tiempo, del movimiento y de los
objetos movidos, no concibo qué cosa puede ser especialmente estimada o, en suma,
objeto de nuestros afanes. Por el contrario, es preciso exhortarse a sí mismo y esperar
la desintegración natural, y no inquietarse por su demora, sino calmarse con estos
únicos principios: uno, que nada me ocurrirá no acorde con la naturaleza del
conjunto; y otro, que tengo la posibilidad de no hacer nada contrario a mi Dios y
Genio interior. Porque nadie me forzará a ir contra éste.
11. ¿Para qué me sirve ahora mi alma? En toda ocasión, plantearme esta pregunta
e indagar qué tengo ahora en esa parte que precisamente llaman guía interior, y de
quién tengo alma en el momento presente. ¿Acaso de un niño, de un jovencito, de una
mujercita, de un tirano, de una bestia, de una fiera?
12. Cuáles son las cosas que el vulgo considera buenas, podrías comprenderlo por
lo siguiente. Porque si alguien pensara de verdad que ciertas cosas son buenas, como
la sabiduría, la prudencia, la justicia, la valentía, después de una comprensión previa
de estos conceptos, no sería capaz de oír eso de: «tan cargado está de bienes», pues
no armonizaría con él tal rasgo. Mientras que si uno concibe previamente lo que el
vulgo reputa por bueno, oirá y aceptará fácilmente como designación apropiada lo
que el poeta cómico dice[75]. ¡Hasta tal punto el vulgo intuye la diferencia! En efecto,
este verso no dejaría de chocar ni de ser repudiado, mientras que aquél, tratándose de
la riqueza y buena fortuna que conducen al lujo o a la fama, lo acogemos como
pronunciado apropiada y elegantemente. Prosigue, pues, y pregunta si deben
estimarse e imaginarse tales cosas como buenas, esas que si se evaluaran
apropiadamente, se podría concluir que su poseedor, debido a la abundancia de
bienes, «no tiene dónde evacuar».
13. He sido compuesto de causa formal y materia; ninguno de esos dos elementos
acabará en el no-ser, del mismo modo que tampoco surgieron del no-ser. Por
consiguiente, cualquier parte mía será asignada por transformación a una parte del
universo; a su vez aquélla se transformará en otra parte del universo, y así hasta el
infinito. Y por una transformación similar nací yo, y también mis progenitores,
siendo posible remontamos hasta otro infinito. Porque nada impide hablar así, aunque
el universo sea gobernado por períodos limitados.
14. La razón y el método lógico son facultades autosuficientes para sí y para las
operaciones que les conciernen. Parten, en efecto, del principio que les es propio y
caminan hacia un fin preestablecido; por eso tales actividades se denominan
«acciones rectas», porque indican la rectitud del camino.
15. Ninguna de las cosas que no competen al hombre, en tanto que es hombre,
debe éste observar. No son exigencias del hombre, ni su naturaleza las anuncia, ni
tampoco son perfecciones de la naturaleza del hombre. Pues bien, tampoco reside en
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ellas el fin del hombre, ni tampoco lo que contribuye a colmar el fin: el bien. Es más,
si alguna de estas cosas concerniera al hombre, no sería de su incumbencia
menospreciarlas ni sublevarse contra ellas; tampoco podría ser elogiado el hombre
que se presentase como sin necesidad de ellas ni sería bueno el hombre propenso a
actuar por debajo de sus posibilidades en alguna de ellas, si realmente ellas fueran
bienes. Pero ahora, cuanto más se despoja uno de estas cosas u otras semejantes o
incluso soporta ser despojado de una de ellas, tanto más es hombre de bien.
16. Como formes tus imaginaciones en repetidas veces, tal será tu inteligencia,
pues el alma es teñida por sus imaginaciones. Tíñela, pues, con una sucesión de
pensamientos como éstos: donde es posible vivir, también allí se puede vivir bien y es
posible vivir en palacio, luego es posible también vivir bien en palacio. Y asimismo
que cada ser tiende hacia el fin por el cual ha sido constituido y en virtud del cual ha
sido constituido. Y donde está el fin, allí también el interés y el bien de cada uno se
encuentra. Naturalmente, el bien de un ser racional es la comunidad. Que
efectivamente hemos nacido para vivir en comunidad, tiempo ha que ha sido
demostrado. ¿No estaba claro que los seres inferiores existen con vistas a los
superiores, y éstos para ayudarse mutuamente? Y los seres animados son superiores a
los inanimados, y los racionales superiores a los animados.
17. Perseguir lo imposible es propio de locos; pero es imposible que los necios
dejen de hacer algunas necedades.
18. A nadie sucede nada que no pueda por su naturaleza soportar. A otro le
acontece lo mismo y, ya sea por ignorancia de lo ocurrido, ya sea por alardear de
magnanimidad, se mantiene firme y resiste sin daño. Es terrible, en efecto, que la
ignorancia y la excesiva complacencia sean más poderosas que la sabiduría.
19. Las cosas por sí solas no tocan en absoluto el alma ni tienen acceso a ella ni
pueden girarla ni moverla. Tan sólo ella se gira y mueve a sí misma, y hace que las
cosas sometidas a ella sean semejantes a los juicios que estime dignos de sí.
20. En un aspecto el hombre es lo más estrechamente vinculado a nosotros, en
tanto que debemos hacerles bien y soportarlos. Pero en cuanto que algunos
obstaculizan las acciones que nos son propias, se convierte el hombre en una de las
cosas indiferentes para mí, no menos que el sol, el viento o la bestia. Y por culpa de
éstos podría obstaculizarse alguna de mis actividades, pero gracias a mi instinto y a
mi disposición no son obstáculos, debido a mi capacidad de selección y de adaptación
a las circunstancias. Porque la inteligencia derriba y desplaza todo lo que obstaculiza
su actividad encaminada al objetivo propuesto, y se convierte en acción lo que retenía
esta acción, y en camino lo que obstaculizaba este camino.
21. Respeta lo más excelente que hay en el mundo; y eso es lo que se sirve de
todo y cuida de todo. Ε igualmente estima lo más excelente que en ti reside; y eso es
del mismo género que aquello. Y en ti lo que aprovecha a los demás es eso y eso es lo
que gobierna tu vida.
22. Lo que no es dañino a la ciudad, tampoco daña al ciudadano. Siempre que
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imagines que has sido víctima de un daño, procúrate este principio: si la ciudad no es
dañada por eso, tampoco yo he sido dañado. Pero si la ciudad es dañada, ¿no debes
irritarte con el que daña a la ciudad? ¿Qué justifica tu negligencia?
23. Reflexiona repetidamente sobre la rapidez de tránsito y alejamiento de los
seres existentes y de los acontecimientos. Porque la sustancia es como un río en
incesante fluir, las actividades están cambiando de continuo y las causas sufren
innumerables alteraciones. Casi nada persiste y muy cerca está este abismo infinito
del pasado y del futuro, en el que todo se desvanece. ¿Cómo, pues, no va a estar loco
el que en estas circunstancias se enorgullece, se desespera o se queja en base a que
sufrió alguna molestia cierto tiempo e incluso largo tiempo?
24. Recuerda la totalidad de la sustancia, de la que participas mínimamente, y la
totalidad del tiempo, del que te ha sido asignado un intervalo breve e insignificante, y
del destino, del cual, ¿qué parte ocupas?
25. ¿Comete otro una falta contra mí? Él verá. Tiene su peculiar disposición, su
peculiar modo de actuar. Tengo yo ahora lo que la común naturaleza quiere que tenga
ahora, y hago lo que mi naturaleza quiere que ahora haga.
26. Sea el guía interior y soberano de tu alma una parte indiferente al
movimiento, suave o áspero, de la carne, y no se mezcle, sino que se circunscriba, y
limite aquellas pasiones a los miembros. Y cuando éstas progresen y alcancen la
inteligencia, por efecto de esa otra simpatía, como en un cuerpo unificado, entonces
no hay que enfrentarse a la sensación, que es natural, pero tampoco añada el guía
interior de por sí la opinión de que se trata de un bien o de un mal.
27. «Convivir con los dioses.» Y convive con los dioses aquel que
constantemente les demuestra que su alma está satisfecha con la parte que le ha sido
asignada, y hace todo cuanto quiere el genio divino[76], que, en calidad de protector y
guía, fracción de sí mismo, asignó Zeus a cada uno[77]. Y esta divinidad es la
inteligencia y razón de cada uno.
28. ¿Te sientes molesto con el que huele a macho cabrío? ¿Te molestas con el
hombre al que le huele el aliento? ¿Qué puede hacer? Así es su boca, así son sus
axilas; es necesario que tal emanación salga de tales causas. «Mas el hombre tiene
razón, afirma, y puede comprender, si reflexiona, la razón de que moleste.» ¡Sea
enhorabuena! Pues también tú tienes razón. Incita con tu disposición lógica su
disposición lógica, hazle comprender, sugiérele. Pues si te atiende, le curarás y no
hay necesidad de irritarse. Ni actor trágico ni prostituta.
29. Tal como proyectas vivir después de partir de aquí, así te es posible vivir en
este mundo; pero caso de que no te lo permitan, entonces sal de la vida, pero
convencido de que no sufres ningún mal. Hay humo y me voy[78]. ¿Por qué
consideras eso un negocio? Mientras nada semejante me eche fuera, permanezco libre
y nadie me impedirá hacer lo que quiero. Y yo quiero lo que está de acuerdo con la
naturaleza de un ser vivo racional y sociable.
30. La inteligencia del conjunto universal es sociable. Así, por ejemplo, ha hecho
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las cosas inferiores en relación con las superiores y ha armonizado las superiores
entre sí. Ves cómo ha subordinado, coordinado y distribuido a cada uno según su
mérito, y ha reunido los seres superiores con el objeto de una concordia mutua.
31. ¿Cómo te has comportado hasta la fecha con los dioses, con tus padres, tus
hermanos[79], tu mujer, tus hijos, tus maestros, tus preceptores, tus amigos, tus
familiares, tus criados? ¿Acaso en el trato con todos hasta ahora te es aplicable lo de:
«Ni hacer mal a nadie ni decirlo»?[80]. Recuerda también por qué lugares has cruzado
y qué fatigas has sido capaz de aguantar; y asimismo que la historia de tu vida está ya
colmada y tu servicio cumplido; y cuántas cosas bellas has visto, cuántos placeres y
dolores has desdeñado, cuántas ambiciones de gloria has ignorado; con cuántos
insensatos te has comportado con deferencia.
32. ¿Por qué almas rudas e ignorantes confunden un alma instruida y sabia? ¿Cuál
es, pues, un alma instruida y sabia? La que conoce el principio y el fin y la razón que
abarca la sustancia del conjunto y que, a lo largo de toda la eternidad, gobierna el
Todo de acuerdo con ciclos determinados.
33. Dentro de poco, ceniza o esqueleto, y o bien un nombre o ni siquiera un
nombre; y el nombre, un ruido y un eco. Ε incluso las cosas más estimadas en la vida
son vacías, podridas, pequeñas, perritos que se muerden, niños que aman la riña, que
ríen y al momento lloran. Pues la confianza, el pudor, la justicia y la verdad, «al
Olimpo, lejos de la tierra de anchos caminos»[81]. ¿Qué es, pues, lo que todavía te
retiene aquí, si las cosas sensibles son cambiantes e inestables, si los sentidos son
ciegos y susceptibles de recibir fácilmente falsas impresiones, y el mismo hálito vital
es una exhalación de la sangre, y la buena reputación entre gente así algo vacío?
¿Qué, entonces? Aguardarás benévolo tu extinción o tu traslado. Mas, en tanto se
presenta aquella oportunidad ¿qué basta? ¿Y qué otra cosa sino venerar y bendecir a
los dioses, hacer bien a los hombres, soportarles y abstenerse? Y respecto a cuanto se
halla dentro de los límites de tu carne y hálito vital, recuerda que eso ni es tuyo ni
depende de ti.
34. Puedes encauzar bien tu vida, si eres capaz de caminar por la senda buena, si
eres capaz de pensar y actuar con método. Esas dos cosas son comunes al alma de
Dios, a la del hombre y a la de todo ser racional: el no ser obstaculizado por otro, el
cifrar el bien en una disposición y actuación justa y el poner fin a tu aspiración aquí.
35. Si eso ni es maldad personal ni resultado de mi ruindad ni perjudica a la
comunidad, ¿a qué inquietarme por ello?, ¿y cuál es el daño a la comunidad?
36. No te dejes arrastrar totalmente por la imaginación; antes bien, presta ayuda
en la medida de tus posibilidades y según su mérito; y aunque estén en inferioridad en
las cosas mediocres, no imagines, sin embargo, que eso es dañino, pues sería un mal
hábito. Y al igual que el anciano que, al irse, pedía la peonza de su pequeño, teniendo
presente que era una peonza, también tú procede así. Luego te encuentras en la
tribuna gritando[82]. Hombre, ¿es que has olvidado de qué se trataba? «Sí, pero otros
en esas cosas ponen gran empeño.» ¿Acaso por eso, vas tú también a enloquecer?
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«Fui[83], en otro tiempo, en cualquier lugar donde se me localizó, hombre
afortunado.» Pero ser afortunado consiste en haberte asignado un buen lote; y un
buen lote son las buenas tendencias del alma, buenos impulsos, buenas acciones.
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LIBRO VI
1. La sustancia del conjunto universal es dócil y maleable. Y la razón que la
gobierna no tiene en sí ningún motivo para hacer mal, pues no tiene maldad, y ni hace
mal alguno ni nada recibe mal de aquélla. Todo se origina y llega a su término de
acuerdo con ella.
2. Sea indiferente para ti pasar frío o calor, si cumples con tu deber, pasar la
noche en vela o saciarte de dormir, ser criticado o elogiado, morir o hacer otra cosa.
Pues una de las acciones de la vida es también aquella por la cual morimos. En
efecto, basta también para este acto «disponer bien el presente».
3. Mira el interior; que de ninguna cosa te escape ni su peculiar cualidad ni su
mérito.
4. Todas las cosas que existen rapidísimamente se transformarán y, o se
evaporarán, si la sustancia es una, o se dispersarán.
5. La razón que gobierna sabe cómo se encuentra, qué hace y sobre qué materia.
6. La mejor manera de defenderte es no asimilarte a ellos.
7. Regocíjate y descansa en una sola cosa: en pasar de una acción útil a la
sociedad a otra acción útil a la sociedad, teniendo siempre presente a Dios.
8. El guía interior es lo que se despierta a sí mismo, se gira y se hace a sí mismo
como quiere, y hace que todo acontecimiento le aparezca tal como él quiere.
9. Todas y cada una de las cosas llegan a su término de acuerdo con la naturaleza
del conjunto, y no según otra naturaleza que abarque el mundo exteriormente, o esté
incluida en su interior, o esté desvinculada en el exterior.
10. Barullo, entrelazamiento y dispersión, o bien unión, orden y previsión. Si
efectivamente es lo primero, ¿por qué deseo demorar mi estancia en una azarosa
mezcla y confusión tal? ¿Y por qué va a importarme otra cosa que no sea saber cómo
«convertirme un día en tierra»?[84]. ¿Y por qué turbarme? Pues la dispersión me
alcanzará, haga lo que haga. Y si es lo segundo, venero, persisto y confío en el que
gobierna.
11. Siempre que te veas obligado por las circunstancias como a sentirte confuso,
retorna a ti mismo rápidamente y no te desvíes fuera de tu ritmo más de lo necesario.
Pues serás bastante más dueño de la armonía gracias a tu continuo retomar a la
misma.
12. Si tuvieras simultáneamente una madrastra y una madre, atenderías a aquélla,
pero con todo las visitas a tu madre serían continuas. Eso tienes tú ahora: el palacio y
la filosofía. Así pues, retoma a menudo a ella y en ella reposa; gracias a ésta, las
cosas de allí te parecen soportables y tú eres soportable entre ellos.
13. Al igual que se tiene un concepto de las carnes y pescados y comestibles
semejantes, sabiendo que esto es un cadáver de pez, aquello cadáver de un pájaro o
de un cerdo; y también que el Falemo es zumo de uva, y la toga pretexta lana de
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oveja teñida con sangre de marisco; y respecto a la relación sexual, que es una
fricción del intestino y eyaculación de un moquillo acompañada de cierta convulsión.
¡Cómo, en efecto, estos conceptos alcanzan sus objetos y penetran en su interior, de
modo que se puede ver lo que son! De igual modo es preciso actuar a lo largo de la
vida entera, y cuando las cosas te dan la impresión de ser dignas de crédito en exceso,
desnúdalas y observa su nulo valor, y despójalas de la ficción[85], por la cual se
vanaglorian. Pues el orgullo es un terrible embaucador de la razón, y cuando piensas
ocuparte mayormente de las cosas serias, entonces, sobre todo, te embauca. Mira, por
ejemplo, qué dice Grates[86] acerca del mismo Jenócrates[87].
14. La mayor parte de las cosas que el vulgo admira se refieren a las más
generales, a las constituidas por una especie de ser o naturaleza: piedras, madera,
higueras, vides, olivos. Las personas un poco más comedidas tienden a admirar los
seres animados, como los rebaños de vacas, ovejas O, sencillamente, la propiedad de
esclavos. Y las personas todavía más agraciadas, las cosas realizadas por el espíritu
racional, mas no el universal, sino aquél en tanto que es hábil en las artes o ingenioso
de otra manera[88] [o simplemente capaz de adquirir multitud de esclavos]. Pero el
que honra el alma racional universal y social no vuelve su mirada a ninguna de las
restantes cosas y, ante todo, procura conservar su alma en disposición y movimiento
acorde con la razón y el bien común, y colabora con su semejante para alcanzar ese
objetivo.
15. Unas cosas ponen siempre su empeño en llegar a ser, otras ponen su afán en
persistir, pero una parte de lo que llega a ser se extinguió ya. Flujos y alteraciones
renuevan incesantemente el mundo, al igual que el paso ininterrumpido del tiempo
proporciona siempre nueva la eternidad infinita. En medio de ese río, sobre el cual no
es posible detenerse, ¿qué cosa entre las que pasan corriendo podría estimarse? Como
si alguien empezara a enamorarse de uno de los gorrioncillos que vuelan a nuestro
alrededor, y él ya ha desaparecido de nuestros ojos. Tal es en cierto modo la vida
misma de cada uno, como la exhalación de la sangre y la inspiración de aire. Pues,
cual el inspirar una vez el aire y expulsarlo, cosa que hacemos a cada momento, tal es
también el devolver allí, de donde la sacaste por primera vez, toda la facultad
respiratoria, que tú adquiriste ayer o anteayer, recién venido al mundo.
16. Ni es meritorio transpirar como las plantas, ni respirar como el ganado y las
fieras, ni ser impresionado por la imaginación, ni ser movido como una marioneta por
los impulsos, ni agruparse como rebaños, ni alimentarse; pues eso es semejante a la
evacuación de las sobras de la comida. ¿Qué vale la pena, entonces? ¿Ser aplaudido?
No. Por consiguiente, tampoco ser aplaudido por golpeteo de lenguas, que las
alabanzas del vulgo son golpeteo de lenguas. Por tanto, has renunciado también a la
vanagloria. ¿Qué queda digno de estima? Opino que el moverse y mantenerse de
acuerdo con la propia constitución, fin al que conducen las ocupaciones y las artes.
Porque todo arte apunta a este objetivo, a que la cosa constituida sea adecuada a la
obra que ha motivado su constitución. Y tanto el hombre que se ocupa del cultivo de
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la vid, como el domador de potros, y el que amaestra perros, persiguen este resultado.
¿Y a qué objetivo tienden con ahinco los métodos de educación y enseñanza? A la
vista está, pues, lo que es digno de estima. Y si en eso tienes éxito, ninguna otra cosa
te preocuparás. ¿Y no cesarás de estimar otras muchas cosas? Entonces ni serás libre,
ni te bastarás a ti mismo, ni estarás exento de pasiones. Será necesario que envidies,
tengas celos, receles de quienes pueden quitarte aquellos bienes, y tendrás necesidad
de conspirar contra los que tienen lo que tú estimas. En suma, forzosamente la
persona falta de alguno de aquellos bienes estará turbada y además censurará muchas
veces a los dioses. Mas el respeto y la estima a tu propio pensamiento harán de ti un
hombre satisfecho contigo mismo, perfectamente adaptado a los que conviven a tu
lado y concordante con los dioses, esto es, un hombre que ensalza cuanto aquéllos
reparten y han asignado.
17. Hacia arriba, hacia abajo, en círculo, son los movimientos de los elementos.
Mas el movimiento de la virtud no se halla entre ninguno de ésos, sino que es algo un
tanto divino y sigue su curso favorable por una senda difícil de concebir.
18. ¡Curiosa actuación! No quieren hablar bien de los hombres de su tiempo y que
viven a su lado, y, en cambio, tienen en gran estima ser elogiados por las
generaciones venideras, a quienes nunca vieron ni verán. Eso viene a ser como si te
afligieras, porque tus antepasados no han tenido para ti palabras de elogio.
19. No pienses, si algo te resulta difícil y penoso, que eso sea imposible para el
hombre; antes bien, si algo es posible y connatural al hombre, piensa que también
está a tu alcance.
20. En los ejercicios del gimnasio, alguien nos ha desgarrado con sus uñas y nos
ha herido con un cabezazo. Sin embargo, ni lo ponemos de manifiesto, ni nos
disgustamos, ni sospechamos más tarde de él como conspirador. Pero sí ciertamente
nos ponemos en guardia, mas no como si se tratara de un enemigo ni con recelo, sino
esquivándole benévolamente. Algo parecido ocurre en las demás coyunturas de la
vida. Dejemos de lado muchos recelos mutuos de los que nos ejercitamos como en el
gimnasio. Porque es posible, como decía, evitarlos sin mostrar recelo ni aversión.
21. Si alguien puede refutarme y probar de modo concluyente que pienso o actúo
incorrectamente, de buen grado cambiaré de proceder. Pues persigo la verdad, que no
dañó nunca a nadie; en cambio, sí se daña el que persiste en su propio engaño e
ignorancia.
22. Yo, personalmente, hago lo que debo; lo demás no me atrae, porque es algo
que carece de vida, o de razón, o anda extraviado y desconoce el camino[89].
23. A los animales irracionales y, en general, a las cosas y a los objetos sometidos
a los sentidos, que carecen de razón, tú, puesto que estás dotado de entendimiento,
trátalos con magnanimidad y liberalidad; pero a los hombres, en tanto que dotados de
razón, trátalos además sociablemente.
24. Alejandro el Macedón y su mulero, una vez muertos, vinieron a parar en una
misma cosa; pues, o fueron reasumidos en las razones generatrices del mundo o
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fueron igualmente disgregados en átomos.
25. Ten en cuenta cuántas cosas, en el mismo lapso de tiempo brevísimo, brotan
simultáneamente en cada uno de nosotros, tanto corporales como espirituales. Y así
no te sorprenderás de que muchas cosas, más aún, todos los sucesos residan a la vez
en el ser único y universal, que llamamos mundo.
26. Si alguien te formula la pregunta de cómo se escribe el nombre de Antonino,
¿no te aplicarías a detallarle cada una de sus letras? Y en caso de que se enfadasen,
¿replicarías tú también enfadándote? ¿No seguirías enumerando tranquilamente cada
una de las letras? De igual modo, también aquí, ten presente que todo deber se
cumple mediante ciertos cálculos. Es preciso mirarlos con atención sin turbarse ni
molestarse con los que se molestan, y cumplir metódicamente lo propuesto.
27. ¡Cuán cruel es no permitir a los hombres que dirijan sus impulsos hacia lo que
les parece apropiado y conveniente! Y lo cierto es que, de algún modo, no estás de
acuerdo en que hagan eso, siempre que te enfadas con ellos por sus fallos. Porque se
ven absolutamente arrastrados hacia lo que consideran apropiado y conveniente para
sí. «Pero no es así.» Por consiguiente, alecciónales y demuéstraselo, pero sin
enfadarte.
28. La muerte es el descanso de la impronta sensitiva, del impulso instintivo que
nos mueve como títeres, de la evolución del pensamiento, del tributo que nos impone
la carne.
29. Es vergonzoso que, en el transcurso de una vida en la que tu cuerpo no
desfallece, en éste desfallezca primeramente tu alma.
30. ¡Cuidado! No te conviertas en un César, no te tiñas siquiera, porque suele
ocurrir. Mantente, por tanto, sencillo, bueno, puro, respetable, sin arrogancia, amigo
de lo justo, piadoso, benévolo, afable, firme en el cumplimiento del deber. Lucha por
conservarte tal cual la filosofía ha querido hacerte. Respeta a los dioses, ayuda a
salvar a los hombres. Breve es la vida. El único fruto de la vida terrena es una piadosa
disposición y actos útiles a la comunidad.
En todo, procede como discípulo de Antonino; su constancia en obrar conforme a
la razón, su ecuanimidad en todo, la serenidad de su rostro, la ausencia en él de
vanagloria, su afán en lo referente a la comprensión de las cosas. Y recuerda cómo él
no habría omitido absolutamente nada sin haberlo previamente examinado a fondo y
sin haberlo comprendido con claridad; y cómo soportaba sin replicar a los que le
censuraban injustamente; y cómo no tenía prisas por nada; y cómo no aceptaba las
calumnias; y cómo era escrupuloso indagador de las costumbres y de los hechos; pero
no era insolente, ni le atemorizaba el alboroto, ni era desconfiado, ni charlatán. Y
cómo tenía bastante con poco, para su casa, por ejemplo, para su lecho, para su
vestido, para, su alimentación, para su servicio; y cómo era diligente y animoso; y
capaz de aguantar en la misma tarea hasta el atardecer, gracias a su dieta frugal, sin
tener necesidad de evacuar los residuos fuera de la hora acostumbrada; y su firmeza y
uniformidad en la amistad; y su capacidad de soportar a los que se oponían
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sinceramente a sus opiniones y de alegrarse, si alguien le mostraba algo mejor; y
cómo era respetuoso con los dioses sin superstición, para que así te sorprenda, como
a él, la última hora con buena conciencia.
31. Vuelve en ti y reanímate, y una vez que hayas salido de tu sueño y hayas
comprendido que te turbaban pesadillas, nuevamente despierto, mira esas cosas como
mirabas aquéllas.
32. Soy un compuesto de alma y cuerpo. Por tanto, para el cuerpo todo es
indiferente, pues no es capaz de distinguir; pero al espíritu le son indiferentes cuantas
actividades no le son propias, y, en cambio, cuantas actividades le son propias, todas
ellas están bajo su dominio. Y, a pesar de esto, sólo la actividad presente le preocupa,
pues sus actividades futuras y pasadas le son también, desde este momento,
indiferentes.
33. No es contrario a la naturaleza ni el trabajo de la mano ni tampoco el del pie,
en tanto el pie cumpla la tarea propia del pie, y la mano, la de la mano. Del mismo
modo, pues, tampoco es contrario a la naturaleza el trabajo del hombre, como
hombre, en tanto cumpla la tarea propia del hombre. Y, si no es contrario a su
naturaleza, tampoco le envilece.
34. ¡Qué clase de placeres han disfrutado bandidos, lascivos, parricidas, tiranos!
35. ¿No ves cómo los artesanos se ponen de acuerdo, hasta cierto punto, con los
profanos, pero no dejan de atender a las reglas de su oficio y no aceptan renunciar a
él? ¿No es sorprendente que el arquitecto y el médico respeten más la razón de su
propio oficio que el hombre la suya propia, que comparte con los dioses?
36. Asia, Europa, rincones del mundo; el mar entero, una gota de agua; el Atos,
un pequeño terrón del mundo; todo el tiempo presente, un instante de la eternidad;
todo es pequeño, mutable, caduco.
Todo procede de allá, arrancando de aquel común principio guía o derivando de
él. En efecto, las fauces del león, el veneno y todo lo que hace mal, como las espinas,
como el cenagal, son engendros de aquellas cosas venerables y bellas. No te
imagines, pues, que esas cosas son ajenas a aquel a quien tú veneras; antes bien,
reflexiona sobre la fuente de todas las cosas.
37. Quien ha visto el presente, todo lo ha visto: a saber, cuántas cosas han surgido
desde la eternidad y cuántas cosas permanecerán hasta el infinito. Pues todo tiene un
mismo origen y un mismo aspecto.
38. Medita con frecuencia en la trabazón de todas las cosas existentes en el
mundo y en su mutua relación. Pues, en cierto modo, todas las cosas se entrelazan
unas con las otras y todas, en este sentido, son amigas entre sí; pues una está a
continuación de la otra a causa del movimiento ordenado, del hálito común y de la
unidad de la sustancia.
39. Amóldate a las cosas que te han tocado en suerte; y a los hombres con los que
te ha tocado en suerte vivir, ámalos, pero de verdad.
40. Un instrumento, una herramienta, un apero cualquiera, si hace el trabajo para
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el que ha sido construido, es bueno; aunque esté fuera de allí el que los construyó.
Pero tratándose de las cosas que se mantienen unidas por naturaleza, en su interior
reside y persiste el poder constructor; por esta razón es preciso tenerle un respeto
especial y considerar, caso de que tú te comportes y procedas de acuerdo con su
propósito, que todas las cosas te van según la inteligencia. Así también al Todo le van
sus cosas conforme a la inteligencia.
41. En cualquier cosa de las ajenas a tu libre voluntad, que consideres buena o
mala para ti, es inevitable que, según la evolución de tal daño o la pérdida de
semejante bien, censures a los dioses y odies a los hombres como responsables de tu
caída o privación, o como sospechosos de serlo. También nosotros cometemos
muchas injusticias a causa de las diferencias respecto a esas cosas. Pero en el caso de
que juzguemos bueno y malo, únicamente lo que depende de nosotros, ningún motivo
nos queda para inculpar a los dioses ni para mantener una actitud hostil frente a los
hombres.
42. Todos colaboramos en el cumplimiento de un solo fin, unos consciente y
consecuentemente, otros sin saberlo; como Heráclito[90], creo, dice, que, incluso los
que duermen, son operarios y colaboradores de lo que acontece en el mundo. Uno
colabora de una manera, otro de otra, e incluso, por añadidura, el que critica e intenta
oponerse y destruir lo que hace. Porque también el mundo tenía necesidad de gente
así. En consecuencia, piensa con quiénes vas a formar partido en adelante. Pues el
que gobierna el conjunto del universo te dará un trato estupendo en todo y te acogerá
en cierto puesto entre sus colaboradores y personas dispuestas a colaborar. Más no
ocupes tú un puesto tal, como el verso vulgar y ridículo de la tragedia que recuerda
Crisipo[91].
43. ¿Acaso el sol estima justo hacer lo que es propio de la lluvia? ¿Acaso
Asclepio, lo que es propio de la diosa[92] portadora de los frutos? ¿Y qué decir
respecto a cada uno de los astros? ¿No son diferentes y, sin embargo, cooperan en la
misma tarea?
44. Si, efectivamente, los dioses deliberaron sobre mí y sobre lo que debe
acontecerme, bien deliberaron; porque no es tarea fácil concebir un dios sin decisión.
¿Y por qué razón iban a desear hacerme daño? ¿Cuál sería su ganancia o la de la
comunidad, que es su máxima preocupación? Y si no deliberaron en particular sobre
mí, sí al menos lo hicieron profundamente sobre el bien común, y dado que estas
cosas me acontecen por consecuencia con éste, debo abrazarlas y amarlas. Pero si es
cierto que sobre nada deliberan (dar crédito a esto es impiedad; no hagamos
sacrificios, ni súplicas, ni juramentos, ni los demás ritos que todos y cada uno
hacemos en la idea de que van destinados a dioses presentes y que conviven con
nosotros), si es cierto que sobre nada de lo que nos concierne deliberan, entonces me
es posible deliberar sobre mí mismo e indagar sobre mi conveniencia. Y a cada uno le
conviene lo que está de acuerdo con su constitución y naturaleza, y mi naturaleza es
racional y sociable.
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Mi ciudad y mi patria, en tanto que Antonino, es Roma, pero en tanto que
hombre, el mundo. En consecuencia, lo que beneficia a estas ciudades es mi único
bien.
45. Cuanto acontece a cada uno, importa al conjunto. Esto debería bastar. Pero
además, en general, verás, si te has fijado atentamente, que lo que es útil a un
hombre, lo es también a otros hombres. Tómese ahora «la utilidad» en la acepción
más común, aplicada a las cosas indiferentes.
46. Así como los juegos del anfiteatro y de lugares semejantes te inspiran
repugnancia, por el hecho de que siempre se ven las mismas cosas, y la uniformidad
hace el espectáculo fastidioso, así también ocurre al considerar la vida en su
conjunto; porque todas las cosas, de arriba abajo, son las mismas y proceden de las
mismas. ¿Hasta cuándo, pues?
47. Medita sin cesar en la muerte de hombres de todas clases, de todo tipo de
profesiones y de toda suerte de razas. De manera que puedes descender en esta
enumeración hasta Filistión, Febo y Origanión[93]. Pasa ahora a los otros tipos de
gente. Es preciso, pues, que nos desplacemos allá donde se encuentran tan gran
número de hábiles oradores, tantos filósofos y venerables: Heráclito, Pitágoras,
Sócrates, tantos héroes con anterioridad, y, después, tantos generales, tiranos. Y,
además de éstos, Eudoxo[94], Hiparco, Arquímedes, otras naturalezas agudas,
magnánimos, diligentes, laboriosos, ridiculizadores de la misma vida humana,
mortecina y efímera, como Menipo[95] y todos los de su clase. Medita acerca de todos
éstos que tiempo ha nos dejaron. ¿Qué tiene, pues, de terrible esto para ellos? ¿Y qué
tiene de terrible para los que en absoluto son nombrados? Una sola cosa merece aquí
la pena: pasar la vida en compañía de la verdad y de la justicia, benévolo con los
mentirosos y con los injustos.
48. Siempre que quieras alegrarte, piensa en los méritos de los que viven contigo,
por ejemplo, la energía en el trabajo de uno, la discreción de otro, la liberalidad de un
tercero y cualquier otra cualidad de otro. Porque nada produce tanta satisfacción
como los ejemplos de las virtudes, al manifestarse en el carácter de los que con
nosotros viven y al ofrecerse agrupadas en la medida de lo posible. Por esta razón
deben tenerse siempre a mano.
49. ¿Te molestas por pesar tantas libras y no trescientas? De igual modo, también,
porque debes vivir un número determinado de años y no más. Porque al igual que te
contentas con la parte de sustancia que te ha sido asignada, así también con el tiempo.
50. Intenta persuadirles; pero obra, incluso contra su voluntad, siempre que la
razón de la justicia lo imponga. Sin embargo, si alguien se opusiera haciendo uso de
alguna violencia, cambia a la complacencia y al buen trato, sírvete de esta dificultad
para otra virtud y ten presente que con discreción te movías, que no pretendías cosas
imposibles. ¿Cuál era, pues, tu pretensión? Alcanzar tal impulso en cierta manera. Y
lo consigues. Aquellas cosas hacia las que nos movemos, llegan a producirse.
51. El que ama la fama considera bien propio la actividad ajena; el que ama el
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placer, su propia afección; el hombre inteligente, en cambio, su propia actividad.
52. Cabe la posibilidad, en lo concerniente a eso, de no hacer conjetura alguna y
de no turbar el alma; pues las cosas, por sí mismas, no tienen una naturaleza capaz de
crear nuestros juicios.
53. Acostúmbrate a no estar distraído a lo que dice otro, e incluso, en la medida
de tus posibilidades, adéntrate en el alma del que habla.
54. Lo que no beneficia al enjambre, tampoco beneficia a la abeja[96].
55. Si los marineros insultaran a su piloto o los enfermos al médico, ¿se
dedicarían a otra cosa que a poner en práctica los medios para poner a salvo la
tripulación, el primero, y para curar a los que están bajo tratamiento, el segundo?
56. ¡Cuántos, en compañía de los cuales entré en el mundo, se fueron ya!
57. A los ictéricos les parece amarga la miel; los que han sido mordidos por un
perro rabioso son hidrófobos, y a los pequeños les gusta la pelota. ¿A qué, pues,
enojarse? ¿Te parece menos poderoso el error que la bilis en el ictérico y el veneno en
el hombre mordido por un animal rabioso?
58. Nadie te impedirá vivir según la razón de tu propia naturaleza; nada te
ocurrirá contra la razón de la naturaleza común.
59. ¡Quiénes son aquéllos a quienes quieren agradar!, y ¡por qué ganancias, y
gracias a qué procedimientos! ¡Cuán rápidamente el tiempo sepultará todas las cosas
y cuántas ha sepultado ya!
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LIBRO VII
1. ¿Qué es la maldad? Es lo que has visto muchas veces. Y a propósito de todo lo
que acontece, ten presente que eso es lo que has visto muchas veces. En suma, de
arriba abajo, encontrarás las mismas cosas, de las que están llenas las historias, las
antiguas, las medias y las contemporáneas, de las cuales están llenas ahora las
ciudades y las casas. Nada nuevo; todo es habitual y efímero.
2. Las máximas viven. ¿Cómo, de otro modo, podrían morir, a no ser que se
extinguieran las imágenes que les corresponden? En tus manos está reavivarlas
constantemente. Puedo, respecto a esto, concebir lo que es preciso. Y si, como es
natural, puedo, ¿a qué turbarme? Lo que está fuera de mi inteligencia ninguna
relación tiene con la inteligencia. Aprende esto y estás en lo correcto. Te es posible
revivir. Mira nuevamente las cosas como las has visto, pues en esto consiste el
revivir.
3. Vana afición a la pompa, representaciones en escena, rebaños de ganado menor
y mayor, luchas con lanza, huesecillo arrojado a los perritos, migajas destinadas a los
viveros de peces, fatigas y acarreos de las hormigas, idas y venidas de ratoncillos
asustados, títeres movidos por hilos. Conviene, en efecto, presenciar esos
espectáculos benévolamente y sin rebeldía, pero seguir y observar con atención que el
mérito de cada uno es tanto mayor cuanto meritoria es la tarea objeto de sus afanes.
4. Es preciso seguir, palabra por palabra, lo que se dice, y, en todo impulso, su
resultado; y, en el segundo caso, ver directamente a qué objetivo apunta el intento; y
en el primero, velar por su significado.
5. ¿Basta mi inteligencia para eso o no? Si me basta, me sirvo de ella para esta
acción como si fuera un instrumento concedido por la naturaleza del conjunto
universal. Pero si no me basta, cedo la obra a quien sea capaz de cumplirla mejor, a
no ser, por otra parte, que eso sea de mi incumbencia, o bien pongo manos a la obra
como pueda, con la colaboración de la persona capaz de hacer, con la ayuda de mi
guía interior, lo que en este momento es oportuno y beneficioso a la comunidad.
Porque lo que estoy haciendo por mí mismo, o en colaboración con otro, debe tender,
exclusivamente, al beneficio y buena armonía con la comunidad.
6. ¡Cuántos hombres, que fueron muy celebrados, han sido ya entregados al
olvido! ¡Y cuántos hombres que los celebraron tiempo ha que partieron!
7. No sientas vergüenza de ser socorrido. Pues está establecido que cumplas la
tarea impuesta como un soldado en el asalto a una muralla. ¿Qué harías, pues, si,
víctima de cojera, no pudieras tú sólo escalar hasta las almenas y, en cambio, te fuera
eso posible con ayuda de otro?
8. No te inquiete el futuro; pues irás a su encuentro, de ser preciso, con la misma
razón que ahora utilizas para las cosas presentes.
9. Todas las cosas se hallan entrelazadas entre sí y su común vínculo es sagrado y
casi ninguna es extraña a la otra, porque todas están coordinadas y contribuyen al
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orden del mismo mundo. Que uno es el mundo, compuesto de todas las cosas; uno el
dios que se extiende a través de todas ellas, única la sustancia, única la ley, una sola
la razón común de todos los seres inteligentes, una también la verdad, porque también
una es la perfección de los seres del mismo género y de los seres que participan de la
misma razón.
10. Todo lo que es material se desvanece rapidísimamente en la sustancia del
conjunto universal; toda causa se reasume rapidísimamente en la razón del conjunto
universal; el recuerdo de todas las cosas queda en un instante sepultado en la
eternidad.
11. Para el ser racional el mismo acto es acorde con la naturaleza y con la razón.
12. Derecho o enderezado.
13. Como existen los miembros del cuerpo en los individuos, también los seres
racionales han sido constituidos, por este motivo, para una idéntica colaboración,
aunque en seres diferentes. Y más se te ocurrirá este pensamiento si muchas veces
hicieras esta reflexión contigo mismo. Soy un miembro del sistema constituido por
seres racionales. Mas si dijeras que eres parte, con el cambio de la letra «R»[97], no
amas todavía de corazón a los hombres, todavía no te alegras íntegramente de
hacerles favores; más aún, si lo haces simplemente como un deber, significa que
todavía no comprendes que te haces un bien a ti mismo.
14. Acontezca exteriormente lo que se quiera a los que están expuestos a ser
afectados por este accidente. Pues aquéllos, si quieren, se quejarán de sus
sufrimientos; pero yo, en tanto no imagine que lo acontecido es un mal, todavía no he
sufrido daño alguno. Y de mí depende no imaginarlo.
15. Dígase o hágase lo que se quiera, mi deber es ser bueno. Como si el oro, la
esmeralda o la púrpura dijeran siempre eso: «Hágase o dígase lo que se quiera, mi
deber es ser esmeralda y conservar mi propio color.»
16. Mi guía interior no se altera por sí mismo; quiero decir, no se asusta ni se
aflige. Y si algún otro es capaz de asustarle o de afligirle, hágalo. Pues él, por sí
mismo, no se moverá conscientemente a semejantes alteraciones[98]. Preocúpese el
cuerpo, si puede, de no sufrir nada. Y si sufre, manifiéstelo. También el espíritu
animal, que se asusta, que se aflige. Pero lo que, en suma, piensa sobre estas
afecciones, no hay ningún temor que sufra, pues su condición no le impulsará a un
juicio semejante. El guía interior, por su misma condición, carece de necesidades, a
no ser que se las cree, y por eso mismo no tiene tribulaciones ni obstáculos, a no ser
que se perturbe y se ponga obstáculos a sí mismo.
17. La felicidad es un buen numen o un buen «espíritu familiar»[99]. ¿Qué haces,
pues, aquí, oh imaginación? ¡Vete, por los dioses, como viniste! No te necesito. Has
venido según tu antigua costumbre. No me enfado contigo; únicamente, vete.
18. ¿Se teme el cambio? ¿Y qué puede producirse sin cambio? ¿Existe algo más
querido y familiar a la naturaleza del conjunto universal? ¿Podrías tú mismo lavarte
con agua caliente, si la leña no se transformara? ¿Podrías nutrirte, si no se
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transformaran los alimentos? Y otra cosa cualquiera entre las útiles, ¿podría
cumplirse sin transformación? ¿No te das cuenta, pues, de que tu propia
transformación es algo similar e igualmente necesaria a la naturaleza del conjunto
universal?
19. Por la sustancia del conjunto universal, como a través de un torrente,
discurren todos los cuerpos, connaturales y colaboradores del conjunto universal, al
igual que nuestros miembros entre sí. ¡A cuántos Crisipos, a cuántos Sócrates, a
cuántos Epictetos absorbió ya el tiempo! Idéntico pensamiento acuda a ti respecto a
todo tipo de hombre y a toda cosa.
20. Una sola cosa me inquieta, el temor a que haga algo que mi constitución de
hombre no quiere, o de la manera que no quiere, o lo que ahora no quiere.
21. Próximo está tu olvido de todo, próximo también el olvido de todo respecto a
ti.
22. Propio del hombre es amar incluso a los que tropiezan. Y eso se consigue, en
cuanto se te ocurra pensar que son tus familiares, y que pecan por ignorancia y contra
su voluntad, y que, dentro de poco, ambos estaréis muertos y que, ante todo, no te
dañó, puesto que no hizo a tu guía interior peor de lo que era antes.
23. La naturaleza del conjunto universal, valiéndose de la sustancia del conjunto
universal, como de una cera, modeló ahora un potro; después, lo fundió y se valió de
su materia para formar un arbusto, a continuación un hombrecito, y más tarde otra
cosa. Y cada uno de estos seres ha subsistido poquísimo tiempo. Pero no es ningún
mal para un cofrecillo ser desarmado ni tampoco ser ensamblado.
24. El semblante rencoroso es demasiado contrario a la naturaleza. Cuando se
afecta reiteradamente, su belleza muere y finalmente se extingue, de manera que
resulta imposible reavivarla. Intenta, al menos, ser consciente de esto mismo, en la
convicción de que es contrario a la razón. Porque si desaparece la comprensión del
obrar mal, ¿qué motivo para seguir viviendo nos queda?
25. Todo cuanto ves, en tanto que todavía no es, será transformado por la
naturaleza que gobierna el conjunto universal, y otras cosas hará de su sustancia, y a
su vez otras de la sustancia de aquéllas, a fin de que el mundo siempre se
rejuvenezca.
26. Cada vez que alguien cometa una falta contra ti, medita al punto qué concepto
del mal o del bien tenía al cometer dicha falta. Porque, una vez que hayas examinado
eso, tendrás compasión de él y ni te sorprenderás, ni te irritarás con él. Ya que
comprenderás tú también el mismo concepto del bien que él, u otro similar. En
consecuencia, es preciso que le perdones. Pero aun si no llegas a compartir su
concepto del bien y del mal, serás más fácilmente benévolo con su extravío.
27. No imagines las cosas ausentes como ya presentes; antes bien, selecciona
entre las presentes las más favorables, y, a la vista de esto, recuerda cómo las
buscarías, si no estuvieran presentes. Pero al mismo tiempo ten precaución, no vaya a
ser que, por complacerte hasta tal punto en su disfrute, te habitúes a sobrestimarlas,
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de manera que, si alguna vez no estuvieran presentes, pudieras sentirte inquieto.
28. Recógete en ti mismo. El guía interior racional puede, por naturaleza, bastarse
a sí mismo practicando la justicia y, según eso mismo, conservando la calma.
29. Borra la imaginación. Detén el impulso de marioneta. Circunscríbete al
momento presente. Comprende lo que te sucede a ti o a otro. Divide y separa el
objeto dado en su aspecto causal y material. Piensa en tu hora postrera. La falta
cometida por aquél, déjala allí donde se originó.
30. Coteja el pensamiento con las palabras. Sumerge tu pensamiento en los
sucesos y en las causas que los produjeron.
31. Haz resplandecer en ti la sencillez, el pudor y la indiferencia en lo relativo a
lo que es intermedio entre la virtud y el vicio. Ama al género humano. Sigue a Dios.
Aquél[100] dice: «Todo es convencional, y en realidad sólo existen los elementos.» Y
basta recordar que no todas las cosas son convencionales, sino demasiado pocas[101].
32. Sobre la muerte: o dispersión, si existen átomos; o extinción o cambio, si
existe unidad.
33. Sobre el pesar[102]: Lo que es insoportable mata, lo que se prolonga es
tolerable. Y la inteligencia, retirándose, conserva su calma y no va en detrimento del
guía interior. Y respecto a las partes dañadas por el pesar, si tienen alguna posibilidad,
manifiéstense sobre el particular.
34. Sobre la fama: Examina cuáles son sus pensamientos, qué cosas evitan y
cuáles persiguen. Y que, al igual que las dunas al amontonarse unas sobre otras
ocultan las primeras, así también en la vida los sucesos anteriores son
rapidísimamente encubiertos por los posteriores.
35. Y a aquel pensamiento que, lleno de grandeza, alcanza la contemplación de
todo tiempo y de toda esencia, ¿crees que le parece gran cosa la vida humana?
Imposible, dijo. Entonces, ¿tampoco considerará terrible la muerte un hombre tal? En
absoluto[103].
36. «Concierne al rey hacer bien y recibir calumnias»[104].
37. Es vergonzoso que el semblante acate acomodarse y alinearse como ordena la
inteligencia, y que, en cambio, ella sea incapaz de acomodarse y seguir su línea.
38. «No hay que irritarse con las cosas, pues a ellas nada les importa»[105].
39. «¡Ojalá pudieras dar motivos de regocijo a los dioses inmortales y a
nosotros!»[106].
40. «Segar la vida, a modo de espiga madura, y que uno exista y el otro no»[107].
41. «Si los dioses me han olvidado a mí y a mis dos hijos, también esto tiene su
razón»[108].
42. «El bien y la justicia están conmigo»[109].
43. No asociarse a sus lamentaciones, ni a sus estremecimientos.
44. «Mas yo le replicaría con esta justa razón: Te equivocas, amigo, si piensas que
un hombre debe calcular el riesgo de vivir o morir, incluso siendo insignificante su
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valía, y, en cambio, piensas que no debe examinar, cuando actúa, si son justas o no
sus acciones y propias de un hombre bueno o malo»[110].
45. «Así es, atenienses, en verdad. Dondequiera que uno se sitúe por considerar
que es lo mejor o en el puesto que sea asignado por el arconte, allí debe, a mi
entender, permanecer y correr riesgo, sin tener en cuenta en absoluto ni la muerte ni
ninguna otra cosa con preferencia a la infamia»[111].
46. «Pero, mi buen amigo, mira si la nobleza y la bondad no serán otra cosa que
salvar a los demás y salvarte a ti mismo. Porque no debe el hombre que se precie de
serlo preocuparse de la duración de la vida, tampoco debe tener excesivo apego a
ella, sino confiar a la divinidad estos cuidados y dar crédito a las mujeres cuando
afirman que nadie podría evitar el destino. La obligación que le incumbe es examinar
de qué modo, durante el tiempo que vaya a vivir, podrá vivir mejor»[112].
47. Contempla el curso de los astros, como si tú evolucionaras con ellos, y
considera sin cesar las transformaciones mutuas de los elementos. Porque estas
imaginaciones purifican la suciedad de la vida a ras de suelo.
48. Bello el texto de Platón[113]: «Preciso es que quien hace discursos sobre los
hombres examine también lo que acontece en la tierra, como desde una atalaya:
manadas, ejércitos, trabajos agrícolas, matrimonios, divorcios, nacimientos, muertes,
tumulto de tribunales, regiones desiertas, poblaciones bárbaras diversas, fiestas,
trenos, reuniones públicas, toda la mezcla y la conjunción armoniosa procedente de
los contrarios»[114].
49. Con la observación de los sucesos pasados y de tantas transformaciones que
se producen ahora, también el futuro es posible prever. Porque enteramente igual será
su aspecto y no será posible salir del ritmo de los acontecimientos actuales. En
consecuencia, haber investigado la vida humana durante cuarenta años que durante
diez mil da lo mismo. Pues ¿qué más verás?
50. «Lo que ha nacido de la tierra a la tierra retoma; lo que ha germinado de una
semilla etérea vuelve nuevamente a la bóveda celeste.» O también esto: disolución de
los entrelazamientos en los átomos y dispersión semejante de los elementos
impasibles[115].
51. «Con manjares, bebidas y hechizos, tratando de desviar el curso, para no
morir»[116]. «Es forzoso soportar el soplo del viento impulsado por los dioses entre
sufrimientos sin lamentos»[117].
52. Es mejor luchador; pero no más generoso con los ciudadanos, ni más
reservado, ni más disciplinado en los acontecimientos, ni más benévolo con los
menosprecios de los vecinos.
53. Cuando puede cumplirse una tarea de acuerdo con la razón común a los dioses
y a los hombres, nada hay que temer allí. Cuando es posible obtener un beneficio
gracias a una actividad bien encauzada y que progresa de acuerdo con su
constitución, ningún perjuicio debe sospecharse allí.
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54. Por doquier y de continuo de ti depende estar piadosamente satisfecho con la
presente coyuntura, comportarte con justicia con los hombres presentes y poner todo
tu arte al servicio de la impresión presente, a fin de que nada se infiltre en ti de
manera imperceptible.
55. No pongas tu mirada en guías interiores ajenos, antes bien, dirige tu mirada
directamente al punto donde te conduce la naturaleza del conjunto universal por
medio de los sucesos que te acontecen, y la tuya propia por las obligaciones que te
exige. Cada uno debe hacer lo que corresponde a su constitución. Los demás seres
han sido constituidos por causa de los seres racionales y, en toda otra cosa, los seres
inferiores por causa de los superiores, pero los seres racionales lo han sido para
ayudarse mutuamente. En consecuencia, lo que prevalece en la constitución humana
es la sociabilidad. En segundo lugar, la resistencia a las pasiones corporales, pues es
propio del movimiento racional e intelectivo marcarse límites y no ser derrotado
nunca ni por el movimiento sensitivo ni por el instintivo. Pues ambos son de
naturaleza animal, mientras que el movimiento intelectivo quiere prevalecer y no ser
subyugado por aquéllos. En tercer lugar, en la constitución racional no se da la
precipitación ni la posibilidad de engaño. Así pues, el guía interior, que posee estas
virtudes, cumpla su tarea con rectitud, y posea lo que le pertenece.
56. Como hombre que ha muerto ya y que no[118] ha vivido hasta hoy, debes pasar
el resto de tu vida de acuerdo con la naturaleza.
57. Amar únicamente lo que te acontece y lo que es tramado por el destino. Pues
¿qué se adapta mejor a ti?
58. En cada suceso, conservar ante los ojos a aquéllos a quienes acontecían las
mismas cosas, y luego se afligían, se extrañaban, censuraban. Y ahora, ¿dónde están
aquéllos? En ninguna parte. ¿Qué, entonces? ¿Quieres proceder de igual modo? ¿No
quieres dejar estas actitudes extrañas a quienes las provocan y las sufren, y aplicarte
enteramente a pensar cómo servirte de los acontecimientos? Te aprovecharás bien de
ellos y tendrás materia. Presta atención y sea tu único deseo ser bueno en todo lo que
hagas. Y ten presentes estas dos máximas: es indiferente el momento en que la
acción…[119].
59. Cava en tu interior. Dentro se halla la fuente del bien, y es una fuente capaz de
brotar continuamente, si no dejas de excavar.
60. Es preciso que el cuerpo quede sólidamente fijo y no se distorsione, ni en el
movimiento ni en el reposo. Porque del mismo modo que la inteligencia se manifiesta
en cierta manera en el rostro, conservándolo siempre armonioso y agradable a la
vista, así también debe exigirse en el cuerpo entero. Pero todas esas precauciones
deben observarse sin afectación.
61. El arte de vivir se asemeja más a la lucha que a la danza en lo que se refiere a
estar firmemente dispuesto a hacer frente a los accidentes incluso imprevistos.
62. Considera sin interrupción quiénes son esos de los que deseas que aporten su
testimonio, y qué guías interiores tienen; pues, ni censurarás a los que tropiezan
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involuntariamente, ni tendrás necesidad de su testimonio, si diriges tu mirada a las
fuentes de sus opiniones y de sus instintos.
63. «Toda alma, afirma[120], se ve privada contra su voluntad de la verdad.»
Igualmente también de la justicia, de la prudencia, de la benevolencia y de toda virtud
semejante. Y es muy necesario tenerlo presente en todo momento, pues serás más
condescendiente con todos.
64. En cualquier caso de pesar acuda a ti esta reflexión: no es indecoroso ni
tampoco deteriorará la inteligencia que me gobierna; pues no la destruye, ni en tanto
que es racional, ni en tanto que es social. En los mayores pesares, sin embargo,
válgate de ayuda la máxima de Epicuro[121]: ni es insoportable el pesar, ni eterno, si
recuerdas sus límites y no imaginas más de la cuenta. Recuerda también que muchas
cosas que son lo mismo que el pesar nos molestan y no nos damos cuenta, así, por
ejemplo, la somnolencia, el calor exagerado, la inapetencia. Luego, siempre que te
disgustes con alguna de esas cosas, di para contigo: cedes al pesar.
65. Cuida de no experimentar con los hombres inhumanos algo parecido a lo que
éstos experimentan respecto a los hombres.
66. ¿De dónde sabemos si Telauges[122] no tenía mejor disposición que Sócrates?
Pues no basta con el hecho de que Sócrates haya muerto con más gloria ni que haya
dialogado con los sofistas con bastante más habilidad ni que haya pasado toda la
noche sobre el hielo más pacientemente ni que, habiendo recibido la orden de apresar
al Salaminio[123] haya decidido oponerse con mayor gallardía ni que se haya ufanado,
por las calles[124], extremo sobre el que no se sabe precisamente ni si es cierto. Mas
es preciso examinar lo siguiente: Qué clase de alma tenía Sócrates y si podía
conformarse con ser justo en las relaciones con los hombres y piadoso en sus
relaciones con los dioses, sin indignarse con la maldad, sin tampoco ser esclavo de la
ignorancia de nadie, sin aceptar como cosa extraña nada de lo que le era asignado por
el conjunto universal o resistirla como insoportable, sin tampoco dar ocasión a su
inteligencia a consentir en las pasiones de la carne.
67. La naturaleza no te mezcló con el compuesto de tal modo, que no te
permitiera fijarte unos límites y hacer lo que te incumbe y es tu obligación. Porque es
posible en demasía convertirse en hombre divino y no ser reconocido por nadie. Ten
siempre presente eso y aún más lo que te voy a decir: en muy poco radica la vida
feliz. Y no porque tengas escasa confianza en llegar a ser un dialéctico o un físico,
renuncies en base a eso a ser libre, modesto, sociable y obediente a Dios.
68. Pasa la vida sin violencias en medio del mayor júbilo, aunque todos clamen
contra ti las maldiciones que quieran, aunque las fieras despedacen los pobres
miembros de esta masa pastosa que te circunda y sustenta. Porque, ¿qué impide que,
en medio de todo eso, tu inteligencia se conserve en calma, tenga un juicio verdadero
de lo que acontece en torno tuyo y esté dispuesta a hacer uso de lo que está a su
alcance? De manera que tu juicio pueda decir a lo que acaezca: «Tú eres eso en
esencia, aunque te muestres distinto en apariencia». Y tu uso pueda decir a lo que
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suceda: «Te buscaba. Pues para mí el presente es siempre materia de virtud racional,
social y, en suma, materia de arte humano o divino.» Porque todo lo que acontece se
hace familiar a Dios o al hombre, y ni es nuevo ni es difícil de manejar, sino conocido
y fácil de manejar.
69. La perfección moral consiste en esto: en pasar cada día como si fuera el
último, sin convulsiones, sin entorpecimientos, sin hipocresías.
70. Los dioses, que son inmortales, no se irritan por el hecho de que durante tan
largo período de tiempo deban soportar de un modo u otro repetidamente a los
malvados, que son de tales características y tan numerosos. Más aún, se preocupan de
ellos de muy distintas maneras. ¿Y tú, que casi estás a punto de terminar, renuncias, y
esto siendo tú uno de los malvados?
71. Es ridículo no intentar evitar tu propia maldad, lo cual es posible, y, en
cambio, intentar evitar la de los demás, lo cual es imposible.
72. Lo que la facultad racional y sociable encuentra desprovisto de inteligencia y
sociabilidad, con mucha razón lo juzga inferior a sí misma.
73. Cuando hayas hecho un favor y otro lo haya recibido, ¿qué tercera cosa andas
todavía buscando, como los necios?
74. Nadie se cansa de recibir favores, y la acción de favorecer está de acuerdo con
la naturaleza. No te canses, pues, de recibir favores al mismo tiempo que tú los haces.
75. La naturaleza universal emprendió la creación del mundo. Y ahora, o todo lo
que sucede se produce por consecuencia, o es irracional incluso lo más sobresaliente,
objetivo hacia el cual el guía del mundo dirige su impulso propio[125]. El recuerdo de
este pensamiento te hará en muchos aspectos más sereno.
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LIBRO VIII
1. También eso te lleva a desdeñar la vanagloria, el hecho de que ya no puedes
haber vivido tu vida entera, o al menos la que transcurrió desde tu juventud, como un
filósofo; por el contrario, has dejado en claro para otras muchas personas, e incluso
para ti mismo, que estás alejado de la filosofía. Estás, pues, confundido, de manera
que ya no te va a resultar fácil conseguir la reputación de filósofo. A ello se oponen
incluso los presupuestos de tu vida. Si en efecto has visto de verdad dónde radica el
fondo de la cuestión, olvídate de la impresión que causarás. Y sea suficiente para ti
vivir el resto de tu vida, dure lo que dure, como tu naturaleza quiere. Por
consiguiente, piensa en cuál es su deseo, y nada más te inquiete. Has comprobado en
cuántas cosas anduviste sin rumbo, y en ninguna parte hallaste la vida feliz, ni en las
argumentaciones lógicas, ni en la riqueza, ni en la gloria, ni en el goce, en ninguna
parte. ¿Dónde radica, entonces? En hacer lo que quiere la naturaleza humana. ¿Cómo
conseguirlo? Con la posesión de los principios de los cuales dependen los instintos y
las acciones. ¿Qué principios? Los concernientes al bien y al mal, en la, convicción
de que nada es bueno para el hombre, si no le hace justo, sensato, valiente, libre;
como tampoco nada es malo, si no le produce los efectos contrarios a lo dicho.
2. En cada acción, pregúntate: ¿Cómo es ésta respecto a mí? ¿No me arrepentiré
después de hacerla? Dentro de poco habré muerto y todo habrá desaparecido. ¿Qué
más voy a buscar, si mi presente acción es propia de un ser inteligente, sociable y
sujeto a la misma ley de Dios?
3. Alejandro, César y Pompeyo ¿qué fueron en comparación con Diógenes,
Heráclito y Sócrates? Éstos vieron cosas, sus causas, sus materias, y sus principios
guías eran autosuficientes; pero aquéllos, ¡cuántas cosas ignoraban, de cuántas cosas
eran esclavos![126].
4. Que no menos harán las mismas cosas, aunque tú revientes.
5. En primer lugar, no te confundas; pues todo acontece de acuerdo con la
naturaleza del conjunto universal, y dentro de poco tiempo no serás nadie en ninguna
parte, como tampoco son nadie Adriano ni Augusto. Luego, con los ojos fijos en tu
tarea, indágala bien y teniendo presente que tu deber es ser hombre de bien, y lo que
exige la naturaleza del hombre, cúmplelo sin desviarte y del modo que te parezca más
justo: sólo con benevolencia, modestia y sin hipocresía.
6. La misión de la naturaleza del conjunto universal consiste en transportar lo que
está aquí allí, en transformarlo, en levantarlo de aquí y llevarlo allá. Todo es
mutación, de modo que no se puede temer nada insólito; todo es igual, pero también
son equivalentes las asignaciones.
7. Toda naturaleza está satisfecha consigo misma cuando sigue el buen camino. Y
sigue el buen camino la naturaleza racional cuando en sus imaginaciones no da su
asentimiento ni a lo falso ni a lo incierto y, en cambio, encauza sus instintos sólo a
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acciones útiles a la comunidad, cuando se dedica a desear y detestar aquellas cosas
que dependen exclusivamente de nosotros, y abraza todo lo que le asigna la
naturaleza común. Pues es una parte de ella, al igual que la naturaleza de la hoja es
parte de la naturaleza de la planta, con la excepción de que, en este caso, la naturaleza
de la hoja es parte de una naturaleza insensible, desprovista de razón y capaz de ser
obstaculizada, mientras que la naturaleza del hombre es parte de una naturaleza libre
de obstáculos, inteligente y justa, si es que naturalmente distribuye a todos con
equidad y según el mérito, su parte de tiempo, sustancia, causa, energía, accidente.
Advierte, sin embargo, que no encontrarás equivalencia en todo, si pones en relación
una sola cosa con otra sola, pero sí la encontrarás, si comparas globalmente la
totalidad de una cosa con el conjunto de otra.
8. No te es posible leer. Pero sí puedes contener tu arrogancia; puedes estar por
encima del placer y del dolor; puedes menospreciar la vanagloria; puedes no irritarte
con insensatos y desagradecidos, incluso más, puedes preocuparte de ellos.
9. Nadie te oiga ya censurar la vida palaciega, ni siquiera tú mismo.
10. El arrepentimiento es cierta censura personal por haber dejado de hacer algo
útil. Y el bien debe ser algo útil y debe preocuparse de él el hombre íntegro. Pues
ningún hombre íntegro se arrepentiría por haber desdeñado un placer; por
consiguiente, el placer ni es útil ni es bueno.
11. ¿Qué es eso en sí mismo según su peculiar constitución?, ¿cuál es su sustancia
y materia?, ¿y cuál su causa?, ¿y qué hace en el mundo?, ¿y cuánto tiempo lleva
subsistiendo?
12. Siempre que de mal talante despiertes de tu sueño, recuerda que está de
acuerdo con tu constitución y con tu naturaleza humana corresponder con acciones
útiles a la comunidad, y que dormir es también común a los seres irracionales.
Además, lo que está de acuerdo con la naturaleza de cada uno le resulta más familiar,
más connatural, y ciertamente también más agradable.
13. Continuamente y, si te es posible, en toda imaginación, explícala partiendo de
los principios de la naturaleza, de las pasiones, de la dialéctica.
14. Con quien te encuentres, inmediatamente hazte estas reflexiones: Éste ¿qué
principios tiene respecto al bien y al mal? Porque si acerca del placer y del pesar y de
las cosas que producen ambos y acerca de la fama, de la infamia, de la muerte, de la
vida, tiene tales principios, no me parecerá en absoluto sorprendente o extraño que
proceda así; y recordaré que se ve forzado a obrar de este modo.
15. Ten presente que, del mismo modo que es absurdo extrañarse de que la
higuera produzca higos, también lo es sorprenderse de que el mundo produzca
determinados frutos de los que es portador. Ε igualmente sería vergonzoso para un
médico y para un piloto sorprenderse de que ese haya tenido fiebre o de que haya
soplado un viento contrario.
16. Ten presente que cambiar de criterio y obedecer a quien te corrige es
igualmente acción libre. Pues tu actividad se lleva a término de acuerdo con tu
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instinto y juicio y, particularmente además, de acuerdo con tu propia inteligencia.
17. Si depende de ti, ¿por qué lo haces? Pero si depende de otro, ¿a quién
censuras? ¿A los átomos o a los dioses? En ambos casos es locura. A nadie debes
reprender. Porque, si puedes, corrígele. Y si no puedes, corrige al menos su acción. Y
si tampoco esto te es posible, ¿de qué te sirve irritarte? Porque nada debe hacerse al
azar.
18. Fuera del mundo no cae lo que muere. Si permanece aquí, aquí se transforma
y se disuelve en sus elementos propios, elementos que son del mundo y tuyos. Y
estos elementos se transforman y no murmuran.
19. Cada cosa nació con una misión, así el caballo, la vid. ¿Por qué te asombras?
También el Sol, dirá: «he nacido para una función, al igual que los demás dioses». Y
tú, ¿para qué? ¿Para el placer? Mira si es tolerable la idea.
20. No menos ha apuntado la naturaleza al fin de cada cosa que a su principio y
transcurso, como el que lanza la pelota. ¿Que bien, entonces, obtiene la diminuta
pelota al elevarse o que mal al descender o incluso al haber caído? ¿Y qué bien
obtiene la burbuja formada o qué mal, disuelta? Y lo mismo puede decirse respecto a
la lámpara.
21. Gíralo y contempla cómo es, y cómo llega a ser después de envejecer,
enfermar y «expirar»[127]. Corta es la vida del que elogia y del que es elogiado, del
que recuerda y del que es recordado. Además, sucede en un rincón de esta región y
tampoco aquí se ponen de acuerdo todos, y ni siquiera uno mismo se pone de acuerdo
consigo; y la tierra entera es un punto.
22. Presta atención a lo que tienes entre manos, sea actividad, principio o
significado. Justamente tienes este sufrimiento, pues prefieres ser bueno mañana a
serlo hoy.
23. ¿Hago algo? Lo hago teniendo en cuenta el beneficiar a los hombres. ¿Me
acontece algo? Lo acepto ofreciéndolo a los dioses y a la fuente de todo, de la que
dimanan todos los sucesos.
24. Cual se te presenta el baño: aceite, sudor, suciedad, agua viscosa, todo lo que
provoca repugnancia, tal se presenta toda parte de la vida y todo objeto que se nos
ofrece.
25. Lucila[128] sepultó a Vero; a continuación, Lucila; Secunda, a Máximo;
seguidamente. Secunda; Epitincano, a Diótimo; luego, Epitincano; Antonino, a
Faustina; luego, Antonino. Y así, todo. Céler, a Adriano; a continuación, Céler. ¿Y
dónde están aquellos hombres agudos y perspicaces, ya conocedores del futuro, ya
engreídos? (Así, por ejemplo, agudos, Cárax, Demetrio el Platónico, Eudemón y sus
semejantes). Todo es efímero, muerto tiempo ha. Algunos no han perdurado en el
recuerdo siquiera un instante; otros han pasado a la leyenda, y otros incluso han
desaparecido de las leyendas. Ten presente, pues, esto: será preciso que tu
composición se disemine, que tu hálito vital se extinga o que cambie de lugar y se
establezca en otra parte.
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26. La dicha del hombre consiste en hacer lo que es propio del hombre. Y es
propio del hombre el trato benevolente con sus semejantes, el menosprecio de los
movimientos de los sentidos, el discernir las ideas que inspiran crédito, la
contemplación de la naturaleza del conjunto universal y de las cosas que se producen
de acuerdo con ella.
27. Tres son las relaciones: una con [la causa][129] que nos rodea, otra con la
causa divina, de donde todo nos acontece a todos, y la tercera con los que viven con
nosotros.
28. El pesar, o es un mal para el cuerpo, y en consecuencia que lo manifieste, o
para el alma. Pero a ella le es posible conservar su propia serenidad y calma, y no
opinar que el pesar sea un mal. Porque todo juicio, instinto, deseo y aversión está
dentro, y nada se remonta hasta aquí.
29. Borra las imaginaciones diciéndote a ti mismo de continuo: «Ahora de mí
depende que no se ubique en esta alma ninguna perversidad, ni deseo, ni, en suma,
ninguna turbación; sin embargo, contemplando todas las cosas tal como son, me sirvo
de cada una de ellas de acuerdo con su mérito.» Ten presente esta posibilidad acorde
con tu naturaleza.
30. Habla, sea en el Senado, sea ante cualquiera, con elegancia y certeramente.
Utiliza una terminología sana.
31. La corte de Augusto, su mujer, su hija, sus descendientes, sus ascendientes, su
hermana. Agripa[130] sus parientes, sus familiares, Ario, Mecenas, sus médico, sus
encargados de los sacrificios; muerte de toda la corte. A continuación pásate a las
demás…[131], no a la muerte de un solo hombre, por ejemplo, la de los Pompeyos.
Toma en consideración aquello que suele grabarse en las tumbas: «el último de su
linaje». Cuántas convulsiones sufrieron sus antecesores, con el fin de dejar un
sucesor, luego fue inevitable que existiera un último; de nuevo aquí la muerte de todo
un linaje.
32. Es preciso compaginar la vida de acuerdo con cada una de las acciones y, si
cada una consigue su fin, dentro de sus posibilidades, contentarse. Y que baste a su
fin, nadie puede impedírtelo. «Pero alguna acción externa se opondrá.» Nada, al
menos en lo referente a obrar con justicia, con moderación y reflexivamente. Pero tal
vez alguna otra actividad se verá obstaculizada. Sin embargo, gracias a la acogida
favorable del mismo obstáculo y al cambio inteligente en lo que se te ofrece, al punto
se sustituye otra acción que armoniza con la composición de la cual hablaba.
33. Recibir sin orgullo, desprenderse sin apego.
34. Alguna vez viste una mano amputada, un pie o una cabeza seccionada yacente
en alguna parte lejos del resto del cuerpo. Algo parecido hace consigo, en la medida
que de él depende, el que no se conforma con lo que acaece y se separa, o el que hace
algo contrario al bien común. Tú de alguna manera te has excluido de la unión con la
naturaleza, pues de ella formabas parte por naturaleza. Pero ahora tú mismo te
cercenaste. Sin embargo, tan admirable es aquélla, que te es posible unirte de nuevo a
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ella. A ningún otro miembro permitió Dios separarse y desgajarse, para reunirse de
nuevo. Pero examina la bondad con la que Dios ha honrado al hombre. Pues en sus
manos dejó la posibilidad de no separarse absolutamente del conjunto universal y,
una vez separado, la de reunirse, combinarse en un todo y recobrar la posición de
miembro.
35. Al igual que la naturaleza de los seres racionales ha distribuido a cada uno a
su manera las demás facultades, así también nosotros hemos recibido de ella esta
facultad[132]. Pues de la misma manera que aquélla convierte todo lo que se le opone
y resiste, lo sitúa en el orden de su destino y lo hace parte de sí misma, así también el
ser racional puede hacer todo obstáculo material de sí mismo y servirse de él, fuera el
que fuera el objeto al que hubiese tendido.
36. No te confunda la imaginación de la vida entera. No abarques en tu
pensamiento qué tipo de fatigas y cuántas es verosímil que te sobrevengan; por el
contrario, en cada una de las fatigas presentes, pregúntate: ¿Qué es lo intolerable y lo
insoportable de esta acción? Sentirás vergüenza de confesarlo. Luego recuerda que ni
el futuro ni el pasado te son gravosos, sino siempre el presente. Y éste se minimiza,
en el caso de que lo delimites exclusivamente a sí mismo y refutes a tu inteligencia, si
no es capaz de hacer frente a esta nimiedad.
37. ¿Están ahora sentados junto al túmulo de Vero, Pantea[133] o Pérgamo? ¿Y
qué?, ¿junto a la tumba de Adriano, Cabrias o Diótimo? Ridículo. ¿Y qué? Si
estuvieran sentados, ¿es que iban a enterarse los muertos? ¿Y qué? Si se dieran
cuenta, ¿iban a complacerse? ¿Y qué? Si se complacieran, ¿iban ellos a ser
inmortales? ¿No estaba así decretado que primero llegarían a ser viejos y viejas, para
a continuación morir? Entonces, ¿qué debían hacer posteriormente aquéllos, muertos
ya éstos? Todo esto es hedor y sangre mezclada con polvo en un pellejo.
38. «Si eres capaz de mirar con perspicacia, mira y juzga, afirma…[134], con la
máxima habilidad.»
39. En la constitución de un ser racional no veo virtud rebelde a la justicia, pero sí
veo la templanza contra el placer.
40. Si eliminas tu opinión acerca de lo que crees que te aflige, tú mismo te
afirmas en la mayor seguridad. «¿Quién es tú mismo?». La razón. «Pero yo no soy
razón.» Sea. Por consiguiente, no se aflija la razón. Y si alguna otra parte de ti se
siente mal, opine ella en lo que le atañe.
41. Un obstáculo a la sensación es un mal para la naturaleza animal; un obstáculo
al instinto es igualmente un mal para la naturaleza animal. Existe además igualmente
otro obstáculo y mal propio de la constitución vegetal. Así pues, un obstáculo a la
inteligencia es un mal para la naturaleza inteligente. Todas estas consideraciones
aplícatelas a ti mismo. ¿Te embarga un pesar, un placer? La sensación lo verá.
¿Tuviste alguna dificultad cuando emprendiste instintivamente algo? Si lo emprendes
sin una reserva mental, ya es un mal para ti, en tanto que ser racional. Pero si
recobras la inteligencia, todavía no has sido dañado ni obstaculizado. Lo que es
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propio de la inteligencia sólo ella acostumbra a obstaculizarlo. Porque ni el fuego, ni
el hierro, ni el tirano, ni la infamia, ni ninguna otra cosa la alcanzan. Cuando logra
convertirse en «esfera redondeada»[135], permanece.
42. No merezco causarme aflicción, porque nunca a otro voluntariamente afligí.
43. Uno se alegra de una manera, otro de otra. En cuanto a mí, si tengo sano mi
guía interior, me alegro de no rechazar a ningún hombre ni nada de lo que a los
hombres acontece; antes bien, de mirar todas las cosas con ojos benévolos y
aceptando y usando cada cosa de acuerdo con su mérito.
44. Procura acoger con agrado para ti mismo el tiempo presente. Los que más
persiguen la fama póstuma no calculan que ellos van a ser iguales que estos a los que
importunan. También ellos serán mortales. ¿Y qué significa para ti, en suma, que
aquéllos repitan tu nombre con tales voces o que tengan de ti tal opinión?
45. ¡Levántame y arrójame donde quieras! Pues allí tendré mi divinidad propicia,
esto es, satisfecha, si se comporta y actúa consecuentemente con su propia
constitución. ¿Acaso merece la pena que mi alma esté mal por ello y sea de peor
condición, envilecida, apasionada, agitada? ¿Y qué encontrarás merecedor de eso?
46. A ningún hombre puede acontecer algo que no sea accidente humano, ni a un
buey algo que no sea propio del buey, ni a una viña algo que no sea propio de la viña,
ni a una piedra lo que no sea propio de la piedra. Luego si a cada uno le acontece lo
que es habitual y natural, ¿por qué vas a molestarte? Porque nada insoportable te
aportó la naturaleza común.
47. Si te afliges por alguna causa externa, no es ella lo que te importuna, sino el
juicio que tú haces de ella. Y borrar este juicio, de ti depende. Pero si te aflige algo
que radica en tu disposición, ¿quién te impide rectificar tu criterio? Y dé igual modo,
si te afliges por no ejecutar esta acción que te parece sana, ¿por qué no la pones en
práctica en vez de afligirte? «Me lo dificulta un obstáculo superior». No te aflijas,
pues, dado que no es tuya la culpa de que no lo ejecutes. «Mas no merezco vivir si no
lo ejecuto.» Vete, pues, de la vida apaciblemente, de la manera que muere el que
cumple su cometido, indulgente con los que te ponen obstáculos.
48. Ten presente que el guía interior llega a ser inexpugnable, siempre que,
concentrado en sí mismo, se conforme absteniéndose de hacer lo que no quiere,
aunque se oponga sin razón. ¿Qué, pues, ocurrirá, cuando reflexiva y atentamente
formule algún juicio? Por esta razón, la inteligencia libre de pasiones es una
ciudadela. Porque el hombre no dispone de ningún reducto más fortificado en el que
pueda refugiarse y ser en adelante imposible de expugnar. En consecuencia, el que no
se ha dado cuenta de eso es un ignorante; pero quien se ha dado cuenta y no se
refugia en ella es un desdichado.
49. No te digas a ti mismo otra cosa que lo que te anuncian las primeras
impresiones. Se te ha anunciado que un tal habla mal de ti. Esto se te ha anunciado.
Pero no se te ha anunciado que has sufrido daño. Veo que mi hijito está enfermo. Lo
veo. Pero que esté en peligro, no lo veo. Así pues, mantente siempre en las primeras
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impresiones, y nada añadas a tu interior y nada te sucederá. O mejor, añade como
persona conocedora de cada una de las cosas que acontecen en el mundo.
50. Amargo es el pepino. Tíralo. Hay zarzas en el camino. Desvíate. ¿Basta eso?
No añadas: «¿Por qué sucede eso en el mundo?». Porque serás ridiculizado por el
hombre que estudia la naturaleza, como también lo serías por el carpintero y el
zapatero si les condenaras por el hecho de que en sus talleres ves virutas y recortes de
los materiales que trabajan. Y en verdad aquéllos al menos tienen dónde arrojarlos,
pero la naturaleza universal nada tiene fuera; mas lo admirable de este arte estriba en
que, habiéndose puesto límites a sí mismo, transforma en sí mismo todo lo que en su
interior parece destruirse, envejecer y ser inútil, y que de nuevo hace brotar de esas
mismas cosas otras nuevas, de manera que ni tiene necesidad de sustancias exteriores,
ni precisa un lugar donde arrojar esos desperdicios podridos. Por consiguiente, se
conforma con su propio lugar, con la materia que le pertenece y con su peculiar arte.
51. Ni seas negligente en tus acciones, ni embrolles en tus conversaciones, ni en
tus imaginaciones andes sin rumbo, ni, en suma, constriñas tu alma o te disperses, ni
en el transcurso de la vida estés excesivamente ocupado. Te matan, despedazan,
persiguen con maldiciones. ¿Qué importa esto para que tu pensamiento permanezca
puro, prudente, sensato, justo? Como si alguien al pasar junto a una fuente cristalina y
dulce, la insultara; no por ello deja de brotar potable. Aunque se arroje fango,
estiércol, muy pronto lo dispersará, se liberará de ellos y de ningún modo quedará
teñida. ¿Cómo, pues, conseguirás tener una fuente perenne [y no un simple pozo]?
Progresa en todo momento hacia la libertad con benevolencia, sencillez y modestia.
52. El que no sabe lo que es el mundo, no sabe dónde está. Y el que no sabe para
qué ha nacido, tampoco sabe quién es él ni qué es el mundo. Y el que ha olvidado una
sola cosa de esas, tampoco podría decir para qué ha nacido. ¿Quién, pues, te parece
que es el que[136] evita el elogio de los que aplauden…, los cuales ni conocen dónde
están, ni quiénes son?
53. ¿Quieres ser alabado por un hombre que se maldice a sí mismo tres veces por
hora? ¿Quieres complacer a un hombre que no se complace a sí mismo? ¿Se
complace a sí mismo el hombre que se arrepiente de casi todo lo que hace?
54. Ya no te limites a respirar el aire que te rodea, sino piensa también, desde este
momento, en conjunción con la inteligencia que todo lo rodea. Porque la facultad
inteligente está dispersa por doquier y ha penetrado en el hombre capaz de atraerla no
menos que el aire en el hombre capaz de respirarlo.
55. En general, el vicio no daña en nada al mundo. Y, en particular, es nulo el
daño que produce a otro; es únicamente pernicioso para aquel a quien le ha sido
permitido renunciar a él, tan pronto como lo desee.
56. Para mi facultad de decisión es tan indiferente la facultad decisoria del vecino
como su hálito vital y su carne. Porque, a pesar de que especialmente hemos nacido
los unos para los otros, con todo, nuestro individual guía interior tiene su propia
soberanía. Pues, en otro caso, la maldad del vecino iba a ser ciertamente mal mío,
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cosa que no estimó oportuna Dios, a fin de que no dependiera de otro el hacerme
desdichado.
57. El sol parece estar difuso y, en verdad, lo está por doquier, pero no desborda.
Pues esta difusión es extensión. Y así, sus destellos se llaman aktínes (rayos),
procedentes del término ekteínesthai (extenderse)[137]. Y qué cosa es un rayo, podrías
verlo, si contemplaras a través de una rendija la luz del sol introducida en una
habitación oscura. Pues se extiende en línea recta y se apoya, en cierto modo, en el
cuerpo sólido con el que tropiece, cuerpo que le separa del aire que viene a
continuación. Allí se detiene sin deslizarse ni caer. Tal, en efecto, conviene que sea la
difusión y dilatación de la inteligencia, sin desbordarse en ningún caso, pero sí
extendiéndose; conviene también que, frente a los obstáculos con que tropiece, no
choque violentamente, ni con ímpetu, ni tampoco caiga, sino que se detenga y dé
brillo al objeto que la recibe. Porque se privará del resplandor el objeto que la
desdeñe.
58. El que terne la muerte, o terne la insensibilidad u otra sensación. Pero si ya no
percibes la sensibilidad, tampoco percibirás ningún mal. Y si adquieres una
sensibilidad distinta, serás un ser indiferente y no cesarás de vivir.
59. Los hombres han nacido los unos para los otros. Instrúyelos o sopórtalos.
60. La flecha sigue una trayectoria, la inteligencia otra distinta. Sin embargo, la
inteligencia, siempre que toma precauciones y se dedica a indagar, avanza en línea
recta y hacia su objetivo no menos que la flecha.
61. Introdúcete en el guía interior de cada uno y permite también a otro cualquiera
que penetre en tu guía interior.
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LIBRO IX
1. El que comete injusticias es impío. Pues dado que la naturaleza del conjunto
universal ha constituido los seres racionales para ayudarse los unos a los otros, de
suerte que se favoreciesen unos a los otros, según su mérito, sin que en ningún caso
se perjudicasen, el que transgrede esta voluntad comete, evidentemente, una impiedad
contra la más excelsa de las divinidades. También el que miente es impío con la
misma divinidad. Pues la naturaleza del conjunto universal es naturaleza de las cosas
que son, y éstas están vinculadas con todas las cosas existentes. Más todavía, esta
divinidad recibe el nombre de Verdad y es la causa primera de todas las verdades. En
consecuencia, el hombre que miente voluntariamente es impío, en cuanto que al
engañar comete injusticia. También es impío el que miente involuntariamente, en
cuanto está en discordancia con la naturaleza del conjunto universal y en cuanto es
indisciplinado al enfrentarse con la naturaleza del mundo. Porque combate a ésta el
que se comporta de modo contrario a la verdad, a pesar suyo. Pues había obtenido de
la naturaleza recursos, que desatendió, y ahora no es capaz de discernir lo falso de lo
verdadero. Y ciertamente es impío también el que persigue los placeres como si de
bienes se tratara, y, en cambio, evita las fatigas como si fueran males. Porque es
inevitable que el hombre tal recrimine reiteradamente a la naturaleza común en la
convicción de que ésta hace una distribución no acorde con los méritos, dado que
muchas veces los malos viven entre placeres y poseen aquellos medios que se los
proporcionan, mientras que los buenos caen en el pesar y en aquello que lo origina.
Más aún, el que teme los pesares temerá algún día algo de lo que acontecerá en el
mundo, y eso es ya impiedad. Y el que persigue los placeres no se abstendrá de
cometer injusticias; y eso sí que es claramente impiedad. Conviene también, en
relación con las cosas en que la naturaleza común es indiferente (pues no habría
creado ambas cosas, si no hubiese sido indiferente respecto a las dos) que respecto a
éstas los que quieren seguir la naturaleza se comporten indiferentemente viviendo de
acuerdo con ella. Por consiguiente, está claro que comete una impiedad todo el que
no permanece indiferente respecto al pesar y al placer, a la fama y a la infamia, cosas
que usa indistintamente la naturaleza del conjunto universal. Y afirmo que la
naturaleza común usa indistintamente estas cosas en vez de acontecer éstas por mero
azar, según la sucesión de lo que acontece; y sobrevienen debido a un primer impulso
de la Providencia, según la cual, desde un principio, emprendió esta organización
actual del mundo mediante la combinación de ciertas razones de las cosas futuras y
señalando las potencias generatrices de las sustancias, las transformaciones y
sucesiones de esta índole.
2. Propio de un hombre bastante agraciado sería salir de entre los hombres sin
haber gustado la falacia, y todo tipo de hipocresía, molicie y orgullo. Pero expirar,
una vez saciado de estos vicios, sería una segunda tentativa para navegar[138].
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¿Continúas prefiriendo estar alentado en el vicio y todavía no te incita la experiencia
a huir de tal peste? Pues la destrucción de la inteligencia es una peste mucho mayor
que una infección y alteración semejante de este aire que está esparcido en tomo
nuestro. Porque esta peste es propia de los seres vivos, en cuanto son animales; pero
aquélla es propia de los hombres, en cuanto son hombres.
3. No desdeñes la muerte; antes bien, acógela gustosamente, en la convicción de
que ésta también es una de las cosas que la naturaleza quiere. Porque cual es la
juventud, la vejez, el crecimiento, la plenitud de la vida, el salir los dientes, la barba,
las canas, la fecundación, la preñez, el alumbramiento y las demás actividades
naturales que llevan las estaciones de la vida, tal es también tu propia disolución. Por
consiguiente, es propio de un hombre dotado de razón comportarse ante la muerte no
con hostilidad, ni con vehemencia, ni con orgullo, sino aguardarla como una más de
las actividades naturales. Y, al igual que tú aguardas el momento en que salga del
vientre de tu mujer el recién nacido, así también aguarda la hora en que tu alma se
desprenderá de esa envoltura. Y si también quieres una regla vulgar, que calle en tu
corazón, sobre todo te pondrá en buena disposición ante la muerte la consideración
relativa a aquellos objetos de los cuales vas a separarte y con cuyas costumbres (tu
alma)[139] ya no estará mezclada. Porque en absoluto es preciso chocar con ellos, sino
preocuparse de ellos y soportarlos con dulzura; recuerda, sin embargo, que te verás
libre de unos hombres que no tienen los mismos principios que tú. Porque tan sólo
esto, si es que se da, podría arrastrarte y retenerte en la vida, a saber, que se te
permitiera convivir con los que conservan los mismos principios que tú. Pero ahora
estás viendo cuánto malestar se da en la discordia de la vida en común, hasta el punto
de que puedes decir: «¡Ojalá llegaras cuanto antes, oh muerte, no vaya a ser que
también yo me olvide de mí mismo!»
4. El que peca, peca contra sí mismo; el que comete una injusticia, contra sí la
comete, y a sí mismo se daña.
5. Muchas veces comete injusticia el que nada hace, no sólo el que hace algo.
6. Es suficiente la opinión presente que capta lo real, la acción presente útil a la
comunidad y la presente disposición capaz de complacer a todo lo que acontece
procedente de una causa exterior.
7. Borrar la imaginación, contener el instinto, apagar el deseo, conservar en ti el
guía interior.
8. Una sola alma ha sido distribuida entre los animales irracionales, un alma
inteligente ha sido dividida entre los seres racionales, igualmente una es la tierra de
todos los seres terrestres y con una sola luz vemos y uno es el aire que respiramos
todos cuantos estamos dotados de vista y de vida.
9. Cuantos seres participan de algo en común, tienden afanosamente a lo que es
de su mismo género. Todo lo terrestre se inclina hacia la tierra, todo lo que es acuoso
confluye, de igual modo lo aéreo, hasta el punto de que se necesitan obstáculos y
violencia. El fuego tiende hacia lo alto debido al fuego elemental, y está hasta tal
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extremo dispuesto a prender con todo fuego de aquí, que toda materia, aunque esté
bien poco seca, es fácilmente inflamable por el hecho de estar menos mezclada con lo
que impide su ignición. Y consecuentemente, todo lo que participa de la naturaleza
intelectiva tiende con afán hacia su semejante de igual manera o incluso más. Porque,
cuanto más aventajado es un ser respecto a los demás, tanto más dispuesto se halla a
mezclarse y confundirse con su semejante. Por ejemplo, al punto se descubren entre
los seres irracionales enjambres, rebaños, crías recién nacidas, y algo parecido a
relaciones amorosas; porque también aquí hay almas, y la trabazón se encuentra más
extendida en los seres superiores, cosa que no ocurre, ni en las plantas, ni en las
piedras, o en los troncos. Y entre los seres racionales se encuentran constituciones,
amistades, familias, reuniones y, en las guerras, alianzas y treguas. Y en los seres
todavía superiores, incluso en cierto modo separados, subsiste una unidad, como
entre los astros. De igual modo, la progresión hacia lo superior puede producir
simpatía, incluso entre seres distanciados.
Observa, pues, lo que ocurre ahora: únicamente los seres dotados de inteligencia
han olvidado ahora el afán y la inclinación mutua, y tan sólo aquí no se contempla esa
confluencia. Pero a pesar de sus intentos de huida, son reagrupados, porque
prevalece[140] la naturaleza. Y comprenderás lo que digo si estás a la expectativa. Se
encontraría más rápidamente un objeto terrestre sin conexión alguna con un objeto
terrestre que un hombre separado del hombre.
10. Produce su fruto el hombre, Dios y el mundo; cada uno lo produce en su
propia estación. Pero si habitualmente el término en sentido propio se ha usado
aplicado a la vid y plantas análogas, no tiene importancia. La razón tiene también un
fruto común y particular, y del mismo fruto nacen otros semejantes como la propia
razón.
11. Si puedes, dale otra enseñanza; pero si no, recuerda que se te ha concedido la
benevolencia para este fin. También los dioses son benévolos con las personas de
estas características. Y en ciertas facetas colaboran con ellos para conseguir la salud,
la riqueza, la fama. ¡Hasta tal extremo llega su bondad! También tú tienes esta
posibilidad; o dime, ¿quién te lo impide?
12. Esfuérzate no como un desventurado ni como quien quiere ser compadecido o
admirado; antes bien, sea tu único deseo ponerte en movimiento y detenerte como lo
estima justo la razón de la ciudad.
13. Hoy me he librado de toda circunstancia difícil, mejor dicho, eché fuera de mí
todo engorro, porque éste no estaba fuera de mí sino dentro, en mis opiniones.
14. Todo es lo mismo[141]; habitual por la experiencia, efímero por el tiempo y
ruin por su materia. Todo ahora acontece como en tiempo de aquellos a quienes ya
sepultamos.
15. Las cosas permanecen estáticas fuera de las puertas, ensimismadas, sin saber
ni manifestar nada acerca de sí mismas. ¿Qué, pues, hace afirmaciones acerca de
ellas? El guía interior.
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16. No radica el mal y el bien en el sufrimiento, sino en la actividad del ser
racional y social, como tampoco su excelencia y su defecto están en el sufrimiento,
sino en la acción.
17. A la piedra arrojada hacia lo alto, ni la perjudica el descenso ni tampoco el
ascenso.
18. Penetra en su guía interior, y verás qué jueces temes, qué clase de jueces son
respecto a sí mismos.
19. Todo está en transformación; tú también estás en continua alteración y, en
cierto modo, destrucción, e igualmente el mundo entero.
20. Es preciso dejar allí el fallo ajeno.
21. La suspensión de una actividad, el reposo y algo así como la muerte de un
instinto, de una opinión, no son ningún mal. Pasa ahora a las edades, por ejemplo, la
niñez, la adolescencia, la juventud, la vejez; porque también todo cambio de éstas es
una muerte. ¿Acaso es terrible? Pasa ahora a la etapa de tu vida que pasaste sometido
a tu abuelo, luego bajo la autoridad de tu madre y a continuación bajo la autoridad de
tu padre[142]. Y al encontrarte con otras muchas destrucciones, cambios e
interrupciones, hazte esta pregunta: ¿Acaso es terrible? Así pues, tampoco lo es el
cese de tu vida entera, el reposo y el cambio.
22. Corre al encuentro de tu guía interior, del guía del conjunto universal y del de
éste. Del tuyo, para que hagas de él una justa inteligencia; del que corresponde al
conjunto universal, para que rememores de quién formas parte; del de éste, para que
sepas si existe ignorancia o reflexión en él, y, al mismo tiempo, consideres que es tu
pariente.
23. Al igual que tú mismo eres un miembro complementario del sistema social,
así también toda tu actividad sea complemento de la vida social. Por consiguiente,
toda actividad tuya que no se relacione, de cerca o de lejos, con el fin común,
trastorna la vida y no permite que exista unidad, y es revolucionaria, de igual modo
que en el pueblo el que retira su aportación personal a la armonía común.
24. Enfados y juegos de niños, «frágiles almas que transportan cadáveres»[143]
como para que más claramente pueda impresionamos lo de «la evocación de los
muertos»[144].
25. Vete en busca de la cualidad del agente y contémplalo separado de la materia;
luego, delimita también el tiempo máximo, que es natural que subsista el objeto
individual.
26. Has soportado infinidad de males por no haberte resignado a que tu guía
interior desempeñara la misión por la que ha sido constituido. Pero ya basta.
27. Siempre que otro te vitupere, odie, o profieran palabras semejantes, penetra en
sus pobres almas, adéntrate en ellas y observa qué clase de gente son. Verás que no
debes angustiarte por lo que esos piensen de ti. Sin embargo, hay que ser benevolente
con ellos, porque son, por naturaleza, tus amigos. Ε incluso los dioses les dan ayuda
total, por medio de sueños, oráculos, para que, a pesar de todo, consigan aquellas
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cosas que motivan en ellos desavenencias.
28. Éstas son las rotaciones del mundo, de arriba abajo, de siglo en siglo. Y, o
bien la inteligencia del conjunto universal impulsa a cada uno, hecho que, si se da,
debes acoger en su impulso; o bien de una sola vez dio el impulso, y lo restante se
sigue, por consecuencia… Pues, en cierto modo, son átomos o cosas indivisibles[145].
Y, en suma, si hay Dios, todo va bien; si todo discurre por azar, no te dejes llevar
también tú al azar.
Pronto nos cubrirá a todos nosotros la tierra, luego también ella se transformará y
aquellas cosas se transformarán hasta el infinito y así sucesivamente. Con que si se
toma en consideración el oleaje de las transformaciones y alteraciones y su rapidez,
se menospreciará todo lo mortal.
29. La causa del conjunto universal es un torrente impetuoso. Todo lo arrastra.
¡Cuán vulgares son esos hombrecillos que se dedican a los asuntos ciudadanos y, en
su opinión, a la manera de filósofos! Llenos están de mocos. ¿Y entonces qué, buen
amigo? Haz lo que ahora reclama la naturaleza. Emprende tu cometido, si se te
permite, y no repares en si alguien lo sabrá. No tengas esperanza en la constitución de
Platón; antes bien, confórmate, si progresas en el mínimo detalle, y piensa que este
resultado no es una insignificancia. Porque, ¿quién cambiará sus convicciones? Y
excluyendo el cambio de convicciones, ¿qué otra cosa existe sino esclavitud de gente
que gime y que finge obedecer? Ve ahora y cítame a Alejandro, Filipo y Demetrio
Falereo[146]. Yo les seguiré si han comprendido cuál era el deseo de la naturaleza
común y se han educado ellos mismos. Pero si representaron tragedias, nadie me ha
condenado a imitarles. Sencilla y respetable es la misión de la filosofía. No me
induzcas a la vanidad.
30. Contempla desde arriba innumerables rebaños, infinidad de ritos y todo tipo
de travesía marítima en medio de tempestades y bonanza, diversidad de seres que
nacen, conviven y se van. Reflexiona también sobre la vida por otros vivida tiempo
ha, sobre la que vivirán con posterioridad a ti y sobre la que actualmente viven en los
pueblos extranjeros; y cuántos hombres ni siquiera conocen tu nombre y cuántos lo
olvidarán rapidísimamente y cuántos, que tal vez ahora te elogian, muy pronto te
vituperarán; y cómo ni el recuerdo ni la fama, ni, en suma, ninguna otra cosa merece
ser mencionada.
31. Imperturbabilidad con respecto a lo que acontece como resultado de una causa
exterior y justicia en las cosas que se producen por una causa que de ti proviene. Es
decir, instintos y acciones que desembocan en el mismo objetivo: obrar de acuerdo
con el bien común, en la convicción de que esta tarea es acorde con tu naturaleza.
32. Puedes acabar con muchas cosas superfluas, que se encuentran todas ellas en
tu imaginación. Y conseguirás desde este momento un inmenso y amplio campo para
ti, abarcando con el pensamiento todo el mundo, reflexionando sobre el tiempo
infinito y pensando en la rápida transformación de cada cosa en particular, cuán breve
es el tiempo que separa el nacimiento de la disolución, cuán inmenso el período
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anterior al nacimiento y cuán ilimitado igualmente el período que seguirá a la
disolución.
33. Todo cuanto ves, muy pronto será destruido y los que han visto la destrucción
dentro de muy poco serán también destruidos; y el que murió en la vejez extrema
acabará igual que el que murió prematuramente.
34. Cuáles son sus guías rectores y en qué se afanan y por qué razones aman y
estiman. Acostúmbrate a mirar sus pequeñas almas desnudas. Cuando piensan
perjudicarte con vituperios o favorecerte celebrándote, ¡cuánta pretensión!
35. La pérdida no es otra cosa que una transformación. Y en eso se regocija la
naturaleza del conjunto universal; según ella, todo sucede desde la eternidad, sucedía
de la misma forma y otro tanto sucederá hasta el infinito. ¿Por qué, pues, dices que
todas las cosas se produjeron mal, que así seguirán siempre y que, entre tan gran
número de dioses, ningún poder se ha encontrado nunca para corregir esos defectos,
sino que el mundo está condenado a estar inmerso en males incesantes?
36. La podredumbre de la materia que subyace en cada cosa es agua, polvo,
huesecillos, suciedad. O de nuevo: los mármoles son callosidades de la tierra;
sedimentos, el oro, la plata; el vestido, diminutos pelos; la púrpura, sangre, y otro
tanto todo lo demás. También el hálito vital es algo semejante, y se transforma de esto
en aquello.
37. Basta de vida miserable, de murmuraciones, de astucias. ¿Por qué te turbas?,
¿qué novedad hay en eso?, ¿qué te pone fuera de ti? ¿La causa? Examínala. ¿La
materia? Examínala. Fuera de eso nada existe. Mas, a partir de ahora, sea tu relación
con los dioses de una vez más sencilla y mejor. Lo mismo da haber indagado eso
durante cien años que durante tres[147].
38. Si pecó, allí está su mal. Pero tal vez no pecó.
39. O bien todo acontece como para un solo cuerpo procedente de una sola fuente
intelectiva, y no es preciso que la parte se queje de lo que sucede en favor del
conjunto universal; o bien sólo hay átomos y ninguna otra cosa sino confusión y
dispersión. ¿Por qué, pues, te turbas? Dile a tu guía interior: «Has muerto, has sido
destruido, te has convertido en bestia, interpretas un papel, formas parte de un rebaño,
pastas.»
40. O nada pueden los dioses o tienen poder. Si efectivamente no tienen poder,
¿por qué suplicas? Y si lo tienen, ¿por qué no les pides precisamente que te concedan
el no temer nada de eso, ni desear nada de eso, ni afligirte por ninguna de esas cosas,
antes que pedirles que no sobrevenga o sobrevenga alguna de esas cosas? Porque, sin
duda, si pueden colaborar con los hombres, también en eso pueden colaborar. Pero
posiblemente dirás: «En mis manos los dioses depositaron esas cosas.» Entonces, ¿no
es mejor usar lo que está en tus manos con libertad que disputar con esclavitud y
torpeza con lo que no depende de ti? ¿Y quién te ha dicho que los dioses no cooperan
tampoco en las cosas que dependen de nosotros? Empieza, pues, a suplicarles acerca
de estas cosas, y verás. Éste les pide: «¿Cómo conseguiré acostarme con aquélla?»
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Tú: «¿Cómo dejar de desear acostarme con aquélla?» Otro: «¿Cómo me puedo librar
de ese individuo?» Tú: «¿Cómo no desear librarme de él?» Otro: «¿Cómo no perder
mi hijito?» Tú: «¿Cómo no sentir miedo de perderlo?» En suma, cambia tus súplicas
en este sentido y observa los resultados.
41. Epicuro[148], dice: «En el curso de mi enfermedad no tenía conversaciones
acerca de mis sufrimientos corporales, ni con mis visitantes, añade, tenía charlas de
este tipo, sino que seguía ocupándome de los principios relativos a asuntos naturales,
y, además de eso, de ver cómo la inteligencia, si bien participa de las conmociones
que afectan a la carne, sigue imperturbable atendiendo a su propio bien; tampoco
daba a los médicos, afirma, oportunidad de pavonearse de su aportación, sino que mi
vida discurría feliz y noblemente.»
En consecuencia, procede igual que aquél, en la enfermedad, si enfermas, y en
cualquier otra circunstancia. Porque el no apartarse de la filosofía en cualquier
circunstancia que sobrevenga, y el no chismorrear con el profano el estudioso de la
naturaleza, es precepto común a toda escuela[149]…, dedicarse únicamente a lo que
ahora se está haciendo y al instrumento gracias al cual actúa.
42. Siempre que tropieces con la desvergüenza de alguien, de inmediato
pregúntate: «¿Puede realmente dejar de haber desvergonzados en el mundo?» No es
posible. No pidas, pues, imposibles, porque ése es uno de aquellos desvergonzados
que necesariamente debe existir en el mundo. Ten a mano también esta consideración
respecto a un malvado, a una persona desleal y respecto a todo tipo de delincuente.
Pues, en el preciso momento que recuerdes que la estirpe de gente así es imposible
que no exista, serás más benévolo con cada uno en particular. Muy útil es también
pensar en seguida qué virtud concedió la naturaleza al hombre para remediar esos
fallos. Porque le concedió, como antídoto, contra el hombre ignorante, la
mansedumbre, y contra otro defecto, otro remedio posible. Y, en suma, tienes
posibilidad de encauzar con tus enseñanzas al descarriado, porque todo pecador se
desvía y falla su objetivo y anda sin rumbo. ¿Y en qué has sido perjudicado? Porque a
ninguno de esos con los que te exasperas, encontrarás, a ninguno que te haya hecho
un daño tal que, por su culpa, tu inteligencia se haya deteriorado. Y tu mal y tu
perjuicio tienen aquí toda su base. ¿Y qué tiene de malo o extraño que la persona sin
educación haga cosas propias de un ineducado? Procura que no debas inculparte más
a ti mismo por no haber previsto que ése cometería ese fallo, porque tú disponías de
recursos suministrados por la razón para cerciorarte de que es natural que ése
cometiera ese fallo; y a pesar de tu olvido, te sorprendes de su error. Y sobre todo,
siempre que censures a alguien como desleal o ingrato, recógete en ti mismo. Porque
obviamente tuyo es el fallo si has confiado que tenía tal disposición, que iba a
guardarte fidelidad, o si, al otorgarle un favor, no se lo concediste de buena gana, ni
de manera que pudiese obtener al punto de tu acción misma todo el fruto. Pues, ¿qué
más quieres al beneficiar a un hombre? ¿No te basta con haber obrado conforme a tu
naturaleza, sino que buscas una recompensa? Como si el ojo reclamase alguna
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recompensa porque ve, o los pies porque caminan. Porque, al igual que estos
miembros han sido hechos para una función concreta, y al ejecutar ésta de acuerdo
con su particular constitución, cumplen su misión peculiar, así también el hombre,
bienhechor por naturaleza, siempre que haga una acción benéfica o simplemente
coopere en cosas indiferentes, también obtiene su propio fin.
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LIBRO X
1. ¿Serás algún día, alma mía, buena, sencilla, única, desnuda, más patente que el
cuerpo que te circunda? ¿Probarás algún día la disposición que te incita a amar y
querer? ¿Serás algún día colmada, te hallarás sin necesidades, sin echar nada de
menos, sin ambicionar nada, ni animado ni inanimado, para disfrute de tus placeres,
sin desear siquiera un plazo de tiempo en el transcurso del cual prolongues tu
diversión, ni tampoco un lugar, una región, un aire más apacible, ni una buena
armonía entre los hombres? ¿Te conformarás con tu presente disposición, estarás
satisfecha con todas tus circunstancias presentes, te convencerás a ti misma de que
todo te va bien y te sobreviene enviado por los dioses, y asimismo, de que te será
favorable todo cuanto a ellos les es grato y cuanto tienen intención de conceder para
salvaguardar al ser perfecto, bueno, justo y bello, que todo lo genera, que contiene,
circunda y abarca todo lo que, una vez disuelto, generará otras cosas semejantes?
¿Serás tú algún día tal, que puedas convivir como ciudadano, con los dioses y con los
hombres, hasta el extremo de no hacerles ninguna censura ni ser condenado por
ellos?
2. Observa atentamente qué reclama tu naturaleza, en la convicción de que sólo
ella te gobierna; a continuación, ponlo en práctica y acéptalo, si es que no va en
detrimento de tu naturaleza, en tanto que ser vivo. Seguidamente, debes observar qué
reclama tu naturaleza, en tanto que ser vivo, y de todo eso debes apropiarte, a no ser
que vaya en detrimento de tu naturaleza, en tanto que ser racional. Y lo racional es
como consecuencia inmediata sociable. Sírvete, pues, de esas reglas y no te
preocupes de más.
3. Todo lo que acontece, o bien acontece de tal modo que estás capacitado por
naturaleza para soportarlo, o bien te halla sin dotes naturales para soportarlo. Si, pues,
te acontece algo que por naturaleza puedes soportar, no te molestes; al contrario, ya
que tienes dotes naturales, sopórtalo. Pero si te acontece algo que no puedes por
naturaleza soportar, tampoco te molestes, pues antes te consumirá. Sin embargo, ten
presente que tienes dotes naturales para soportar todo aquello acerca de lo cual
depende de tu opinión hacerlo soportable y tolerable, en la idea de que es interesante
para ti y te conviene obrar así.
4. Si tiene un desliz, instrúyele benévolamente e indícale su negligencia. Mas si
eres incapaz, recrimínate a ti mismo, o ni siquiera a ti mismo.
5. Cualquier cosa que te acontezca, desde la eternidad estaba preestablecida para
ti, y la concatenación de causas ha entrelazado desde siempre tu subsistencia con este
acontecimiento.
6. Existan átomos o naturaleza, admítase de entrada que soy parte del conjunto
universal que gobierna la naturaleza; luego, que tengo cierto parentesco con las partes
que son de mi mismo género. Porque, teniendo esto presente, en tanto que soy parte,
no me contrariaré con nada de lo que me es asignado por el conjunto universal.
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Porque éste nada tiene que no convenga a sí mismo, dado que todas las naturalezas
tienen esto en común y, sin embargo, la naturaleza del mundo se ha arrogado el
privilegio de no ser obligada por ninguna causa externa a generar nada que a sí
misma perjudique. Precisamente, teniendo esto presente, a saber, que soy parte de un
conjunto universal de tales características, acogeré gustoso todo suceso. Y en la
medida en que tengo cierto parentesco con las partes de mi misma condición, nada
contrario a la comunidad ejecutaré, sino que más bien mi objetivo tenderá hacia mis
semejantes, y hacia lo que es provechoso a la comunidad encaminaré todos mis
esfuerzos, absteniéndome de lo contrario. Y si así se cumplen estas premisas,
forzosamente mi vida tendrá un curso feliz, del mismo modo que también tú
concebirías próspera la vida de un ciudadano que transcurriese entre actividades
útiles a los ciudadanos y que aceptase gustosamente el cometido que la ciudad le
asignase.
7. Es absolutamente necesario que se destruyan las partes del conjunto universal,
cuantas, por naturaleza[150], incluye el mundo. Pero entiéndase esto en el sentido de
«alterarse». Y si por naturaleza fuera un mal esta necesidad para aquellas partes, no
discurriría bien el conjunto universal, dado que sus partes tenderían a alterarse y
estarían dispuestas de diversas maneras a ser destruidas. Porque, ¿acaso la naturaleza
por sí misma, trató de dañar a sus propias partes, dejándolas expuestas a caer en el
mal e inclinadas necesariamente a hacer el mal, o bien le han surgido así sin darse
cuenta? Ni una ni otra cosa merecen crédito.
Pero si alguien que partiera precisamente de la naturaleza, explicara estas cosas a
tenor de su constitución natural, sería ridículo que manifestara que las partes del
conjunto universal han nacido a la vez para transformarse y, al mismo tiempo, se
sorprendiera como de un accidente contrario a la naturaleza, o bien se irritara de ello,
sobre todo, cuando la disolución se produce con vistas a la liberación de los
elementos constitutivos de cada ser. Pues o bien se trata de una dispersión de
elementos, a partir de los cuales fue compuesto, o bien es una vuelta de lo que es
sólido en tierra, de lo que es hálito vital en aire, de modo que estos elementos puedan
ser reasumidos en la razón del conjunto universal, tanto si periódicamente se da la
conflagración en él, como si se renueva con cambios sempiternos. Y no te imagines
los elementos sólidos y volátiles como existentes desde una primera generación,
porque todos éstos alcanzaron el flujo ayer o anteayer gracias a los alimentos y a la
respiración del aire. En consecuencia, se transforma aquello que se adquirió, no lo
que la madre dio a luz. Suponte también que aquello te vincula en exceso a tu
individualidad; en absoluto, pienso, se contradice con lo que acabo de decir.
8. Después de asignarte estos nombres: bueno, reservado, veraz, prudente,
condescendiente, magnánimo, procura no cambiar nunca de nombre, y, si perdieras
dichos nombres, emprende su búsqueda a toda prisa. Y ten presente que el término
«prudente» pretendía significar en ti la atención para captar cabalmente cada cosa y la
ausencia de negligencia; el término «condescendiente», la voluntaria aceptación de lo
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que asigna la naturaleza común; «magnánimo», la supremacía de la parte pensante
sobre las convulsiones suaves o violentas de la carne, sobre la vanagloria, la muerte y
todas las cosas de esta índole. Por tanto, caso de que te mantengas en la posesión de
estos nombres, sin anhelar ser llamado con ellos por otros, serás diferente y entrarás
en una vida nueva. Porque el continuar siendo todavía tal cual has sido hasta ahora, y
en una vida como ésta, ser desgarrado y mancillado, es demasiado propio de un ser
insensato, apegado a la vida y semejante a los gladiadores semidevorados que,
cubiertos de heridas y de sangre mezclada con polvo, a pesar de eso, reclaman ser
conservados para el día siguiente, a fin de ser arrojados en el mismo estado a las
mismas garras y mordeduras. Embárcate, pues, en la obtención de estos pocos
nombres. Y si consigues permanecer en ellos, quédate allí, como transportado a unas
islas de los bienaventurados. Pero si te das cuenta de que fracasas y no impones tu
autoridad, vete con confianza a algún rincón, donde consigas dominar, o bien,
abandona definitivamente la vida, no con despecho, sino con sencillez, libre y
modestamente, habiendo hecho, al menos, esta única cosa en la vida: salir de ella así.
Sin embargo, para recordar estos nombres, gran colaboración te proporcionará el
recuerdo de los dioses, y también que a ellos no les gusta ser adulados, sino que todos
los seres racionales se les asemejen; que la higuera haga lo propio de la higuera, el
perro lo propio del perro, la abeja lo propio de la abeja y el hombre lo propio del
hombre.
9. La farsa, la guerra, el temor, la estupidez, la esclavitud, irán borrando, día a día,
aquellos principios sagrados que tú, hombre estudioso de la naturaleza, te imaginas y
acatas. Preciso es que todo lo mires y hagas de tal modo, que simultáneamente
cumplas lo que es dificultoso y a la vez pongas en práctica lo teórico; y conserves el
orgullo, procedente del conocimiento de cada cosa, disimulado, pero no secreto.
Porque, ¿cuándo gozarás de la simplicidad?, ¿cuándo de la gravedad?, ¿cuándo del
conocimiento de cada cosa?, ¿y qué es en esencia, qué puesto ocupa en el mundo y
cuánto tiempo está dispuesto por la naturaleza que subsista, y qué elementos la
componen?, ¿a quiénes puede pertenecer?, ¿quiénes pueden otorgarla y quitarla?
10. Una pequeña araña se enorgullece de haber cazado una mosca; otro, un
lebrato; otro, una sardina en la red; otro, cochinillos; otro, osos; y el otro,
Sármatas[151]. ¿No son todos ellos unos bandidos, si examinas atentamente sus
principios?
11. Adquiere un método para contemplar cómo todas las cosas se transforman,
unas en otras, y sin cesar aplícate y ejercítate en este punto particular, porque nada es
tan apto para infundir magnanimidad. Se ha despojado de su cuerpo y después de
concluir que cuanto antes deberá abandonar todas estas cosas y alejarse de los
hombres, se entrega enteramente a la justicia en las actividades que dependen de él, y
a la naturaleza del conjunto universal en los demás sucesos. Qué se dirá de él, o qué
se imaginará, o qué se hará contra él, no se le ocurre pensarlo, conformándose con
estas dos cosas: hacer con rectitud lo que actualmente le ocupa y amar la parte que
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ahora se le asigna, renunciando a toda actividad y afán. Y no quiere otra cosa que no
sea cumplir con rectitud según la ley y seguir a Dios que marcha por el recto camino.
12. ¿Qué necesidad de recelos, cuando te es posible examinar qué debes hacer, y,
caso de que lo veas en su conjunto, caminar por esta senda benévolamente y sin
volver la mirada atrás? Mas, en caso contrario, detente y recurre a los mejores
consejeros; y en el caso de que otras diversas trabas obstaculicen la misión a la que te
encaminas, sigue adelante según los recursos a tu alcance, teniendo muy presente en
tus cálculos lo que te parece justo. Porque lo mejor es alcanzar este objetivo, dado
que apartarse de él es ciertamente fracaso. Tranquilo a la vez que resuelto, alegre a la
par que consistente, es el hombre que en todo sigue la razón.
13. Tan pronto como despiertes de tu sueño, pregúntate: «¿Te importará que otro
te reproche[152] acciones justas y buenas?». No te importará. ¿Tienes olvidado cómo
esos que alardean con alabanzas y censuras a otros se comportan en la cama y en la
mesa, qué cosas hacen, qué evitan, qué persiguen, qué roban, qué arrebatan, no con
sus manos y pies, sino con la parte más valiosa de su ser, de la que nacen, siempre
que se quiera, confianza, pudor, verdad, ley y una buena divinidad?[153].
14. A la naturaleza que todo lo da y lo recobra, dice el hombre educado y
respetuoso: «Dame lo que quieras, recobra lo que quieras.» Y esto lo dice, no
envalentonado, sino únicamente por sumisión y benevolencia con ella.
15. Poco es lo que te queda. Vive como en un monte, pues nada importa el allí o
aquí, caso de que por todas partes viva uno en el mundo como en su ciudad. Vean,
estudien los hombres a un hombre que vive de verdad en consonancia con la
naturaleza. Si no te soportan, que te maten. Porque mejor es morir que vivir así.
16. No sigas discutiendo ya acerca de qué tipo de cualidades debe reunir el
hombre bueno, sino trata de serlo.
17. Imagínate sin cesar la eternidad en su conjunto y la sustancia, y que todas las
cosas en particular son, respecto a la sustancia, como un grano de higo, y, respecto al
tiempo, como un giro de trépano.
18. Detente en cada una de las cosas que existen, y concíbela ya en estado de
disolución y transformación, y cómo evoluciona a la putrefacción o dispersión, o bien
piensa que cada cosa ha nacido para morir.
19. ¡Cómo son cuando comen, duermen, copulan, evacúan, y en lo demás! Luego,
¡cómo son cuando se muestran altivos y orgullosos, o cuando se enfadan y, basándose
en su superioridad, humillan! Poco ha eran esclavos de cuántos y por qué cosas. Y
dentro de poco se encontrarán en circunstancias parecidas.
20. Conviene a cada uno lo que le aporta la naturaleza del conjunto universal, y
conviene precisamente en el momento en que aquélla lo aporta.
21. La tierra desea la lluvia; la desea también el venerable aire[154]. También el
mundo desea hacer lo que debe acontecer. Digo, pues, al mundo: Mis deseos son los
tuyos. ¿No lo dice aquella frase proverbial: «eso desea llegar a ser»?
22. O bien vives aquí, a lo que ya estás acostumbrado, o te alejas, que es lo que
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querías, o mueres, y has cumplido tu misión. Fuera de eso, nada más existe. Por
consiguiente, ten buen ánimo.
23. Sea claro para ti que eso es como la preciada campiña; y cómo todo lo de aquí
es igual a lo que está en el campo o en el monte o en la costa o donde quieras. Pues te
tropezarás con las palabras de Platón: «Rodeado de un cerco en el monte, dice, y
ordeñando un rebaño balador»[155].
24. ¿Qué significa para mí mi guía interior?, ¿y qué hago de él ahora, y para qué
lo utilizo actualmente? ¿Por ventura está vacío de inteligencia, desvinculado, y
arrancado de la comunidad, fundido y mezclado con la carne, hasta el punto de poder
modificarse con ésta?
25. El que rehúye a su señor es un desertor. La ley es nuestro señor, y el que la
transgrede es un desertor. Y a la vez, también quien se aflige, irrita o teme, no quiere
que haya sucedido, suceda o vaya a sucederle una cosa de las que han sido ordenadas
por el que gobierna todas las cosas, que es la ley que distribuye todo cuanto atañe a
cada uno. Por tanto, el que teme, se aflige o irrita es un desertor.
26. Depositó el semen en la matriz y se retiró; a partir de este momento otra causa
intervino elaborando y perfeccionando el feto. Es tal cual corresponde a su
procedencia. A su vez, se hace discurrir el alimento a través de la garganta y, a
continuación, otra causa interviene y produce la sensación, el instinto y, en suma, la
vida, el vigor físico y todas las demás facultades. Así pues, contempla estos sucesos
que se producen en tal secreto y observa su poder, de la misma manera que nosotros
vemos el poder que inclina los cuerpos hacia abajo y los hace subir, no con los ojos,
pero no por eso con menor claridad.
27. Reflexiona sin cesar en cómo todas las cosas, tal como ahora se producen,
también antes se produjeron. Piensa también que seguirán produciéndose en el futuro.
Y ponte ante los ojos todos los dramas y escenas semejantes que has conocido por
propia experiencia o por narraciones históricas más antiguas, como, por ejemplo, toda
la corte de Adriano, toda la corte de Antonino, toda la corte de Filipo, de Alejandro,
de Creso. Todos aquellos espectáculos tenían las mismas características, sólo que con
otros actores.
28. Imagínate que todo aquel que se aflige por cualquier cosa, o que de mal
talante la acoge, se asemeja a un cochinillo al sacrificarle, que cocea y gruñe. Igual
procede también el hombre que se lamenta, a solas y en silencio, de nuestras ataduras
sobre un pequeño lecho. Piensa también que tan sólo al ser racional se le ha
concedido la facultad de acomodarse de buen grado a los acontecimientos, y
acomodarse, a secas, es necesario a todos.
29. Detente particularmente en cada una de las acciones que haces y pregúntate si
la muerte es terrible porque te priva de eso.
30. Siempre que tropieces con un fallo de otro, al punto cambia de lugar y piensa
qué falta semejante tú cometes; por ejemplo, al considerar que el dinero es un bien, o
el placer, o la fama, o bien otras cosas de este estilo. Porque si te aplicas a esto,
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rápidamente olvidarás el enojo, al caer en la cuenta de que se ve forzado. Pues, ¿qué
va a hacer? O bien, si puedes, libérale de la violencia.
31. Al ver a Satirón, Eutiques o Himen, imagínate a un socrático; y al ver a
Eufrates, imagínate a Eutiquión o Silvano; al ver a Alcifrón, imagínate a
Tropeóforo[156]; y al ver a Jenofonte, imagínate a Critón[157] o Severo; vuelve
también los ojos sobre ti mismo e imagínate a uno de los Césares; y sobre cada uno
de ellos imagina paralelamente. A continuación, sobrevenga a tu pensamiento la
siguiente consideración: ¿Dónde, pues, están aquéllos? En ninguna parte o en
cualquier lugar. Pues de esta manera contemplarás constantemente que las cosas
humanas son humo y nada, sobre todo si recuerdas que lo que se transforma una sola
vez ya no volverá en el tiempo infinito. ¿A qué, pues, te esfuerzas? ¿Por qué no te
basta traspasar este breve período de tiempo decorosamente? ¡Qué materia y qué
tema rehúyes! Porque, ¿qué otra cosa es todo sino ejercicios de la razón que ha visto
exactamente y según la ciencia de la naturaleza las vicisitudes de la vida? Persiste,
pues, hasta que te hayas familiarizado también con estas consideraciones, al igual que
el estómago fuerte asimila todos los alimentos, como el fuego brillante reduce a llama
y resplandor cualquier cosa que le eches.
32. A nadie le sea posible decir de ti con verdad que no eres hombre sencillo y
bueno. Por el contrario, mienta todo el que imagine algo semejante de ti. Y todo esto
de ti depende. Pues, ¿quién te impide ser sencillo y bueno? Tú toma sólo la decisión
de no seguir viviendo, si no logras ser un hombre así, pues la razón no te coacciona a
vivir, si no reúnes estas cualidades.
33. ¿Qué es lo que puede hacerse o decirse sobre esta materia de la manera más
sana? Porque, sea lo que fuere, es posible hacerlo o decirlo, y no pretextes que te
ponen impedimentos. No cesarás de gemir hasta que hayas experimentado que, al
igual que la molicie corresponde a los que se entregan a los placeres, a ti te incumbe
hacer lo que es propio de la condición humana sobre la materia sugerida y que se te
presente. Porque es preciso considerar como disfrute todo lo que te es posible
ejecutar de acuerdo con tu particular naturaleza; y en todas partes te es posible. En
efecto, no se permite al cilindro desarrollar por todas partes su movimiento particular,
tampoco se le permite al agua, ni al fuego, ni a los demás objetos que son rígidos por
una naturaleza o alma carente de razón. Porque son muchas las trabas que los retienen
y contienen. Sin embargo, la inteligencia y la razón pueden traspasar todo obstáculo
de conformidad con sus dotes naturales y sus deseos. Ponte delante de los ojos esta
facilidad, según la cual la razón cruzará todos los obstáculos, al igual que el fuego
sube, la piedra baja, el cilindro se desliza por una pendiente, y ya nada más indagues.
Porque los demás obstáculos, o bien pertenecen al cuerpo, al cadáver, o, sin una
opinión y concesión de la misma razón, ni hieren ni hacen daño alguno, con que
ciertamente el que lo sufriera, se haría al punto malo. Por consiguiente, en todas las
demás constituciones cualquier mal que acontezca a alguna de ellas, deteriora al que
lo sufre. En este caso, si hay que decirlo, el hombre mejora y se hace más merecedor
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de elogio, si utiliza correctamente las adversidades. En suma, ten presente que lo que
no perjudica a la ciudad, tampoco perjudica en absoluto a su ciudadano natural, al
igual que lo que no perjudica a la ley, tampoco perjudica a la ciudad. Ahora bien, de
estos llamados infortunios ninguno perjudica a la ley. Consecuentemente, lo que no
perjudica a la ley, tampoco al ciudadano ni a la ciudad.
34. Bástanle a la persona mordida[158] por los verdaderos principios la mínima
palabra y la más coloquial para sugerirle ausencia de aflicción y de temor. Por
ejemplo:
Desparrama por el suelo el viento las hojas,
así también la generación de los hombres[159].
Pequeñas hojas son también tus hijitos, hojitas asimismo estos pequeños seres que te
aclaman sinceramente y te exaltan, o bien por el contrario te maldicen, o en secreto te
censuran y se burlan de ti, y hojitas igualmente los que recibirán tu fama póstuma.
Porque todo esto
resurge en la estación primaveral.
Luego, el viento las derriba; a continuación, otra maleza brota en sustitución de
ésta. Común a todas las cosas es la fugacidad. Pero tú todo lo rehúyes y persigues
como si fuera a ser eterno. Dentro de poco también tú cerrarás los ojos, y otro
entonces llorará al que a ti te dio sepultura.
35. Es preciso que el ojo sano vea todo lo visible y no diga: «quiero que eso sea
verde». Porque esto es propio de un hombre aquejado de oftalmía. Y el oído y el
olfato sanos deben estar dispuestos a percibir todo sonido y todo olor. Y el estómago
sano debe comportarse igual respecto a todos los alimentos, como la muela con
respecto a todas las cosas que le han sido dispuestas para moler. Por consiguiente,
también la inteligencia sana debe estar dispuesta a afrontar todo lo que le sobrevenga.
Y la que dice: «Sálvense mis hijos» y «alaben todos lo que haga» es un ojo que busca
lo verde, o dientes que reclaman lo tierno.
36. Nadie es tan afortunado que, en el momento de su muerte, no le acompañen
ciertas personas que acojan con gusto el funesto desenlace. Era diligente y sabio. En
último término habrá alguno que diga para sí: «Al fin vamos a respirar, libres de este
preceptor.» «Ciertamente, con ninguno de nosotros era severo, pero me daba cuenta
de que, tácitamente, nos condenaba». Esto, en efecto, se dirá respecto al hombre
diligente. Por lo que a nosotros se refiere, ¡cuántas y cuán diferentes razones existen
por las cuales muchos desean verse libres de nosotros! Esta reflexión te harás al
morir, y te irás de este mundo con ánimo bastante más plácido si te haces esas
consideraciones: «Me alejo de una vida tal, que en el curso de ella mis propios
colaboradores, por los que tanto luché, supliqué, sufrí desvelos, ellos mismos quieren
retirarme, confiados en la posibilidad de obtener cierta comodidad con mi partida.»
¿Por qué, pues, resistirse a una estancia más prolongada aquí? Mas no por eso te
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vayas con ánimo peor dispuesto con ellos; antes bien, conserva tu carácter propio,
amistoso, benévolo, favorable, y no, al revés, como si fueras arrancado, sino que, del
mismo modo que en una buena muerte el alma se desprende fácilmente del cuerpo,
así también debe producirse tu alejamiento de éstos. Porque con éstos la naturaleza te
ensambló y te mezcló íntimamente. «Pero ahora te separa.» Me separo como de mis
íntimos sin ofrecer resistencia, sin violencia. Porque también esto es uno de los
hechos conformes a la naturaleza.
37. En toda acción hecha por cualquiera, acostúmbrate, en la medida de tus
posibilidades, a preguntarte: «¿Con qué fin promueve ése esta acción?» Empieza por
ti mismo y a ti mismo en primer término examínate.
38. Ten presente que lo que te mueve como un títere es cierta fuerza oculta en tu
interior; esta fuerza es la elocuencia, es la vida, es, si hay que decirlo, el hombre.
Nunca la imagines confundida con el recipiente que la contiene ni con los miembros
modelados en tomo suyo. Porque son semejantes a los pequeños aparejos, y
únicamente diferentes, en tanto que son connaturales. Porque ninguna utilidad se
deriva de estas partes sin la causa que los mueve y da vigor superior a la que tiene la
lanzadera para la tejedora, la pluma para el escriba y el latiguillo para el conductor.
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LIBRO XI
1. Las propiedades del alma racional: se ve a sí misma, se analiza a sí misma, se
desarrolla como quiere, recoge ella misma el fruto que produce (porque los frutos de
las plantas y los productos de los animales otros los recogen), alcanza su propio fin,
en cualquier momento que se presente el término de su vida. No queda incompleta la
acción entera, caso de que se corte algún elemento, como en la danza, en la
representación teatral y en cosas semejantes, sino que en todas partes y dondequiera
que se la sorprenda, colma y cumple sin deficiencias su propósito, de modo que
puede afirmar: «Recojo lo mío.» Más aún, recorre el mundo entero, el vacío que lo
circunda y su forma; se extiende en la infinidad del tiempo, acoge en tomo suyo el
renacimiento periódico del conjunto universal, calcula y se da cuenta de que nada
nuevo verán nuestros descendientes, al igual que tampoco vieron nuestros
antepasados nada más extraordinario, sino que, en cierto modo, el cuarentón, por
poca inteligencia que tenga, ha visto todo el pasado y el futuro según la uniformidad
de las cosas. Propio también del alma racional es amar al prójimo, como también la
verdad y el pudor, y no sobrestimar nada por encima de sí misma, característica
también propia de la ley. Por tanto, como es natural, en nada difieren la recta razón y
la razón de la justicia.
2. Despreciarás un canto delicioso, una danza, el pancracio, si divides la tonada
melodiosa en cada uno de sus sones y respecto a cada uno te preguntas si éste te
cautiva; porque antes te sentirás irritado. Respecto a la danza, procede de modo
análogo en cada movimiento o figura. Y de igual modo respecto al pancracio. En
suma, exceptuando la virtud y lo que de ella deriva, acuérdate de correr en busca de
las cosas detalladamente y, con su análisis, tiende a su desprecio; transfiere también
esto mismo a tu vida entera.
3. ¡Cómo es el alma que se halla dispuesta, tanto si es preciso ya separarse del
cuerpo, o extinguirse, o dispersarse, o permanecer unida! Mas esta disposición, que
proceda de una decisión personal, no de una simple oposición, como los Cristianos,
sino fruto de una reflexión, de un modo serio y, para que pueda convencer a otro,
exenta de teatralidad.
4. ¿He realizado algo útil a la comunidad? En consecuencia, me he beneficiado.
Salga siempre a tu encuentro y ten a mano esta máxima, y nunca la abandones.
5. ¿Cuál es tu oficio? Ser bueno. Y ¿cómo se consigue serlo, sino mediante las
reflexiones, unas sobre la naturaleza del conjunto universal, y otras, sobre la
constitución peculiar del hombre?
6. En primer lugar, fueron escenificadas las tragedias como recuerdo de los
acontecimientos humanos, y de que es natural que éstos sucedan así, y también para
que no os apesadumbréis en la escena mayor con los dramas que os han divertido en
la escena. Porque se ve la necesidad de que esto acabe así, y que lo soportan quienes
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gritan: «¡Oh Citerón!»[160].
Y dicen los autores de dramas algunas máximas útiles. Por ejemplo, sobre todo,
aquella de: «Si mis hijos y yo hemos sido abandonados por los dioses, también eso
tiene su justificación.»[161]. Y esta otra: «No irritarse con los hechos»[162]. Y:
«Cosechad la vida como una espiga granada»[163], y otras tantas máximas semejantes.
Y después de la tragedia, se representó la comedia antigua, que contiene una
libertad de expresión aleccionadora y nos sugiere, por su propia franqueza, no sin
utilidad, evitar la arrogancia. Con vistas a algo parecido, en cierto modo, también
Diógenes tomaba esta franqueza. Y después de ésta, considera por qué fue acogida la
Comedia Media, y más tarde, la Nueva, que, en poco tiempo, acabó siendo artificiosa
imitación. Que han dicho también estos poetas algunas cosas provechosas, no se
ignora. Pero, ¿a qué objetivo apuntó el proyecto total de esta poesía y arte dramático?
7. ¡Cómo se pone de manifiesto el hecho de que no existe otra situación tan
adecuada para filosofar como aquella en la que ahora te hallas!
8. Una rama cortada de la rama contigua es imposible que no haya sido cortada
también del árbol entero. De igual modo, un hombre, al quedar separado de un
hombre, ha quedado excluido de la comunidad entera. En efecto, corta otro la rama:
sin embargo, el hombre se separa él mismo de SU vecino cuando le odia y siente
aversión. Ε ignora que se ha cercenado al mismo tiempo de la sociedad entera. Pero
al menos existe aquel don de Zeus, que constituyó la comunidad, puesto que nos es
posible unimos de nuevo con el vecino y ser nuevamente una de las partes que
ayudan a completar el conjunto universal. Sin embargo, si muchas veces se da tal
separación, resulta difícil unir y restablecer la parte separada. En suma, no es igual la
rama que, desde el principio, ha germinado y ha seguido respirando con el árbol, que
la nuevamente injertada después de haber sido cortada, digan lo que digan los
arboricultores. Crecer con el mismo tronco, pero no tener el mismo criterio.
9. Los que se oponen a tu andadura según la recta razón, al igual que no podrán
desviarte de la práctica saludable, así tampoco te desvíen bruscamente de la
benevolencia para con ellos. Por el contrario, mantente en guardia respecto a ambas
cosas por igual: no sólo respecto a un juicio y una ejecutoria equilibrada, sino
también respecto a la mansedumbre con los que intentan ponerte dificultades, o de
otra manera te molestan. Porque es también signo de debilidad el enojarse con ellos,
al igual que el renunciar a actuar y ceder por miedo, pues ambos son igualmente
desertores, el que tiembla, y el que se hace extraño a su pariente y amigo por
naturaleza.
10. Ninguna naturaleza es inferior al arte, porque las artes imitan las
naturalezas[164]. Y si así es, la naturaleza más perfecta de todas y la que abarca más
estaría a una altura superior a la ingeniosidad artística. Y ciertamente todas las artes
hacen lo inferior con vistas a lo superior. Por tanto, también procede así la naturaleza
universal, y precisamente aquí nace la justicia y de ésta proceden las demás virtudes.
Porque no se conservará la justicia, caso de que discutamos sobre cosas indiferentes,
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o nos dejemos engañar fácilmente y seamos temerarios o veleidosos.
11. Si[165] no vienen a tu encuentro las cosas, cuya persecución y huida te turba,
sino que, en cierto modo, tú mismo vas en busca de aquéllas, serénese al menos el
juicio que sobre ellas tienes; pues aquéllas permanecerán tranquilas y no se te verá ni
perseguirlas ni evitarlas.
12. La esfera del alma es semejante a sí misma, siempre que, ni se extienda en
busca de algo exterior, ni se repliegue hacia dentro, ni se disemine, ni se condense,
sino que brille con una luz gracias a la cual vea la verdad de todas las cosas y la suya
interior.
13. ¿Me despreciará alguien? Él verá. Yo, por mi parte, estaré a la expectativa
para no ser sorprendido haciendo o diciendo algo merecedor de desprecio. ¿Me
odiará? Él verá. Pero yo seré benévolo y afable con todo el mundo, e incluso con ese
mismo estaré dispuesto a demostrarle lo que menosprecia, sin insolencia, sin tampoco
hacer alarde de mi tolerancia, sino sincera y amigablemente como el ilustre
Foción[166], si es que él no lo hacía por alarde. Pues tales sentimientos deben ser
profundos y los dioses deben ver a un hombre que no se indigna por nada y que nada
lleva a mal. Porque, ¿qué mal te sobrevendrá si haces ahora lo que es propio de tu
naturaleza, y aceptas lo que es oportuno ahora a la naturaleza del conjunto universal,
tú, un hombre que aspiras a conseguir por el medio que sea lo que conviene a la
comunidad?
14. Despreciándose mutuamente, se lisonjean unos a otros, y queriendo alcanzar
la supremacía mutuamente, se ceden el paso unos a otros.
15. ¡Cuán grosero y falso es el que dice: «He preferido comportarme
honradamente contigo»! ¿Qué haces, hombre? No debe decirse de antemano eso. Ya
se pondrá en evidencia. En tu rostro debe quedar grabado. Al punto tu voz emite tal
sonido, al instante se refleja en tus ojos, al igual que en la mirada de sus amantes de
inmediato todo lo descubre el enamorado. En suma, así debe ser el hombre sencillo y
bueno; como el hombre que huele a macho cabrío, a fin de que el que lo encuentra, a
la vez que se acerca, lo perciba, tanto si quiere como si no quiere. Pero la afectación
de la simplicidad es un arma de doble filo. Nada es más abominable que la amistad
del lobo. Por encima de todo evita eso. El hombre bueno, sencillo y benévolo tiene
estas cualidades en los ojos y no se le ocultan.
16. Vivir de la manera más hermosa. Esa facultad radica en el alma, caso de que
sea indiferente a las cosas indiferentes. Y permanecerá indiferente, siempre que
observe cada una de ellas por separado. Y en conjunto, teniendo presente que ninguna
nos imprime una opinión acerca de ella, ni tampoco nos sale al encuentro, sino que
estas cosas permanecen quietas, y nosotros somos quienes producimos los juicios
sobre ellas mismas y, por así decirlo, las grabamos en nosotros mismos, siéndonos
posible no grabarlas y también, si lo hicimos inadvertidamente, siéndonos posible
borradas de inmediato. Porque será poco duradera semejante atención, y a partir de
ese momento habrá terminado la vida. Mas, ¿qué tiene de malo que esas cosas sean
«aprendí de». Al rememorar los rasgos más amables de aquellas personas que
influyeron en la vida del autor, sus familiares y sus educadores, Marco Aurelio pone
de manifiesto, mediante estas precisas y rápidas evocaciones, su afecto para con
todos ellos, pagando así una cordial deuda de gratitud. Como G. Misch ha subrayado
(y también luego F. Martinazzoli), este libro está compuesto con una notable
originalidad, en cuanto a la reflexión autobiográfica, y con cierto afán por precisar la
nota característica de cada uno de los personajes evocados. <<
editores han sustituido este nombre por el del jurista L. Volusio. <<
queridos por Marco Aurelio. Además de ser su asesor personal, le inició en el estudio
de la filosofía estoica y le hizo aprender y estimar los Recuerdos de Epicteto. <<
ceremonias y sesiones de gala; el vestido propio de la vida ordinaria era la túnica. <<
emperador Marco Aurelio. Trascas, Helvidio, Catón, Dión y Bruto son filósofos
estoicos. <<
por Marco Aurelio, ocupó más tarde los cargos de legado en Panonia y procónsul en
África. A él se alude de nuevo en I 17 junto con Rústico y Apolonio. <<
Emperador dejó profunda huella en Marco Aurelio, su sucesor al frente del Imperio.
<<
el Lacio, donde poseía una casa de campo Antonino. Lanuvio, ciudad originaria de
Antonino, y Túsculo se encuentran en el Lacio. <<
mientras que la referencia a Carnunto, generalmente recogida al final del libro II, se
refería al libro III. <<
jefatura del Liceo y tutor de su hijo Nicómaco. Escritor fecundo, y científico. Autor
de los Caracteres, tratado en el que caricaturiza a treinta tipos, poniendo de
manifiesto su agudo sentido de observación con su punzante ironía. <<
XXIX 3. <<
[«klaiōn»] que facilita la lectura del pasaje, aunque la alusión que aquí aparece no
queda aclarada. <<
(cf. DIÓGENES LAERCIO, VII 7, 183). Crisipo había dicho que un verso malo en sí
puede no ser inútil en el conjunto del poema. PLUTARCO (Adv. Stoic. 13-14) critica esa
sentencia. <<
de la inteligencia de las abejas. Cf. ARIST., Polít. 1253 a, Metaf. 980 b. <<
significa parte. En griego ambas palabras se diferencian por una sola letra. <<
suple daimónion, siguiendo a March. De acuerdo con este último traducimos. <<
cosas son por convención, [eteēi] en realidad existen demasiado pocas. <<
<<
desde la frase citada hasta el punto existe una clara interpolación. <<
universo. <<
prefiere conservar la laguna por entender que ninguna de las conjeturas propuestas es
satisfactoria. <<
de una noble familia etrusca, amigo de Augusto, protector y amigo de los poetas
Virgilio y Horacio. <<
<<
A. I. Trannoy, y sitúa la frase «en cierto modo son átomos o cosas indivisibles» a
continuación de «si todo discurre por azar». <<
y Aristóteles, creyeron en la teoría poética del arte como mimēsis de lo natural. <<
final del párrafo 11 «lo consecuente a la naturaleza» encabeza el párrafo siguiente. <<
Adriano; Estertinio fue general bajo Tiberio o tal vez se trata del rico físico
mencionado por Plinio. <<