005. MARCO AURELIO - Meditaciones__

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Descendiente de una familia de origen hispánico, Marco Aurelio

nació en Roma en el año 121 de nuestra era y, tras ser adoptado


por Antonino Pío, lo sucedió como emperador, cargo que ocupó
desde el año 161 hasta su muerte en 180. Su reinado, que ocupa la
época de máxima extensión de Roma, estuvo marcado por las
numerosas y dilatadas guerras que mantuvo contra los pueblos que
habitaban en los límites del Imperio, sobre todo frente al Danubio. El
último de los grandes emperadores Antoninos hubo de demostrar
repetidamente entereza y valor a lo largo de estos veinte años; se
comportó siempre como un filósofo estoico y un digno romano.
Sin embargo, su devoción por las letras fue notoria, y dedicó
muchas horas al estudio de la filosofía. Durante los descansos que
le concedían su intensa actividad bélica y las obligaciones políticas,
en las noches de vigilia de los diez últimos años de su reinado,
estando de campaña, compuso las Meditaciones, una de las
principales obras del estoicismo romano, pese a estar redactadas en
griego. Los doce libros que forman esta obra constituyen una
compilación de ideas y sentencias breves en la que Marco Aurelio
reflexiona sobre temas como los límites de la naturaleza humana, la
fugacidad del tiempo, los valores morales o la manera correcta de
conducirse en la vida. Las Meditaciones carecen de orden
sistemático y consisten en los apuntes de un diario personal; Marco
Aurelio no usa un tono elevado ni grandes abstracciones, sino que
se dirige a sí mismo con veracidad: la grandeza que se percibe en
sus escritos es real, no retórica ni literaria. Ningún otro gran
personaje del mundo antiguo nos ha legado un testimonio personal
tan sincero y hondo, de tanta inmediatez e intensidad.
INTRODUCCIÓN

I
Marco Aurelio nació en Roma el 26 de abril del año 121. Murió en
Vindobona (Viena) el 17 de marzo del 180. Entre esas dos fechas,
interdistantes casi sesenta años, y esos dos escenarios geográficos —una
acomodada mansión patricia en la metrópolis imperial y, al otro lado, un
campamento militar en la turbulenta frontera danubiana—, está enmarcada
la vida de este extraño personaje, filósofo y emperador. Estuvo al frente del
Imperio Romano veinte años y fue un gran gobernante, el último emperador
de lo que historiadores próximos consideraron como la Edad de Oro del
Imperio.
Sus apuntes personales, las Meditaciones, están escritos a lo largo de
sus últimos años de vida. Estas notas filosóficas adquieren su dimensión
dramática definitiva referidas a su trasfondo biográfico. La coherencia entre
su conducta y sus reflexiones confirma la magnanimidad personal de Marco
Aurelio, que fue, según Herodiano (I 2, 4), «el único de los emperadores
que dio fe de su filosofía no con palabras ni con afirmaciones teóricas de
sus creencias, sino con su carácter digno y su virtuosa conducta».
El papel histórico del rey filósofo o, más sencillamente, del filósofo con
actuación política, es arriesgado por la tensión perenne entre las urgencias
de la praxis concreta y la abstracta ética filosófica. En el mundo romano
podemos encontrar dos figuras políticas interesantes desde esta perspectiva:
la del estoico Séneca, ambiguo y retórico, y la de este estoico emperador,
cuyo rasgo distintivo es, como A. Puech afirmaba, la sinceridad. Todo eso
justifica que, según el uso tradicional, anotemos los datos más notables de
su biografía, precediendo al estudio de sus escritos.
Las Meditaciones comienzan con una evocación escueta de cuatro
figuras familiares: la de su abuelo paterno, su padre, su madre y su
bisabuelo materno. Son las personas que influyeron en la niñez y
adolescencia del futuro emperador, y las primeras con quien él quiere
cumplir una deuda de gratitud al recordarlas.
La más lejana de ellas es la de su padre, que murió cuando él tenía unos
diez años. Por eso alude a «la fama y la memoria dejadas por mi
progenitor». Y menciona de él «el sentido de la discreción y la hombría» (I
2).
Su abuelo, M. Anio Vero, que seguramente trató de suplir con sus
atenciones tal ausencia, era un personaje importante en la política de la
época. Fue prefecto de Roma (del 121 al 126) y cónsul en tres ocasiones.
De él destaca Marco Aurelio «el buen carácter y la serenidad», rasgos
amables en un político y en un abuelo.
Marco Aurelio traza (I 3) un emotivo recuerdo de su madre, piadosa,
generosa y sencilla en sus hábitos cotidianos, una gran señora romana,
dedicada en su viudedad a la educación de sus hijos. Aunque nos dice de
ella que murió joven (I 17), Domicia Lucila debía de tener unos cincuenta
años cuando murió, entre los años 151 y 161. En la correspondencia de
Frontón, éste alude varias veces a la madre de Marco Aurelio como dama
de gran cultura, en su casa palaciega en el monte Celio. Allí recibió como
huésped al famoso orador y benefactor de Atenas, Herodes Ático, en una de
sus visitas a Roma (en el 143).
Su bisabuelo materno, L. Catilio Severo, ocupó también altos puestos en
la administración: gobernador de Siria, procónsul de Asia, dos veces cónsul
y luego prefecto de Roma (cargo del que le depuso Adriano en el 138, tal
vez para que no hiciera sombra a Antonino, designado como próximo
emperador). L. Catilio Severo era un hombre de gran cultura, relacionado
con el círculo de Plinio, quien lo menciona elogiosamente en varias de sus
cartas. A él le agradece Marco Aurelio el no haber frecuentado las escuelas
públicas y haber gozado de los mejores maestros en su propio domicilio, sin
reparar en gastos para la educación (cf. I 4).
En su formación, Marco Aurelio podía distinguir tres influencias
graduales: la amable atención de su abuelo Vero en su niñez; la constante
preocupación de su madre y, tras ella, de su bisabuelo L. Catilio Severo, por
su educación intelectual; y luego, la de la presencia ejemplar de su padre
adoptivo, T. Aurelio Antonino. Marco Aurelio expresa su admiración sin
reservas por su antecesor en el trono, Antonino Pío, al dedicarle el capítulo
más largo y detallado de sus recuerdos (I 16; cf. otra evocación más breve
en VI 30). Antonino, casado con Ania Faustina, hermana única del padre de
Marco Aurelio, fue, por tanto, tío político, padre adoptivo (desde 138) y
suegro (desde 145) de su sucesor, y antes, colaborador asiduo en el trono
imperial. Más tarde volveremos a tratar de él.
Si nos demoramos un momento en el ambiente familiar de Marco
Aurelio, en el que transcurrió su niñez y juventud, podemos destacar el aire
señorial, con el mejor tono patricio, de que se vio rodeado. La familia de los
Veros, de origen hispánico (su bisabuelo Anio Vero había venido a Roma
como pretor desde la Bética en tiempos de Vespasiano), se había
ennoblecido pronto y firmemente establecido en altos cargos de la
administración. El emperador Adriano honraba a este abuelo Vero con una
amistosa confianza, y a través de esa amistad llegó a apreciar a su nieto, al
que designó como su mediato sucesor en la adolescencia de Marco. La
madre, culta y piadosa, era una gran dama, heredera de una notable fortuna
(que Marco Aurelio cederá como dote a su hermana Ania Comificia, con
total desprendimiento), con una hermosa villa en el Monte Celio, donde
transcurren los años primeros de ese muchacho meditativo y ascético, que a
los diecisiete años es designado futuro emperador. Su biógrafo Capitolino
nos cuenta que, al tener que trasladarse por tal motivo al Palacio de Tiberio,
en el Palatino, adoptado por la familia de T. Aurelio Antonino, dejará esos
jardines con gran pesar. La anécdota es de dudosa autenticidad, pero
significativa. Y es curioso que en su libro de recuerdos agradecidos, Marco
Aurelio no aluda siquiera de paso al emperador Adriano, que, en un gesto
de simpatía, le legó la corona imperial. (En latente contraste, cuando
ensalza la sencillez de Antonino, pueden leerse, entre líneas, censuras a la
conducta de Adriano.)
La muerte temprana de su padre es probable que impresionara a este
muchacho sensible y reflexivo. Es la primera en la numerosa serie de
muertes familiares que Marco Aurelio ha de vivir, en el sentido de que sólo
se viven las muertes de los demás. Será una experiencia muy repetida
luego: su padre, su abuelo, Adriano, Antonino, su madre, su hermano
adoptivo L. Vero, su esposa, más de la mitad de sus hijos, irán muriéndose
cerca de él a lo largo de los años. Esta vivencia de las muertes familiares,
más que las muertes broncas y amontonadas de las guerras y la peste, puede
haber influido en el sentir de Marco Aurelio hondamente. En las
Meditaciones, la idea de la muerte reaparece constantemente, y el
emperador, que parece sentir la suya acercarse, está siempre en guardia
contra su asalto sorprendente e inevitable. Con cierto tono melancólico,
Marco Aurelio menciona asociada a ella no la gloria ni la inmortalidad, sino
el olvido.
La educación juvenil de Marco Aurelio fue muy esmerada, con los
mejores maestros particulares. Sus nombres y sus mejores cualidades están
rememorados, a continuación de los de sus familiares y antes de la
evocación de Antonino (es decir, de I 5 a I 15). Su preceptor, Diogneto,
Rústico, Apolonio, Sexto, Alejandro el Gramático, Frontón, Alejandro el
Platónico, Catulo, Severo, Máximo, desfilan por los apuntes del antiguo
discípulo agradecido. Junto a las lecciones de gramática, retórica y filosofía,
aprecia en ellos otras, más duraderas, de carácter o de moral, y sus trazos
rápidos recuerdan, sobre todo, esas enseñanzas de bondad o de firmeza
ética. Entre estos profesores hay que destacar la posición antitética de los
que profesaban retórica o gramática y los que profesaban la filosofía
(platónica o estoica). La disputa clásica entre los adeptos de una u otra
disciplina como orientación vital —la misma que había enfrentado a Platón
e Isócrates en la Atenas del s. IV a. C.— revivía en el s. II d. C. Frontón
habría querido hacer de su discípulo un gran orador, un retórico cuidadoso
de las fórmulas verbales, pero Rústico lo atrajo decididamente a la filosofía.
Q. Junio Rústico, de quien Marco Aurelio recuerda que le prestó su
ejemplar privado de los Recuerdos de Epicteto, era, más que un profesor de
filosofía, un noble romano, estoico de corazón y de convicción. Marco
Aurelio le nombró cónsul por segunda vez en el 162 y prefecto de Roma
desde el 163 al 165.
Conviene anotar marginalmente que la época de Marco Aurelio asiste a
una brillante renovación de la cultura griega, mediante el renacimiento
intelectual que protagonizan las grandes figuras de la Segunda Sofística,
virtuosos de la retórica que, con su «oratoria de concierto», logran atraer a
vastos auditorios en sus espectaculares demostraciones. La elección de
Marco Aurelio, al desdeñar la retórica, pese a los consejos de su querido
Frontón (con quien le unía un afecto sincero, testimoniado por los
fragmentos de su correspondencia que hemos conservado), va un tanto a
contrapelo de la moda intelectual. Sin duda, a tal elección le predisponía su
carácter austero y sencillo. La bien conocida anécdota de que Adriano,
jugando con el cognomen familiar de Verus, le llamaba Verissimus, para
acentuar la sinceridad característica del Marco adolescente, apunta este
mismo rasgo.
Como ya dijimos, ningún otro es evocado en las Meditaciones con tanta
extensión ni con un afecto tan entero como T. Aurelio Antonino, tío
político, padre adoptivo, suegro y compañero ejemplar en las tareas de
gobierno durante muchos años. Pío y feliz, Antonino debió de ser un
hombre admirable en muchos sentidos. Como administrador diligente del
Imperio durante veintitrés años en paz, y como persona de carácter
humanitario y sencillo, la fama de este emperador —sobre el que,
casualmente, tenemos muy pocos testimonios históricos— nos lo presenta
en una imagen favorable. Ya en el 138 el Senado, que detestaba a Adriano,
extravagante, enigmático y atrabiliario en sus últimos años, acogió con
alivio la designación de este maduro y aplomado jurisconsulto, al que
consideraba uno de sus miembros eminentes, y que parecía personificar las
virtudes domésticas de un romano de vieja cepa. (Aunque, como los Veros,
los Antoninos eran también una familia de origen provinciano de ascensión
bastante reciente.) Es un contraste curioso el suscitado por la contraposición
de Adriano y Antonino, un contraste que, como ya advertimos, las notas de
Marco Aurelio sobre este último parecen evocar, «tal vez
inconscientemente». Farquharson lo explicita con claridad: «Su amor por
las formas antiguas, su conservadurismo religioso se opone a la variabilidad
y al capricho de Adriano, su economía pública y su frugalidad privada a la
extravagancia de Adriano, su sencillez a la pasión de Adriano por las
construcciones, los suntuosos banquetes y los jóvenes favoritos. Adriano
era, además, envidioso e intolerante hacia sus rivales, aun con gente de gran
talento como el arquitecto Apolodoro; y la fantástica extravagancia de su
famosa villa en Tivoli puede habérsele ocurrido a Marco Aurelio en extraño
contraste con las anticuadas residencias campestres de Antonino Pío.
Cuando leemos acerca del sencillo y práctico caballero campesino, nos
acordamos del hombre genial desazonado, irritable a menudo
(especialmente al final de su vida), infeliz y enfermo Adriano»
(Farquharson, I, pág.).
Pero el contraste entre uno y otro lo ofrecía la realidad misma de sus
caracteres respectivos. La inquietud de Adriano parece humedecer con
poética nostalgia su breve poemilla, que comienza Animula, vagula,
blandula…, esos admirables versos en que el tono preciosista no borra la
afectividad. Antonino, antes de morir, da la última consigna a la guardia:
Aequanimitas, «una gentil sugerencia a su sucesor, una amable alusión a la
doctrina estoica». Esa «ecuanimidad» parece resumir, lema final, la
ambición de este emperador pacífico, qué no era un intelectual ni un
retórico, y que tal vez no sentía una desasosegada curiosidad por el fondo
metafísico de la existencia.
Con su sencillez, su tesón en el trabajo, sereno y sin recelos, parco en
gestos grandilocuentes y desconocedor de los énfasis militares, Antonino
fue para Marco Aurelio un ejemplo viviente del gobernante equitativo, con
una autoridad firme, pero sin rigidez. Cuando Marco Aurelio se da a sí
mismo consejos como el de «compórtate como un romano» o «no te
conviertas en un César», piensa en su antecesor como modelo: «en todo sé
un discípulo de Antonino» (VI 30).
Una anécdota, referida por el biógrafo de Marco Aurelio en la Historia
Augusta, cuenta que, al morir el preceptor de Marco (evocado en I 5), el
joven se echó a llorar y ciertos cortesanos lo censuraban, cuando Antonino
les replicó: «Dejadle ser humano: que ni la filosofía ni el trono son fronteras
para el afecto». En las Meditaciones (I 11) se alude a la falta de efectividad
de «los llamados patricios» (junto a la hipocresía que rodea al tirano).
Antonino, como Frontón, no ocultaban su humanidad.
Como emperador, Antonino se vio favorecido por su talante práctico y
austero, pero también por la fortuna, que le deparó un largo período de
tranquilidad. (Consecuencia, en gran parte, de las campañas victoriosas de
Trajano y de la administración provincial diligente de Adriano.) Su carácter
piadoso —es decir, atento a las ceremonias religiosas— no se vio
enfrentado a trances apurados o catastróficos. La suerte de su sucesor sería
muy diferente.
En 161, a la muerte de Antonino, Marco Aurelio heredó el cargo de
Emperador. Así estaba previsto desde mucho atrás, por obra y gracia de
Adriano. Ahora tomó el nombre de Marcus Aurelius Antoninus,
definitivamente. Tenía cuarenta años. Había ocupado las más altas
magistraturas: aquel año desempeñaba su tercer consulado. Como su
antecesor, no había luchado por el poder. Pero había tenido tiempo para
acostumbrarse a la vocación de emperador, si no le ilusionaba al principio.
Aquel año, su esposa Faustina dio a luz una hermosa pareja de gemelos,
uno de los cuales moriría a los pocos años. El otro, el único varón
superviviente de su descendencia, sería el sucesor de Marco Aurelio:
Cómodo, una calamidad para el futuro del Imperio.
El primer acto importante del Emperador fue asociar, como colega en el
trono, con sus mismos títulos, a Lucio Aurelio Vero. Este coemperador,
unos diez años más joven que él, era hijo de L. Ceionio Cómodo, el
malogrado César que Adriano designara en el 138 como candidato al trono.
Luego, Antonino había adoptado al joven Lucio, junto con Marco Aurelio.
Con su generoso gesto, Marco Aurelio entronizaba a su hermano adoptivo,
eliminando un posible pretendiente rival al trono. (La manera más habitual
de tales eliminaciones era otra más drástica, que no iba bien con el carácter
de Marco Aurelio.) Los historiadores han discutido la oportunidad de ese
nombramiento, dictado por la política y tal vez por el afecto. Lucio Vero no
poseía ni dotes de mando ni inteligencia política, y su conducta personal no
se regía por el sentido del deber. Era un hombre frivolo, amante de los
placeres y los lujos, un libertino un tanto irresponsable. Cuando fue
delegado por su hermano contra los partos, permitió que sus generales le
obtuvieran las victorias, mientras él gozaba de la refinada vida de Antioquía
junto a su bellísima amante Pantea de Esmima, elogiada por Luciano.
Marco Aurelio le envió como esposa a su hija Lucila, de quince años.
Lucila no logró corregir a Lucio Vero; antes fue ella la influenciada por el
ambiente festivo y licencioso. L. Vero regresará con la victoria a Roma en
el 105. (Sus tropas traerán consigo, además, la peste.) Más tarde, Marco
Aurelio lo llevará consigo a la guerra contra los marcomanos. Al regreso de
la expedición, L. Vero muere de un ataque de apoplejía (169). El emperador
ordenó unos magníficos funerales en su honor. (Como en otras ocasiones, la
calumnia sugirió que había sido envenenado por sus familiares.) Y es
probable que esta muerte también le afectara de verdad. Podemos imaginar
a L. Vero como dotado de una jovialidad y una alegría de vivir que
contrastaban con la seriedad de Marco Aurelio. Éste lo recuerda con
palabras de sentido afecto (I 17, y en VIII 37 alude a Pantea llorando sobre
su tumba).
El largo reinado de Marco Aurelio estuvo lleno de tribulaciones desde
sus comienzos. Primero fue la guerra en Oriente: los temibles partos
invadieron Armenia. En respuesta, hubo que organizar una campaña
guerrera de largas y costosas operaciones, dirigida nominalmente por L.
Vero; y, de hecho, por sus generales y legados, entre los que destacó Avidio
Casio. Al fin, en el 166, quedó asegurada la victoria de Roma. (Pero las
tropas que regresaron a Italia trajeron consigo una devastadora epidemia de
peste que diezmó la población de la península.)
Luego, los bárbaros del limes danubiano, inquietos ya desde años atrás,
invadieron la Retia, la Nórica y la Panonia, y llegaron amenazadores a las
puertas mismas de Aquilea (166). Los dos emperadores levan un ejército y
parten hacia el Norte. La situación económica es crítica, y Marco Aurelio se
ve obligado a condonar impuestos y a vender todos los objetos de lujo de su
propiedad, los tesoros del palacio imperial, en pública subasta, para hacer
frente a los gastos de la campaña. Una interesante anécdota (referida por
Dión Casio, LXXI 3, 3) nos informa de la conciencia y el valor de Marco
Aurelio en situaciones críticas. Cuando sus soldados, tras la dura victoria
sobre los marcomanos (en el 168), le reclaman un aumento de sus haberes,
se lo negó con estas palabras: «Todo lo que recibáis sobre vuestra soldada
regular es a costa de la sangre de vuestros padres y vuestros parientes. En
cuanto al poder imperial sólo Dios puede decidir». (La última frase alude a
los peligros de una negativa como la que expresaba ante el ejército.) Al
regresar a Roma, en el 169, muere repentinamente L. Vero.
De nuevo los bárbaros del NE invaden las fronteras, y Marco Aurelio
debe emprender una guerra a fondo contra esas tribus belicosas. Contra los
marcomanos, los cuados, los sármatas y los yáziges, combates
interminables en dos largos períodos (de 169 a 175 y de 177 a 180) ocupan
a Marco Aurelio, de natural sedentario y pacífico, convertido por las
urgencias del mando en un emperador viajero y militar. Entre largos meses
en el Danubio y cortas visitas a Roma, a su familia, Marco Aurelio
envejece. De salud enfermiza —toma pequeñas dosis de opio para calmar
sus dolores más fuertes—, avanza al frente de sus ejércitos por esas
comarcas boscosas y frías, entre el légamo amarillento y la neblina gris,
costeando el largo río, contra las hordas de unos enemigos que parecen
multiplicarse y desaparecer como en una pesadilla.
Cuando en el 175 parece haber obtenido la victoria, mientras trata de
organizar las nuevas provincias de Marcomania y Sarmacia, llega de
Oriente una terrible noticia: Avidio Casio se ha proclamado emperador en
Siria. Por fortuna para Marco Aurelio, que se preparaba a combatirle, sus
propios soldados asesinaron a este duro y ambicioso soldado a los tres
meses de su rebelión, y le trajeron la cabeza del usurpador. Aunque el
peligro remitía con ello, la tentativa era un golpe brutal para la confianza
del emperador. Marco Aurelio perdona a los conjurados y prefiere silenciar
los nombres de los comprometidos en este complot, ordenando destruir las
pruebas del mismo. Se dirige a Oriente, visitando Antioquía, Alejandría y
llegando hasta Tarso. En el camino de vuelta muere su mujer (en Halala,
luego Faustinópolis, en el 176).
La muerte de Faustina causó a su esposo una pena difícil de medir. Era
la hija de Antonino, una compañera desde la adolescencia y la madre de
trece hijos (de los que sólo Cómodo y cuatro hijas les sobrevivían). Marco
Aurelio le dedicó un templo, celebró su funeral solemne concediéndole los
títulos de Diva y Pía, y fundó un colegio de huérfanas, las Puellae
Faustinianae, dedicado a su memoria. En sus Meditaciones (I 17) da
gracias a los dioses por haberle dado «una esposa tan obediente, tan
amorosa, tan sencilla».
Sin embargo, Faustina ha dejado fama —a través de cronistas
chismosos como Casio y Capitolino— de emperatriz intrigante y
casquivana, que había engañado a su esposo con la compañía de algunos
apuestos soldados o gladiadores. Es difícil saber el fundamento de estos
rumores cortesanos. Los biógrafos modernos tienden a rechazarlos como
meras calumnias de un ambiente propenso a la munnuración. Ni Renan, ni
Farquharson, ni W. Goerlitz, ni A. Birley, les conceden crédito. Por otra
parte, la generosidad de Marco Aurelio, que sólo recuerda los beneficios al
citar a las personas, podría haber perdonado faltas menores. El papel de
mujer de un filósofo es ingrato. Le debió de ser difícil a la joven Faustina,
desposada cuando era una muchacha de famosa belleza, compartir las
preocupaciones de su austero esposo, comprender sus inquietudes
filosóficas y convivir con él en el marco cortesano tan corrompido de la
Roma del siglo II.
En septiembre del mismo año 176, Marco Aurelio visita Atenas, donde
funda cuatro cátedras de filosofía (una para cada una de las grandes
escuelas: la platónica, la aristotélica, la epicúrea y la estoica) y se inicia en
los misterios de Eleusis.
A su regreso, Marco Aurelio obtuvo una acogida triunfal en Roma. Al
año siguiente (177) elevó a Cómodo al puesto de emperador adjunto, que
había ocupado L. Vero. Dos sucesos importantes de la misma época fueron
la reapertura de hostilidades en el limes y la matanza de cristianos en Lyón.
La represión del cristianismo, conducida con rigor feroz en algunas
provincias, es un hecho sorprendente de la política de este emperador
filósofo y humanitario. (Tanto más, al parangonarla con su indulgencia para
con otros cultos, por ejemplo, con las prácticas de Alejandro de Abonutico.)
Muchos son los que han considerado extraña esta intransigencia oficial
contra una secta ilegal, pero tolerada por los emperadores anteriores, desde
la época de Nerva. Marco Aurelio había recibido algunas apologías del
cristianismo, como las de Atenágoras y Justino (condenado a muerte en
Roma en el 165, cuando Rústico, el estoico, era prefecto de la ciudad). No
sabemos si las leyó. La única referencia a los cristianos en sus apuntes (en
XI 3; atetizada por Haines, pero defendida como cita auténtica por
Farquharson, II, pág. 859) habla de su desprecio de la muerte por mera
obstinación. La oposición del estoico a la secta cristiana —que tiene en esta
época y los decenios siguientes una escandalosa difusión, con progresiva
propaganda en los altos círculos— es sintomática. Al parecer, Marco
Aurelio consideraba a los cristianos una secta de fanáticos, necrófilos y
extravagantes enemigos del Estado; y, por ello, cedió a la excitación
popular, soliviantada en circunstancias penosas, en los sucesos crueles de la
Galia Lugdunense en el 177.
Los apologetas cristianos creyeron que podrían encontrar en el
emperador un oyente benévolo. Pero la oposición entre el estoico, que basa
su conducta en una razón divina, expresada en el daímon interior de la
conciencia propia y reflejada en el orden cósmico, y el cristiano, adepto de
una fe dogmática, basada en las creencias reveladas y unos cultos
mistéricos, era demasiado infranqueable. El servicio al Estado era un deber
sagrado para un estoico romano, que no podía sentir simpatía por la
actuación política, harto turbia, de los cristianos como grupo social. Frente
a las promesas de una recompensa ultramundana que el filósofo desdeñaba
como ilusorias, al estoico no le quedaba otra satisfacción que la de cumplir
con su ética autónoma, en armonía con el cosmos y su divinidad inmanente.
En el caso personal de Marco Aurelio el enfrentamiento es un tanto más
patético, porque sentimentalmente su humanitarismo le aproximaba al sentir
cristiano. En Marco Aurelio «se encuentra igualmente el concepto, ausente
del antiguo estoicismo, de la piedad, de la caridad incluso con los que le
ofenden» (Reardon). «Lo propio del hombre es amar incluso a quienes nos
dañan», escribe Marco Aurelio (VII 22 y 26). Y esta generosidad en el
perdón no era sólo teórica; la practicó una y otra vez, silenciando los
nombres de sus enemigos, olvidando las rencillas y las traiciones. Esa
bondad natural, cercana al concepto cristiano de la caridad hacia el prójimo,
era innegable. Aún más, a su filantropía Marco Aurelio unía un ascetismo y
un desprecio de las vanidades mundanas que encuentran ecos en el
cristianismo, un cierto contemptus mundi, como ya Renan subrayó en su
obra.
«Marco Aurelio tenía la fe y tenía la caridad; lo que le faltaba era la
esperanza», escribió U. Wilamowitz sagazmente. Una frase que conviene
matizar: la fe del estoico es racionalista, y su caridad, gratuita. Pero, desde
luego, la falta de esperanza es un rasgo definitivo en la contraposición. Por
un lado esa resignación desesperada es característica de la época última del
estoicismo (y puede responder a ciertos motivos ideológicos bien
detectados por G. Puente en su libro sobre el tema). Frente a la confiada
actitud de los mártires cristianos en una recompensa ultraterrena —en el
que se compensarían con creces las injusticias de este mundo y donde se
patentizaría la Justicia divina—, el estoicismo no tenía nada que ofrecer,
salvo su ideal del sabio, feliz en su autarquía apática, inquebrantable ante
los golpes de la Fortuna, como el peñasco ante los embates del mar, un ideal
aristocrático, egoísta y frío. En el conflicto entre el estoicismo racionalista y
las nuevas religiones mistéricas, con sus evangélicas promesas, con sus
dioses compasivos, aquél tenía perdida la partida. Tanto los cultos de Isis y
de Mitra como el cristianismo, resultaban más atractivos para unas gentes
abrumadas por la opresión estatal, angustiadas por la incertidumbre del
futuro, ansiosas de un credo salvador. El reinado de Marco Aurelio cae al
comienzo de esa época que el profesor Dodds ha denominado «an Age of
Anxiety» («Una época de angustia», según el traductor de su libro).
En Marco Aurelio la resignación estoica asume un tono personal íntimo
y se vela de melancolía. No sólo es desesperanza metafísica, sino
desesperanza en la sociedad y en la historia. No espera nada del futuro: todo
se repite y pasa al olvido. No confía en la gloria ni en la inmortalidad
personal. Frente al dogma estoico de que el cosmos está regido
providencialmente por la Razón divina, atenta al bien del conjunto —una
idea optimista que, como Rostovtzeff indica, convenía a la ideología del
totalitarismo oficial—, esa desesperanza en el futuro del individuo no deja
de ser una amarga decepción.
En el 178 se traslada de nuevo al frente del Danubio. Se repiten las
marchas, los combates, las victorias cruentas. Y, al fin, en marzo del 180, la
peste da muerte al emperador, tras siete días de agonía. Herodiano (I 4) da
cuenta de su ultimo discurso oficial, en el que confía el mando a su hijo
Cómodo y se despide de sus generales estoicamente. (Poco más tarde.
Cómodo, hastiado de la guerra, firmará con los bárbaros una paz
vergonzante y regresará a Roma para escandalizar al Senado con sus
caprichos y excesos.)
Por una ironía del destino, Marco Aurelio pasó la mayor parte de su
gobierno empeñado en esas guerras interminables contra los bárbaros.
Quien había recibido tan esmerada educación intelectual se vio envejecer en
los frentes de campañas, en aquellos combates para los que nadie le había
adiestrado.
Tras un largo período de paz, las convulsiones de los partos y de los
germanos, preludio amenazador de las futuras invasiones que
descuartizarán el Imperio Romano, le obligaron a asumir ese papel militar.
Recibió los títulos de Armeniacus, Medicas, Parthicus, Germanicus y
Sarmaticus por las victorias de las tropas, él que prefería otros títulos más
sencillos.
Supo continuar la labor jurídica de Antonino. Como él, trabajó
asiduamente en la organización de los servicios públicos. Hizo redactar
alrededor de 300 textos legales, de los cuales más de la mitad tienden a
mejorar la condición de los esclavos, de las mujeres y de los niños. Se ha
discutido si esta actividad humanitaria está basada en sus convicciones
estoicas (cf. P. Noyen en L’Antiquité Classique, 1955, págs. 372-83; G. R.
Stanton en Historia, 1969, págs. 570-87; y Hendrickx en Historia, 1974,
págs. 225 y ss.) o si, más bien, se debe a razones pragmáticas. En todo caso,
si Marco Aurelio renunciaba a la utopía platónica como algo imposible (cf.
IX 29), se preocupó por mejorar, poco a poco, la condición de sus súbditos
más necesitados.
En algunos bustos —de varia época—, en algunos excelentes relieves
de su Columna y de su Arco de Triunfo —reliquias de esta construcción,
hoy destruida— y en su broncínea estatua ecuestre —hoy en la colina del
Capitolio—, podemos ver la fisonomía del emperador. La imagen mejor es
la de la gran estatua de bronce (conservada tal vez porque los cristianos la
respetaron al creerla de Constantino). Marco Aurelio avanza con
solemnidad. Cubierto de su armadura, como imperator, con la mano alzada
en un gesto dominante y pacificador. El rostro barbado le da la prestancia
de un viejo filósofo. La mirada serena se adivina perdida a lo lejos,
sobrepasando la escena inmediata, ensimismado tal vez. Sus
representaciones confirman su actitud, y esa voluntad romana y estoica de
cumplir con el deber asignado por la divinidad; en su caso, el de luchar por
el Imperio —amenazado interiormente por su anquilosada estructura social
y sus agravadas crisis económicas, y en el exterior, por las presiones de los
bárbaros.
«El arte de vivir —escribe Marco Aurelio— se acerca más al de la lucha
que al de la danza». Y esa postura del guerrero, digno y noble ante lo que le
acontezca: muertes familiares, desastres públicos, engaños e hipocresías,
cuadra al personaje. Como buen actor desempeñó su papel en la vida, sin
irritarse con el director de escena cuando éste le obligó a retirarse. «Porque
fija el término el que un día fue también responsable de tu composición,
como ahora de tu disolución. Tú eres irresponsable en ambos casos. Vete,
pues, con ánimo propicio, porque te aguarda propicio el que ahora te
libera.» Así concluye el último libro de las Meditaciones, con ese símil
teatral que recuerda una cita de Epicteto. (Menos pesimista que el símil de
que los hombres son marionetas movidas por hilos, repetido en otros textos
de Marco Aurelio.) Hizo lo posible por ofrecer la imagen del sabio que se
propuso: la del peñasco inquebrantable al oleaje, y por servir la consigna de
Antonino: «Ecuanimidad» en todo momento.

II
El título de la obra de Marco Aurelio varía ligeramente en las versiones
a otros idiomas. El griego: Ta eis heautón puede deberse al propio autor o al
secretario que ordenaba sus libros o al editor de la obra. El artículo ta
sobrentiende un plural neutro: biblia (libros) o hypomnémata (comentarii,
recuerdos, c. III 14). Eis heautón puede significar «acerca de sí mismo».
(Pudo ser, por ejemplo, el título puesto sobre ciertos rollos de su biblioteca,
en oposición a otros escritos vecinos de carácter público.) O bien «a sí
mismo». (En tal caso aludiría a la idea de reflexión o recogimiento interior,
expresada por el autor en varios pasajes: cf. IV 3, VI 11, VII 28, IX 42.) Ya
Casaubon, en 1643, notaba esa ambigüedad en su traducción latina, titulada
De Seipso et Ad Seipsum. Gataker (1652) lo vertía en una perífrasis
aclaratoria: De rebus suis sive de eis quae ad se pertinere censebat.
Tal vez una versión aséptica en castellano habría sido la de «Notas o
apuntes personales», que, sin embargo, nos resulta demasiado fría. La más
tradicional es la de «Soliloquios», consagrada por la traducción de F. Díaz
de Miranda (1785) y recogida por otros (p. e., por M. Dolç en 1945), que
nos parece hoy de sabor un tanto arcaizante. Hemos preferido el título de
«Meditaciones», ya utilizado por otros traductores. (Corresponde bien al
título Meditations, tradicional en inglés. Los traductores franceses prefieren
Pensées, tal vez por el eco pascaliano que les suscita la palabra o incluso el
de Pensées pour moi-même, que parece un tanto rebuscado. En alemán se
han utilizado el de Selbstbetrachtungen o el de Wege zu sich selbst [W.
Theiler].)
La obra está dividida en doce libros, bastante breves. El origen de una
tal división en libros parece remontar al autor mismo. Así, el libro I es
claramente autónomo, y fue compuesto probablemente al final, para servir
de prólogo o epílogo a los demás. También otros, como el II, el III y el V,
tienen un cierto carácter unitario, con un principio y un final marcados
estilísticamente. El II y el III ofrecen una referencia inicial al lugar donde
fueron compuestos: la región de los cuados y el campamento de Camuntum.
En otros casos no se percibe la razón de la separación por libros conforme
al orden tradicional, y, en cambio, pueden sugerirse otras pausas. (Así, por
ejemplo, Farquharson piensa que, por el contenido, conviene marcar una
tras XI 18 y que desde XI 19 al final del libro XII podría obtenerse así un
libro bastante definido formalmente.) En un análisis detallado pueden
advertirse muestras de dislocación entre unos fragmentos y otros. Sobre el
tema se han sugerido varias hipótesis (por ejemplo, que los escritos, dejados
en cierto desorden, habrían sido reagrupados y ordenados por un editor,
póstumamente, o que Marco Aurelio los habría dejado sin revisar del todo
en forma definitiva, o que algunos libros proceden de una selección de
escritos), que es difícil admitir. No es necesario exigir una ordenación
demasiado sistemática a apuntes de este tipo. Por otra parte, es cierta la
advertencia de que ciertos pasajes de extractos y citas de carácter poético o
filosófico aparecen como intercalados en VII 35-51 y IX 22-39, y la
continuidad de los pensamientos anotados se entendería mejor considerando
aparte estos párrafos. (Aunque, desde luego, tales citas proceden de lecturas
predilectas de Marco Aurelio.)
En fin, cualquier intento de substituir la actual ordenación por otra (más
sistemática, por temas, por ejemplo), nos parece arriesgada y artificial. Tal
vez el aparente desorden de nuestro texto ayude a comprender, en cierto
modo, la manera en que fue compuesto, por anotaciones esporádicas, con
reiteración de motivos, con retoques y saltos, y elaborado en ratos sueltos,
en vigilias arduas, y sin una intención escolástica.
El estilo de los apuntes personales refleja el carácter de Marco Aurelio,
despojado de artificios retóricos, conciso y austero. En su intención
parenética, unas veces intenta alcanzar expresiones punzantes, a modo de
máximas lapidarias; acaso al modo de aquellas de ciertos presocráticos
(Heráclito o Demócrito) que gusta de evocar. Así, por ejemplo, VI 54: «Lo
que no conviene al enjambre, tampoco a la abeja», o V 28: «Ni actor trágico
ni prostituta», o VI 6: «El mejor modo de defenderse es no asimilarse (a
ellos)». Otras veces trata de exponer en cierto orden algunos temas de
meditación, un tanto tópicos en la filosofía estoica, reiterados aquí con un
sincero empeño personal. (Así, por ejemplo, en los primeros párrafos del
libro III.) Tales temas son los elementos de ese botiquín filosófico de
primera urgencia, que Marco Aurelio aconseja tener a mano siempre (III
13). En general, estos pasajes están compuestos en un estilo cuidado y
preciso, en contraste con algunos otros párrafos más descuidados y un tanto
confusos, incluso en su construcción gramatical. (Estos pasajes más oscuros
pueden haber sido dañados por la tradición del texto, pero es probable que
la dificultad de algunos proceda de la falta de revisión por parte del propio
autor.)
El léxico de Marco Aurelio es notablemente variado. Usa formas
coloquiales —por ejemplo, ciertos diminutivos—, no es partidario de
fórmulas fijas para referirse a temas filosóficos, y, por otra parte, admite
ténninos cultos y un tanto eruditos. Herodiano (I 2, 3) nos informa de que
gustaba del arcaísmo en sus escritos (lógōn te archaiótētos ēn erastḗs). En
conjunto, su lengua no tiene la vivacidad de la de Epicteto. Al fin y al cabo
era una lengua aprendida en la niñez y mantenida como instrumento
intelectual a través de lecturas, más que de uso cotidiano. La versión de
ciertos giros y expresiones resulta difícil, porque, al traducirlos, hay que
parafrasearlos, eliminando así la concisa precisión de la frase griega, o la
referencia a la terminología estoica.
El tono de los apuntes filosóficos es severo y un tanto adusto, acorde
con los temas tratados, con esas consignas de resignación ante los reveses
del azar y las injusticias humanas, y la meditación frecuente de la muerte
irremediable. Sobre ese trasfondo gris destacan los símiles, de una plástica
vivacidad. Alguna vez, tras ellos, se adivina la referencia personal. Tal es el
caso cuando (en X 10) compara al vencedor de los sármatas a la araña que
captura moscas. (El Emperador había recibido el título de Sarmaticus en
175, como homenaje a la victoria tras una larga campaña.) Otras veces son
símiles más generales: el hombre que se resiste a su destino es como el
cochinillo que da chillidos mientras le llevan al sacrificio (X 28), el sabio es
la roca que resiste incólume los embates de las olas (IV 49), la piedra
preciosa a la que nadie puede impedir serlo (IV 20), la virtud es llama que
brilla hasta extinguirse (XII 15), la muerte debe ser acogida con
agradecimiento, como la madurez de la aceituna que cae gozosa de la rama
(IV 48). Todas estas imágenes intentan conciliar el pesar de la existencia
humana al reintegrarlo en una imagen de la naturaleza, regida por un ritmo
eterno. Son hermosas y apaciguadoras, como los símiles del viejo Homero,
al intercalarse como pausas entre pasajes que recuerdan la lucha y el
desánimo. Intentan desvanecer el aspecto irrepetible que la vida individual
presenta. El hombre no muere de modo tan sencillo como las aceitunas,
porque no se repite como ellas; y el combate del sabio contra los infortunios
es más sensible y doliente que el del peñasco contra las tempestades. Marco
Aurelio intenta combatir con esos pensamientos consoladores a su enemigo:
el tiempo, tenaz aliado de la muerte, y a la historia.
Las Meditaciones no son un diario, ni siquiera la dramática «historia de
un alma» (M. Dolç), en el sentido de que en ellas no hay referencias al
momento en que fueron escritas. (A no ser de modo indirecto, por ejemplo,
las localizaciones de los libros II y III, o la referencia a la guerra contra los
sármatas en el pasaje aludido hace poco.) No hay en ellas ni fechas ni
paisaje. Nos habría gustado a los modernos saber a qué se refieren este o
aquel párrafo de disgusto o de admiración, y en qué momento de la noche o
ante qué frío paraje danubiano se había escrito tal o cual meditación. Pero,
en su desprecio por lo corporal y mundano, Marco Aurelio sólo anota lo
esencial: el razonamiento desnudo de lo accesorio y la incitación moral.
Como pensador, Marco Aurelio no es un filósofo original ni
complicado. Como otros estoicos de la época imperial (es decir, de la Estoa
Nueva), como Séneca y Epicteto, su originalidad básica consiste en la
reducción de la filosofía a la ética, dejando de lado otros aspectos teóricos,
como la teoría física, o la gnoseología de la escuela. Tampoco pretende ser
un maestro de virtud. Se propone, sí, un cierto ideal estoico del sabio como
modelo; aunque es consciente, demasiado tal vez, de la distancia que le
separa de este modelo. Lo más atractivo en él es la sinceridad con que
intenta vivir según esas pausas éticas. Por eso su estoicismo tiene el
atractivo de la doctrina vivida, y no de la predicada. Esa sobrecarga de
«moralina» (según el término de Nietzsche) que edulcora la abstracta
predicación escolar, queda anulada en sus apuntes por el latente dramatismo
de su itinerario espiritual. Como escritor, Marco Aurelio es más monótono
y gris que el hábil Séneca, más dotado para el estilo elegante de confesor
espiritual, sagaz «torero de la virtud». Y es menos ágil que Epicteto, y
menos optimista también. Diríase que el antiguo esclavo estaba menos
recargado de deberes y era más libre que el solitario Emperador. Hay en
Marco Aurelio una cierta tonalidad pascaliana en su intento, cerebral y
cordial, por aferrarse a una explicación del mundo que le permita vivir con
dignidad, con razón, frente al azar absurdo. La ética estoica da sentido a su
vida, y su experiencia cotidiana es confrontada a la doctrina. Practica la
filosofía como un fármaco personal, al tiempo que cumple su deber. Marco
Aurelio no era un intelectual al frente del Estado romano. Precisamente
porque no lo era, desconfiaba de las fórmulas abstractas y no tenía un
programa de reformas ideales, ni creía en las utopías. Ya Renan señaló bien
que no era un filósofo dogmático. En efecto, tiende a simplificar la teoría,
reduciéndola a los dogmas fundamentales. Él mismo recomienda ese afán
de simplificar para quedarse con lo esencial. Parte de unos principios de
creencia que acepta como incuestionables. Así, por ejemplo, el de la
composición tripártita del hombre en cuerpo (sōma, sarx), alma o principio
vital (psyché, pneuma) e inteligencia (nous). De esas tres partes, la última es
la específicamente humana, y se identifica con el elemento divino interior
(el daímon) que habita en nosotros y el principio director o guía de nuestra
vida (el hēgēmonikón). La conducta recta y racional exige que el nous,
como guía y divino, no se deje perturbar por las otras dos partes del ser
humano. Es el modo más sencillo de superar las pasiones, y el dolor y el
placer.
Otro segundo principio es el de saber qué cosas dependen de nosotros y
qué cosas no, y cifrar la felicidad en las primeras. El papel mediador de la
conciencia en cuanto único criterio de valor permite diferenciar entre bienes
y males, que son aquellos que afectan al yo interior, y toda una larga serie
de sucesos y cosas exteriores, calificadas como indiferentes. Marco Aurelio
no llega a mantener el rigorismo originario sobre las cosas indiferentes;
pero reitera tales consejos ascéticos, muy bien explicitados por Epicteto.
Un tercer dogma es el de la sumisión del individuo al conjunto, de la
adaptación al cosmos, regido inmanentemente por un designio divino y
racional. La racional providencia cósmica es uno de los dogmas básicos del
estoicismo. Marco Aurelio lo adopta con una sentida y profunda adhesión
personal (IV 23, X 28, etc.). Esta creencia, en principio claramente
optimista, asume un valor ideológico, transferida de su contexto físico al
terreno más cercano de la praxis social, en el marco del Imperio Romano.
«La idea de la superioridad de los intereses del Estado o de la colectividad
sobre los del individuo es acentuada por Marco Aurelio (v. VI 44, VII 55,
IV 29)», apunta M. Rostovtzeff (II 236) en una breve nota, señalando que
en «la conciencia de agobio» que era «el rasgo más destacado de la vida
económica y social» de esa época, en que se acentuaba «la presión del
Estado sobre el pueblo» de modo casi intolerable, resultaba un excelente
motivo para justificar la actuación del poder, que intentaba «salvar al
Estado a costa de la colectividad y de los individuos». Ya en Epicteto (II 10,
4-5) se encuentra esa consideración de que «el todo es más importante que
la parte, y el Estado que el ciudadano». Pero es Marco Aurelio el que insiste
en este punto como algo fundamental de toda su ética y quien avanza más
sobre tal postulado.
La motivación ideológica de su actitud ha sido analizada
penetrantemente por G. Puente (o. c., págs. 229-238), quien señala con
claridad el conservadurismo social y el conformismo de esta ideología de
resignación. (Cf. especialmente sus conclusiones en pág. 237: «La ideología
de resignación del estoicismo tardío responde a un sorprendente mecanismo
psicológico en virtud del cual el civis romanus resuelve vivir en un doble
mundo: el sistema político imperial —civitas humana jerarquizada y
articulada en clases dominantes y clases explotadas, sujetas ambas a la vis
coactiva del orden jurídico— y el orden cósmico racional —civitas divina
anclada en la actividad de la conciencia individual como locus privilegiado
de la razón—. El hombre interior constituye la referencia permanente de ese
doble mundo, y es el artificio moderador de las encontradas lealtades que
imponen, de una parte, los deberes de la convivencia social y política, y de
otra, el inalienable albedrío de la conciencia moral. Se trataba, así, de una
existencia en funambulesco equilibrio entre la esperanza y la desesperación,
entre la exultación moral y el pesimismo resignado, entre el repliegue en sí
mismo y la puntual entrega a las contingentes exigencias de la vida diaria.
Esta solución paradójica funcionaría aún durante algunos siglos, y llegaría a
encamarse —en un admirable coup de théatre de la historia— en la persona
de un emperador. La figura de Marco Aurelio resulta, en verdad, un
fenómeno fascinante para el estudioso de las ideologías, pues su entraña
psicológica radica en esa unitaria incorporación viviente de una ideología
cuya operación práctica se apoyaba en la radical escisión de la conciencia:
la duplicidad de un hombre que, como primer ciudadano, servía fielmente a
un orden de dominación que, como sujeto moral, había de eludir
constantemente para alcanzar la beatitud. Ambos imperativos se le
presentaban como igualmente derivados de cierta concepción del kósmos en
cuanto proceso unitario y fatal del lógos universal»).
Psicológicamente la personalidad de Marco Aurelio atrae nuestro
interés por su ascetismo y su descontento interior. Descontento de sí mismo
—en su afán de ser mejor y de comportarse de acuerdo con sus intenciones
éticas en todo— y de los demás (cf. V 10 y muchos otros textos), Marco
Aurelio se reitera una y otra vez los mismos consejos y máximas, como si
no acabara de convencerse. La insistencia en repetir el remedio sugiere que
éste no es del todo eficaz. Un cierto escepticismo latente en esta filosofía de
consolación le da un tono dramático; como si las heridas y los dolores
acallados, como si las quejas reprimidas y los impulsos detenidos
necesitaran, en su subconsciente rebelión, de una nueva dosis de la
fannacopea. La resignación aristocrática, el ascético desprecio del mundo y
la carne, la sumisión al deber —de filósofo y de ciudadano romano en lo
más alto de la jerarquía— son muestras de una actitud que rehuye el
patetismo, pero que no puede alcanzar esa apatía inhumana del sabio
estoico.

III
La coherencia entre su actuación histórica y su actitud filosófica
(dejando ahora a un lado todos los problemas de su teoría) ha traído hacia la
figura de Marco Aurelio la admiración de historiadores y pensadores
diversos. Entre sus admiradores más ilustres hay que recordar a dos
monarcas con inquietudes filosóficas y gran personalidad: a Juliano el
Apóstata y a Federico II el Grande de Prusia. Entre los pensadores e
historiadores mencionemos a algunos muy significativos, como Gibbon y
Montesquieu, M. Arnold y J. Stuart Mill, E. Renan y H. Taine, entre otros.
Taine dijo de Marco Aurelio que era «el alma más noble que haya existido».
Renan lo calificó como «el mejor y el más grande de su siglo». Otros
estudiosos de su obra han insistido en su magnanimidad. Así, por ejemplo,
E. Zeller, A. Puech y A. S. L. Farquharson, su más tenaz comentador. Sus
biógrafos, por ejemplo, W. Goerlitz y A. Birley, destacan la gran
personalidad de Marco Aurelio, y es fácil notar cómo la exposición de sus
hechos se acompañan de comentarios admirativos.
Marco Aurelio resulta un tipo de héroe muy poco frecuente en la
Historia —entre otras cosas, porque carece de la alegría autoafirmativa y de
la arrolladora ambición y del énfasis jovial de otras grandes figuras—. Es
un filósofo de reducida originalidad. Pero la conexión de su posición
histórica, su conducta personal y su actitud filosófica, hacen de él una
figura atractiva y un ejemplo apasionante de humanidad.

IV
La historia de la tradición del texto de las Meditaciones es bastante
extraña. En el s. III parece que Herodiano y Dión Casio conocían la obra. A
mediados del s. IV, Juliano el Apóstata y el orador Temistio recuerdan con
elogio a Marco Aurelio. En Temistio (en el año 364) se encuentra la primera
referencia a su obra con un título expreso, el de Admoniciones de Marco
(Márkou parengélmata). El biógrafo de Avidio Casio en la Historia
Augusta alude a unas Exhortaciones que Marco Aurelio habría declamado
durante tres días antes de partir a la guerra contra los marcomanos. (Este
biógrafo, que da esta noticia, tal vez confundida, puede ser de la época de
Juliano.) Después, desde el s. IV al IX, nadie va a acordarse de los escritos
de Marco Aurelio. Así, por ejemplo, no hay ni una cita suya en la amplia
selección de filósofos y poetas recopilada por Estobeo a mediados del
siglo V.
Pero a comienzos del X, Aretas, un humanista y bibliófilo bizantino, que
luego fue arzobispo de Cesarea en Capadocia, escribe a Demetrio,
arzobispo de Heraclea, que le envía un volumen antiguo de las
Meditaciones, un viejo libro muy deteriorado, del que él ya se ha sacado
una copia. Esta copia se ha perdido, pero es probable que esté en el origen
de la tradición manuscrita de nuestras ediciones modernas. Hacia 950, en su
inestimable diccionario. Suidas se refiere a los escritos éticos de Marco
Aurelio: Eis heautón en 12 libros. Y dos siglos después, Tzetzes (1110-
1185) cita algunos párrafos en sus Chilíades.
La primera edición impresa es la de Zurich, 1558-59, hecha por Andreas
Gesner, con traducción latina de Wm. Xylander de Augsburgo (1532-76).
El texto de esta editio princeps se basa en el de un manuscrito palatino, «de
la biblioteca del Príncipe Palatino, Otto Heinrich», que Xylander corrigió
levemente en algunos pasajes. La importancia del texto editado por Gesner
en 1558 aumenta por el hecho de que el manuscrito palatino se perdió
luego, de modo que las lecturas de esa impresión (designada como Ρ o bien
como Τ [Toxitanus] en los aparatos críticos) representan el testimonio más
fidedigno de la tradición textual. Junto a esta fuente P, tenemos otro
importante manuscrito: el códice Vaticanus Graecus, 1950, designado como
A, que contiene las Meditaciones en una copia de finales del s. XIV al XV.
Existen otros manuscritos que son posteriores, o bien ofrecen excerpta del
texto. Evidentemente, aquí no podemos entrar en ponnenores de esa
transmisión ni en la confrontación de A con Ρ (que parecen remontarse a un
arquetipo perdido, acaso al texto copiado por Aretas), ni exponer en detalle
los nombres de los principales filólogos que se ocuparon de nuestro autor.
Remitimos para ello a las introducciones de Trannoy o de Farquharson. En
general, puede advertirse, en cualquier edición, las numerosas conjeturas y
variantes que sugiere el texto, muy frecuentemente corrupto.
Además de Gesner y de Xylander (apellido latinizado de W. Holzmann,
que se ocupó de la primera traducción al latín y de una segunda edición
corregida en Basilea en 1568), vale la pena recordar unos pocos nombres.
La primera traducción a un idioma moderno fue la de Pardoux Duprat al
francés en 1570. Casaubon realizó la primera traducción al inglés en 1634,
añadió una excelente introducción y notas críticas en su segunda edición en
1635, y editó el texto griego en 1643, acompañado de una traducción latina
(la de Xylander retocada).
En Cambridge y en 1652 apareció la edición del texto griego con nueva
traducción latina y un excelente comentario por Thomas Gataker, que hizo
época, y se reimprimió varias veces.
Entre los editores y comentaristas modernos ocupa un lugar destacado
A. S. L. Farquharson por su obra en dos volúmenes, publicada
póstumamente en 1944, dos años después de la muerte de quien le había
dedicado muchos años de su vida con una auténtica vocación personal.
Las Meditaciones han sido traducidas a todos los idiomas europeos. Un
estudioso (J. W. Legg) señala que en el s. XVII hubo 26 ediciones de esta
obra; en el XVIII, 58; 81, en el XIX, y 28 en los ocho primeros años del siglo
actual.
En fin, conviene quizá añadir aquí como nota irónica o pintoresca, el
nombre de un escritor español que contribuyó, más que ninguno en el
s. XVI, a popularizar el nombre de Marco Aurelio no sólo en España, sino en
toda Europa. Me refiero a Fray Antonio de Guevara, cuyo Libro áureo de
Marco Aurelio apareció impreso por primera vez en Sevilla en 1528. Este
texto, recogido y ampliado en el Relox de príncipes (Valladolid, 1529),
gozó de un sorprendente éxito de público, tanto en España (unas 30
ediciones hubo entre uno y otro título en los siglos XVI y XVII) como en
Europa, donde se multiplicaron sus ediciones en latín, en francés, en
italiano, en inglés, en alemán, en danés y en holandés. Todavía se tradujo al
armenio en el s. XVIII. Esta obra, que según Menéndez y Pelayo fue tan leída
como el Amadís de Gaula y la Celestina, alcanzando un total de 58
ediciones en Europa entre el XVI y el XVII en tan varias lenguas, difundió
una curiosa imagen del Emperador filósofo desde treinta años antes de la
aparición de la editio princeps de Marco Aurelio. Esta «extravagante
novela» —que algún docto contemporáneo denunció pronto como
superchería histórica— surgió de la facundia y la imaginación de este falaz
humanista hispánico, a partir de unos mínimos textos antiguos, con una
fabulosa desfachatez. Así que, cuando Jacinto Díaz de Miranda, en el
prólogo a su traducción en 1785, criticaba que, frente a las ediciones
múltiples en otros países europeos, «España es la única que ha escaseado a
este Emperador un obsequio tan corto y trivial (como el de traducirlo y
publicarlo)», añadía en nota: «Antes, para colmo de desatención, el obispo
de Mondoñedo, Guevara, le prohijó atrevidamente en su Relox de príncipes
desconcertado, contribuyendo la celebridad de Marco Aurelio a que
corriese con el aplauso que por sí no merecía, y se imprimiese en los más de
los países, traduciéndolo en latín, francés, italiano y alemán».
BIBLIOGRAFÍA

A) Ediciones del texto:

A. S. L. FARQUHARSON, The Méditations of the Emperor Marcus Antoninus,


2 vols., Oxford, 1944. (La edición crítica va acompañada de traducción
y un minucioso y extenso comentario que ocupa parte del tomo I y todo
el tomo 11, así como de una breve, pero excelente introducción.) (Hay
reimpresión de 1968.)
C. R. HAINES, The Commiwings with Himself of Marcus Aurelius Antoninus,
Emperor of Rome, together with his speeches and sayings, Londres,
1916. (Varias reimpresiones.) Col. «Locb». Con traducción inglesa
(muy literal).
H. SCHENKL, Marcus Aurelius. Selbstbetrachtungen, Leipzig, Teubner,
1913. (Editio maior y ed. minor, con buen aparato crítico.)
A. I. TRANNOY, Marc-Aurèle. Pensées, París, 1925 (y varías reimpresiones).
Col. «Les Belles Lettres». (Con una introducción de A. Puech y
traducción francesa muy cuidada.)

Entre las traducciones más modernas y asequibles vale la pena citar la


francesa de M. MEUNIER, Marc-Aurèle. Pensées pour moimême, París, 1964
(Col. «Gamier-Flammarion»), y la inglesa de M. STANIFORTH, Marcus
Aurelius, Méditations, Londres, 1964 (Col. «Penguin Classics»).

B) Traducciones españolas:
La versión castellana más antigua, hecha directamente sobre el texto
griego, es la de Jacinto Díaz de Miranda, en 1785, con el título de
Soliloquios o reflexiones morales. Es una traducción notable y con
abundantes notas (unas 500), que se ha reeditado varias veces (por ejemplo,
en la «Biblioteca Clásica», en 1888, y en colecciones de difusión amplia,
como la «Col. Crisol», de Aguilar, y la «Col. Austral», en este caso sin
explicitar la fecha de su primera edición). Esta versión, muy meritoria en su
momento —como la Poética, de Aristóteles, traducida por J. Goya y
Muniain, o Las vidas y opiniones de los filósofos antiguos, de Diógenes
Laercio, por J. Ortiz Sanz, hechas por los mismos años—, resulta hoy
anticuada y un tanto rancia de estilo. (Sobre sus méritos, cf. L. Gil, «Jacinto
Díaz de Miranda, colegial de S. Clemente y traductor de Marco Aurelio»,
en Studia Albornotiana [en prensa].)
En el año siguiente (1786) aparecieron unos Pensamientos escogidos de
Marco Aurelio, por J. Villa López.
En la «Biblioteca Económica Filosófica» se publica una nueva
traducción, de A. Zozaya (en 1885). Las Meditaciones, en selección y
traducción de R. Baeza reaparecen en Madrid, 1919. Con el título de
Soliloquios las vierte M. Dolç en Barcelona, 1945, en un bello formato y
con cuidadoso estilo, sobre el texto griego fijado por Trannoy. Otros
traductores: Joaquín Delgado (París, s. a.), J. Pérez Ballester (Barcelona,
1954) y A. C. Gavaldá (autor de una selección con notas, publicada en
Palma de Mallorca, 1956).
La presente traducción, de Ramón Bach Pellicer, aventaja a las
anteriores en fidelidad al texto griego, ya que en todos los pasajes difíciles
se ha preferido la precisión a una falsa elegancia. El texto de Marco Aurelio
no es un texto fácil, por motivos ya indicados en esta introducción, y su
intelección total requeriría la constante alusión a la terminología del
original griego, así como profusión de notas. En ese aspecto el amplio
comentario de Farquharson sigue siendo la obra de referencia ineludible.

C) Biografías de Marco Aurelio:

A. BIRLEY, Marcus Aurelius, Londres, 1966.


A. CRESSON, Marc-Aurèle: sa vie, son oeuvre, París, 1962.
W. GOERLITZ, Marc Aurel, Kaiser und Philosoph, Stuttgart, 1954. (Hay
traducción francesa, Paris, 1962.)
C. PARAIN, Marc-Aurèle, Paris, 1957.
E. RENAN, Marc-Aurèle et la fin du monde antique, Paris, 1882.
(Traducción española de A. Ulquiano, Buenos Aires, 1965.)
J. ROMAINS, Marco Aurelio o el emperador de buena voluntad, Madrid,
1971. (Traducción de F. Ximcnez de Sandoval. El original francés es de
París, 1968.)

Entre estas biografías la famosa obra de E. Renan conserva aún cierto


interés por su concepción histórica general, acompañada por la exposición
en su brillante y apasionado estilo; si bien sólo algunos capítulos de su libro
tratan propiamente de Marco Aurelio. La mejor desde el punto de vista
historiográfico es la de A. Birley, admirable por su precisión critica y
detallada erudición, por ejemplo, en la abundancia de referencias
prosopográficas. La más asequible al lector español es la de Jules Romains,
publicada en la «Colección Austral». No es, sin embargo, a nuestro parecer,
una de las mejores obras del tan conocido autor. Con un estilo similar, nos
parece muy superior la obra de W. Goriitz, a pesar de su tendencia a
relacionar, temerariamente, los textos de Marco Aurelio con ciertos
momentos concretos de su vida.

D) Obras de consulta

A continuación indicamos algunas obras de consulta o de referencia


oportuna para algunos aspectos literarios o filosóficos de la obra de Marco
Aurelio en su contexto histórico:

E. R. DODDS, Pagan and Christian in an Age of Anxiety, Cambridge, 1965.


(Traducción española de J. Valiente, Malla, Madrid, 1974, con el título
Paganos y cristianos en una época de angustia.)
E. ELORDUY, El estoicismo, 2 tomos, Madrid, 1972.
A. LEVI, Historia de la filosofía romana, Buenos Aires, 1969. (El original
italiano es de Florencia, 1949.)
F. MARTINAZZOLI, La «Succesio» di Marco Aurelio: struttura e spirito del
primo libro dei «Pensieri», Bari, 1951.
G. MISCH, Geschichte der Autobiographie, Leipzig, 1907. (Traducción
inglesa, Cambridge, 1951, 2 tomos.)
M. POHLENZ, Die Stoa, 2 vols., Gotinga, 1948-49. (Trad. italiana en dos
vols. La Stoa. Storia di un movimento spirituale, Florencia, 1967.)
G. PUENTE OJEA, Ideología e historia. El fenómeno estoico en la sociedad
antigua, Madrid, 1974.
B. P. REARDON, Courants littéraires Grecs des II et III siècles après J. C.,
Paris, 1971.
J. M. RIST, Stoic Philosophy, Cambridge, 1969.
M. ROSTOVTZEFF, Historia social y económica del Imperio Romano, tr. esp.,
Madrid, 1967.
F. H. SANDBACH, The Stoics, Londres, 1975.
A. J. VOELKE, L’idée de volonté dans le stoïcisme, Paris, 1973.

CARLOS GARCÍA GUAL


NOTA A LA PRESENTE TRADUCCIÓN
El texto de Marco Aurelio presenta especiales dificultades debido a su
escasa tradición manuscrita y a la problemática intelección de su
terminología filosófica. En nuestra traducción hemos procurado seguir el
texto establecido por A. L Trannoy («Les Belles Lettres», París, 1964, 1.a
edición de 1925), que, en principio, es notablemente conservador. No
obstante, hemos tenido en cuenta continuamente, y aceptado en
determinados lugares, la lección propuesta por Farquharson (The
Meditations of the Emperor Marcas Antoninus, 2 vols., Oxford, 1944). Por
este motivo hemos considerado más oportuno no dar una lista inicial de
variantes preferidas, sino indicarlas mediante nota a pie de página.
Con el fin de facilitar al lector la localización y consulta de los nombres
propios, hemos confeccionado un índice de los mismos con las
correspondencias oportunas cuando un mismo personaje se encuentra
mencionado de modos diferentes o aparece en diversas ocasiones a lo largo
de la obra. Son objeto de comentario en nota a pie de página, y no en el
índice general, donde sólo señalamos su localización, aquellos nombres
propios que, a nuestro en tender, tienen cierto relieve en el contexto general
de las Meditaciones.
Por estimar que puede ser útil al lector tener a mano una visión de
conjunto del marco familiar de nuestro filósofo, incorporamos, siguiendo a
Farquharson, o. c., pág. 255, un cuadro genealógico, al final de la
traducción.
Conviene también advertir que los pasajes atetizados en las ediciones de
A. I. Trannoy y Farquharson como de autenticidad dudosa o interpolados
son indicados en nuestra versión mediante corchetes. Las conjeturas
adoptadas figuran entre paréntesis angulares con indicación expresa de su
procedencia.
Finalmente, queremos señalar que, para no sobrecargar de notas la
traducción, remitimos con frecuencia al lector al amplio y detallado
comentario de Farquharson, citado anteriormente.
MEDITACIONES
LIBRO I[1]
1. De mi abuelo Vero[2]: el buen carácter y la serenidad.
2. De la reputación y memoria legadas por mi progenitor[3]: el carácter
discreto y viril.
3. De mi madre[4]: el respeto a los dioses, la generosidad y la abstención
no sólo de obrar mal, sino incluso de incurrir en semejante pensamiento;
más todavía, la frugalidad en el régimen de vida y el alejamiento del modo
de vivir propio de los ricos.
4. De mi bisabuelo[5]: el no haber frecuentado las escuelas públicas y
haberme servido de buenos maestros en casa, y el haber comprendido que,
para tales fines, es preciso gastar con largueza.
5. De mi preceptor: el no haber sido de la facción de los Verdes ni de los
Azules[6], ni partidario de los parmularios ni de los escutarios[7]; el soportar
las fatigas y tener pocas necesidades; el trabajo con esfuerzo personal y la
abstención de excesivas tareas, y la desfavorable acogida a la calumnia.
6. De Diogneto[8]: el evitar inútiles ocupaciones; y la desconfianza en lo
que cuentan los que hacen prodigios y hechiceros acerca de encantamientos
y conjuración de espíritus, y de otras prácticas semejantes; y el no
dedicarme a la cría de codornices ni sentir pasión por esas cosas; el soportar
la conversación franca y familiarizarme con la filosofía; y el haber
escuchado primero a Baquio, luego a Tandasis y Marciano[9]; haber escrito
diálogos en la niñez; y haber deseado el catre cubierto de piel de animal, y
todas las demás prácticas vinculadas a la formación helénica.
7. De Rústico[10]: el haber concebido la idea de la necesidad de
enderezar y cuidar mi carácter; el no haberme desviado a la emulación
sofistica, ni escribir tratados teóricos ni recitar discursillos de exhortación ni
hacerme pasar por persona ascética o filántropo con vistosos alardes; y el
haberme apartado de la retórica, de la poética y del refinamiento cortesano.
Y el no pasear con la toga[11] por casa ni hacer otras cosas semejantes.
También el escribir las cartas de modo sencillo, como aquella que escribió
él mismo desde Sinuesa[12] a mi madre; el estar dispuesto a aceptar con
indulgencia la llamada y la reconciliación con los que nos han ofendido y
molestado, tan pronto como quieran retractarse; la lectura con precisión, sin
contentarme con unas consideraciones globales, y el no dar mi asentimiento
con prontitud a los charlatanes; el haber tomado contacto con los Recuerdos
de Epicteto, de los que me entregó una copia suya.
8. De Apolonio[13]: la libertad de criterio y la decisión firme sin
vacilaciones ni recursos fortuitos; no dirigir la mirada a ninguna otra cosa
más que a la razón, ni siquiera por poco tiempo; el ser siempre inalterable,
en los agudos dolores, en la pérdida de un hijo, en las enfermedades
prolongadas; el haber visto claramente en un modelo vivo que la misma
persona puede ser muy rigurosa y al mismo tiempo desenfadada; el no
mostrar un carácter irascible en las explicaciones; el haber visto a un
hombre que claramente consideraba como la más ínfima de sus cualidades
la experiencia y la diligencia en transmitir las explicaciones teóricas; el
haber aprendido cómo hay que aceptar los aparentes favores de los amigos,
sin dejarse sobornar por ellos ni rechazarlos sin tacto.
9. De Sexto[14]: la benevolencia, el ejemplo de una casa gobernada
patriarcalmente, el proyecto de vivir conforme a la naturaleza; la dignidad
sin afectación; el atender a los amigos con solicitud; la tolerancia con los
ignorantes y con los que opinan sin reflexionar; la armonía con todos, de
manera que su trato era más agradable que cualquier adulación, y le tenían
en aquel preciso momento el máximo respeto; la capacidad de descubrir con
método inductivo y ordenado los principios necesarios para la vida; el no
haber dado nunca la impresión de cólera ni de ninguna otra pasión, antes
bien, el ser el menos afectado por las pasiones y a la vez el que ama más
entrañablemente a los hombres; el elogio, sin estridencias; el saber
polifacécito, sin alardes.
10. De Alejandro[15] el gramático: la aversión a criticar; el no reprender
con injurias a los que han proferido un barbarismo, solecismo o sonido mal
pronunciado, sino proclamar con destreza el término preciso que debía ser
pronunciado, en forma de respuesta, o de ratificación o de una
consideración en común sobre el tema mismo, no sobre la expresión
gramatical, o por medio de cualquier otra sugerencia ocasional y apropiada.
11. De Frontón[16]: el haberme detenido a pensar cómo es la envidia, la
astucia y la hipocresía propia del tirano, y que, en general, los que entre
nosotros son llamados «eupátridas», son, en cierto modo, incapaces de
afecto.
12. De Alejandro el platónico[17]: el no decir a alguien muchas veces y
sin necesidad o escribirle por carta: «Estoy ocupado», y no rechazar de este
modo sistemáticamente las obligaciones que imponen las relaciones
sociales, pretextando excesivas ocupaciones.
13. De Catulo[18]: el no dar poca importancia a la queja de un amigo,
aunque casualmente fuera infundada, sino intentar consolidar la relación
habitual; el elogio cordial a los maestros, como se recuerda que lo hacían
Domicio y Atenódoto; el amor verdadero por los hijos.
14. De «mi hermano»[19] Severo[20]: el amor a la familia, a la verdad y
la justicia; el haber conocido, gracias a él, a Trascas, Helvidio, Catón, Dión,
Bruto; el haber concebido la idea de una constitución basada en la igualdad
ante la ley, regida por la equidad y la libertad de expresión igual para todos,
y de una realeza que honra y respeta, por encima de todo, la libertad de sus
súbditos. De él también: la uniformidad y constante aplicación al servicio
de la filosofía; la beneficencia y generosidad constante; el optimismo y la
confianza en la amistad de los amigos; ningún disimulo para con los que
merecían su censura; el no requerir que sus amigos conjeturaran qué quería
o qué no quería, pues estaba claro.
15. De Máximo[21]: el dominio de sí mismo y no dejarse arrastrar por
nada; el buen ánimo en todas las circunstancias y especialmente en las
enfermedades; la moderación de carácter, dulce y a la vez grave; la
ejecución sin refunfuñar de las tareas propuestas; la confianza de todos en
él, porque sus palabras respondían a sus pensamientos y en sus actuaciones
procedía sin mala fe; el no sorprenderse ni arredrarse; en ningún caso
precipitación o lentitud, ni impotencia, ni abatimiento, ni risa a carcajadas,
seguidas de accesos de ira o de recelo. La beneficencia, el perdón y la
sinceridad; el dar la impresión de hombre recto e inflexible más bien que
corregido; que nadie se creyera menospreciado por él ni sospechara que se
consideraba superior a él; su amabilidad en…[22].
16. De mi padre[23]: la mansedumbre y la firmeza serena en las
decisiones profundamente examinadas. El no vanagloriarse con los honores
aparentes; el amor al trabajo y la perseverancia; el estar dispuesto a
escuchar a los que podían hacer una contribución útil a la comunidad. El
distribuir sin vacilaciones a cada uno según su mérito. La experiencia para
distinguir cuándo es necesario un esfuerzo sin desmayo, y cuándo hay que
relajarse. El saber poner fin a las relaciones amorosas con los adolescentes.
La sociabilidad y el consentir a los amigos que no asistieran siempre a sus
comidas y que no le acompañaran necesariamente en sus desplazamientos;
antes bien, quienes le habían dejado momentáneamente por alguna
necesidad le encontraban siempre igual. El examen minucioso en las
deliberaciones y la tenacidad, sin eludir la indagación, satisfecho con las
primeras impresiones. El celo por conservar los amigos, sin mostrar nunca
disgusto ni loco apasionamiento. La autosuficiencia en todo y la serenidad.
La previsión desde lejos y la regulación previa de los detalles más
insignificantes sin escenas trágicas. La represión de las aclamaciones y de
toda adulación dirigida a su persona. El velar constantemente por las
necesidades del Imperio. La administración de los recursos públicos y la
tolerancia ante la crítica en cualquiera de estas materias; ningún temor
supersticioso respecto a los dioses ni disposición para captar el favor de los
hombres mediante agasajos o lisonjas al pueblo; por el contrario, sobriedad
en todo y firmeza, ausencia absoluta de gustos vulgares y de deseo
innovador. El uso de los bienes que contribuyen a una vida fácil —y la
Fortuna se los había deparado en abundancia—, sin orgullo y a la vez sin
pretextos, de manera que los acogía con naturalidad, cuando los tenía, pero
no sentía necesidad de ellos, cuando le faltaban. El hecho de que nadie
hubiese podido tacharle de sofista, bufón o pedante; por el contrario, era
tenido por hombre maduro, completo, inaccesible a la adulación, capaz de
estar al frente de los asuntos propios y ajenos. Además, el aprecio por
quienes filosofan de verdad, sin ofender a los demás ni dejarse tampoco
embaucar por ellos; más todavía, su trato afable y buen humor, pero no en
exceso. El cuidado moderado del propio cuerpo, no como quien ama la
vida, ni con coquetería ni tampoco negligentemente, sino de manera que,
gracias a su cuidado personal, en contadísimas ocasiones tuvo necesidad de
asistencia médica, de fármacos o emplastos. Y especialmente, su
complacencia, exenta de envidia, en los que poseían alguna facultad, por
ejemplo, la facilidad de expresión, el conocimiento de la historia de las
leyes, de las costumbres o de cualquier otra materia; su ahínco en ayudarles
para que cada uno consiguiera los honores acordes a su peculiar excelencia;
procediendo en todo según las tradiciones ancestrales, pero procurando no
hacer ostentación ni siquiera de esto: de velar por dichas tradiciones.
Además, no era propicio a desplazarse ni a agitarse fácilmente, sino que
gustaba de permanecer en los mismos lugares y ocupaciones. Ε
inmediatamente, después de los agudos dolores de cabeza, rejuvenecido y
en plenas facultades, se entregaba a las tareas habituales. El no tener
muchos secretos, sino muy pocos, excepcionalmente, y sólo sobre asuntos
de Estado. Su sagacidad y mesura en la celebración de fiestas, en la
construcción de obras públicas, en las asignaciones y en otras cosas
semejantes, es propia de una persona que mira exclusivamente lo que debe
hacerse, sin tener en cuenta la aprobación popular a las obras realizadas. Ni
baños a destiempo, ni amor a la construcción de casas, ni preocupación por
las comidas, ni por las telas, ni por el color de los vestidos, ni por el buen
aspecto de sus servidores[24]; el vestido que llevaba procedía de su casa de
campo en Lorio[25], y la mayoría de sus enseres, de la que tenía en Lanuvio.
¡Cómo trató al recaudador de impuestos en Túsculo que le hacía
reclamaciones! Y todo su carácter era así; no fue ni cruel, ni hosco, ni duro,
de manera que jamás se habría podido decir de él: «Ya suda»[26], sino que,
todo lo había calculado con exactitud, como si, le sobrara tiempo, sin
turbación, sin desorden, con firmeza, concertadamente. Y encajaría bien en
él lo que se recuerda de Sócrates: que era capaz de abstenerse y disfrutar de
aquellos bienes, cuya privación debilita a la mayor parte, mientras que su
disfrute les hace abandonarse a ellos. Su vigor físico y su resistencia, y la
sobriedad en ambos casos son propiedades de un hombre que tiene un alma
equilibrada e invencible, como mostró durante la enfermedad que le llevó a
la muerte[27].
17. De los dioses: el tener buenos abuelos, buenos progenitores, buena
hermana, buenos maestros, buenos amigos íntimos, parientes y amigos, casi
todos buenos; el no haberme dejado llevar fácilmente nunca a ofender a
ninguno de ellos, a pesar de tener una disposición natural idónea para poder
hacer algo semejante, si se hubiese presentado la ocasión. Es un favor
divino que no se presentara ninguna combinación de circunstancias que me
pusiera a prueba; el no haber sido educado largo tiempo junto a la
concubina de mi abuelo; el haber conservado la flor de mi juventud y el no
haber demostrado antes de tiempo mi virilidad, sino incluso haberlo
demorado por algún tiempo; el haber estado sometido a las órdenes de un
gobernante, mi padre, que debía arrancar de mí todo orgullo y llevarme a
comprender que es posible vivir en palacio sin tener necesidad de guardia
personal, de vestidos suntuosos, de candelabros, de estatuas y otras cosas
semejantes y de un lujo parecido; sino que es posible ceñirse a un régimen
de vida muy próximo al de un simple particular, y no por ello ser más
desgraciado o más negligente en el cumplimiento de los deberes que
soberanamente nos exige la comunidad. El haberme tocado en suerte un
hermano capaz, por su carácter, de incitarme al cuidado de mí mismo y que,
a la vez, me alegraba por su respeto y afecto; el no haber tenido hijos
subnormales o deformes; el no haber progresado demasiado en la retórica,
en la poética y en las demás disciplinas, en las que tal vez me habría
detenido, si hubiese percibido que progresaba a buen ritmo. El haberme
anticipado a situar a mis educadores en el punto de dignidad que estimaba
deseaban, sin demorarlo, con la esperanza de que, puesto que eran todavía
jóvenes, lo pondría en práctica más tarde. El haber conocido a Apolonio.
Rústico, Máximo. El haberme representado claramente y en muchas
ocasiones qué es la vida acorde con la naturaleza, de manera que, en la
medida que depende de los dioses, de sus comunicaciones, de sus socorros
y de sus inspiraciones, nada impedía ya que viviera de acuerdo con la
naturaleza, y si continúo todavía lejos de este ideal, es culpa mía por no
observar las sugerencias de los dioses y a duras penas sus enseñanzas; la
resistencia de mi cuerpo durante largo tiempo en una vida de estas
características; el no haber tocado ni a Benedicta ni a Teódoto, e incluso,
más tarde, víctima de pasiones amorosas, haber curado; el no haberme
excedido nunca con Rústico, a pesar de las frecuentes disputas, de lo que
me habría arrepentido; el hecho de que mi madre, que debía morir joven,
viviera, sin embargo, conmigo sus últimos años; el hecho de que cuantas
veces quise socorrer a un pobre o necesitado de otra cosa, jamás oí decir
que no tenía dinero disponible; el no haber caído yo mismo en una
necesidad semejante como para reclamar ayuda ajena; el tener una
esposa[28] de tales cualidades: tan obediente, tan cariñosa, tan sencilla; el
haber conseguido fácilmente para mis hijos educadores adecuados; el haber
recibido, a través de sueños, remedios, sobre todo para no escupir sangre y
evitar los mareos, y lo de Gaeta[29], a modo de oráculo; el no haber caído,
cuando me aficioné a la filosofía, en manos de un sofista ni haberme
entretenido en el análisis de autores o de silogismos ni ocupanne a fondo de
los fenómenos celestes.
Todo esto «requiere ayudas de los dioses y de la Fortuna».
[30]Entre los cuados[31], a orillas del Gran[32].
LIBRO II
1. Al despuntar la aurora, hazte estas consideraciones previas: me
encontraré con un indiscreto, un ingrato, un insolente, un mentiroso, un
envidioso, un insociable. Todo eso les acontece por ignorancia de los bienes
y de los males. Pero yo, que he observado que la naturaleza del bien es lo
bello, y que la del mal es lo vergonzoso, y que la naturaleza del pecador
mismo es pariente de la mía, porque participa, no de la misma sangre o de
la misma semilla, sino de la inteligencia y de una porción de la divinidad,
no puedo recibir daño de ninguno de ellos, pues ninguno me cubrirá de
vergüenza; ni puedo enfadarme con mi pariente ni odiarle. Pues hemos
nacido para colaborar, al igual que los pies, las manos, los párpados, las
hileras de dientes, superiores e inferiores. Obrar, pues, como adversarios los
unos de los otros es contrario a la naturaleza. Y es actuar como adversario
el hecho de manifestar indignación y repulsa.
2. Esto es todo lo que soy: un poco de carne, un breve hálito vital, y el
guía interior. ¡Deja los libros! No te dejes distraer más; no te está permitido.
Sino que, en la idea de que eres ya un moribundo, desprecia la carne: sangre
y polvo, huesecillos, fino tejido de nervios, de diminutas venas y arterias.
Mira también en qué consiste el hálito vital: viento, y no siempre el mismo,
pues en todo momento se vomita y de nuevo se succiona. En tercer lugar,
pues, te queda el guía interior. Reflexiona así: eres viejo; no consientas por
más tiempo que éste sea esclavo, ni que siga aún zarandeado como
marioneta por instintos egoístas, ni que se enoje todavía con el destino
presente o recele del futuro.
3. Las obras de los dioses están llenas de providencia, las de la Fortuna
no están separadas de la naturaleza o de la trama y entrelazamiento de las
cosas gobernadas por la Providencia. De allí fluye todo. Se añade lo
necesario y lo conveniente para el conjunto del universo, del que formas
parte. Para cualquier parte de naturaleza es bueno aquello que colabora con
la naturaleza del conjunto y lo que es capaz de preservarla. Y conservan el
mundo tanto las transformaciones de los elementos simples como las de los
compuestos. Sean suficientes para ti estas reflexiones, si son principios
básicos. Aparta tu sed de libros, para no morir gruñendo, sino
verdaderamente resignado y agradecido de corazón a los dioses.
4. Recuerda cuánto tiempo hace que difieres eso y cuántas veces has
recibido avisos previos de los dioses sin aprovecharlos. Preciso es que a
partir de este momento te des cuenta de qué mundo eres parte y de qué
gobernante del mundo procedes como emanación, y comprenderás que tu
vida está circunscrita a un período de tiempo limitado. Caso de que no
aproveches esta oportunidad para serenarte, pasará, y tú también pasarás, y
ya no habrá otra.
5. A todas horas, preocúpate resueltamente, como romano y varón, de
hacer lo que tienes entre manos con puntual y no fingida gravedad, con
amor, libertad y justicia, y procúrate tiempo libre para liberarte de todas las
demás distracciones. Y conseguirás tu propósito, si ejecutas cada acción
como si se tratara de la última de tu vida, desprovista de toda irreflexión, de
toda aversión apasionada que te alejara del dominio de la razón, de toda
hipocresía, egoísmo y despecho en lo relacionado con el destino. Estás
viendo cómo son pocos los principios que hay que dominar para vivir una
vida de curso favorable y de respeto a los dioses. Porque los dioses nada
más reclamarán a quien observa estos preceptos.
6. ¡Te afrentas, te afrentas[33], alma mía! Y ya no tendrás ocasión de
honrarte[34]. ¡Breve es la vida para cada uno! Tú, prácticamente, la has
consumido sin respetar el alma que te pertenece, y, sin embargo, haces
depender tu buena fortuna del alma de otros.
7. No te arrastren los accidentes exteriores; procúrate tiempo libre para
aprender algo bueno y cesa ya de girar como un trompo. En adelante, debes
precaverte también de otra desviación. Porque deliran también, en medio de
tantas ocupaciones, los que están cansados de vivir y no tienen blanco hacia
el que dirijan todo impulso y, en suma, su imaginación.
8. No es fácil ver a un hombre desdichado por no haberse detenido a
pensar qué ocurre en el alma de otro. Pero quienes no siguen con atención
los movimientos de su propia alma, fuerza es que sean desdichados.
9. Es preciso tener siempre presente esto: cuál es la naturaleza del
conjunto y cuál es la mía, y cómo se comporta ésta respecto a aquélla y qué
parte, de qué conjunto es; tener presente también que nadie te impide obrar
siempre y decir lo que es consecuente con la naturaleza, de la cual eres
parte.
10. Desde una perspectiva filosófica afirma Teofrasto[35], en su
comparación de las faltas, como podría compararlas un hombre según el
sentido común, que las faltas cometidas por concupiscencia son más graves
que las cometidas por ira. Porque el hombre que monta en cólera parece
desviarse de la razón con cierta pena y congoja interior; mientras que la
persona que yerra por concupiscencia, derrotado por el placer, se muestra
más flojo y afeminado en sus faltas. Con razón, pues, y de manera digna de
un filósofo, dijo que el que peca con placer merece mayor reprobación que
el que peca con dolor. En suma, el primero se parece más a un hombre que
ha sido víctima de una injusticia previa y que se ha visto forzado a montar
en cólera por dolor; el segundo se ha lanzado a la injusticia por sí mismo,
movido a actuar por concupiscencia.
11. En la convicción de que puedes salir ya de la vida, haz, di y piensa
todas y cada una de las cosas en consonancia con esta idea. Pues alejarse de
los hombres, si existen dioses, en absoluto es temible, porque éstos no
podrían sumirte en el mal. Mas, si en verdad no existen, o no les importan
los asuntos humanos, ¿a qué vivir en un mundo vacío de dioses o vacío de
providencia? Pero si existen, y les importan las cosas humanas, y han
puesto todos los medios a su alcance para que el hombre no sucumba a los
verdaderos males. Y si algún mal quedara, también esto lo habrían previsto,
a fin de que contara el hombre con todos los medios para evitar caer en él.
Pero lo que no hace peor a un hombre, ¿cómo eso podría hacer peor su
vida? Ni por ignorancia ni conscientemente, sino por ser incapaz de
prevenir o corregir estos defectos, la naturaleza del conjunto lo habría
consentido. Y tampoco por incapacidad o inhabilidad habría cometido un
error de tales dimensiones como para que les tocaran a los buenos y a los
malos indistintamente, bienes y males a partes iguales. Sin embargo, muerte
y vida, gloria e infamia, dolor y placer, riqueza y penuria, todo eso acontece
indistintamente al hombre bueno y al malo, pues no es ni bello ni feo.
Porque, efectivamente, no son bienes ni males.
12. ¡Cómo en un instante desaparece todo: en el mundo, los cuerpos
mismos, y en el tiempo, su memoria! ¡Cómo es todo lo sensible, y
especialmente lo que nos seduce por placer o nos asusta por dolor o lo que
nos hace gritar por orgullo; cómo todo es vil, despreciable, sucio,
fácilmente destructible y cadáver! ¡Eso debe considerar la facultad de la
inteligencia! ¿Qué son esos, cuyas opiniones y palabras procuran buena
fama[36]…? ¿Qué es la muerte? Porque si se la mira a ella exclusivamente y
se abstraen, por división de su concepto, los fantasmas que la recubren, ya
no sugerirá otra cosa sino que es obra de la naturaleza. Y si alguien teme la
acción de la naturaleza, es un chiquillo. Pero no sólo es la muerte acción de
la naturaleza, sino también acción útil a la naturaleza. Cómo el hombre
entra en contacto con Dios y por qué parte de sí mismo, y, en suma, cómo
está dispuesta esa pequeña parte del hombre.
13. Nada más desventurado que el hombre que recorre en círculo todas
las cosas y «que indaga», dice, «las profundidades de la tierra»[37], y que
busca, mediante conjeturas, lo que ocurre en el alma del vecino, pero sin
darse cuenta de que le basta estar junto a la única divinidad que reside en su
interior y ser su sincero servidor. Y el culto que se le debe consiste en
preservarla pura de pasión, de irreflexión y de disgusto contra lo que
procede de los dioses y de los hombres. Porque lo que procede de los dioses
es respetable por su excelencia, pero lo que procede de los hombres nos es
querido por nuestro parentesco, y a veces, incluso, en cierto modo, inspira
compasión, por su ignorancia de los bienes y de los males, ceguera no
menor que la que nos priva de discernir lo blanco de lo negro.
14. Aunque debieras vivir tres mil años y otras tantas veces diez mil, no
obstante recuerda que nadie pierde otra vida que la que vive, ni vive otra
que la que pierde. En consecuencia, lo más largo y lo más corto confluyen
en un mismo punto. El presente, en efecto, es igual para todos, lo que se
pierde es también igual, y lo que se separa es, evidentemente, un simple
instante. Luego ni el pasado ni el futuro se podría perder, porque lo que no
se tiene, ¿cómo nos lo podría arrebatar alguien? Ten siempre presente, por
tanto, esas dos cosas: una, que todo, desde siempre, se presenta de forma
igual y describe los mismos círculos, y nada importa que se contemple lo
mismo durante cien años, doscientos o un tiempo indefinido; la otra, que el
que ha vivido más tiempo y el que morirá más prematuramente, sufren
idéntica pérdida. Porque sólo se nos puede privar del presente, puesto que
éste sólo posees, y lo que uno no posee, no lo puede perder.
15. «Que todo es opinión»[38]. Evidente es lo que se dice referido al
cínico Mónimo[39]. Evidente también, la utilidad de lo que se dice, si se
acepta lo sustancial del dicho, en la medida en que es oportuno.
16. El alma del hombre se afrenta, sobre todo, cuando, en lo que de ella
depende, se convierte en pústula y en algo parecido a una excrecencia del
mundo. Porque enojarse con algún suceso de los que se presentan es una
separación de la naturaleza, en cuya parcela se albergan las naturalezas de
cada uno de los restantes seres. En segundo lugar, se afrenta también,
cuando siente aversión a cualquier persona o se comporta hostilmente con
intención de dañarla, como es el caso de las naturalezas de los que montan
en cólera. En tercer lugar, se afrenta, cuando sucumbe al placer o al pesar.
En cuarto lugar, cuando es hipócrita y hace o dice algo con ficción O contra
la verdad. En quinto lugar, cuando se desentiende de una actividad o
impulso que le es propio, sin perseguir ningún objetivo, sino que al azar e
inconsecuentemente se aplica a cualquier tarea, siendo así que, incluso las
más insignificantes actividades deberían llevarse a cabo referidas a un fin.
Y el fin de los seres racionales es obedecer la razón y la ley de la ciudad y
constitución más venerable.
17. El tiempo de la vida humana, un punto; su sustancia, fluyente; su
sensación, turbia; la composición del conjunto del cuerpo, fácilmente
corruptible; su alma, una peonza; su fortuna, algo difícil de conjeturar; su
fama, indescifrable. En pocas palabras: todo lo que pertenece al cuerpo, un
río; sueño y vapor, lo que es propio del alma; la vida, guerra y estancia en
tierra extraña; la fama póstuma, olvido. ¿Qué, pues, puede darnos
compañía? Única y exclusivamente la filosofía. Y ésta consiste en preservar
el guía[40] interior, exento de ultrajes y de daño, dueño de placeres y penas,
sin hacer nada al azar, sin valerse de la mentira ni de la hipocresía, al
margen de lo que otro haga o deje de hacer; más aún, aceptando lo que
acontece y se le asigna, como procediendo de aquel lugar de donde él
mismo ha venido. Y sobre todo, aguardando la muerte con pensamiento
favorable, en la convicción de que ésta no es otra cosa que disolución de
elementos de que está compuesto cada ser vivo. Y si para los mismos
elementos nada temible hay en el hecho de que cada uno se transforme de
continuo en otro, ¿por qué recelar de la transformación y disolución de
todas las cosas? Pues esto es conforme a la naturaleza, y nada es malo si es
conforme a la naturaleza.

En Carnunto[41].
LIBRO III
1. No sólo esto debe tomarse en cuenta, que día a día se va gastando la
vida y nos queda una parte menor de ella, sino que se debe reflexionar
también que, si una persona prolonga su existencia, no está claro si su
inteligencia será igualmente capaz en adelante para la comprensión de las
cosas y de la teoría que tiende al conocimiento de las cosas divinas y
humanas. Porque, en el caso de que dicha persona empiece al desvariar, la
respiración, la nutrición, la imaginación, los instintos y todas las demás
funciones semejantes no le faltarán; pero la facultad de disponer de sí
mismo, de calibrar con exactitud el número de los deberes, de analizar las
apariencias, de detenerse a reflexionar sobre si ya ha llegado el momento de
abandonar esta vida y cuantas necesidades de características semejantes
precisan un ejercicio exhaustivo de la razón, se extingue antes. Conviene,
pues, apresurarse no sólo porque a cada instante estamos más cerca de la
muerte, sino también porque cesa con anterioridad la comprensión de las
cosas y la capacidad de acomodamos a ellas.
2. Conviene también estar a la expectativa de hechos como éstos, que
incluso las modificaciones accesorias de las cosas naturales tienen algún
encanto y atractivo. Así, por ejemplo, un trozo de pan al cocerse se agrieta
en ciertas partes; esas grietas que así se forman y que, en cierto modo, son
contrarias a la promesa del arte del panadero, son, en cierto modo,
adecuadas, y excitan singularmente el apetito. Asimismo, los higos, cuando
están muy maduros, se entreabren. Y en las aceitunas que quedan maduras
en los árboles, su misma proximidad a la podredumbre añade al fruto una
belleza singular. Igualmente las espigas que se inclinan hacia abajo, la
melena del león y la espuma que brota de la boca de los jabalíes y muchas
otras cosas, examinadas en particular, están lejos de ser bellas; y, sin
embargo, al ser consecuencia de ciertos procesos naturales, cobran un
aspecto bello y son atractivas. De manera que, si una persona tiene
sensibilidad e inteligencia suficientemente profunda para captar lo que
sucede en el conjunto, casi nada le parecerá, incluso entre las cosas que
acontecen por efectos secundarios, no comportar algún encanto singular. Y
esa persona verá las fauces reales de las fieras con no menor agrado que
todas sus reproducciones realizadas por pintores y escultores; incluso podrá
ver con sus sagaces ojos cierta plenitud y madurez en la anciana y el
anciano y también, en los niños, su amable encanto. Muchas cosas
semejantes se encontrarán no al alcance de cualquiera, sino,
exclusivamente, para el que de verdad esté familiarizado con la naturaleza y
sus obras.
3. Hipócrates[42], después de haber curado muchas enfermedades,
enfermó él también y murió. Los caldeos predijeron la muerte de muchos, y
también a ellos les alcanzó el destino. Alejandro, Pompeyo y Cayo César,
después de haber arrasado hasta los cimientos tantas veces ciudades enteras
y destrozado en orden de combate numerosas miríadas de jinetes e infantes,
también ellos acabaron por perder la vida. Heráclito[43], después de haber
hecho tantas investigaciones sobre la conflagración del mundo, aquejado de
hidropesía y recubierto de estiércol, murió. A Demócrito[44], los gusanos;
gusanos también, pero distintos, acabaron con Sócrates. ¿Qué significa
esto? Te embarcaste, surcaste mares, atracaste: ¡desembarca! Si es para
entrar en otra vida, tampoco allí está nada vacío de dioses; pero si es para
encontrarte en la insensibilidad, cesarás de soportar fatigas y placeres y de
estar al servicio de una envoltura tanto más ruin cuanto más superior es la
parte subordinada: ésta es inteligencia y divinidad; aquélla, tierra y sangre
mezclada con polvo.
4. No consumas la parte de la vida que te resta en hacer conjeturas sobre
otras personas, de no ser que tu objetivo apunte a un bien común; porque
ciertamente te privas de otra tarea; a saber, al imaginar qué hace fulano y
por qué, y qué piensa y qué trama y tantas cosas semejantes que provocan
tu aturdimiento, te apartas de la observación de tu guía interior, Conviene,
por consiguiente, que en el encadenamiento de tus ideas, evites admitir lo
que es fruto del azar y superfluo, pero mucho más lo inútil y pernicioso.
Debes también acostumbrarte a formarte únicamente aquellas ideas acerca
de las cuales, si se te preguntara de súbito: «¿En qué piensas ahora?», con
franqueza pudieras contestar al instante: «En esto y en aquello», de manera
que al instante se pusiera de manifiesto que todo en ti es sencillo, benévolo
y propio de un ser sociable al que no importan placeres o, en una palabra,
imágenes que procuran goces; un ser exento de toda codicia, envidia, recelo
o cualquier otra pasión, de la que pudieras ruborizarte reconociendo que la
posees en tu pensamiento. Porque el hombre de estas características que ya
no demora el situarse como entre los mejores, se convierte en sacerdote y
servidor de los dioses, puesto al servicio también de la divinidad que se
asienta en su interior, todo lo cual le inmuniza contra los placeres, le hace
invulnerable a todo dolor, intocable respecto a todo exceso, insensible a
toda maldad, atleta de la más excelsa lucha, lucha que se entabla para no ser
abatido por ninguna pasión, impregnado a fondo de justicia, apegado, con
toda su alma, a los acontecimientos y a todo lo que se le ha asignado; y
raramente, a no ser por una gran necesidad y en vista al bien común, cavila
lo que dice, hace o proyecta otra persona. Pondrá únicamente en práctica
aquellas cosas que le corresponden, y piensa sin cesar en lo que le
pertenece, que ha sido hilado del conjunto; y mientras en lo uno cumple con
su deber, en lo otro está convencido de que es bueno. Porque el destino
asignado a cada uno está involucrado en el conjunto y al mismo tiempo lo
involucra. Tiene también presente que todos los seres racionales están
emparentados y que preocuparse de todos los hombres está de acuerdo con
la naturaleza humana; pero no debe tenerse en cuenta la opinión de todos,
sino sólo la de aquellos que viven conforme a la naturaleza. Y respecto a los
que no viven así, prosigue recordando hasta el fin cómo son en casa y fuera
de ella, por la noche y durante el día, y qué clase de gente frecuentan. En
consecuencia, no toma en consideración el elogio de tales hombres que ni
consigo mismo están satisfechos.
5. Ni actúes contra tu voluntad, ni de manera insociable, ni sin
reflexión, ni arrastrado en sentidos opuestos. Con la afectación del léxico no
trates de decorar tu pensamiento. Ni seas extremadamente locuaz, ni
polifacético. Más aún, sea el dios que en ti reside protector y guía de un
hombre venerable, ciudadano, romano y jefe que a sí mismo se ha asignado
su puesto, cual sería un hombre que aguarda la llamada para dejar la vida,
bien desprovisto de ataduras, sin tener necesidad de juramento ni tampoco
de persona alguna en calidad de testigo. Habite en ti la serenidad, la
ausencia de necesidad de ayuda externa y de la tranquilidad que procuran
otros. Conviene, por consiguiente, mantenerse recto, no enderezado.
6. Si en el transcurso de la vida humana encuentras un bien superior a la
justicia, a la verdad, a la moderación, a la valentía y, en suma, a tu
inteligencia que se basta a sí misma, en aquellas cosas en las que te facilita
actuar de acuerdo con la recta razón, y de acuerdo con el destino en las
cosas repartidas sin elección previa; si percibes, digo, un bien de más valía
que ése, vuélvete hacia él con toda el alma y disfruta del bien supremo que
descubras. Pero si nada mejor aparece que la propia divinidad que en ti
habita, que ha sometido a su dominio los instintos particulares, que vigila
las ideas y que, como decía Sócrates, se ha desprendido de las pasiones
sensuales, que se ha sometido a la autoridad de los dioses y que
preferentemente se preocupa de los hombres; si encuentras todo lo demás
más pequeño y vil, no cedas terreno a ninguna otra cosa, porque una vez
arrastrado e inclinado hacia ella, ya no serás capaz de estimar
preferentemente y de continuo aquel bien que te es propio y te pertenece.
Porque no es lícito oponer al bien de la razón y de la convivencia otro bien
de distinto género, como, por ejemplo, el elogio de la muchedumbre, cargos
públicos, riqueza o disfrute de placeres. Todas esas cosas, aunque parezcan
momentáneamente armonizar con nuestra naturaleza, de pronto se imponen
y nos desvían. Por tanto, reitero, elige sencilla y libremente lo mejor y
persevera en ello. «Pero lo mejor es lo conveniente.» Si lo es para ti, en
tanto que ser racional, obsérvalo. Pero si lo es para la parte animal,
manifiéstalo y conserva tu juicio sin orgullo. Trata sólo de hacer tu examen
de un modo seguro.
7. Nunca estimes como útil para ti lo que un día te forzará a transgredir
el pacto, a renunciar al pudor, a odiar a alguien, a mostrarte receloso, a
maldecir, a fingir, a desear algo que precisa[45] paredes y cortinas. Porque la
persona que prefiere, ante todo, su propia razón, su divinidad y los ritos del
culto debido a la excelencia de ésta, no representa tragedias, no gime, no
precisará soledad ni tampoco aglomeraciones de gente. Lo que es más
importante: vivirá sin perseguir ni huir. Tanto si es mayor el intervalo de
tiempo que va a vivir el cuerpo con el alma unido, como si es menor, no le
importa en absoluto. Porque aun en el caso de precisar desprenderse de él,
se irá tan resueltamente como si fuera a emprender cualquier otra de las
tareas que pueden ejecutarse con discreción y decoro; tratando de evitar, en
el curso de la vida entera, sólo eso, que su pensamiento se comporte de
manera impropia de un ser dotado de inteligencia y sociable.
8. En el pensamiento del hombre que se ha disciplinado y purificado a
fondo, nada purulento ni manchado ni mal cicatrizado podrías encontrar. Y
no arrebata el destino su vida incompleta, como se podría afirmar del actor
que se retirara de escena antes de haber finalizado su papel y concluido la
obra. Es más, nada esclavo hay en él, ninguna afectación, nada añadido, ni
disociado, nada sometido a rendición de cuentas ni necesitado de
escondrijo.
9. Venera la facultad intelectiva. En ella radica todo, para que no se
halle jamás en tu guía interior una opinión inconsecuente con la naturaleza
y con la disposición del ser racional. Ésta, en efecto, garantiza la ausencia
de precipitación, la familiaridad con los hombres y la conformidad con los
dioses.
10. Desecha, pues, todo lo demás y conserva sólo unos pocos preceptos.
Y además recuerda que cada uno vive exclusivamente el presente, el
instante fugaz. Lo restante, o se ha vivido o es incierto; insignificante es,
por tanto, la vida de cada uno, e insignificante también el rinconcillo de la
tierra donde vive. Pequeña es asimismo la fama póstuma, incluso la más
prolongada, y ésta se da a través de una sucesión de hombrecillos que muy
pronto morirán, que ni siquiera se conocen a sí mismos, ni tampoco al que
murió tiempo ha.
11. A los consejos mencionados añádase todavía uno: delimitar o
describir siempre la imagen que sobreviene, de manera que se la pueda ver
tal cual es en esencia, desnuda, totalmente entera a través de todos sus
aspectos, y pueda designarse con su nombre preciso y con los nombres de
aquellos elementos que la constituyeron y en los que se desintegrará.
Porque nada es tan capaz de engrandecer el ánimo, como la posibilidad de
comprobar con método y veracidad cada uno de los objetos que se
presentan en la vida, y verlos siempre de tal modo que pueda entonces
comprenderse en qué orden encaja, qué utilidad le proporciona este objeto,
qué valor tiene con respecto a su conjunto, y cuál en relación al ciudadano
de la ciudad más excelsa, de la que las demás ciudades son como casas.
Qué es, y de qué elementos está compuesto y cuánto tiempo es natural que
perdure este objeto que provoca ahora en mí esta imagen, y qué virtud
preciso respecto a él: por ejemplo, mansedumbre, coraje, sinceridad,
fidelidad, sencillez, autosuficiencia, etc. Por esta razón debe decirse
respecto a cada una: esto procede de Dios; aquello se da según el
encadenamiento de los hechos, según la trama compacta, según el
encuentro casual y por azar. Esto procede de un ser de mi raza, de un
pariente, de un colega que, no obstante, ignora lo que es para él acorde con
la naturaleza. Pero yo no lo ignoro; por esta razón me relaciono con él, de
acuerdo con la ley natural propia de la comunidad, con benevolencia y
justicia. Con todo, respecto a las cosas indiferentes, me decido conjeturando
su valor.
12. Si ejecutas la tarea presente siguiendo la recta razón, diligentemente,
con firmeza, con benevolencia y sin ninguna preocupación accesoria, antes
bien, velas por la pureza de tu dios, como si fuera ya preciso restituirlo, si
agregas esta condición de no esperar ni tampoco evitar nada, sino que te
conformas con la actividad presente conforme a la naturaleza y con la
verdad heroica en todo lo que digas y comentes, vivirás feliz. Y nadie será
capaz de impedírtelo.
13. Del mismo modo que los médicos siempre tienen a mano los
instrumentos de hierro para las curas de urgencia, así también, conserva tú a
punto los principios fundamentales para conocer las cosas divinas y las
humanas, y así llevarlo a cabo todo, incluso lo más insignificante,
recordando la trabazón íntima y mutua de unas cosas con otras. Pues no
llevarás a feliz término ninguna cosa humana sin relacionarla al mismo
tiempo con las divinas, ni tampoco al revés.
14. No vagabundees más. Porque ni vas a leer tus memorias, ni tampoco
las gestas de los romanos antiguos y griegos, ni las selecciones de escritos
que reservabas para tu vejez. Apresúrate, pues, al fin, y renuncia a las vanas
esperanzas y acude en tu propia ayuda, si es que algo de ti mismo te
importa, mientras te queda esa posibilidad.
15. Desconocen cuántas acepciones tienen los términos: robar, sembrar,
comprar, vivir en paz, ver lo que se debe hacer, cosa que no se consigue con
los ojos, sino con una visión distinta.
16. Cuerpo, alma, inteligencia[46]; propias del cuerpo, las sensaciones;
del alma, los instintos; de la inteligencia, los principios. Recibir impresiones
por medio de la imagen es propio también de las bestias, ser movido como
un títere por los instintos corresponde también a las fieras, a los
andróginos[47], a Fálaris[48] y a Nerón. Pero tener a la inteligencia como
guía hacia los deberes aparentes pertenece también a los que no creen en los
dioses, a los que abandonan su patria y a los que obran a su placer[49], una
vez han cerrado las puertas. Por tanto, si lo restante es común a los seres
mencionados, resta como peculiar del hombre excelente amar y abrazar lo
que le sobreviene y se entrelaza con él. Y el no confundir ni perturbar jamás
al Dios que tiene la morada dentro de su pecho con una multitud de
imágenes, antes bien, velar para conservarse propicio, sumiso,
disciplinadamente al Dios, sin mencionar una palabra contraria a la verdad,
sin hacer nada contrario a la justicia. Y si todos los hombres desconfían de
él, de que vive con sencillez, modestia y buen ánimo, no por ello se molesta
con ninguno, ni se desvía del camino trazado que le lleva al fin de su vida,
objetivo hacia el cual debe encaminarse, puro, tranquilo, liberado, sin
violencias y en armonía con su propio destino.
LIBRO IV
1. El dueño interior, cuando está de acuerdo con la naturaleza, adopta,
respecto a los acontecimientos, una actitud tal que siempre, y con facilidad,
puede adaptarse a las posibilidades que se le dan. No tiene predilección por
ninguna materia determinada, sino que se lanza instintivamente ante lo que
se le presenta, con prevención, y convierte en materia para sí incluso lo que
le era obstáculo; como el fuego, cuando se apropia de los objetos que caen
sobre él, bajo los que una pequeña llama se habría apagado. Pero un fuego
resplandeciente con gran rapidez se familiariza con lo que se le arroja
encima y lo consume totalmente levantándose a mayor altura con estos
nuevos escombros.
2. Ninguna acción debe emprenderse al azar ni de modo divergente a la
norma consagrada por el arte.
3. Se buscan retiros en el campo, en la costa y en el monte. Tú también
sueles anhelar tales retiros. Pero todo eso es de lo más vulgar, porque
puedes, en el momento que te apetezca, retirarte en ti mismo. En ninguna
parte un hombre se retira con mayor tranquilidad y más calma que en su
propia alma; sobre todo aquel que posee en su interior tales bienes, que si se
inclina hacia ellos, de inmediato consigue una tranquilidad total. Y
denomino tranquilidad única y exclusivamente al buen orden. Concédete,
pues, sin pausa, este retiro y recupérate. Sean breves y elementales los
principios que, tan pronto los hayas localizado, te bastarán para recluirte en
toda tu alma y para enviarte de nuevo, sin enojo, a aquellas cosas de la vida
ante las que te retiras. Porque, ¿contra quién te enojas? ¿Contra la ruindad
de los hombres? Reconsidera este juicio: los seres racionales han nacido el
uno para el otro, la tolerancia es parte de la justicia, sus errores son
involuntarios. Reconsidera también cuántos, declarados ya enemigos,
sospechosos u odiosos, atravesados por la lanza, están tendidos, reducidos a
ceniza. Modérate de una vez. Pero, ¿estás molesto por el lote que se te
asignó? Rememora la disyuntiva «o una providencia o átomos», y gracias a
cuántas pruebas se ha demostrado que el mundo es como una ciudad. Pero,
¿te apresarán todavía las cosas corporales? Date cuenta de que el
pensamiento no se mezcla con el hálito vital que se mueve suave o
violentamente, una vez que se ha recuperado y ha comprendido su peculiar
poder, y finalmente ten presente cuanto has oído y aceptado respecto al
pesar y al placer. ¿Acaso te arrastrará la vanagloria? Dirige tu mirada a la
prontitud con que se olvida todo y al abismo del tiempo infinito por ambos
lados, a la vaciedad del eco, a la versatilidad e irreflexión de los que dan la
impresión de elogiarte, a la angostura del lugar en que se circunscribe la
gloria. Porque la tierra entera es un punto y de ella, ¿cuánto ocupa el
rinconcillo que habitamos? Y allí, ¿cuántos y qué clase de hombres te
elogiarán? Te resta, pues, tenlo presente, el refugio que se halla en este
diminuto campo de ti mismo. Y por encima de todo, no te atormentes ni te
esfuerces en demasía; antes bien, sé hombre libre y mira las cosas como
varón, como hombre, como ciudadano, como ser mortal. Y entre las
máximas que tendrás a mano y hacia las que te inclinarás, figuren estas dos:
una, que las cosas no alcanzan al alma, sino que se encuentran fuera,
desprovistas de temblor, y las turbaciones surgen de la única opinión
interior. Y la segunda, que todas esas cosas que estás viendo, pronto se
transformarán y ya no existirán. Piensa también constantemente de cuántas
transformaciones has sido ya por casualidad testigo. «El mundo, alteración;
la vida, opinión»[50].
4. Si la inteligencia nos es común, también la razón, según la cual
somos racionales, nos es común. Admitido eso, la razón que ordena lo que
debe hacerse o evitarse, también es común. Concedido eso, también la ley
es común. Convenido eso, somos ciudadanos. Aceptado eso, participamos
de una ciudadanía. Si eso es así, el mundo es como una ciudad. Pues, ¿de
qué otra común ciudadanía se podrá afirmar que participa todo el género
humano? De allí, de esta común ciudad, proceden tanto la inteligencia
misma como la razón y la ley. O ¿de dónde? Porque al igual que la parte de
tierra que hay en mí ha sido desgajada de cierta tierra, la parte húmeda, de
otro elemento, la parte que infunde vida, de cierta fuente, y la parte cálida e
ígnea de una fuente particular (pues nada viene de la nada, como tampoco
nada desemboca en lo que no es), del mismo modo también la inteligencia
procede de alguna parte.
5. La muerte, como el nacimiento, es un misterio de la naturaleza,
combinación de ciertos elementos (y disolución)[51] en ellos mismos. Y en
suma, nada se da en ella por lo que uno podría sentir vergüenza, pues no es
la muerte contraria a la condición de un ser inteligente ni tampoco a la
lógica de su constitución.
6. Es natural que estas cosas se produzcan necesariamente así a partir de
tales hombres. Y el que así no lo acepta, pretende que la higuera no
produzca su zumo. En suma, recuerda que dentro de brevísimo tiempo, tú y
ése habréis muerto, y poco después, ni siquiera vuestro nombre perdurará.
7. Destruye la sospecha y queda destruido lo de «se me ha dañado»;
destruye la queja de «se me ha dañado» y destruido queda el daño.
8. Lo que no deteriora al hombre, tampoco deteriora su vida y no le
daña ni externa ni internamente.
9. La naturaleza de lo útil está obligada a producir eso.
10. «Que todo lo que acontece, justamente acontece.» Lo constatarás, si
prestas la debida atención. No digo sólo que acontece consecuentemente,
sino también según lo justo e incluso como si alguien asignara la parte
correspondiente según el mérito. Sigue, pues, observando como al
principio, y lo que hagas, hazlo con el deseo de ser un hombre cabal, de
acuerdo con el concepto estricto del hombre cabal. Conserva esta norma en
toda actuación.
11. No consideres las cosas tal como las juzga el hombre insolente o
como quiere que las juzgues; antes bien, examínalas tal como son en
realidad.
12. Hay que tener siempre a punto estas dos disposiciones: una, la de
ejecutar exclusivamente aquello que la razón de tu potestad real y
legislativa te sugiera para favorecer a los hombres; otra, la de cambiar de
actitud, caso de que alguien se presente a corregirte y disuadirte de alguna
de tus opiniones. Sin embargo, preciso es que esta nueva orientación tenga
siempre su origen en cierta convicción de justicia o de interés a la
comunidad y los motivos inductores deben tener exclusivamente tales
características, no lo que parezca agradable o popular.
13. «¿Tienes razón?» «Tengo.» «¿Por qué, pues, no la utilizas?» «Pues
si esto ya lo demuestra por sí solo, ¿qué más quieres?».
14. Subsistes como parte. Te desvanecerás en lo que te engendró; o
mejor dicho, serás reasumido, mediante un proceso de transformación,
dentro de tu razón generatriz.
15. Muchos pequeños granos de incienso se encuentran sobre el mismo
altar; uno se consumió antes, el otro más tarde; y nada importa la diferencia.
16. Dentro de diez días les parecerás un dios, a quienes das la impresión
ahora de ser una bestia y un mono, si vuelves de nuevo a los principios y a
la veneración de la razón.
17. No actúes en la idea de que vas a vivir diez mil años. La necesidad
ineludible pende sobre ti. Mientras vives, mientras es posible, sé virtuoso.
18. Cuánto tiempo libre gana el que no mira qué dijo, hizo o pensó el
vecino, sino exclusivamente qué hace él mismo, a fin de que su acción sea
justa, santa o enteramente buena. No dirijas la mirada a negros caracteres,
sino corre directo hacia la línea de meta, sin desviarte.
19. El hombre que se desvive por la gloria póstuma no se imagina que
cada uno de los que se han acordado de él morirá también muy pronto;
luego, a su vez, morirá el que le ha sucedido, hasta extinguirse todo su
recuerdo en un avance progresivo a través de objetos que se encienden y se
apagan. Mas suponte que son incluso inmortales los que de ti se acordarán,
e inmortal también tu recuerdo. ¿En qué te afecta esto? Y no quiero decir
que nada en absoluto le afecta al muerto, sino que al vivo, ¿qué le importa
el elogio? A no ser en algún caso, por cierta ventaja para la administración.
Abandonas, pues, ahora, inoportunamente el don de la naturaleza que
depende de una razón distinta…[52].
20. Por lo demás, todo lo que es bello en cierto modo, bello es por sí
mismo, y termina en sí mismo sin considerar el elogio como parte de sí
mismo. En consecuencia, ni se empeora ni se mejora el objeto que se alaba.
Afirmo esto incluso tratándose de cosas que bastante comúnmente se
denominan bellas, como, por ejemplo, los objetos materiales y los objetos
fabricados. Lo que en verdad es realmente bello, ¿de qué tiene necesidad?
No más que la ley, la verdad, la benevolencia o el pudor. ¿Cuál de estas
cosas es bella por el hecho de ser alabada o se destruye por ser criticada?
¿Se deteriora la esmeralda porque no se la elogie? ¿Y qué decir del oro, del
marfil, de la púrpura, de la lira, del puñal, de la florecilla, del arbusto?
21. Si las almas perduran, ¿cómo, desde la eternidad, consigue el aire
darles cabida? ¿Y cómo la tierra es capaz de contener los cuerpos de los que
vienen enterrándose desde tantísimo tiempo? Pues al igual que aquí,
después de[53] cierta permanencia, la transformación y disolución de estos
cuerpos cede el sitio a otros cadáveres, así también las almas trasladadas a
los aires, después de un período de residencia allí, se transforman, se
dispersan y se inflaman reasumidas en la razón generatriz del conjunto, y,
de esta manera, dejan sitio a las almas que viven en otro lugar. Esto podría
responderse en la hipótesis de la supervivencia de las almas. Y conviene
considerar no sólo la multitud de cuerpos que así se entierran, sino también
la de los animales que cotidianamente comemos e incluso el resto de seres
vivos. Pues, ¡cuán gran número es consumido y, en cierto modo, es
sepultado en los cuerpos de los que con ellos se alimentan! Y, sin embargo,
tienen cabida porque se convierten en sangre, se transforman en aire y
fuego. ¿Cómo investigar la verdad sobre este punto? Mediante la distinción
entre la causa material y la formal[54].
22. No te dejes zarandear; por el contrario, en todo impulso,
corresponde con lo justo, y en toda fantasía, conserva la facultad de
comprender.
23. Armoniza conmigo todo lo que para ti es armonioso, ¡oh, mundo!
Ningún tiempo oportuno para ti es prematuro ni tardío para mí. Es fruto
para mí todo lo que producen tus estaciones, oh naturaleza. De ti procede
todo, en ti reside todo, todo vuelve a ti. Aquél[55] dice: «¡Querida ciudad de
Cécrope!» ¿Y tú no dirás: «¡Ah, querida ciudad de Zeus!»?
24. «Abarca pocas actividades, dice[56], si quieres mantener el buen
humor.» ¿No sería mejor hacer lo necesario y todo cuanto prescribe, y de la
manera que lo prescribe, la razón del ser sociable por naturaleza?[57].
Porque este procedimiento no sólo procura buena disposición de ánimo para
obrar bien, sino también el optimismo que proviene de estar poco ocupado.
Pues la mayor parte de las cosas que decimos y hacemos, al no ser
necesarias, si se las suprimiese reportarían bastante más ocio y tranquilidad.
En consecuencia, es preciso recapacitar personalmente en cada cosa: ¿No
estará esto entre lo que no es necesario? Y no sólo es preciso eliminar las
actividades innecesarias, sino incluso las imaginaciones. De esta manera,
dejarán de acompañarlas actividades superfluas.
25. Comprueba cómo te sienta la vida del hombre de bien que se
contenta con la parte del conjunto que le ha sido asignada y que tiene
suficiente con su propia actividad justa y con su benévola disposición.
26. ¿Hasta visto aquello? Ve también eso. No te aturdas. Muéstrate
sencillo. ¿Yerra alguien? Yerra consigo mismo. ¿Te ha acontecido algo?
Está bien. Todo lo que te sucede estaba determinado por el conjunto desde
el principio y estaba tramado. En suma, breve es la vida. Debemos
aprovechar el presente con buen juicio y justicia. Sé sobrio en relajarte.
27. O un mundo ordenado, o una mezcla confusa muy revuelta, pero sin
orden. ¿Es posible que exista en ti cierto orden y, en cambio, en el todo
desorden, precisamente cuando todo está tan combinado, ensamblado y
solidario?
28. Carácter sombrío, carácter mujeril, carácter terco, feroz, brutal,
pueril, indolente, falso, bufón, traficante, tiránico.
29. Si extraño al mundo es quien no conoce lo que en él hay, no menos
extraño es también quien no conoce lo que en él acontece. Desterrado es el
que huye de la razón social; ciego el que tiene cerrados los ojos de la
inteligencia; mendigo el que tiene necesidad de otro y no tiene junto a sí
todo lo que es necesario para vivir. Absceso del mundo el que renuncia y se
aparta de la razón de la común naturaleza por el hecho de que está
contrariado con lo que le acontece; pues produce eso aquella naturaleza que
también a ti te produjo. Es un fragmento de la ciudad, el que separa su alma
particular de la de los seres racionales, pues una sola es el alma.
30. El uno, sin túnica, vive como filósofo; el otro, sin libro; aquel otro,
semidesnudo. «No tengo pan», dice, «pero persevero en la razón». Y yo
tengo los recursos que proporcionan los estudios y no persevero[58].
31. Ama, admite el pequeño oficio que aprendiste; y pasa el resto de tu
vida como persona que has confiado, con toda tu alma, todas tus cosas a los
dioses, sin convertirte en tirano ni en esclavo de ningún hombre.
32. Piensa, por ejemplo, en los tiempos de Vespasiano. Verás siempre
las mismas cosas[59]: personas que se casan, crían hijos, enferman, mueren,
hacen la guerra, celebran fiestas, comercian, cultivan la tierra, adulan, son
orgullosos, recelan, conspiran, desean que algunos mueran, murmuran
contra la situación presente, aman, atesoran, ambicionan los consulados, los
poderes reales. Pues bien, la vida de aquéllos ya no existe en ninguna parte.
Pasa de nuevo ahora a los tiempos de Trajano: nos encontraremos con
idéntica situación; también aquel vivir ha fenecido. De igual modo
contempla también y dirige la mirada al resto de documentos de los tiempos
y de todas las naciones; cuántos, tras denodados esfuerzos, cayeron poco
después y se desintegraron en sus elementos. Y especialmente debes
reflexionar sobre aquellas personas que tú mismo viste esforzarse en vano,
y olvidaban hacer lo acorde con su particular constitución: perseverar sin
descanso en esto y contentarse con esto. De tal modo es necesario tener
presente que la atención adecuada a cada acción tiene su propio valor y
proporción. Pues así no te desanimarás, a no ser que ocupes más tiempo del
apropiado en tareas bastante nimias.
33. Las palabras, antaño familiares, son ahora locuciones caducas. Lo
mismo ocurre con los nombres de personas, que muy celebrados en otros
tiempos, son ahora, en cierto modo, locuciones caducas: Camilo, Cesón,
Voleso, Leonato[60]; y, poco después, también Escipión y Catón; luego,
también Augusto; después, Adriano y Antonino. Todo se extingue y poco
después se convierte en legendario. Y bien pronto ha caído en un olvido
total. Y me refiero a los que, en cierto modo, alcanzaron sorprendente
relieve; porque los demás, desde que expiraron, son desconocidos, no
mentados[61]. Pero, ¿qué es, en suma, el recuerdo sempiterno? Vaciedad
total. ¿Qué es, entonces, lo que debe impulsar nuestro afán? Tan sólo eso:
un pensamiento justo, unas actividades consagradas al bien común, un
lenguaje incapaz de engañar, una disposición para abrazar todo lo que
acontece, como necesario, como familiar, como fluyente del mismo
principio y de la misma fuente.
34. Confíate gustosamente a Cloto[62] y déjala tejer la trama con los
sucesos que quiera.
35. Todo es efímero: el recuerdo y el objeto recordado.
36. Contempla de continuo que todo nace por transformación, y
habitúate a pensar que nada ama tanto la naturaleza del conjunto como
cambiar las cosas existentes y crear nuevos seres semejantes. Todo ser, en
cierto modo, es semilla del que de él surgirá. Pero tú sólo te imaginas las
semillas que se echan en tierra o en una matriz. Y eso es ignorancia
excesiva.
37. Estarás muerto en seguida, y aún no eres ni sencillo ni
imperturbable, ni andas sin recelo de que puedan dañarte desde el exterior,
ni tampoco eres benévolo para con todos, ni cifras la sensatez en la práctica
exclusiva de la justicia.
38. Examina con atención sus guías interiores e indaga qué evitan los
sabios y qué persiguen.
39. No consiste tu mal en un guía interior ajeno ni tampoco en una
variación y alteración de lo que te circunda. ¿En qué, pues? En aquello en ti
que opina sobre los males. Por tanto, que no opine esa parte y todo va bien.
Y aun en el caso de que su más cercano vecino, el cuerpo, sea cortado,
quemado, alcanzado por el pus o podrido, permanezca con todo tranquila la
pequeña parte que sobre eso opina, es decir, no juzgue ni malo ni bueno lo
que igualmente puede acontecer a un hombre malo y a uno bueno. Porque
lo que acontece tanto al que vive conforme a la naturaleza como al que vive
contra ella, eso ni es conforme a la naturaleza ni contrario a ella.
40. Concibe sin cesar el mundo como un ser viviente único, que
contiene una sola sustancia y un alma única, y cómo todo se refiere a una
sola facultad de sentir, la suya, y cómo todo lo hace con un solo impulso, y
cómo todo es responsable solidariamente de todo lo que acontece, y cuál es
la trama y contextura.
41. «Eres una pequeña alma que sustenta un cadáver», como decía
Epicteto[63].
42. Ningún mal acontece a lo que está en curso de transformación,
como tampoco ningún bien a lo que nace a consecuencia de un cambio.
43. El tiempo es un río[64] y una corriente impetuosa de
acontecimientos. Apenas se deja ver cada cosa, es arrastrada; se presenta
otra, y ésta también va a ser arrastrada.
44. Todo lo que acontece es tan habitual y bien conocido como la rosa
en primavera y los frutos en verano; algo parecido ocurre con la
enfermedad, la muerte, la difamación, la conspiración y todo cuanto alegra
o aflige a los necios.
45. Las consecuencias están siempre vinculadas con los antecedentes;
pues no se trata de una simple enumeración aislada y que contiene tan sólo
lo determinado por la necesidad, sino de una combinación racional. Y al
igual que las cosas que existen tienen una coordinación armónica, así
también los acontecimientos que se producen manifiestan no una simple
sucesión, sino cierta admirable afinidad.
46. Tener siempre presente la máxima de Heráclito: «La muerte de la
tierra es convertirse en agua, la muerte del agua es convertirse en aire, la
muerte del aire es convertirse en fuego, e inversamente»[65]. Y recordar
también lo del que olvida adónde conduce el camino[66]. Y asimismo que
«con aquello que más frecuente trato tienen, a saber, con la razón que
gobierna el conjunto del universo, con esto disputan, y les parecen extrañas
las cosas que a diario les suceden»[67]. Y además: «No hay que actuar y
hablar como durmiendo», pues también entonces nos parece que actuamos
y hablamos[68]. Y que «no hay que ser como hijos de los padres»[69], es
decir, aceptar las cosas de forma simple, como las has heredado.
47. Como si un dios te hubiese dicho: «Mañana morirás o, en todo caso,
pasado mañana», no habrías puesto mayor empeño en morir pasado mañana
que mañana, a menos que fueras extremadamente vil. (Porque, ¿cuánta es la
diferencia?) De igual modo, no consideres de gran importancia morir al
cabo de muchos años en vez de mañana.
48. Considera sin cesar cuántos médicos han muerto después de haber
fruncido el ceño repetidas veces sobre sus enfermos; cuántos astrólogos,
después de haber vaticinado, como hecho importante, la muerte de otros;
cuántos filósofos, después de haber sostenido innumerables discusiones
sobre la muerte o la inmortalidad; cuántos jefes, después de haber dado
muerte a muchos; cuántos tiranos, tras haber abusado, como si fueran
inmortales, con tremenda arrogancia, de su poder sobre vidas ajenas, y
cuántas ciudades enteras, por así decirlo, han muerto: Hélice[70], Pompeya,
Herculano y otras incontables. Remóntate también, uno tras otro, a todos
cuantos has conocido. Éste, después de haber tributado los honores fúnebres
a aquél, fue sepultado seguidamente por otro; y así sucesivamente. Y todo
en poco tiempo. En suma, examina siempre las cosas humanas como
efímeras y carentes de valor: ayer, una moquita; mañana, momia o ceniza.
Por tanto, recorre este pequeñísimo lapso de tiempo obediente a la
naturaleza y acaba tu vida alegremente, como la aceituna que, llegada a la
sazón, caería elogiando a la tierra que la llevó a la vida y dando gracias al
árbol que la produjo.
49. Ser igual que el promontorio contra el que sin interrupción se
estrellan las olas. Este se mantiene firme, y en tomo a él se adormece la
espuma del oleaje. «¡Desdichado de mí, porque me aconteció eso!» Pero
no, al contrario: «Soy afortunado, porque, a causa de lo que me ha ocurrido,
persisto hasta el fin sin aflicción, ni abrumado por el presente ni asustado
por el futuro.» Porque algo semejante pudo acontecer a todo el mundo, pero
no todo el mundo hubiera podido seguir hasta el fin, sin aflicción, después
de eso. ¿Y por qué, entonces, va a ser eso un infortunio más que esto buena
fortuna? ¿Acaso denominas, en suma, desgracia de un hombre a lo que no
es desgracia de la naturaleza del hombre? ¿Y te parece aberración de la
naturaleza humana lo que no va contra el designio de su propia naturaleza?
¿Por qué, pues? ¿Has aprendido tal designo? ¿Te impide este suceso ser
justo, magnánimo, sensato, prudente, reflexivo, sincero, discreto, libre, etc.,
conjunto de virtudes con las cuales la naturaleza humana contiene lo que le
es peculiar? Acuérdate, a partir de ahora, en todo suceso que te induzca a la
aflicción, de utilizar este principio: no es eso un infortunio, sino una dicha
soportarlo con dignidad.
50. Remedio sencillo, pero con todo eficaz, para menospreciar la muerte
es recordar a los que se han apegado con tenacidad a la vida. ¿Qué más
tienen que los que han muerto prematuramente? En cualquier caso yacen en
alguna parte Cadiciano[71], Fabio, Juliano, Lépido y otros como ellos, que a
muchos llevaron a la tumba, para ser también ellos llevados después. En
suma, pequeño es el intervalo de tiempo; y ése, ¡a través de cuántas fatigas,
en compañía de qué tipo de hombres y en qué cuerpo se agota! Luego no lo
tengas por negocio. Mira detrás de ti el abismo de la eternidad y delante de
ti otro infinito. A la vista de eso, ¿en qué se diferencian el niño que ha
vivido tres días y el que ha vivido tres veces más que Gereneo?[72].
51. Corre siempre por el camino más corto, y el más corto es el que
discurre de acuerdo con la naturaleza. En consecuencia, habla y obra en
todo de la manera más sana, pues tal propósito[73] libera de las aflicciones,
de la disciplina militar, de toda preocupación administrativa y afectación.
LIBRO V
1. Al amanecer, cuando de mala gana y perezosamente despiertes, acuda
puntual a ti este pensamiento: «Despierto para cumplir una tarea propia de
hombre.» ¿Voy, pues, a seguir disgustado, si me encamino a hacer aquella
tarea que justifica mi existencia y para la cual he sido traído al mundo? ¿O
es que he sido formado para calentarme, reclinado entre pequeños
cobertores? «Pero eso es más agradable.» ¿Has nacido, pues, para
deleitarte? Y, en suma, ¿has nacido para la pasividad o para la actividad?
¿No ves que los arbustos, los pajarillos, las hormigas, las arañas, las abejas,
cumplen su función propia, contribuyendo por su cuenta al orden del
mundo? Y tu entonces, ¿rehúsas hacer lo que es propio del hombre? ¿No
persigues con ahínco lo que está de acuerdo con tu naturaleza? «Mas es
necesario también reposar.» Lo es; también yo lo mantengo. Pero también
la naturaleza ha marcado límites al reposo, como también ha fijado límites
en la comida y en la bebida, y a pesar de eso, ¿no superas la medida,
excediéndote más de lo que es suficiente? Y en tus acciones no sólo no
cumples lo suficiente, sino que te quedas por debajo de tus posibilidades.
Por consiguiente, no te amas a ti mismo, porque ciertamente en aquel caso
amanas tu naturaleza y su propósito. Otros, que aman SU profesión, se
consumen en el ejercicio del trabajo idóneo, sin lavarse y sin comer. Pero tú
estimas menos tu propia naturaleza que el cincelador su cincel, el danzarín
su danza, el avaro su dinero, el presuntuoso su vanagloria. Éstos, sin
embargo, cuando sienten pasión por algo, ni comer ni dormir quieren antes
de haber contribuido al progreso de aquellos objetivos a los que se entregan.
Y a ti, ¿te parecen las actividades comunitarias desprovistas de valor y
merecedoras de menor atención?
2. ¡Cuán fácil es rechazar y borrar toda imaginación molesta o impropia,
e inmediatamente encontrarse en una calma total!
3. Júzgate digno de toda palabra y acción acorde con la naturaleza; y no
te desvíe de tu camino la crítica que algunos suscitarán o su propósito; por
el contrario, si está bien haber actuado y haber hablado, no te consideres
indigno. Pues aquéllos tienen su guía particular y se valen de su particular
inclinación. Mas no codicies tú esas cosas; antes bien, atraviesa el recto
camino consecuente con tu propia naturaleza y con la naturaleza común;
pues el camino de ambas es único.
4. Camino siguiendo las sendas acordes con la naturaleza, hasta caer y
al fin descansar, expirando en este aire que respiro cada día y cayendo en
esta tierra de donde mi padre recogió la semilla, mi madre la sangre y mi
nodriza la leche; de donde, cada día, después de tantos años, me alimento y
refresco, que me sostiene, mientras camino, y que me aprovecha de tantas
maneras.
5. «No pueden admirar tu perspicacia.» Está bien. Pero existen otras
muchas cualidades sobre las que no puedes decir: «No tengo dotes
naturales.» Procúrate, pues, aquellas que están enteramente en tus manos: la
integridad, la gravedad, la resistencia al esfuerzo, el desprecio a los
placeres, la resignación ante el destino, la necesidad de pocas cosas, la
benevolencia, la libertad, la sencillez, la austeridad, la magnanimidad. ¿No
te das cuenta de cuántas cualidades puedes procurarte ya, respecto a las
cuales ningún pretexto tienes de incapacidad natural ni de insuficiente
aptitud? Con todo, persistes todavía por propia voluntad por debajo de tus
posibilidades. ¿Acaso te ves obligado a refunfuñar, a ser mezquino, a
adular, a echar las culpas a tu cuerpo, a complacerte, a comportarte
atolondradamente, a tener tu alma tan inquieta a causa de tu carencia de
aptitudes naturales? No, por los dioses. Tiempo ha que pudiste estar libre de
estos defectos, y tan sólo ser acusado tal vez de excesiva lentitud y torpeza
de comprensión. Pero también esto es algo que debe ejercitarse, sin
menospreciar la lentitud ni complacerse en ella.
6. Existe cierto tipo de hombre que, cuando ha hecho un favor a alguien,
está dispuesto también a cargarle en cuenta el favor; mientras que otra
persona no está dispuesta a proceder así. Pero, con todo, en su interior, le
considera como si fuera un deudor y es consciente de lo que ha hecho. Un
tercero ni siquiera, en cierto modo, es consciente de lo que ha hecho, sino
que es semejante a una vid que ha producido racimos y nada más reclama
después de haber producido el fruto que le es propio, como el caballo que
ha corrido, el perro que ha seguido el rastro de la pieza o la abeja que ha
producido miel. Así, el hombre que hizo un favor, no persigue un beneficio,
sino que lo cede a otro, del mismo modo que la vid se aplica a producir
nuevos racimos a su debido tiempo. Luego, ¿es preciso encontrarse entre
los que proceden así, en cierto modo, inconscientemente? «Sí, pero hay que
darse cuenta de esto mismo; porque es propio del ser sociable, manifiesta,
darse cuenta de que obra de acuerdo y conforme al bien común, y, ¡por
Zeus!, lo es también querer que su asociado se dé cuenta.» Cierto es lo que
dices, pero tergiversas lo que acabo de decir. Por ello tú serás uno de
aquellos de los que anteriormente hice mención, pues aquéllos también se
dejan extraviar por cierta verosimilitud lógica. Y si intentas comprender el
sentido de mis palabras, no temas por eso omitir cualquier acción útil a la
sociedad.
7. Súplica de los atenienses: «Envíanos la lluvia, envíanos la lluvia,
Zeus amado, sobre nuestros campos de cultivo y llanuras.» O no hay que
rezar, o hay que hacerlo así, con sencillez y espontáneamente.
8. Como suele decirse: «Asclepio le ordenó la equitación, los baños de
agua fría, el caminar descalzo», de modo similar también eso: «La
naturaleza universal ha ordenado para éste una enfermedad o una
mutilación o una pérdida de un órgano o alguna otra cosa semejante.» Pues
allí el término «ordenó» significa algo así como: «te ha prescrito este
tratamiento como apropiado para recobrar la salud». Y aquí: «lo que sucede
a cada uno le ha sido, en cierto modo, asignado como correspondiente a su
destino». Así también nosotros decimos que lo que nos acontece nos
conviene, al igual que los albañiles suelen decir que en las murallas o en las
pirámides las piedras cuadrangulares se ensamblan unas con otras
armoniosamente según determinado tipo de combinación. En resumen,
armonía no hay más que una, y del mismo modo que el mundo, cuerpo de
tales dimensiones, se complementa con los cuerpos, así también el Destino,
causa de tales dimensiones, se complementa con todas las causas. Ε incluso,
los más ignorantes comprenden mis palabras. Pues dicen: «esto le deparaba
el Destino». Por consiguiente, esto le era llevado y esto le era asignado.
Aceptemos, pues, estos sucesos como las prescripciones de Asclepio.
Muchas son, en efecto, entre aquéllas, duras, pero las abrazamos con la
esperanza de la salud. Ocasione en ti impresión semejante el cumplimiento
y consumación de lo que decide la naturaleza común, como si se tratara de
tu propia salud. Y del mismo modo abraza también todo lo que acontece,
aunque te parezca duro, porque conduce a aquel objetivo, a la salud del
mundo, al progreso y bienestar de Zeus. Pues no habría deparado algo así a
éste, de no haber importado al conjunto; porque la naturaleza, cualquiera
que sea, nada produce que no se adapte al ser gobernado por ella. Por
consiguiente, conviene amar lo que te acontece por dos razones: Una,
porque para ti se hizo, y a ti se te asignó y, en cierto modo, a ti estaba
vinculado desde arriba, encadenado por causas muy antiguas; y en segundo
lugar, porque lo que acontece a cada uno en particular es causa del
progreso, de la perfección y ¡por Zeus! de la misma continuidad de aquel
que gobierna el conjunto del universo. Pues queda mutilado el conjunto
entero, caso de ser cortada, aunque mínimamente, su conexión y
continuidad, tanto de sus partes como de sus causas. Y, en efecto, quiebras
dicha trabazón, en la medida que de ti depende, siempre que te disgustas y,
en cierto modo, la destruyes.
9. No te disgustes, ni desfallezcas, ni te impacientes, si no te resulta
siempre factible actuar de acuerdo con rectos principios. Por el contrario,
cuando has sido rechazado, re emprende la tarea con renovado ímpetu y
date por satisfecho si la mayor parte de tus acciones son bastante más
humanas y ama aquello a lo que de nuevo encaminas tus pasos, y no
retornes a la filosofía como a un maestro de escuela, sino como los que
tienen una dolencia en los ojos se encaminan a la esponjita y al huevo[74],
como otro acude a la cataplasma, como otro a la loción. Pues así no pondrás
de manifiesto tu sumisión a la razón, sino que reposarás en ella. Recuerda
también que la filosofía sólo quiere lo que tu naturaleza quiere, mientras
que tú querías otra cosa no acorde con la naturaleza. Porque, ¿qué cosa es
más agradable que esto?, ¿no nos seduce el placer por su atractivo? Mas
examina si es más agradable la magnanimidad, la libertad, la sencillez, la
benevolencia, la santidad. ¿Existe algo más agradable que la propia
sabiduría, siempre que consideres que la estabilidad y el progreso proceden
en todas las circunstancias de la facultad de la inteligencia y de la ciencia?
10. Las cosas se hallan, en cierto modo, en una envoltura tal, que no
pocos filósofos, y no unos cualquiera, han creído que son absolutamente
incomprensibles; es más, incluso los mismos estoicos las creen difíciles de
comprender. Todo asentimiento nuestro está expuesto a cambiar; pues,
¿dónde está el hombre que no cambia? Pues bien, encamina tus pasos a los
objetos sometidos a la experiencia; ¡cuán efímeros son, sin valor y capaces
de estar en posesión de un libertino, de una prostituta o de un pirata! A
continuación, pasa a indagar el carácter de los que contigo viven: a duras
penas se puede soportar al más agradable de éstos, por no decir que incluso
a sí mismo se soporta uno con dificultad. Así pues, en medio de tal
oscuridad y suciedad, y de tan gran flujo de la sustancia y del tiempo, del
movimiento y de los objetos movidos, no concibo qué cosa puede ser
especialmente estimada o, en suma, objeto de nuestros afanes. Por el
contrario, es preciso exhortarse a sí mismo y esperar la desintegración
natural, y no inquietarse por su demora, sino calmarse con estos únicos
principios: uno, que nada me ocurrirá no acorde con la naturaleza del
conjunto; y otro, que tengo la posibilidad de no hacer nada contrario a mi
Dios y Genio interior. Porque nadie me forzará a ir contra éste.
11. ¿Para qué me sirve ahora mi alma? En toda ocasión, plantearme esta
pregunta e indagar qué tengo ahora en esa parte que precisamente llaman
guía interior, y de quién tengo alma en el momento presente. ¿Acaso de un
niño, de un jovencito, de una mujercita, de un tirano, de una bestia, de una
fiera?
12. Cuáles son las cosas que el vulgo considera buenas, podrías
comprenderlo por lo siguiente. Porque si alguien pensara de verdad que
ciertas cosas son buenas, como la sabiduría, la prudencia, la justicia, la
valentía, después de una comprensión previa de estos conceptos, no sería
capaz de oír eso de: «tan cargado está de bienes», pues no armonizaría con
él tal rasgo. Mientras que si uno concibe previamente lo que el vulgo reputa
por bueno, oirá y aceptará fácilmente como designación apropiada lo que el
poeta cómico dice[75]. ¡Hasta tal punto el vulgo intuye la diferencia! En
efecto, este verso no dejaría de chocar ni de ser repudiado, mientras que
aquél, tratándose de la riqueza y buena fortuna que conducen al lujo o a la
fama, lo acogemos como pronunciado apropiada y elegantemente. Prosigue,
pues, y pregunta si deben estimarse e imaginarse tales cosas como buenas,
esas que si se evaluaran apropiadamente, se podría concluir que su
poseedor, debido a la abundancia de bienes, «no tiene dónde evacuar».
13. He sido compuesto de causa formal y materia; ninguno de esos dos
elementos acabará en el no-ser, del mismo modo que tampoco surgieron del
no-ser. Por consiguiente, cualquier parte mía será asignada por
transformación a una parte del universo; a su vez aquélla se transformará en
otra parte del universo, y así hasta el infinito. Y por una transformación
similar nací yo, y también mis progenitores, siendo posible remontamos
hasta otro infinito. Porque nada impide hablar así, aunque el universo sea
gobernado por períodos limitados.
14. La razón y el método lógico son facultades autosuficientes para sí y
para las operaciones que les conciernen. Parten, en efecto, del principio que
les es propio y caminan hacia un fin preestablecido; por eso tales
actividades se denominan «acciones rectas», porque indican la rectitud del
camino.
15. Ninguna de las cosas que no competen al hombre, en tanto que es
hombre, debe éste observar. No son exigencias del hombre, ni su naturaleza
las anuncia, ni tampoco son perfecciones de la naturaleza del hombre. Pues
bien, tampoco reside en ellas el fin del hombre, ni tampoco lo que
contribuye a colmar el fin: el bien. Es más, si alguna de estas cosas
concerniera al hombre, no sería de su incumbencia menospreciarlas ni
sublevarse contra ellas; tampoco podría ser elogiado el hombre que se
presentase como sin necesidad de ellas ni sería bueno el hombre propenso a
actuar por debajo de sus posibilidades en alguna de ellas, si realmente ellas
fueran bienes. Pero ahora, cuanto más se despoja uno de estas cosas u otras
semejantes o incluso soporta ser despojado de una de ellas, tanto más es
hombre de bien.
16. Como formes tus imaginaciones en repetidas veces, tal será tu
inteligencia, pues el alma es teñida por sus imaginaciones. Tíñela, pues, con
una sucesión de pensamientos como éstos: donde es posible vivir, también
allí se puede vivir bien y es posible vivir en palacio, luego es posible
también vivir bien en palacio. Y asimismo que cada ser tiende hacia el fin
por el cual ha sido constituido y en virtud del cual ha sido constituido. Y
donde está el fin, allí también el interés y el bien de cada uno se encuentra.
Naturalmente, el bien de un ser racional es la comunidad. Que
efectivamente hemos nacido para vivir en comunidad, tiempo ha que ha
sido demostrado. ¿No estaba claro que los seres inferiores existen con vistas
a los superiores, y éstos para ayudarse mutuamente? Y los seres animados
son superiores a los inanimados, y los racionales superiores a los animados.
17. Perseguir lo imposible es propio de locos; pero es imposible que los
necios dejen de hacer algunas necedades.
18. A nadie sucede nada que no pueda por su naturaleza soportar. A otro
le acontece lo mismo y, ya sea por ignorancia de lo ocurrido, ya sea por
alardear de magnanimidad, se mantiene firme y resiste sin daño. Es terrible,
en efecto, que la ignorancia y la excesiva complacencia sean más poderosas
que la sabiduría.
19. Las cosas por sí solas no tocan en absoluto el alma ni tienen acceso
a ella ni pueden girarla ni moverla. Tan sólo ella se gira y mueve a sí
misma, y hace que las cosas sometidas a ella sean semejantes a los juicios
que estime dignos de sí.
20. En un aspecto el hombre es lo más estrechamente vinculado a
nosotros, en tanto que debemos hacerles bien y soportarlos. Pero en cuanto
que algunos obstaculizan las acciones que nos son propias, se convierte el
hombre en una de las cosas indiferentes para mí, no menos que el sol, el
viento o la bestia. Y por culpa de éstos podría obstaculizarse alguna de mis
actividades, pero gracias a mi instinto y a mi disposición no son obstáculos,
debido a mi capacidad de selección y de adaptación a las circunstancias.
Porque la inteligencia derriba y desplaza todo lo que obstaculiza su
actividad encaminada al objetivo propuesto, y se convierte en acción lo que
retenía esta acción, y en camino lo que obstaculizaba este camino.
21. Respeta lo más excelente que hay en el mundo; y eso es lo que se
sirve de todo y cuida de todo. Ε igualmente estima lo más excelente que en
ti reside; y eso es del mismo género que aquello. Y en ti lo que aprovecha a
los demás es eso y eso es lo que gobierna tu vida.
22. Lo que no es dañino a la ciudad, tampoco daña al ciudadano.
Siempre que imagines que has sido víctima de un daño, procúrate este
principio: si la ciudad no es dañada por eso, tampoco yo he sido dañado.
Pero si la ciudad es dañada, ¿no debes irritarte con el que daña a la ciudad?
¿Qué justifica tu negligencia?
23. Reflexiona repetidamente sobre la rapidez de tránsito y alejamiento
de los seres existentes y de los acontecimientos. Porque la sustancia es
como un río en incesante fluir, las actividades están cambiando de continuo
y las causas sufren innumerables alteraciones. Casi nada persiste y muy
cerca está este abismo infinito del pasado y del futuro, en el que todo se
desvanece. ¿Cómo, pues, no va a estar loco el que en estas circunstancias se
enorgullece, se desespera o se queja en base a que sufrió alguna molestia
cierto tiempo e incluso largo tiempo?
24. Recuerda la totalidad de la sustancia, de la que participas
mínimamente, y la totalidad del tiempo, del que te ha sido asignado un
intervalo breve e insignificante, y del destino, del cual, ¿qué parte ocupas?
25. ¿Comete otro una falta contra mí? Él verá. Tiene su peculiar
disposición, su peculiar modo de actuar. Tengo yo ahora lo que la común
naturaleza quiere que tenga ahora, y hago lo que mi naturaleza quiere que
ahora haga.
26. Sea el guía interior y soberano de tu alma una parte indiferente al
movimiento, suave o áspero, de la carne, y no se mezcle, sino que se
circunscriba, y limite aquellas pasiones a los miembros. Y cuando éstas
progresen y alcancen la inteligencia, por efecto de esa otra simpatía, como
en un cuerpo unificado, entonces no hay que enfrentarse a la sensación, que
es natural, pero tampoco añada el guía interior de por sí la opinión de que se
trata de un bien o de un mal.
27. «Convivir con los dioses.» Y convive con los dioses aquel que
constantemente les demuestra que su alma está satisfecha con la parte que
le ha sido asignada, y hace todo cuanto quiere el genio divino[76], que, en
calidad de protector y guía, fracción de sí mismo, asignó Zeus a cada
uno[77]. Y esta divinidad es la inteligencia y razón de cada uno.
28. ¿Te sientes molesto con el que huele a macho cabrío? ¿Te molestas
con el hombre al que le huele el aliento? ¿Qué puede hacer? Así es su boca,
así son sus axilas; es necesario que tal emanación salga de tales causas.
«Mas el hombre tiene razón, afirma, y puede comprender, si reflexiona, la
razón de que moleste.» ¡Sea enhorabuena! Pues también tú tienes razón.
Incita con tu disposición lógica su disposición lógica, hazle comprender,
sugiérele. Pues si te atiende, le curarás y no hay necesidad de irritarse. Ni
actor trágico ni prostituta.
29. Tal como proyectas vivir después de partir de aquí, así te es posible
vivir en este mundo; pero caso de que no te lo permitan, entonces sal de la
vida, pero convencido de que no sufres ningún mal. Hay humo y me
voy[78]. ¿Por qué consideras eso un negocio? Mientras nada semejante me
eche fuera, permanezco libre y nadie me impedirá hacer lo que quiero. Y yo
quiero lo que está de acuerdo con la naturaleza de un ser vivo racional y
sociable.
30. La inteligencia del conjunto universal es sociable. Así, por ejemplo,
ha hecho las cosas inferiores en relación con las superiores y ha armonizado
las superiores entre sí. Ves cómo ha subordinado, coordinado y distribuido a
cada uno según su mérito, y ha reunido los seres superiores con el objeto de
una concordia mutua.
31. ¿Cómo te has comportado hasta la fecha con los dioses, con tus
padres, tus hermanos[79], tu mujer, tus hijos, tus maestros, tus preceptores,
tus amigos, tus familiares, tus criados? ¿Acaso en el trato con todos hasta
ahora te es aplicable lo de: «Ni hacer mal a nadie ni decirlo»?[80]. Recuerda
también por qué lugares has cruzado y qué fatigas has sido capaz de
aguantar; y asimismo que la historia de tu vida está ya colmada y tu servicio
cumplido; y cuántas cosas bellas has visto, cuántos placeres y dolores has
desdeñado, cuántas ambiciones de gloria has ignorado; con cuántos
insensatos te has comportado con deferencia.
32. ¿Por qué almas rudas e ignorantes confunden un alma instruida y
sabia? ¿Cuál es, pues, un alma instruida y sabia? La que conoce el principio
y el fin y la razón que abarca la sustancia del conjunto y que, a lo largo de
toda la eternidad, gobierna el Todo de acuerdo con ciclos determinados.
33. Dentro de poco, ceniza o esqueleto, y o bien un nombre o ni siquiera
un nombre; y el nombre, un ruido y un eco. Ε incluso las cosas más
estimadas en la vida son vacías, podridas, pequeñas, perritos que se
muerden, niños que aman la riña, que ríen y al momento lloran. Pues la
confianza, el pudor, la justicia y la verdad, «al Olimpo, lejos de la tierra de
anchos caminos»[81]. ¿Qué es, pues, lo que todavía te retiene aquí, si las
cosas sensibles son cambiantes e inestables, si los sentidos son ciegos y
susceptibles de recibir fácilmente falsas impresiones, y el mismo hálito vital
es una exhalación de la sangre, y la buena reputación entre gente así algo
vacío? ¿Qué, entonces? Aguardarás benévolo tu extinción o tu traslado.
Mas, en tanto se presenta aquella oportunidad ¿qué basta? ¿Y qué otra cosa
sino venerar y bendecir a los dioses, hacer bien a los hombres, soportarles y
abstenerse? Y respecto a cuanto se halla dentro de los límites de tu carne y
hálito vital, recuerda que eso ni es tuyo ni depende de ti.
34. Puedes encauzar bien tu vida, si eres capaz de caminar por la senda
buena, si eres capaz de pensar y actuar con método. Esas dos cosas son
comunes al alma de Dios, a la del hombre y a la de todo ser racional: el no
ser obstaculizado por otro, el cifrar el bien en una disposición y actuación
justa y el poner fin a tu aspiración aquí.
35. Si eso ni es maldad personal ni resultado de mi ruindad ni perjudica
a la comunidad, ¿a qué inquietarme por ello?, ¿y cuál es el daño a la
comunidad?
36. No te dejes arrastrar totalmente por la imaginación; antes bien,
presta ayuda en la medida de tus posibilidades y según su mérito; y aunque
estén en inferioridad en las cosas mediocres, no imagines, sin embargo, que
eso es dañino, pues sería un mal hábito. Y al igual que el anciano que, al
irse, pedía la peonza de su pequeño, teniendo presente que era una peonza,
también tú procede así. Luego te encuentras en la tribuna gritando[82].
Hombre, ¿es que has olvidado de qué se trataba? «Sí, pero otros en esas
cosas ponen gran empeño.» ¿Acaso por eso, vas tú también a enloquecer?
«Fui[83], en otro tiempo, en cualquier lugar donde se me localizó,
hombre afortunado.» Pero ser afortunado consiste en haberte asignado un
buen lote; y un buen lote son las buenas tendencias del alma, buenos
impulsos, buenas acciones.
LIBRO VI
1. La sustancia del conjunto universal es dócil y maleable. Y la razón
que la gobierna no tiene en sí ningún motivo para hacer mal, pues no tiene
maldad, y ni hace mal alguno ni nada recibe mal de aquélla. Todo se origina
y llega a su término de acuerdo con ella.
2. Sea indiferente para ti pasar frío o calor, si cumples con tu deber,
pasar la noche en vela o saciarte de dormir, ser criticado o elogiado, morir o
hacer otra cosa. Pues una de las acciones de la vida es también aquella por
la cual morimos. En efecto, basta también para este acto «disponer bien el
presente».
3. Mira el interior; que de ninguna cosa te escape ni su peculiar cualidad
ni su mérito.
4. Todas las cosas que existen rapidísimamente se transformarán y, o se
evaporarán, si la sustancia es una, o se dispersarán.
5. La razón que gobierna sabe cómo se encuentra, qué hace y sobre qué
materia.
6. La mejor manera de defenderte es no asimilarte a ellos.
7. Regocíjate y descansa en una sola cosa: en pasar de una acción útil a
la sociedad a otra acción útil a la sociedad, teniendo siempre presente a
Dios.
8. El guía interior es lo que se despierta a sí mismo, se gira y se hace a
sí mismo como quiere, y hace que todo acontecimiento le aparezca tal como
él quiere.
9. Todas y cada una de las cosas llegan a su término de acuerdo con la
naturaleza del conjunto, y no según otra naturaleza que abarque el mundo
exteriormente, o esté incluida en su interior, o esté desvinculada en el
exterior.
10. Barullo, entrelazamiento y dispersión, o bien unión, orden y
previsión. Si efectivamente es lo primero, ¿por qué deseo demorar mi
estancia en una azarosa mezcla y confusión tal? ¿Y por qué va a
importarme otra cosa que no sea saber cómo «convertirme un día en
tierra»?[84]. ¿Y por qué turbarme? Pues la dispersión me alcanzará, haga lo
que haga. Y si es lo segundo, venero, persisto y confío en el que gobierna.
11. Siempre que te veas obligado por las circunstancias como a sentirte
confuso, retorna a ti mismo rápidamente y no te desvíes fuera de tu ritmo
más de lo necesario. Pues serás bastante más dueño de la armonía gracias a
tu continuo retomar a la misma.
12. Si tuvieras simultáneamente una madrastra y una madre, atenderías
a aquélla, pero con todo las visitas a tu madre serían continuas. Eso tienes
tú ahora: el palacio y la filosofía. Así pues, retoma a menudo a ella y en ella
reposa; gracias a ésta, las cosas de allí te parecen soportables y tú eres
soportable entre ellos.
13. Al igual que se tiene un concepto de las carnes y pescados y
comestibles semejantes, sabiendo que esto es un cadáver de pez, aquello
cadáver de un pájaro o de un cerdo; y también que el Falemo es zumo de
uva, y la toga pretexta lana de oveja teñida con sangre de marisco; y
respecto a la relación sexual, que es una fricción del intestino y eyaculación
de un moquillo acompañada de cierta convulsión. ¡Cómo, en efecto, estos
conceptos alcanzan sus objetos y penetran en su interior, de modo que se
puede ver lo que son! De igual modo es preciso actuar a lo largo de la vida
entera, y cuando las cosas te dan la impresión de ser dignas de crédito en
exceso, desnúdalas y observa su nulo valor, y despójalas de la ficción[85],
por la cual se vanaglorian. Pues el orgullo es un terrible embaucador de la
razón, y cuando piensas ocuparte mayormente de las cosas serias, entonces,
sobre todo, te embauca. Mira, por ejemplo, qué dice Grates[86] acerca del
mismo Jenócrates[87].
14. La mayor parte de las cosas que el vulgo admira se refieren a las
más generales, a las constituidas por una especie de ser o naturaleza:
piedras, madera, higueras, vides, olivos. Las personas un poco más
comedidas tienden a admirar los seres animados, como los rebaños de
vacas, ovejas O, sencillamente, la propiedad de esclavos. Y las personas
todavía más agraciadas, las cosas realizadas por el espíritu racional, mas no
el universal, sino aquél en tanto que es hábil en las artes o ingenioso de otra
manera[88] [o simplemente capaz de adquirir multitud de esclavos]. Pero el
que honra el alma racional universal y social no vuelve su mirada a ninguna
de las restantes cosas y, ante todo, procura conservar su alma en disposición
y movimiento acorde con la razón y el bien común, y colabora con su
semejante para alcanzar ese objetivo.
15. Unas cosas ponen siempre su empeño en llegar a ser, otras ponen su
afán en persistir, pero una parte de lo que llega a ser se extinguió ya. Flujos
y alteraciones renuevan incesantemente el mundo, al igual que el paso
ininterrumpido del tiempo proporciona siempre nueva la eternidad infinita.
En medio de ese río, sobre el cual no es posible detenerse, ¿qué cosa entre
las que pasan corriendo podría estimarse? Como si alguien empezara a
enamorarse de uno de los gorrioncillos que vuelan a nuestro alrededor, y él
ya ha desaparecido de nuestros ojos. Tal es en cierto modo la vida misma de
cada uno, como la exhalación de la sangre y la inspiración de aire. Pues,
cual el inspirar una vez el aire y expulsarlo, cosa que hacemos a cada
momento, tal es también el devolver allí, de donde la sacaste por primera
vez, toda la facultad respiratoria, que tú adquiriste ayer o anteayer, recién
venido al mundo.
16. Ni es meritorio transpirar como las plantas, ni respirar como el
ganado y las fieras, ni ser impresionado por la imaginación, ni ser movido
como una marioneta por los impulsos, ni agruparse como rebaños, ni
alimentarse; pues eso es semejante a la evacuación de las sobras de la
comida. ¿Qué vale la pena, entonces? ¿Ser aplaudido? No. Por
consiguiente, tampoco ser aplaudido por golpeteo de lenguas, que las
alabanzas del vulgo son golpeteo de lenguas. Por tanto, has renunciado
también a la vanagloria. ¿Qué queda digno de estima? Opino que el
moverse y mantenerse de acuerdo con la propia constitución, fin al que
conducen las ocupaciones y las artes. Porque todo arte apunta a este
objetivo, a que la cosa constituida sea adecuada a la obra que ha motivado
su constitución. Y tanto el hombre que se ocupa del cultivo de la vid, como
el domador de potros, y el que amaestra perros, persiguen este resultado. ¿Y
a qué objetivo tienden con ahinco los métodos de educación y enseñanza?
A la vista está, pues, lo que es digno de estima. Y si en eso tienes éxito,
ninguna otra cosa te preocuparás. ¿Y no cesarás de estimar otras muchas
cosas? Entonces ni serás libre, ni te bastarás a ti mismo, ni estarás exento de
pasiones. Será necesario que envidies, tengas celos, receles de quienes
pueden quitarte aquellos bienes, y tendrás necesidad de conspirar contra los
que tienen lo que tú estimas. En suma, forzosamente la persona falta de
alguno de aquellos bienes estará turbada y además censurará muchas veces
a los dioses. Mas el respeto y la estima a tu propio pensamiento harán de ti
un hombre satisfecho contigo mismo, perfectamente adaptado a los que
conviven a tu lado y concordante con los dioses, esto es, un hombre que
ensalza cuanto aquéllos reparten y han asignado.
17. Hacia arriba, hacia abajo, en círculo, son los movimientos de los
elementos. Mas el movimiento de la virtud no se halla entre ninguno de
ésos, sino que es algo un tanto divino y sigue su curso favorable por una
senda difícil de concebir.
18. ¡Curiosa actuación! No quieren hablar bien de los hombres de su
tiempo y que viven a su lado, y, en cambio, tienen en gran estima ser
elogiados por las generaciones venideras, a quienes nunca vieron ni verán.
Eso viene a ser como si te afligieras, porque tus antepasados no han tenido
para ti palabras de elogio.
19. No pienses, si algo te resulta difícil y penoso, que eso sea imposible
para el hombre; antes bien, si algo es posible y connatural al hombre, piensa
que también está a tu alcance.
20. En los ejercicios del gimnasio, alguien nos ha desgarrado con sus
uñas y nos ha herido con un cabezazo. Sin embargo, ni lo ponemos de
manifiesto, ni nos disgustamos, ni sospechamos más tarde de él como
conspirador. Pero sí ciertamente nos ponemos en guardia, mas no como si
se tratara de un enemigo ni con recelo, sino esquivándole benévolamente.
Algo parecido ocurre en las demás coyunturas de la vida. Dejemos de lado
muchos recelos mutuos de los que nos ejercitamos como en el gimnasio.
Porque es posible, como decía, evitarlos sin mostrar recelo ni aversión.
21. Si alguien puede refutarme y probar de modo concluyente que
pienso o actúo incorrectamente, de buen grado cambiaré de proceder. Pues
persigo la verdad, que no dañó nunca a nadie; en cambio, sí se daña el que
persiste en su propio engaño e ignorancia.
22. Yo, personalmente, hago lo que debo; lo demás no me atrae, porque
es algo que carece de vida, o de razón, o anda extraviado y desconoce el
camino[89].
23. A los animales irracionales y, en general, a las cosas y a los objetos
sometidos a los sentidos, que carecen de razón, tú, puesto que estás dotado
de entendimiento, trátalos con magnanimidad y liberalidad; pero a los
hombres, en tanto que dotados de razón, trátalos además sociablemente.
24. Alejandro el Macedón y su mulero, una vez muertos, vinieron a
parar en una misma cosa; pues, o fueron reasumidos en las razones
generatrices del mundo o fueron igualmente disgregados en átomos.
25. Ten en cuenta cuántas cosas, en el mismo lapso de tiempo
brevísimo, brotan simultáneamente en cada uno de nosotros, tanto
corporales como espirituales. Y así no te sorprenderás de que muchas cosas,
más aún, todos los sucesos residan a la vez en el ser único y universal, que
llamamos mundo.
26. Si alguien te formula la pregunta de cómo se escribe el nombre de
Antonino, ¿no te aplicarías a detallarle cada una de sus letras? Y en caso de
que se enfadasen, ¿replicarías tú también enfadándote? ¿No seguirías
enumerando tranquilamente cada una de las letras? De igual modo, también
aquí, ten presente que todo deber se cumple mediante ciertos cálculos. Es
preciso mirarlos con atención sin turbarse ni molestarse con los que se
molestan, y cumplir metódicamente lo propuesto.
27. ¡Cuán cruel es no permitir a los hombres que dirijan sus impulsos
hacia lo que les parece apropiado y conveniente! Y lo cierto es que, de
algún modo, no estás de acuerdo en que hagan eso, siempre que te enfadas
con ellos por sus fallos. Porque se ven absolutamente arrastrados hacia lo
que consideran apropiado y conveniente para sí. «Pero no es así.» Por
consiguiente, alecciónales y demuéstraselo, pero sin enfadarte.
28. La muerte es el descanso de la impronta sensitiva, del impulso
instintivo que nos mueve como títeres, de la evolución del pensamiento, del
tributo que nos impone la carne.
29. Es vergonzoso que, en el transcurso de una vida en la que tu cuerpo
no desfallece, en éste desfallezca primeramente tu alma.
30. ¡Cuidado! No te conviertas en un César, no te tiñas siquiera, porque
suele ocurrir. Mantente, por tanto, sencillo, bueno, puro, respetable, sin
arrogancia, amigo de lo justo, piadoso, benévolo, afable, firme en el
cumplimiento del deber. Lucha por conservarte tal cual la filosofía ha
querido hacerte. Respeta a los dioses, ayuda a salvar a los hombres. Breve
es la vida. El único fruto de la vida terrena es una piadosa disposición y
actos útiles a la comunidad.
En todo, procede como discípulo de Antonino; su constancia en obrar
conforme a la razón, su ecuanimidad en todo, la serenidad de su rostro, la
ausencia en él de vanagloria, su afán en lo referente a la comprensión de las
cosas. Y recuerda cómo él no habría omitido absolutamente nada sin
haberlo previamente examinado a fondo y sin haberlo comprendido con
claridad; y cómo soportaba sin replicar a los que le censuraban
injustamente; y cómo no tenía prisas por nada; y cómo no aceptaba las
calumnias; y cómo era escrupuloso indagador de las costumbres y de los
hechos; pero no era insolente, ni le atemorizaba el alboroto, ni era
desconfiado, ni charlatán. Y cómo tenía bastante con poco, para su casa, por
ejemplo, para su lecho, para su vestido, para, su alimentación, para su
servicio; y cómo era diligente y animoso; y capaz de aguantar en la misma
tarea hasta el atardecer, gracias a su dieta frugal, sin tener necesidad de
evacuar los residuos fuera de la hora acostumbrada; y su firmeza y
uniformidad en la amistad; y su capacidad de soportar a los que se oponían
sinceramente a sus opiniones y de alegrarse, si alguien le mostraba algo
mejor; y cómo era respetuoso con los dioses sin superstición, para que así te
sorprenda, como a él, la última hora con buena conciencia.
31. Vuelve en ti y reanímate, y una vez que hayas salido de tu sueño y
hayas comprendido que te turbaban pesadillas, nuevamente despierto, mira
esas cosas como mirabas aquéllas.
32. Soy un compuesto de alma y cuerpo. Por tanto, para el cuerpo todo
es indiferente, pues no es capaz de distinguir; pero al espíritu le son
indiferentes cuantas actividades no le son propias, y, en cambio, cuantas
actividades le son propias, todas ellas están bajo su dominio. Y, a pesar de
esto, sólo la actividad presente le preocupa, pues sus actividades futuras y
pasadas le son también, desde este momento, indiferentes.
33. No es contrario a la naturaleza ni el trabajo de la mano ni tampoco
el del pie, en tanto el pie cumpla la tarea propia del pie, y la mano, la de la
mano. Del mismo modo, pues, tampoco es contrario a la naturaleza el
trabajo del hombre, como hombre, en tanto cumpla la tarea propia del
hombre. Y, si no es contrario a su naturaleza, tampoco le envilece.
34. ¡Qué clase de placeres han disfrutado bandidos, lascivos, parricidas,
tiranos!
35. ¿No ves cómo los artesanos se ponen de acuerdo, hasta cierto punto,
con los profanos, pero no dejan de atender a las reglas de su oficio y no
aceptan renunciar a él? ¿No es sorprendente que el arquitecto y el médico
respeten más la razón de su propio oficio que el hombre la suya propia, que
comparte con los dioses?
36. Asia, Europa, rincones del mundo; el mar entero, una gota de agua;
el Atos, un pequeño terrón del mundo; todo el tiempo presente, un instante
de la eternidad; todo es pequeño, mutable, caduco.
Todo procede de allá, arrancando de aquel común principio guía o
derivando de él. En efecto, las fauces del león, el veneno y todo lo que hace
mal, como las espinas, como el cenagal, son engendros de aquellas cosas
venerables y bellas. No te imagines, pues, que esas cosas son ajenas a aquel
a quien tú veneras; antes bien, reflexiona sobre la fuente de todas las cosas.
37. Quien ha visto el presente, todo lo ha visto: a saber, cuántas cosas
han surgido desde la eternidad y cuántas cosas permanecerán hasta el
infinito. Pues todo tiene un mismo origen y un mismo aspecto.
38. Medita con frecuencia en la trabazón de todas las cosas existentes en
el mundo y en su mutua relación. Pues, en cierto modo, todas las cosas se
entrelazan unas con las otras y todas, en este sentido, son amigas entre sí;
pues una está a continuación de la otra a causa del movimiento ordenado,
del hálito común y de la unidad de la sustancia.
39. Amóldate a las cosas que te han tocado en suerte; y a los hombres
con los que te ha tocado en suerte vivir, ámalos, pero de verdad.
40. Un instrumento, una herramienta, un apero cualquiera, si hace el
trabajo para el que ha sido construido, es bueno; aunque esté fuera de allí el
que los construyó. Pero tratándose de las cosas que se mantienen unidas por
naturaleza, en su interior reside y persiste el poder constructor; por esta
razón es preciso tenerle un respeto especial y considerar, caso de que tú te
comportes y procedas de acuerdo con su propósito, que todas las cosas te
van según la inteligencia. Así también al Todo le van sus cosas conforme a
la inteligencia.
41. En cualquier cosa de las ajenas a tu libre voluntad, que consideres
buena o mala para ti, es inevitable que, según la evolución de tal daño o la
pérdida de semejante bien, censures a los dioses y odies a los hombres
como responsables de tu caída o privación, o como sospechosos de serlo.
También nosotros cometemos muchas injusticias a causa de las diferencias
respecto a esas cosas. Pero en el caso de que juzguemos bueno y malo,
únicamente lo que depende de nosotros, ningún motivo nos queda para
inculpar a los dioses ni para mantener una actitud hostil frente a los
hombres.
42. Todos colaboramos en el cumplimiento de un solo fin, unos
consciente y consecuentemente, otros sin saberlo; como Heráclito[90], creo,
dice, que, incluso los que duermen, son operarios y colaboradores de lo que
acontece en el mundo. Uno colabora de una manera, otro de otra, e incluso,
por añadidura, el que critica e intenta oponerse y destruir lo que hace.
Porque también el mundo tenía necesidad de gente así. En consecuencia,
piensa con quiénes vas a formar partido en adelante. Pues el que gobierna el
conjunto del universo te dará un trato estupendo en todo y te acogerá en
cierto puesto entre sus colaboradores y personas dispuestas a colaborar. Más
no ocupes tú un puesto tal, como el verso vulgar y ridículo de la tragedia
que recuerda Crisipo[91].
43. ¿Acaso el sol estima justo hacer lo que es propio de la lluvia?
¿Acaso Asclepio, lo que es propio de la diosa[92] portadora de los frutos?
¿Y qué decir respecto a cada uno de los astros? ¿No son diferentes y, sin
embargo, cooperan en la misma tarea?
44. Si, efectivamente, los dioses deliberaron sobre mí y sobre lo que
debe acontecerme, bien deliberaron; porque no es tarea fácil concebir un
dios sin decisión. ¿Y por qué razón iban a desear hacerme daño? ¿Cuál
sería su ganancia o la de la comunidad, que es su máxima preocupación? Y
si no deliberaron en particular sobre mí, sí al menos lo hicieron
profundamente sobre el bien común, y dado que estas cosas me acontecen
por consecuencia con éste, debo abrazarlas y amarlas. Pero si es cierto que
sobre nada deliberan (dar crédito a esto es impiedad; no hagamos
sacrificios, ni súplicas, ni juramentos, ni los demás ritos que todos y cada
uno hacemos en la idea de que van destinados a dioses presentes y que
conviven con nosotros), si es cierto que sobre nada de lo que nos concierne
deliberan, entonces me es posible deliberar sobre mí mismo e indagar sobre
mi conveniencia. Y a cada uno le conviene lo que está de acuerdo con su
constitución y naturaleza, y mi naturaleza es racional y sociable.
Mi ciudad y mi patria, en tanto que Antonino, es Roma, pero en tanto
que hombre, el mundo. En consecuencia, lo que beneficia a estas ciudades
es mi único bien.
45. Cuanto acontece a cada uno, importa al conjunto. Esto debería
bastar. Pero además, en general, verás, si te has fijado atentamente, que lo
que es útil a un hombre, lo es también a otros hombres. Tómese ahora «la
utilidad» en la acepción más común, aplicada a las cosas indiferentes.
46. Así como los juegos del anfiteatro y de lugares semejantes te
inspiran repugnancia, por el hecho de que siempre se ven las mismas cosas,
y la uniformidad hace el espectáculo fastidioso, así también ocurre al
considerar la vida en su conjunto; porque todas las cosas, de arriba abajo,
son las mismas y proceden de las mismas. ¿Hasta cuándo, pues?
47. Medita sin cesar en la muerte de hombres de todas clases, de todo
tipo de profesiones y de toda suerte de razas. De manera que puedes
descender en esta enumeración hasta Filistión, Febo y Origanión[93]. Pasa
ahora a los otros tipos de gente. Es preciso, pues, que nos desplacemos allá
donde se encuentran tan gran número de hábiles oradores, tantos filósofos y
venerables: Heráclito, Pitágoras, Sócrates, tantos héroes con anterioridad, y,
después, tantos generales, tiranos. Y, además de éstos, Eudoxo[94], Hiparco,
Arquímedes, otras naturalezas agudas, magnánimos, diligentes, laboriosos,
ridiculizadores de la misma vida humana, mortecina y efímera, como
Menipo[95] y todos los de su clase. Medita acerca de todos éstos que tiempo
ha nos dejaron. ¿Qué tiene, pues, de terrible esto para ellos? ¿Y qué tiene de
terrible para los que en absoluto son nombrados? Una sola cosa merece aquí
la pena: pasar la vida en compañía de la verdad y de la justicia, benévolo
con los mentirosos y con los injustos.
48. Siempre que quieras alegrarte, piensa en los méritos de los que
viven contigo, por ejemplo, la energía en el trabajo de uno, la discreción de
otro, la liberalidad de un tercero y cualquier otra cualidad de otro. Porque
nada produce tanta satisfacción como los ejemplos de las virtudes, al
manifestarse en el carácter de los que con nosotros viven y al ofrecerse
agrupadas en la medida de lo posible. Por esta razón deben tenerse siempre
a mano.
49. ¿Te molestas por pesar tantas libras y no trescientas? De igual modo,
también, porque debes vivir un número determinado de años y no más.
Porque al igual que te contentas con la parte de sustancia que te ha sido
asignada, así también con el tiempo.
50. Intenta persuadirles; pero obra, incluso contra su voluntad, siempre
que la razón de la justicia lo imponga. Sin embargo, si alguien se opusiera
haciendo uso de alguna violencia, cambia a la complacencia y al buen trato,
sírvete de esta dificultad para otra virtud y ten presente que con discreción
te movías, que no pretendías cosas imposibles. ¿Cuál era, pues, tu
pretensión? Alcanzar tal impulso en cierta manera. Y lo consigues.
Aquellas cosas hacia las que nos movemos, llegan a producirse.
51. El que ama la fama considera bien propio la actividad ajena; el que
ama el placer, su propia afección; el hombre inteligente, en cambio, su
propia actividad.
52. Cabe la posibilidad, en lo concerniente a eso, de no hacer conjetura
alguna y de no turbar el alma; pues las cosas, por sí mismas, no tienen una
naturaleza capaz de crear nuestros juicios.
53. Acostúmbrate a no estar distraído a lo que dice otro, e incluso, en la
medida de tus posibilidades, adéntrate en el alma del que habla.
54. Lo que no beneficia al enjambre, tampoco beneficia a la abeja[96].
55. Si los marineros insultaran a su piloto o los enfermos al médico, ¿se
dedicarían a otra cosa que a poner en práctica los medios para poner a salvo
la tripulación, el primero, y para curar a los que están bajo tratamiento, el
segundo?
56. ¡Cuántos, en compañía de los cuales entré en el mundo, se fueron
ya!
57. A los ictéricos les parece amarga la miel; los que han sido mordidos
por un perro rabioso son hidrófobos, y a los pequeños les gusta la pelota.
¿A qué, pues, enojarse? ¿Te parece menos poderoso el error que la bilis en
el ictérico y el veneno en el hombre mordido por un animal rabioso?
58. Nadie te impedirá vivir según la razón de tu propia naturaleza; nada
te ocurrirá contra la razón de la naturaleza común.
59. ¡Quiénes son aquéllos a quienes quieren agradar!, y ¡por qué
ganancias, y gracias a qué procedimientos! ¡Cuán rápidamente el tiempo
sepultará todas las cosas y cuántas ha sepultado ya!
LIBRO VII
1. ¿Qué es la maldad? Es lo que has visto muchas veces. Y a propósito
de todo lo que acontece, ten presente que eso es lo que has visto muchas
veces. En suma, de arriba abajo, encontrarás las mismas cosas, de las que
están llenas las historias, las antiguas, las medias y las contemporáneas, de
las cuales están llenas ahora las ciudades y las casas. Nada nuevo; todo es
habitual y efímero.
2. Las máximas viven. ¿Cómo, de otro modo, podrían morir, a no ser
que se extinguieran las imágenes que les corresponden? En tus manos está
reavivarlas constantemente. Puedo, respecto a esto, concebir lo que es
preciso. Y si, como es natural, puedo, ¿a qué turbarme? Lo que está fuera
de mi inteligencia ninguna relación tiene con la inteligencia. Aprende esto y
estás en lo correcto. Te es posible revivir. Mira nuevamente las cosas como
las has visto, pues en esto consiste el revivir.
3. Vana afición a la pompa, representaciones en escena, rebaños de
ganado menor y mayor, luchas con lanza, huesecillo arrojado a los perritos,
migajas destinadas a los viveros de peces, fatigas y acarreos de las
hormigas, idas y venidas de ratoncillos asustados, títeres movidos por hilos.
Conviene, en efecto, presenciar esos espectáculos benévolamente y sin
rebeldía, pero seguir y observar con atención que el mérito de cada uno es
tanto mayor cuanto meritoria es la tarea objeto de sus afanes.
4. Es preciso seguir, palabra por palabra, lo que se dice, y, en todo
impulso, su resultado; y, en el segundo caso, ver directamente a qué
objetivo apunta el intento; y en el primero, velar por su significado.
5. ¿Basta mi inteligencia para eso o no? Si me basta, me sirvo de ella
para esta acción como si fuera un instrumento concedido por la naturaleza
del conjunto universal. Pero si no me basta, cedo la obra a quien sea capaz
de cumplirla mejor, a no ser, por otra parte, que eso sea de mi incumbencia,
o bien pongo manos a la obra como pueda, con la colaboración de la
persona capaz de hacer, con la ayuda de mi guía interior, lo que en este
momento es oportuno y beneficioso a la comunidad. Porque lo que estoy
haciendo por mí mismo, o en colaboración con otro, debe tender,
exclusivamente, al beneficio y buena armonía con la comunidad.
6. ¡Cuántos hombres, que fueron muy celebrados, han sido ya
entregados al olvido! ¡Y cuántos hombres que los celebraron tiempo ha que
partieron!
7. No sientas vergüenza de ser socorrido. Pues está establecido que
cumplas la tarea impuesta como un soldado en el asalto a una muralla. ¿Qué
harías, pues, si, víctima de cojera, no pudieras tú sólo escalar hasta las
almenas y, en cambio, te fuera eso posible con ayuda de otro?
8. No te inquiete el futuro; pues irás a su encuentro, de ser preciso, con
la misma razón que ahora utilizas para las cosas presentes.
9. Todas las cosas se hallan entrelazadas entre sí y su común vínculo es
sagrado y casi ninguna es extraña a la otra, porque todas están coordinadas
y contribuyen al orden del mismo mundo. Que uno es el mundo, compuesto
de todas las cosas; uno el dios que se extiende a través de todas ellas, única
la sustancia, única la ley, una sola la razón común de todos los seres
inteligentes, una también la verdad, porque también una es la perfección de
los seres del mismo género y de los seres que participan de la misma razón.
10. Todo lo que es material se desvanece rapidísimamente en la
sustancia del conjunto universal; toda causa se reasume rapidísimamente en
la razón del conjunto universal; el recuerdo de todas las cosas queda en un
instante sepultado en la eternidad.
11. Para el ser racional el mismo acto es acorde con la naturaleza y con
la razón.
12. Derecho o enderezado.
13. Como existen los miembros del cuerpo en los individuos, también
los seres racionales han sido constituidos, por este motivo, para una idéntica
colaboración, aunque en seres diferentes. Y más se te ocurrirá este
pensamiento si muchas veces hicieras esta reflexión contigo mismo. Soy un
miembro del sistema constituido por seres racionales. Mas si dijeras que
eres parte, con el cambio de la letra «R»[97], no amas todavía de corazón a
los hombres, todavía no te alegras íntegramente de hacerles favores; más
aún, si lo haces simplemente como un deber, significa que todavía no
comprendes que te haces un bien a ti mismo.
14. Acontezca exteriormente lo que se quiera a los que están expuestos
a ser afectados por este accidente. Pues aquéllos, si quieren, se quejarán de
sus sufrimientos; pero yo, en tanto no imagine que lo acontecido es un mal,
todavía no he sufrido daño alguno. Y de mí depende no imaginarlo.
15. Dígase o hágase lo que se quiera, mi deber es ser bueno. Como si el
oro, la esmeralda o la púrpura dijeran siempre eso: «Hágase o dígase lo que
se quiera, mi deber es ser esmeralda y conservar mi propio color.»
16. Mi guía interior no se altera por sí mismo; quiero decir, no se asusta
ni se aflige. Y si algún otro es capaz de asustarle o de afligirle, hágalo. Pues
él, por sí mismo, no se moverá conscientemente a semejantes
alteraciones[98]. Preocúpese el cuerpo, si puede, de no sufrir nada. Y si
sufre, manifiéstelo. También el espíritu animal, que se asusta, que se aflige.
Pero lo que, en suma, piensa sobre estas afecciones, no hay ningún temor
que sufra, pues su condición no le impulsará a un juicio semejante. El guía
interior, por su misma condición, carece de necesidades, a no ser que se las
cree, y por eso mismo no tiene tribulaciones ni obstáculos, a no ser que se
perturbe y se ponga obstáculos a sí mismo.
17. La felicidad es un buen numen o un buen «espíritu familiar»[99].
¿Qué haces, pues, aquí, oh imaginación? ¡Vete, por los dioses, como
viniste! No te necesito. Has venido según tu antigua costumbre. No me
enfado contigo; únicamente, vete.
18. ¿Se teme el cambio? ¿Y qué puede producirse sin cambio? ¿Existe
algo más querido y familiar a la naturaleza del conjunto universal? ¿Podrías
tú mismo lavarte con agua caliente, si la leña no se transformara? ¿Podrías
nutrirte, si no se transformaran los alimentos? Y otra cosa cualquiera entre
las útiles, ¿podría cumplirse sin transformación? ¿No te das cuenta, pues, de
que tu propia transformación es algo similar e igualmente necesaria a la
naturaleza del conjunto universal?
19. Por la sustancia del conjunto universal, como a través de un torrente,
discurren todos los cuerpos, connaturales y colaboradores del conjunto
universal, al igual que nuestros miembros entre sí. ¡A cuántos Crisipos, a
cuántos Sócrates, a cuántos Epictetos absorbió ya el tiempo! Idéntico
pensamiento acuda a ti respecto a todo tipo de hombre y a toda cosa.
20. Una sola cosa me inquieta, el temor a que haga algo que mi
constitución de hombre no quiere, o de la manera que no quiere, o lo que
ahora no quiere.
21. Próximo está tu olvido de todo, próximo también el olvido de todo
respecto a ti.
22. Propio del hombre es amar incluso a los que tropiezan. Y eso se
consigue, en cuanto se te ocurra pensar que son tus familiares, y que pecan
por ignorancia y contra su voluntad, y que, dentro de poco, ambos estaréis
muertos y que, ante todo, no te dañó, puesto que no hizo a tu guía interior
peor de lo que era antes.
23. La naturaleza del conjunto universal, valiéndose de la sustancia del
conjunto universal, como de una cera, modeló ahora un potro; después, lo
fundió y se valió de su materia para formar un arbusto, a continuación un
hombrecito, y más tarde otra cosa. Y cada uno de estos seres ha subsistido
poquísimo tiempo. Pero no es ningún mal para un cofrecillo ser desarmado
ni tampoco ser ensamblado.
24. El semblante rencoroso es demasiado contrario a la naturaleza.
Cuando se afecta reiteradamente, su belleza muere y finalmente se
extingue, de manera que resulta imposible reavivarla. Intenta, al menos, ser
consciente de esto mismo, en la convicción de que es contrario a la razón.
Porque si desaparece la comprensión del obrar mal, ¿qué motivo para seguir
viviendo nos queda?
25. Todo cuanto ves, en tanto que todavía no es, será transformado por
la naturaleza que gobierna el conjunto universal, y otras cosas hará de su
sustancia, y a su vez otras de la sustancia de aquéllas, a fin de que el mundo
siempre se rejuvenezca.
26. Cada vez que alguien cometa una falta contra ti, medita al punto qué
concepto del mal o del bien tenía al cometer dicha falta. Porque, una vez
que hayas examinado eso, tendrás compasión de él y ni te sorprenderás, ni
te irritarás con él. Ya que comprenderás tú también el mismo concepto del
bien que él, u otro similar. En consecuencia, es preciso que le perdones.
Pero aun si no llegas a compartir su concepto del bien y del mal, serás más
fácilmente benévolo con su extravío.
27. No imagines las cosas ausentes como ya presentes; antes bien,
selecciona entre las presentes las más favorables, y, a la vista de esto,
recuerda cómo las buscarías, si no estuvieran presentes. Pero al mismo
tiempo ten precaución, no vaya a ser que, por complacerte hasta tal punto
en su disfrute, te habitúes a sobrestimarlas, de manera que, si alguna vez no
estuvieran presentes, pudieras sentirte inquieto.
28. Recógete en ti mismo. El guía interior racional puede, por
naturaleza, bastarse a sí mismo practicando la justicia y, según eso mismo,
conservando la calma.
29. Borra la imaginación. Detén el impulso de marioneta.
Circunscríbete al momento presente. Comprende lo que te sucede a ti o a
otro. Divide y separa el objeto dado en su aspecto causal y material. Piensa
en tu hora postrera. La falta cometida por aquél, déjala allí donde se
originó.
30. Coteja el pensamiento con las palabras. Sumerge tu pensamiento en
los sucesos y en las causas que los produjeron.
31. Haz resplandecer en ti la sencillez, el pudor y la indiferencia en lo
relativo a lo que es intermedio entre la virtud y el vicio. Ama al género
humano. Sigue a Dios. Aquél[100] dice: «Todo es convencional, y en
realidad sólo existen los elementos.» Y basta recordar que no todas las
cosas son convencionales, sino demasiado pocas[101].
32. Sobre la muerte: o dispersión, si existen átomos; o extinción o
cambio, si existe unidad.
33. Sobre el pesar[102]: Lo que es insoportable mata, lo que se prolonga
es tolerable. Y la inteligencia, retirándose, conserva su calma y no va en
detrimento del guía interior. Y respecto a las partes dañadas por el pesar, si
tienen alguna posibilidad, manifiéstense sobre el particular.
34. Sobre la fama: Examina cuáles son sus pensamientos, qué cosas
evitan y cuáles persiguen. Y que, al igual que las dunas al amontonarse unas
sobre otras ocultan las primeras, así también en la vida los sucesos
anteriores son rapidísimamente encubiertos por los posteriores.
35. Y a aquel pensamiento que, lleno de grandeza, alcanza la
contemplación de todo tiempo y de toda esencia, ¿crees que le parece gran
cosa la vida humana? Imposible, dijo. Entonces, ¿tampoco considerará
terrible la muerte un hombre tal? En absoluto[103].
36. «Concierne al rey hacer bien y recibir calumnias»[104].
37. Es vergonzoso que el semblante acate acomodarse y alinearse como
ordena la inteligencia, y que, en cambio, ella sea incapaz de acomodarse y
seguir su línea.
38. «No hay que irritarse con las cosas, pues a ellas nada les
importa»[105].
39. «¡Ojalá pudieras dar motivos de regocijo a los dioses inmortales y a
nosotros!»[106].
40. «Segar la vida, a modo de espiga madura, y que uno exista y el otro
no»[107].
41. «Si los dioses me han olvidado a mí y a mis dos hijos, también esto
tiene su razón»[108].
42. «El bien y la justicia están conmigo»[109].
43. No asociarse a sus lamentaciones, ni a sus estremecimientos.
44. «Mas yo le replicaría con esta justa razón: Te equivocas, amigo, si
piensas que un hombre debe calcular el riesgo de vivir o morir, incluso
siendo insignificante su valía, y, en cambio, piensas que no debe examinar,
cuando actúa, si son justas o no sus acciones y propias de un hombre bueno
o malo»[110].
45. «Así es, atenienses, en verdad. Dondequiera que uno se sitúe por
considerar que es lo mejor o en el puesto que sea asignado por el arconte,
allí debe, a mi entender, permanecer y correr riesgo, sin tener en cuenta en
absoluto ni la muerte ni ninguna otra cosa con preferencia a la infamia»[111].
46. «Pero, mi buen amigo, mira si la nobleza y la bondad no serán otra
cosa que salvar a los demás y salvarte a ti mismo. Porque no debe el
hombre que se precie de serlo preocuparse de la duración de la vida,
tampoco debe tener excesivo apego a ella, sino confiar a la divinidad estos
cuidados y dar crédito a las mujeres cuando afirman que nadie podría evitar
el destino. La obligación que le incumbe es examinar de qué modo, durante
el tiempo que vaya a vivir, podrá vivir mejor»[112].
47. Contempla el curso de los astros, como si tú evolucionaras con ellos,
y considera sin cesar las transformaciones mutuas de los elementos. Porque
estas imaginaciones purifican la suciedad de la vida a ras de suelo.
48. Bello el texto de Platón[113]: «Preciso es que quien hace discursos
sobre los hombres examine también lo que acontece en la tierra, como
desde una atalaya: manadas, ejércitos, trabajos agrícolas, matrimonios,
divorcios, nacimientos, muertes, tumulto de tribunales, regiones desiertas,
poblaciones bárbaras diversas, fiestas, trenos, reuniones públicas, toda la
mezcla y la conjunción armoniosa procedente de los contrarios»[114].
49. Con la observación de los sucesos pasados y de tantas
transformaciones que se producen ahora, también el futuro es posible
prever. Porque enteramente igual será su aspecto y no será posible salir del
ritmo de los acontecimientos actuales. En consecuencia, haber investigado
la vida humana durante cuarenta años que durante diez mil da lo mismo.
Pues ¿qué más verás?
50. «Lo que ha nacido de la tierra a la tierra retoma; lo que ha
germinado de una semilla etérea vuelve nuevamente a la bóveda celeste.» O
también esto: disolución de los entrelazamientos en los átomos y dispersión
semejante de los elementos impasibles[115].
51. «Con manjares, bebidas y hechizos, tratando de desviar el curso,
para no morir»[116]. «Es forzoso soportar el soplo del viento impulsado por
los dioses entre sufrimientos sin lamentos»[117].
52. Es mejor luchador; pero no más generoso con los ciudadanos, ni
más reservado, ni más disciplinado en los acontecimientos, ni más benévolo
con los menosprecios de los vecinos.
53. Cuando puede cumplirse una tarea de acuerdo con la razón común a
los dioses y a los hombres, nada hay que temer allí. Cuando es posible
obtener un beneficio gracias a una actividad bien encauzada y que progresa
de acuerdo con su constitución, ningún perjuicio debe sospecharse allí.
54. Por doquier y de continuo de ti depende estar piadosamente
satisfecho con la presente coyuntura, comportarte con justicia con los
hombres presentes y poner todo tu arte al servicio de la impresión presente,
a fin de que nada se infiltre en ti de manera imperceptible.
55. No pongas tu mirada en guías interiores ajenos, antes bien, dirige tu
mirada directamente al punto donde te conduce la naturaleza del conjunto
universal por medio de los sucesos que te acontecen, y la tuya propia por las
obligaciones que te exige. Cada uno debe hacer lo que corresponde a su
constitución. Los demás seres han sido constituidos por causa de los seres
racionales y, en toda otra cosa, los seres inferiores por causa de los
superiores, pero los seres racionales lo han sido para ayudarse mutuamente.
En consecuencia, lo que prevalece en la constitución humana es la
sociabilidad. En segundo lugar, la resistencia a las pasiones corporales, pues
es propio del movimiento racional e intelectivo marcarse límites y no ser
derrotado nunca ni por el movimiento sensitivo ni por el instintivo. Pues
ambos son de naturaleza animal, mientras que el movimiento intelectivo
quiere prevalecer y no ser subyugado por aquéllos. En tercer lugar, en la
constitución racional no se da la precipitación ni la posibilidad de engaño.
Así pues, el guía interior, que posee estas virtudes, cumpla su tarea con
rectitud, y posea lo que le pertenece.
56. Como hombre que ha muerto ya y que no[118] ha vivido hasta hoy,
debes pasar el resto de tu vida de acuerdo con la naturaleza.
57. Amar únicamente lo que te acontece y lo que es tramado por el
destino. Pues ¿qué se adapta mejor a ti?
58. En cada suceso, conservar ante los ojos a aquéllos a quienes
acontecían las mismas cosas, y luego se afligían, se extrañaban, censuraban.
Y ahora, ¿dónde están aquéllos? En ninguna parte. ¿Qué, entonces?
¿Quieres proceder de igual modo? ¿No quieres dejar estas actitudes
extrañas a quienes las provocan y las sufren, y aplicarte enteramente a
pensar cómo servirte de los acontecimientos? Te aprovecharás bien de ellos
y tendrás materia. Presta atención y sea tu único deseo ser bueno en todo lo
que hagas. Y ten presentes estas dos máximas: es indiferente el momento en
que la acción…[119].
59. Cava en tu interior. Dentro se halla la fuente del bien, y es una
fuente capaz de brotar continuamente, si no dejas de excavar.
60. Es preciso que el cuerpo quede sólidamente fijo y no se distorsione,
ni en el movimiento ni en el reposo. Porque del mismo modo que la
inteligencia se manifiesta en cierta manera en el rostro, conservándolo
siempre armonioso y agradable a la vista, así también debe exigirse en el
cuerpo entero. Pero todas esas precauciones deben observarse sin
afectación.
61. El arte de vivir se asemeja más a la lucha que a la danza en lo que se
refiere a estar firmemente dispuesto a hacer frente a los accidentes incluso
imprevistos.
62. Considera sin interrupción quiénes son esos de los que deseas que
aporten su testimonio, y qué guías interiores tienen; pues, ni censurarás a
los que tropiezan involuntariamente, ni tendrás necesidad de su testimonio,
si diriges tu mirada a las fuentes de sus opiniones y de sus instintos.
63. «Toda alma, afirma[120], se ve privada contra su voluntad de la
verdad.» Igualmente también de la justicia, de la prudencia, de la
benevolencia y de toda virtud semejante. Y es muy necesario tenerlo
presente en todo momento, pues serás más condescendiente con todos.
64. En cualquier caso de pesar acuda a ti esta reflexión: no es
indecoroso ni tampoco deteriorará la inteligencia que me gobierna; pues no
la destruye, ni en tanto que es racional, ni en tanto que es social. En los
mayores pesares, sin embargo, válgate de ayuda la máxima de Epicuro[121]:
ni es insoportable el pesar, ni eterno, si recuerdas sus límites y no imaginas
más de la cuenta. Recuerda también que muchas cosas que son lo mismo
que el pesar nos molestan y no nos damos cuenta, así, por ejemplo, la
somnolencia, el calor exagerado, la inapetencia. Luego, siempre que te
disgustes con alguna de esas cosas, di para contigo: cedes al pesar.
65. Cuida de no experimentar con los hombres inhumanos algo parecido
a lo que éstos experimentan respecto a los hombres.
66. ¿De dónde sabemos si Telauges[122] no tenía mejor disposición que
Sócrates? Pues no basta con el hecho de que Sócrates haya muerto con más
gloria ni que haya dialogado con los sofistas con bastante más habilidad ni
que haya pasado toda la noche sobre el hielo más pacientemente ni que,
habiendo recibido la orden de apresar al Salaminio[123] haya decidido
oponerse con mayor gallardía ni que se haya ufanado, por las calles[124],
extremo sobre el que no se sabe precisamente ni si es cierto. Mas es preciso
examinar lo siguiente: Qué clase de alma tenía Sócrates y si podía
conformarse con ser justo en las relaciones con los hombres y piadoso en
sus relaciones con los dioses, sin indignarse con la maldad, sin tampoco ser
esclavo de la ignorancia de nadie, sin aceptar como cosa extraña nada de lo
que le era asignado por el conjunto universal o resistirla como insoportable,
sin tampoco dar ocasión a su inteligencia a consentir en las pasiones de la
carne.
67. La naturaleza no te mezcló con el compuesto de tal modo, que no te
permitiera fijarte unos límites y hacer lo que te incumbe y es tu obligación.
Porque es posible en demasía convertirse en hombre divino y no ser
reconocido por nadie. Ten siempre presente eso y aún más lo que te voy a
decir: en muy poco radica la vida feliz. Y no porque tengas escasa
confianza en llegar a ser un dialéctico o un físico, renuncies en base a eso a
ser libre, modesto, sociable y obediente a Dios.
68. Pasa la vida sin violencias en medio del mayor júbilo, aunque todos
clamen contra ti las maldiciones que quieran, aunque las fieras despedacen
los pobres miembros de esta masa pastosa que te circunda y sustenta.
Porque, ¿qué impide que, en medio de todo eso, tu inteligencia se conserve
en calma, tenga un juicio verdadero de lo que acontece en torno tuyo y esté
dispuesta a hacer uso de lo que está a su alcance? De manera que tu juicio
pueda decir a lo que acaezca: «Tú eres eso en esencia, aunque te muestres
distinto en apariencia». Y tu uso pueda decir a lo que suceda: «Te buscaba.
Pues para mí el presente es siempre materia de virtud racional, social y, en
suma, materia de arte humano o divino.» Porque todo lo que acontece se
hace familiar a Dios o al hombre, y ni es nuevo ni es difícil de manejar, sino
conocido y fácil de manejar.
69. La perfección moral consiste en esto: en pasar cada día como si
fuera el último, sin convulsiones, sin entorpecimientos, sin hipocresías.
70. Los dioses, que son inmortales, no se irritan por el hecho de que
durante tan largo período de tiempo deban soportar de un modo u otro
repetidamente a los malvados, que son de tales características y tan
numerosos. Más aún, se preocupan de ellos de muy distintas maneras. ¿Y
tú, que casi estás a punto de terminar, renuncias, y esto siendo tú uno de los
malvados?
71. Es ridículo no intentar evitar tu propia maldad, lo cual es posible, y,
en cambio, intentar evitar la de los demás, lo cual es imposible.
72. Lo que la facultad racional y sociable encuentra desprovisto de
inteligencia y sociabilidad, con mucha razón lo juzga inferior a sí misma.
73. Cuando hayas hecho un favor y otro lo haya recibido, ¿qué tercera
cosa andas todavía buscando, como los necios?
74. Nadie se cansa de recibir favores, y la acción de favorecer está de
acuerdo con la naturaleza. No te canses, pues, de recibir favores al mismo
tiempo que tú los haces.
75. La naturaleza universal emprendió la creación del mundo. Y ahora,
o todo lo que sucede se produce por consecuencia, o es irracional incluso lo
más sobresaliente, objetivo hacia el cual el guía del mundo dirige su
impulso propio[125]. El recuerdo de este pensamiento te hará en muchos
aspectos más sereno.
LIBRO VIII
1. También eso te lleva a desdeñar la vanagloria, el hecho de que ya no
puedes haber vivido tu vida entera, o al menos la que transcurrió desde tu
juventud, como un filósofo; por el contrario, has dejado en claro para otras
muchas personas, e incluso para ti mismo, que estás alejado de la filosofía.
Estás, pues, confundido, de manera que ya no te va a resultar fácil
conseguir la reputación de filósofo. A ello se oponen incluso los
presupuestos de tu vida. Si en efecto has visto de verdad dónde radica el
fondo de la cuestión, olvídate de la impresión que causarás. Y sea suficiente
para ti vivir el resto de tu vida, dure lo que dure, como tu naturaleza quiere.
Por consiguiente, piensa en cuál es su deseo, y nada más te inquiete. Has
comprobado en cuántas cosas anduviste sin rumbo, y en ninguna parte
hallaste la vida feliz, ni en las argumentaciones lógicas, ni en la riqueza, ni
en la gloria, ni en el goce, en ninguna parte. ¿Dónde radica, entonces? En
hacer lo que quiere la naturaleza humana. ¿Cómo conseguirlo? Con la
posesión de los principios de los cuales dependen los instintos y las
acciones. ¿Qué principios? Los concernientes al bien y al mal, en la,
convicción de que nada es bueno para el hombre, si no le hace justo,
sensato, valiente, libre; como tampoco nada es malo, si no le produce los
efectos contrarios a lo dicho.
2. En cada acción, pregúntate: ¿Cómo es ésta respecto a mí? ¿No me
arrepentiré después de hacerla? Dentro de poco habré muerto y todo habrá
desaparecido. ¿Qué más voy a buscar, si mi presente acción es propia de un
ser inteligente, sociable y sujeto a la misma ley de Dios?
3. Alejandro, César y Pompeyo ¿qué fueron en comparación con
Diógenes, Heráclito y Sócrates? Éstos vieron cosas, sus causas, sus
materias, y sus principios guías eran autosuficientes; pero aquéllos, ¡cuántas
cosas ignoraban, de cuántas cosas eran esclavos![126].
4. Que no menos harán las mismas cosas, aunque tú revientes.
5. En primer lugar, no te confundas; pues todo acontece de acuerdo con
la naturaleza del conjunto universal, y dentro de poco tiempo no serás nadie
en ninguna parte, como tampoco son nadie Adriano ni Augusto. Luego, con
los ojos fijos en tu tarea, indágala bien y teniendo presente que tu deber es
ser hombre de bien, y lo que exige la naturaleza del hombre, cúmplelo sin
desviarte y del modo que te parezca más justo: sólo con benevolencia,
modestia y sin hipocresía.
6. La misión de la naturaleza del conjunto universal consiste en
transportar lo que está aquí allí, en transformarlo, en levantarlo de aquí y
llevarlo allá. Todo es mutación, de modo que no se puede temer nada
insólito; todo es igual, pero también son equivalentes las asignaciones.
7. Toda naturaleza está satisfecha consigo misma cuando sigue el buen
camino. Y sigue el buen camino la naturaleza racional cuando en sus
imaginaciones no da su asentimiento ni a lo falso ni a lo incierto y, en
cambio, encauza sus instintos sólo a acciones útiles a la comunidad, cuando
se dedica a desear y detestar aquellas cosas que dependen exclusivamente
de nosotros, y abraza todo lo que le asigna la naturaleza común. Pues es una
parte de ella, al igual que la naturaleza de la hoja es parte de la naturaleza
de la planta, con la excepción de que, en este caso, la naturaleza de la hoja
es parte de una naturaleza insensible, desprovista de razón y capaz de ser
obstaculizada, mientras que la naturaleza del hombre es parte de una
naturaleza libre de obstáculos, inteligente y justa, si es que naturalmente
distribuye a todos con equidad y según el mérito, su parte de tiempo,
sustancia, causa, energía, accidente. Advierte, sin embargo, que no
encontrarás equivalencia en todo, si pones en relación una sola cosa con
otra sola, pero sí la encontrarás, si comparas globalmente la totalidad de una
cosa con el conjunto de otra.
8. No te es posible leer. Pero sí puedes contener tu arrogancia; puedes
estar por encima del placer y del dolor; puedes menospreciar la vanagloria;
puedes no irritarte con insensatos y desagradecidos, incluso más, puedes
preocuparte de ellos.
9. Nadie te oiga ya censurar la vida palaciega, ni siquiera tú mismo.
10. El arrepentimiento es cierta censura personal por haber dejado de
hacer algo útil. Y el bien debe ser algo útil y debe preocuparse de él el
hombre íntegro. Pues ningún hombre íntegro se arrepentiría por haber
desdeñado un placer; por consiguiente, el placer ni es útil ni es bueno.
11. ¿Qué es eso en sí mismo según su peculiar constitución?, ¿cuál es su
sustancia y materia?, ¿y cuál su causa?, ¿y qué hace en el mundo?, ¿y
cuánto tiempo lleva subsistiendo?
12. Siempre que de mal talante despiertes de tu sueño, recuerda que está
de acuerdo con tu constitución y con tu naturaleza humana corresponder
con acciones útiles a la comunidad, y que dormir es también común a los
seres irracionales. Además, lo que está de acuerdo con la naturaleza de cada
uno le resulta más familiar, más connatural, y ciertamente también más
agradable.
13. Continuamente y, si te es posible, en toda imaginación, explícala
partiendo de los principios de la naturaleza, de las pasiones, de la dialéctica.
14. Con quien te encuentres, inmediatamente hazte estas reflexiones:
Éste ¿qué principios tiene respecto al bien y al mal? Porque si acerca del
placer y del pesar y de las cosas que producen ambos y acerca de la fama,
de la infamia, de la muerte, de la vida, tiene tales principios, no me parecerá
en absoluto sorprendente o extraño que proceda así; y recordaré que se ve
forzado a obrar de este modo.
15. Ten presente que, del mismo modo que es absurdo extrañarse de que
la higuera produzca higos, también lo es sorprenderse de que el mundo
produzca determinados frutos de los que es portador. Ε igualmente sería
vergonzoso para un médico y para un piloto sorprenderse de que ese haya
tenido fiebre o de que haya soplado un viento contrario.
16. Ten presente que cambiar de criterio y obedecer a quien te corrige es
igualmente acción libre. Pues tu actividad se lleva a término de acuerdo con
tu instinto y juicio y, particularmente además, de acuerdo con tu propia
inteligencia.
17. Si depende de ti, ¿por qué lo haces? Pero si depende de otro, ¿a
quién censuras? ¿A los átomos o a los dioses? En ambos casos es locura. A
nadie debes reprender. Porque, si puedes, corrígele. Y si no puedes, corrige
al menos su acción. Y si tampoco esto te es posible, ¿de qué te sirve
irritarte? Porque nada debe hacerse al azar.
18. Fuera del mundo no cae lo que muere. Si permanece aquí, aquí se
transforma y se disuelve en sus elementos propios, elementos que son del
mundo y tuyos. Y estos elementos se transforman y no murmuran.
19. Cada cosa nació con una misión, así el caballo, la vid. ¿Por qué te
asombras? También el Sol, dirá: «he nacido para una función, al igual que
los demás dioses». Y tú, ¿para qué? ¿Para el placer? Mira si es tolerable la
idea.
20. No menos ha apuntado la naturaleza al fin de cada cosa que a su
principio y transcurso, como el que lanza la pelota. ¿Que bien, entonces,
obtiene la diminuta pelota al elevarse o que mal al descender o incluso al
haber caído? ¿Y qué bien obtiene la burbuja formada o qué mal, disuelta? Y
lo mismo puede decirse respecto a la lámpara.
21. Gíralo y contempla cómo es, y cómo llega a ser después de
envejecer, enfermar y «expirar»[127]. Corta es la vida del que elogia y del
que es elogiado, del que recuerda y del que es recordado. Además, sucede
en un rincón de esta región y tampoco aquí se ponen de acuerdo todos, y ni
siquiera uno mismo se pone de acuerdo consigo; y la tierra entera es un
punto.
22. Presta atención a lo que tienes entre manos, sea actividad, principio
o significado. Justamente tienes este sufrimiento, pues prefieres ser bueno
mañana a serlo hoy.
23. ¿Hago algo? Lo hago teniendo en cuenta el beneficiar a los
hombres. ¿Me acontece algo? Lo acepto ofreciéndolo a los dioses y a la
fuente de todo, de la que dimanan todos los sucesos.
24. Cual se te presenta el baño: aceite, sudor, suciedad, agua viscosa,
todo lo que provoca repugnancia, tal se presenta toda parte de la vida y todo
objeto que se nos ofrece.
25. Lucila[128] sepultó a Vero; a continuación, Lucila; Secunda, a
Máximo; seguidamente. Secunda; Epitincano, a Diótimo; luego,
Epitincano; Antonino, a Faustina; luego, Antonino. Y así, todo. Céler, a
Adriano; a continuación, Céler. ¿Y dónde están aquellos hombres agudos y
perspicaces, ya conocedores del futuro, ya engreídos? (Así, por ejemplo,
agudos, Cárax, Demetrio el Platónico, Eudemón y sus semejantes). Todo es
efímero, muerto tiempo ha. Algunos no han perdurado en el recuerdo
siquiera un instante; otros han pasado a la leyenda, y otros incluso han
desaparecido de las leyendas. Ten presente, pues, esto: será preciso que tu
composición se disemine, que tu hálito vital se extinga o que cambie de
lugar y se establezca en otra parte.
26. La dicha del hombre consiste en hacer lo que es propio del hombre.
Y es propio del hombre el trato benevolente con sus semejantes, el
menosprecio de los movimientos de los sentidos, el discernir las ideas que
inspiran crédito, la contemplación de la naturaleza del conjunto universal y
de las cosas que se producen de acuerdo con ella.
27. Tres son las relaciones: una con [la causa][129] que nos rodea, otra
con la causa divina, de donde todo nos acontece a todos, y la tercera con los
que viven con nosotros.
28. El pesar, o es un mal para el cuerpo, y en consecuencia que lo
manifieste, o para el alma. Pero a ella le es posible conservar su propia
serenidad y calma, y no opinar que el pesar sea un mal. Porque todo juicio,
instinto, deseo y aversión está dentro, y nada se remonta hasta aquí.
29. Borra las imaginaciones diciéndote a ti mismo de continuo: «Ahora
de mí depende que no se ubique en esta alma ninguna perversidad, ni deseo,
ni, en suma, ninguna turbación; sin embargo, contemplando todas las cosas
tal como son, me sirvo de cada una de ellas de acuerdo con su mérito.» Ten
presente esta posibilidad acorde con tu naturaleza.
30. Habla, sea en el Senado, sea ante cualquiera, con elegancia y
certeramente. Utiliza una terminología sana.
31. La corte de Augusto, su mujer, su hija, sus descendientes, sus
ascendientes, su hermana. Agripa[130] sus parientes, sus familiares, Ario,
Mecenas, sus médico, sus encargados de los sacrificios; muerte de toda la
corte. A continuación pásate a las demás…[131], no a la muerte de un solo
hombre, por ejemplo, la de los Pompeyos. Toma en consideración aquello
que suele grabarse en las tumbas: «el último de su linaje». Cuántas
convulsiones sufrieron sus antecesores, con el fin de dejar un sucesor, luego
fue inevitable que existiera un último; de nuevo aquí la muerte de todo un
linaje.
32. Es preciso compaginar la vida de acuerdo con cada una de las
acciones y, si cada una consigue su fin, dentro de sus posibilidades,
contentarse. Y que baste a su fin, nadie puede impedírtelo. «Pero alguna
acción externa se opondrá.» Nada, al menos en lo referente a obrar con
justicia, con moderación y reflexivamente. Pero tal vez alguna otra
actividad se verá obstaculizada. Sin embargo, gracias a la acogida favorable
del mismo obstáculo y al cambio inteligente en lo que se te ofrece, al punto
se sustituye otra acción que armoniza con la composición de la cual
hablaba.
33. Recibir sin orgullo, desprenderse sin apego.
34. Alguna vez viste una mano amputada, un pie o una cabeza
seccionada yacente en alguna parte lejos del resto del cuerpo. Algo parecido
hace consigo, en la medida que de él depende, el que no se conforma con lo
que acaece y se separa, o el que hace algo contrario al bien común. Tú de
alguna manera te has excluido de la unión con la naturaleza, pues de ella
formabas parte por naturaleza. Pero ahora tú mismo te cercenaste. Sin
embargo, tan admirable es aquélla, que te es posible unirte de nuevo a ella.
A ningún otro miembro permitió Dios separarse y desgajarse, para reunirse
de nuevo. Pero examina la bondad con la que Dios ha honrado al hombre.
Pues en sus manos dejó la posibilidad de no separarse absolutamente del
conjunto universal y, una vez separado, la de reunirse, combinarse en un
todo y recobrar la posición de miembro.
35. Al igual que la naturaleza de los seres racionales ha distribuido a
cada uno a su manera las demás facultades, así también nosotros hemos
recibido de ella esta facultad[132]. Pues de la misma manera que aquélla
convierte todo lo que se le opone y resiste, lo sitúa en el orden de su destino
y lo hace parte de sí misma, así también el ser racional puede hacer todo
obstáculo material de sí mismo y servirse de él, fuera el que fuera el objeto
al que hubiese tendido.
36. No te confunda la imaginación de la vida entera. No abarques en tu
pensamiento qué tipo de fatigas y cuántas es verosímil que te sobrevengan;
por el contrario, en cada una de las fatigas presentes, pregúntate: ¿Qué es lo
intolerable y lo insoportable de esta acción? Sentirás vergüenza de
confesarlo. Luego recuerda que ni el futuro ni el pasado te son gravosos,
sino siempre el presente. Y éste se minimiza, en el caso de que lo delimites
exclusivamente a sí mismo y refutes a tu inteligencia, si no es capaz de
hacer frente a esta nimiedad.
37. ¿Están ahora sentados junto al túmulo de Vero, Pantea[133] o
Pérgamo? ¿Y qué?, ¿junto a la tumba de Adriano, Cabrias o Diótimo?
Ridículo. ¿Y qué? Si estuvieran sentados, ¿es que iban a enterarse los
muertos? ¿Y qué? Si se dieran cuenta, ¿iban a complacerse? ¿Y qué? Si se
complacieran, ¿iban ellos a ser inmortales? ¿No estaba así decretado que
primero llegarían a ser viejos y viejas, para a continuación morir? Entonces,
¿qué debían hacer posteriormente aquéllos, muertos ya éstos? Todo esto es
hedor y sangre mezclada con polvo en un pellejo.
38. «Si eres capaz de mirar con perspicacia, mira y juzga, afirma…[134],
con la máxima habilidad.»
39. En la constitución de un ser racional no veo virtud rebelde a la
justicia, pero sí veo la templanza contra el placer.
40. Si eliminas tu opinión acerca de lo que crees que te aflige, tú mismo
te afirmas en la mayor seguridad. «¿Quién es tú mismo?». La razón. «Pero
yo no soy razón.» Sea. Por consiguiente, no se aflija la razón. Y si alguna
otra parte de ti se siente mal, opine ella en lo que le atañe.
41. Un obstáculo a la sensación es un mal para la naturaleza animal; un
obstáculo al instinto es igualmente un mal para la naturaleza animal. Existe
además igualmente otro obstáculo y mal propio de la constitución vegetal.
Así pues, un obstáculo a la inteligencia es un mal para la naturaleza
inteligente. Todas estas consideraciones aplícatelas a ti mismo. ¿Te embarga
un pesar, un placer? La sensación lo verá. ¿Tuviste alguna dificultad cuando
emprendiste instintivamente algo? Si lo emprendes sin una reserva mental,
ya es un mal para ti, en tanto que ser racional. Pero si recobras la
inteligencia, todavía no has sido dañado ni obstaculizado. Lo que es propio
de la inteligencia sólo ella acostumbra a obstaculizarlo. Porque ni el fuego,
ni el hierro, ni el tirano, ni la infamia, ni ninguna otra cosa la alcanzan.
Cuando logra convertirse en «esfera redondeada»[135], permanece.
42. No merezco causarme aflicción, porque nunca a otro
voluntariamente afligí.
43. Uno se alegra de una manera, otro de otra. En cuanto a mí, si tengo
sano mi guía interior, me alegro de no rechazar a ningún hombre ni nada de
lo que a los hombres acontece; antes bien, de mirar todas las cosas con ojos
benévolos y aceptando y usando cada cosa de acuerdo con su mérito.
44. Procura acoger con agrado para ti mismo el tiempo presente. Los
que más persiguen la fama póstuma no calculan que ellos van a ser iguales
que estos a los que importunan. También ellos serán mortales. ¿Y qué
significa para ti, en suma, que aquéllos repitan tu nombre con tales voces o
que tengan de ti tal opinión?
45. ¡Levántame y arrójame donde quieras! Pues allí tendré mi divinidad
propicia, esto es, satisfecha, si se comporta y actúa consecuentemente con
su propia constitución. ¿Acaso merece la pena que mi alma esté mal por
ello y sea de peor condición, envilecida, apasionada, agitada? ¿Y qué
encontrarás merecedor de eso?
46. A ningún hombre puede acontecer algo que no sea accidente
humano, ni a un buey algo que no sea propio del buey, ni a una viña algo
que no sea propio de la viña, ni a una piedra lo que no sea propio de la
piedra. Luego si a cada uno le acontece lo que es habitual y natural, ¿por
qué vas a molestarte? Porque nada insoportable te aportó la naturaleza
común.
47. Si te afliges por alguna causa externa, no es ella lo que te importuna,
sino el juicio que tú haces de ella. Y borrar este juicio, de ti depende. Pero
si te aflige algo que radica en tu disposición, ¿quién te impide rectificar tu
criterio? Y dé igual modo, si te afliges por no ejecutar esta acción que te
parece sana, ¿por qué no la pones en práctica en vez de afligirte? «Me lo
dificulta un obstáculo superior». No te aflijas, pues, dado que no es tuya la
culpa de que no lo ejecutes. «Mas no merezco vivir si no lo ejecuto.» Vete,
pues, de la vida apaciblemente, de la manera que muere el que cumple su
cometido, indulgente con los que te ponen obstáculos.
48. Ten presente que el guía interior llega a ser inexpugnable, siempre
que, concentrado en sí mismo, se conforme absteniéndose de hacer lo que
no quiere, aunque se oponga sin razón. ¿Qué, pues, ocurrirá, cuando
reflexiva y atentamente formule algún juicio? Por esta razón, la inteligencia
libre de pasiones es una ciudadela. Porque el hombre no dispone de ningún
reducto más fortificado en el que pueda refugiarse y ser en adelante
imposible de expugnar. En consecuencia, el que no se ha dado cuenta de eso
es un ignorante; pero quien se ha dado cuenta y no se refugia en ella es un
desdichado.
49. No te digas a ti mismo otra cosa que lo que te anuncian las primeras
impresiones. Se te ha anunciado que un tal habla mal de ti. Esto se te ha
anunciado. Pero no se te ha anunciado que has sufrido daño. Veo que mi
hijito está enfermo. Lo veo. Pero que esté en peligro, no lo veo. Así pues,
mantente siempre en las primeras impresiones, y nada añadas a tu interior y
nada te sucederá. O mejor, añade como persona conocedora de cada una de
las cosas que acontecen en el mundo.
50. Amargo es el pepino. Tíralo. Hay zarzas en el camino. Desvíate.
¿Basta eso? No añadas: «¿Por qué sucede eso en el mundo?». Porque serás
ridiculizado por el hombre que estudia la naturaleza, como también lo serías
por el carpintero y el zapatero si les condenaras por el hecho de que en sus
talleres ves virutas y recortes de los materiales que trabajan. Y en verdad
aquéllos al menos tienen dónde arrojarlos, pero la naturaleza universal nada
tiene fuera; mas lo admirable de este arte estriba en que, habiéndose puesto
límites a sí mismo, transforma en sí mismo todo lo que en su interior parece
destruirse, envejecer y ser inútil, y que de nuevo hace brotar de esas mismas
cosas otras nuevas, de manera que ni tiene necesidad de sustancias
exteriores, ni precisa un lugar donde arrojar esos desperdicios podridos. Por
consiguiente, se conforma con su propio lugar, con la materia que le
pertenece y con su peculiar arte.
51. Ni seas negligente en tus acciones, ni embrolles en tus
conversaciones, ni en tus imaginaciones andes sin rumbo, ni, en suma,
constriñas tu alma o te disperses, ni en el transcurso de la vida estés
excesivamente ocupado. Te matan, despedazan, persiguen con maldiciones.
¿Qué importa esto para que tu pensamiento permanezca puro, prudente,
sensato, justo? Como si alguien al pasar junto a una fuente cristalina y
dulce, la insultara; no por ello deja de brotar potable. Aunque se arroje
fango, estiércol, muy pronto lo dispersará, se liberará de ellos y de ningún
modo quedará teñida. ¿Cómo, pues, conseguirás tener una fuente perenne [y
no un simple pozo]? Progresa en todo momento hacia la libertad con
benevolencia, sencillez y modestia.
52. El que no sabe lo que es el mundo, no sabe dónde está. Y el que no
sabe para qué ha nacido, tampoco sabe quién es él ni qué es el mundo. Y el
que ha olvidado una sola cosa de esas, tampoco podría decir para qué ha
nacido. ¿Quién, pues, te parece que es el que[136] evita el elogio de los que
aplauden…, los cuales ni conocen dónde están, ni quiénes son?
53. ¿Quieres ser alabado por un hombre que se maldice a sí mismo tres
veces por hora? ¿Quieres complacer a un hombre que no se complace a sí
mismo? ¿Se complace a sí mismo el hombre que se arrepiente de casi todo
lo que hace?
54. Ya no te limites a respirar el aire que te rodea, sino piensa también,
desde este momento, en conjunción con la inteligencia que todo lo rodea.
Porque la facultad inteligente está dispersa por doquier y ha penetrado en el
hombre capaz de atraerla no menos que el aire en el hombre capaz de
respirarlo.
55. En general, el vicio no daña en nada al mundo. Y, en particular, es
nulo el daño que produce a otro; es únicamente pernicioso para aquel a
quien le ha sido permitido renunciar a él, tan pronto como lo desee.
56. Para mi facultad de decisión es tan indiferente la facultad decisoria
del vecino como su hálito vital y su carne. Porque, a pesar de que
especialmente hemos nacido los unos para los otros, con todo, nuestro
individual guía interior tiene su propia soberanía. Pues, en otro caso, la
maldad del vecino iba a ser ciertamente mal mío, cosa que no estimó
oportuna Dios, a fin de que no dependiera de otro el hacerme desdichado.
57. El sol parece estar difuso y, en verdad, lo está por doquier, pero no
desborda. Pues esta difusión es extensión. Y así, sus destellos se llaman
aktínes (rayos), procedentes del término ekteínesthai (extenderse)[137]. Y
qué cosa es un rayo, podrías verlo, si contemplaras a través de una rendija
la luz del sol introducida en una habitación oscura. Pues se extiende en
línea recta y se apoya, en cierto modo, en el cuerpo sólido con el que
tropiece, cuerpo que le separa del aire que viene a continuación. Allí se
detiene sin deslizarse ni caer. Tal, en efecto, conviene que sea la difusión y
dilatación de la inteligencia, sin desbordarse en ningún caso, pero sí
extendiéndose; conviene también que, frente a los obstáculos con que
tropiece, no choque violentamente, ni con ímpetu, ni tampoco caiga, sino
que se detenga y dé brillo al objeto que la recibe. Porque se privará del
resplandor el objeto que la desdeñe.
58. El que terne la muerte, o terne la insensibilidad u otra sensación.
Pero si ya no percibes la sensibilidad, tampoco percibirás ningún mal. Y si
adquieres una sensibilidad distinta, serás un ser indiferente y no cesarás de
vivir.
59. Los hombres han nacido los unos para los otros. Instrúyelos o
sopórtalos.
60. La flecha sigue una trayectoria, la inteligencia otra distinta. Sin
embargo, la inteligencia, siempre que toma precauciones y se dedica a
indagar, avanza en línea recta y hacia su objetivo no menos que la flecha.
61. Introdúcete en el guía interior de cada uno y permite también a otro
cualquiera que penetre en tu guía interior.
LIBRO IX
1. El que comete injusticias es impío. Pues dado que la naturaleza del
conjunto universal ha constituido los seres racionales para ayudarse los
unos a los otros, de suerte que se favoreciesen unos a los otros, según su
mérito, sin que en ningún caso se perjudicasen, el que transgrede esta
voluntad comete, evidentemente, una impiedad contra la más excelsa de las
divinidades. También el que miente es impío con la misma divinidad. Pues
la naturaleza del conjunto universal es naturaleza de las cosas que son, y
éstas están vinculadas con todas las cosas existentes. Más todavía, esta
divinidad recibe el nombre de Verdad y es la causa primera de todas las
verdades. En consecuencia, el hombre que miente voluntariamente es
impío, en cuanto que al engañar comete injusticia. También es impío el que
miente involuntariamente, en cuanto está en discordancia con la naturaleza
del conjunto universal y en cuanto es indisciplinado al enfrentarse con la
naturaleza del mundo. Porque combate a ésta el que se comporta de modo
contrario a la verdad, a pesar suyo. Pues había obtenido de la naturaleza
recursos, que desatendió, y ahora no es capaz de discernir lo falso de lo
verdadero. Y ciertamente es impío también el que persigue los placeres
como si de bienes se tratara, y, en cambio, evita las fatigas como si fueran
males. Porque es inevitable que el hombre tal recrimine reiteradamente a la
naturaleza común en la convicción de que ésta hace una distribución no
acorde con los méritos, dado que muchas veces los malos viven entre
placeres y poseen aquellos medios que se los proporcionan, mientras que
los buenos caen en el pesar y en aquello que lo origina. Más aún, el que
teme los pesares temerá algún día algo de lo que acontecerá en el mundo, y
eso es ya impiedad. Y el que persigue los placeres no se abstendrá de
cometer injusticias; y eso sí que es claramente impiedad. Conviene también,
en relación con las cosas en que la naturaleza común es indiferente (pues no
habría creado ambas cosas, si no hubiese sido indiferente respecto a las dos)
que respecto a éstas los que quieren seguir la naturaleza se comporten
indiferentemente viviendo de acuerdo con ella. Por consiguiente, está claro
que comete una impiedad todo el que no permanece indiferente respecto al
pesar y al placer, a la fama y a la infamia, cosas que usa indistintamente la
naturaleza del conjunto universal. Y afirmo que la naturaleza común usa
indistintamente estas cosas en vez de acontecer éstas por mero azar, según
la sucesión de lo que acontece; y sobrevienen debido a un primer impulso
de la Providencia, según la cual, desde un principio, emprendió esta
organización actual del mundo mediante la combinación de ciertas razones
de las cosas futuras y señalando las potencias generatrices de las sustancias,
las transformaciones y sucesiones de esta índole.
2. Propio de un hombre bastante agraciado sería salir de entre los
hombres sin haber gustado la falacia, y todo tipo de hipocresía, molicie y
orgullo. Pero expirar, una vez saciado de estos vicios, sería una segunda
tentativa para navegar[138]. ¿Continúas prefiriendo estar alentado en el vicio
y todavía no te incita la experiencia a huir de tal peste? Pues la destrucción
de la inteligencia es una peste mucho mayor que una infección y alteración
semejante de este aire que está esparcido en tomo nuestro. Porque esta peste
es propia de los seres vivos, en cuanto son animales; pero aquélla es propia
de los hombres, en cuanto son hombres.
3. No desdeñes la muerte; antes bien, acógela gustosamente, en la
convicción de que ésta también es una de las cosas que la naturaleza quiere.
Porque cual es la juventud, la vejez, el crecimiento, la plenitud de la vida, el
salir los dientes, la barba, las canas, la fecundación, la preñez, el
alumbramiento y las demás actividades naturales que llevan las estaciones
de la vida, tal es también tu propia disolución. Por consiguiente, es propio
de un hombre dotado de razón comportarse ante la muerte no con
hostilidad, ni con vehemencia, ni con orgullo, sino aguardarla como una
más de las actividades naturales. Y, al igual que tú aguardas el momento en
que salga del vientre de tu mujer el recién nacido, así también aguarda la
hora en que tu alma se desprenderá de esa envoltura. Y si también quieres
una regla vulgar, que calle en tu corazón, sobre todo te pondrá en buena
disposición ante la muerte la consideración relativa a aquellos objetos de los
cuales vas a separarte y con cuyas costumbres (tu alma)[139] ya no estará
mezclada. Porque en absoluto es preciso chocar con ellos, sino preocuparse
de ellos y soportarlos con dulzura; recuerda, sin embargo, que te verás libre
de unos hombres que no tienen los mismos principios que tú. Porque tan
sólo esto, si es que se da, podría arrastrarte y retenerte en la vida, a saber,
que se te permitiera convivir con los que conservan los mismos principios
que tú. Pero ahora estás viendo cuánto malestar se da en la discordia de la
vida en común, hasta el punto de que puedes decir: «¡Ojalá llegaras cuanto
antes, oh muerte, no vaya a ser que también yo me olvide de mí mismo!»
4. El que peca, peca contra sí mismo; el que comete una injusticia,
contra sí la comete, y a sí mismo se daña.
5. Muchas veces comete injusticia el que nada hace, no sólo el que hace
algo.
6. Es suficiente la opinión presente que capta lo real, la acción presente
útil a la comunidad y la presente disposición capaz de complacer a todo lo
que acontece procedente de una causa exterior.
7. Borrar la imaginación, contener el instinto, apagar el deseo, conservar
en ti el guía interior.
8. Una sola alma ha sido distribuida entre los animales irracionales, un
alma inteligente ha sido dividida entre los seres racionales, igualmente una
es la tierra de todos los seres terrestres y con una sola luz vemos y uno es el
aire que respiramos todos cuantos estamos dotados de vista y de vida.
9. Cuantos seres participan de algo en común, tienden afanosamente a lo
que es de su mismo género. Todo lo terrestre se inclina hacia la tierra, todo
lo que es acuoso confluye, de igual modo lo aéreo, hasta el punto de que se
necesitan obstáculos y violencia. El fuego tiende hacia lo alto debido al
fuego elemental, y está hasta tal extremo dispuesto a prender con todo
fuego de aquí, que toda materia, aunque esté bien poco seca, es fácilmente
inflamable por el hecho de estar menos mezclada con lo que impide su
ignición. Y consecuentemente, todo lo que participa de la naturaleza
intelectiva tiende con afán hacia su semejante de igual manera o incluso
más. Porque, cuanto más aventajado es un ser respecto a los demás, tanto
más dispuesto se halla a mezclarse y confundirse con su semejante. Por
ejemplo, al punto se descubren entre los seres irracionales enjambres,
rebaños, crías recién nacidas, y algo parecido a relaciones amorosas; porque
también aquí hay almas, y la trabazón se encuentra más extendida en los
seres superiores, cosa que no ocurre, ni en las plantas, ni en las piedras, o en
los troncos. Y entre los seres racionales se encuentran constituciones,
amistades, familias, reuniones y, en las guerras, alianzas y treguas. Y en los
seres todavía superiores, incluso en cierto modo separados, subsiste una
unidad, como entre los astros. De igual modo, la progresión hacia lo
superior puede producir simpatía, incluso entre seres distanciados.
Observa, pues, lo que ocurre ahora: únicamente los seres dotados de
inteligencia han olvidado ahora el afán y la inclinación mutua, y tan sólo
aquí no se contempla esa confluencia. Pero a pesar de sus intentos de huida,
son reagrupados, porque prevalece[140] la naturaleza. Y comprenderás lo
que digo si estás a la expectativa. Se encontraría más rápidamente un objeto
terrestre sin conexión alguna con un objeto terrestre que un hombre
separado del hombre.
10. Produce su fruto el hombre, Dios y el mundo; cada uno lo produce
en su propia estación. Pero si habitualmente el término en sentido propio se
ha usado aplicado a la vid y plantas análogas, no tiene importancia. La
razón tiene también un fruto común y particular, y del mismo fruto nacen
otros semejantes como la propia razón.
11. Si puedes, dale otra enseñanza; pero si no, recuerda que se te ha
concedido la benevolencia para este fin. También los dioses son benévolos
con las personas de estas características. Y en ciertas facetas colaboran con
ellos para conseguir la salud, la riqueza, la fama. ¡Hasta tal extremo llega su
bondad! También tú tienes esta posibilidad; o dime, ¿quién te lo impide?
12. Esfuérzate no como un desventurado ni como quien quiere ser
compadecido o admirado; antes bien, sea tu único deseo ponerte en
movimiento y detenerte como lo estima justo la razón de la ciudad.
13. Hoy me he librado de toda circunstancia difícil, mejor dicho, eché
fuera de mí todo engorro, porque éste no estaba fuera de mí sino dentro, en
mis opiniones.
14. Todo es lo mismo[141]; habitual por la experiencia, efímero por el
tiempo y ruin por su materia. Todo ahora acontece como en tiempo de
aquellos a quienes ya sepultamos.
15. Las cosas permanecen estáticas fuera de las puertas, ensimismadas,
sin saber ni manifestar nada acerca de sí mismas. ¿Qué, pues, hace
afirmaciones acerca de ellas? El guía interior.
16. No radica el mal y el bien en el sufrimiento, sino en la actividad del
ser racional y social, como tampoco su excelencia y su defecto están en el
sufrimiento, sino en la acción.
17. A la piedra arrojada hacia lo alto, ni la perjudica el descenso ni
tampoco el ascenso.
18. Penetra en su guía interior, y verás qué jueces temes, qué clase de
jueces son respecto a sí mismos.
19. Todo está en transformación; tú también estás en continua alteración
y, en cierto modo, destrucción, e igualmente el mundo entero.
20. Es preciso dejar allí el fallo ajeno.
21. La suspensión de una actividad, el reposo y algo así como la muerte
de un instinto, de una opinión, no son ningún mal. Pasa ahora a las edades,
por ejemplo, la niñez, la adolescencia, la juventud, la vejez; porque también
todo cambio de éstas es una muerte. ¿Acaso es terrible? Pasa ahora a la
etapa de tu vida que pasaste sometido a tu abuelo, luego bajo la autoridad
de tu madre y a continuación bajo la autoridad de tu padre[142]. Y al
encontrarte con otras muchas destrucciones, cambios e interrupciones, hazte
esta pregunta: ¿Acaso es terrible? Así pues, tampoco lo es el cese de tu vida
entera, el reposo y el cambio.
22. Corre al encuentro de tu guía interior, del guía del conjunto
universal y del de éste. Del tuyo, para que hagas de él una justa inteligencia;
del que corresponde al conjunto universal, para que rememores de quién
formas parte; del de éste, para que sepas si existe ignorancia o reflexión en
él, y, al mismo tiempo, consideres que es tu pariente.
23. Al igual que tú mismo eres un miembro complementario del sistema
social, así también toda tu actividad sea complemento de la vida social. Por
consiguiente, toda actividad tuya que no se relacione, de cerca o de lejos,
con el fin común, trastorna la vida y no permite que exista unidad, y es
revolucionaria, de igual modo que en el pueblo el que retira su aportación
personal a la armonía común.
24. Enfados y juegos de niños, «frágiles almas que transportan
cadáveres»[143] como para que más claramente pueda impresionamos lo de
«la evocación de los muertos»[144].
25. Vete en busca de la cualidad del agente y contémplalo separado de
la materia; luego, delimita también el tiempo máximo, que es natural que
subsista el objeto individual.
26. Has soportado infinidad de males por no haberte resignado a que tu
guía interior desempeñara la misión por la que ha sido constituido. Pero ya
basta.
27. Siempre que otro te vitupere, odie, o profieran palabras semejantes,
penetra en sus pobres almas, adéntrate en ellas y observa qué clase de gente
son. Verás que no debes angustiarte por lo que esos piensen de ti. Sin
embargo, hay que ser benevolente con ellos, porque son, por naturaleza, tus
amigos. Ε incluso los dioses les dan ayuda total, por medio de sueños,
oráculos, para que, a pesar de todo, consigan aquellas cosas que motivan en
ellos desavenencias.
28. Éstas son las rotaciones del mundo, de arriba abajo, de siglo en
siglo. Y, o bien la inteligencia del conjunto universal impulsa a cada uno,
hecho que, si se da, debes acoger en su impulso; o bien de una sola vez dio
el impulso, y lo restante se sigue, por consecuencia… Pues, en cierto modo,
son átomos o cosas indivisibles[145]. Y, en suma, si hay Dios, todo va bien;
si todo discurre por azar, no te dejes llevar también tú al azar.
Pronto nos cubrirá a todos nosotros la tierra, luego también ella se
transformará y aquellas cosas se transformarán hasta el infinito y así
sucesivamente. Con que si se toma en consideración el oleaje de las
transformaciones y alteraciones y su rapidez, se menospreciará todo lo
mortal.
29. La causa del conjunto universal es un torrente impetuoso. Todo lo
arrastra. ¡Cuán vulgares son esos hombrecillos que se dedican a los asuntos
ciudadanos y, en su opinión, a la manera de filósofos! Llenos están de
mocos. ¿Y entonces qué, buen amigo? Haz lo que ahora reclama la
naturaleza. Emprende tu cometido, si se te permite, y no repares en si
alguien lo sabrá. No tengas esperanza en la constitución de Platón; antes
bien, confórmate, si progresas en el mínimo detalle, y piensa que este
resultado no es una insignificancia. Porque, ¿quién cambiará sus
convicciones? Y excluyendo el cambio de convicciones, ¿qué otra cosa
existe sino esclavitud de gente que gime y que finge obedecer? Ve ahora y
cítame a Alejandro, Filipo y Demetrio Falereo[146]. Yo les seguiré si han
comprendido cuál era el deseo de la naturaleza común y se han educado
ellos mismos. Pero si representaron tragedias, nadie me ha condenado a
imitarles. Sencilla y respetable es la misión de la filosofía. No me induzcas
a la vanidad.
30. Contempla desde arriba innumerables rebaños, infinidad de ritos y
todo tipo de travesía marítima en medio de tempestades y bonanza,
diversidad de seres que nacen, conviven y se van. Reflexiona también sobre
la vida por otros vivida tiempo ha, sobre la que vivirán con posterioridad a
ti y sobre la que actualmente viven en los pueblos extranjeros; y cuántos
hombres ni siquiera conocen tu nombre y cuántos lo olvidarán
rapidísimamente y cuántos, que tal vez ahora te elogian, muy pronto te
vituperarán; y cómo ni el recuerdo ni la fama, ni, en suma, ninguna otra
cosa merece ser mencionada.
31. Imperturbabilidad con respecto a lo que acontece como resultado de
una causa exterior y justicia en las cosas que se producen por una causa que
de ti proviene. Es decir, instintos y acciones que desembocan en el mismo
objetivo: obrar de acuerdo con el bien común, en la convicción de que esta
tarea es acorde con tu naturaleza.
32. Puedes acabar con muchas cosas superfluas, que se encuentran todas
ellas en tu imaginación. Y conseguirás desde este momento un inmenso y
amplio campo para ti, abarcando con el pensamiento todo el mundo,
reflexionando sobre el tiempo infinito y pensando en la rápida
transformación de cada cosa en particular, cuán breve es el tiempo que
separa el nacimiento de la disolución, cuán inmenso el período anterior al
nacimiento y cuán ilimitado igualmente el período que seguirá a la
disolución.
33. Todo cuanto ves, muy pronto será destruido y los que han visto la
destrucción dentro de muy poco serán también destruidos; y el que murió
en la vejez extrema acabará igual que el que murió prematuramente.
34. Cuáles son sus guías rectores y en qué se afanan y por qué razones
aman y estiman. Acostúmbrate a mirar sus pequeñas almas desnudas.
Cuando piensan perjudicarte con vituperios o favorecerte celebrándote,
¡cuánta pretensión!
35. La pérdida no es otra cosa que una transformación. Y en eso se
regocija la naturaleza del conjunto universal; según ella, todo sucede desde
la eternidad, sucedía de la misma forma y otro tanto sucederá hasta el
infinito. ¿Por qué, pues, dices que todas las cosas se produjeron mal, que así
seguirán siempre y que, entre tan gran número de dioses, ningún poder se
ha encontrado nunca para corregir esos defectos, sino que el mundo está
condenado a estar inmerso en males incesantes?
36. La podredumbre de la materia que subyace en cada cosa es agua,
polvo, huesecillos, suciedad. O de nuevo: los mármoles son callosidades de
la tierra; sedimentos, el oro, la plata; el vestido, diminutos pelos; la púrpura,
sangre, y otro tanto todo lo demás. También el hálito vital es algo
semejante, y se transforma de esto en aquello.
37. Basta de vida miserable, de murmuraciones, de astucias. ¿Por qué te
turbas?, ¿qué novedad hay en eso?, ¿qué te pone fuera de ti? ¿La causa?
Examínala. ¿La materia? Examínala. Fuera de eso nada existe. Mas, a partir
de ahora, sea tu relación con los dioses de una vez más sencilla y mejor. Lo
mismo da haber indagado eso durante cien años que durante tres[147].
38. Si pecó, allí está su mal. Pero tal vez no pecó.
39. O bien todo acontece como para un solo cuerpo procedente de una
sola fuente intelectiva, y no es preciso que la parte se queje de lo que
sucede en favor del conjunto universal; o bien sólo hay átomos y ninguna
otra cosa sino confusión y dispersión. ¿Por qué, pues, te turbas? Dile a tu
guía interior: «Has muerto, has sido destruido, te has convertido en bestia,
interpretas un papel, formas parte de un rebaño, pastas.»
40. O nada pueden los dioses o tienen poder. Si efectivamente no tienen
poder, ¿por qué suplicas? Y si lo tienen, ¿por qué no les pides precisamente
que te concedan el no temer nada de eso, ni desear nada de eso, ni afligirte
por ninguna de esas cosas, antes que pedirles que no sobrevenga o
sobrevenga alguna de esas cosas? Porque, sin duda, si pueden colaborar con
los hombres, también en eso pueden colaborar. Pero posiblemente dirás:
«En mis manos los dioses depositaron esas cosas.» Entonces, ¿no es mejor
usar lo que está en tus manos con libertad que disputar con esclavitud y
torpeza con lo que no depende de ti? ¿Y quién te ha dicho que los dioses no
cooperan tampoco en las cosas que dependen de nosotros? Empieza, pues, a
suplicarles acerca de estas cosas, y verás. Éste les pide: «¿Cómo conseguiré
acostarme con aquélla?» Tú: «¿Cómo dejar de desear acostarme con
aquélla?» Otro: «¿Cómo me puedo librar de ese individuo?» Tú: «¿Cómo
no desear librarme de él?» Otro: «¿Cómo no perder mi hijito?» Tú: «¿Cómo
no sentir miedo de perderlo?» En suma, cambia tus súplicas en este sentido
y observa los resultados.
41. Epicuro[148], dice: «En el curso de mi enfermedad no tenía
conversaciones acerca de mis sufrimientos corporales, ni con mis visitantes,
añade, tenía charlas de este tipo, sino que seguía ocupándome de los
principios relativos a asuntos naturales, y, además de eso, de ver cómo la
inteligencia, si bien participa de las conmociones que afectan a la carne,
sigue imperturbable atendiendo a su propio bien; tampoco daba a los
médicos, afirma, oportunidad de pavonearse de su aportación, sino que mi
vida discurría feliz y noblemente.»
En consecuencia, procede igual que aquél, en la enfermedad, si
enfermas, y en cualquier otra circunstancia. Porque el no apartarse de la
filosofía en cualquier circunstancia que sobrevenga, y el no chismorrear con
el profano el estudioso de la naturaleza, es precepto común a toda
escuela[149]…, dedicarse únicamente a lo que ahora se está haciendo y al
instrumento gracias al cual actúa.
42. Siempre que tropieces con la desvergüenza de alguien, de inmediato
pregúntate: «¿Puede realmente dejar de haber desvergonzados en el
mundo?» No es posible. No pidas, pues, imposibles, porque ése es uno de
aquellos desvergonzados que necesariamente debe existir en el mundo. Ten
a mano también esta consideración respecto a un malvado, a una persona
desleal y respecto a todo tipo de delincuente. Pues, en el preciso momento
que recuerdes que la estirpe de gente así es imposible que no exista, serás
más benévolo con cada uno en particular. Muy útil es también pensar en
seguida qué virtud concedió la naturaleza al hombre para remediar esos
fallos. Porque le concedió, como antídoto, contra el hombre ignorante, la
mansedumbre, y contra otro defecto, otro remedio posible. Y, en suma,
tienes posibilidad de encauzar con tus enseñanzas al descarriado, porque
todo pecador se desvía y falla su objetivo y anda sin rumbo. ¿Y en qué has
sido perjudicado? Porque a ninguno de esos con los que te exasperas,
encontrarás, a ninguno que te haya hecho un daño tal que, por su culpa, tu
inteligencia se haya deteriorado. Y tu mal y tu perjuicio tienen aquí toda su
base. ¿Y qué tiene de malo o extraño que la persona sin educación haga
cosas propias de un ineducado? Procura que no debas inculparte más a ti
mismo por no haber previsto que ése cometería ese fallo, porque tú
disponías de recursos suministrados por la razón para cerciorarte de que es
natural que ése cometiera ese fallo; y a pesar de tu olvido, te sorprendes de
su error. Y sobre todo, siempre que censures a alguien como desleal o
ingrato, recógete en ti mismo. Porque obviamente tuyo es el fallo si has
confiado que tenía tal disposición, que iba a guardarte fidelidad, o si, al
otorgarle un favor, no se lo concediste de buena gana, ni de manera que
pudiese obtener al punto de tu acción misma todo el fruto. Pues, ¿qué más
quieres al beneficiar a un hombre? ¿No te basta con haber obrado conforme
a tu naturaleza, sino que buscas una recompensa? Como si el ojo reclamase
alguna recompensa porque ve, o los pies porque caminan. Porque, al igual
que estos miembros han sido hechos para una función concreta, y al
ejecutar ésta de acuerdo con su particular constitución, cumplen su misión
peculiar, así también el hombre, bienhechor por naturaleza, siempre que
haga una acción benéfica o simplemente coopere en cosas indiferentes,
también obtiene su propio fin.
LIBRO X
1. ¿Serás algún día, alma mía, buena, sencilla, única, desnuda, más
patente que el cuerpo que te circunda? ¿Probarás algún día la disposición
que te incita a amar y querer? ¿Serás algún día colmada, te hallarás sin
necesidades, sin echar nada de menos, sin ambicionar nada, ni animado ni
inanimado, para disfrute de tus placeres, sin desear siquiera un plazo de
tiempo en el transcurso del cual prolongues tu diversión, ni tampoco un
lugar, una región, un aire más apacible, ni una buena armonía entre los
hombres? ¿Te conformarás con tu presente disposición, estarás satisfecha
con todas tus circunstancias presentes, te convencerás a ti misma de que
todo te va bien y te sobreviene enviado por los dioses, y asimismo, de que
te será favorable todo cuanto a ellos les es grato y cuanto tienen intención
de conceder para salvaguardar al ser perfecto, bueno, justo y bello, que todo
lo genera, que contiene, circunda y abarca todo lo que, una vez disuelto,
generará otras cosas semejantes? ¿Serás tú algún día tal, que puedas
convivir como ciudadano, con los dioses y con los hombres, hasta el
extremo de no hacerles ninguna censura ni ser condenado por ellos?
2. Observa atentamente qué reclama tu naturaleza, en la convicción de
que sólo ella te gobierna; a continuación, ponlo en práctica y acéptalo, si es
que no va en detrimento de tu naturaleza, en tanto que ser vivo.
Seguidamente, debes observar qué reclama tu naturaleza, en tanto que ser
vivo, y de todo eso debes apropiarte, a no ser que vaya en detrimento de tu
naturaleza, en tanto que ser racional. Y lo racional es como consecuencia
inmediata sociable. Sírvete, pues, de esas reglas y no te preocupes de más.
3. Todo lo que acontece, o bien acontece de tal modo que estás
capacitado por naturaleza para soportarlo, o bien te halla sin dotes naturales
para soportarlo. Si, pues, te acontece algo que por naturaleza puedes
soportar, no te molestes; al contrario, ya que tienes dotes naturales,
sopórtalo. Pero si te acontece algo que no puedes por naturaleza soportar,
tampoco te molestes, pues antes te consumirá. Sin embargo, ten presente
que tienes dotes naturales para soportar todo aquello acerca de lo cual
depende de tu opinión hacerlo soportable y tolerable, en la idea de que es
interesante para ti y te conviene obrar así.
4. Si tiene un desliz, instrúyele benévolamente e indícale su negligencia.
Mas si eres incapaz, recrimínate a ti mismo, o ni siquiera a ti mismo.
5. Cualquier cosa que te acontezca, desde la eternidad estaba
preestablecida para ti, y la concatenación de causas ha entrelazado desde
siempre tu subsistencia con este acontecimiento.
6. Existan átomos o naturaleza, admítase de entrada que soy parte del
conjunto universal que gobierna la naturaleza; luego, que tengo cierto
parentesco con las partes que son de mi mismo género. Porque, teniendo
esto presente, en tanto que soy parte, no me contrariaré con nada de lo que
me es asignado por el conjunto universal. Porque éste nada tiene que no
convenga a sí mismo, dado que todas las naturalezas tienen esto en común
y, sin embargo, la naturaleza del mundo se ha arrogado el privilegio de no
ser obligada por ninguna causa externa a generar nada que a sí misma
perjudique. Precisamente, teniendo esto presente, a saber, que soy parte de
un conjunto universal de tales características, acogeré gustoso todo suceso.
Y en la medida en que tengo cierto parentesco con las partes de mi misma
condición, nada contrario a la comunidad ejecutaré, sino que más bien mi
objetivo tenderá hacia mis semejantes, y hacia lo que es provechoso a la
comunidad encaminaré todos mis esfuerzos, absteniéndome de lo contrario.
Y si así se cumplen estas premisas, forzosamente mi vida tendrá un curso
feliz, del mismo modo que también tú concebirías próspera la vida de un
ciudadano que transcurriese entre actividades útiles a los ciudadanos y que
aceptase gustosamente el cometido que la ciudad le asignase.
7. Es absolutamente necesario que se destruyan las partes del conjunto
universal, cuantas, por naturaleza[150], incluye el mundo. Pero entiéndase
esto en el sentido de «alterarse». Y si por naturaleza fuera un mal esta
necesidad para aquellas partes, no discurriría bien el conjunto universal,
dado que sus partes tenderían a alterarse y estarían dispuestas de diversas
maneras a ser destruidas. Porque, ¿acaso la naturaleza por sí misma, trató de
dañar a sus propias partes, dejándolas expuestas a caer en el mal e
inclinadas necesariamente a hacer el mal, o bien le han surgido así sin darse
cuenta? Ni una ni otra cosa merecen crédito.
Pero si alguien que partiera precisamente de la naturaleza, explicara
estas cosas a tenor de su constitución natural, sería ridículo que manifestara
que las partes del conjunto universal han nacido a la vez para transformarse
y, al mismo tiempo, se sorprendiera como de un accidente contrario a la
naturaleza, o bien se irritara de ello, sobre todo, cuando la disolución se
produce con vistas a la liberación de los elementos constitutivos de cada ser.
Pues o bien se trata de una dispersión de elementos, a partir de los cuales
fue compuesto, o bien es una vuelta de lo que es sólido en tierra, de lo que
es hálito vital en aire, de modo que estos elementos puedan ser reasumidos
en la razón del conjunto universal, tanto si periódicamente se da la
conflagración en él, como si se renueva con cambios sempiternos. Y no te
imagines los elementos sólidos y volátiles como existentes desde una
primera generación, porque todos éstos alcanzaron el flujo ayer o anteayer
gracias a los alimentos y a la respiración del aire. En consecuencia, se
transforma aquello que se adquirió, no lo que la madre dio a luz. Suponte
también que aquello te vincula en exceso a tu individualidad; en absoluto,
pienso, se contradice con lo que acabo de decir.
8. Después de asignarte estos nombres: bueno, reservado, veraz,
prudente, condescendiente, magnánimo, procura no cambiar nunca de
nombre, y, si perdieras dichos nombres, emprende su búsqueda a toda prisa.
Y ten presente que el término «prudente» pretendía significar en ti la
atención para captar cabalmente cada cosa y la ausencia de negligencia; el
término «condescendiente», la voluntaria aceptación de lo que asigna la
naturaleza común; «magnánimo», la supremacía de la parte pensante sobre
las convulsiones suaves o violentas de la carne, sobre la vanagloria, la
muerte y todas las cosas de esta índole. Por tanto, caso de que te mantengas
en la posesión de estos nombres, sin anhelar ser llamado con ellos por otros,
serás diferente y entrarás en una vida nueva. Porque el continuar siendo
todavía tal cual has sido hasta ahora, y en una vida como ésta, ser
desgarrado y mancillado, es demasiado propio de un ser insensato, apegado
a la vida y semejante a los gladiadores semidevorados que, cubiertos de
heridas y de sangre mezclada con polvo, a pesar de eso, reclaman ser
conservados para el día siguiente, a fin de ser arrojados en el mismo estado
a las mismas garras y mordeduras. Embárcate, pues, en la obtención de
estos pocos nombres. Y si consigues permanecer en ellos, quédate allí,
como transportado a unas islas de los bienaventurados. Pero si te das cuenta
de que fracasas y no impones tu autoridad, vete con confianza a algún
rincón, donde consigas dominar, o bien, abandona definitivamente la vida,
no con despecho, sino con sencillez, libre y modestamente, habiendo hecho,
al menos, esta única cosa en la vida: salir de ella así. Sin embargo, para
recordar estos nombres, gran colaboración te proporcionará el recuerdo de
los dioses, y también que a ellos no les gusta ser adulados, sino que todos
los seres racionales se les asemejen; que la higuera haga lo propio de la
higuera, el perro lo propio del perro, la abeja lo propio de la abeja y el
hombre lo propio del hombre.
9. La farsa, la guerra, el temor, la estupidez, la esclavitud, irán borrando,
día a día, aquellos principios sagrados que tú, hombre estudioso de la
naturaleza, te imaginas y acatas. Preciso es que todo lo mires y hagas de tal
modo, que simultáneamente cumplas lo que es dificultoso y a la vez pongas
en práctica lo teórico; y conserves el orgullo, procedente del conocimiento
de cada cosa, disimulado, pero no secreto. Porque, ¿cuándo gozarás de la
simplicidad?, ¿cuándo de la gravedad?, ¿cuándo del conocimiento de cada
cosa?, ¿y qué es en esencia, qué puesto ocupa en el mundo y cuánto tiempo
está dispuesto por la naturaleza que subsista, y qué elementos la
componen?, ¿a quiénes puede pertenecer?, ¿quiénes pueden otorgarla y
quitarla?
10. Una pequeña araña se enorgullece de haber cazado una mosca; otro,
un lebrato; otro, una sardina en la red; otro, cochinillos; otro, osos; y el otro,
Sármatas[151]. ¿No son todos ellos unos bandidos, si examinas atentamente
sus principios?
11. Adquiere un método para contemplar cómo todas las cosas se
transforman, unas en otras, y sin cesar aplícate y ejercítate en este punto
particular, porque nada es tan apto para infundir magnanimidad. Se ha
despojado de su cuerpo y después de concluir que cuanto antes deberá
abandonar todas estas cosas y alejarse de los hombres, se entrega
enteramente a la justicia en las actividades que dependen de él, y a la
naturaleza del conjunto universal en los demás sucesos. Qué se dirá de él, o
qué se imaginará, o qué se hará contra él, no se le ocurre pensarlo,
conformándose con estas dos cosas: hacer con rectitud lo que actualmente
le ocupa y amar la parte que ahora se le asigna, renunciando a toda
actividad y afán. Y no quiere otra cosa que no sea cumplir con rectitud
según la ley y seguir a Dios que marcha por el recto camino.
12. ¿Qué necesidad de recelos, cuando te es posible examinar qué debes
hacer, y, caso de que lo veas en su conjunto, caminar por esta senda
benévolamente y sin volver la mirada atrás? Mas, en caso contrario, detente
y recurre a los mejores consejeros; y en el caso de que otras diversas trabas
obstaculicen la misión a la que te encaminas, sigue adelante según los
recursos a tu alcance, teniendo muy presente en tus cálculos lo que te
parece justo. Porque lo mejor es alcanzar este objetivo, dado que apartarse
de él es ciertamente fracaso. Tranquilo a la vez que resuelto, alegre a la par
que consistente, es el hombre que en todo sigue la razón.
13. Tan pronto como despiertes de tu sueño, pregúntate: «¿Te importará
que otro te reproche[152] acciones justas y buenas?». No te importará.
¿Tienes olvidado cómo esos que alardean con alabanzas y censuras a otros
se comportan en la cama y en la mesa, qué cosas hacen, qué evitan, qué
persiguen, qué roban, qué arrebatan, no con sus manos y pies, sino con la
parte más valiosa de su ser, de la que nacen, siempre que se quiera,
confianza, pudor, verdad, ley y una buena divinidad?[153].
14. A la naturaleza que todo lo da y lo recobra, dice el hombre educado
y respetuoso: «Dame lo que quieras, recobra lo que quieras.» Y esto lo dice,
no envalentonado, sino únicamente por sumisión y benevolencia con ella.
15. Poco es lo que te queda. Vive como en un monte, pues nada importa
el allí o aquí, caso de que por todas partes viva uno en el mundo como en su
ciudad. Vean, estudien los hombres a un hombre que vive de verdad en
consonancia con la naturaleza. Si no te soportan, que te maten. Porque
mejor es morir que vivir así.
16. No sigas discutiendo ya acerca de qué tipo de cualidades debe reunir
el hombre bueno, sino trata de serlo.
17. Imagínate sin cesar la eternidad en su conjunto y la sustancia, y que
todas las cosas en particular son, respecto a la sustancia, como un grano de
higo, y, respecto al tiempo, como un giro de trépano.
18. Detente en cada una de las cosas que existen, y concíbela ya en
estado de disolución y transformación, y cómo evoluciona a la putrefacción
o dispersión, o bien piensa que cada cosa ha nacido para morir.
19. ¡Cómo son cuando comen, duermen, copulan, evacúan, y en lo
demás! Luego, ¡cómo son cuando se muestran altivos y orgullosos, o
cuando se enfadan y, basándose en su superioridad, humillan! Poco ha eran
esclavos de cuántos y por qué cosas. Y dentro de poco se encontrarán en
circunstancias parecidas.
20. Conviene a cada uno lo que le aporta la naturaleza del conjunto
universal, y conviene precisamente en el momento en que aquélla lo aporta.
21. La tierra desea la lluvia; la desea también el venerable aire[154].
También el mundo desea hacer lo que debe acontecer. Digo, pues, al
mundo: Mis deseos son los tuyos. ¿No lo dice aquella frase proverbial: «eso
desea llegar a ser»?
22. O bien vives aquí, a lo que ya estás acostumbrado, o te alejas, que es
lo que querías, o mueres, y has cumplido tu misión. Fuera de eso, nada más
existe. Por consiguiente, ten buen ánimo.
23. Sea claro para ti que eso es como la preciada campiña; y cómo todo
lo de aquí es igual a lo que está en el campo o en el monte o en la costa o
donde quieras. Pues te tropezarás con las palabras de Platón: «Rodeado de
un cerco en el monte, dice, y ordeñando un rebaño balador»[155].
24. ¿Qué significa para mí mi guía interior?, ¿y qué hago de él ahora, y
para qué lo utilizo actualmente? ¿Por ventura está vacío de inteligencia,
desvinculado, y arrancado de la comunidad, fundido y mezclado con la
carne, hasta el punto de poder modificarse con ésta?
25. El que rehúye a su señor es un desertor. La ley es nuestro señor, y el
que la transgrede es un desertor. Y a la vez, también quien se aflige, irrita o
teme, no quiere que haya sucedido, suceda o vaya a sucederle una cosa de
las que han sido ordenadas por el que gobierna todas las cosas, que es la ley
que distribuye todo cuanto atañe a cada uno. Por tanto, el que teme, se
aflige o irrita es un desertor.
26. Depositó el semen en la matriz y se retiró; a partir de este momento
otra causa intervino elaborando y perfeccionando el feto. Es tal cual
corresponde a su procedencia. A su vez, se hace discurrir el alimento a
través de la garganta y, a continuación, otra causa interviene y produce la
sensación, el instinto y, en suma, la vida, el vigor físico y todas las demás
facultades. Así pues, contempla estos sucesos que se producen en tal secreto
y observa su poder, de la misma manera que nosotros vemos el poder que
inclina los cuerpos hacia abajo y los hace subir, no con los ojos, pero no por
eso con menor claridad.
27. Reflexiona sin cesar en cómo todas las cosas, tal como ahora se
producen, también antes se produjeron. Piensa también que seguirán
produciéndose en el futuro. Y ponte ante los ojos todos los dramas y
escenas semejantes que has conocido por propia experiencia o por
narraciones históricas más antiguas, como, por ejemplo, toda la corte de
Adriano, toda la corte de Antonino, toda la corte de Filipo, de Alejandro, de
Creso. Todos aquellos espectáculos tenían las mismas características, sólo
que con otros actores.
28. Imagínate que todo aquel que se aflige por cualquier cosa, o que de
mal talante la acoge, se asemeja a un cochinillo al sacrificarle, que cocea y
gruñe. Igual procede también el hombre que se lamenta, a solas y en
silencio, de nuestras ataduras sobre un pequeño lecho. Piensa también que
tan sólo al ser racional se le ha concedido la facultad de acomodarse de
buen grado a los acontecimientos, y acomodarse, a secas, es necesario a
todos.
29. Detente particularmente en cada una de las acciones que haces y
pregúntate si la muerte es terrible porque te priva de eso.
30. Siempre que tropieces con un fallo de otro, al punto cambia de lugar
y piensa qué falta semejante tú cometes; por ejemplo, al considerar que el
dinero es un bien, o el placer, o la fama, o bien otras cosas de este estilo.
Porque si te aplicas a esto, rápidamente olvidarás el enojo, al caer en la
cuenta de que se ve forzado. Pues, ¿qué va a hacer? O bien, si puedes,
libérale de la violencia.
31. Al ver a Satirón, Eutiques o Himen, imagínate a un socrático; y al
ver a Eufrates, imagínate a Eutiquión o Silvano; al ver a Alcifrón, imagínate
a Tropeóforo[156]; y al ver a Jenofonte, imagínate a Critón[157] o Severo;
vuelve también los ojos sobre ti mismo e imagínate a uno de los Césares; y
sobre cada uno de ellos imagina paralelamente. A continuación, sobrevenga
a tu pensamiento la siguiente consideración: ¿Dónde, pues, están aquéllos?
En ninguna parte o en cualquier lugar. Pues de esta manera contemplarás
constantemente que las cosas humanas son humo y nada, sobre todo si
recuerdas que lo que se transforma una sola vez ya no volverá en el tiempo
infinito. ¿A qué, pues, te esfuerzas? ¿Por qué no te basta traspasar este
breve período de tiempo decorosamente? ¡Qué materia y qué tema rehúyes!
Porque, ¿qué otra cosa es todo sino ejercicios de la razón que ha visto
exactamente y según la ciencia de la naturaleza las vicisitudes de la vida?
Persiste, pues, hasta que te hayas familiarizado también con estas
consideraciones, al igual que el estómago fuerte asimila todos los
alimentos, como el fuego brillante reduce a llama y resplandor cualquier
cosa que le eches.
32. A nadie le sea posible decir de ti con verdad que no eres hombre
sencillo y bueno. Por el contrario, mienta todo el que imagine algo
semejante de ti. Y todo esto de ti depende. Pues, ¿quién te impide ser
sencillo y bueno? Tú toma sólo la decisión de no seguir viviendo, si no
logras ser un hombre así, pues la razón no te coacciona a vivir, si no reúnes
estas cualidades.
33. ¿Qué es lo que puede hacerse o decirse sobre esta materia de la
manera más sana? Porque, sea lo que fuere, es posible hacerlo o decirlo, y
no pretextes que te ponen impedimentos. No cesarás de gemir hasta que
hayas experimentado que, al igual que la molicie corresponde a los que se
entregan a los placeres, a ti te incumbe hacer lo que es propio de la
condición humana sobre la materia sugerida y que se te presente. Porque es
preciso considerar como disfrute todo lo que te es posible ejecutar de
acuerdo con tu particular naturaleza; y en todas partes te es posible. En
efecto, no se permite al cilindro desarrollar por todas partes su movimiento
particular, tampoco se le permite al agua, ni al fuego, ni a los demás objetos
que son rígidos por una naturaleza o alma carente de razón. Porque son
muchas las trabas que los retienen y contienen. Sin embargo, la inteligencia
y la razón pueden traspasar todo obstáculo de conformidad con sus dotes
naturales y sus deseos. Ponte delante de los ojos esta facilidad, según la cual
la razón cruzará todos los obstáculos, al igual que el fuego sube, la piedra
baja, el cilindro se desliza por una pendiente, y ya nada más indagues.
Porque los demás obstáculos, o bien pertenecen al cuerpo, al cadáver, o, sin
una opinión y concesión de la misma razón, ni hieren ni hacen daño alguno,
con que ciertamente el que lo sufriera, se haría al punto malo. Por
consiguiente, en todas las demás constituciones cualquier mal que
acontezca a alguna de ellas, deteriora al que lo sufre. En este caso, si hay
que decirlo, el hombre mejora y se hace más merecedor de elogio, si utiliza
correctamente las adversidades. En suma, ten presente que lo que no
perjudica a la ciudad, tampoco perjudica en absoluto a su ciudadano natural,
al igual que lo que no perjudica a la ley, tampoco perjudica a la ciudad.
Ahora bien, de estos llamados infortunios ninguno perjudica a la ley.
Consecuentemente, lo que no perjudica a la ley, tampoco al ciudadano ni a
la ciudad.
34. Bástanle a la persona mordida[158] por los verdaderos principios la
mínima palabra y la más coloquial para sugerirle ausencia de aflicción y de
temor. Por ejemplo:
Desparrama por el suelo el viento las hojas,
así también la generación de los hombres[159].
Pequeñas hojas son también tus hijitos, hojitas asimismo estos pequeños
seres que te aclaman sinceramente y te exaltan, o bien por el contrario te
maldicen, o en secreto te censuran y se burlan de ti, y hojitas igualmente los
que recibirán tu fama póstuma. Porque todo esto
resurge en la estación primaveral.
Luego, el viento las derriba; a continuación, otra maleza brota en
sustitución de ésta. Común a todas las cosas es la fugacidad. Pero tú todo lo
rehúyes y persigues como si fuera a ser eterno. Dentro de poco también tú
cerrarás los ojos, y otro entonces llorará al que a ti te dio sepultura.
35. Es preciso que el ojo sano vea todo lo visible y no diga: «quiero que
eso sea verde». Porque esto es propio de un hombre aquejado de oftalmía.
Y el oído y el olfato sanos deben estar dispuestos a percibir todo sonido y
todo olor. Y el estómago sano debe comportarse igual respecto a todos los
alimentos, como la muela con respecto a todas las cosas que le han sido
dispuestas para moler. Por consiguiente, también la inteligencia sana debe
estar dispuesta a afrontar todo lo que le sobrevenga. Y la que dice:
«Sálvense mis hijos» y «alaben todos lo que haga» es un ojo que busca lo
verde, o dientes que reclaman lo tierno.
36. Nadie es tan afortunado que, en el momento de su muerte, no le
acompañen ciertas personas que acojan con gusto el funesto desenlace. Era
diligente y sabio. En último término habrá alguno que diga para sí: «Al fin
vamos a respirar, libres de este preceptor.» «Ciertamente, con ninguno de
nosotros era severo, pero me daba cuenta de que, tácitamente, nos
condenaba». Esto, en efecto, se dirá respecto al hombre diligente. Por lo
que a nosotros se refiere, ¡cuántas y cuán diferentes razones existen por las
cuales muchos desean verse libres de nosotros! Esta reflexión te harás al
morir, y te irás de este mundo con ánimo bastante más plácido si te haces
esas consideraciones: «Me alejo de una vida tal, que en el curso de ella mis
propios colaboradores, por los que tanto luché, supliqué, sufrí desvelos,
ellos mismos quieren retirarme, confiados en la posibilidad de obtener
cierta comodidad con mi partida.» ¿Por qué, pues, resistirse a una estancia
más prolongada aquí? Mas no por eso te vayas con ánimo peor dispuesto
con ellos; antes bien, conserva tu carácter propio, amistoso, benévolo,
favorable, y no, al revés, como si fueras arrancado, sino que, del mismo
modo que en una buena muerte el alma se desprende fácilmente del cuerpo,
así también debe producirse tu alejamiento de éstos. Porque con éstos la
naturaleza te ensambló y te mezcló íntimamente. «Pero ahora te separa.»
Me separo como de mis íntimos sin ofrecer resistencia, sin violencia.
Porque también esto es uno de los hechos conformes a la naturaleza.
37. En toda acción hecha por cualquiera, acostúmbrate, en la medida de
tus posibilidades, a preguntarte: «¿Con qué fin promueve ése esta acción?»
Empieza por ti mismo y a ti mismo en primer término examínate.
38. Ten presente que lo que te mueve como un títere es cierta fuerza
oculta en tu interior; esta fuerza es la elocuencia, es la vida, es, si hay que
decirlo, el hombre. Nunca la imagines confundida con el recipiente que la
contiene ni con los miembros modelados en tomo suyo. Porque son
semejantes a los pequeños aparejos, y únicamente diferentes, en tanto que
son connaturales. Porque ninguna utilidad se deriva de estas partes sin la
causa que los mueve y da vigor superior a la que tiene la lanzadera para la
tejedora, la pluma para el escriba y el latiguillo para el conductor.
LIBRO XI
1. Las propiedades del alma racional: se ve a sí misma, se analiza a sí
misma, se desarrolla como quiere, recoge ella misma el fruto que produce
(porque los frutos de las plantas y los productos de los animales otros los
recogen), alcanza su propio fin, en cualquier momento que se presente el
término de su vida. No queda incompleta la acción entera, caso de que se
corte algún elemento, como en la danza, en la representación teatral y en
cosas semejantes, sino que en todas partes y dondequiera que se la
sorprenda, colma y cumple sin deficiencias su propósito, de modo que
puede afirmar: «Recojo lo mío.» Más aún, recorre el mundo entero, el vacío
que lo circunda y su forma; se extiende en la infinidad del tiempo, acoge en
tomo suyo el renacimiento periódico del conjunto universal, calcula y se da
cuenta de que nada nuevo verán nuestros descendientes, al igual que
tampoco vieron nuestros antepasados nada más extraordinario, sino que, en
cierto modo, el cuarentón, por poca inteligencia que tenga, ha visto todo el
pasado y el futuro según la uniformidad de las cosas. Propio también del
alma racional es amar al prójimo, como también la verdad y el pudor, y no
sobrestimar nada por encima de sí misma, característica también propia de
la ley. Por tanto, como es natural, en nada difieren la recta razón y la razón
de la justicia.
2. Despreciarás un canto delicioso, una danza, el pancracio, si divides la
tonada melodiosa en cada uno de sus sones y respecto a cada uno te
preguntas si éste te cautiva; porque antes te sentirás irritado. Respecto a la
danza, procede de modo análogo en cada movimiento o figura. Y de igual
modo respecto al pancracio. En suma, exceptuando la virtud y lo que de ella
deriva, acuérdate de correr en busca de las cosas detalladamente y, con su
análisis, tiende a su desprecio; transfiere también esto mismo a tu vida
entera.
3. ¡Cómo es el alma que se halla dispuesta, tanto si es preciso ya
separarse del cuerpo, o extinguirse, o dispersarse, o permanecer unida! Mas
esta disposición, que proceda de una decisión personal, no de una simple
oposición, como los Cristianos, sino fruto de una reflexión, de un modo
serio y, para que pueda convencer a otro, exenta de teatralidad.
4. ¿He realizado algo útil a la comunidad? En consecuencia, me he
beneficiado. Salga siempre a tu encuentro y ten a mano esta máxima, y
nunca la abandones.
5. ¿Cuál es tu oficio? Ser bueno. Y ¿cómo se consigue serlo, sino
mediante las reflexiones, unas sobre la naturaleza del conjunto universal, y
otras, sobre la constitución peculiar del hombre?
6. En primer lugar, fueron escenificadas las tragedias como recuerdo de
los acontecimientos humanos, y de que es natural que éstos sucedan así, y
también para que no os apesadumbréis en la escena mayor con los dramas
que os han divertido en la escena. Porque se ve la necesidad de que esto
acabe así, y que lo soportan quienes gritan: «¡Oh Citerón!»[160].
Y dicen los autores de dramas algunas máximas útiles. Por ejemplo,
sobre todo, aquella de: «Si mis hijos y yo hemos sido abandonados por los
dioses, también eso tiene su justificación.»[161]. Y esta otra: «No irritarse
con los hechos»[162]. Y: «Cosechad la vida como una espiga granada»[163], y
otras tantas máximas semejantes.
Y después de la tragedia, se representó la comedia antigua, que contiene
una libertad de expresión aleccionadora y nos sugiere, por su propia
franqueza, no sin utilidad, evitar la arrogancia. Con vistas a algo parecido,
en cierto modo, también Diógenes tomaba esta franqueza. Y después de
ésta, considera por qué fue acogida la Comedia Media, y más tarde, la
Nueva, que, en poco tiempo, acabó siendo artificiosa imitación. Que han
dicho también estos poetas algunas cosas provechosas, no se ignora. Pero,
¿a qué objetivo apuntó el proyecto total de esta poesía y arte dramático?
7. ¡Cómo se pone de manifiesto el hecho de que no existe otra situación
tan adecuada para filosofar como aquella en la que ahora te hallas!
8. Una rama cortada de la rama contigua es imposible que no haya sido
cortada también del árbol entero. De igual modo, un hombre, al quedar
separado de un hombre, ha quedado excluido de la comunidad entera. En
efecto, corta otro la rama: sin embargo, el hombre se separa él mismo de SU
vecino cuando le odia y siente aversión. Ε ignora que se ha cercenado al
mismo tiempo de la sociedad entera. Pero al menos existe aquel don de
Zeus, que constituyó la comunidad, puesto que nos es posible unimos de
nuevo con el vecino y ser nuevamente una de las partes que ayudan a
completar el conjunto universal. Sin embargo, si muchas veces se da tal
separación, resulta difícil unir y restablecer la parte separada. En suma, no
es igual la rama que, desde el principio, ha germinado y ha seguido
respirando con el árbol, que la nuevamente injertada después de haber sido
cortada, digan lo que digan los arboricultores. Crecer con el mismo tronco,
pero no tener el mismo criterio.
9. Los que se oponen a tu andadura según la recta razón, al igual que no
podrán desviarte de la práctica saludable, así tampoco te desvíen
bruscamente de la benevolencia para con ellos. Por el contrario, mantente
en guardia respecto a ambas cosas por igual: no sólo respecto a un juicio y
una ejecutoria equilibrada, sino también respecto a la mansedumbre con los
que intentan ponerte dificultades, o de otra manera te molestan. Porque es
también signo de debilidad el enojarse con ellos, al igual que el renunciar a
actuar y ceder por miedo, pues ambos son igualmente desertores, el que
tiembla, y el que se hace extraño a su pariente y amigo por naturaleza.
10. Ninguna naturaleza es inferior al arte, porque las artes imitan las
naturalezas[164]. Y si así es, la naturaleza más perfecta de todas y la que
abarca más estaría a una altura superior a la ingeniosidad artística. Y
ciertamente todas las artes hacen lo inferior con vistas a lo superior. Por
tanto, también procede así la naturaleza universal, y precisamente aquí nace
la justicia y de ésta proceden las demás virtudes. Porque no se conservará la
justicia, caso de que discutamos sobre cosas indiferentes, o nos dejemos
engañar fácilmente y seamos temerarios o veleidosos.
11. Si[165] no vienen a tu encuentro las cosas, cuya persecución y huida
te turba, sino que, en cierto modo, tú mismo vas en busca de aquéllas,
serénese al menos el juicio que sobre ellas tienes; pues aquéllas
permanecerán tranquilas y no se te verá ni perseguirlas ni evitarlas.
12. La esfera del alma es semejante a sí misma, siempre que, ni se
extienda en busca de algo exterior, ni se repliegue hacia dentro, ni se
disemine, ni se condense, sino que brille con una luz gracias a la cual vea la
verdad de todas las cosas y la suya interior.
13. ¿Me despreciará alguien? Él verá. Yo, por mi parte, estaré a la
expectativa para no ser sorprendido haciendo o diciendo algo merecedor de
desprecio. ¿Me odiará? Él verá. Pero yo seré benévolo y afable con todo el
mundo, e incluso con ese mismo estaré dispuesto a demostrarle lo que
menosprecia, sin insolencia, sin tampoco hacer alarde de mi tolerancia, sino
sincera y amigablemente como el ilustre Foción[166], si es que él no lo hacía
por alarde. Pues tales sentimientos deben ser profundos y los dioses deben
ver a un hombre que no se indigna por nada y que nada lleva a mal. Porque,
¿qué mal te sobrevendrá si haces ahora lo que es propio de tu naturaleza, y
aceptas lo que es oportuno ahora a la naturaleza del conjunto universal, tú,
un hombre que aspiras a conseguir por el medio que sea lo que conviene a
la comunidad?
14. Despreciándose mutuamente, se lisonjean unos a otros, y queriendo
alcanzar la supremacía mutuamente, se ceden el paso unos a otros.
15. ¡Cuán grosero y falso es el que dice: «He preferido comportarme
honradamente contigo»! ¿Qué haces, hombre? No debe decirse de
antemano eso. Ya se pondrá en evidencia. En tu rostro debe quedar grabado.
Al punto tu voz emite tal sonido, al instante se refleja en tus ojos, al igual
que en la mirada de sus amantes de inmediato todo lo descubre el
enamorado. En suma, así debe ser el hombre sencillo y bueno; como el
hombre que huele a macho cabrío, a fin de que el que lo encuentra, a la vez
que se acerca, lo perciba, tanto si quiere como si no quiere. Pero la
afectación de la simplicidad es un arma de doble filo. Nada es más
abominable que la amistad del lobo. Por encima de todo evita eso. El
hombre bueno, sencillo y benévolo tiene estas cualidades en los ojos y no se
le ocultan.
16. Vivir de la manera más hermosa. Esa facultad radica en el alma,
caso de que sea indiferente a las cosas indiferentes. Y permanecerá
indiferente, siempre que observe cada una de ellas por separado. Y en
conjunto, teniendo presente que ninguna nos imprime una opinión acerca de
ella, ni tampoco nos sale al encuentro, sino que estas cosas permanecen
quietas, y nosotros somos quienes producimos los juicios sobre ellas
mismas y, por así decirlo, las grabamos en nosotros mismos, siéndonos
posible no grabarlas y también, si lo hicimos inadvertidamente, siéndonos
posible borradas de inmediato. Porque será poco duradera semejante
atención, y a partir de ese momento habrá terminado la vida. Mas, ¿qué
tiene de malo que esas cosas sean así? Si, pues, es acorde con la naturaleza,
alégrate con ello y sea fácil para ti. Y si es contrario a la naturaleza, indaga
qué te corresponde de acuerdo con tu naturaleza y afánate en buscarlo,
aunque carezca de fama. Pues toda persona que busca su bien particular
tiene disculpa.
17. De dónde ha venido cada cosa y de qué elementos está formada, y
en qué se transforma, y cómo será, una vez transformada, y cómo ningún
mal sufrirá.
18. Y en primer lugar, qué relación me vincula a ellos, que hemos
nacido los unos para los otros, y yo personalmente he nacido, por otra
razón, para ponerme al frente de ellos, como el camero está al frente del
rebaño y el toro al frente de la vacada. Y remóntate más arriba partiendo de
esta consideración: «Si no son los átomos, es la naturaleza la que gobierna
el conjunto universal.» Si es así, los seres inferiores por causa de los
superiores, y éstos, los unos para los otros.
Y en segundo lugar, cómo se comportan en la mesa, en la cama y en lo
demás. Y sobre todo, qué necesidades tienen procedentes de sus principios,
y eso mismo, ¡con qué arrogancia lo cumplen!
En tercer lugar, que, si con rectitud hacen esto, no hay que molestarse,
pero si no es así, evidentemente lo hacen contra su voluntad y por
ignorancia. Porque toda alma se priva contra su voluntad tanto de la verdad
como también de comportarse en cada cosa según su valor. Por
consiguiente, les pesa oírse llamados injustos, insensatos, ambiciosos y, en
una palabra, capaces de faltar al prójimo.
En cuarto lugar, que también tú cometes numerosos fallos y eres otro de
su estilo. Y, si bien es verdad que te abstienes de ciertas faltas, tienes, sin
embargo, una disposición que te induce a cometerlas, aunque por cobardía,
orgullo o algún defecto te abstengas de las mismas.
En quinto lugar, que tampoco has comprendido enteramente si cometen
fallos, porque se producen muchos, incluso por defecto de administración.
Y, en suma, es preciso aprender de antemano muchas cosas, para poderse
manifestar cabalmente sobre una acción ajena.
En sexto lugar, piensa que la vida del hombre es muy corta y dentro de
poco todos estaremos enterrados.
En séptimo lugar, que no nos molestan sus acciones, porque aquéllas se
encuentran en los guías interiores de aquéllos, sino nuestras opiniones.
Elimina, pues, y sea tu propósito desprenderte del juicio, como si se tratara
de algo terrible, y se acabó la cólera. ¿Cómo conseguirás eliminado?
Pensando que no es un oprobio. Porque si no fuera el oprobio el único mal,
forzoso sería que cometieras numerosos fallos, te convirtieras en bandido y
hombre capaz de todo.
En octavo lugar, cuántas mayores dificultades nos procuran los actos de
cólera y las aflicciones que dependen de tales gentes que aquellas mismas
cosas por las que nos encolerizamos y afligimos.
En noveno lugar, que la benevolencia sería invencible si fuera noble y
no burlona ni hipócrita. Porque, ¿qué te haría el hombre más insolente, si
fueras benévolo con él y si, dada la ocasión, le exhortaras con dulzura y le
aleccionaras apaciblemente en el preciso momento en que trata de hacerte
daño? «No, hijo; hemos nacido para otra cosa. No temo que me dañes, eres
tú quien te perjudicas, hijo.» Y demuéstrale con delicadeza y enteramente
que esto es así, que ni siquiera lo hacen las abejas, ni tampoco ninguno de
los animales que ha nacido para vivir en manada. Y debes hacerlo sin
ironías ni reproches, sino con cariño y sin exacerbación de ánimo, y no
como en la escuela, ni tampoco para que otro que se encuentra a tu lado, te
admire. Antes bien, dirígete a él exclusivamente, incluso en el caso de que
otros te rodeen.
Acuérdate de estos nueve preceptos capitales como dones recibidos de
las musas, y empieza algún día a ser hombre, en tanto vivas. Debes
guardarte por igual de encolerizarte con ellos y de adularles, porque ambos
vicios son contrarios a la sociabilidad y comportan daño. Recuerda en los
momentos de cólera que no es viril irritarse, pero sí lo es la apacibilidad y la
serenidad que, al mismo tiempo que es más propia del hombre, es también
más viril; y participa éste de vigor, nervios y valentía, no el que se indigna y
está descontento. Porque cuanto más familiarizado esté con la
impasibilidad, tanto mayor es su fuerza. Y al igual que la aflicción es
síntoma de debilidad, así también la ira. Porque en ambos casos están
heridos y ceden. Y si quieres, toma también un décimo bien del
Musageta[167]: que es propio de locos no admitir que los malvados cometan
faltas, porque es una pretensión imposible. Sin embargo, convenir que se
comporten así con otras personas y pretender que no falten contigo, es algo
absurdo y propio de tirano.
19. Principalmente debemos guardamos sin cesar de cuatro desviaciones
del guía interior; y cuando las descubras, debes apartarlas hablando con
cada una de ellas en estos términos: «Esta idea no es necesaria, ésta es
disgregadora de la sociedad, esta otra que vas a manifestar no surge de ti
mismo.» Porque manifestar lo que no proviene de ti mismo, considéralo
entre las cosas más absurdas. Y la cuarta desviación, por la que te
reprocharás a ti mismo, consiste en que la parte más divina que se halla en
ti, esté sometida e inclinada a la parte menos valiosa y mortal, la de tu
cuerpo y sus rudos placeres.
20. Tu hálito y todo lo ígneo, en tanto que forman parte de la mezcla, si
bien por naturaleza tienden a elevarse, están, sin embargo, sumisos al orden
del conjunto universal, reunidos aquí en la mezcla. Y todo lo terrestre y
acuoso que se encuentra en ti, a pesar de que tiende hacia abajo, sin
embargo, se levanta y mantiene en pie en su posición no natural. Así pues,
también los elementos están sometidos al conjunto universal, una vez se les
ha asignado un puesto en algún lugar, y allí permanecen hasta que desde
aquel lugar sea indicada de nuevo la señal de disolución. ¿No es terrible,
pues, que sólo tu parte intelectiva sea desobediente y se indigne con la
posición que se le ha asignado? Y en verdad nada violento se le asigna, sino
exclusivamente todo aquello que es para esa parte intelectiva conforme a la
naturaleza. Pero no sólo no lo tolera, sino que se encamina a lo contrario.
Porque el movimiento que la incita a los actos de injusticia, al desenfreno, a
la ira, a la aflicción, no es otra cosa que defección de la naturaleza. También
cuando el guía interior está molesto con alguno de los acontecimientos,
abandona su puesto, porque ha sido constituido no menos para la piedad y
el respeto a los dioses que para la justicia. Porque estas virtudes constituyen
y forman la sociabilidad y son más venerables que las acciones justas.
21. Quien no tiene un solo e idéntico objetivo en la vida, es imposible
que persista durante toda ella único e idéntico. No basta lo dicho, si no
añades eso: ¿Cuál debe ser ese objetivo? Porque, del mismo modo que no
es igual la opinión relativa a todas las cosas que parecen, en cierto modo,
buenas al vulgo, sino únicamente acerca de algunas, como, por ejemplo, las
referentes a la comunidad, así también hay que proponerse como objetivo el
bien común y ciudadano. Porque quien encauza todos sus impulsos
particulares a ese objetivo, corresponderá con acciones semejantes, y según
eso, siempre será el mismo.
22. El ratón del monte y el doméstico; su temor y su turbación[168].
23. Sócrates llamaba a las creencias del vulgo «Lamias»[169], espantajos
de niños.
24. Los lacedemonios, en sus fiestas, solían colocar los asientos para los
extranjeros a la sombra, pero ellos se sentaban en cualquier sitio.
25. Sócrates explica a Perdicas que el motivo de no ir a su casa era:
«para no perecer de la muerte más desgraciada»[170], es decir, por temor a
no poder corresponder con los mismos favores que le habría dispensado.
26. En los escritos de los efesios[171] se encontraba una máxima
«recordar constantemente a cualquiera de los antiguos que haya practicado
la virtud»[172].
27. Los pitagóricos aconsejaban levantar los ojos al cielo al amanecer, a
fin de que recordáramos a los que cumplen siempre según las mismas
normas y de igual modo su tarea, y también su orden, su pureza y su
desnudez; pues nada envuelve a los astros.
28. Cual Sócrates envuelto en una piel, cuando Jantipa tomó su manto y
salió. Y lo que dijo Sócrates a sus compañeros ruborizados y que se
apartaron, cuando le vieron así vestido.
29. En la escritura y en la lectura no iniciarás a otro antes de ser tú
iniciado. Esto mismo ocurre mucho más en la vida.
30. «Esclavo has nacido, no te pertenece la razón»[173].
31. «Mi querido corazón ha sonreído»[174].
32. «Censurarán tu virtud profiriendo palabras insultantes»[175].
33. «Pretender un higo en invierno es de locos. Tal es el que busca un
niño, cuando, todavía, no se le ha dado»[176].
34. Al besar a tu hijo, decía Epicteto[177], debes decirte: «Mañana tal
vez muera.» «Eso es mal presagio.» «Ningún mal presagio, contestó, sino la
constatación de un hecho natural, o también es mal presagio haber segado
las espigas.»
35. «Uva verde, uva madura, pasa, todo es cambio, no para el no ser,
sino para lo que ahora no es»[178].
36. «No se llega a ser bandido por libre designio.» La máxima es de
Epicteto[179].
37. «Es preciso, dijo[180], encontrar el arte de asentir, y en el terreno de
los instintos, velar por la facultad de la atención, a fin de que con reserva,
útiles a la comunidad y acordes con su mérito, se controlen en sus impulsos
y no sientan aversión por nada de lo que no depende de nosotros.»
38. «No trata, en efecto, el debate de un asunto de azar, dijo[181], sino
acerca de estar locos o no.»
39. Decía Sócrates[182]: «¿Qué queréis? ¿Tener almas de seres
racionales o irracionales? De seres racionales. ¿De qué seres racionales?
¿Sanos o malos? Sanos. ¿Por qué, pues, no las buscáis? Porque las tenemos.
¿Por qué entonces lucháis y disputáis?»
LIBRO XII
1. Todos los objetivos que deseas alcanzar en tu progreso puedes ya
tenerlos si no te los regateas a ti mismo y por recelos. Es decir: caso de que
abandones todo el pasado, confíes a la providencia el porvenir y endereces
el presente hacia la piedad y la justicia exclusivamente. Hacia la piedad,
para que ames el destino que te ha sido asignado, pues la naturaleza te lo
deparaba y tú eras el destinatario de esto. Hacia la justicia, a fin de que
libremente y sin artilugios digas la verdad y hagas las cosas conforme a la
ley y de acuerdo con su valor. No te obstaculice ni la maldad ajena, ni su
opinión, ni su palabra, ni tampoco la sensación de la carne que recubre tu
cuerpo. Pues eso incumbirá al cuerpo paciente. Si, pues, en el momento en
que llegues a la salida, dejas todo lo demás y honras exclusivamente a tu
guía interior y a la divinidad ubicada en ti; si temes no el poner fin un día a
tu vida, sino el hecho de no haber empezado nunca a vivir conforme a la
naturaleza, serás un hombre digno del mundo que te engendró y dejarás de
ser un extraño a tu patria y dejarás también de admirar como cosas
inesperadas los sucesos cotidianos, y de estar pendiente de esto y de
aquello.
2. Dios ve todos los guías interiores desnudos de sus envolturas
materiales, de sus cortezas y de sus impurezas; porque gracias a su
inteligencia exclusiva, tiene contacto sólo con las cosas que han derivado y
dimanado de él en estos principios. Y si tú también te acostumbras a hacer
eso, acabarás con muchas de tus distracciones. Pues el que no mira los
amasijos de carne que le circundan, ¿perderá el tiempo contemplando
vestidos, casa, fama, aparato de esta índole y puesta en escena?
3. Tres son las cosas que integran tu composición: cuerpo, hálito vital,
inteligencia. De ésas, dos te pertenecen, en la medida en que debes ocuparte
de ellas. Y sólo la tercera es propiamente tuya. Caso de que tú apartes de ti
mismo, esto es, de tu pensamiento, cuanto otros hacen o dicen, o cuanto tú
mismo hiciste o dijiste y cuanto como futuro te turba y cuanto, sin
posibilidad de elección, está vinculado al cuerpo que te rodea o a tu hálito
connatural, y todo cuanto el torbellino que fluye desde el exterior voltea, de
manera que tu fuerza intelectiva, liberada del destino, pura, sin ataduras
pueda vivir practicando por sí misma la justicia, aceptando los
acontecimientos y profesando la verdad; si tú, repito, separas de este guía
interior todo lo que depende de la pasión, lo futuro y lo pasado, y te haces a
ti mismo, como Empédocles «una esfera redonda, ufana de su estable
redondez»[183], y te ocupas en vivir exclusivamente lo que vives, a saber, el
presente, podrás al menos vivir el resto de tu vida hasta la muerte, sin
turbación, benévolo y propicio con tu divinidad interior.
4. Muchas veces me he preguntado con admiración cómo cada uno se
tiene en más estima que a todos y, sin embargo, toma en menos
consideración su propia opinión personal que la de los demás. Y, por
ejemplo, si un dios o un sabio maestro se personase junto a uno y le diese la
orden de que nada pensara o reflexionara en su interior que no lo expresara
al mismo tiempo a gritos, ni siquiera un solo día lo aguantaría. Hasta tal
punto respetamos más la opinión de los vecinos sobre nosotros que la
nuestra propia.
5. ¡Cómo los dioses que un día dispusieron en orden todas las cosas
sabia y amorosamente para el hombre pudieron descuidar sólo este detalle,
a saber, que algunos hombres extremadamente buenos, después de haber
establecido con la divinidad como muchísimos pactos y después que,
gracias a su piadosa actuación y a sus sagrados cultos, fueron por mucho
tiempo connaturales a la divinidad, una vez que han muerto, ya no retoman
de nuevo, sino que se han extinguido para siempre! Y si, efectivamente, es
eso así, sábete bien que si hubiera sido preciso proceder de otro modo, lo
habrían hecho. Porque si hubiera sido justo, habría sido también posible, y,
si acorde con la naturaleza, la naturaleza lo habría procurado. Precisamente
porque no es así, si es que ciertamente no es así, convéncete de que no es
preciso que suceda de este modo. Porque tú mismo ves también que al
pretender eso pleiteas con la divinidad, y no dialogaríamos así con los
dioses, de no ser ellos muy buenos y muy justos. Y si esto es así no habrían
permitido que quedara descuidado injustamente y sin razón nada
perteneciente al orden del mundo.
6. Acostúmbrate a todo, incluso a cuantas cosas no te merecen
confianza, porque también la mano izquierda para las demás acciones,
debido a su falta de costumbre, es inútil, y, sin embargo, sostiene con más
poder el freno que la derecha, pues a este menester está habituada.
7. ¡Cómo has de ser sorprendido por la muerte en tu cuerpo y alma!
Piensa en la brevedad de la vida, en el abismo del tiempo futuro y pasado,
en la fragilidad de toda materia.
8. Contempla las causas desnudas de sus cortezas; la finalidad de las
acciones; qué es la fatiga, qué el placer, qué la muerte, qué la fama; quién
no es[184] el culpable de su propia actividad; cómo nadie es obstaculizado
por otro; que todas las cosas son opinión.
9. En la práctica de los principios es preciso ser semejante al luchador
de pancracio, no al gladiador, porque éste deja la espada de la cual se sirve,
y muere, mientras que aquél siempre tiene la mano y no precisa otra cosa
sino cerrarla.
10. Ver qué son las cosas en sí mismas, analizándolas en su materia, en
su causa, en su relación.
11. ¡Qué privilegio tiene el hombre de no hacer otra cosa sino lo que
Dios va a elogiar, y aceptar todo lo que Dios le asigne, lo consecuente a la
naturaleza![185].
12. No debe censurarse a los dioses; porque ninguna falta cometen
voluntaria o involuntariamente. Tampoco a los hombres, porque nada fallan
que no sea contra su voluntad. De manera que a nadie debe censurarse.
13. Cuán ridículo y extraño es el hombre que se admira de cualquier
cosa que acontece en la vida.
14. O bien una necesidad del destino y un orden inviolable, o bien una
providencia aplacable, o un caos fortuito, sin dirección. Si, pues, se trata de
una necesidad inviolable, ¿a qué ofreces resistencia? Y si una providencia
que acepta ser aplacada, hazte a ti mismo merecedor del socorro divino. Y
si un caos sin guía, confórmate, porque en medio de un oleaje de tal índole
dispones en tu interior de una inteligencia guía. Aunque el oleaje te arrastre,
arrastre tu carne, tu hálito vital, y lo demás, porque no arrastrará tu
inteligencia.
15. La luz de una lámpara, hasta extinguirse, brilla y no pierde su fulgor.
¿Se extinguirán con anterioridad la verdad que en ti reside, la justicia y la
prudencia?
16. Respecto a la persona que te ha proporcionado la imagen de su falta.
«¿Qué sé yo si eso es una falta?» Y si realmente ha cometido una falta: «él
mismo se ha condenado ya», y así esto es semejante a desgarrarse su propio
rostro. El que no admite que el malvado cometa faltas, se asemeja al que no
acepta que la higuera lleve leche en los higos, que los recién nacidos lloren,
que el caballo relinche y cuantas otras cosas son inevitables. ¿Qué puede
suceder cuando uno tiene una disposición tal? Si en efecto eres vehemente,
cuida esa manera de ser.
17. Si no conviene, no lo hagas; si no es cierto, no lo digas; provenga de
ti este impulso.
18. En todo ver siempre qué es lo que hace brotar en ti esa tal imagen y
tratar de desarrollarla, analizándola en su causa, en su materia, en su
finalidad, en su duración temporal, en el transcurso de la cual será preciso
que tenga su fin.
19. Date cuenta de una vez que algo más poderoso y más divino posees
en tu propio interior que lo que provoca las pasiones y que lo que, en suma,
te agita a modo de marioneta. ¿Cuál es ahora mi pensamiento? ¿Es el
temor? ¿Es el recelo? ¿Es la ambición? ¿Es otra pasión semejante?
20. En primer lugar, no hacer nada al azar, ni tampoco sin un objetivo
final. En segundo lugar, no encauzar tus acciones a otro fin que no sea el
bien común.
21. Que dentro de no mucho tiempo nadie serás en ninguna parte, ni
tampoco verás ninguna de esas cosas que ahora estás viendo, ni ninguna de
esas personas que en la actualidad viven. Porque todas las cosas han nacido
para transformarse, alterarse y destruirse, a fin de que nazcan otras a
continuación.
22. Que todo es opinión y ésta depende de ti. Acaba, pues, cuando
quieras con tu opinión, y del mismo modo que, una vez doblado el cabo,
surge la calma, todo está quieto y el golfo sin olas.
23. Una sola energía cualquiera, que ha cesado en el momento oportuno,
ningún mal sufre por haber cesado; tampoco el que ejecutó esta acción, por
esto mismo, a saber, por haber cesado, sufre mal alguno. Del mismo modo,
en efecto, el conjunto de todas las acciones, que constituyen la vida, caso de
cesar en el momento oportuno, ningún mal experimenta por el hecho de
haber cesado, ni tampoco el que ha puesto fin oportunamente a este
encadenamiento sufre mal. Y la oportunidad y el límite los proporciona la
naturaleza, unas veces la naturaleza particular, como sucede con la vejez;
pero generalmente la naturaleza del conjunto universal, cuyas partes se
transforman para que el mundo en su conjunto permanezca siempre joven y
en su pleno vigor. Y todo lo que conviene al conjunto universal es siempre
bello y está en sazón. Así pues, el término de la vida para cada uno no es un
mal, porque tampoco es un oprobio, pues no está sujeto a nuestra elección y
no daña a la comunidad, y sí es un bien, porque es oportuno al conjunto
universal, ventajoso y adaptado a él. Así, el que se comporta de acuerdo con
Dios en todo, es inspirado por un hálito divino y es llevado, gracias a su
reflexión, a sus mismos objetivos.
24. Preciso es tener a mano estos tres pensamientos. Respecto a lo que
haces, si lo haces, que no sea ni a la ventura, ni de un modo distinto a como
lo hubiese hecho la justicia misma. Respecto a los sucesos exteriores,
piensa que suceden o bien por azar, o bien por una providencia, y no debes
censurar al azar ni recriminar a la providencia. En segundo lugar, piensa
cómo es cada uno desde que es engendrado hasta la posesión del alma, y
desde ésta hasta la devolución de la misma. Piensa también de qué
elementos se compone y en cuáles se disolverá. En tercer lugar, piensa que
si de pronto remontándote por el aire examinaras las cosas humanas y su
multitud de formas, al ver simultáneamente cuán gran espacio ocupan los
habitantes del aire y etéreos, las despreciarías; y que, cuantas veces te
remontaras a lo alto, verías lo mismo, su uniformidad, su pequeña duración.
A esas cosas se refiere la vanidad humana.
25. Expulsa la opinión. Estás a salvo. ¿Quién, pues, te impide
expulsarla?
26. Siempre que te molestas por algo, olvidas que todo se produce de
acuerdo con la naturaleza del conjunto universal, y también que la falta es
ajena, y, además, que todo lo que está sucediendo, así siempre sucedía y
sucederá, y ahora por doquier sucede. Cuánto es el parentesco del hombre
con todo el género humano; que no procede el parentesco de sangre o
germen, sino de la comunidad de inteligencia. Y olvidaste asimismo que la
inteligencia de cada uno es un dios y dimana de la divinidad. Que nada es
patrimonio particular de nadie; antes bien, que hijos, cuerpo y también la
misma alma han venido de Dios. Olvidaste también que todo es opinión;
que cada uno vive únicamente el momento presente, y eso es lo que pierde.
27. Rememora sin cesar a los que se indignaron en exceso por algún
motivo, a los que alcanzaron la plenitud de la fama, de las desgracias, de los
odios o de los azares de toda índole. Seguidamente, haz un alto en el
camino y pregúntate: «¿Dónde está ahora todo aquello?» Humo, ceniza,
leyenda o ni siquiera leyenda. Acudan al mismo tiempo a tu espíritu todas
las cosas semejantes, así por ejemplo, cual fue Fabio Catulino[186] en la
campaña, Lucio Lupo en sus jardines, Estertinio en Bayas, Tiberio en Capri,
Velio Rufo y, en suma, la superioridad presuntuosa en cualquier asunto.
¡Cuán ruin era todo el objetivo de su esfuerzo y cuánto más propio de sabio
es el ser justo, moderado, el ofrecerse simplemente sumiso a los dioses en la
materia concedida! Porque la vanidad que se exalta bajo capa de modestia
es la más insoportable de todas.
28. A los que preguntan: «¿Dónde has visto a los dioses, o de dónde has
llegado a la conclusión de que existen, para venerarlos así?» En primer
lugar, son visibles a nuestros ojos. Y luego, tampoco yo he visto mi alma y,
sin embargo, la honro; así también respecto a los dioses, por las mismas
razones que compruebo su poder repetidas veces, por éstas constato que
existen y los respeto.
29. La salvación de la vida consiste en ver enteramente qué es cada cosa
por sí misma, cuál es su materia y cuál es su causa. En practicar la justicia
con toda el alma y en decir la verdad. ¿Qué queda entonces sino disfrutar de
la vida, trabando una buena acción con otra, hasta el punto de no dejar entre
ellas el mínimo intervalo?
30. Una sola es la luz del sol, aunque la obstaculicen muros, montes,
incontables impedimentos; única es la sustancia común, aunque esté
dividida en innumerables cuerpos de cualidades peculiares; una es el alma,
aunque esté dividida en infinidad de naturalezas y delimitaciones
particulares. Una es el alma inteligente, aunque parezca estar dividida. Las
restantes partes mencionadas, como los soplos y los objetos sensibles,
carecen de sensibilidad y no tienen relación de parentesco mutuo; sin
embargo, también a aquéllas las contiene el poder unificador y el peso que
las hace converger. Y la inteligencia en particular tiende a lo que es de su
mismo género, y se le une, y esta pasión comunitaria no encuentra
impedimentos.
31. ¿Qué pretendes? ¿Seguir viviendo? ¿Percibir las sensaciones, los
instintos? ¿Crecer? ¿Cesar de nuevo? ¿Utilizar la palabra? ¿Pensar? ¿Qué
cosa entre esas te parece que vale la pena echar de menos? Y si cada una de
éstas te parece bien despreciable, inclínate finalmente a ser sumiso a la
razón y a Dios. Pero se oponen el honrar estas cosas y enojarse por el hecho
de que con la muerte se nos privará de estas mismas facultades.
32. ¿Qué pequeña parte de tiempo ilimitado y abismal se ha asignado a
cada uno? Pues rapidísimamente se desvanece en la eternidad. ¿Y qué
pequeña parte del conjunto de la sustancia, y qué ínfima también del
conjunto del alma? ¿Y en qué diminuto terrón del conjunto de la tierra te
arrastras? Considera todas esas cosas e imagina que nada es importante,
sino actuar como tu naturaleza indica y experimentarlo como la naturaleza
común conlleva.
33. ¿Cómo se sirve de ti el guía interior? Que en eso radica todo. Y lo
demás, dependa o no de tu libre elección, es cadáver y humo.
34. Lo que más incita a despreciar la muerte es el hecho de que los que
juzgan el placer un bien y el dolor un mal, la despreciaron, sin embargo,
también[187].
35. Para la persona que considera bueno únicamente lo oportuno y para
quien es igual ejecutar muchas acciones de acuerdo con la recta razón que
unas pocas, y para quien es indiferente contemplar el mundo más o menos
tiempo, para ése tampoco la muerte es temible.
36. ¡Buen hombre, fuiste ciudadano en esta gran ciudad! ¿Qué te
importa, si fueron cinco o tres años? Porque lo que es conforme a las leyes,
es igual para todos y cada uno. ¿Por qué, pues, va a ser terrible que te
destierre de la ciudad, no un tirano, ni un juez injusto, sino la naturaleza que
te introdujo? Es algo así como si el estratego[188] que contrató a un
comediante, lo despidiera de la escena. «Mas no he representado los cinco
actos, sino sólo tres.» «Bien has dicho. Pero en la vida los tres actos son un
drama completo.» Porque fija el término aquel que un día fue responsable
de tu composición, y ahora lo es de tu disolución. Tú eres irresponsable en
ambos casos. Vete, pues, con ánimo propicio, porque el que te libera
también te es propicio.

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